EL Rincón de Yanka: LIBRO "NOSOTROS" por YEVGUENI ZAMIATIN: LA REALIDAD DE ESTOS TIEMPOS PROFETIZADAS EN LA NOVELA HACE UN SIGLO 👥👤👤👤👤

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jueves, 29 de julio de 2021

LIBRO "NOSOTROS" por YEVGUENI ZAMIATIN: LA REALIDAD DE ESTOS TIEMPOS PROFETIZADAS EN LA NOVELA HACE UN SIGLO 👥👤👤👤👤


Libertad y felicidad: 
El mundo que describe Zamiatin es un mundo de paredes de cristal, donde la privacidad no existe salvo para el sexo y los nombres han dejado paso a la deshumanización del código de serie. El autor del diario escribe para vosotros -el lector- que será un ser considerado inferior por el hecho de no poseer aún la sabiduría para crear un Estado Único. La misión de nosotros será la de llevarle la bendición del Estado Único a vosotros, sin embargo una serie de acontecimientos –llevados a cabo por ellos, naturalmente- pondrán en compromiso el cometido.
En la ciudad de cristal y acero del Estado Único, separada por un muro del mudo salvaje, la vida transcurre sometida a la inflexible autoridad del Bienhechor: los hombres-número trabajan con horarios fijos, siempre a la vista de todos, sin vida privada: el "yo" ha dejado lugar al "nosotros". El narrador de este diario íntimo, D-503, es el constructor de una nave interestelar que deberá llevar al universo «el bienaventurado yugo de la razón». Pero se enamora: el amor equivale a la rebelión, y el instinto sexual al deseo de libertad. Aunque, tras extirparle a D-503 el "ganglio craniano de la fantasía", el Estado sedentario, entrópico, salga victorioso de la conspiración, allende sus muros siguen los hombres nómadas, llenos de energía, que generarán nuevos insurrectos: no existe, ni jamás existirá, la última revolución. Muchos lectores, al leer Nosotros, escrita entre 1919 y 1921 (publicada inicialmente no en ruso, sino en su traducción al inglés, en Nueva York, en 1924, y en ruso solamente en 1952), prohibida oficialmente hasta 1988 en la URSS, comprobarán cómo se anticipa magistralmente a todas las novelas posteriores sobre utopías totalitarias, sobre todo la de Orwell, 1984. Junto a Un mundo feliz (Aldous Huxley). y 1984 (George Orwell) forma la trilogía clásica de novelas antiutópicas de la primera mitad de siglo XX.
Prólogo

Zamiatin y la antiutopía
Julio Travieso Serrano

Antiguo, casi tan antiguo como el mismo ser humano, es su deseo de vivir en un estado mejor, de plena felicidad y justicia. Aprisionado en un mundo cruel, absurdo e irracional, donde su existencia es precaria y angustiosa, el Hombre siempre ha soñado con otra existencia, de perfección e igualdad. Tal vida pudiera darse en los paraísos de casi todas las religiones, en las sociedades que, según las doctrinas milenaristas, advendrán al final de la historia o en los mundos perfectos que, desde la Antigüedad, nos han presentado numerosos escritores en sus novelas, relatos y ensayos. ¿Dónde localizar tales mundos? En Utopía, es decir, en ninguna parte. La lista de aquellos que nos describen Utopía es grande y variada. Ya desde la Antigüedad tenemos a Platón con su República, pero es a partir del Renacimiento cuando la relación se hace amplia. En 1516, Tomás Moro publica Utopía. Ésta es un mundo desconocido al que arriba un tal Rafael Hitlodeo, compañero de Américo Vespucio. En ella, según nos cuenta Hitlodeo, «no existe ocasión para la ociosidad ni reuniones secretas, pues el hecho de estar cada uno bajo la mirada de los demás oblígales a un diario trabajo y a un honesto reposo». 

