La criolla principal
Como María Antonia Bolívar, este libro ya tiene una página en la historia de Venezuela. Una vida de estremecimientos, desazones y enterezas, convicciones y enfrentamientos, llena de intensidad cada párrafo de esta obra deliciosa y apasionante. Atrapada en una coyuntura que cambió la existencia de todos, esa mujer olvidada por la epopeya de los relatos oficiales reaparece aquí para dejarnos en claro que aquellos tiempos no pueden reducirse a explicaciones simplistas y maniqueas. Fueron años complejos y ardientes, cimbrados por decisiones que transformaron el horizonte y las cotidianidades. Monárquica confesa, luchó armada de sus verdades ante los embates libertadores de su hermano. Estoica y firme en sus posiciones, le tocó la suerte de los perdedores y se vio arrastrada, como tantos otros, a la vida republicana. María Antonia es el emotivo ejemplo de que llevar el apellido Bolívar no representó una misma forma de pensar ni de vivir esos momentos de vértigo y trastorno. Con más de 15000 ejemplares vendidos, «La criolla principal» es un libro de historia revelador que nos devuelve un pasado diferente al que suele ser confiscado entre héroes y versiones oficiales.
INTRODUCCIÓN
Es poco lo que se conoce sobre la vida de María Antonia Bolívar. La referencia ineludible sobre su persona es aquella que nos remite al consejo que le diera a su hermano, Simón Bolívar, cuando le advirtió que no aceptase la oferta que le hacían quienes pretendían coronarlo y le manifestó que, por ningún motivo, renunciase a su título de Libertador.
Este episodio está presente en los escasos y breves escritos que dan cuenta de la vida de María Antonia. El padre Carlos Borges, en el acto inaugural de la Casa Natal del Libertador, al referirse al valor y trascendencia de este «histórico» consejo, comentó entusiasta en su discurso: «...¡¿Dónde encontró esta sublime caraqueña la pluma de Plutarco?!».
Vicente Lecuna, estudioso de la obra del Libertador, no se quedó atrás y lo calificó como un «concepto soberbio» y como la más clara demostración de la «magnanimidad» y «grandeza moral» de María Antonia. El mismo Lecuna, al referirse a la hermana mayor de los Bolívar Palacios, aun cuando afirma que en un comienzo no compartió los ideales de su hermano ya que fue partidaria del rey, señala que era una mujer de «ideas elevadas, un gran sentido político y acendrado amor patrio».1
Otro acucioso investigador de nuestro pasado, el señor Manuel Landaeta Rosales, también se animó a emitir su opinión sobre María Antonia: «... era una mujer altiva, inteligente y de gran patriotismo».2
La Revista de la Sociedad Bolivariana, al cumplirse el primer centenario de la muerte de María Antonia, en 1942, le dedicó unas páginas y en ellas estampó el panegírico de la «hermana devota del Héroe», tributo de admiración «a la memoria de esta mujer ejemplar».3
Tres décadas más tarde, Irma De Sola Ricardo en su discurso de orden ante el Concejo Municipal del Distrito Federal, en ocasión de conmemorarse el Día Internacional de la Mujer, rindió homenaje a María Antonia Bolívar por la «indudable influencia que tuvo en la decisión más trascendental del Libertador», y la describió como una mujer de acendradas tradiciones religiosas, dedicada a su hogar y capaz de incursionar con resolución en la agricultura, en la administración de sus haciendas, en litigios judiciales y en la contienda pública. Era María Antonia, en palabras de la señora De Sola «... la heroína civil de las mil batallas cotidianas».4
En cada uno de los escritos mencionados, todos los autores destacan el enorme afecto que unía a los dos hermanos. Dice Lecuna: «... nunca dejaron de amarse como buenos hermanos». Afirma Landaeta: «Bolívar siempre la [...] ensalzó, admiró y colmó de elogios bien merecidos dándole el nombre de madre»; y refiere la señora De Sola el recíproco cariño que unía a ambos hermanos. Hasta aquí no hay fisuras en la apreciación de esta pariente del Libertador; todos coinciden en que se trató de una mujer noble, patriota, devota de su hermano y quien supo encaminarlo y recomendarle lo que más le convenía.
Más allá de estos apologéticos comentarios, no hay mayores noticias sobre la vida de María Antonia Bolívar.
