EL Rincón de Yanka: UNCIÓN

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jueves, 23 de marzo de 2023

¿QUÉ ES LO QUE ESTÁ PASANDO EN LA UNIVERSIDAD DE ASBURY DE KENTUCKY?


¿Qué es lo que está pasando 
en la Universidad de Asbury?

“Avivamiento” en Asbury: el culto no cesa en la Universidad


Miles de personas siguen llegando a la capilla de la Universidad de Asbury para unirse en adoración, oración y confesión. Los participantes hablan de un “avivamiento” y esperan que marque la vida espiritual de una nueva generación.
Hace ocho días, parecía una jornada habitual en la Universidad de Asbury (Wilmore), en Kentucky, Estados Unidos. Como cada mañana de miércoles, la capilla acogía el culto semanal. Esa reunión, sin embargo, no terminó en su hora planeada. De hecho, todavía no ha terminado cuando escribimos estas líneas.

Desde entonces, miles de personas se han acercado hasta la capilla de Asbury para participar en lo que muchos están definiendo como un “avivamiento”. En tiempos de redes sociales, pronto se ha convertido en uno de los temas más comentados entre cristianos que siguen con curiosidad, y también con emoción, lo que está ocurriendo en esta universidad (se puede seguir la tendencia # AsburyRevival en Twitter o Instagram).
En la universidad recuerdan que, en 1970, hubo también un movimiento espiritual que marcó a una generación. Algo más de cincuenta años después, otra vez miles de personas, la mayoría jóvenes, se congregan para adorar, orar, compartir la Palabra, animarse unos a otros con testimonios y “llenarse de la presencia de Dios”.
El culto que no termina ha estado marcado por la sencillez. Música suave, orden, sin figuras destacadas ni estridencias. Los que asisten, transmiten la sensación de estar “viviendo algo sagrado”.

Cómo comenzó

El miércoles por la mañana tomó la palabra uno de los pastores, Zach Meerkreebs, para exponer sobre Romanos 12:9-21, un sermón de unos 25 minutos que se puede volver a ver en YouTube en los que se centró en el llamado al amor que expone el apóstol Pablo. El predicador invitaba a los presentes a reconsiderar el amor, una palabra tan manoseada en la cultura actual, para recuperar su sentido bíblico, que implica mucho más que una emoción.
Durante la enseñanza, enfatizó la necesidad de que el Espíritu Santo sea quien produzca este fruto en el creyente. “Nos sentimos hipócritas, nos sentimos dolidos al darnos cuenta que no damos la talla. Espíritu Santo, muévete, sánanos, muéstranos tu verdadero amor”, oraba Meerkrebs.
“No puedes amar hasta que eres amado por Jesús. Deja de esforzarte o de llevar esta carga. Tú has sido amado. Descansa en Jesús para ser amado y que de esta forma puedas amar a otros”, decía el pastor. “En la medida que experimentes el amor de Dios, podrás perdonar y amar a otros. Necesitamos este amor en este país, Jesús, reavívanos por tu amor”.
"El amor debe ser sincero. Aborrezcan el mal; aférrense al bien. Ámense los unos a los otros con amor fraternal, respetándose y honrándose mutuamente. Nunca dejen de ser diligentes; antes bien, sirvan al Señor con el fervor que da el Espíritu. Alégrense en la esperanza, muestren paciencia en el sufrimiento, perseveren en la oración.  Ayuden a los hermanos necesitados. Practiquen la hospitalidad.  Bendigan a quienes los persigan; bendigan y no maldigan. Alégrense con los que están alegres; lloren con los que lloran. Vivan en armonía los unos con los otros. No sean arrogantes, sino háganse solidarios con los humildes. No se crean los únicos que saben.
No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos.  Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos. No tomen venganza, hermanos míos, sino dejen el castigo en las manos de Dios, porque está escrito: «Mía es la venganza; yo pagaré», dice el Señor. Antes bien, «Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber.
Actuando así, harás que se avergüence de su conducta». 
No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien". Romanos 12:9–21
Oración, lágrimas, gozo y comunión

Tras terminar el sermón, muchos siguieron cantando, orando. Profesores y estudiantes comenzaron a sentir “que ocurría algo especial”. Así lo cuenta una estudiante, Alexandra Presta, que ha estado documentándolo desde el primer día.

“He estado en el Auditorio Hughes durante casi doce horas. Me rodean compañeros, profesores, líderes de iglesias locales y estudiantes de seminario, todos ellos orando, adorando y alabando a Dios juntos. Las voces están sonando. La gente se inclina ante el altar, con los brazos extendidos. Un par de amigas se dan un abrazo, una con lágrimas en los ojos. Un grupo diverso de personas se agolpa en el piano y cambia sin problemas de una canción a otra”, explica en su primera crónica, publicada hace una semana.
“Nadie esperaba que esto sucediera. No en un miércoles al azar seguro. Sin embargo, nos sentamos y cantamos sobre el amor de Dios que se derrama y su bondad”, explica.
“Ha habido momentos de testimonio, lectura de las Escrituras y oración, en privado y en público, lo que sea que el Espíritu haya querido hacer. Diferentes líderes, como el orador de la capilla, Zach Meerkreebs, y el pastor del campus, Greg Haseloff, trabajaron para que el día transcurriera mientras Dios lo dispusiera”.
“Esta experiencia es un verdadero testimonio para mostrar el tiempo de Dios. Él sabía cuándo nosotros, como cuerpo estudiantil y como comunidad, necesitábamos un día como hoy. Confesar, reconciliar, sanar y dejar que oren por nosotros: Él sabía lo que teníamos que hacer y nos ayudó a hacerlo. Él todavía está presente incluso mientras escribo estas palabras; Honestamente, es difícil describir todo lo que siento”, exponía.

Una ola de visitas e impacto mediático

La información corre con velocidad, y en este caso no iba a ser la excepción. A través de las redes sociales, los jóvenes comenzaron a contar lo que estaban viviendo. El día siguiente comenzaron a llegar estudiantes de otras ciudades para unirse. Cada día, desde entonces, han ido llegando más y más personas a Asbury.
El tema no ha pasado desapercibido tampoco en los medios de comunicación, que desde el sábado informan de lo que está ocurriendo en Asbury.
A pesar de la afluencia masiva, los participantes explican que todo transcurre con paz y emoción.

Asbury: El "Avivamiento" Que Está Sucediendo en Una Universidad Cristiana de USA

jueves, 27 de mayo de 2021

🔥 ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO PARA TIEMPOS DESAFIANTES 🔥


Oración al Espíritu Santo 
para tiempos desafiantes
La efusión del Espíritu Santo debe pedirse siempre, pero en especial en los momentos en que necesitamos de Él todavía con más urgencia.

