EL Rincón de Yanka: EN DÓNDE ESTÁN LOS PROFETAS 📣

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martes, 24 de marzo de 2020

EN DÓNDE ESTÁN LOS PROFETAS 📣


En dónde están los profetas


LA IGLESIA ES INSTITUCIONAL Y CARISMÁTICA;
APOSTÓLICA Y PROFÉTICA;
TRADICIÓN Y NOVEDAD INNOVADORA

"...edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, ...hasta ser morada de Dios en el Espíritu”. Ef 2,20-22"

«La tradición pervive por la fe del pueblo» 
Federico Rico, ABAD

"Las claves para una teología y espiritualidad del laicado:

una condición sacramental de servicio, una condición carismática de libertad, un testimonio evangelizador en el mundo, y una presencia eclesial de corresponsabilidad”. S. Pié y Ninot
Ahora a los profetas les llaman fachas, trastornados, y cosas peores. Pero, siempre ha sido así. El poder siempre ha perseguido a los profetas. Tanto los fariseos como  los políticos siempre les han insultado. Ahora, los ningunean, pero, quién puede callar la voz de Dios que interpela, que corrige por amor. 
En los años setenta (y han pasado ya cuarenta y tantos años), salió al mercado un famosísimo disco entonces de Ricardo Cantalapiedra con el título de “El profeta”. En aquellos años no había reunión, encuentro, asamblea o convivencia donde no se cantaran algunas de sus canciones.
Pues ya ven, después de cuarenta años, ayer me dio por acordarme del susodicho disco y especialmente de una de sus canciones que llevaba por título “En dónde están los profetas” y que, entre otras cosas decía: “¿En dónde están los profetas, que en otros tiempos nos dieron las esperanzas y fuerzas para andar?” Eso digo yo.

Lectura del libro de Jeremías 1, 4-5. 17-19

El Señor me dirigió la palabra:
Antes de formarte en el vientre, te elegí;
antes de que salieras del seno materno, te consagré:
te constituí profeta de las naciones.
Pero tú cíñete los lomos:
prepárate para decirles todo lo que yo te mande.
No les tengas miedo,
o seré yo quien te intimide.
Desde ahora te convierto en plaza fuerte,
en columna de hierro y muralla de bronce,
frente a todo el país:
frente a los reyes y príncipes de Judá,
frente a los sacerdotes y a la pueblo de la tierra.
Lucharán contra ti, pero no te podrán,
porque yo estoy contigo para librarte
-oráculo del Señor-.

Por el bautismo todos profetas, pero a uno no le queda más remedio que comprender que si bien es verdad que todos profetas, también es verdad que unos tenemos más obligación que otros, diáconos, sacerdotes y obispos, simplemente porque hemos recibido un sacramento peculiar. Me impresionan dos cosas: una, la de decir todo lo que Dios nos mande. La otra, lo de no tener miedo.

Lo que Dios nos mande. Me da que necesitamos escuchar mucho más a Dios y menos las voces del mundo. ¿Qué es lo que Dios me pide que proclame en esta hora? No me vale con el archisabido de que lo importante es no crispar, ser prudentes, ir despacito. La situación es muy compleja, cada vez más se dice desde todas partes, y eso de ir de prudentitos para no tener problemas como Iglesia ya vemos que no conduce a parte alguna.
¿Qué quiere Dios que proclamemos? Posiblemente necesitáramos todos vestirnos de saco y ceniza, ayunar de medios de comunicación, olvidarnos de las palmaditas de lo políticamente correcto y dedicar tiempo a la lectura de la Escritura, los padres de la Iglesia, el catecismo, la oración y la meditación para descubrir qué cosa quiere Dios de nosotros en esta hora difícil. Hora difícil en la que se ha suprimido en la práctica el derecho natural, la antropología es ideología, Dios pura entelequia y el consenso de lo que se lleva está acabando con la verdad. Hora de relativismo, de acomodación, de ir tirando.

Los fieles nos miran. Miran a la Iglesia, miran a sus pastores, nos miran a los sacerdotes, a sus párrocos, preguntándose qué pasa. Nosotros seguimos tan tranquilos, silbando y mirando para otro lado y creyendo que ser profetas es pronunciar el domingo una homilía cansina, repetida y sin garra. ¿De dónde sacarán nuestros fieles las fuerzas, el estímulo, al arrojo para no caer, para seguir alegres en la brecha? ¿Quién los animará para que no decaigan sus fuerzas?
Yo creo que el miedo ya no es ni siquiera a que puedan decirnos algo, que también. Nos hemos resignado y nos hemos dado por vencidos. Mantenemos el tipo, aguantamos el chaparrón, de cuando en cuando alguna cosa para que parezca que seguimos vivos. Y ya.

¿En dónde están los profetas? ¿Profetas, profetas?
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En los textos católicos es común referirse a Jesucristo como Sacerdote, Profeta y Rey. Se afirma también que todos los que reciben por la fe el Bautismo participan en modo común de este triple carácter de Cristo y que lo hacen en plenitud aquellos que reciben el Orden Sacerdotal, los presbíteros, y sobre todo los obispos.

De estos tres «títulos», parece que el que más en consonancia está con el Jesús que nos presentan los evangelios es el de ‘profeta’: maestro de un estilo de vida y al mismo tiempo crítico sin tregua de la ley, el culto y de unas autoridades, en su caso espirituales, que hacían de la religión un factor más de opresión sobre la gente sencilla del pueblo creyente de Israel. Jesús, como algunos otros anteriores profetas de Israel, vivió defendiendo a los más humildes, poniendo en su sitio los preceptos religiosos (el sábado está para el hombre y no el hombre par el sábado) y viviendo él mismo con una actitud tal de libertad que en ocasiones incluso llegó a infringir algunas leyes con el correspondiente escándalo hipócrita de doctores, sacerdotes y demás arrimados a los protagonistas de la escena religiosa.

La Iglesia ha asumido la misión de hacer presente en su totalidad a Jesucristo en este mundo, lo que ha de hacer en cada lugar y en cada momento de la historia. Cada cristiano tiene que hacerle presente en la parcela en la que cada cual vive, pero sobre todo deben hacerlo aquellos que se consideran en modo pleno representantes institucionales de Cristo en la tierra: los obispos, y con ellos el clero.
La verdad es que es sorprendente cómo ejercen de bien su papel de sacerdotes, sobre todo en el caso de los obispos, pomposamente vestidos y a veces con un fasto totalmente en contradicción con lo que debiera ser una liturgia cristiana: austera y sencilla, donde los pobres se encuentren como en su propia casa, siempre ausente el brillo del lujo.
Bien les vemos también como gobernantes, (Cristo Rey) ejerciendo su autoridad en algunos casos hasta despóticamente, apoyado su autoritarismo en una ideología sin fundamentos evangélicos, al margen de la concepción originaria donde la autoridad es servicio y no mando.

Pero…, ¿dónde hoy los profetas? ¿Dónde hoy la palabra de denuncia que fustigue a los causantes de tanto sufrimiento en nuestro pueblo?

El profeta era el ojo y el oído de Dios: veían las injusticias que cometían los poderos con los humildes, oían su clamor y sentían, como en sus propias carnes, su opresión y explotación. Y eran luego la palabra de Dios condenando los abusos de los poderosos y pidiendo a gritos justicia para los ultrajados. Pero, sobre todo, los profetas eran el corazón de Dios: sensible y dolorido al ver la penosa realidad social de los marginados: enfermos, disminuidos, viudas… ¿Dónde, aquí y ahora, los profetas?

Su palabra era clara y no sibilina, era contundente y sin remilgos. No valen discursos que no impacten y capten la atención de los medios. Decir que la causa de todos nuestros males sociales presentes está en la ausencia de Dios, decir que en el origen de la crisis social hay una crisis de fe, como oímos decir a algunos obispos católicos españoles o a la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, para la inmensa mayoría de la gente es no decir nada sobre lo que de verdad sucede. Es, además, ocultar la realidad con humo de religión. 

¿Dónde hoy los profetas? Los que se sienten ministros plenipotenciarios de Jesucristo, que son por derecho el factótum en nuestras iglesias locales, los obispos, ¿por qué descuidan su ministerio profético? ¿Por qué asumen con tanto interés la función sacerdotal que dicen se fundamenta en la persona de Jesús y olvidan al profeta itinerante que en realidad fue ese Jesucristo al que dicen representar?


Viven entre espectaculares ceremonias religiosas pontificales, pero parece que, lamentablemente, ni oyen, ni ven, ni sienten, ni padecen el dolor de los pobres. ¿Dónde tienen puesto su corazón? ¿Hacia dónde miran? ¿Han perdido la palabra? Al menos sí la profética. Su palabra nos suena casi siempre a música celestial. Es una palabra que percibimos con frecuencia afectada, que hiere la sensibilidad de los luchadores y luchadoras. Los profetas empleaban un lenguaje llano, directo, contundente, que todo el mundo entendía.
¿Nuestros obispos, ellos en persona, no tienen nada que decir a los miles y miles de parados? ¿Nada que decir a quienes han causado esta situación? ¿No tienen nada que decir a los que son expulsados de sus casas por no poder afrontar la hipoteca, debido ello a que han perdido su trabajo? ¿Y nada que decir a los banqueros que mandan ejecutar los «desahucios»? ¿Nada que decir ante el empobrecimiento de los más pobres y del enriquecimiento de los más ricos? ¿Nada tienen que decir sobre el fraude fiscal o los paraísos fiscales? ¿Nada que decir de las fabulosas cantidades que reciben algunos altos ejecutivos, nada sobre los contratos blindados que se hicieron así mismo para cobrar cantidades escandalosas si fueran despedidos de su empleo? ¿No hay que defender también la vida de los nacidos-y-empobrecidos exigiendo responsabilidades a los productores de tales fechorías? ¿Nada que decir del drama de los refugiados?
 Nunca los profetas congeniaron bien con los poderosos.

Hablan sí para «defender el depósito de la fe» y para juzgar y condenar a quien según ellos lo ponen en peligro o se salen de él. Es lamentable que quienes pretenden seguir el llamamiento del Papa Francisco de evangelizar el mundo actual nos salgan con un texto como la reciente instrucción pastoral «Jesucristo salvador del hombre y esperanza del mundo». ¿Cómo pueden pensar que tal texto vaya a ser la buena noticia del evangelio que pueda ser acogida por los hombres y mujeres de hoy e ilusionarles? ¿Creen que así podrán hacer llegar la alegre y rica noticia de Jesús a los jóvenes, tan ausentes de la Iglesia? Todo es viejo e incomprensible para la mayoría: las ideas, el lenguaje que las vehiculan, la estructura formal donde se articulan, la teología con que se expresan, el soporte filosófico que le dan, confundiendo como siempre fe y creencias… Quienes así escriben para anunciar hoy el evangelio de Jesús, parecen mostrar que nada les importa: ni el evangelio, ni Jesús, ni que la gente se enriquezca con los valores que conllevan.
En cada uno de nosotros hay un profeta. Pero es posible que con frecuencia quede oculto, escondido, diluido. Nada más débil que la palabra profética. Es débil, porque lo es el hombre que la debe pronunciar: ante las dificultades, muchas veces tiende a huir (como Jonás) o a callarse (como Jeremías). Y lo es también porque se dirige al corazón humano, muchas veces cobarde, miedoso, cómodo, terco.
Además de situarse en Dios y de dejarse interpelar por Dios, para comunicar la palabra de Dios el profeta necesita parresía, que es: confianza gozosa, audacia y valentía, libertad para decirlo todo. Parresía es el modo como Jesús realizó su misión, el modo como vivió la relación con el Padre y proclamó el mensaje evangélico. Y desde Jesús, deviene uno de los rasgos esenciales de la existencia y experiencia apostólica. Como Jesús, el apóstol habla abiertamente, con toda claridad, con intrepidez y con una confianza gozosa en el Señor. Como Pedro y Pablo, como los profetas del Antiguo Testamento, el apóstol de Jesús necesita parresia para ser profeta del Reino.

El profeta necesita unción y parresia para pronunciar la palabra de la verdad y de la vida, para denunciar abiertamente la injusticia y la falsedad. Dejar la vida discreta, las formas prudentes, la instalación segura, el bienestar tranquilo el conformismo fácil y lanzarse a llamar las cosas por su nombre, a alzar la voz ante los poderosos sin dejarse intimidar, exige parresía.


En dónde están los profetas

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