Otra obra sobre la misma dama nos da una versión totalmente opuesta. Se trata del libro de Paul Verna titulado María Antonia y las minas de Aroa. Pues resulta que el señor Verna discrepa por completo de las opiniones emitidas por el padre Borges, Vicente Lecuna, Manuel Landaeta Rosales y la señora Irma De Sola Ricardo.
Referido de manera exclusiva al tema de la administración de las minas de Aroa por parte de María Antonia como apoderada del Libertador, Verna no se inhibe a la hora de fustigar y criticar duramente a la hermana de Bolívar. En opinión de Verna, María Antonia era una mujer «díscola» que enredó intencionalmente el negocio de las minas para quedarse con ellas luego de la muerte del Libertador. Denuncia sus «turbios manejos», cuya única motivación era impedir la venta de la propiedad a los ingleses. La califica de testaruda, avara, torpe, codiciosa, embrollosa y considera que se ha pretendido erigir una versión idílica de esta mujer cuando, según Verna: «... la verdad, la pura verdad (sin quitarle los méritos o las cualidades que pudiera tener) es que María Antonia era una mujer interesada, una persona aprovechada, avara y egoísta que sabía esconder muy bien a los ojos de su hermano la inmensa codicia que la devoraba».5
Rechaza Verna la idea de su acendrado patriotismo. No fue nunca el tricolor glorioso la bandera de María Antonia. Por el contrario, su bandera será siempre «... la de sus intereses económicos, de la riqueza, del dinero. Su única bandera será la codicia y la codicia de María Antonia no tenía límites. De los tres colores del estandarte patrio, solo del primero que recordaba el oro, parecía haber hecho su símbolo».6
La obra de Verna no ofrece detalles biográficos; no nos dice cuáles eran sus virtudes, si las tenía, o dónde nació, si tuvo hijos, qué tipo de vicisitudes padeció, cómo se desenvolvió su existencia. El interés primordial del autor es convencer al lector de que María Antonia era una mujer perversa que se aprovechó de la confianza de su hermano para salirse con la suya en el caso de las minas de Aroa.
La existencia de esta mujer, en la obra de Verna, queda resumida en un párrafo que más que una descripción biográfica es una condena:
... La vida de María Antonia será no solo la de una mujer de negocios, de una contadora que piensa y vive únicamente por aumentar las onzas de oro y los macuquinos de plata que duermen en su cofre, sino también la de una mujer desagradable e intrigante.7
De acuerdo con la versión que nos brinda este autor, no hay nada rescatable en la biografía de la hermana del Libertador: no quería a su hermano, no fue patriota y solo la distinguían su avaricia y su mala intención.
Las numerosísimas biografías de Simón Bolívar no son de mucho auxilio a la hora de tratar de conocer mayores detalles sobre la vida de María Antonia; la mayoría ni siquiera la mencionan y, cuando lo hacen, es para referirnos el mismo episodio del consejo «histórico» sobre el tema de la corona, o cuando se ocupan de describirnos su cuadro familiar y mencionan que tuvo dos hermanas, María Antonia y Juana, y un hermano, Juan Vicente.
Una excepción es la obra Bolívar, de Salvador de Madariaga, quien insiste sobre el tema de las ideas políticas de María Antonia, refiere su rechazo a la Independencia y da cuenta de las profundas reservas que tenía respecto a la conducta política de su hermano menor. Inclusive, Madariaga incorpora en el apéndice documental de su obra las representaciones que dirige María Antonia a las autoridades españolas en las cuales deja clara su posición respecto a la Independencia y solicita al rey de España que le conceda una pensión. No obstante, la obra de Madariaga tiene como propósito narrarnos la vida de Simón Bolívar y no la de su hermana María Antonia, de forma tal que no se extiende sobre los trámites que ocupan a la dama en cuestión.
Es, pues, esta contradictoria percepción sobre María Antonia, así como la ausencia casi absoluta de información sobre su biografía, lo que me animó a escribir el presente libro.
