«Sed sinceros con vosotros mismos, no tengáis miedo a sentir, pensar y decir la verdad. No imitéis a vuestros mayores, que fueron generaciones lastradas, frustradas por el miedo. Y es que no hay motivo para el miedo; el miedo está en vuestra imaginación, no en la realidad. Venced el miedo y entregaos con pasión a la libertad y al amor, que es lo vuestro» Antonio García-Trevijano
El sentido común y el pensamiento tradicional se resisten a creer que sea posible identificar la verdad con la libertad. No sostengo aquí que la equiparación de estos dos valores, de diferente campo de aplicación, tenga dimensión ontológica o universal. Me limito a examinar esa cuestión en la esfera de lo político y de la política. Y ahí he llegado a descubrir con alegría que la verdad, en la relación de poder entre gobernantes y gobernados, entre Estado y Sociedad, está en la libertad que la fundamenta.
Verdad política y libertad política son una sola y misma cosa. Lo cual implica que si a la verdad se llega por el conocimiento de la inteligencia, a la libertad también. Esto es más revolucionario que cualquier ideología de la voluntad de poder. El problema consiste en cómo hacer posible que la sociedad acceda al conocimiento de la verdad política, del mismo modo que llega a las verdades científicas. Y es aquí donde la unidad de conocimiento, llamada epistemológica, se hace condición de la verdad y de la libertad. La oposición al conocimiento unitario de la verdad política la constituyen las ideologías, en tanto que son veladuras de la objetividad y visiones parciales de la totalidad social.
El idealismo griego identificó las nociones de verdad, belleza, bondad y libertad, en la suprema expresión del orden cosmético del universo y en la esencia de lo humano. Pero la radical separación del empirismo entre naturaleza y moralidad, junto al dualismo cartesiano (mente-mundo exterior), dejaron a la libertad colectiva de la humanidad, salvo en la ética de Spinoza, sin fundamentos en la naturalidad.
La verdad de la inteligencia cognoscitiva de la materia era el espejo mental de la Naturaleza. La libertad de la voluntad electiva del espíritu era la fuente de la moralidad. El pensamiento materialista, incluso el marxista, no podía unir la libertad política a la verdad social. Si ésta se determinaba en última instancia por las relaciones de producción, aquélla solo podía ser ilusión colectiva y privilegio real de los señores del mercado.
La filosofia ha tratado de buscar la virtud trascendental que realice, en la vida práctica, la identificación de la verdad con la libertad. Platón y Aristóteles la encontraron en la nobleza del hombre sabio, justo y honrado, en la síntesis ética-estética que realiza la unión de lo bello y lo bueno (kalokagathía), en cuya virtud el poder se justifica por su función educativa en la verdad y no en la obediencia. En esa unión encontraron los griegos “el principio supremo de toda voluntad y de toda conducta humanas, el ultimo motivo que actúa movido por una necesidad interior y que es al mismo tiempo el móvil de cuanto sucede en la Naturaleza, pues entre el cosmos moral y el cosmos físico existe una armonía absoluta” (Jaeger).
El “hiperhombre” de Luciano y el “superhombre” de Zaratrusta, aunque sean, a mi parecer, tipos ejemplares derivados de la “kalokagathía”, no sobrepasan la dimensión personal de aquella virtud ideal griega, como tampoco la supera el ideal de vida auténtica en la filosofía existencial, salvo en la noción de libertad del último Heidegger, que la fundamentó en la verdad (“De la esencia de la verdad”, 1943), cuando dejó de estar obsesionado con el Dasein existenciario, con el hecho irremediablemente dado de estar-en-el-mundo.
Más que en la correspondencia entre la mente y la cosa, la verdad consiste, como pensaron los griegos, en un descubrimiento. En la cosa social existe verdad y falsedad. Mientras esta encubre la degeneración en el estado del ser social, aquella la descubre. Y lo descubierto permite que se descubra porque la cosa social está abierta, mucho más que la Naturaleza, al conocimiento de la verdad, por su homogeneidad con la libertad del espíritu que la encuentra. Un conocimiento creador, pues la libertad de pensamiento que descubre la verdad la convierte en verdadera, es decir, en verdad realizable en el mundo, al modo como la verdad científica se verifica como verdadera en la ciencia aplicada y en la tecnología. Pero la verdad política solo se puede patentizar como verdadera si la libertad de expresión la difunde en su integridad, tal como es, haciéndola presente y, en consecuencia, deseable.
Heidegger pensó que la verdad es la libertad, porque veía en la apertura de la cosa a su conocimiento una cierta liberación, una entrega previa de la materia social a la esencia de la verdad. Lo cual presupone la existencia de un tipo de libertad que no expresa decisiones de la voluntad. Un tipo de libertad que no posee el hombre, sino que lo posee.
