EL Rincón de Yanka: SOLEDAD, SILENCIO Y GRITO DEL PROFETA: DON, SIGNO, MEMORIA Y PROFECÍA

inicio














domingo, 12 de marzo de 2017

SOLEDAD, SILENCIO Y GRITO DEL PROFETA: DON, SIGNO, MEMORIA Y PROFECÍA


DON, SIGNO, MEMORIA Y PROFECÍA


"Por tanto, he aquí la seduciré, 
la llevaré al desierto, 
y le hablaré al corazón" 

Oseas 2:14


"Ahora pues, hijo, escuchadme porque bienaventurados 
son los que guardan mis caminos. 
Escuchad la instrucción y sed sabios; 
y no la menosprecies. 
Bienaventurado el hombre que me escucha, 
velando a mis puertas día a día, 
aguardando a los postes de mi entrada. 
Porque el que me halla, halla la vida, 
y alcanza el favor del Señor". Proverbios 8:32-35

"Bueno es el Señor para los que en Él esperan, 
para el alma que le busca; 
bueno es esperar en silencio la salvación del Señor. 
Bueno es para el hombre llevar el yugo de su juventud. 

Que se siente solo y en silencio 
ya que El se lo ha impuesto". Lamentaciones 3:25-28



"La Iglesia, hoy más que nunca 
necesita de profetas de Dios. 
De aquellos que vienen de los desiertos. 
Del trato personal, cara a cara con el Señor, 
Dios vivo y verdadero.
Es de esta clase de mujeres y de hombres 
que la Iglesia necesita hoy más que nunca. 
Ignacio Larrañaga

El nombre Horeb significa “lo árido, lo solitario”. Según Éxodo 3:1; Deuteronomio 4:10; 1 Reyes 8:9 y Salmo 106:19 parece como si Horeb fuera otro nombre para definir al monte Sinaí. Pero en Éxodo 17:6 se habla también del Horeb, y se hace mientras que los israelitas están asentados todavía en Refidim (Éxodo 17:1) y antes de que pasaran al Sinaí (Éxodo 19:1-2). Ni en estos textos ni en ningún otro lugar se habla del Horeb como si se tratase de una sola cumbre; “la peña en Horeb” (Éxodo 17:6) se puede entender también como “peña en la región de Horeb”. En base a esto, y teniendo en cuenta, además, que en hebreo sólo existe una misma palabra para “monte” y “zona montañosa”, se ha pensado que la mejor solución para este dilema es que, probablemente, Horeb designa toda la comarca montañosa cuya cumbre máxima es el Sinaí. 

La importancia del Horeb para nosotros radica en la experiencia que tuvo el profeta Elías en la cueva donde pernoctó. El hombre que había instruido a todo Israel en la palabra de Dios, era instruido a su vez por esa misma palabra en Horeb. Así leemos: “Y vino a él palabra de Yahvéh, el cual le dijo: 

¿Qué haces aquí, Elías? El respondió: 

He sentido un vivo celo por Yahvéh Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han maltratado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida. Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Yahvéh. Y he aquí Yahvéh que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes; pero Yahvéh no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Yahvéh no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Yahvéh no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: 

¿Qué haces aquí, Elías?” (1 Reyes 2:9-13). 

LA HUIDA 

Elías, un profeta, un hombre de Dios que irrumpe en la historia como un fuego devorador, se confunde de cara a Dios y a la dirección divina para con él y su causa. Evidentemente, también Elías tiene su talón de Aquiles. La palabra de Dios no duda en descubrir las faltas, errores y debilidades de los grandes hombres del Señor, incluso las de alguien como Elías. Esto es en realidad una prueba del origen divino de las sagradas escrituras, que sólo exaltan a Dios, pues saben de qué pasta estamos hechos los seres humanos. La reforma espiritual de Israel, que tan prometedoramente había comenzado en el Carmelo, ha fracasado. Elías, su inductor, atrae sobre sí el doble odio de sus enemigos y la ira homicida de la implacable reina idólatra Jezabel. A Elías le asalta el miedo, teme por su vida, y, sin ninguna instrucción divina, se da a la huida. El profeta sigue sus propios caminos, y los propios caminos se constituyen en vergüenza nuestra. Pero, gracias a Dios que, aunque a veces echemos a andar por nuestras propias sendas, con todo el Señor nos hace alcanzar la meta que estableció para nosotros. Elías abandona la senda de Dios, pero Dios no abandona a Elías. Elías se confunde de cara a la extraña manera como Dios dirige el curso de los acontecimientos; pero Dios no le deja ir, él conoce muy bien a Elías, y le envía un ángel, y le prepara comida y bebida, le ofrece una nueva visión, le imparte nuevas enseñanzas y le encomienda una nueva misión y un nuevo ministerio. Esto no es otra cosa que evangelio en las páginas del Antiguo Testamento, o sea, pura gracia divina. Pero antes Elías tendrá que recoger los tristes frutos del andar en sus propios caminos. En el desierto, bajo un enebro, alcanza su desaliento espiritual el punto álgido. Elías se cree abandonado de Dios. Cansado de la vida y de su ministerio profético, le pide a Dios la muerte. Con todo, esta estancia en el desierto se convertirá para el cansado y abatido profeta en la mayor bendición. 