Indagar cómo fue la vida de María Antonia Bolívar, cuándo se casó, cuántos hijos engendró, qué impacto tuvo sobre su existencia el estallido de la Independencia, cómo reaccionó frente a la guerra, qué tipo de iniciativas tomó, cuáles eran sus angustias, cuáles fueron sus padecimientos, cómo era la relación con su hermano, con sus hijos, con los otros miembros de la familia, cuáles eran sus opiniones políticas, su actitud frente a su propia circunstancia, sus temores, sus determinaciones. Reconstruir cómo se desenvolvió su existencia a su regreso del exilio, sus criterios y manejos a la hora de defender el patrimonio familiar, su labor como apoderada de su hermano, sus tormentos frente al desorden y la anarquía, sus preocupaciones. Averiguar qué pasó con María Antonia cuando se inició la reacción antibolivariana, cómo transcurrió su existencia después de la muerte de su hermano, cómo se manejó con el reparto de la herencia, cuál fue el desenlace de los pleitos entre los herederos, cómo fue su vejez, de qué manera afrontó la soledad y cómo le llegó la muerte.
Sin embargo, mi interés por escudriñar en la vida de María Antonia forma parte de un área de investigación más amplia. Desde hace más de una década me he interesado por el estudio de nuestro proceso de Independencia y uno de los aspectos que más me han llamado la atención es la enorme contradicción que representó para la élite criolla, promotora de la Independencia, romper de manera tan drástica con los valores y principios que había sostenido y defendido en los años precedentes.
En efecto, los criollos principales, instigadores fundamentales de la ruptura con la Madre Patria, hasta el año de 1810 no se animaron a cuestionar el vínculo que los unía con la Corona española; por el contrario, fueron muchas y representativas sus expresiones de lealtad a la monarquía y su inquebrantable determinación de impedir por diferentes medios el desmantelamiento del orden antiguo de la sociedad. Así lo hicieron cuando se negaron a admitir la Real Cédula de 1789 que regulaba el trato a los esclavos; cuando se opusieron a la aplicación de la Real Cédula de Gracias al Sacar en 1795; en ocasión de rechazar la conspiración de Gual y España en 1797; cuando condenaron la expedición de Miranda en 1806 y dos años más tarde, en 1808, cuando se apresuraron a constituir una junta para defender la integridad de la monarquía española en respuesta a la ocupación napoleónica de España y la destitución de los reyes borbones.
Mi libro 1808. La conjura de los mantuanos. Último acto de fidelidad a la monarquía española (UCAB, 2002), da cuenta de este último episodio.
Revisando los documentos referidos a cada uno de estos temas y problemas, tuve ocasión de toparme con un material poco conocido y de especial interés: las representaciones escritas por María Antonia Bolívar a las autoridades españolas para dejarles saber su rechazo a la Independencia y su condena a la dirección política del movimiento por parte de su hermano. Igualmente, tuve oportunidad de revisar la correspondencia personal de María Antonia a Simón Bolívar, así como las respuestas de este a las misivas de su hermana.
Este material epistolar y documental me animó a considerar que quizá podía resultar llamativo recuperar y analizar el testimonio de una criolla principal sobre los hechos de la Independencia, máxime cuando se trataba de alguien como María Antonia Bolívar quien, además de oponerse a la Independencia, se encontraba directamente emparentada con el protagonista estelar del movimiento.
Fue así como surgió el proyecto de elaborar un trabajo breve sobre esta singular relación entre una mantuana, enemiga de la Independencia, y su hermano, el Libertador, figura emblemática de la ruptura con España.
La intención era redactar una introducción al material epistolar entre ambos hermanos. Sin embargo, a medida que fui recabando información, el proyecto original dejó de ser una introducción para un epistolario y se convirtió en una biografía de María Antonia Bolívar.
El presente libro forma parte, pues, de lo que ha sido y sigue siendo mi área de investigación y como tal es el resultado de una profusa y larga acumulación de lecturas y reflexiones sobre la complejidad de nuestra fundación como nación independiente. Sin embargo, el material documental que sostiene la investigación es, fundamentalmente, el escrito por María Antonia Bolívar.
La «Representación a la Real Audiencia de Caracas» escrita desde Curazao el 28 de agosto de 1816 y la «Información promovida por María Antonia Bolívar sobre acreditar su conducta en los calamitosos días que turbaron la tranquilidad de la provincia de Caracas» fueron tomadas del Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, n.º 131, tomo XXXIII, julio-septiembre, 1950. La mayor parte de la correspondencia de María Antonia a su hermano está reproducida en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, n.º 62, 1933, pp. 265-298, Y en la obra preparada por Vicente Lecuna, Papeles de Bolívar, Caracas, Litografía del Comercio, 1917.