Un cristiano debe pedir siempre la efusión del Espíritu Santo pero especialmente en momentos desafiantes, cuando necesitamos de Él todavía con más urgencia. Esta es una oración al Espíritu Santo particularmente poderosa y renovadora:

Oración al Espíritu Santo

Espíritu Santo Consolador,
concédeme el don de la fortaleza.
Fortalece mi alma para superar las dificultades de cada día,
los tormentos de las persecuciones y las insidias del maligno.
Ayúdame a ser fuerte en medio de las debilidades espirituales,
para que yo sea señal de Tu amor y bondad.

Espíritu Santo de Luz,
concédeme el don de la sabiduría.
Que tenga el discernimiento necesario
para distinguir el mal del bien,
la mentira de la verdad,
la guerra de la paz.
Que Tu sabiduría ilumine
los espacios confusos de mi alma.

Espíritu Santo Paráclito,
concédeme el don del entendimiento,
para que comprenda correctamente
la voluntad del Padre Celestial en mi vida.
Ayúdame a entender al prójimo con amor,
misericordia y paz.
Que comprenda, con todo mi ser,
el amor de Cristo por mí y por la humanidad.

Espíritu Santo, Abogado Celestial,
concédeme el don de la ciencia.
Que, iluminado por Tu luz divina,
comprenda correctamente
los planes de Dios para mi vida,
y sea obediente a las enseñanzas divinas.
Y sea así, una señal permanente
de la misericordia del Maestro Jesús en el mundo.

Espíritu Santo, Consejero Divino,
concédeme el don del consejo.
Ilumina mi entendimiento,
para que yo busque en Dios las respuestas
a mis dudas e inquietudes humanas y espirituales.
Pon en mis labios palabras que restablezcan la paz en el mundo,
y ayúdame a llevar siempre un consejo que devuelva
a las almas afligidas la serenidad en Dios.

Divino Espíritu Santo,
concédeme el don de la piedad.
Que mis oraciones sean puentes de amor,
que unan mi corazón al corazón
de Dios Padre y de Cristo Señor.
Que mi fervor espiritual se renueve siempre,
para que mi alma fructifique en la fe y la esperanza.

Espíritu Santo, Consolador de los afligidos,
concédeme el don del temor de Dios,
para que tenga siempre frente e mis ojos,
la bondad divina,
y que mis pensamientos, palabras y acciones,
no sean una ofensa al amor misericordioso
del Padre Celestial.

¡Así sea!

A partir de la oración al Espíritu Santo compartida por el sacerdote Flávio Sobreiro en el portal Canção Nova

Poder de tu Espíritu Santo // Joel Jolly //

viernes, 26 de febrero de 2021

RANIERO CANTALAMESSA: BAUTISMO (EFUSIÓN) EN EL ESPÍRITU PARA LA CONVERSIÓN DE LA TIBIEZA AL FERVOR 🔥💗💕


Cantalamessa recomienda el 
No sirve decir: hay que poner remedio a la tibieza con el fervor. Es como decirle a un enfermo que el remedio a su mal es la salud, ignorando que precisamente este es su problema: no tener salud. El fervor es el opuesto de la tibieza, no su remedio. Con eso se nos da también una esperanza a nosotros. Si nos parece que tenemos los síntomas de este «mal oscuro» de la vida espiritual que es la tibieza, si nos encontramos apagados, fríos, apáticos, insatisfechos de Dios y de nosotros mismos, el remedio existe y es infalible: ¡nos hace falta un hermoso y santo Pentecostés! del libro "Ven Espíritu Creador" de Raniero Cantalamessa. Pag, 160.
"Con la ayuda de la gracia, es posible salir de la tibieza; ha habido grandes santos que, como han admitido ellos mismos, llegaron a serlo tras un largo periodo de tibieza.
Es lo que queremos pedirle al Espíritu al final de este capitulo, en el que lo hemos contemplado en los resplandores del fuego. Vamos a hacerlo con las palabras de un himno centrado en el Espíritu como fuego:
¡Ojalá pudiera ese divino fuego encenderse en mí y brillar, destruir la paja de los pensamientos y los montes derretir!
¡Ojalá pudiera descender del cielo y todo el real consumir! ¡A ti clamo, ven a mi, Espíritu Santo, Espíritu de fervor!
¡Baja al corazón y mi alma ilumina, oh fuego de fundidor! Escudriña mi vida de parte a parte, y santifica todo!".
La primera predicación cuaresmal de 2021 por el cardenal Raniero Cantalamessa tuvo lugar este viernes en el Aula Pablo VI, como colofón a los ejercicios espirituales que durante esta semana han realizado el Papa y la Curia romana. [Puedes ver abajo el texto completo de la predicación, traducida por Pablo Cervera Barranco.]
El propio predicador de la Casa Pontificia definió su intervención como "una introducción general al tiempo cuaresmal" centrada en la conversión, según el propio mandato de Nuestro Señor Jesucristo: "¡Convertíos y creed en el Evangelio!" (Mc 1, 15).

Tres conversiones

De la conversión se habla en los Evangelios en tres momentos y contextos distintos, señaló Cantalamessa: "No se dice que tengamos que experimentarlas las tres juntas, con la misma intensidad. Hay una conversión para cada estación de la vida. Lo importante es que cada uno de nosotros descubra la adecuada para él en este momento".

La primera conversión parte de "un significado fundamentalmente moral", que implica cambiar de costumbres y dejar de hacer cosas que nos sitúan "fuera del camino". Pero a esto Cristo añade un significado nuevo que no es solo dar marcha atrás, sino "dar un salto adelante y entrar en el Reino, captar la salvación que ha llegado gratuitamente a los hombres, por iniciativa libre y soberana de Dios", un Dios "que viene con las manos llenas para dársenos del todo".

La segunda conversión tiene que ver con el "hacerse como niños" evangélico. Es la conversión "de quien ya ha entrado en el Reino, ha creído en el Evangelio, y desde hace tiempo está al servicio de Cristo", pero, como los Apóstoles, pugna por ver "quién es el más grande": "La mayor preocupación ya no es el reino, sino el propio lugar en él, el propio yo". Pero así "¡no se entra en el reino en absoluto!", enfatiza el purpurado capuchino. Aquí la conversión consiste en "cambiar completamente la perspectiva y la dirección... descentralizarse de uno mismo y centrarse en Cristo»".

El "bautismo en el Espíritu"

La tercera conversión es la que recoge una de las siete cartas del Apocalipsis a las siete Iglesias: la carta a la Iglesia de Laodicea y su célebre expresión: 
"Porque eres tibio, no eres ni frío ni caliente, te voy a vomitar de mi boca... Sé celoso y conviértete" (Ap 3, 15 y ss). Es la conversión que nos hace salir de la mediocridad, la "conversión de la tibieza al fervor", y en esto tiene un papel fundamental la "sobria ebriedad del Espíritu".
Como medio para lograrlo, Cantalamessa ensalza el "Bautismo en el Espíritu (Unción en el Espíritu)". Lo hace "sin ninguna intención de proselitismo", pues afirma que "no es la única manera de hacer una fuerte experiencia del Espíritu" y que "ha habido y hay innumerables cristianos que han tenido una experiencia análoga, sin saber nada sobre el bautismo en el Espíritu".
Pero lo considera "una de las formas en que se manifiesta en nuestros días esta forma de actuar del Espíritu fuera de los canales institucionales de la gracia" que "ha demostrado ser un medio sencillo y poderoso para renovar la vida de millones de creyentes en casi todas las Iglesias cristianas".
Así, son innumerables "las personas que sólo eran cristianas de nombre y, gracias a esa experiencia, se han convertido en cristianos de hecho, dedicados a la oración de alabanza y a los sacramentos, activos en la evangelización y dispuestos a asumir tareas pastorales en la parroquia".

Primera Predicación de Cuaresma 2021 
(texto completo)
Cardenal Raniero Cantalamessa, OFMCap

«¡Convertíos y creed en el Evangelio!»

Como de costumbre, dedicamos esta primera meditación a una introducción general al tiempo cuaresmal, antes de entrar en el tema específico programado, una vez terminados los ejercicios espirituales de la Curia. En el momento de recibir las cenizas, al comienzo de la Cuaresma, hemos escuchado de nuevo las palabras programáticas: «¡Convertíos y creed en el Evangelio!» Queremos meditar sobre este llamamiento, siempre en curso, de Cristo.
De conversión se habla en tres momentos o contextos diferentes del Nuevo Testamento. Cada vez se resalta un nuevo componente suyo. Juntamente, los tres pasajes nos dan una idea completa de lo que es la metanoia evangélica. No se dice que tengamos que experimentarlas las tres juntas, con la misma intensidad. Hay una conversión para cada estación de la vida. Lo importante es que cada uno de nosotros descubra la adecuada para él en este momento.

¡Convertíos, es decir, creed!

La primera conversión es la que resuena al principio de la predicación de Jesús y que se resume en las palabras: «Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15). Tratemos de entender lo que significa aquí la palabra conversión. Antes de Jesús, convertirse siempre significaba un «volver atrás» (el término hebreo, shub, significa invertir la ruta, volver sobre los propios pasos). Indicaba el acto de quien, en un cierto momento de la vida, se da cuenta de que está «fuera del camino». Entonces se detiene, tiene un repensamiento; decide volver a la observancia de la ley y volver a entrar en la alianza con Dios. La conversión, en este caso, tiene un significado fundamentalmente moral y sugiere la idea de algo doloroso a realizar: cambiar las costumbres, dejar de hacer esto y eso otro...
En los labios de Jesús este significado cambia. No porque le divierta cambiar el significado de las palabras, sino porque, con su venida, las cosas han cambiado. «¡Se acabó el tiempo y ha llegado el Reino de Dios!». Convertir ya no significa volver atrás, a la antigua alianza y a la observancia de la ley, sino que significa más bien dar un salto adelante y entrar en el Reino, captar la salvación que ha llegado gratuitamente a los hombres, por iniciativa libre y soberana de Dios.
«Convertíos y creed» no significan dos cosas diferentes y sucesivas, sino la misma acción fundamental: ¡convertíos, es decir, creed! Todo esto requiere una verdadera «conversión», un cambio profundo en la forma de concebir nuestras relaciones con Dios. Exige pasar de la idea de un Dios que pide, que manda, que amenaza, a la idea de un Dios que viene con las manos llenas para dársenos del todo. Es la conversión de la «ley» a la «gracia», que era tan querida para San Pablo.

«Si no os convertís y no os hacéis como niños...»

Escuchemos ahora el segundo pasaje en el que, en el Evangelio, se vuelve a hablar de la conversión: «En ese momento, los discípulos se acercaron a Jesús y dijeron: "¿Quién es, por lo tanto, el más grande en el reino de los cielos?". Entonces Jesús llamó a un niño junto a sí mismo, lo colocó en medio de ellos y dijo: "En verdad os digo: si no os convertís y nos hacéis como en niños, no entraréis en el reino de los cielos"» (Mt 18,1-4).
Esta vez, sí, convertirse significa volver atrás, ¡incluso a cuando eras un niño! El verbo mismo utilizado, strefo, indica inversión de marcha. Esta es la conversión de quien ya ha entrado en el Reino, ha creído en el Evangelio, y desde hace tiempo está al servicio de Cristo. ¡Es nuestra conversión!
¿Qué supone la discusión sobre quién es el más grande? Que la mayor preocupación ya no es el reino, sino el propio lugar en él, el propio yo. Cada uno de ellos tenía algún título para aspirar a ser el más grande: Pedro había recibido la promesa del primado, Judas la caja, Mateo podía decir que había dejado más que los demás, Andrés que había sido el primero en seguirlo, Santiago y Juan que habían estado con él en el Tabor... Los frutos de esta situación son evidentes: rivalidades, sospechas, comparaciones, frustración.
Jesús de golpe quita el velo. ¡Muy distinto a ser los primeros, de esta manera no se entra en el reino en absoluto! ¿El remedio? Convertirse, cambiar completamente la perspectiva y la dirección. Lo que Jesús propone es una verdadera revolución copernicana. Es necesario «descentralizarse de uno mismo y centrarse en Cristo».

Jesús habla más sencillamente de hacerse niño. Hacerse niños, para los apóstoles, significaba volver a como eran en el momento de la llamada en las orillas del lago o en la mesa de los impuestos: sin pretensiones, sin títulos, sin confrontaciones entre sí, sin envidias, sin rivalidades. Ricos solo de una promesa («Os haré pescadores de hombres») y de una presencia, la de Jesús. Cuando todavía eran compañeros de aventura, no competidores por el primer puesto. También para nosotros hacernos niños significa volver al momento en que descubrimos que fuimos llamados, en el momento de la ordenación sacerdotal, de la profesión religiosa, o del primer verdadero encuentro personal con Jesús. Cuando dijimos: «¡Solo Dios basta!» y creímos en ello.

«No eres ni frío ni caliente»

El tercer contexto en el que tiene lugar, martilleante, la invitación a la conversión lo dan las siete cartas a las Iglesias del Apocalipsis. Las siete cartas están dirigidas a personas y comunidades que, como nosotros, han vivido durante mucho tiempo la vida cristiana y, más aún, ejercen en ellas un papel de liderazgo. Están dirigidas al ángel de las diferentes Iglesias: «Al ángel de la Iglesia que está en Éfeso escribe». Este título no se explica únicamente en referencia, directa o indirecta, al pastor de la comunidad. No se puede pensar que el Espíritu Santo atribuya a los ángeles la responsabilidad de las culpas y de las desviaciones que se denuncian en las diferentes Iglesias, y mucho menos que la invitación a la conversión esté dirigida a los ángeles y no a los hombres.

De las siete cartas del Apocalipsis, la que sobre todo debería hacernos reflexionar es la carta a la Iglesia de Laodicea. Conocemos su tono duro: «Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente... Porque eres tibio, no eres ni frío ni caliente, te voy a vomitar de mi boca... Sé celoso y conviértete» (Ap 3,15s). Se trata de la conversión de la mediocridad y de la tibieza.
En la historia de la santidad cristiana el ejemplo más famoso de la primera conversión, del pecado a la gracia, es San Agustín; el ejemplo más instructivo de la segunda conversión, de la tibieza al fervor, es Santa Teresa de Jesús.

Lo que dice de sí misma en la Vida ciertamente es exagerado y dictado por la delicadeza de su conciencia, pero, en cualquier caso, puede servirnos a todos para un examen útil de la conciencia: «De pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión, a meterme tanto en muy grandes ocasiones y andar tan estragada mi alma en muchas vanidades... Dábanme gran contento todas las cosas de Dios; teníanme atada las del mundo. Parece que quería concertar estos dos contrarios —tan enemigo uno de otro— como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales».
El resultado de este estado era una profunda infelicidad: «Con estas caídas y con levantarme y mal -pues tornaba a caer- y en vida tan baja de perfección, que ningún caso casi hacía de pecados veniales, y los mortales, aunque los temía, no como había de ser, pues no me apartaba de los peligros. Sé decir que es una de las vidas penosas que me parece se puede imaginar; porque ni yo gozaba de Dios ni traía contento en el mundo. Cuando estaba en los contentos del mundo, en acordarme lo que debía a Dios era con pena; cuando estaba con Dios, las aficiones del mundo me desasosegaban»[1].

Muchos podrían descubrir en este análisis la verdadera razón de su insatisfacción y descontento.

Hablemos, pues, de la conversión de la tibieza. San Pablo exhortaba a los cristianos de Roma con las palabras: «No seáis perezosos en hacer el bien, sed, en cambio, fervientes en el Espíritu» (Rom 12,11). Se podría objetar: «Pero, querido Pablo, ¡ahí está precisamente el problema! ¿Cómo pasar de la tibieza al fervor, si uno por desgracia se desliza hacia ella? Poco a poco podemos caer en la tibieza, como se cae en las arenas movedizas, pero no podemos salir de ellas solos, como tirándonos del pelo».
Nuestra objeción nace del hecho de que se descuida y se malinterpreta la adición «en el Espíritu» (en neumati) que el Apóstol hace seguir a la exhortación: «Sed fervientes». En Pablo, la palabra «Espíritu» casi siempre indica, o incluye, una referencia al Espíritu Santo. Nunca se trata exclusivamente de nuestro espíritu o de nuestra voluntad, excepto en 1 Tes 5,23, donde indica un componente del hombre, junto al cuerpo y al alma.

Somos herederos de una espiritualidad que concebía el camino de la perfección según las tres etapas clásicas: vía purgativa, vía iluminativa y vía unitiva. En otras palabras, hay que practicar durante mucho tiempo la renuncia y la mortificación antes de poder experimentar el fervor. Hay una gran sabiduría y una experiencia centenaria detrás de todo esto y ay del que crea que está superado. No, no está superado, pero no es la única manera que sigue la gracia de Dios. Un esquema tan rígido denota un desplazamiento lento y progresivo del acento de la gracia al esfuerzo humano. Según el Nuevo Testamento hay una circularidad y una simultaneidad, de modo que, si es cierto que la mortificación es necesaria para alcanzar el fervor del Espíritu, también es cierto que el fervor del Espíritu es necesario para llegar a practicar la mortificación. Una ascesis emprendida sin un fuerte empuje inicial del Espíritu moriría de cansancio y no produciría nada más que «orgullo de la carne». El Espíritu se nos da para poder mortificarnos, más que como recompensa por ser mortificados. Este segundo camino que va desde el fervor a la ascesis y a la práctica de las virtudes fue el camino que Jesús hizo seguir a sus apóstoles.

El gran teólogo bizantino Cabasilas escribe: «Los Apóstoles y Padres de nuestra fe tuvieron la ventaja de ser enseñados en todas las doctrinas y, además, por el Salvador mismo. [...] Sin embargo, a pesar de haber conocido todo esto, hasta que no fueron bautizados [en Pentecostés, con el Espíritu], no mostraron nada nuevo, noble, espiritual, mejor que lo antiguo. Pero cuando el bautismo vino para ellos y el Paráclito irrumpió en sus almas, entonces se hicieron nuevos y abrazaron una nueva vida, fueron guía para los demás y ardieron con la llama del amor de Cristo en sí y en los demás. [...] De la misma manera Dios conduce a la perfección a todos los santos que vinieron después de ellos»[2].
Los Padres de la Iglesia expresaron todo esto con la imagen evocadora de la «sobria ebriedad» (nefelios). Lo que empujó a muchos de ellos a tomar este tema, ya desarrollado por Filón de Alejandría[3], fueron las palabras de Pablo a los Efesios: «No os emborrachéis con vino, lo cual conduce al desenfreno, sino llenaos del Espíritu, conversando unos a otros con salmos, cantos, cantos espirituales, cantando y diciendo himnos al Señor con todo vuestro corazón» (Ef 5,18-19).

A partir de Orígenes, son incontables los textos de los Padres que ilustran este tema, ya sea jugando con la analogía, ya con el contraste entre la ebriedad material y la ebriedad espiritual. Aquellos que, en Pentecostés, confundieron a los apóstoles con borrachos tenían razón —escribe San Cirilo de Jerusalén—; solo se equivocaban al atribuir tal ebriedad al vino ordinario, mientras que se trataba del «vino nuevo», exprimido de la «vid verdadera» que es Cristo; los apóstoles estaban, sí, ebrios, pero de esa sobria ebriedad que da muerte al pecado y da vida al corazón[4].
¿Cómo podemos reanudar este ideal de la sobria ebriedad y encarnarlo en la actual situación histórica y eclesial? ¿Dónde está escrito, en efecto, que una forma tan «fuerte» de experimentar el Espíritu era prerrogativa exclusiva de los Padres y de los primeros días de la Iglesia, pero que ya no es así para nosotros? El don de Cristo no se limita a una época particular, sino que se ofrece a todas las épocas. Es precisamente el papel del Espíritu el que hace universal la redención de Cristo, disponible para toda persona, en todo lugar del tiempo y del espacio.

Una vida cristiana llena de esfuerzos ascéticos y mortificación, pero sin el toque vivificante del Espíritu, se parecería —decía un padre antiguo— a una Misa en la que se leyeran muchas lecturas, se realizaran todos los ritos y se trajeran muchas ofrendas, pero en la que no tuviera lugar la consagración de especies por parte del sacerdote. Todo seguiría siendo lo que era antes, pan y vino.
«Así» —concluía aquel Padre— es también para el cristiano. Si él también ha realizado perfectamente el ayuno y la vigilia, la salmodia y todo la ascesis y todas las virtudes, pero no se ha realizado, por la gracia, en el altar de su corazón, la operación mística del Espíritu, todo este proceso ascético es incompleto y casi vano, porque no tiene el júbilo del Espíritu operando místicamente en el corazón»[5].

¿Cuáles son los «lugares» donde el Espíritu actúa hoy de esta manera pentecostal? Escuchemos la voz de San Ambrosio, que fue el cantor por excelencia, entre los Padres latinos, de la sobria ebriedad del Espíritu. Después de recordar los dos «lugares» clásicos en los que beber el Espíritu —la Eucaristía y las Escrituras— alude a una tercera posibilidad.
Dice: «También hay otra ebriedad que está operando a través de la lluvia penetrante del Espíritu Santo. Así, en los Hechos de los Apóstoles, los que hablaban en diferentes idiomas se aparecieron a los oyentes como si estuvieran llenos de vino»[6].
Después de recordar los medios «ordinarios», san Ambrosio, con estas palabras, alude a un medio diferente, «extraordinario», en el sentido de que no está fijado de antemano, no es algo instituido. Consiste en revivir la experiencia que los apóstoles tuvieron el día de Pentecostés. Ambrosio ciertamente no tenía la intención de señalar esta tercera posibilidad, para decir a los oyentes que estaba prohibida para ellos, al estar reservado sólo para los apóstoles y la primera generación de cristianos. Por el contrario, tiene la intención de estimular a sus fieles para que experimenten esa «lluvia penetrante del Espíritu« que tuvo lugar en Pentecostés. Esto es lo que San Juan XXIII se proponía con el Concilio Vaticano II: un «nuevo Pentecostés» para la Iglesia.

Por lo tanto, también existe para nosotros la posibilidad de beber el Espíritu por este nuevo camino, dependiendo únicamente de la iniciativa soberana y libre de Dios. Una de las formas en que se manifiesta en nuestros días esta forma de actuar del Espíritu fuera de los canales institucionales de la gracia, es el llamado bautismo en el Espíritu. Lo menciono aquí sin ninguna intención de proselitismo, sólo para responder a la exhortación que el Papa Francisco dirige a menudo a los seguidores de la Renovación Carismática Católica a compartir con todo el pueblo de Dios esta «corriente de gracia» que se experimenta en el bautismo del Espíritu.

La expresión «Bautismo en el Espíritu» proviene de Jesús mismo. Refiriéndose al próximo Pentecostés, antes de ascender al cielo, dijo a sus apóstoles: «Juan bautizó con agua pero vosotros, en no muchos días, seréis bautizados en el Espíritu Santo» (Hch 1,5). Se trata de un rito que no tiene nada de esotérico, sino que está hecho más bien de gestos de gran sencillez, calma y alegría, acompañados por actitudes de humildad, arrepentimiento, disposición para hacerse niños.
Es una renovación y actualización no sólo del bautismo y de la confirmación, sino de toda la vida cristiana: para los casados, del sacramento del matrimonio, para los sacerdotes, de su ordenación, para las personas consagradas, de su profesión religiosa. El interesado se prepara allí, además de mediante una buena confesión, participando en encuentros de catequesis en los que es puesto en contacto vivo y gozoso con las principales verdades y realidades de la fe: el amor de Dios, el pecado, la salvación, la vida nueva, la transformación en Cristo, los carismas, los frutos del Espíritu. El fruto más frecuente e importante es el descubrimiento de lo que significa tener «una relación personal» con Jesús resucitado y vivo. En la comprensión católica, el bautismo en el Espíritu no es un punto de llegada, sino un punto de partida hacia la madurez cristiana y el compromiso eclesial.

¿Es justo esperar que todos pasen por esta experiencia? ¿Es la única manera posible de experimentar la gracia de un Pentecostés renovado deseado por el Concilio? Si por bautismo en el Espíritu entendemos un cierto rito, en un cierto contexto, debemos responder que no; ciertamente no es la única manera de hacer una fuerte experiencia del Espíritu. Ha habido y hay innumerables cristianos que han tenido una experiencia análoga, sin saber nada sobre el bautismo en el Espíritu, recibiendo un evidente aumento de gracia y una nueva unción del Espíritu después de un retiro, una reunión, una lectura. Incluso una tanda de ejercicios espirituales puede muy bien terminar con una invocación especial del Espíritu Santo, si quien los guía lo ha experimentado y los participantes desean hacerlo. El secreto es decir una vez «Ven, Espíritu Santo», pero decirlo con todo mi corazón como quien sabe que su invitación no caerá en el vacío. Con una fe llena de verdadera espera.
El «bautismo en el Espíritu» ha demostrado ser un medio sencillo y poderoso para renovar la vida de millones de creyentes en casi todas las Iglesias cristianas. No se cuentan las personas que sólo eran cristianas de nombre y, gracias a esa experiencia, se han convertido en cristianos de hecho, dedicados a la oración de alabanza y a los sacramentos, activos en la evangelización y dispuestos a asumir tareas pastorales en la parroquia. ¡Una verdadera conversión de la tibieza al fervor! Es apropiado decirnos lo que Agustín repetía, casi con desdén, a sí mismo al escuchar historias de hombres y mujeres que, en su tiempo, dejaron el mundo para dedicarse a Dios: «Si isti et istae, cur non ego?»[7]: Si estos y estos, ¿por qué no yo también?
Pidamos a la Madre de Dios que nos obtenga la gracia que obtuvo del Hijo en Caná de Galilea. Por su oración, en aquella ocasión, el agua se convirtió en vino. Pidamos que a través de su intercesión el agua de nuestra tibieza se convierta en el vino de un fervor renovado. El vino que en Pentecostés provocó en los Apóstoles la ebriedad del Espíritu y los hizo «fervientes en el Espíritu».
©Traducido del original italiano 
por Pablo Cervera Barranco

[1] Santa Teresa de Jesús, Vida, cap. 7-8.
[2] N. Cabasilas, La vida en Cristo, II, 8: PG 150, 552 s.
[3] Filón de Alejandría, Legum allegoriae, I, 84 [ed. Claude Mondesert] (Cerf, París 1962) 88 (methē nefalios).
[4] San Cirilo de Jerusalén, Cat. XVII, 18-19: PG 33,989.
[5] Macario egipcio, en Philocalia, 3 (Turín 1985) 325.
[6] San Ambrosio, Com. a Sal 35, 19.
[7] San Agustín, Confesiones VIII, 8, 19



Athenas - Inúndame (Espíritu Santo) - Video Oficial - MÚSICA CATÓLICA

domingo, 31 de mayo de 2020

🔥 PENTECOSTÉS 🔥: SUGERENCIAS DEL ESPÍRITU PARA LOS CRISTIANOS DE HOY

Pentecostés:

sugerencias del Espíritu para los cristianos de hoy
Las palabras del Papa Francisco sobre el Espíritu Santo, "el desconocido de nuestra fe" que obra todo de forma oculta: dona la alegría, la paz, el amor, nos hace vivir como resucitados, como hijos de Dios. Gracias a Él podemos considerarnos hermanos.

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El Espíritu Santo lo hace todo, pero no se le ve. Se pueden ver sus efectos, pero se necesita un corazón abierto. Es humilde, Amor oculto, es Dios. Habla todos los días, en silencio, en medio de nuestro ruido. Necesitamos hacer silencio para escucharlo. ¿Pero quién es y qué nos dice el Espíritu?

Sin el Espíritu Santo no somos cristianos

Es "el desconocido de nuestra fe" dice el Papa Francisco (Homilía en Santa Marta, 13 de mayo de 2013): sin embargo, sin Él no somos cristianos, no existe la Iglesia ni su misión. Sin Él vivimos una doble vida: cristianos en palabras, "mundanos" en hechos.

El Espíritu nos hace vivir como resucitados

El Espíritu "no es una cosa abstracta", es una Persona que nos cambia la vida: como les sucedió a los apóstoles, todavía temerosos y encerrados en el Cenáculo, a pesar de haber visto a Jesús resucitado, y después de Pentecostés "impacientes por llegar a límites desconocidos" para anunciar el Evangelio, sin miedo a dar la vida. "Su historia nos dice que incluso ver al Resucitado no es suficiente si no lo acogemos en nuestros corazones. No sirve saber que el Resucitado está vivo si no se vive como un resucitado. Y es el Espíritu que hace que Jesús viva y reviva en nosotros, que nos resucita" (Homilía de Pentecostés, 9 de junio de 2019).

Nos convertimos en hijos de Dios y hermanos entre nosotros gracias al Espíritu

La nueva vida, la verdadera vida de resucitados, es "restablecer nuestra relación con el Padre, arruinada por el pecado". Esta es la misión de Jesús: "sacarnos de la condición de huérfanos y devolvernos a la de hijos" amados por Dios. "La paternidad de Dios se reactiva en nosotros gracias a la obra redentora de Cristo y al don del Espíritu Santo". Es gracias a esta relación con el Padre y con el Hijo que "el Espíritu Santo nos hace entrar en una nueva dinámica de fraternidad. A través del Hermano universal, que es Jesús, podemos relacionarnos con los demás de una manera nueva, ya no como huérfanos, sino como hijos del mismo Padre bueno y misericordioso. ¡Y esto cambia todo! Podemos vernos como hermanos". (Homilía de Pentecostés, 15 de mayo de 2016).

El hombre espiritual trae armonía donde hay conflicto

Nosotros debemos siempre disminuir, Jesús siempre debe crecer en nosotros. El riesgo es usar a Cristo más que servirle. El camino es salir de nosotros mismos, lejos de nuestro egocentrismo. Esto es posible gracias a la oración que el Espíritu Santo suscita en nosotros. "Cuando rompemos el cerco de nuestro egoísmo, salimos de nosotros mismos y nos acercamos a los demás para encontrarlos, escucharlos, ayudarlos, es el Espíritu de Dios que nos ha impulsado. Cuando descubrimos en nosotros una extraña capacidad de perdonar, de amar a quien no nos quiere, es el Espíritu el que nos ha impregnado" (Homilía en Estambul, 29 de noviembre de 2014). El que vive según el Espíritu " lleva paz donde hay discordia, concordia donde hay conflicto. Los hombres espirituales devuelven bien por mal, responden a la arrogancia con mansedumbre, a la malicia con bondad, al ruido con el silencio, a las murmuraciones con la oración, al derrotismo con la sonrisa". "Para ser espirituales" hay que poner la mirada del Espíritu "antes que la nuestra" (Homilía de Pentecostés, 9 de junio de 2019).

El Espíritu crea unidad en la diversidad

La división entre los cristianos es uno de los grandes escándalos que nos aleja de la fe. El diablo divide, mientras que "el Espíritu hace que los discípulos sean un pueblo nuevo", porque "crea un corazón nuevo". “A cada uno da un don y a todos reúne en unidad. En otras palabras, el mismo Espíritu crea la diversidad y la unidad", " la unidad verdadera, aquella según Dios, que no es uniformidad, sino unidad en la diferencia". Es necesario resistir "dos tentaciones frecuentes". La primera es buscar la diversidad sin unidad. Esto ocurre cuando buscamos destacarnos, cuando formamos bandos y partidos, cuando nos endurecemos en nuestros planteamientos excluyentes… quizás considerándonos mejores… nos convertimos en unos «seguidores» partidistas en lugar de hermanos y hermanas en el mismo Espíritu; cristianos de «derechas o de izquierdas» antes que de Jesús; guardianes inflexibles del pasado o vanguardistas del futuro antes que hijos humildes y agradecidos de la Iglesia. Así se produce una diversidad sin unidad. En cambio, la tentación contraria es la de buscar la unidad sin diversidad" y todo se convierte en “uniformidad, en la obligación de hacer todo juntos y todo igual, pensando todos de la misma manera”. En cambio, el Espíritu "crea la diversidad" y luego "realiza la unidad: conecta, reúne, recompone la armonía" (Homilía de Pentecostés, 4 de junio de 2017).

El Espíritu del perdón es el pegamento que nos mantiene unidos

La unidad es posible en el perdón. "Jesús no los condena, a pesar de que lo habían abandonado y negado durante la Pasión, sino que les da el Espíritu de perdón. El Espíritu es el primer don del Resucitado y se da en primer lugar para perdonar los pecados. Este es el comienzo de la Iglesia, este es el aglutinante que nos mantiene unidos, el cemento que une los ladrillos de la casa: el perdón. Porque el perdón es el don por excelencia, es el amor más grande, el que mantiene unidos a pesar de todo, que evita el colapso, que refuerza y fortalece. El perdón libera el corazón y le permite recomenzar: el perdón da esperanza, sin perdón no se construye la Iglesia. El Espíritu de perdón, que conduce todo a la armonía, nos empuja a rechazar otras vías: esas precipitadas de quien juzga, las que no tienen salida propia del que cierra todas las puertas, las de sentido único de quien critica a los demás. El Espíritu en cambio nos insta a recorrer la vía de doble sentido del perdón ofrecido y del perdón recibido" (Homilía de Pentecostés, 4 de junio de 2017).

Dios nos habla todavía hoy

El Espíritu de verdad nunca deja de hablar, nos hace entrar cada vez más plenamente en el significado de las palabras de Jesús. Es la novedad del Evangelio, de una Palabra siempre viva, porque el cristianismo, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, no es una "religión del Libro", "una palabra escrita y muda", sino de la Palabra de Dios, es decir, el Verbo encarnado y vivo. "La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad… trasforma y pide confianza total en Él" (Homilía de Pentecostés, 19 de mayo de 2013).

Las resistencias al Espíritu Santo: la tentación de domesticarlo

"Pues siempre tenemos la tentación de poner resistencia al Espíritu Santo, porque trastorna, porque remueve, hace caminar, impulsa a la Iglesia a seguir adelante. Y siempre es más fácil y cómodo instalarse en las propias posiciones estáticas e inamovibles. En realidad, la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo en la medida en que no pretende regularlo ni domesticarlo. Y también la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo cuando deja de lado la tentación de mirarse a sí misma. Y nosotros, los cristianos, nos convertimos en auténticos discípulos misioneros, capaces de interpelar las conciencias, si abandonamos un estilo defensivo para dejarnos conducir por el Espíritu. Él es frescura, fantasía… que no llena tanto la mente de ideas, sino que hace arder el corazón… y nos lleva a un servicio de amor, un lenguaje que todos pueden entender" (Homilía en Estambul, 29 de noviembre de 2014).

La misión es llevar al mundo la alegría del Espíritu

Sin el Espíritu Santo no hay misión. De hecho, la misión no es nuestro trabajo, es un don. La Iglesia tiene necesidad de evangelizadores que se abran "sin temor a la acción del Espíritu Santo. En Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresia), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente" (Evangelii gaudium, 259). Se trata de evangelizadores conscientes de que "la misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, es una pasión por su pueblo" (EG 268). Jesús quiere que "toquemos la carne sufriente de los demás" (EG 270). "En nuestra relación con el mundo estamos invitados a dar razón de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan con el dedo y condenan" (EG 271). "Sólo pueden ser misioneros los que se sienten bien buscando el bien de los demás, los que desean la felicidad de los demás" (EG 272): "si puedo ayudar a una persona a vivir mejor, esto ya basta para justificar el don de mi vida" (EG 274). La alegría, la paz, el amor, son frutos del Espíritu.



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martes, 31 de marzo de 2020

¿CÓMO HACÍAN ORACIÓN LOS PRIMEROS CRISTIANOS? 🙌




¿Cómo hacían oración los primeros cristianos?

LA ORACIÓN EN LOS PRIMEROS CRISTIANOS

¿COMO HACÍAN ORACIÓN?


La oración cristiana hay que situarla en línea de continuidad con la tradición orante del pueblo de Israel. Lógicamente los cristianos van a estar muy vinculados a la oración de Jesús, puesto que el mismo Señor les indicó la forma de hacerlo, cuando se lo pidió uno de sus discípulos y les enseñó el Padrenuestro (Lc 11, 1-4).
Como textos representativos de la primitiva oración cristiana figura lo dispuesto en la Didaché donde se señala un criterio oracional distinto de la praxis judaica y se hace hincapié en seguir la recitación de Padrenuestro, «como mandó el Señor en su Evangelio (…). Así orad tres veces al día» (Did., VIII, 2-3). En la misma Didaché encontramos, a continuación, unas oraciones de acción de gracias, que debieron formar parte de la plegaria eucarística de una comunidad judeocristiana (Did., IX-X).

La Carta a los Corintios de san Clemente Romano termina con una larga oración de clara textura eucarística (Ad Cor. LIX-LXI). Un carácter más dramático nos ofrece la breve oración pronunciada por san Policarpo poco antes de consumar su martirio (Mart. Poly., 14).
De los testimonios que acabamos de presentar, aunque existen motivos y contenidos diversos en la oración cristiana, el cañamazo literario sobre el que se expresa es el de la berekah, la bendición judía, cuyo esquema comprendía una invocación divina –recuerdo de las intervenciones divinas del A. Testamento–, y una doxología.
Otra observación que aflora inmediatamente es que se mantiene la tradición de la plegaria horaria judía (mañana, mediodía y tarde), pero se cambia el contenido; no será el Shemá Israel («escucha Israel») (Dt 6, 4-7), sino el Padrenuestro. Otro tanto se podría decir de las celebraciones dominicales de la eucaristía, atestiguadas por san Justino (I Apol., LXVII, 3), que recuerdan las del shabat judío.

En el momento de amanecer y al caer la noche, el cristiano se recoge en oración, medita la Escritura o canta un salmo (Tertuliano, De orat., 23). También era una herencia judía la oración de bendición antes de las comidas (Tertuliano, De orat., XXV, 4). Se puede decir que el carácter religioso de mesa era tal que los cristianos excluían de ella a los paganos.
Si fijamos nuestra atención en naturaleza de la oración cristiana, Clemente de Alejandría, no sin cierta vacilación, nos la definirá como trato o «conversación con Dios» (Strom., VII, 39, 6). De ahí que la oración, por muy vocal que sea, requerirá siempre la atención de la mente de quien la recite, precisamente por ser una forma de interlocución. Al verdadero sabio cristiano (gnostikós) las oraciones cotidianas se convierten en camino que lleva a la contemplación. Escuchemos de nuevo a Clemente:
«También sus ofrendas son plegarias, alabanzas, lecturas de la Escritura antes de la comida, salmos e himnos para las comidas y antes del descanso, y de nuevo plegarias por la noche. Con esto él [el sabio] se une al divino coro, inscribiéndose para una contemplación eterna por su constante recuerdo (…). Reza de cualquier modo y en todos los sitios: en el paseo, en la conversación, en el descanso, durante la lectura y en las tareas intelectuales; y aunque sólo reflexionara en el aposento, sin embargo, Él esta cerca e incluso delante del que conversa» (Strom., VII, 49, 4-7).
Como Clemente, Orígenes está también profundamente convencido de que la vida del cristiano ha de ser una continua oración, dentro de la cual la oración diaria tiene un lugar insustituible (De orat., XII, 2). El gran pensador alejandrino escribe un breve tratado Sobre la oración, en el que comenta el Padrenuestro y da valiosos consejos para hacer mejor la oración.
Sugiere para que la oración sea fructuosa, tener como disposición inicial una actitud que la lleve al apartamiento constante del pecado y al empeño incesante de liberarse de las afecciones y pasiones. Como actitud positiva aconseja situarse en la presencia de Dios:

«Es sumamente provechoso al pretender hacer oración ponerse –durante toda ella– en actitud de presencia de Dios y hablar con Él como quien está presente y lo ve. Pues así como ciertas fantasías recordadas por nuestra memoria suscitan pensamientos que surgen cuando aquellas se contemplan en el ánimo, así también hay que creer será útil el recuerdo de Dios que está presente y que capta todos los movimientos, aún los más leves, del alma mientras ésta se dispone a sí misma para agradar a quien sabe que está presente, y que va y examina el corazón, y que escruta las entrañas.

Pues en la hipótesis de que no recibiese otra utilidad quien así dispusiera su mente para la oración, no se ha de considerar pequeño fruto el hecho mismo de haber adoptado durante el tiempo de la oración una actitud tan piadosa» (De orat., VIII, 2).
Con estas disposiciones previas, la oración de cristiano se debe desarrollar en una ascensión gradual. El primer escalón está representado por la oración de petición. Otro grado de oración es el de quien acompaña la alabanza de Dios con la oración de petición. El punto más alto del orar cristiano se alcanza en la oración interior, sin palabras, que une al alma con su Dios (Orígenes, In Num. hom., X, 3).

Orígenes no sólo era un excelente biblista y un gran teólogo, sino que como subraya Benedicto XVI: «A pesar de toda la riqueza teológica de su pensamiento, nunca lo desarrolla de un modo meramente académico; siempre se funda en la experiencia de la oración, del contacto con Dios».

Su doctrina sobre la oración contribuyó decisivamente a fomentar la piedad en el Oriente cristiano, especialmente en el mundo monástico, a partir del siglo IV. También influirá en la mística de Occidente, a través, sobre todo de san Ambrosio.
En el Occidente surgen igualmente tratados sobre la oración, que son comentarios al Padrenuestro, debidos a la pluma de dos autores latinos, Tertuliano y Cipriano. Coinciden con los alejandrinos en la necesidad de orar y en las disposiciones del alma, pero difieren al centrarse más en la nueva forma de oración, que enseñó Cristo y sólo los cristianos conocen, porque sólo ellos tienen a Dios por Padre (Tertuliano, De orat., 2). San Cipriano sitúa al cristiano que reza el Padrenuestro en el contexto de la filiación divina. Escuchemos lo que nos dice:
«Oremos, hermanos amadísimos, como Dios, el Maestro, nos ha enseñado. Es oración confidencial e íntima orar a Dios con lo que es suyo, elevar hasta sus oídos la oración de Cristo. Que el Padre reconozca las palabras de su Hijo, cuando rezamos una oración» (De orat. dominica., 3).
LA POSTURA AL REZAR

Las posturas que utilizaban los primeros cristianos para orar eran variadas y estaban inspiradas en la Biblia: de pie, de rodillas, inclinado y en postración. La forma más común es la del «orante», que aparece en numerosas representaciones iconográficas, a partir de los primeros siglos.

Tertuliano le da a esta manera de orar un valor de símbolo, porque imita al Señor sobre la cruz (De orat., 18-25). Por su parte, Orígenes prefiere esta postura orante:
«Siendo innumerables las posiciones del cuerpo, la postura de manos extendidas y ojos alzados ha de preferirse por reflejar así la misma disposición corporal una como imagen de las disposiciones interiores que son convenientes al alma en la oración. Y decimos que esta es la postura que se ha de guardar, si no hay alguna circunstancia que lo impida» (Orígenes, De orat., XXXI, 2).
La postura de poner las manos juntas no se empleaba en la Antigüedad, es un gesto de origen germánico de carácter feudal que el vasallo hacia a su señor, y que en la Edad Media se incorporaría en algunos usos litúrgicos.
La oración dirigida a Cristo se muestra, especialmente, en la orientación que adoptan los cristianos, a comienzos del siglo II, y que se impone ampliamente en Oriente y Occidente, durante el siglo III. Se ora vuelto al Oriente, porque de Oriente se espera que venga de nuevo Cristo, y en Oriente está el paraíso, anhelado por todos los cristianos. No hay que olvidar que la “luz viene del Oriente” (Ex oriente lux), y que esa luz la entendían los primeros fieles como referida específicamente a Cristo (Jn 3, 9. 19; 8, 12; 12, 46).
A la «orientación» se añade, ya desde el siglo II, la práctica de orar ante una cruz, que se coloca en la pared (en madera o pintada), de forma que quien vaya a rezar esté de cara al Oriente. La cruz como signo glorioso precederá al Señor en su segundo advenimiento desde el oriente. El uso de la señal de cruz estaba muy arraigado entre los primeros creyentes. A finales del siglo II, Tertuliano escribía:
«En todos nuestros viajes, en nuestras salidas y entradas, al vestirnos y al calzarnos, al bañarnos y sentarnos a la mesa, al encender las luces, al irnos a la cama, al sentarnos, cualquiera que sea la tarea que nos ocupe signamos nuestra frente con la cruz» (De cor., 3).
En resumen, podríamos decir que hacer este signo es ya hacer oración. O mejor, dicho por Benedicto XVI:
«Hacer la señal de la cruz (…) significa decir un sí público y visible a Aquél que murió y resucitó por nosotros, a Dios, que en la humildad y debilidad de su amor, es el Todopoderoso, más fuerte que todo el poder y la inteligencia del mundo».

VER+:

Las catacumbas: los símbolos

El orante: esta figura, representada con los brazos abiertos, es símbolo del alma que vive ya en la paz divina.
(Según mi humilde opinión, es símbolo del cristiano que vivió -"Vivir en el Espíritu"- alabando, glorificando y adorando al Señor de Señores. Ya que, por nuestra Fe en Cristo, ya hemos resucitado en y por Cristo Jesús).


Cuando levanto mis manos. SAMUEL HERNÁNDEZ