También para nosotros se convierte en bendición el desierto cuando hasta allí nos sigue Dios. Ciertamente, el desierto es un lugar de muerte. El ojo no descubre ningún árbol ni ninguna planta que den sombra y fruto; todo es una inmensidad, seca, yerma y rocosa. Sólo dos cosas nos quedan: 

la mirada hacia arriba, al cielo, y la mirada hacia adentro, al propio corazón. El desierto obliga al hombre a sumergirse en el mundo interior del corazón y en el superior, donde sólo mora y reina Dios. 

Bienaventurado el hombre que en semejante desierto entiende el lenguaje de Dios, no se deja amargar por las aflicciones de la vida, no se revela contra su Dios, sino que mira hacia arriba y hacia abajo; ese hombre, esa mujer, gustará también lo que está escrito de nuestro Dios acerca de estos caminos: 

“Por eso le cerraré el paso con espinos; la encerraré para que no encuentre el camino… Por eso, ahora voy a seducirla: me la llevaré al desierto y le hablaré con ternura. Allí le devolveré sus viñedos, y convertiré el valle de la Desgracia en el paso de la Esperanza” (Oseas 2:6,14-15). 

DURMIENDO BAJO EL ENEBRO 

Elías cansado del camino y con el espíritu agotado, encuentra un arbusto y se echa a dormir a su sombra. Derrotado, el hombre de Dios sólo quiere descansar y dormir. No ver nada, no oír nada, no sentir nada. Sólo dormir y dormir. En qué profunda depresión pueden caer los obreros del Señor. Elías no puede sustraerse en el desierto al sentimiento de amargura y desesperación de cara al aparente fracaso absoluto de su reforma espiritual. Lo ve todo negro, mucho más negro de lo que es la realidad. 

Se queja: “¡Sólo yo he quedado!”, y cansado de la vida eleva a Dios una necia oración: “¡Basta ya, oh Yahvéh, quítame la vida!” Esta es la única melodía que conoce Elías, su mente y su corazón sólo cantan este refrán pesimista: Basta ya: y se queda dormido. No sabemos cuánto tiempo durmió; lo único que sabemos es que un mensajero divino invisible le despertó. Y cuando abrió los ojos, vio a su cabecera una torta de pan y una vasija de agua. Se levantó, y comió y bebió, y volvió a dormirse. Y, pasado un tiempo, de nuevo le despierta el mensajero divino. Y es que, Dios no deja a sus siervos ni aun cuando éstos hayan dejado su ministerio y su camino. Nosotros abandonamos a Dios, pero él no nos abandona a nosotros. Así, volvió de nuevo el ángel de Yahvéh otra vez, lo tocó, y le dijo: “Levántate y come, porque largo camino te resta”. Y comió y bebió y anduvo cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios. De esta manera da Dios los primeros pasos para restablecer la fe y el ánimo de su profeta desalentado. Dios no reprende a su profeta. Él no quiebra la caña cascada, ni apaga el pábilo que humea. A veces lo primero que se necesita para salir del desánimo es dormir un poco más y llevar unos horarios de comida y bebida más sanos. Tenemos que aprender esta lección: hay tiempos en los que es conveniente reducir el número de las obligaciones y compromisos, sean los que sean, incluso los contraídos con la iglesia. 

DEAMBULANDO POR EL DESIERTO 

Fortalecido por el descanso y la comida, Elías se levanta y echa a andar por el desierto camino de las montañas de Horeb. Tardará en llegar 40 días. Demasiado tiempo; podría haber llegado en una sola semana. En realidad es Dios quien le guía al hacerle andar este tiempo por el desierto hasta el monte Horeb. Era el mismo camino que antes había andado Israel al abandonar Egipto para entrar en la tierra de Canaán, sólo que ahora lo andaba en sentido contrario, y en lugar de cuarenta años ahora sólo duraría cuarenta días. ¿Por qué? Porque Dios busca restaurar el ánimo y la fe de su profeta, y en este camino quiere hacerle entender a través de la historia de su pueblo cuán fiel y misericordioso es él. Quiere mostrarle cómo él condujo y llevó a su pueblo a través de momentos de felicidad y sufrimiento, de alegrías y angustias. Y Elías se siente renacer lentamente mientras que anda por este camino, y se dice: Así como mis padres desobedecieron a Dios y murmuraron contra él, pero Dios no los dejó, así también me ayudará a mí. Hay que ser realista. No hay que ver sólo la victoria al final, sino que tenemos que contemplar también los caminos duros y llenos de espinos hasta conseguir la victoria. La marcha de Israel por el desierto no fue siempre fácil. Dios quiere impartir a su profeta lecciones de historia. Quiere mostrarle a donde se llega cuando se procede conforme a la propia voluntad. 

Es conveniente que echemos una mirada entre bastidores. La vida de los grandes hombres de Dios no siempre fue fácil. Se trata de que aprendamos de su ejemplo a soportar la soledad, a mantenernos firmes ante la enemistad, a encajar los fracasos y a no desanimarnos. Sean cuales sean nuestras circunstancias, ¡Dios lleva las riendas de nuestra vida! Como solía decir Lutero: ¡El Señor rige desde su trono!

El profeta es, a la vez, un hombre de Dios y un hombre de los hombres. Y tiene que ser totalmente fiel a los dos. Por eso, frecuente­mente experimenta la soledad, la incomprensión, el desamparo. Está colocado en medio, entre dos fuegos: para defender los derechos de Dios y transmitir sus órdenes; para interceder por el pueblo; para leer los signos de los tiempos e interpretar los acontecimientos a la luz de Dios, traduciéndolos en palabras humanas a fin de que el pueblo pueda responder a las exigencias del mismo Dios. 

El profeta es un centinela que da la voz de alarma; es un testigo y un agente de la soberanía de Dios por encima de las mismas instituciones; es también un fiscal que denuncia y un defensor de los pobres e inocentes. El profeta anuncia el mensaje salvador de Dios a partir de las situaciones concretas del hombre, y denuncia toda forma de idolatría y de injusticia. Vive, al mismo tiempo, la pasión de Dios por su pueblo y el drama -a veces, convertido en tragedia- del pueblo que busca a Dios entre anhelos, zozobras e infidelidades.

Hay que recordar que la palabra profeta -y, por supuesto, los vocablos profecía, profético, profetizar-, desde su etimología griega, tiene una triple significación, que conserva también en español. Profeta es un hombre que habla ante otro y en favor de otro, que proclama abiertamente en público, que pronostica o anuncia de antemano; pero, sobre todo, es el hombre que habla en lugar de otro, que hace sus veces. El profeta e el hombre de la palabra, porque e el hombre del mensaje. Todo en él -en cuanto profeta- es palabra de Otro: Sea como interpelación, o como aliento, como denuncia o como anuncio. Y siempre desde y para la esperanza.

El profeta es el hombre de la fe, de la insobornable esperanza, que descubre y proclama -con palabras como espadas- los designios de Dios y sus verdaderas intenciones a través de los acontecimientos de la existencia humana. Es y se sabe 'conciencia religiosa' del pueblo. "Unas veces consuela y otras amenaza, denuncia los pecados de todos con una extraña mezcla de debilidad y de poder; en la exaltación, humilla; y en la humillación, exalta; cuida siempre de mantener en pie la fe en el Dios salvador, como garantía de la vida presente y futura... Rabiosamente seguro de la fidelidad misericordiosa de Dios y profundamente identificado con el doloroso destino de su pueblo, el profeta es el hombre de la seguridad final y de la esperanza; desengañado, solo, abatido, el profeta no duda de la salvación final; todo lo revisa y enjuicia con tal de dejar a salvo la justicia de Dios y la seguridad de sus promesas".

Gregorio Marañón dice gráficamente que el profeta es "el psiquiatra de la conciencia colectiva de su época", que, "al desenterrar el dolor de todos, nos incómoda y nos indigna, pero nos da (la) fortaleza áspera de la verdad. Fingimos no conocerlo; acaso le lapidamos..., pero calladamente reconocemos que tenía razón". Y es que la humanidad entierra muchas veces en su conciencia colectiva lo mejor de su alma, todo lo que no le es inmediatamente útil o placentero. Y necesita que, de cuando en cuanto, alguien con voz poderosa desentierre y resucite ese pasado muerto o voluntariamente olvidado. Y ése es el quehacer del profeta. Por eso, molesta, inquieta y hasta provoca la indignación y el rechazo. Fustiga, con su palabra y con su vida, nuestra mediocridad y nuestra incoherencia. Las palabras y acciones del profeta irritan fácilmente a sus contemporáneos. Porque es un hombre implacable, que se convierte en espejo de la conciencia de los demás y refleja con tenacidad heroica e impertinente todo lo que nosotros hemos ido retirando a los sótanos del olvido. El profeta no es un resentido, sino un hombre lúcido y sincero que actúa, sobre todo, en los momentos de crisis, sin ningún afán de protagonismo. No se complace en las denuncias ni en las amenazas. Habla siempre desde el amor, aunque muchas veces se trata de un amor dolorido. No tiene espíritu de contradic­ción, que es una actitud adolescente, caprichos e infecunda. Más bien tiene lo que el mismo Marañón llama "un eficaz espíritu de contrapelo".

"El profetismo nace de la experiencia de Dios y de su designio en la historia. Profeta cristiano es el que, revestido de fortaleza, anuncia la voluntad de Dios. El pueblo de Dios es pregonero de los bienes futuros, promesa de la vida nueva y voz que proclama la presencia del Señor de la historia. Por eso, recuerden todos que toda palabra y todo gesto profético brota del diálogo de amistad con Dios y que lleva al conocimiento de su voluntad y al discernimiento espiritual. Por otra parte, el ejercicio de la vocación profética supone un irrenunciable amor a la verdad y la audacia en la proclamación de la voluntad de Dios contra el despotismo de la opinión pública, aun­que de esa proclamación surjan conflictos".

El discernimiento de los signos de los tiempos, como dice el Concilio, ha de hacerse a la luz del Evangelio, de tal modo que se «pueda responder a los perennes interrogantes de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la relación mutua entre ambas» (GS 4). Es necesario, pues, estar abiertos a la voz interior del Espíritu que invita a acoger en lo más hondo los designios de la Providencia. Él llama para que se elabore nuevas respuestas a los nuevos problemas del mundo de hoy. Son un reclamo divino del que sólo las almas habituadas a buscar en todo la voluntad de Dios saben percibir con nitidez y traducir después con valentía en opciones coherentes con las exigencias de la situación histórica concreta.


LA SOLEDAD DEL PROFETA 
(SOL DE LA MEDIA NOCHE) 
MARCELINO RODRÍGUEZ Y MARÍA DRESE 

Que cosa extraña, mi Dios, 
nadie me ha visto, nadie me ha percibido. 
Y anduve hablando solo con mis nebulosas. 
Dame noche, tu negra flor llena de estrellas. 

¿Dónde están los corazones de la tierra? 
Ningún abrazo, ninguna atención. 
Ninguna gentileza o delicadeza. 
Poca o ninguna conmoción por la belleza. 

Dame ángel plateado, 
el viento levemente en la noche. 
En la noche que me entregará su flor... 
Y canta bellamente el pájaro absoluto. 

Y solo está conmigo Dios y nadie. 
Y adormezco lleno de profecías, 
en esta cama que ni es cielo ni tierra. 
Y duermo triste con la paz humilde 
más allá del entendimiento.


🎵
Rafael Leonardo Ferreyra plays 
his "Soledad del Profeta" 
for organ and synthesizers.


VER+:

¿NO NECESITAMOS PROFETAS?

ANUNCIAR, DENUNCIAR Y RENUNCIAR DEL PROFETA

2 comments :

David Carnaby dijo...

Sé lo que se siente experimentar cosas y tener que declararlas para despues ser perseguido...

Todo sea para la gloria de Dios

Yanka dijo...

GLORIA POR LA GLORIA DE SU GLORIA!!!