La correspondencia del Libertador a María Antonia se tomó de las Obras Completas de Simón Bolívar, La Habana, Editorial Lex, 3 tomos, 1950, y de la compilación de toda su correspondencia preparada por Vicente Lecuna, Cartas del Libertador corregidas conforme a los originales, Caracas, Litografía del Comercio, 1929- 1930, 10 vols. Otros documentos fueron tomados del apéndice documental que incluye Salvador de Madariaga en su Bolívar, tomo II, pp. 646-652.
Para la reconstrucción del ambiente familiar, de la infancia y adolescencia de María Antonia, los datos de su linaje y prosapia, fueron de especial utilidad los mismos trabajos de Lecuna sobre la familia del Libertador en la obra ya referida Papeles de Bolívar y en el completo estudio titulado Catálogo de errores y calumnias en la historia de Bolívar, Nueva York, The Colonial Press Inc., 1956. Sobre el linaje de las familias Bolívar y Palacios fue de especial utilidad la obra de Rafael Fuentes Carballo, Estudios sobre la genealogía del Libertador, Caracas, Publicaciones de la Primera Entidad de Ahorro y Préstamo de Caracas, 1975; el libro de Luis Alberto Sucre, Historial genealógico del Libertador, Caracas, 1930, y también un largo ensayo de Felipe Francia sobre «La familia Palacios», publicado en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, enero-marzo de 1946, n.º 113, pp. 61-90.
La recreación de la época de la Independencia y los sucesos que rodean los primeros años de la guerra resultó más sencilla, ya que se trata de fuentes documentales, testimoniales y hemerográficas que he tenido ocasión de trabajar con anterioridad. Son, pues, de primera importancia los volúmenes de la Gaceta de Caracas, primer periódico editado en Caracas desde el año de 1808; la obra de José Félix Blanco y Ramón Azpúrua, Colección de documentos para la historia de la vida pública del Libertador, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1979, XV volúmenes; el testimonio de José Domingo Díaz, criollo activista del partido del rey, Recuerdos sobre la rebelión de Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1961; la ineludible obra de Caracciolo Parra Pérez, Historia de la Primera República, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1959, 2 tomos; la clásica Historia constitucional de Venezuela de José Gil Fortoul, Caracas, Editorial Las Novedades, 1962, 3 tomos; el detallado Resumen de la historia de Venezuela de Rafael María Baralt, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1983, tres volúmenes; y como obra auxiliar para la reconstrucción del año 1814, el breve estudio de Juan Úslar Pietri. Historia de la rebelión popular de 1814, Madrid, Caracas, Editorial Mediterráneo, 1972.
Para los años posteriores al regreso de María Antonia, además de sus cartas, fueron de interés las obras ya citadas de José Gil Fortoul y Rafael María Baralt, la Autobiografía de José Antonio Páez, Caracas, Academia Nacional de la Historia, dos tomos; los libros de los colombianos José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, Medellín, Editorial Bedout, 1969, 5 tomos y José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada, Bogotá, Editorial Cromos, 1956, y el interesante y acucioso testimonio de sir Robert Ker Porter, Diario de un diplomático británico en Venezuela 1825-1842, Caracas, Fundación Polar, 1997.
El tema de la reacción contra Simón Bolívar fue investigado con el auxilio de la obra de Emilio Rodríguez Demorizzi, Poetas contra Bolívar, Madrid, Gráficas Reunidas, 1966, en la cual reproduce muchos de los textos elaborados por quienes rechazaban la hegemonía política del Libertador.
En la reconstrucción de los sucesos venezolanos a partir del año de 1830, resulta imprescindible la consulta de la obra de Francisco González Guinán, Historia contemporánea de Venezuela, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1954, 15 tomos, y la Colección pensamiento político venezolano del siglo XIX, Ediciones de la Presidencia de la República, Caracas, 1961.