Los utopianos sólo podían aventurarse más allá de su ciudad con un permiso expreso de un Magistrado. Si alguien se aventuraba a salir sin ese permiso y era capturado, podía se condenado duramente y, en caso de reincidencia, ser reducido a la esclavitud. Allí, nos sigue contando Hitlodeo, los utopianos eran felices. Más tarde, en 1621, Robert Burton nos entrega Anatomía de la melancolía; hacia 1622 aparece La nueva Atlántida, de Francis Bacon, y en 1632 es editada La ciudad del sol, de Tommaso Campanella. Luego, la relación de obras de corte utópico se mantiene con James Harrington, Samuel Gott, John Harlitb, François Fénelon. 

Esas Utopías siguen un patrón común: la existencia de una comunidad maravillosa, donde los hombres viven, armoniosamente, una existencia diaria regularizada y prefijada, bajo la sabia dirección de un rey, un patriarca, un dictador o un grupo de sabios. Nada falta, nada sobra, todos tienen lo mínimo indispensable, trabajan jubilosamente y reina el igualitarismo y el amor. En pocas palabras, la felicidad y la justicia imperan en el reino del hombre. Sin embargo, ninguna era real, ninguna se materializaba en un lugar concreto. Ellas sólo eran el sueño de un autor, plasmación de la mítica Edad de Oro de la humanidad que nos presentó Hesíodo en Los trabajos y los días, cuando los humanos vivían sin miserias ni inquietudes, en la abundancia de bienes. ebookelo.com - Página 5 La última obra utópica de esa época, Las aventuras de Telémaco, de Fénelon, es de l699. Luego, el siglo XVIII no fue fértil en literatura utópica, aunque sí en obras críticas del orden social establecido, como las de Jonathan Swift. Sin embargo, en el siglo XIX, las Utopías vuelven de la mano de los llamados socialistas, que a ese nombre añaden el adjetivo utópico. Ahora, el reino de la Utopía será dominado por una forma de vida, la socialista, donde un grupo social, el de los trabajadores oprimidos, instaurará un régimen de felicidad, igualdad y justicia. 

Sus grandes profetas son bien conocidos: Proudhon, Owen, Fourier, Saint-Simon. Incluso, uno de ellos, Étienne Cabet, autor de una célebre novela utópica El viaje a Icaria, puso en práctica su proyecto social y fundó, en los Estados Unidos, hacia 1849, una comunidad utópica socialista que, al final, fracasó. En el siglo XX, la Utopía en la literatura pervive, pero se produce una reacción contra ella. Éste es el siglo de las guerras ideológicas (como las llamó Octavio Paz), de los grandes proyectos revolucionarios y de reformas sociales, de las terribles masacres étnicas y de los grandes sistemas totalitarios que esclavizaron al hombre. Es también la época de la decepción de muchos y de las novelas antiutópicas que denuncian a las sociedades aparentemente perfectas. Tres de ellas son fundamentales: Nosotros (1924), del ruso Yevgueni Zamiatin; Un mundo feliz (1938), del inglés Aldous Huxley; y 1984 (1950), del también inglés George Orwell. Las tres nos muestran una futura sociedad humana. 

Las tres tienen un antecedente en La máquina del tiempo de H. G. Wells, publicada en l895, que no es exactamente una obra antiutópica, sino sólo una visión parcial de lo que sería la civilización dentro de muchos siglos. Entonces, el Viajero de la Máquina del Tiempo se encuentra con una raza de seres humanos, los Eloi, que viven bucólicamente, entre risas y juegos, a la espera de que lleguen los Morlocks, habitantes de las profundidades de la Tierra, humanos también, que cada cierto tiempo salen por la noche a la superficie, para capturar a los Eloi, con los que se alimentan. Eso es todo. Wells no nos explica qué tipo de sociedad es la de los Morlocks, si son felices o no, quién los gobierna, cómo viven. Tampoco nos habla mucho de los Eloi, con la excepción de su vida bucólica, aparentemente feliz, hasta ser devorados por los Morlocks. En realidad, la primera novela antiutópica es Nosotros, publicada inicialmente no en ruso, sino en su traducción al inglés, en Nueva York, en 1924, y en ruso solamente en 1952. 

