EL Rincón de Yanka: ☔⛆ LIBRO "SÉ TRANSPARENTE Y TE LLOVERÁN CLIENTES": ACTÚA CON PRINCIPIOS

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miércoles, 6 de junio de 2018

☔⛆ LIBRO "SÉ TRANSPARENTE Y TE LLOVERÁN CLIENTES": ACTÚA CON PRINCIPIOS


Actúa con principios 
y cómete el mundo en la era digital


"Consiguió que la televisión dejara de pagar a asesinos".Una entrevista en televisión a Farruquito tras atropellar mortalmente a un hombre revolvió las entrañas de Pablo Herreros, periodista y conferenciante que decidió nada más verla declarar la guerra a las marcas patrocinadoras de programas que pagaban...

PRÓLOGO

DARWIN Y SU PRIMO


Corría el año del Señor de 1906 cuando sir Francis Galton, millonario, matemático, antropólogo, lingüista y geógrafo, o sea, lo que se suele denominar un «tío completito », se dirigió a la feria de ganado de su localidad, Plymouth.
Nada más llegar observó un buey expuesto con un cartel que rezaba así: «Adivine el peso del buey por 6 peniques y lléveselo a casa».
En el momento de llegar Galton a la feria, unas 800 personas habían rellenado su hoja con su apuesta. Entre los apostantes figuraban auténticos expertos en la materia, desde ganaderos, carniceros y granjeros, hasta auténticos neófitos en el tema; es decir, expertos e inexpertos.
Daba igual, porque el acertante de tan difícil reto se llevaría a su casa el buey troceado, lo cual era, sin duda, un preciado botín.
Nadie fue capaz de adivinar el peso real del buey; sin embargo, Galton, curioso impenitente, pidió al encargado de recoger las apuestas que le dejase anotar todas y cada una de las mismas en un papel. 

Lo que vino a continuación fue revelador: Galton obtuvo la media de todas las apuestas, es decir, sumó todos los resultados y los dividió entre 800. El peso real del buey era de 1.198 libras y la media de los 800 apostantes, de 1.197 libras. El grupo se quedó a tan sólo una libra del resultado, !menos de 500 gramos!
Dicen que Galton fue el inventor de la inteligencia colectiva, o lo que es lo mismo, de los beneficios que implica una buena colaboración.

Desde Galton se han replicado experimentos similares y el resultado siempre ha sido idéntico, no hay quien pueda con la inteligencia de la masa.
Este libro trata de eso, de la inteligencia colectiva. Durante años muchas marcas, empresas e instituciones han tratado de esconder la verdad en forma de peso de buey. Pero ahora todo ha cambiado, ya no somos 800 los que apostamos a adivinar la verdad, sino cientos de miles los que aportamos nuestro granito de arena gracias a las nuevas tecnologías, que no han hecho sino amplificar esa inteligencia colectiva.

Ahora no sólo podemos entre todos adivinar el peso del buey, sino que además,podemos saber de qué raza es, si ha tomado antibióticos y cuál es el precio justo de mercado que deberíamos pagar por él. Muchas empresas nos trataban como borregos y se han dado cuenta de la fuerza del rebaño.

Pablo es como el niño que en medio del desfile gritó:
«El emperador está desnudo», constatando lo que muchos ya adivinábamos hace años, que la transparencia ha llegado para quedarse. Que los valores venden y que hacer las cosas bien trae beneficiosa la larga.
Decía Howard Gardner que «Nadie puede ser un buen profesional sin ser una buena persona»; yo añado que «No se puede ser una buena empresa si no haces las cosas bien », porque ahora los clientes podemos elegir, hablar entre nosotros y premiar a las empresas que elijan algo tan sencillo como «hacer las cosas bien».

Ha llegado la hora de que el tan cacareado discurso de «poner al cliente en el centro» sea un hecho porque las empresas que no lo entiendan sufrirán.
Y ¿qué tiene que ver Darwin en todo esto? Pues mucho, porque no sólo era primo lejano de Galton, sino que a través de su teoría de la evolución predijo la selección natural, o sea, el que se adapta sobrevive y el que no lo hace muere.
La selección natural de las empresas ha llegado para quedarse. Ahora es el cliente el que decide ponerse en el centro y las empresas que no se pongan a su alrededor desaparecerán.

Decía Groucho Marx: «Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros»; ahora los clientes decimos: «Estos son mis plincipios, si no le gustan tengo otras empresas».

Pablo ha hecho un recorrido exhaustivo por todo tipo de sectores demostrando que «El poder es de las personas», que tenemos la sartén por el mango y que ya no somos simples espectadores, sino que nos hemos convertido en protagonistas de la película y que queremos cambiar el guion, que ya no queremos que nos cuenten siempre la misma película.

Si entre todos hemos conseguido escribir la Wikipedia, que es la enciclopedia que más se consulta a nivel mundial, con un nivel de exactitud similar a la Enciclopedia Británica, es cuestión de tiempo que la sociedad sea cada vez más transparente. Ya no vale decir:
«No me gusta la película», ahora entre todos cambiamos el guion.
Este libro es como esas películas en las que sales del cine de buen rollo, porque al final ganan los buenos; así me he quedado yo, de buen rollo, sabiendo que al final los buenos vencerán.
Y no te quiero contar más porque no hay cosa que más me reviente que los tráileres extensos donde prácticamente te cuentan quién es el asesino; prefiero que lo descubras tú. Disfruta del libro como yo lo he hecho. 

Nota: Entre todos los lectores que adivinen el peso de Pablo se sorteará un libro dedicado, malo será que haciendo la media entre todos no acertemos ;)

Mago More

INTRODUCCIÓN

¿QUIERES ENAMORAR A TUS CLIENTES?:
ACTÚA CON PRINCIPIOS

"Obras son amores, y no buenas razones".
REFRÁN POPULAR

La primera vez que visité China fue en un viaje que organizábamos desde mi agencia, Goodwill Comunicación, para enseñarle a un grupo de periodistas una fábrica de juguetes de VTech, cliente nuestro. En un hotel de Hong Kong, una mujer china me dio su tarjeta, que yo guardé de forma rápida en el bolsillo trasero de mis vaqueros sin prestarle atención. Alguien español que me vio, y que conocía bien China, me dijo: «Acabas de mandar a esa chica a tomar por donde amargan los pepinos». Sin saberlo, yo la había ofendido. «Haz lo que ha hecho ella con tu tarjeta», me dijo mi acompañante (conocedora de la cultura china). Volví a coger su tarjeta y la miré con interés, leyendo en voz semibaja todo lo que en ella ponía. Tras cada frase -«Directora de Marketing»-, la miraba y le asentía con una mezcla de aquiescencia y aprecio, como había hecho ella al simular que admiraba mi tarjeta y mi persona. Terminado el ritual, guardé su tarjeta en el bolsillo delantero izquierdo de mi camisa, lo que en su cultura venía a ser un «te llevo en mi corazón». Salí del paso gracias a que alguien me ayudó a entender que, en la cultura de otro país, gestos que en España no significan nada negativo, allí pueden ofender.

En el zoco de Mequinez (Marruecos) aprendí que, aunque te parezca justo o incluso barato un precio, tienes que negociar porque así lo espera el vendedor. Si no lo haces, no te consideran más generoso: simplemente, no les gusta que no hayas seguido la costumbre que rige su día a día (si has visto la película "La vida de Brian" recordarás la genial escena del zoco en la que al pobre Brian le obligaban a regatear contra su voluntad cuando intentaba salir de allí deprisa para escapar de sus perseguidores). La cultura y las reglas comerciales varían de país a país, y puedes meter la pata si no conoces que tras firmar un contrato en Japón esperan que bebas con la otra parte hasta caer borrachos, o que en Estados Unidos debes dejar del 10 al 20 por ciento de propina tras una cena.

Si incumples las reglas locales, a veces ininteligibles para los de fuera, te enfrentarás al desprecio o serás obligado a rectificar. Así, la cultura local es algo variable en cada sitio, algo que aprendes viajando y sumergiéndote de la mano de los habitantes de un lugar. Pero el bien es transversal a cualquier cultura. Hay elementos inmutables que no hace falta aprender: cuando alguien te presta un buen servicio, espera que le pagues por ello. Cuando compra un producto, el consumidor de cualquier lugar del mundo espera que le dure tiempo y haga bien todo lo que la marca le prometió que haría.

Hay empresas que tienen clarísimo que la esencia de su negocio es dar un servicio bueno al cliente. Algunas lo aplican a todas las capas de la organización, para que cale en cualquier profesional que trabaje en ella. 

TelePizza era una de esas empresas cuando la conocí, en 1999. Aún no se había ido el carismático fundador, Leopoldo Fernández Pujals, y aquel equipo era como un grupo de amigos que fueron creciendo juntos. La motivación que traslucía el clima de esa empresa era auténtica.
En aquel año de 1999 empezamos a ser su agencia de comunicación y nos ofrecieron entender mejor la compañía trabajando dentro de un TelePizza. Me pareció un ofertón y estuve tres días con las manos en la masa, nunca mejor dicho, haciendo pizzas y atendiendo a clientes en un TelePizza del madrileño barrio de Embajadores. Sólo fueron tres días, que no es nada comparado con el mes que había pasado en 15 tiendas (de Madrid, Barcelona y Sevilla) Carlos López Casas, el consejero delegado, que fue quien nos contrató a nosotros. A raíz de esa experiencia de vivir a fondo y de primera mano el negocio, López Casas implantó la política de que todos los empleados que se incorporaban a Telepizza, sin excepción e incluyendo directivos, debían pasar una semana en tiendas.
Aquellos días en TelePizza me sirvieron para aprender con humildad cuál era el negocio de verdad, y creo que esa práctica la deberían hacer -hoy ya está más extendida- todas las compañías para que quienes trabajan en ellas tengan los pies mucho más en la tierra, entiendan cómo siente su marca su consumidor y se orienten de corazón, y no sólo de boquilla, hacia el cliente, el punto esencial para toda empresa.

Inditex es un ejemplo perfecto de la diferencia entre decir que te importan los valores y hacer que de verdad te importen. La anécdota que vivió quien entonces era su director de Recursos Humanos, Jesús Vega, lo dice todo: él estaba visitando tiendas y pasó por una de Zara en Palma de Mallorca. Vio a una dependienta que hacía algo que no estaba bien y le hizo una corrección, pero se lo dijo de forma grosera. Jesús Vega siguió su recorrido y terminó su jornada . A las once y pico de la noche recibe una llamada de Amancio Ortega, el presidente, que lo cita a las 9 de la mañana del día siguiente en su despacho. Lo primero que piensa Vega es que pasa algo gordo en el negocio, «Se va el consejero delegado», «hay una operación de fusión con otra compañía...», o algo así. Y Vega le contesta a Ortega:
-Son las once y pico y estoy en Mallorca. ¿Tengo que estar en Arteixo (Coruña) a las 9 de la mañana...?
-Sí, lo sé -contesta Amancio Ortega-. Organízate y estate a esa hora en nuestras oficinas de Arteixo.

Vega voló a hacer el revise del hotel, se cogió el último ferry que partía hacia la península a las 00.30 y se informó sobre un lugar en un mercado de mayoristas de fruta de Valencia en el que alquilaban coches las 24 horas del día. Al llegar tomó uno y condujo de madrugada hasta Madrid, donde cogió el primer vuelo de la mañana a Santiago de Compostela y, de ahí, empalmó con un taxi que lo dejó en las oficinas centrales de Inditex. A las 9 de la mañana, el director de RRHH estaba puntual en su despacho. Sin haber dormido en toda la noche, pero puntual.
-¿Qué ha pasado? -le preguntó alucinado Vega a Ortega.
-Tú ayer fuiste a visitar tiendas... -le replicó el presidente de Inditex.
-Sí, sí, estuve viendo tiendas -respondió distraído Vega-. Pero ¿qué ha pasado en la empresa?
-...Y hablaste con una dependienta y fuiste grosero con ella -le dijo Ortega.
-Quizá sí, fui muy maleducado -contestó de pasada Jesús Vega, creyendo que estaban comentando cosas al margen antes de entrar en el meollo de esa reunión de urgencia.
Y Amancio Ortega le dio la respuesta por la que le
había hecho sufrir semejante viaje:
-Te lo voy a decir solamente una vez: trata a las dependientas como me tratas a mí. Con el mismo respeto, la misma educación y la misma simpatía. No las trates mejor, pero tampoco las trates peor de lo que me tratas a mí.
Ésa fue la razón por la que Ortega hizo a su director de Recursos Humanos atravesarse España de punta a punta en una auténtica aventura contra el reloj. «Para mí fue una lección de humildad y de cómo el presidente de una empresa se entera de un hecho que, para otras, sería irrelevante, en la misma tarde -resume Jesús Vega-. Por eso en Inditex la gente está tan empoderada. Si cualquier persona se siente maltratada, hasta el presidente se preocupa por ello.» Vega asumió el aprendizaje: ese mismo día se cogió un avión de vuelta a Palma de Mallorca y fue a pedirle disculpas a la persona afectada.

Este libro trata de cómo el mundo digital agudiza esta filosofía y empuja a cualquier empresa a una cultura de la transparencia en la que las jerarquías se deshacen y sólo cuenta el cliente. Hay quien cree que esto de la era digital no va con ellos porque son personas a las que les da alergia todo lo que huela a tecnología . Y nada más lejos de la realidad, porque lo del nuevo mundo digital es más sencillo. No va de tecnología, ni de cacharros ni de internet. Lo digital va de cuidar al cliente. Por supuesto, tampoco se trata de actuar como lo hacía el genial José Luis López Vázquez en la película "Atraco a las tres", cuando a su banco llegaba la clienta más guapa y se humillaba a sus pies al presentarse: «Fernando Galindo, un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo...». 

Hay que empatizar y tratar a los clientes como personas, con respeto, cercanía, humildad..., pero sin impostura.
La era digital es una vuelta al humanismo, a los valores, al Renacimiento. Internet nos ha dejado la transparencia y eso es lo más valioso; nunca se irá. Ése es el campo de fútbol en el que vamos a jugar las personas, los profesionales y las empresas de ahora en adelante. Lo quieras o no, ése es hoy tu terreno de juego. Y en este libro espero ser capaz de hacerte entender sus reglas y todo lo que tú puedes ganar si las sigues de corazón. La tecnología permite darle al cliente productos y servicios nunca imaginados. Nos convierte en protagonistas. En esta era digital, los clientes queremos estar mejor que en brazos. Y las empresas tienen en su mano el secreto para enamorarnos: tratarnos como reyes y hacerlo desde los principios.
“Se puede vivir (vender) de muchos modos, pero hay modos que no dejan vivir (vender)…” Fernando Savater 
No entraré a filosofar sobre ética. Fernando Savater escribió ya en 1991 su "Ética para Amador", un clásico que si lo lees hoy te seguirá encantando. Dirigida a su hijo - entonces, adolescente-, la obra aborda la ética de manera que lo entendamos todos. Adela Cortina, también filósofa y catedrática de Ética, tiene otras obras que te recomiendo, como "¿Para qué sirve realmente...la ética?"
No cito a estos autores en la introducción de mi propio libro para ponerme a su altura, pues viven en otra galaxia. Este libro que tú estás leyendo es un chiste al lado de semejantes autoridades. Eso sí: dado que yo no tengo su bagaje ni su capacidad intelectual, lo que sí haré es que mientras me lees aprendas y te diviertas. 

¡Ah! Y como no hay mejor forma de transmitir algo que haberlo vivido, verás que algunas de las cosas que cuento parten de la observación de mis cercanos y de mis propias vivencias.

En el libro he buscado opiniones de personas y hechos que te muestren un camino en el que serás más feliz. Porque actuar con valores te hace más feliz. Se puede ganar dinero sin ellos, pero hoy, a la larga -más bien a la corta- te acabarán pillando. Así que, sea por convicción o por supervivencia, te interesa hacer las cosas bien.
Lo mismo les pasa a las empresas: aún podemos ver compañías que ganan dinerales a pesar de hacer cosas que son malas para sus clientes. Las hay y las seguirá habiendo, pero incluso esas empresas tendrán que enderezar el timón. En cambio, aquellas que tengan al cliente como su máxima preocupación tienen todo a favor para ganar el futuro. Las compañías que consigan atraer a profesionales que actúen con principios, ganarán y conseguirán enamorar a sus clientes de hoy y de mañana. Si no me crees aún, espero ser capaz de convencerte a lo largo de los siguientes capítulos ;).

He escrito estas páginas porque estoy convencido de algo de lo que me encantaría contagiarte: hubo un mundo pasado en el que hacer el mal hacia los clientes no estaba tan mal visto, ni se castigaba como se castiga hoy y cada día más. Con este libro, que tienes en tus manos, espero convencerte de que viene una ola inmensa de transparencia a la sociedad, una ola que arrasará con las empresas que no tengan al cliente como único protagonista, como rey de su día a día. Si tu empresa no está ya en ello o no vira hacia esta nueva filosofía, no sobrevivirá.Y si lo está o se orienta hacia la transparencia y el cliente, ganaréis. 

¿Cómo? Participaréis del futuro y tendréis la oportunidad de ganar dinero y conseguir crear en torno a vuestra compañía una comunidad de personas que haga vuestra marca más grande.

ASÍ CAMBIÓ EL TONO DE LA SOCIEDAD 
EN ESTOS CUARENTA AÑOS

Hay hombres que luchan un día y son buenos. 
Hay otros que luchan un año y son mejores. 
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. 
Pero hay los que luchan toda la vida, 
ésos son los imprescindibles. 
Bertolt Brecht 

Cuando yo era pequeño, con tres o cuatro años, iba a ver a mi padre a la cárcel. ¿Qué pasa, que tú nunca has ido a ver a tu padre a la cárcel...? Pues te has perdido un planazo ;). Al llegar, yo le decía ceceando al guardia que lo custodiaba: «Eza porra, no zerá para pegar a mi padre, ¿no?». Y él se ponía rooojo, rooojo de vergüenza. Y es que «rojo» era mi padre, que era militar y demócrata, una combinación explosiva en tiempos de Franco. ¿Su delito? Mi padre, Antonio Herreros Robles, era militar y se jugó la vida durante el franquismo porque creyó que había que traer la democracia a España. Desde el Ejército, doce oficiales agrupados en la denominada Unión Militar Democrática (UMD) lideraron una «conspiración» para atraer a las Fuerzas Armadas a la democracia. En palabras de uno de ellos, querían «mojar la pólvora de aquel ejército franquista».

Pero mi padre y los demás oficiales, como espías, eran tan desastrosos como Mortadelo y Filemón..., y los acabaron pillando. Hubo un plan para matarlos pero, por suerte, «sólo» los detuvieron. Franco los mandó encarcelar y pasaron un año entre rejas. Hasta que, afortunadamente, no murió mi padre sino Franco, y gracias a eso los liberaron. A él y a los demás miembros de la UMD los expulsaron del Ejército. Tuvieron que rehacer sus vidas profesionales en el mundo civil, construirse un nuevo entorno social al verse despreciados por muchos de sus amigos, y fueron olvidados por la sociedad durante toda la Transición para no levantar el famoso ruido de sables. No fue hasta décadas después cuando se reparó esta injusticia: en 2010, la ministra de Defensa de entonces, Carme Chacón (D.E.P.), les hizo un homenaje para darles las gracias por su valiente compromiso con la democracia y les pidió perdón en nombre de España. Mi padre ya no lo vio (murió dos años antes), pero a sus ocho hijos y a mi madre nos hizo mucha ilusión aquel reconocimiento público. 

Viajemos un momento a una imagen del 23 de febrero de 1981 que dio la vuelta al mundo: el golpe de Estado del 23F. Un grupo de militares liderados por el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero irrumpieron por la fuerza y pegando tiros al aire en el Congreso de los Diputados para dar un golpe de Estado y detentar el poder. Ante un hemiciclo lleno de diputados agazapados bajo sus escaños, sólo dos personas se mantuvieron aquel día de pie defendiendo sus ideales: Adolfo Suárez y Manuel Gutiérrez Mellado. Este últi mo se enfrentó verbalmente a los golpistas y ordenó a Tejero que depusiera las armas y se cuadrara ante él, cuya autoridad era superior en el escalafón. El golpista Tejero zarandeó y zancadilleó a aquel señor mayor de forma cobarde, como se vio en las televisiones de todo el mundo gracias a un periodista que dejó la cámara grabando. Aquel hombre mayor era el Guti, Manuel Gutiérrez Mellado, capitán general del Ejército y, en aquel momento, vicepresidente del Gobierno. 

Los días siguientes fui al colegio presumiendo de él, de «mi tío Manolo», que era primo de mi abuela pero, como el Guti se quedó de pequeño sin padres, se criaron juntos. Así que en casa era muy querida toda su familia, y crecí viéndolos a él y a su mujer, tía Carmen, muchos veranos en Cadaqués y en nuestro pueblo, Villaviciosa de Odón. Para un niño como yo, ese hombre era un héroe, claro. 

Lo que entonces no sabía es que Gutiérrez Mellado no sólo se jugó la vida aquella tarde, sino que lo hizo siempre durante la Transición, desde el momento en que se enfrentó a parte del Ejército poniéndose del lado de la democracia. Aquel personaje fue clave en la consolidación de la democracia en nuestro país. El Guti fue un militar adelantado a su tiempo, que aplicó el sentido del deber, la ética y un inmenso sentido común, por encima de miedos e inmensas presiones. Hizo siempre lo que debía, incluido el momento por el que se hizo famoso mundialmente, que él minimizó cada vez que le preguntaron. Sostenía que no tuvo ningún mérito; que Tejero estaba por debajo de él en el escalafón y que, por tanto, su obligación como superior era pedirle que se pusiera a sus órdenes: 
«Sólo hice lo que debía, por mi condición de militar. Igual que haría un médico ante un accidente de coche». Te he hablado de mi padre y de un tío mío, pero no para presumir de familia. Lo sobresaliente de estos dos hombres es que representan una forma de ser que abundaba, que definía aquella época. Así fueron miles de españoles en aquel tiempo: con valores. La honradez era el tono de una sociedad que, tras vivir sin libertades, se movilizó en masa para formar un mundo nuevo más justo. 
¿Qué clima impera cuarenta años después, en estos últimos años de la segunda década del siglo xxi? Si tuviéramos que definirlo con una palabra, sería la que más alto está en los estudios que hace el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS): «Corrupción». No, por supuesto que ni todos los españoles eran honrados en la Transición, ni todos somos corruptos hoy. Pero hemos pasado de un tiempo en que se luchó por una sociedad con principios a otro en el que, cada día durante años, nos despiertan las noticias con un nuevo caso de corrupción de servidores públicos, con la gentil colaboración de empresas «dadivosas». 
Han pasado por juzgados y cárceles políticos de todo el arco parlamentario, sindicalistas, empresarios... 

Los políticos corruptos son una minúscula minoría, pero muy relevantes. Y a eso se añade que son mayoría los políticos que, aun sin ser corruptos, llevan años mirando hacia otro lado cuando los delincuentes son de su propio partido. Y eso sí define el tono de esta sociedad en la que se dieron tres factores juntos que forman un cóctel que hará historia: 
la crisis económica, que llevó a los ciudadanos a un mayor dolor ante el injusto saqueo de dinero de todos; la corrupción, que alcanzó niveles repugnantes, y la transparencia que trajeron internet y la web social, que dejó desnudos a quienes delinquen y permitió que ya no puedan esconder la basura bajo la alfombra. ¿Y adónde nos lleva un análisis que seguro que te es muy familiar? Al después. Al mundo que viviremos tras el lodazal, y en ese mañana sólo quedará la transparencia como filtro. Y el hartazgo. Los españoles exigimos un cambio: nuestros hijos no pueden crecer viendo que ser delincuente merece la pena. Tras el gran botellón y su resaca, lo que viene es un hoy en el que los ciudadanos y los clientes sólo aceptan que las organizaciones sean transparentes y actúen con ética. 

Hoy, los españoles hemos cambiado mucho respecto a cómo éramos hace diez años. Los valores que en otro tiempo apenas nos importaban ahora son la columna vertebral de la sociedad. Ya no aplaudimos al corrupto ni nos parece bien que alguien cercano presuma en una cena de amigos de no pagar impuestos. Pasó hace unos años con la seguridad vial: si alguien presumiera en una cena de hacer Madrid-Valencia en coche en dos horas, hoy le pondríamos la cara colorada. Lo mismo pasa ahora si un conocido presume de no pagar impuestos: 
hemos sufrido tanto la crisis económica y de valores, hemos sido tan humillados por tantos episodios de corrupción, que a quien presume de escaquearse del fisco ya nadie le ríe la gracia. Si hace un tiempo en Navidad era normal que algún directivo (por ejemplo, un director de Compras) en una empresa recibiera de sus proveedores regalazos como jamones (y hasta televisores de última gama o incluso coches...), hoy la norma es que ningún profesional puede recibir un regalo que no sea simbólico. Estos presentes eran una forma de soborno enmascarada como agradecimiento. Y ese tipo de regalos ya no los permiten ni los códigos internos de las empresas ni las costumbres. Ya no se ven bien, no se entienden. Los sobornos navideños son historia, y ha cambiado nuestra tolerancia hacia la corrupción de cualquier tipo. Ha subido el umbral de la exigencia ética. Los españoles hemos tocado fondo en el hartazgo ante una era que colmó nuestra paciencia. Y visto en positivo, ese sentimiento es genial para los profesionales y las empresas que hagan las cosas desde los principios: si los ciudadanos buscan barcos a los que agarrarse, las empresas que actúen con valores pueden ser esos barcos en los que confiar. Aquellas compañías que lo demuestren con hechos conseguirán clientes capaces de matar por ellas. Bueno, quizá lo de matar sea exagerado. Pero sí serán marcas a las que sus clientes se abracen fieles y con más fuerza que nunca.

La crisis económica, la corrupción y la transparencia de la web social crearon un cóctel que nos impulsará a crear un mañana más justo.



ENTREVISTA A PABLO HERREROS

Etica Para Amador by jon on Scribd

ÉTICA PARA AMADOR - FERNANDO SAVATER