Pero el pensamiento de Heidegger no podía identificar la verdad política con libertad política. La idea de liberación -en la apertura del ser social al conocimiento de la verdad- presupone una acción, voluntaria o intencional de la libertad que, por la lógica del consecuente, es posterior al conocimiento de la verdad.
Mi investigación sobre la identidad de la verdad con la libertad ha tratado de evitar el escollo psicológico y aristocrático de fundamentarla en alguna virtud trascendental, como los griegos, y el círculo vicioso de situarla en una previa y ontológica libertad objetiva del ser social, como Heidegger.
El fundamento de la identidad de verdad y libertad lo he buscado en un principio universal, que no es el de la utilidad a la especie humana, como creyó Nietzsche, sino el de la lealtad de la Naturaleza a lo natural, expresada en la homogeneidad de la forma con la materia a que inhiere, y en concreto, en la forma republicana que constituye con la libertad constituyente la materia política de la Sociedad y del Estado.
La verificación de este fundamento de la verdad política en la libertad política, la consideración de este tipo de libertad colectiva como lo único que es verdadero en la relación de poder, lo busqué en la experiencia histórica. Tanto en la del triunfo de la libertad (EEUU, Suiza), como en la de su fracaso español y europeo.
Y la trascendencia de la igualdad verdad-libertad está en que la realización de lo verdadero y lo libre depende más de la unidad de su conocimiento social, por medio de la difusión de la verdad descubierta, que de la voluntad de liberación de los que siendo siervos voluntarios se creen libres.
LEALTAD POR LA LEALTAD
FRASES SOBRE LA LEALTAD
"La Envidia y la Soberbia no soporta la Lealtad ni la Verdad, ni la Libertad" Yanka
"La confianza se gana, el respeto se da, la lealtad se demuestra. La traición a alguna de las tres provoca perder todas". Autor desconocido.
"Una persona nace con sentimientos de envidia y odio. Si se deja llevar por ellos, le guiarán a la violencia y al crimen, y a cualquier sentido de lealtad o buena fe serán abandonados". Xun Zi.
"Entre las cualidades que un héroe debería tener, incluiría determinación, lealtad, coraje, perseverancia, paciencia, intrepidez y solidaridad". Ricky Martin
"Soberanía, lealtad y soledad". Georges Bataille
"Lealtad a una causa injusta es la perversión del honor". Brian Herbet
"Los caminos de la lealtad son siempre rectos". Charles Dickens
"La grandeza de las personas se mide por la lealtad de su corazón y la humildad de su alma". Rubén D Sequera
"Ser leal a sí mismo es el único modo de llegar a ser leal a los demás".
Vicente Aleixandre
"Creo que soy una persona de una sola obsesión, que apuesta por la amistad, por la lealtad, por la fidelidad: tengo todas las cartas a un solo número". Alfredo Bryce Echenique
"La Lealtad es cosa de la que todo el mundo habla y muy pocos la practican, por la sencilla razón de que no es una posición espiritual al alcance de todo el mundo, ni todo el mundo está preparado para ser leal". Ramón Carrillo
Este artículo demuestra que la lealtad es virtud más potente que la fidelidad, puesto que la fidelidad es externa, en el sentido de que depende de algo exterior, y la lealtad es interna, en el sentido de que es, primariamente, lealtad a nosotros mismos y a nuestra decencia.
Con una sola palabra se expresó en el pasado inmediato, cuyos residuos aun perduran, una completa concepción del mundo. Cada una de esas voces universales creó su contraria. Y millones de personas, encandiladas ante ellas, se dejaron prender en las hogueras de la historia. Liberalismo, anarquismo, socialismo, comunismo. Pero las tragedias que evocan, y su inadecuación a la realidad, las retiraron de la circulación. Y otros términos inanes las reemplazaron para renovar las fuentes espirituales de la servidumbre voluntaria. Democraciacristiana, Socialdemocracia, Sindicacionismo. Palabras expresivas de sindicaciones de poder cuya única visión del mundo es la del Estado, donde se instalaron desde el final de la guerra mundial.
Pero existe una palabra que expresa, ella sola, el secreto instintivo de la humanidad, el motor consciente de todo lo que hay de noble en el mundo, el mecanismo inconsciente que ha permitido el desarrollo económico por medio de la división del trabajo. Sin definirse como virtud cardinal, esa palabra designa el fundamento y la finalidad de todas las virtudes morales. Tan grande es la potencia de lo que expresa para la acción humana, que bien puede considerarse como su principio originario. Tiene tal atractivo social que comunica vida y elevación a sentimientos nacidos de la religión, como la fidelidad, o de las ideologías, como la solidaridad, de los que, sin embargo, se separa y contrapone. ¡LEALTAD!