En "Nosotros", Zamiatin, salvando las distancias, sigue el modelo de las novelas utópicas. Aquí también hallamos una sociedad donde, aparentemente, reina la felicidad, bajo la férrea tutela de un Estado Único, regido por una sola persona, el Bienhechor, al que todos deben obediencia ciega. En esa sociedad han desaparecido los nombres y los apellidos de las personas. Éstas sólo son números y por sus números se les llama. Así, el personaje principal, un gran científico, ingeniero constructor de un cohete que irá a otros planetas, que nos narra parte de su vida, se llama D-503. Luego de doscientos años de guerras, los humanos viven en paz, rodeados por un muro verde que no deben traspasar, más allá del cual se halla un espacio desconocido y peligroso. Todo es tranquilidad, bienestar y orden absoluto. 

En Nosotros, los Números visten igual, se alimentan a base de nafta, viven en departamentos de paredes de cristal, por lo que pueden ser vistos desde fuera, y tienen un horario de vida estrictamente regulado y controlado. Así, deben despertar y marchar al trabajo a una hora fijada. «Cada mañana, nosotros —nos dice D-503—, una legión de millones, nos levantamos a una misma hora, a un mismo minuto y a un mismo tiempo; todos, como un ejército de millones, comenzamos nuestro trabajo y al mismo instante acabamos». Tales desplazamientos se realizan en filas de a cuatro, bajo la música del Himno del Estado Único. Disponen de una hora de descanso, durante la cual se pasean en grupos, y también durante una hora se les permite bajar una cortina de sus departamentos para tener relaciones sexuales. Éstas las regula el Departamento de Cuestiones Sexuales. Los hijos que nazcan pasan a manos del Estado Único. Todos son observados por los Guardianes, auxiliares y ejecutores de las órdenes del Bienhechor, que castigan a quienes incumplen las reglas establecidas, a veces con un simple toque de electricidad de un bastón que llevan consigo. En casos de más gravedad, el infractor es llevado, en el Día de la Justicia, a la Plaza del Cubo. Allí se le introduce en la Máquina del Bienhechor, una especie de campana de cristal en la que se le encierra y lentamente se le asfixia. Sin embargo, en este Estado perfecto, aún subsisten la envidia, la haraganería e, incluso, el deseo de libertad de un grupo de Números, entre ellos D-503. 

El Bienhechor considera que tales manifestaciones son provocadas, porque aún impera la fantasía en la mente de los Números. Para ponerles fin, se realiza, masivamente, una operación quirúrgica en el cerebro de los Números, que extirpa la fantasía. Entonces, todos, como D-503, serán felices y olvidarán sus deseos de libertad y rebelión. Al final, D-503 acepta esa operación, denuncia a la joven I-330, de la cual se ha enamorado, y quien intentó rebelarse contra el Estado Único, y, con total frialdad, asiste a su ejecución por asfixia en la Maquina del Bienhechor. Muy lejos nos hallamos ya de los paraísos terrenales presentes en la anterior literatura utópica. Atrás quedaron los reinos de la igualdad y justicia social entrevistos por Moro, Campanella, Burton, Bacon y todos los demás soñadores de la felicidad. En Nosotros, el Proyecto Utópico se ha desarrollado, pero su resultado es terrible y cruel. Lo que Zamiatin nos describe es una inmensa cárcel, en la cual los seres humanos han sido transformados en zombis. Privados de su conciencia, e individualidad, son incapaces, en su inmensa mayoría, aunque tengan un alto conocimiento tecnológico, de enjuiciar el mundo que les rodea, y se sienten satisfechos, con la misma satisfacción que siente un animal cuando tiene mínimamente satisfechas sus necesidades materiales. 

El precio de esa satisfacción es la ausencia de libertad y libre albedrío. El único capaz de razonar y decidir por todos es el Bienhechor. Él sí tiene libertad y libre albedrío. Aquí estamos en los mundos de los totalitarismos del siglo XX, con masas dominadas y manipuladas que se inclinan, acatan y adoran al Gran Caudillo. Como todas las obras antiutópicas, Nosotros es una novela pesimista, pero Zamiatin no nos cierra las puertas de la esperanza. La joven I-330 y otros se rebelan, conspiran y tratan de cambiar las cosas. Han cruzado el muro verde, han ido más allá de los límites permitidos, han encontrado a seres humanos normales, con todos los defectos y virtudes de los hombres, pero libres, y han votado en contra del Bienhechor cuando éste se hace reelegir en el Día de la Unanimidad. Al final, terminan ejecutados en la Máquina, pero algunos de sus compañeros logran escapar. Más allá de las calidades literarias de la novela, el gran mérito de Zamiatin (como el de Kafka) es que actuó como una especie de profeta, capaz de prever la actividad de los regímenes totalitarios que dominarían parte del mundo en el siglo XX. 

