La última carta:
ante la muerte, ante la vida
“Leer la carta tras mi fallecimiento. Aseguraos de mi muerte, os lo ruego”.
Con este texto encontró Emilio, una carta -la última- de su padre; en sobre cerrado, manuscrita y a su nombre. Y tal cual -como me pide emocionado-, os transcribo lo que aquel plasmó de su puño y letra, sabiéndose terminal. Pero bien lúcido.
Querido hijo mío:
Mi médico quiso anticipártelo; yo ya lo intuía. Y te lo vi en los ojos antes de que me lo confirmases. Mi tiempo, aquí, toca a su fin. Como un día ocurrirá a mamá. Y a ti. Y a todos. Como acaeció con mis padres. Y con los padres de mis padres. Nos iremos nosotros… y nuestros hijos. Y los hijos de estos… Aquí no se queda nadie.
Ese es uno de los pocos hechos de los que podemos afirmar, con plena certeza, que ocurrirán: vamos a vivir nuestra muerte. Más aún: por acompañados que nos encontremos, habremos de afrontarla de forma personal. De algún modo, desde el punto de vista humano, en solitario.
La vida se desgasta velozmente. Nos lo advertían nuestros padres, pero no les hacíamos demasiado caso: ‘cosas de mayores’…
Hoy, cuando todo un profesional nos ha concretado que voy llegando a la meta, quiero dejarte, a modo de legado póstumo, alguna reflexión.
No todo lo que te indico lo puse debidamente en práctica -y bien que lo lamento-. Pero me gustaría, al menos, ayudarte a que lo consideres: despacio; pero sin pausa. A veces, todo cambia en un minuto… Disculpa lo que olvide. No tengo el cuerpo…
En todo caso: lo importante es pasar por la vida amando. De ahí se deriva todo lo demás
1.- Ama a tu familia: a aquella en la que naciste y te criaste (tus padres, hermanos…) y a la que, ya maduro, elegiste formar: a tu mujer, a tus hijos. Y no olvides nunca que eres hijo de Dios. No esperes a que ‘truene’ -que lo hará- para recordarlo. A todos, dedícales tu tiempo. Demuéstrales tu cariño, en lo cotidiano. Y díselo.
2.- Y, por ello, comparte con quien un día decidiste embarcar en tu -en vuestra- travesía vital, palabras, proyectos; comparte miradas, silencios; alegrías y duelos. Ella navegará siempre contigo: con el mar en calma o, fuerte y de tu mano, con la otra al timón, frente al oleaje, a la marejada.
3.- Acompaña y educa, con ella, a tus hijos: eso exige invertir horas; y esfuerzo; y coherencia; y ejemplo; y corregir y querer; mejor: y corregir por querer. Pasad tiempo en familia. Pero, también, pásalo con cada uno de ellos, a solas; en un diálogo de tú a tú, que demuestre que te importa. Vuelca tu empeño en que puedan ser personas de una pieza; buenos ciudadanos; con criterio; sensibles y recios.
4.- Cultiva la amistad; y siembra alegría, da vida a tu entorno. Habrá quien sea para ti verdadera familia, aunque no haya vínculos de sangre. El destino os cruzó y os habéis escogido. Sé muy amigo de tus amigos. Con hechos; a veces con pequeños detalles. En los ratos buenos y, no menos, cuando pintan bastos.
5.- Vive para los demás. Solo se gana lo que se da. La felicidad se multiplica cuando se reparte. No seas la pieza del puzle que alguien necesite y nunca encuentre. Date. Gástate. Y, a la vez, cuídate: cuídate y déjate cuidar, para que no se agote el agua que has de repartir desde tu arroyo.
6.- Vive solidaria y austeramente. Sé justo. Y compasivo: discretamente, humildemente. Tus próximos son tus prójimos. Recuerda, también, que el primero y el tercer mundo son igual -aunque bien distintamente- el mismo; un mundo con periferias: algunas… a la vuelta de la esquina. Demuestra que de tu condición humana se deriva tu fraternidad. No des lo que te sobra. Comparte. Y no solo los bienes materiales.
7.- Da lo mejor de ti. Ayuda a construir el mundo. Sirve desde allí donde te toque. Al menos, inténtalo. Brega, cada día; ‘solo por hoy’ haz las cosas bien y con alegría; con finura, sin alharacas. Sé buen compañero de trabajo. Preocúpate por los que te rodean, en el negocio y en el ocio. Interésate por sus cosas, por sus necesidades. Ábrete a la confidencia y al apoyo. Desde la libertad, vete en búsqueda de la verdad. Y ofrece compartirla.
8.- Sé agradecido y disfruta: cada día, cada amanecer es un regalo. Cada encuentro con otra persona, una oportunidad de querer, de crecer, de sembrar algo positivo. Expresa -sé explícito- tu gratitud por tantas cosas buenas que te suceden en la vida, desde que te levantas hasta que te acuestas. Sí, también por esos ‘regalos’ que das por hecho. Y recuerda siempre que la felicidad es interior. Por ello, no depende de lo que tenemos sino de lo que somos. ¡Asómbrate ante tanta gratuidad!
9.- Pide permiso. Y perdón… Y perdona. Arranca todo brote de suficiencia, de orgullo, de soberbia, de rencor. Rectifica cuando te equivoques. Y asume el error sin fabricar ‘es ques’: ‘es que… excusa’. Pide disculpas, de corazón, siempre que proceda. Sé comprensivo con los demás. Si miras tus sombras, serás capaz de apreciar en ellos también sus luces. Nunca olvides que a veces vale más tener paz que tener razón. Y aprende a perdonarte a ti también.
Y… last, but not least… (por último, pero, no menos importante)
10.- Aprovecha cada instante, cada momento, para sentirte vivo y para convivir. En ‘horizontal’ y en ‘vertical’: mirando siempre a los de al lado; pero también a lo Alto. Allí donde te espera -antes a mí- un Padre mucho mejor que el que te escribe; El que nos ama, nos creó y, si libremente lo queremos, nos ha salvado.
Hijo mío, cuando ya me haya ido, abrázate a los tuyos. Y no me llenéis de coronas de flores. Regaladme y regadme con oraciones. Para que la Misericordia, con mayúscula, perdone mis muchas miserias, las perdone.
Llegué tarde, es verdad, a trabajar en la vendimia de la vida. He desaprovechado tiempo. Me he mostrado bien frágil. Pero el Dueño, Él, que cada día sale a buscarme, va a regalarme el salario y el abrazo del Gozo Eterno.
Yo te regalo el mío. Sabes que os seguiré muy de cerca. Cuida a tu madre; a los tuyos.
He comenzado con el amor… Y con amor me despido: No llores si me amas.
Te quiero y te querré. Siempre.
P.D. Ya os decía yo que ese médico no valía mucho…
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