Mientras que la fidelidad ha de poner su fe en alguien o algo que la trasciendan, la lealtad permanece en la inmanencia del Ser leal a sí mismo. Por eso, las faltas de fidelidad son perdonables, y las de lealtad, imborrables. Por eso, las monarquías nacen y duran en virtud de la fidelidad, y las repúblicas, en virtud de la lealtad.
Mientras que la solidaridad, salvo en las obligaciones jurídicas solidarias y en el delito de omisión de socorro, está exenta de responsabilidad, la lealtad lleva en sus entrañas, si se traiciona a sí misma, la más grave sanción que puede sufrir el ser humano, solo comparable, por sus efectos letales de la personalidad, a la culpa original y la expulsión de Adán y Eva.
En esta sociedad española, donde política y socialmente triunfa la deslealtad, puede hacer sonreír el valor supremo que le estoy dando a la lealtad. Pese a que no llego tan lejos como los filósofos de la existencia, pues no creo que tenga significación ontológica o metafísica el hecho de que la lealtad sea “identificación de la existencia consigo misma“, por utilizar la definición de Jaspers. En todo caso, coincido con Unamuno y hago mía su expresión “lealtad por la lealtad misma“.
Para comprender el abismo que separa la fidelidad de la lealtad, basta comparar el drama del niño Isaac, a punto de ser degollado, por fidelidad de Abrahán a Yahvéh, con la tragedia del niño de Mateo Falcone, quien oculta en el pajar a un maquis herido, perseguido por la policía, y luego le indica a ésta donde está escondido, a cambio de un reloj. El padre, Mateo, llega cuando el maquis, ya preso, escupe al niño su desprecio. Coge una pala y sígueme, le dice a su hijo. Haz un hoyo. Disparó y lo enterró. P. Mérimée sabía que la deslealtad de Fortunato lo había matado moralmente antes de que su padre rematara su cuerpo.
La Transición está existencialmente basada en la quiebra absoluta de la lealtad por parte del poder constituyente. Quiebra sustancial que dio lugar a la Constitución de la deslealtad a España (nacionalidades) y a los españoles (listas de partido) o sea, deslealtad por deslealtad a sí mismo. Falta imborrable e imperdonable, muy superior en trascendencia a la infidelidad personal de un rey perjuro. La Monarquía de Partidos, como Fortunato Falcone, no tiene vida moral. Arrastra su existencia material, como cuerpo corrompido, hasta que la República Constitucional de la lealtad de los españoles a sí mismos, la entierre.
LEALTAD Y ACCIÓN
Frecuentemente confundida con fidelidad o solidaridad, “la lealtad no es fidelidad que enlace amistades y amores con promesas a sí mismo, para transformar simpatías en sentimientos intensos y exclusivos, sin tener en cuenta edades, clases o intereses. El árbol de la lealtad crece, sin apenas darnos cuenta, cuando la sensibilidad instintiva, pasando por el filtro de la madurez moral, se une a la inteligencia del sentido de la vida. Lo único dramático en la lealtad es su difícil conjugación con el espíritu de justicia o de verdad, confundidos en la Naturaleza”.“Un drama de la lealtad que no tiene lugar, por principio, en las apetitosas convivencias en el ámbito circunstancial y transitorio del compañerismo y la camaradería. Los compañeros, camaradas y colegas no se eligen como a los amigos. El azar los reúne en colegios, deportes, guerras, prisiones, mafias y partidos estatales. Exaltada por todos los tipos de clandestinidad, desde la pandillera hasta la política, la vinculación nacida de la camaradería no está motivada o sostenida por la lealtad ni por la fidelidad, sino exclusivamente por la solidaridad de grupo ansioso de tener un pequeño territorio de poder transitorio. Los lazos interpersonales de solidaridad grupal, sin acceder a causas impersonales, no pueden ser fuentes de lealtad”, señala el autor.
Y concluye: “La Teoría Pura de la República Constitucional no es una bella idea que nazca en mente idealista y se sustente por sí misma. Supone una acción política continuada y perfeccionada con el movimiento de la libertad constituyente del poder político. Esa acción anónima colectiva sería la verdadera editora del pensamiento original de la Teoría que la inspira. Como le ocurre a todo lo verdadero, esta idea constitucional tiene belleza por la sencillez y naturalidad de su concepción, pero como sucede en todos los procesos naturales, sólo la hará bella la lealtad en su realización”.
DEL MOVIMIENTO DE CIUDADANOS HACIA LA REPÚBLICA CONSTITUCIONAL (MCRC)
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