EL Rincón de Yanka: 👉 "VOCES QUE ME LLEGAN" (de antes y de ahora) 2da. Parte por CÁNDIDO MORENO ARAGÓN

inicio














viernes, 25 de octubre de 2019

👉 "VOCES QUE ME LLEGAN" (de antes y de ahora) 2da. Parte por CÁNDIDO MORENO ARAGÓN

VOCES QUE ME LLEGAN
(de antes y de ahora) 2da. Parte

SOBRE EL NOBLE, HUMILDE 
Y DESCONOCIDO OFICIO DE COMPILADOR

Palabras de Robert Muro 
para nuestro maestro compilador 
Don Cándido Moreno Aragón

COMPILAR: Allegar, o reunir, en un solo cuerpo de obra, partes, extractos o materias de otros varios libros o documentos. 
RECOPILAR: Juntar cosas diversas en compendio, o abreviar alguna cosa grande y reducirla a menor volumen la tal obra.

Porque lo que hacen los nuevos y buenos compiladores populares, y Cándido Moreno Aragón es el más entusiasta y ejemplar de ellos, es leer, seguir pistas, sabuesear, buscar, elegir, limpiar entre los muchos papeles que ven la luz hoy día, para regalarnos luego una elección, tamizada por su sensibilidad, convertida en libros-compendio sobre los temas más diversos de la actualidad. Cándido lo hace desde la generosidad más absoluta, desde la pasión del enamoramiento por lo escrito, y que él, por temor a que quede sepultado bajo toneladas de papel y olvido, se empeña en rescatar y reproducir compendiado para nuestros lectores. 
El compilador de hoy tiene, si hace bien su oficio, dos rasgos distintivos.
El primero es recomponer lo escrito –el pasado-, despojándolo de lo, a su mirar, superfluo, y ofreciendo los resultados al futuro.
La segunda, y a mi modo de ver, principal seña de identidad de esta actividad, es la humildad.
El compilador parte de reconocer lo bueno y sabio escrito en lo ya publicado, a menudo perdido en la vorágine de la cantidad de ediciones que es la característica de nuestra modernidad. Y no quiere escribir nuevas cosas. 
Así su labor es la de rastreador, elector y ofrecedor generoso de la selección, el compendio, la compilación de lo mejor que él ha creído ver y ha podido rescatar salvándolo del naufragio.

“No basta “enseñar a vivir y a morir”. 
Hay que dar un paso más: 
“Enseñar a vivir para resucitar”.
Cándido Moreno Aragón

"El desprendimiento y el hacer algo bueno por los demás para Cándido no es una opción sino una responsabilidad, y siempre estaremos agradecidos por cada una de sus obras, por cada uno de los minutos que pasamos con él.
Quizá en este momento ama la vida como jamás la ha amado nunca, no solo su vida sino la vida de todos... Nos impulsa como maestro que es, a que hagamos las grandes preguntas:
¿Quién soy yo? ¿A dónde voy? ¿Cuánto tiempo me queda? Nos trasmite el dolor de la lucidez". Oscar Núñez, cinéfilo
"Una vez más gracias por abrirnos los ojos y arrojar luz, frescura y su visión prismática de todo cuanto acontece. 
Gracias por hacernos cosquillas en nuestros cerebros invitándonos a no ser indiferentes, a que todos y cada uno de nosotros en nuestras respectivas atalayas seamos críticos y asimismo permeables a cuando nos rodea y sucede". Juan Carlos Gundín, físico
Quienes apreciamos el conocimiento humano, reconocemos en la labor de los compiladores, el noble y humilde arte de resumir, concentrar, hacer visibles noticias y conocimientos en grave riesgo de destierro, de olvido, por la abundancia virtual informática, editorial, prensa, que da a nuestra sociedad la sensación de estar permanentemente ahíta.
Gracias, gracias, gracias por tu inmensa labor humanística…, Cándido.



