EL Rincón de Yanka: "EL CASTIGO QUE NOS MERECEMOS" 💥 por JUAN MANUEL DE PRADA

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miércoles, 4 de septiembre de 2024

"EL CASTIGO QUE NOS MERECEMOS" 💥 por JUAN MANUEL DE PRADA

EL CASTIGO QUE NOS MERECEMOS

En sociedades como la nuestra, 
los inmigrantes nunca son acogidos 
con hospitalidad auténtica

Las avalanchas inmigratorias son el castigo que sociedades como la española se merecen. Pues, en el plano espiritual, han instaurado un lodazal de indiferentismo religioso; y, en el plano material, han devaluado los oficios manuales hasta hacerlos indignos, a la vez que han generado sucesivas generaciones de parásitos sociales que no quieren doblar el espinazo ni a tiros. En realidad, ambos planos son haz y envés de la misma gangrena que corroe a las sociedades occidentales: huérfanas de ese espíritu religioso común que cohesiona a los pueblos, se entregan a la acedía, a la delicuescencia, a los placeres fáciles y subsidiados; y, a la vez, poseídas por el malestar propio de los pueblos que se refocilan en los miasmas de la abyección materialista, necesitan revolverse contra esto y aquello, sedientas de venganza y convencidas de que tiene que haber un responsable exterior a sus insatisfacciones.

En las sociedades occidentales –nueva encarnación del perro del hortelano– nadie quiere desempeñar los oficios manuales, que están muy mal remunerados (porque así le conviene a la plutocracia), y se prefiere vivir de la subvención y la mamandurria; pero a la vez fastidia que vengan inmigrantes a desempeñar esos oficios, o bien a disfrutar también de la subvención y la mamandurria. Y subleva sobremanera que los moros cometan abusos y violaciones en manada, como si la inmoralidad rampante que se promueve en las sociedades occidentales –consecuencia inevitable del indiferentismo religioso– no ejerciera un poderoso «efecto llamada» sobre las gentes más desaprensivas. 

En una sociedad unida por el espíritu común que brinda la religión, solamente se integrarían pacíficamente aquellas personas deseosas de trabajar y de vivir honestamente; y los fanáticos, los desaprensivos, los inmorales, los vagos y los maleantes se mantendrían naturalmente alejados. Una sociedad así sería a la vez puente expedito para el inmigrante laborioso y honesto; y muro insalvable para la hez humana. Exactamente lo contrario ocurre en sociedades como la nuestra, desfondadas moralmente y envenenadas por la molicie y el libertinaje.

A ello hay que añadir que en sociedades como la nuestra, los inmigrantes nunca son acogidos con hospitalidad auténtica, ni tratados con la caridad que merecen (pues nadie los reconoce como hermanos), sino que son utilizados para desatar las dinámicas políticas que interesan a las diversas facciones ideológicas: a los «hunos», para suscitar en el seno de la sociedad los antagonismos que faciliten la dinámica revolucionaria; a los «hotros», para explotar electoralmente el racismo y la xenofobia, o para sembrar el miedo egoísta a la pérdida del bienestar material. Por supuesto, el endurecimiento de las leyes, sin una auténtica «metanoia» social que nos haga renegar de los males que nos han traído hasta aquí, será por completo inútil. Tenemos el castigo que nos merecemos; y vamos a apurar el cáliz hasta las heces.