Finalmente, es preciso comentar una fuente de enorme relevancia: el Archivo del Libertador, el cual reúne el más importante acopio documental sobre Simón Bolívar que, por decreto presidencial del 13 de enero de 1999, quedó bajo custodia de la Academia Nacional de la Historia y el cual podía ser consultado en la sede oficial del Archivo ubicada en la avenida Universidad, esquina de Traposos, lugar acondicionado especialmente para la conservación y resguardo de este importante fondo documental, gracias al apoyo económico del Banco Venezolano de Crédito. El 13 de abril de 2010, por decreto presidencial n.º 7375, se ordenó el traslado de la totalidad del archivo a la sede del Archivo General de la Nación, junto con el Archivo de Francisco de Miranda, el cual, desde 1926, se encontraba bajo custodia de la Academia Nacional de la Historia. Según estableció el decreto del 2010, la decisión de trasladar ambos archivos a la sede del AGN se justificó argumentando que, tanto el pensamiento de Bolívar como el de Miranda y, en consecuencia, sus archivos, constituyen la «base ideológica de la Revolución Bolivariana» y el «legado revolucionario y liberador para los pueblos de América y del Mundo».
En atención a ello, debían ser resguardados en «... instituciones del Estado que desarrollen sus funciones con el objeto de rescatar la memoria histórica de las luchas de liberación del pueblo venezolano, las cuales han sido ocultadas por factores públicos contrarios al proceso revolucionario». Tales argumentos generaron una fuerte polémica pública entre quienes manifestaron su abierto respaldo a la iniciativa del gobierno al considerar que de esta manera esta documentación se ponía al alcance y al servicio del pueblo y quienes, por el contrario, expresaron su abierto rechazo a la condición «revolucionaria» que se les otorgó a los documentos como soporte de la resolución que ordenó su traslado; denunciando, al mismo tiempo, el claro tinte político que determinó la decisión del Ejecutivo.
Un completo índice de las declaraciones, artículos y consideraciones que se hicieron al respecto, así como de los documentos relativos a la decisión y al traslado de ambos archivos, se encuentra reproducido en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia n.º 372 (octubre-diciembre 2010).
Una parte significativa del Archivo del Libertador ha sido publicada en diferentes obras que, desde el siglo XIX, se han ocupado de reproducir la correspondencia, proclamas, decretos, discursos y los más disímiles materiales relativos a la independencia y al Libertador. Sin embargo, de este mismo archivo también forma parte una variedad de documentos relacionados directamente con la familia de Bolívar, de los cuales es muy poco lo que se ha publicado. Fue, pues, de este copioso acervo documental no publicado de donde pudimos obtener la mayor parte de la información relacionada con la herencia del Libertador y todos aquellos documentos que dan cuenta de las discordias y litigios que dividieron los pareceres de sus herederos.
La consulta se hizo en las copias microfilmadas del Archivo que se encuentran en la Academia Nacional de la Historia y en el Bolivarium, en la Universidad Simón Bolívar. Se trata de la reproducción que se hizo de los originales el año de 1961 con el auspicio de las fundaciones Creole, Shell, Eugenio Mendoza y John Boulton y cuyo índice puede consultarse bajo el título Archivo del Libertador, Casa Natal-Caracas, Caracas, 1961.
Esta copia microfilmada fue sometida a un proceso de digitalización y automatización, durante el año 2011, por la Academia Nacional de la Historia y el Bolivarium de la USB a fin de que pudiese ser consultada libremente por investigadores y estudiosos en la página web de la Academia Nacional de la Historia.
En el trabajo de recuperar las fuentes y de procesar el material microfilmado y de archivo colaboró conmigo en calidad de asistente el entonces bachiller Ángel Almarza, quien paciente y eficientemente puso sus ojos y su interés al servicio de esta investigación. Sin su auxilio la redacción de este libro seguramente me hubiese llevado más tiempo.
El Instituto de Estudios Hispanoamericanos de la Universidad Central de Venezuela, mi base de operaciones académicas, me brindó todas las facilidades para que pudiese adelantar la investigación como lo hizo durante más de dos décadas. Debo reconocer también el apoyo prestado por el personal de la Biblioteca Nacional, en especial por las amigas de la sala de préstamos especiales Nancy Fernández y Rosario D’Arthenay, así como por la señora Irma Pérez de Reyes, siempre atentas y dispuestas a colaborar conmigo en la búsqueda y localización del material bibliográfico.
Igual mención merece la Academia Nacional de la Historia, en particular la doctora Ermila Troconis de Veracoechea y la licenciada Antonieta de Rogatis, quienes me ofrecieron todo su apoyo a la hora de consultar el archivo de Manuel Landaeta Rosales y los rollos de microfilm del Archivo de la Casa Natal del Libertador.