Mucho le deben Un mundo feliz y, sobre todo, 1984 en cuanto a ambientes y personajes; al extremo de que vale la pena preguntarse si Huxley y Orwell no la habrán leído antes de publicar sus respectivas obras. En Nosotros tenemos al Bienhechor; en Un mundo feliz, a Mustafá Mond; en 1984, al Big Brother. En las tres novelas, el mundo ha pasado por largas y exterminadoras guerras, luego de las cuales se ha implantado una sociedad, cerrada y supuestamente perfecta, donde las relaciones sexuales, la reproducción y la educación de los niños es absolutamente controlada por el Estado. En Nosotros, las personas no llevan nombres, sino números; en Un mundo feliz, las diferentes categorías de seres humanos se identifican con una letra del alfabeto. Tanto Huxley como Orwell, siguiendo el modelo de Zamiatin, nos presentan una sociedad vigilada y controlada por una policía política que castiga el más mínimo incumplimiento de la ley con la pena de muerte. En las tres sociedades descritas impera la vida colectiva y hay una total ausencia de individualidad y derechos. En ellas, casi todos piensan que viven en el mejor de los mundos posibles, fuera del cual sólo impera el caos. Casi todos piensan que el alto poder que los gobierna hace todo lo posible por el bienestar de la sociedad, aunque en esa sociedad se viva en viviendas transparentes, observables desde todas partes, y la alimentación, el transporte y el resto de los medios de vida sean espantosos y mínimos. Otras muchas son las similitudes entre las tres obras, pero lo relevante es que la primera en publicarse fue Nosotros. 

Como la mayoría de los intelectuales rusos de fines del siglo XIX, Zamiatin tuvo una vida agitada y expuesta al peligro. Nacido en 1884, cursó estudios de ingeniería naval y en 1913 se unió a los bolcheviques. Detenido, fue enviado a la cárcel y al destierro en Siberia. De allí escapó, regresó a San Petersburgo, nuevamente fue apresado y otra vez mandado al destierro. De ese periodo son importantes dos novelas suyas El provinciano y En el fin del mundo. En 1917 se produjo la Revolución de Octubre, y Zamiatin estuvo, al igual que casi todos los jóvenes escritores rusos, entre sus sostenedores y defensores. En 1918 publicó una serie de importantes relatos: El norte, El agrimensor, Infancia, El dragón, Ivanes, La cueva. Este último, muy cercano a El hombre del cubo de Kafka, es, en palabras de un crítico ruso de la época, «la materialización de una pesadilla, la historia de la degradación y miseria de personas cuyo único objetivo es la obtención de comida y alimentación». Es también obra de experimentación formal, novedosa en cuanto al estilo y el lenguaje. Hacia 1920, cuando escribió Nosotros, Zamiatin era ya un reconocido autor. En ese año, la situación material y cultural de Rusia tocaba fondo. La guerra civil había provocado el cierre de editoriales, periódicos, universidades, centros culturales; había dispersado a los intelectuales, muchos de los cuales, en especial los jóvenes, se alistaron en el Ejército Rojo. Otros, los más viejos, emigraron. Luego, el fin de la guerra civil provocó un renacimiento de la vida cultural. Se reabrieron las universidades, aparecieron nuevos periódicos, revistas, editoriales, centros culturales. 

El gobierno revolucionario impulsó una campaña para acabar con el analfabetismo y propiciar, en el gran imperio ruso, la lectura entre las masas analfabetas. Todos quisieron aprender y superarse. Aquella fue la década de la gran eclosión de la cultura, la cual llegó hasta los más apartados rincones del país. Entre la intelectualidad, todos discutían, polemizaban, sobre cómo debería ser la nueva cultura. Al mismo tiempo, se reafirmaban las vanguardias culturales. Pronto aparecieron innumerables tendencias en la literatura. Tres fueron las principales: el Lef (Frente de Izquierdas), acaudillado por Vladimir Mayakovski, cuya consigna era barrer con el pasado cultural y hacer del escritor el escudo y la lanza de la Revolución. El Proletcult (Cultura proletaria), con un programa similar al Lef, pero con la diferencia de que la nueva cultura sólo podían engendrarla los obreros y campesinos; éstos debían ponerse al servicio incondicional de la Revolución, ir a donde ésta les pidiera y escribir sólo de aquellos temas que le interesasen a la Revolución. Para el Proletcult, los viejos escritores apestaban, eran representantes de la burguesía, al igual que todos aquellos que procedieran de la intelectualidad y de las capas medias. Para el Proletcult, Gorki y Mayakovski no pasaban de ser unos decadentes. La tercera tendencia en aquel agitado mundo fue la de los Hermanos Serapios, que tomaron su nombre de un personaje de E. T. A. Hoffman. Los Serapios, casi todos muy jóvenes, apoyaron, desde sus inicios, la Revolución y una buena parte de ellos peleó en las filas del Ejército Rojo. Desde el primer momento, reivindicaron su derecho a escribir libremente de lo que quisiesen y cuando quisiesen. Se manifestaron por la experimentación formal en la literatura, con rupturas en el lenguaje, la sintaxis, y la incorporación de nuevos vocablos procedentes del folklore ruso. El mentor de los Serapios fue Zamiatin.

Como es natural, el Lef y el Proletcult atacaron a los Serapios y, en especial, a Zamiatin. No por casualidad, el título de la novela Nosotros es una respuesta a las obras de dos importantes representantes del Proletcult: Alexander Bogdanov y Aleksei Gastev. En la poesía de Gastev son muy frecuentes versos como: «Nosotros crecemos a partir del hierro», «Nosotros vamos», «Nosotros juntos», «Nosotros en todas partes», «Nosotros atacaremos», en los cuales el pronombre nosotros es una clara alusión al colectivismo, en este caso proletario, en contraposición a un yo individualista, burgués. En su poema Tren expreso, Gastev dibuja la vivienda del futuro, la vivienda del pueblo, como una edificación de diez pisos, con cristales desde el suelo hasta la azotea, que se extiende a lo largo de cuatro calles. Para Gastev, el hombre y la máquina deben acoplarse en una sola cosa, transformarse en un organismo único de producción. Para ello se requiere de la más férrea disciplina y fiscalización de la vida laboral y personal de los humanos. 

En la novela de Bogdanov Estrella roja, el héroe principal ha sido elegido para un viaje a Marte, porque precisamente él reúne la condición que se necesita: poseer un mínimo de individualismo. Zamiatin no sólo nos da su visión de un horripilante mundo futuro. También se está burlando de aquellos escritores rusos, como Gastev y Bogdanov, para quienes el futuro sería perfectamente luminoso y sin contradicciones. He ahí el segundo gran elemento de Nosotros, la burla, la sátira. A casi noventa años de la publicación de la novela, al lector moderno le cuesta trabajo distinguir la burla presente en ella. Sin embargo, para los contemporáneos de Zamiatin que leían a Bogdanov, Gastev y a otros iguales, todo estaba claro. Al burlarse y ridiculizar, Zamiatin prosigue esa corriente de sátira tan típica de la literatura rusa, que viene desde Gogol, se continúa en Chejov y culmina en una obra magistral como El Maestro y Margarita, de Mijail Bulgakov. Zamiatin se burla de sus colegas, pero lo más importante es que nos plantea una eterna pregunta: ¿puede el ser humano ser feliz sin libertad, en una situación semejante a la de los animales de los zoológicos, que son alimentados y cuidados? 

