Mark Rutte, el demagogo-liberal
primer ministro holandés que niega ayuda
de la UE a Italia y España
Bajezas de los Países Bajos
"En Holanda las primeras ciudades -pequeñas- son apenas del siglo XIII: Brujas, Gante, Amberes, Amsterdam. Los holandeses solo llevan 700 años civilizados -viviendo en ciudades- y se les nota. Su comportamiento es de vergüenza ajena, pues ellos son tan bestias que no la tienen, es de racistas, engreídos y estúpidos". Luis Racionero
Holanda es el país de las hermosas ciudades patricias, con tejados de gabletes y muros de ladrillo, con canales, esclusas, jardines primorosamente cuidados e, incluso, hospitales alegres, como el que pude visitar en Groninga, donde debe ser de mal gusto estar enfermo. Holanda la habita gente agradable, educada, discreta, realista y bastante guapa, alta y atlética. En fin, Holanda es un país más perfecto que la pretendida utopía nórdica, ese infierno sin sol donde la gente se suicida y la depresión alcohólica es el humor predominante entre los beneficiarios del Estado del "Bienestar". Vivero de excelentes pintores, audaces marinos y célebres científicos, Holanda, el país de Erasmo y de Huizinga, es el ejemplo de nación burguesa, más que Inglaterra y Francia. Tolerante, juiciosa, nada heroica, rebosante de buenos alimentos, comodidades y sentido común, encarna el ideal del liberalismo burgués de los últimos tres siglos.
Pero de los Países Bajos también han salido la desesperación trágica del Rembrandt viejo, la esquizofrenia de van Gogh y las siniestras cuadrículas de Mondrian. Allí, durante el siglo XX, eclosionaron los peores engendros del racionalismo, y el viajero que se dé un paseo por los nuevos barrios de Amsterdam o por las ciudades de Flevoland podrá entender hasta qué punto la razón es una droga y su abuso uno de los peores vicios. Por eso, no me ha sorprendido nada la reacción de rechazo de los holandeses ante el cuidado y los sacrificios "irracionales" que españoles, italianos, griegos y supongo que todos los europeos bien nacidos hacemos por nuestros padres, abuelos, tíos, madres y demás parentela que ha superado la sesentena. Es curioso que los defensores del relativismo sean inflexibles y nada tolerantes a la hora de imponer ciertos derechos como el aborto, la eutanasia o el triaje, al mismo tiempo que impiden que la sociedad castigue de manera ejemplar a los peores criminales.
La práctica del triaje, llevada con singular frialdad por los neerlandeses --tan amantes de los animales y los tulipanes, tan progresistas y delicados defensores de los derechos de todas las minorías--, no se origina, como algunos insinúan, en el protestantismo (y también, por qué no), por lo menos del clásico, que sigue fiel al Decálogo de Moisés y a eso de honrarás a tu padre y a tu madre. Aunque con el caos que reina entre los evangélicos del norte de Europa, cualquiera sabe... El triaje tiene su origen en los hospitales de campaña, no viene ni de Lutero ni de Calvino, pero se adapta muy bien al fría tecnocracia de Max Weber y sus émulos, expertos en aplicar la lógica de la economía y de la sociología ilustrada a sus cobayas: nosotros y nuestros mayores. El progreso ha ocasionado un feliz alargamiento de la vida humana porque las condiciones materiales de nuestra existencia han mejorado; eso también causa un mal sobrevenido, que es el deterioro progresivo de la calidad de esa vida tan larga. Morir se ha convertido en un proceso complejo y, sobre todo, caro. Los buenos burgueses, extremadamente parsimoniosos con sus fondos, no pueden dejar de pensar como lo que son, racionalistas, economicistas y materialistas. "Los viejos ya han vivido demasiado, no tienen nada que ofrecer a la sociedad, mientras que los jóvenes tienen largos años por delante, su mantenimiento es menos costoso y pueden aportar su trabajo e innovación. En casos de emergencia, pues, concentremos los recursos sanitarios en los jóvenes y dejemos morir a los viejos. Así, además, aligeraremos el presupuesto en pensiones". Un razonamiento impecable, sobrio, lógico, económico, científico, inexorable, coherente, de una rentabilidad clara. Qué pena que no sea humano. No por algo nos llevan dos siglos y medio de adelanto en eso de la Ilustración.
Hace más de tres centurias que el pasado, la religión, el sufrimiento y los lazos de patria, sangre y fe fueron tildados de irracionales y condenados a una desaparición progresiva. Todo lo que no estuviera encaminado a hacernos mas ricos, saludables y felices en un plano absolutamente individual y material no merecía la pena que existiera. Desde que salió de Holanda en el siglo XVII, el liberalismo clásico se ha centrado en la búsqueda de la libertad y la felicidad del individuo abstracto, sin patria ni fe ni familia, un ciudadano del mundo-mercado, un fiel que deserta de los templos paternos y adora a un Becerro de Oro automático, productor infatigable de monedas y juguetes que entretengan al homo oeconomicus y lo alejen de mirar hacia su interior.
Pero, pese a todo, ni la muerte, ni la enfermedad ni el sufrimiento han dejado de existir. La vida se ha alargado pero se acaba , el sufrimiento se puede paliar pero no del todo y todas las enfermedades se curan... menos la última. Ahí siguen los mismos interrogantes que obsesionaban a nuestro antepasados, entre los que la muerte, el sufrimiento, la pobreza y la enfermedad eran cotidianos y visibles --evidentes--, como verdades que ningún progreso va a poder liquidar, a no ser que se acabe con el propio ser humano. Por eso se sigue leyendo a Dostoievski y se olvidan las novelas pastoriles. En ese aspecto, nuestros "socios" holandeses están muy avanzados. La felicidad es un perpetuo presente sin pasado, pero con ficticias anticipaciones de un futuro que no llega. Pero es que la felicidad no existe, sino los momentos de dicha. Es difícil suponer que ser feliz sea lo mismo que ser confortable, pero nuestros tecnócratas siguen creyendo que una población bien cebada, sedada y entretenida lo es: confunden la ambrosía de los dioses con el prozac de los farmacéuticos.
Todo pasado, todo lazo de sangre y de fe es un obstáculo para la felicidad del individuo abstracto de la Ilustración, ese ser sin ataduras, salvo las del mercado, y sin señas de identidad, sin memoria y sin alma, simple instrumento de las fuerzas económicas. ¿Qué tiene de extraño que quieran borrar del mapa a los ancianos, que son historia, pasado, raíces? ¿No es mucho más alegre y rentable un mundo sin viejos? ¿No es mejor abreviar sus sufrimientos y arrojarlos al nirvana del no ser? Han caducado, son chatarra humana.
Sé que muchos pensarán que los holandeses tienen razón. Simplemente les digo: algún día seréis viejos. Pero cuando dejamos que ciertos poderes se permitan el capricho de dictar quién debe vivir y quién debe morir, puede que no se detegan sólo en los ancianos. ¿Por qué no liquidar a todo aquel cuyo mantenimiento suponga un coste excesivo para el Estado? ¿por qué permitir que siga alentando gente que nunca va a tener las condiciones para una vida "digna" según los doctores Simón del Estado del Bienestar? Curiosa sociedad la nuestra, que protege a los criminales y extermina a los inocentes e indefensos. Hoy más que nunca deberíamos leer a Dostoievski.
HOLANDA NO ES PARA VIEJOS
La gripe de 1918 se llevó por delante a entre 40 y 50 millones de personas. Está demostrado que comenzó en Estados Unidos y se extendió por una Europa en guerra en la que era fácil el contagio. En ningún país europeo se informaba de aquella pandemia para no desmoralizar más a la población y al ejército. Millones de europeos morían de gripe, pero eso se censuraba y no se podía contar en los periódicos.
En España era diferente. No estábamos en guerra y aquí las 300.000 muertes que se produjeron no se podían achacar más que a la maldita gripe, así que los periódicos informaban profusamente de la pandemia. En resumen, parecía que la gripe solo afectaba a los españoles y cuando la guerra acabó y las muertes en el resto de Europa ya no se podían achacar a las balas y las bombas, la epidemia cobró protagonismo y como solo se había informado de ella en España, ha pasado a la historia como la gripe española.
Algo parecido sucedió con la sífilis durante el siglo XVI, que era conocida en Holanda, Italia, Portugal y el norte de África como la sarna española. Ese mal nos permite comprobar cómo la xenofobia y la enfermedad están estrechamente relacionadas desde hace más de 500 años. Así, la sífilis fue llamada mal napolitano por los franceses, enfermedad polaca por los rusos, británica por los haitianos y cristiana por los turcos. Ahora, con el coronavirus sucede algo parecido en Estados Unidos, donde Trump no deja de referirse al virus chino.
En Europa, ningún país culpa a otro del continente directamente de la pandemia, pero sí se ocultan datos y, sin poder ocultar la xenofobia, se aprovecha para culpar a otros países de no saber enfrentarse a la pandemia y luego pedir ayuda económica a la Unión Europea. Es el caso, fundamentalmente, de Holanda. Allí, altos responsables de la lucha contra la epidemia acusan a España de admitir a ancianos en las unidades de cuidados intensivos mientras en los Países Bajos no permiten que lleven a sus hospitales a viejos ni a personas muy débiles. Es como si estuvieran dando argumentos a su primer ministro para que no apoye la solidaridad económica en forma de coronabonos o mutualización de la deuda y le dijeran: «No les des dinero porque luego se lo gastan en intentar salvar la vida a los mayores y eso no es rentable«».
La transparencia española a la hora de facilitar los datos de los muertos por coronavirus está provocando una situación parecida a la de la gripe de 1918-1920. En Holanda, los ancianos muertos no computan porque no son hospitalizados, en Francia no contabilizan a los muertos en las residencias de mayores y en Europa, en general, solo cuentan los muertos directamente por coronavirus mientras que aquí cuentan los muertos por y con coronavirus. Al no ocultar muertos, las cifras son mayores y la xenofobia, siempre latente, hace el resto.
La secuenciación genética Nextstrain demuestra que los primeros casos de coronavirus en España llegaron desde Alemania (Canarias) y el Reino Unido (Baleares), también señala a Suiza como país importador de casos por sus relaciones bancarias con China. Es decir, el relato que Europa del norte se cree es el de que el virus se extiende por lo mal que lo hacen los países del sur y por lo bien que tratamos a los mayores. Pero el relato que ocultan es que fueron los turistas y los ejecutivos de esos países ricos quienes trajeron el virus a países como Italia o España, que tuvieron que hacer recortes en sanidad por las imposiciones de la crisis de 2008, países ricos que no toman medidas drásticas y que no son para viejos: allí, si te mata el coronavirus, no te cuentan.
Los que nos niegan el pan y la sal
Leo estos días unos mensajes que circulan por Internet diciendo que Alemania y Holanda nos niegan el pan y la sal en el Consejo Europeo mediante un bloqueo.
Tienen razón, pero no toda, en su negativa a ayudar al eje mediterráneo. Y tienen razón en el sentido de que España e Italia no hacen los esfuerzos necesarios para controlar ese caballo desbocado que es el gasto público y una deuda que nuestros nietos nos la echarán en cara cuando tengan edad de entender la herencia envenenada que les vamos a dejar. Yo al menos me siento avergonzado y cuando tengan la madurez suficiente para entenderlo les pediré perdón en nombre de mi generación.
No tenemos derecho a hipotecar su futuro, cuando mis padres y los padres de la gente de mi generación tuvieron que sacrificarse sufriendo grandes penurias para sacar a España de la miseria, de una economía arrasada por la guerra, de un soporte inexistente del valor de la moneda
provocado por el latrocinio de aquellos expoliadores del tesoro nacional y de las cajas de seguridad de particulares del Banco de España, y del robo de los fondos de, por ejemplo, el Museo de Numismática; o de una liquidación de los depósitos de oro para nutrir las ansias devoradoras del régimen de Stalin. De estas cosas hay que seguir hablando porque, aunque no nos dejen hacerlo, eso también es Memoria Histórica.
Pues bien, cuando yo mire los ojos de mis nietos no quiero avergonzarme.
No quiero sentirme un pedigüeño más que va a pedir a quienes han sido enemigos seculares de lo que fue el Imperio español de Carlos I y V de Alemania porque no querían perder su situación privilegiada de príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico con sentimiento y valores feudales, esclavizando a los campesinos e impidiendo el surgimiento de una burguesía urbana, y las bases de lo que ahora hubiera sido una unión cultural y política del conjunto de Europa.