***
A QUIENES ESTÁN SIN ESTAR

La vida es un extraño juego. Es un viaje
En el que estamos sin estar y nos perdemos
Queriendo estar, sin estar, cuando podemos
Y, al poder por fin regresar, llegamos tarde.

Por eso llegar a estar al fin en esta tarde,
Fieles a quienes fuimos y a quien queremos
Para que sin estar, estén, sin que olvidemos
Haber sido, en un mismo crucero, navegantes.

La vida es un extraño fuego en pocos actos
Que atiza el viento y apenas luego apaga.
Y en esta tarde de adiós, silencio es llanto.

Navegantes sin rumbo en un mástil con alas
Estaréis donde estáis, en la memoria, intactos,
Con la fuerza de ser el mar que nos aguarda. 
(X. Dolz)

SEMILLA

Aquí depositamos, en el oscuro y hondo
regazo de la tierra,
estos pàlidos restos: una leve semilla
que no veremos transformarse en àrbol.

Florezca si es posible, en el silencio
de nuestros corazones,
como en ese vacío sin nombre y sin medida
al que llamamos Dios; y que tal vez lo sea. 
(J. Cereijo)

"Yo soy la leña que te calienta 
en los días de invierno, el perfume que
te regala y embalsama el aire a todas horas, 
la salud de tu cuerpo y la alegría de tu alma... 
Por último yo soy la madera de tu ataúd.
Por todo esto amigo que me contemplas, 
tú que me plantaste con tu mano
y puedes llamarme hijo… 
mírame bien, pero… no me hagas daño". 

(P. Alverola).

UNA VIDA DEDICADA A LA DOCENCIA

Alabanza de España “De Laude Spaniae” 

Para los que consideran a España un producto de finales del Medievo, para los que dudan de su unidad y de su origen, a continuación transcribo “De Laude Spaniae”, una alabanza a España escrita por San Isidoro de Sevilla en el siglo VI después de Cristo. Este autor forma parte del proceso de unificación tanto territorial como litúrgico de la España visigoda. Incluso sus expresiones ya no corresponden al Latín Clásico, su obra está escrita en un latín afectado por las tradiciones locales visigodas y contiene cientos de palabras identificables como localismos hispanos (el editor de su obra en el siglo XVII encontró 1640 de tales localismos, reconocibles en el español de la época).



La traducción dice:

Eres, oh España, la más hermosa de todas las tierras que se extienden del Occidente a la India; tierra bendita y siempre feliz en tus príncipes, madre de muchos pueblos. Eres con pleno derecho la reina de todas las provincias, pues de ti reciben luz el Oriente y el Occidente. Tú, honra y prez de todo el Orbe; tú, la porción más ilustre del globo. En tu suelo campea alegre y florece con exuberancia la fecundidad gloriosa del pueblo godo.

La pródiga naturaleza te ha dotado de toda clase de frutos. Eres rica en vacas, llena de fuerza, alegre en mieses. Te vistes con espigas, recibes sombra de olivos, te ciñes con vides. Eres florida en tus campos, frondosa en tus montes, llena de pesca en tus playas. No hay en el mundo región mejor situada que tú; ni te tuesta de ardor el sol estivo, ni llega a aterirte el rigor del invierno, sino que, circundada por ambiente templado, eres con blandos céfiros regalada. Cuanto hay, pues, de fecundo en los campos, de precioso en los metales, de hermoso y útil en los animales, lo produces tú. Tus ríos no van en zaga a los más famosos del orbe habitado. 

Ni Alfeo iguala tus caballos, ni Clitumno tus boyadas; aunque el sagrado Alfeo, coronado de olímpicas palmas, dirija por los espacios sus veloces cuadrigas, y aunque Clitumno inmolara antiguamente en víctima capitolina, ingentes becerros. No ambicionas los espesos bosques de Etruria, ni admiras los plantíos de palmas de Holorco, ni envidias los carros alados, confiada en tus corceles. Eres fecunda por tus ríos; y graciosamente amarilla por tus torrentes auríferos, fuente de hermosa raza caballar. Tus vellones purpúreos dejan ruborizados a los de Tiro. En el interior de tus montes fulgura la piedra brillante, de jaspe y mármol, émula de los vivos colores del sol vecino.