En un Estado donde reina la tranquilidad y en el cual las necesidades materiales de la vida han sido mínimamente solucionadas, pero donde no hay libertad, de conciencia, de expresión, de movimientos, ¿alcanza el hombre su total desarrollo? El mundo alucinante que Kafka describió ya existía en vida de él. Lo mismo puede decirse de las obras de Huxley y Orwell, pero cuando Zamiatin escribió su novela, en 1920, aún faltaban dos años para que Mussolini controlase Italia y la era de los totalitarismos modernos aún no había llegado. Sin duda, el escritor ruso fue un visionario, con esa capacidad de visión característica de los buenos escritores, en especial de los de ciencia ficción, como Ray Bradbury, que en su Fahrenheit 451 nos muestra un futuro lleno de comodidades materiales y, al mismo tiempo, aberrante. A veces, ser visionario puede ser peligroso. Aunque su novela se publicó originalmente en inglés y sólo muchos años después en ruso, los críticos rusos iniciaron, desde el primer momento, una violenta campaña en su contra. Pronto, sus obras teatrales (La pulga, Atila, Los fuegos del santo Dominico) se prohibieron y sus libros dejaron de editarse. En tal circunstancia, le envió, en 1931, una carta a Stalin, solicitando que se le permitiera partir al extranjero. El que se le privara de la posibilidad de escribir constituía para él una sentencia de muerte, escribió. No le fue fácil obtener tal autorización que, sólo gracias a las gestiones de Maximo Gorki, entonces patriarca de las letras soviéticas, con quien lo unía una fuerte amistad, se le concedió en 1932. En aquel año, Zamiatin contaba el cuento de un gallo del Cáucaso que tenía la costumbre de cantar una hora antes que los demás gallos. Aquel canto prematuro provocó que su dueño le cortara la cabeza. «Mi novela Nosotros fue como el gallo caucasiano —decía el escritor—, su tema, presentado así, resultaba prematuro. Por eso, luego de su publicación (en otros países) los críticos soviéticos me cortaron la cabeza». 

Su situación recuerda la de Mijail Bulgakov, otro grande de la literatura rusa. Él, como Zamiatin, fue criticado y marginado, al extremo de tener, también, que dirigirse a Stalin con el pedido de que se le dejara abandonar Rusia o se le diera un trabajo decente para poder vivir. Stalin se comunicó con él y, finalmente, Bulgakov permaneció en la Unión Soviética. Sin embargo, no llegó a publicar en vida su obra cumbre El Maestro y Margarita. Si lo hubiese hecho en aquellos años, seguramente le habrían cortado la cabeza, en la literatura y en la vida real. Zamiatin se estableció en París. Allí escribió una serie de artículos y ensayos sobre grandes hombres de la cultura rusa y la novela El azote de Dios, basada en Atila, que sólo se editó luego de su muerte, en 1938. Ahora, después de permanecer, por muchos años, ignorada y olvidada, por razones extraliterarias, su obra vuelve a recobrar el lugar que se merece en la literatura rusa y mundial.
Julio Travieso Serrano

Varios años después de oír por primera vez de su existencia, tengo por fin entre manos un ejemplar de "Nosotros" de Zamiátin, que es una de las curiosidades literarias de esta era de quema de libros. Al buscar en 25 years of Soviet Russian literature, de Gleb Struve, encuentro que la historia ha sido esta:

Zamiátin, que murió en París en 1937, era un novelista y crítico ruso que publicó varios libros antes y después de la Revolución. Nosotros se escribió en torno a 1923, y aunque no trata de Rusia y no tiene una conexión directa con la política contemporánea –es una fantasía que sucede en el siglo XXVI– rechazaron su publicación porque se consideró ideológicamente indeseable. Un ejemplar del manuscrito pudo salir del país, y el libro se publicó en traducciones inglesas, francesas y checas, pero nunca en ruso. La traducción inglesa se publicó en Estados Unidos, y nunca he podido conseguir un ejemplar, pero hay algunos de la traducción francesa (el título es Nous autres) y al fin he conseguido que me presten uno. En la medida que puedo juzgar no es un libro de primera categoría, pero sin duda es inusual, y es asombroso que ningún editor inglés haya tenido suficiente iniciativa como para reeditarlo.
Lo primero que vería cualquiera de "Nosotros" es el hecho –nunca señalado, creo– de que "Un mundo feliz" de Aldous Huxley debe en parte derivar de él. Los dos libros tratan de la rebelión del espíritu humano primitivo contra un mundo racionalizado, mecanizado e indoloro, y las dos historias transcurren dentro de seiscientos años. La atmósfera de los dos libros es similar, y se describe un tipo de sociedad bastante parecido, aunque el libro de Huxley muestra menos conciencia política y está más influido por teorías biológicas y psicológicas recientes.

En el siglo XXVI, tal como lo ve Zamiátin, los habitantes de Utopía habrán perdido hasta tal punto su individualidad como para ser conocidos solo como números. Viven en casas de cristal (se escribió antes de que se inventara la televisión), lo que permite que la policía política, conocida como los “Guardianes”, supervise con mayor facilidad. Todos llevan uniformes idénticos, y un ser humano es normalmente designado como “un número” o “un unif” (por uniforme). Se alimentan de comida sintética y su diversión habitual es ir a cuatro patas mientras el himno del Estado único suena en los altavoces. A intervalos regulares se les permite que durante una hora (llamada “la hora del sexo”) bajen las cortinas de sus apartamentos de cristal. No hay, por supuesto, matrimonio, aunque no parece que la vida sexual sea completamente promiscua. Para los propósitos del amor, todo el mundo tiene una especie de cartilla de racionamiento de tickets rosas, y el compañero con el que pasa una de sus horas de sexo asignadas firma el recibo. El Estado Único es dirigido por un personaje conocido como "El Benefactor", que reelige anualmente toda la población, el voto siempre es unánime. El principio rector del Estado es que la felicidad y la libertad son incompatibles. En el Jardín del Edén el hombre era feliz, pero en su locura pidió la libertad y fue expulsado al páramo. Ahora el Estado Único ha restaurado su felicidad eliminando su libertad.

Hasta ahí el parecido con Un mundo feliz es llamativo. Pero aunque el libro de Zamiátin está peor hilvanado –incluye una trama más bien débil y episódica que resulta demasiado compleja para resumir– tiene un componente político del que el otro carece. En el libro de Huxley el problema de la “naturaleza humana” queda en cierto sentido resuelto, porque asume que a través del tratamiento prenatal, las drogas y la sugestión hipnótica el organismo humano puede especializarse del modo que se desee. Un trabajador científico de primera fila se produce con la misma facilidad que un imbécil Épsilon, y en cualquier caso los vestigios de los instintos primitivos, como la emoción maternal y el deseo de libertad, se tratan con facilidad. Al mismo tiempo no hay una razón clara por la que la sociedad debería estar estratificada en la elaborada manera que se describe. El objetivo no es la explotación económica, pero el deseo de mandar y dominar tampoco parece ser un motivo. No hay hambre de poder, no hay sadismo, no hay dureza de ningún tipo. Los que están en la cima no tienen un motivo fuerte para seguir en ella, y aunque todo el mundo es feliz con una vida vacía, la vida se ha vuelto tan absurda que resulta difícil creer que una sociedad así podría durar.

El libro de Zamiátin es en general más relevante para nuestra situación. A pesar de la educación y vigilancia de los Guardianes, muchos de los viejos instintos humanos siguen ahí. El narrador de la historia, D-503, aunque es un ingeniero de talento, es una criatura pobre y convencional, una especie de utópico Billy Brown de London Town, siempre está horrorizado por los impulsos atávicos que le asaltan. Se enamora (esto es un crimen, por supuesto) de una tal I-330, que es miembro de un movimiento de resistencia clandestino y durante un tiempo consigue conducirlo a la rebelión. Cuando la rebelión estalla parece que los enemigos del Benefactor son de hecho bastante numerosos, y esa gente, además de tramar el derrocamiento del Estado, incluso se entregan, cuando se bajan las cortinas, a vicios como fumar cigarrillos y beber alcohol. D-503 se salva al final de las consecuencias de su propia locura. Las autoridades anuncian que han descubierto la causa de los recientes desórdenes: es que algunos seres humanos sufren una enfermedad llamada imaginación. El centro nervioso responsable de la imaginación ha sido descubierto y puede curarse con un tratamiento de rayos X. D-503 sufre la operación, después de la cual le resulta fácil hacer lo que siempre ha sabido que debería hacer: es decir, traicionar a sus confederados a la policía. Con completa ecuanimidad observa cómo torturan a I-330 por medio de aire comprimido bajo una campana de cristal.