Sí. A mí me da vergüenza ajena al comprobar que tenemos el doble de cargos políticos que Alemania teniendo ésta el doble de población, cuando ese país ha cruzado por el desierto económico tras la II Guerra Mundial, y tras los sacrificios con sobrecostes tributarios para lograr la unificación de dos partes de la Alemania escindidos por un Muro de separación, con sangre, sudor y lágrimas, con mucho esfuerzo y austeridad. Han logrado ser la cabeza económica de Europa, cuando hace tan solo ochenta años fueron abatidos y arrasados por segunda vez en menos de medio siglo. Alrededor de Alemania giramos como satélites los países del Mediterráneo, que se dedican a gastar y a gastar. Sobre todo, España. Y sus políticos son gente muy bien adiestrada en eso del gasto superfluo, no generador de riqueza. El gasto público improductivo sobre el PIB es alarmantemente superior a cualquier país de nuestro entorno, lo cual no es nada saludable para la economía de un país que no tiene materias primas.
Pero dicho esto, tengo que decir que la construcción de Europa, si realmente cree alguien en eso, que parece es una pamema en la realidad de las prácticas cotidianas, no se puede hacer a partir de la desigualdad.
Ellos liquidaron las fuentes de la riqueza en España para admitirnos como socios de eso que llaman la familia europea. Nos desmantelaron la industria para gozo y disfrute de los países del centro de Europa, nos quitaron la viabilidad del sector primario haciendo inservibles las producciones, y contentando a nuestros agricultores con estipendios económicos que son pan para hoy y hambre para mañana; y así, un largo etcétera, dejando a España como país de sol y turismo barato. Sé que esta descripción es algo así como una caricatura, pero representa realmente las condiciones con las que entramos en Europa, liquidando las fuentes del progreso económico que posibilitaron el desarrollo en los años sesenta del siglo pasado y que llevaron a España desde la autocracia a un relativo bienestar económico; sin que faltara trabajo para los que hasta poco antes vivían con las tarjetas de racionamiento.
No fue una entrada gloriosa. Fue un trágala a cambio de fondos estructurales y de cohesión que permitieron mejorar las infraestructuras viales de nuestro país, pero que eran pan para hoy y hambre para mañana. Un motivo para que hoy nos lo pasen por los morros, rebajando nuestra autoestima nacional, precisamente por los eternos enemigos de la Hispanidad generadora de un espíritu civilizador y humanizador de un nuevo mundo cuya sangre hibridada forma parte de nuestra herencia genética mestiza. Es en ese espacio de la Hispanidad donde teníamos que haber desarrollado nuestras sinergias y no destruir nuestra antropología teleológica.
No y sí. No tienen razón y sí la tienen, las dos cosas a la vez, pero si estamos en el mismo barco estamos, y no somos mediopensionistas. No tenemos por qué estar minusvalorados por culpa de una clase política que no ha generado más que pobreza futura con la apariencia engañosa de que éramos nuevos ricos, sin fuentes reales de riqueza para ser autosuficientes.
Quiero tener el orgullo de ser español, pero eso hay que trabajarlo, hay que hacer méritos para merecerlo. Y a mí, los holandeses no me van a enseñar nada. Ellos han creado un paraíso fiscal, ventajas para su tejido industrial que rompe la competencia. Un sistema que rompe la igualdad de condiciones. Por lo tanto, a mí, como español, no me van a enseñar a ser digno. Tengo el orgullo de venir de donde vengo, de un país grande, hermoso, con gente de la que me siento orgulloso pese a la indignidad y bajeza de unos pocos que arrastran por el barro nuestro prestigio como comunidad. No me avengo a que me pongan en entredicho lo que son los sentimientos nobles, el honor, y la riqueza cultural; la grandeza de nuestra historia. Por culpa de unos representantes impresentables que no merecemos los españoles de bien.
VER+:
Italia en un futuro hipotético. Los italianos mayores de cincuenta años se ven obligados a jubilarse y a trasladarse a una urbanización. Un profesional de la radio, a punto de cumplir los 50 y en la cumbre de su carrera, visita ese lugar con su mujer. Allí observan que, periódicamente, se celebra un sorteo y que los ganadores son enviados a un lugar paradisíaco.
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