Eres, pues, Oh, España, rica de hombres y de piedras preciosas y púrpura, abundante en gobernadores y hombres de Estado; tan opulenta en la educación de los príncipes, como bienhadada en producirlos. Con razón puso en ti los ojos Roma, la cabeza del orbe; y aunque el valor romano vencedor, se desposó contigo, al fin el floreciente pueblo de los godos, después de haberte alcanzado, te arrebató y te armó, y goza de ti lleno de felicidad entre las regias ínfulas y en medio de abundantes riquezas.

El retorno de la Filosofía


Vuelve la filosofía (su historia, para ser exactos) a ser asignatura obligatoria en el Bachillerato español. Y a (casi) todos les parece muy bien. Siendo profesor de filosofía, no resultaría natural que pudiera oponerme a la medida. Pero toda unanimidad resulta sospechosa. Cuando coinciden los sabios y los necios, o no hablan de lo mismo o no coinciden verdaderamente.

Por mi parte, podría resumir así mi posición: Estoy de acuerdo con la medida, pero, en general, no con las razones que se aducen para adoptarla y aplaudirla. Así, por ejemplo, se dice que en filosofía lo importante son las preguntas, no las respuestas. Esto es algo muy curioso. En primer lugar, no se suele decir cuáles son esas preguntas tan relevantes que hacen que no importen las respuestas o que sea imposible responderlas. Si uno se pregunta algo, máxime si se trata de algo muy importante para su vida, deberá, al menos, intentar responderlo. Es cierto que plantear correctamente las preguntas filosóficas adecuadas es ya, de suyo, un gran avance. Pero, a partir de aquí, comienza el camino en busca de las respuestas. Kant afirmó que la filosofía debía responder (no sólo plantear) cuatro preguntas fundamentales: ¿qué puedo saber?, ¿cómo debo vivir?, ¿qué puedo esperar después de la muerte? y ¿qué es el hombre? La pregunta metafísica fundamental, según Leibniz y Heidegger, es ¿por qué hay algo y no nada? Otra cosa es que sea posible una respuesta definitiva o, por el contrario, haya que conformarse con criticar el error y emprender ese camino de «búsqueda sin término» (Popper) hacia la verdad, que Sócrates emprendió.

Otro argumento apologético es que la filosofía enseña a pensar. Pensar está muy bien. Heidegger precisaba que había que distinguir entre el «objeto erudito» y la «cosa pensada», para optar por la segunda, claro. Pero este aprendizaje del pensamiento también resulta sorprendente si no se precisa que se trata de pensar bien (no de cualquier modo) y de pensar sobre algo concreto: los problemas de la filosofía. La filosofía consiste en enseñar a pensar pensamientos filosóficos, no cualquier cosa. No se nos concreta cuáles son éstos. Lo decisivo es que el estudiante piense por sí mismo. Poco importa que se equivoque también por sí mismo. Otra cosa sería dogmatismo y paternalismo. No parece que sea incompatible pensar por sí mismo y hacerlo bien, al modo de los grandes clásicos. Y hacerlo sobre los problemas sobre los que ellos pensaron.