Me miró, con las manos agarrando los brazos de la silla, hasta que cerró los ojos por completo. La sacaron, volvió en sí tras una descarga eléctrica y la pusieron otra vez debajo de la campana. Esta operación se repitió tres veces y no salió una palabra de sus labios.
Los que habían llevado con ella se mostraron más sinceros. Muchos confesaron después de una aplicación. Mañana todos serán enviados a la Máquina del Benefactor.
La Máquina del Benefactor es la guillotina. Hay muchas ejecuciones en la Utopía de Zamiátin. Tienen lugar públicamente, en presencia del Benefactor, y van acompañadas por odas triunfales recitadas por poetas oficiales. La guillotina, por supuesto, no es el viejo y crudo instrumento que conocemos, sino un modelo muy mejorado que liquida literalmente a su víctima, reduciéndola en un instante a una bocanada de humo y una piscina de agua clara. La ejecución es, de hecho, un sacrificio humano, y la escena que la describe recibe deliberadamente el color de las siniestras civilizaciones esclavas del mundo antiguo. Es esta comprensión intuitiva del lado irracional del totalitarismo –sacrificio humano, la crueldad como un fin en sí mismo, la adoración de un líder a quien se atribuyen cualidades divinas– lo que hace que el libro de Zamiátin sea superior al de Huxley.

Es fácil entender que el libro no fuera publicado. La siguiente conversación (la abrevio un poco) entre D-503 e I-330 habría bastado para poner en marcha los lápices azules.

- ¿Te das cuenta de que lo que sugieres es una revolución?
- Claro, es una revolución. ¿Por qué no?
- Porque no puede haber una revolución. Nuestra revolución fue la última y no puede haber otra. Todo el mundo lo sabe.
- Querido, eres matemático. Dime, ¿cuál es el último número?
- ¿Qué quieres decir con el último número?
- ¡Bueno, el mayor número!
- Pero eso es absurdo. No puede haber un último número.
- Entonces ¿por qué hablas de la última revolución?

Hay otros pasajes similares. Puede ser, sin embargo, que Zamiátin no quisiera que el régimen fuera el objetivo especial de su sátira. Escribía en la época de la muerte de Lenin, y no pudo por tanto pensar en la dictadura de Stalin, y las condiciones de Rusia en 1923 no facilitaban que alguien fuese a revelarse porque la vida era demasiado segura y cómoda. Zamiátin no parecía apuntar a ningún país sino a los objetivos implícitos de la civilización industrial. No he leído ninguno de sus otros libros, pero he sabido por Gleb Struve que pasó varios años en Inglaterra y había escrito algunas sátiras abrasadoras sobre la vida inglesa. Cuando lees Nosotros resulta evidente que Zamiátin tenía una fuerte inclinación hacia el primitivismo. Encarcelado por el gobierno zarista en 1906, y luego encarcelado por los bolcheviques en 1922 en el mismo corredor de la misma prisión, tenía motivos para sentir desagrado ante el régimen político bajo el que había vivido, pero su libro no es solamente la expresión de un agravio. Es un estudio de la Máquina, el genio que el hombre ha dejado salir irreflexivamente de la botella y no puede volver a poner en su lugar. Este es un libro que buscar cuando aparezca una versión en inglés. ~
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El pulso: la llamada del Apocalipsis: Un pulso misterioso comienza a transmitir, a través de las redes de celulares, una señal que provoca una rabia homicida que desata un caos apocalíptico. En una Boston en llamas, el novelista Clayton Riddell se une con Tom McCourt, un conductor de tren, en un intento de salir de la ciudad por los túneles del metro. A cada paso tendrán que defenderse de los `zombies` que los acechan.