Otro centro en el cual fui recibida con la mayor hospitalidad fue el Bolivarium, el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Simón Bolívar. Allí completamos la consulta de los microfilms del Archivo de la Casa Natal en medio de la tranquilidad que ofrece el valle de Sartenejas y con la esmerada atención de Adriana Hernández, colega de la Escuela de Historia de la UCV.
Este libro tuvo dos lectoras preliminares, Ana Carlota Montiel de Quintero, mi mamá, y Valentina Quintero, mi hermana. Sus comentarios y recomendaciones me permitieron hacerle mejoras al original. El entusiasmo que despertó en ellas la historia de María Antonia fue el mejor estímulo para ponerle fin a la investigación.
Mis dos hijos, Alejandro y Luis, son seguramente los dos jóvenes venezolanos que más detalles conocen sobre la biografía de María Antonia Bolívar: durante varios meses tuvieron que escuchar cada uno de los hallazgos y cada una de las historias de María Antonia; debo agradecerles la paciencia y la solidaridad con las que me acompañaron durante los meses en que mi tema preferido de conversación fue la vida de esta «criolla principal».
El libro que se ofrece al lector trata sobre una mujer que vivió intensa y apasionadamente la Independencia –el más crucial de los episodios de nuestra historia– quien estuvo vinculada de manera estrecha y familiar con Simón Bolívar, sin duda, el personaje más importante de la historia de Venezuela.
Pero, al mismo tiempo, pone al descubierto los pareceres, consideraciones y resquemores de quien, muy probablemente, fue la única criolla principal que dejó testimonio escrito sobre el difícil y contradictorio proceso que se inició con el desmantelamiento del orden monárquico y finalizó con la disolución de Colombia y la creación de la República de Venezuela.
Las páginas que siguen no persiguen otro objetivo que discurrir sobre la complejidad de nuestro surgimiento como nación independiente de la mano de una protagonista de excepción: María Antonia Bolívar, criolla principal y hermana del Libertador.
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1 Vicente Lecuna. «María Antonia Bolívar y las ideas monárquicas» en Catálogo de errores y calumnias en la historia de Bolívar, tomo ii, p. 85; V. Lecuna. «María Antonia Bolívar» en Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, n.º 126, abril-junio 1949, p. 148. El mismo Lecuna cita la frase del padre Borges.
2 Manuel Landaeta Rosales. «María Antonia Bolívar», El Universal, Caracas, 11 de enero de 1910.
3 «Centenario de la muerte de María Antonia Bolívar», Revista de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, n.° 11, vol. iv, 28 de octubre de 1942, pp. 193-196.
4 Irma De Sola Ricardo. «María Antonia Bolívar», Caracas, Concejo Municipal del Distrito Federal, 1973
5 Paul Verna. María Antonia y las minas de Aroa, Caracas, Cuadernos Literarios de la Asociación de Escritores Venezolanos, 1977, p. 38.
6 P. Verna. María Antonia Bolívar y las minas de Aroa, p. 40.
7 P. Verna. María Antonia Bolívar y las minas de Aroa, p. 42
Fue enemiga de la República y fiel defensora de la monarquía. Su condición de mujer, su posición contraria a la Independencia y su parentesco con El Libertador, la sacaron del relato de la Historia y hoy hablamos de ella.
María Antonia Bolívar, la hermana mayor de Simón Bolívar, fue enemiga de la República y fiel defensora de la monarquía. Su condición de mujer, su posición contraria a la Independencia y su parentesco con El Libertador, la sacaron del relato de la Historia. Huérfana a los 15 años, contrajo matrimonio con Pablo Clemente y procrearon 4 hijos. Descendiente de conquistadores y formada en los principios de la desigualdad y del honor vio con horror la destrucción del orden social que produjo la revolución de independencia. Obligada por su hermano a abandonar el país en 1814, se mantuvo en el exilio a regañadientes, obtuvo una pensión del Rey y regresó a Venezuela en 1822. Jamás se sintió a gusto en la República, obtuvo un poder de su hermano para administrar los bienes de la familia, dispuso de casas, haciendas y esclavos, mantuvo una nutrida correspondencia con su hermano para hacerle saber sus decisiones administrativas y sus posiciones políticas, apoyó la dictadura de 1828 convencida de la necesidad de leyes fuertes para contener la disolución social que se vivía en la República. Sobrevivió a su hermano y falleció en Caracas en noviembre de 1842. Sus restos responsa en la Catedral de Caracas.
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