Y esto nos lleva al tercer gran argumento. La filosofía fomenta una actitud crítica. Eso parece que está muy bien, que no cabe más. Hay que ser seres racionales y no someterse a una disciplina de docilidad ovina. En este sentido, la filosofía vendría a ser una especie de fábrica de rebeldes. Se trataría de destruir, nunca de construir nada. Pero, actitud crítica, ¿hacia qué? Esto ya es más complicado. Algunos dirán: hacia todo. Pero a lo mejor la cosa no discurre por el camino que algunos prevén, y la crítica filosófica persigue dudar y someter a crítica el saber recibido para corregirlo o mantenerlo, y, sobre todo, los tópicos dominantes en una sociedad. La filosofía no es educación para la ciudadanía ni mera deontología profesional. Es otra cosa. A lo mejor la filosofía genera ciudadanos «extravagantes», en el sentido etimológico del término, más que mansos devotos de la corrección política. ¿Han leído, quienes esto pretenden, verdaderamente a los filósofos? La tarea del filósofo, como la del profeta de Israel, y, en general, como el intelectual, es oponerse a la opinión dominante y seducir para cambiarla (Ortega). La filosofía sólo destruye el error y construye el camino hacia la verdad. Lo que sucede es que con demasiada e indebida frecuencia se pretende hacer pasar por filosofía lo que no es ella, lo que son otras cosas, sin duda estimables, pero no filosofía. Se me dirá, acaso: ¿y qué es filosofía? Y respondería: vaya usted a preguntar a algunos que son, indiscutiblemente, filósofos. Daré tres ejemplos. Aristóteles la define como «la ciencia de los primeros principios y de las causas últimas de las cosas». Kant, como «la ciencia de los últimos fines de la razón humana». Y Ortega y Gasset, como «teoría del universo». No es cualquier cosa la filosofía. Al menos, no es sólo mera pregunta, actitud crítica, tarea destructiva o aprender a pensar sobre lo que sea. No han faltado filósofos que, como Husserl, pensaron que la filosofía era saber riguroso, ciencia estricta.

La filosofía nació al margen del poder y se mantiene sin necesidad de apoyo oficial. Nietzsche quería que la verdadera realidad del filósofo, planta necesariamente escasa, no se perdiera del todo. No importa que quede reducida a la tarea solitaria de unos pocos sabios. La filosofía es una vocación, no una profesión. Otra cosa es la condición de profesor de filosofía.

Xabier Zubiri escribió: «La metafísica griega, el derecho romano y la religión de Israel (dejando de lado su origen y destino divinos) son los tres productos más gigantescos del espíritu humano. El haberlos absorbido en una unidad radical y trascendente constituye una de las manifestaciones históricas más espléndidas de las posibilidades internas del cristianismo. Sólo la ciencia moderna puede equipararse en grandeza a aquellos tres legados». La filosofía forma parte esencial del espíritu de la cultura europea. Bastaría con ello para justificar su regreso a las aulas. Para aprender filosofía, quizá el mejor comienzo sea la lectura de los Diálogos de Platón. Quizá nadie como el Sócrates platónico encarnó lo que constituye el verdadero ser del filósofo. Acaso alguien me objete que esta visión de la filosofía es conservadora, incluso arcaica. Asumo el argumento pero ¿no constituye acaso la filosofía una tradición que debemos conservar y proseguir? ¿No es esto lo propio de la actitud conservadora? ¿Es arcaico volver una y otra vez a los griegos? La historia de la filosofía no es una sucesión arbitraria y caótica de opiniones divergentes. Hay mucho más progreso en ella de lo que se suele admitir. Y no es necesario invocar a Hegel. Pero ese progreso es más bien parecido al que vamos adquiriendo sobre el conocimiento de una persona o una ciudad. No es un progreso acumulativo. La filosofía no consiste en acumulación de informaciones sobre los hechos. Se trata más bien de un progreso en la profundidad. Sea bienvenido el retorno de la filosofía al Bachillerato, pero sólo si vuelve la de verdad, la auténtica.
Ignacio Sánchez Cámara, 
catedrático de Filosofía de la Universidad 
Rey Juan Carlos de Madrid.

Humanismo y Ciencia
«El hombre llega, por medio de la poesía, al límite donde el filósofo y el matemático vuelven la espalda en silencio». Así defendía Federico García Lorca su «profesión» y Ortega y Gasset –siguiendo la línea de Heidegger– afirmaba que «el hombre de ciencia, el matemático, es quien taja la integridad de nuestro mundo», porque, según él, «la verdad científica es exacta pero incompleta y penúltima» y «deja sin ver las cuestiones decisivas». ¿Qué pensarían y qué dirían, en estos tiempos, Lorca y Ortega? Es muy posible que mantuvieran sus posiciones sin alteración alguna.

