EL Rincón de Yanka: DISCURSO DE JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, PREMIO CERVANTES 2002 📝

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viernes, 20 de marzo de 2020

DISCURSO DE JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, PREMIO CERVANTES 2002 📝



PREMIO CERVANTES 2002



JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO HUMANISTA CRISTIANO Y ESCRITOR COMPROMETIDO. Fe sincera hasta el final y su «autenticidad», la cual lo llevaba a evitar «apariencias» y «alharacas».


«Una función esencial de la verdadera belleza consiste en provocar en el hombre una saludable "sacudida", que le haga salir de sí mismo, le arranque de la resignación, de la comodidad de lo cotidiano, le haga también sufrir, como un dardo que lo hiere pero que le "despierta", abriéndole nuevamente los ojos del corazón y de la mente, poniéndole alas, empujándole hacia lo alto» Benedicto XVI Discurso a los artistas

"El cristianismo significa la absoluta separación de religión y política". El cristianismo se presenta como la propuesta de fe cuya confesión se hace en el credo y en el bautismo.
"Lo políticamente correcto no permite una ironía ni una verdad"."Si no cuento una historia critiana, no digo nada".
Sobre España, dijo: "Se ha llegado a un nivel de necedad que, cuando alguien pronuncia la palabra España, parece que es franquista".

"Europa también tuvo Inquisición. Todos los pueblos tenemos cosas de las que avergonzarnos pero los españoles fueron los que adivinaron que un hombre, si no era libre, no era hombre y que todos los hombres son iguales"."Carlos I, el único príncipe en la historia que reunió a su clero, sus universitarios y sus soldados para que se preguntase si la conquista de América era justa".

Ocupo en estos momentos de la recepción del Premio Cervantes esta prestigiosísima cátedra del Aula Magna de esta Universidad de Alcalá, de un tan alto grosor y peso en la historia intelectual y cultural de España, porque en ella me ha instalado por unos momentos la gratuidad de dicho honor y distinción, para agradecerlos, y mostrarme comprometido a hacerles honor en la medida de mis fuerzas. Y las necesitaré porque, en este caso concreto del Premio Cervantes, hay ciertamente, para quien lo recibe, un plus de deuda y exigencia más allá de la literatura. Lo que queda explicitado, con sólo aludir a la entidad y significación del nombre de dicho galardón, y de las manos de quienes se recibe.



Por su obra entera, en efecto, y de modo muy especial por el uso que de la lengua hace, se ha convertido Cervantes en símbolo o hasta encarnación de España, y la Corona lo es por la naturaleza y significado mismos de la institución y su historia, que han estado ligadas, como va de suyo, a esta empresa de la lengua. Y ello, tanto por conciencia de lo que la lengua implica en la comunidad de la que la Corona es cabeza, como por la atención personal de los monarcas, manifestada ampliamente en patrocinios, mecenazgos, protecciones, ayudas y espoleos; y de una manera muy singular, y como recogiendo toda esa herencia, se muestra en la preocupada atención de los actuales Reyes de España (...)


Ser escritor -o escribidor como me gusta decir para quitar empaque a un oficio que al fin y al cabo es tan modesto- supone andar metido en todas esas responsabilidades de la lengua para nombrar al mundo (...) Y en esta gran provincia universal del español tenemos al señor Miguel de Cervantes, que es nombre y olmo altos, y cuenta y pesa en los pensares y sentires universales y hondos. Era y es escribidor, que ponía y pone a sus lectores en esa misma situación que él mismo describió cuando decía que lo único importante era caer en la cuenta de que se tiene un ánima, y esto es en lo último en que queremos caer en la cuenta cada uno de nosotros, porque si la locura de la sinceridad se apropiara del mundo ¿qué quedaría del mundo?, y, cuando me tome la locura de la sinceridad, ¿qué quedará de mí?, nos preguntamos todos, consciente o inconscientemente, con Marcel Jouhandeau (...)

En la escritura, nadie es grande por su estilo, sino por su gramática; no lo es por su crítica política, social o de costumbres, sino por tocar la gloria y la llaga de la naturaleza trunca del destino humano, que parece revelarse sólo a aquellos que, como el señor Miguel de Cervantes, prestan mucha atención y tienen mucha misericordia con los hombres, y desarman con su ironía el nudo gordiano de las paradojas del vivir, sus insolubles enigmas, aceptándolos como se están y son, y contándolos en una lengua que, en feliz formulación de Marcel Bataillon, si se la compara con los guisos condimentados, y hasta salpimentados de su tiempo aunque no sólo del suyo, tiene la sabrosa insipidez de la leche o del pan. Más que ningún otro escritor... él permanece fiel al ideal de transparente sencillez que Juan de Valdés había formulado en el Diálogo de la lengua: escribir como se habla. Estética igualmente, de mis señoras y señores de Port-Royal des Champs, por cierto; y la misma del querido Maestro Luis de León (...) Este señor Miguel de Cervantes se alimenta de la memoria y de la escucha, que son la materia del contar; personas y lugares que han herido su alma, para que la de quienes le lean también quede lacerada por las palabras, y dé un vuelco; porque del ánima y sus pasiones trata siempre un narrador de historias (...)

El Cervantes contador de historias es un humanista más, entre los que reclaman para la literatura el estatuto de conocimiento, y maneja él mismo los mismos topoi y categorías, o imaginarios, del tiempo; tales como la moria, los fantasmas, y el stultus, o scurra, a su modo de escritor, como digo; y también están en sus pensares los otros asuntos de la gloria de las letras, la pertinencia de las lenguas vulgares para nombrar el mundo y como lenguaje de disciplina, pero, desde luego de manera eminente, en el diario vivir humano para verdad y eficacia del nombrar; y están, en fin, la dignidad, la fineza del sentir y de la palabra de los más sencillos, y de los seres de desgracia. Y de tal manera esto último que Cervantes puede, y debe, ser incluido, sumo honor realmente, en ese pequeño número de genios verdaderos(...) De manera que no podemos ofender el lenguaje de Cervantes, declarándole por nuestra cuenta dechado y falsilla de la buena prosa, porque baratija sería; se trata del lenguaje, -armonía y dulzura, para utilizar otra fórmula frayluisiana-, que hace que vivamos y desperemos, que nos lacera, o por el que nos llena de alegría aquello que leemos y una escritura dice (...) Cervantes sabe, y lo muestra -y esto sólo lo saben y lo muestran los grandes que con su gramática nombran el mundo y las historias de los hombres como lo hizo Adán con los animales- que todo es nada, sólo niebla y humo, y que también el escribir lo es (...)

Las grandes horas de España, como las de cualquier civilización y empresa del espíritu, siempre de la corriente del uso se separan y desgajan. De la tensión y entrecruce de pensares, sentires y vivires, de la España de las tres leyes -única en Europa-, y de la de la interior aventura de los conversos -que es un hecho mayor en la cultura europea, porque ahí nace la conciencia no del yo cartesiano sino del yo existencial y vividero-, se origina el más alto esplendor de nuestra hermosura literaria, en toda la enorme provincia misma de la Hispanidad de la que antes hablaba, y en las comunidades donde se da aún la pervivencia del judeo-español, que nuestra ánima lleva y preserva.
Deseo, para España y su cultura, que, abiertas y entrecruzadas con los sentires y saberes del mundo entero, porque el solipsismo cultural es un puro sinsentido, se sigan estando en su ser mismo, y que allí donde estén ellas, esté el centro, como, en la gloriosa discusión sobre quién presidiría la mesa, dijo don Quijote a Sancho en casa de los duques; y no a tontas ni a locas precisamente, sino sabiendo. No a baratija, sino a ánima, como yo quisiera haber pergeñado un apunte o silueta, aquí, ante ustedes y en la presencia de los Reyes de España, acerca del señor Miguel de Cervantes, de nuestra lengua, y de quienes en el ancho mundo la hablan, o la entienden, y la aman.
Majestades, acepten este mi deseo como un voto antiguo, al que nobleza obligaba, ya que he quedado enrolado en este negocio y vinculación cervantinos por la distinción misma que se me ha concedido. La civilidad y la cristiandad, dice Pascal que impiden hablar de uno mismo, y hasta pronunciar el primer pronombre personal; pero espero no faltar a esta gramática, que llevo en mi propio corazón, si sólo apunto a ese mi yo un solo instante para decir, sencilla y nuevamente: GRACIAS