La conexión entre humanismo y ciencia sigue siendo en nuestro tiempo un tema clave y también un tema difícil de abarcar que está vinculado, de un lado, al debate que abrió Charles Snow en 1959 con su discurso sobre la incomunicación entre las dos culturas, y de otro, a la cuestión de los límites de la capacidad del ser humano para entender, asumir y adaptarse a los cambios en general y en concreto a los científicos y tecnológicos.

Snow se inclinaba claramente por la superioridad de la cultura científica aunque afirmaba que la interdisciplinariedad era necesaria para afrontar los problemas de la humanidad. Se expresaba así: «Cuando los no científicos oyen hablar de científicos que no han leído una obra importante de la literatura, sueltan una risita entre burlona y compasiva. Los desestiman como especialistas ignorantes. Una o dos veces me he visto provocado y he preguntado a los nos científicos cuántos de ellos eran capaces de enunciar el segundo principio de la termodinámica. La respuesta fue también negativa y sin embargo es más o menos el equivalente científico de «¿ha leído usted alguna obra de Shakespeare?». Desde entonces hasta ahora el debate sigue vivo y caliente y en él han participado muchos pensadores de ambos bandos. En el mundo anglosajón se han producido avances positivos en el sentido de mejorar la intercomunicación. En Europa en su conjunto y muy intensamente en España, la situación es todavía sorprendentemente negativa. La elección entre ciencias y letras, entre técnica y humanidades, sigue siendo en el mundo educativo y muy intensamente en el mundo académico, una elección obligada que implica la exclusión de una de las dos culturas.

Algo habrá que hacer para salir de esta irracionalidad formativa. Hay que aceptar la posición de Erwin Schrödinger, premio Nobel de Física, cuando afirma que: «La finalidad de la ciencia y su valor son los mismos que los de cualquier otra rama del conocimiento humano. Ninguna de ellas por sí sola tiene finalidad y valor. Solo los tienen todas a la vez». Así es. Un estudiante de letras que desconozca el papel de la ciencia y un estudiante de ciencias que desconozca el papel de las humanidades, tienen muy poco que aportar al progreso porque son incapaces de entender los problemas desde distintas ópticas. Las grandes empresas tecnológicas han sido las primeras en darse cuenta de esta realidad y están incorporando la visión humanista –a través de filósofos, sociólogos, juristas, historiadores y otros– en sus procesos de innovación. Ese es el ejemplo a seguir.

Por lo que respecta a la capacidad del ser humano para adaptarse a los cambios científicos y tecnológicos, la primera tarea a llevar a cabo es la de prevenir a los ciudadanos contra una legión de «expertos» que gozan y se benefician anunciando, ya sea todo género de catástrofes para la condición humana, o por el contrario, todo género de mejoras de nuestras capacidades, incluyendo la potenciación del cerebro, el índice de felicidad e incluso la inmortalidad biológica. El temor a que la robótica elimine un porcentaje sustancial de empleos y los riesgos de que la inteligencia artificial supere y controle la humana, son dos de los temas favoritos de estos «expertos» que parecen olvidar la extraordinaria resiliencia y adaptabilidad del ser humano.

Desde la utilización del fuego hace 790.000 años, hasta hoy, hemos vivido todo tipo de revoluciones incluyendo el descubrimiento de la imprenta en el siglo XV, la revolución industrial del siglo XVIII y la primera revolución tecnológica de nuestro tiempo, que han modificado sustancialmente algunas ideas y aún más las costumbres y los comportamientos. Pero a pesar de todos los cambios, la esencia del ser humano, en lo que atañe a sentimientos básicos se mantiene invariable. El amor, el miedo, la felicidad, el egoísmo y sus contrarios no se diferencian en nada a los de cualquier otra época. Siguen conviviendo en nuestro cerebro las grandezas más sublimes con las perversiones más profundas. Después de tanta evolución sigue manteniéndose, por ejemplo, la pasión futbolística en todas sus formas, desde la bella referencia a «tener más moral que el Alcoyano», hasta la declaración de amor incondicional del «viva el Betis manque pierda».

Es cierto, muy cierto, que los cambios se están acumulando y acelerando como nunca antes en la historia, y que la denominación de estos tiempos como la era de la incertidumbre es enteramente correcta. Es también correcto que, al igual que en su día el derecho dio forma a la «persona jurídica», tengamos que aceptar la idea de convivir con «personas electrónicas» con independencia cognitiva y con capacidad para albergar sentimientos y así mismo, con «personas clonadas», una posibilidad que la reciente clonación de monos –después de las de ovejas, vacas, ranas y caballos– se acerca inexorable e inquietantemente. Son incluso correctos algunos planteamientos del posthumanismo o el transhumanismo que dan por segura la transformación total de la condición humana mediante la superación de los límites mentales y físicos que tenemos en la actualidad.

Soseguémonos. Sigue sin haber nada nuevo bajo el sol. Permanece y permanecerá siempre la ida de encontrar el «elixir de la eterna juventud». Pero, incluso si lo encontramos, seguiremos siendo humanos en el más bello sentido de este concepto y dominaremos los nuevos descubrimientos tecno-científicos tal y como lo hemos hecho hasta ahora con inteligencia y alguna que otra necedad. Si a cualquiera de nosotros se nos hubiera advertido en su día qué iba a pasar dentro de cincuenta años lo habríamos rechazado categóricamente como imposible y aquí estamos como si nada hubiera pasado. Sean los que sean los avances de la humanidad seguiremos, por siempre, enamorándonos, un proceso neuronal en donde cumple un papel decisivo la feniletilamina, que nos conduce a un maravilloso estado emocional.
Antonio Garrigues Walker, jurista.


TIEMPO RECOBRADO

Adiós a todo aquello

Una de las cosas que nos dan la medida del cambio que se ha producido en nuestras vidas es la desaparición de los objetos cotidianos de nuestra juventud. La gente fumaba Celtas, las tiendas tenían máquinas registradoras, los hombres bebían Soberano, los Seat 600 circulaban por las calles, las televisiones eran en blanco y negro, los cines de barrio estaban llenos, el boxeo era un deporte popular, no existían los hipermercados y todavía se viajaba en locomotoras de vapor.
Recuerdo que, cuando era pequeño, las mercancías se repartían en carros tirados por caballos y que la leche se compraba en las vaquerías. También me viene a la memoria cuando se instaló el primer semáforo en Miranda de Ebro hacia 1960, un hecho que conmocionó a toda la población y que fue interpretado como una entrada en la modernidad.

En aquella época, había en mi pueblo media docena de televisores, entre ellos, un Marconi de mi padre, que acogía a sus vecinos y sus amigos cuando había partidos de fútbol o se retransmitían corridas de toros. Nunca olvidaré el alborozo que produjo el gol de Marcelino en la final contra Rusia en 1964. Parecía que la casa se iba a venir abajo.
Entonces no existían las marcas. Sólo había un cognac, un chocolate, una cerveza y unas galletas. Y una sola cadena de televisión, en la que aparecía continuamente Franco inaugurando pantanos y viviendas sociales. Los seriales de radio hacían más llevaderas las tardes de invierno.
Otra de las innovaciones que comenzaron a finales de los años 60 fue el concepto de weekend. Hasta esas fechas, se trabajaba los sábados, que eran días laborables y había que ir a la escuela. Yo salía corriendo a las siete de la tarde para ver la serie Viaje al fondo del mar con aquel fantástico submarino llamado Seaview en el que mandaba el almirante Nelson.

La verdad es que ni siquiera sé por qué escribo sobre este mundo desaparecido, sobre cosas que sólo la gente de mi edad puede entender. Pero creo que es porque añoro aquella forma de vivir en la que la carencia de bienes materiales estaba compensada por la ilusión que nos producía cualquier nimiedad.
Probablemente el recuerdo más feliz de mi infancia fue cuando mi padre me regaló una camiseta del Real Madrid y un balón de cuero, pintado de blanco, cuyo olor me sigue acompañando como si el tiempo se hubiera detenido. Jugábamos al fútbol sin parar durante cuatro o cinco horas, hasta que la luz se extinguía, en una era junto al Ebro. El equipo que perdía tenía que comprar una botella de gaseosa -que entonces costaba una peseta- al que ganaba. Siempre nos pegábamos por quedarnos con el cromo de un ciclista que había debajo del tapón.
No voy a decir que aquel mundo era mejor que éste. Eso sería una tontería. Pero era el mío, el de una generación que crecimos cuando España era un régimen autoritario, estudiábamos con la enciclopedia Álvarez y las mujeres iban con velo y misal a la iglesia.
Quizás la conciencia de nuestras limitaciones provocó el afán de superarlas, de leer, de viajar, de descubrir el cine o de ir a un concierto. En nuestra juventud todo eso tenía un valor, era un acto político. Hoy todo es puro espectáculo. De J. F. Kennedy hemos pasado a Trump. Me consuela que , como escribió Saint Beuve, el único medio de vivir mucho tiempo es hacerse viejo.

¿Quedan, aún, españoles en España?


Cuando Alarico saqueó Roma, el año 410, se adueñó del Imperio un pesimismo general. El poder era débil, los funcionarios corruptos, las legiones estaban empantanadas en el Rin, el trigo no llegaba con regularidad, los políticos no aceptaban la decadencia, y el desorden social y económico se apoderaba de las ciudades. Y fue entonces cuando San Agustín pronunció su sermón De Urbis excidio (Sobre la caída de Roma), para decir, en esencia, lo contrario de lo que todos decían, y de lo que hoy pensamos en España: «Roma no perecerá -dijo- si no perecen los romanos». Porque, frente a la creencia en que las soluciones vienen del sistema institucional y político, de nuevos códigos y controles, o de un reforzamiento conceptual del Estado, el obispo de Hipona se dio cuenta de que la regeneración progresa en la dirección contraria: «Roma non perit si romani non periunt». Y, basándose en la fuerza e identidad de la comunidad cristiana, que era todo lo que quedaba de Roma, inició el prodigioso relevo que hizo la Iglesia sobre la historia real y simbólica de la Ciudad Eterna.

Para Agustín era evidente que la fortaleza del Estado viene de la sociedad, y no a la inversa. En su lógica no había más explicación para la caída de Roma que el previo derrumbe cívico y moral de los romanos. Y por eso, en vez de apelar a una revisión de la política, de las leyes y del orden constitucional del Estado, con la esperanza de que los ciudadanos recibiesen esa misma regeneración de forma infusa, hizo el camino a la inversa, al confiar a los ciudadanos la refundación de Roma.

El padre de Occidente estaba en lo cierto. Primero hacen crisis las sociedades y después los imperios. Primero se corrompen los ciudadanos y después las instituciones. Primero aflojan las cuadernas de la virtud cívica y después aparecen los gusanos que descarnan el esqueleto del Estado. Por eso es inútil regenerar por arriba, si antes no se interpela a la gente, y se le hace ver por qué hemos llegado hasta aquí.

Intentado, pues, volar a esta altura, creo que en España estamos apuntando a un modelo de regeneración tan equivocado como el del arquitecto que reconstruye su torre, una y otra vez, sobre la arena de la playa. Pero también sé que hay que ser muy valientes para tomar el camino de Agustín, ya que la sociedad no gusta de ser enfrentada a sus responsabilidades. Lo fácil es lanzar las diatribas hacia arriba y las adulaciones hacia abajo, para ganar la doble complicidad del que está dispuesto a ser zaherido a cambio del poder, y del que acepta ser redimido a cambio de la falsa adulación. Pero la lógica de San Agustín se muestra inapelable: Roma no puede ser mejor que los romanos. Y España tampoco es peor que los españoles. Por eso me temo que, tras la indigna cantada de Sánchez y Carmen Calvo, no vale de nada gritar y hacer censuras en las calles de Madrid. Porque este relevo nos toca a los españoles, los únicos que podemos convertir el 26 de mayo en una operación de Estado de colosal envergadura.

CUERPO A TIERRA
APULEYO SOTO

Cuerpo a tierra,
se dicen los pájaros
y abandonan el aire

que es su espacio.
Cuerpo a tierra los tengo
frente a la pluma en mano,
comed, pajaritos,
granito a grano.
Mañana cuando vuelva
quiero veros lozanos
con las alas plegadas
y el buche hinchado.
La vida son dos días
que se pasan volando
como nosotros mismos,
oh píos pájaros.
Punto y adiós
a estos versos preclaros.
Seguirá siendo mi placer
veros de cuando en cuando
engullendo las migas
o cantando y cantando.

No tardéis... Echad mi cuerpo a tierra.
Llevadlo cantando al claustro del monasterio 
de la Armenteira, y que allí fructifique,
entre yerbas y sombras y salmos y pájaros, 
pues mis trabajos y mis días caducaron,
y ha llegado el atardecer.

Se apagó el cirio de mi vida pascual 
y van a examinarme del amor.
Corred, corred. 
No detengáis el paso de la muerte que habita.
Dejadme en tierra, vientre y venturoso 
pero devorador del que salí.

Que me traga la tierra, a mí, 
que quise consumir todos sus frutos amargos 
y probé la salud y la enfermedad, 
la alegría y la tristeza, 
la pobreza y la abundancia, 
la aclamación popular y la desolación interior;
a mí, que sellé la boca de los mentecatos
y abrí la mente de los párvulos
y enderecé el corazón de los adolescentes.

Que se oiga que caigo, 
como un árbol partido por el dedo de Dios,
con la mano en el pecho, 
muerto de pie, muerto de amor.
Como una piedra del camino, 
como una piedra que se cansó de rodar 
y cayó en el fondo del silencio, 
en el fondo de la Palabra Inefable, 
en el fondo de Dios.

Yo, piedra. Él, hondero. Él, David de mi alma,
lanzada a las estrellas, signo de fe.
Greda, arena, arcilla, roca, 
barro, polvo, fango, humus...
Tierra: 
No más que eso, y todo eso, soy. Tierra nutricia.

Que vuelva el polvo al polvo 
para que el Divino Alfarero modele con mi carne 
y mis huesos un nuevo cántaro de gracia.
Y sentarme. 
De frente o de perfil, pero sentarme: 
Necesito descansar eternamente. 
Disponerme muy bien para que 
me incorpore con la dignidad de un maestro 
en el Valle de Josafat.

Cuerpo a tierra, por favor. 
Como simiente, que yo fui sembrador, 
para que Dios recoja mi cosecha, 
para que, hecho fruto de Amor y Verdad, Dios alargue su mano y me diga: 
"Cándido, levántate y ven conmigo".

LOS DEVANEOS EQUÍVOCOS DE LA LLUVIA

La lluvia preña la tierra 
con su orgasmo goteante de perlas. 
La lluvia es la mensajera de los frutos 
y las flores de la primavera. 
La lluvia cae de cabeza dulcemente 
atolondrada desde casi las estrellas. 
La lluvia no es la tristeza, 
es la alegría latiente sobre la naturaleza. 
La lluvia se desmelena campo 
a través del campo que la abreva. 
Dejad a la lluvia inquieta posarse 
como se posa cuerpo a tierra. 
Que después, de ella impresa, 
suspirará mi alma para que vuelva. 
¡Oh lluvia pasajera, no pares de parir, 
que se te espera.


VER+: