EL Rincón de Yanka: 📝 EN EL INVIERNO ECLESIAL. MEMORIAS DE UN CARMELITA PROFETA

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domingo, 10 de junio de 2018

📝 EN EL INVIERNO ECLESIAL. MEMORIAS DE UN CARMELITA PROFETA

"En el invierno eclesial, 

memorias de un carmelita profeta" 

Hijo de padres libaneses, Camilo Maccise nació en Toluca, México, y fue una de las más destacadas figuras religiosas mexicanas en el siglo XX. Narrada en primera persona, es una biografía que no es intimista. Las memorias de Camilo Maccise relatan hechos y acontecimientos históricos de la Iglesia latinoamericana e internacional, experimentados directamente por el autor a modo de ensayo. El libro presenta una narrativa que transita de los hechos a las discusiones intelectuales y teológicas de la Iglesia entre los años sesenta a la fecha. Camilo Maccise, fue un teólogo biblista de alto reconocimiento y credibilidad internacional, en particular en Latinoamérica, pues fue uno de los altos exponentes de la llamada Teología de la Liberación. 
Se plantea en el texto su itinerario intelectual y sobre todo las peripecias que vive frente a la curia romana cuando se desempeñó como Superior General de la Orden de los Carmelitas Descalzos entre 1991 y 2002. Uno de los puestos de mayor jerarquía con sede en Roma, justo en los últimos años del pontificado de Juan Pablo II. 
Camilo denuncia la excesiva clericalización de la curia romana, proceso calificado por el vaticanista Giancarlo Zízola: "restauración". Por ello, el título del libro parafrasea a Hans Küng, teólogo suizo, que enjuicia este periodo como el "Invierno de la Iglesia" 
Camilo Maccise anticipa con su libro la crítica a la corrupción imperante en la curia romana. Las memorias de Camilo relatan hechos y acontecimientos históricos de la Iglesia latinoamericana e internacional, experimentados directamente por el autor, a modo de ensayo y crónicas. Camilo padece y resiste, así lo relata en el libro, la Iglesia autorreferencial que el papa Francisco tanto detesta. Esa Iglesia encapsulada, triunfalista y autocomplaciente es parte de la atmósfera en que se desenvuelve el Camilo que como superior soportó en Roma. Por ello, de manera meticulosa, nos devela al aparatado eclesiástico conservador que ante la modernidad se presenta como contracultural. Ahí desfilan personajes poderosos como Alfonso López Trujillo, Angelo Sodano, Darío Castrillón, Eduardo Somalo, Marcial Maciel, Gi­rolamo Prigione.  

El contenido da cuenta de las tensiones eclesiales, rivalidades e ideologías de la curia romana de la Iglesia católica contemporánea. En los primeros capítulos se describen y analizan, desde América Latina, las aperturas conciliares y el desarrollo de la teología de la liberación. Enseguida la contraofensiva teológica y autoritaria operada desde Roma. Bajo el mirador privilegiado de Maccise, por estar en el ubicado centro de la catolicidad, nos detalla los mecanismos la operación y la represión. Acentuando desde la óptica e intereses de la orden de los carmelitas descalzos. 

No son recuerdos, sino un testimonio valiente que señala los vicios de una estructura eclesiástica que actualmente es criticada fuertemente por el papa Francisco. Son testimonios directos, fundados y documentados, por lo que hacen irrefutables sus denuncias. 
El texto narra dos rupturas. Una provocada por el progresismo católico del Concilio Vaticano II y la segunda rotura, la operada por el conservadurismo de los últimos papas Juan Pablo II y Benedicto XVI y la curia. El texto de Maccise tiene una actualidad extraordinaria sobre todo cuando el actual papa Francisco tiene una difícil misión de limpiar una curia romana ostentosa y corrupta.


Introducción


Se ha afirmado, con algo de razón, que cuando una persona no tiene nada que escribir, escribe sus memorias. A pesar de que pienso seguir escribiendo, me he decidido a redactar como memorias los doce años durante los cuales tuve el servicio de ser superior general de los carmelitas descalzos, hijos de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. No hablaré, por tanto, de recuerdos y experiencias anteriores, sino en cuanto puedan ayudar a comprender ese periodo limitado de tiempo (1991- 2003).

Antes de tomar esta decisión, he pensado mucho sobre la utilidad o menos de compartir la experiencia personal de estos años de mi vida. Soy consciente de la verdad de aquello que decía bellamente León Felipe: "Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este mismo camino que voy yo. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol... y un camino virgen Dios".1 De cualquier forma, toda experiencia personal puede, al ser cornpartida, ayudar a comprender la vida de otros y, de alguna manera, a enfocar realidades humanas desde perspectivas diversas y semejantes a la vez. Por muy limitadas que sean esas vivencias en el tiempo y en el espacio no dejan de ser útiles también para entender algo de la realidad del mundo y, en mi caso, también de la Iglesia y de la vida consagrada en el momento actual.

Como hilo conductor de mis memorias he tomado el reto del cambio como oportunidad para la renovación y, al mismo tiempo, como fuente de conflictos y tensiones en la Iglesia y en la vida religiosa. Desde esa óptica trato de releer lo vivido en ese periodo de mi existencia que, corno he dicho, hunde sus raíces en acontecimientos anteriores que presentaré solamente como trasfondo que sitúe y dé un marco contextual a lo que narro.

Los hechos y experiencias que aquí presento los trato de ver lo más objetivamente posible. Desde luego que la perspectiva personal que tengo de los mismos condiciona parcialmente, como es normal, mis valoraciones y juicios. Es la verdad vista desde mi experiencia. Quiero dejar claro, desde un principio, que no juzgo a las personas y sus intenciones. Me limito a constatar los hechos y a interpretarlos. Presento lo que considero mi verdad y la dejo abierta a la interpelación y a la confrontación. Me guía en todo esto el amor a la Iglesia, familia de Dios, pueblo de Dios, sacramento del Reino. También un amor a la Orden del Carmelo Teresiano a la que fui llamado por Dios, a mis hermanos y hermanas, incluso aquellos (una minoría) que o no me aceptaron o se opusieron a los caminos de renovación que emprendí, pensando en que la orden conservara su identidad como ellos la entendían. Aunque las cosas puedan haber cambiado en los últimos ocho años, creo que compartir experiencias anteriores recientes pueda ser útil para evaluar el presente de la Iglesia y los desafíos que tiene que enfrentar.

En estas memorias hay de todo: cosas positivas y negativas; luces y sombras, éxitos y fracasos; aciertos y desaciertos. Aunque tengo aún buena memoria, soy consciente de su fragilidad y, por tanto, parto siempre de documentación que sustenta lo que voy hilvanando. Y para que mis experiencias puedan ser interpretadas debidamente, creo importante presentar, ya en esta introducción, una visión panorámica de los principales cambios que se están dando en el mundo, en la Iglesia y en la vida consagrada.

Vivimos en un mundo en cambio y transformación permanentes. Se trata de cambios rápidos: hoy se dan en poco tiempo mutaciones que antes requerían siglos; universales: afectan a todo y a todos; profundos: alcanzan a todo ser humano y a su realidad personal, familiar y social. El cambio de mentalidad y de estructuras no se detiene y crea un movimiento de transformación constante. Se puede hablar, más que de cambios, de un cambio de época caracterizado por la modernidad y la posmodernidad, por el subjetivismo y las ideologías en crisis.

Aparecen en nuestro mundo muchas tendencias, como la conciencia del valor de la persona y de sus derechos fundamentales, la búsqueda de una nueva armonía entre el ser humano y la naturaleza, la protección y defensa de la misma, la sensibilidad frente al problema de la vida, de la justicia y de la paz, la conciencia del valor de las propias culturas, la búsqueda de un nuevo orden económico internacional, el sentido creciente de la responsabilidad del ser humano frente al futuro, una nueva situación de la mujer en la sociedad, una mayor sensibilidad de las experiencias religiosas y místicas como medio para un proceso de liberación y de crecimiento personal unido con frecuencia a un deseo auténtico de espiritualidad. En particular se dan algunos fenómenos como secularización, liberación, globalización y nueva ética.

La secularización trae consigo una transformación de la relación del ser humano con la naturaleza, con los otros y con Dios. Es el fenómeno de la desacralización que afirma la legítima autonomía de la persona, de la cultura y de la técnica. Esto origina algunos desequilibrios entre la autonomía del ser humano y la pérdida del sentido de la trascendencia (lo que conduce al secularismo); entre los valores religiosos y los nuevos mitos e ídolos. Por otra parte, se constata con frecuencia en diversas partes del mundo el fundamentalismo religioso que lleva consigo la negación de la libertad y la autonomía de la persona, de la cultura y de la técnica, así como la persecución de las minorías religiosas.

Otro fenómeno que no puede ignorarse es el de la liberación. Personas, grupos, pueblos y culturas no quieren ser objetos en manos de aquellos que detentan el poder. Desean ser protagonistas en una situación de igualdad, responsabilidad , participación y comunión. La toma de conciencia de la dignidad de la persona humana impulsa a buscar caminos de realización de la misma a través del ejercicio de sus derechos fundamentales eficazmente reconocidos, tutelados y promovidos. En este campo hay que insertar también el movimiento feminista que busca dar a la mujer el espacio que le corresponde en la sociedad y en la Iglesia. Y esto se vive cuando surgen nuevas formas de opresión, marginación y explotación de los más débiles, que frecuentemente se ven forzados a abandonar sus tierras y encontrarse como refugiados. A pasar de ser marginados a ser "desechables".

También caracteriza el momento actual el fenómeno de la globalización tecnológica, económica, política, cultural. El mundo vive hoy un proceso de unificación a causa de la creciente interdependencia en todos los ámbitos. Los aspectos positivos de la globalización son: la posibilidad de una gran interconexión mundial, el acceso a la información y la disminución de las distancias que puede mejorar la calidad de la vida humana, la toma de conciencia de que por encima de los Estados y naciones hay una casa común de la humanidad: la tierra. Entre los aspectos negativos podemos mencionar la búsqueda desmedida de la ganancia económica que reduce a la persona a consumidor, que fuerza a los pobres a emigrar en busca de una vida digna, la creciente brecha entre ricos y pobres, la fractura de las culturas y de los modos de vida que la globalización trata de uniformar. Frente a esto, la Iglesia, especialmente en sus documentos sociales, ha subrayado la dignidad de la persona humana y la dimensión familiar de la humanidad. Ésta, "a pesar de estar desfigurada por el pecado, el odio y la violencia, está llamada por Dios para ser una sola familia".2 Por ello el concepto de la individualidad de la persona debe ser completado con los de solidaridad y responsabilidad común, especialmente en relación con los pobres. De ahí que los bienes tengan una hipoteca social, es decir una intrínseca función social, "basada y justificada precisamente por el principio de la destinación universal de los bienes".3 La mundialización actual es una nueva manifestación del encuentro de los pueblos, que trae consigo esperanzas y temores, posibilidades y peligros. Puede ser un instrumento de diálogo o un instrumento de dominación, como lo está siendo, por tener como motor la competencia y la ganancia que conducen a la destrucción del otro.

En la base de los cambios está la crisis de la ética del pasado y la búsqueda de una nueva ética al margen de las instituciones religiosas. Una ética que relega a Dios y la religión al ámbito privado. Asistimos al desarrollo de la bioética con las grandes posibilidades de la ingeniería genética. Se hace urgente una ética fundada en la dignidad de la persona humana creada por Dios, el único absoluto. Esta ética, partiendo de los principios fundamentales de la fe cristiana, debe ser una moral en actitud de búsqueda y reflexión desde el diálogo para acompañar a las personas en la torna de decisiones; una moral que escuche el clamor de los pobres y que sea profética, capaz de denunciar lo que se opone al proyecto de Dios y, al mismo tiempo, de anunciar valores alternativos de la fe cristiana como fuente de amor y libertad auténtica.

También se da una situación nueva en la Iglesia y en la vida consagrada. La Iglesia, si exceptuamos los tres primeros siglos de florecimiento en el Medio Oriente, ha tenido rostro europeo hasta principios del siglo XX. Ahora, en cambio, casi tres cuartas partes de los cristianos viven en los países en vías de desarrollo. Esto trae consigo la exigencia de pasar de una actitud monocéntrica religiosa, cultural y teológica, a un pluricentrismo en estos campos; un paso de la unidad como uniformidad a la unidad en la pluriformidad.

"La vida consagrada, don divino, que la Iglesia ha recibido de su Señor, pertenece... a su vida y santidad",4 existe en la Iglesia y para la Iglesia. Por eso, el modo de entenderla y de vivirla depende en parte del modelo de Iglesia que prevalece en una época. El Vaticano II nos enseñó a considerarla como parte del pueblo de Dios, que vive en comunión, teniendo presente la revalorización de los laicos y el papel de la mujer en ella.5 También la vida consagrada está cambiando de rostro y su presencia en todos los ambientes socioculturales y eclesiales está exigiendo el esfuerzo de la inculturación.

Con este telón de fondo escribo estas memorias. En ellas manifiesto -como lo dije al principio- mi verdad, condicionada y limitada corno toda verdad humana. Lo hago con la sinceridad que me comunica el Evangelio de Jesús y la parresia (hecha de libertad, confianza y audacia) que el Espíritu produce como fruto en nosotros. No trato de emitir juicios moralmente negativos sobre las intenciones de las personas e instituciones que irán apareciendo. Ellas probablemente actuaron y siguen actuando con el propósito de proteger lo que consideran parte de la identidad eclesial o de vida consagrada; de defender aquello de lo que están convencidas.

Tengo muy presente un dicho: "Para verdades el tiempo y para juicios Dios". Con todo, considero importante decir mi palabra en una Iglesia que en los últimos años no está abierta al diálogo y la unidad en la diversidad, que el concilio Vaticano II quiso que se favorecieran cuando pidió: 
que se promueva en el seno de la Iglesia la mutua estima, respeto y concordia, reconociendo las legítimas diversidades, para abrir, con fecundidad siempre creciente, el diálogo entre todos los que integran el único Pueblo de Dios, tanto los pastores como los demás fieles. Los lazos de unión entre los fieles son mucho más fuertes que los motivos de división entre ellos. Haya unidad en lo necesario,libertad en lo dudoso, caridad en todo.6
Soy parte de una generación que vivió con ilusión y esperanza el concilio Vaticano II, que esperó el brotar de la primavera en la Iglesia y que ha asistido en el periodo posconciliar a un regreso al pasado que quiere hacer olvidar el paso del Espíritu que renueva y transforma. Responsabilidad de quienes vivimos el concilio es dejar un testimonio de lo que significó en la vida de la Iglesia. Así podemos ayudar a comprender lo que hoy sucede en ella: el rechazar, con lenguaje conciliar, los grandes horizontes que abrió el Vaticano II.

Comienzo estas memorias en Ávila, ciudad natal de Santa Teresa de Jesús, quien afirmó que "la verdad nunca desedifica ni daña".7 Como carmelita teresiano considero a Ávila como un marco ideal para iniciar la redacción de estas páginas: 
...esa ciudad de Ávila, tan callada y silenciosa, 
tan recogida, parece una ciudad musical y sonora. 
En ella canta nuestra historia eterna; 
en ella canta nuestra nunca 
satisfecha hambre de eternidad.
MIGUEL DE UNAMUNO
NOTAS
1 León Felipe fue un poeta oriw1do de España, nacido en la provincia de Zamora el 11de abril de 1884 y fallecido en la ciudad de México el 18 de septiembre de 1968. 
El poema citado se llama: "Nadie fue ayer".
2 Juan Pablo II,"Mensaje para el día mundial de la paz» (2000), n. 2.
3 Sollicitud o Rei Socialis, 42.
4 LG, 43-44.
5 VC,57-58.
6 GS, 92.
7 Isabel Bautista, Respuesta al art. 71 del 
Proceso de Ávila 1610, en Procesos, vol. II,533.





El teólogo y cardenal Walter Kasper reconoce que el Vaticano II se limitó demasiado a la Iglesia y a las mediaciones eclesiales y descuidó de atender al verdadero y auténtico contenido de la fe, a Dios*. Y Rahner llegó a afirmar que el concilio Vaticano I había sido más audaz que el Vaticano II al haberse atrevido a tratar la cuestión del misterio inefable de Dios. Y escribió: El futuro no preguntará a la Iglesia por la estructura más exacta y bella de la liturgia, ni tampoco por las doctrinas teológicas controvertidas que distinguen la doctrina católica de los cristianos no católicos, ni por un régimen más o menos ideal de la curia romana. Preguntará si la Iglesia puede atestiguar la proximidad orientadora del misterio inefable que llamamos Dios. (…) Y por esta razón, las respuestas y soluciones del pasado Concilio no podrían ser sino un comienzo muy remoto del quehacer de la Iglesia del futuro.* 

La Iglesia ha de concentrarse en lo esencial, volver a Jesús y al evangelio, iniciar una mistagogía que lleve a una experiencia espiritual de Dios, es tiempo de espiritualidad y de mística. Y también de profecía frente al mundo de los pobres y excluidos que son la mayor parte de la humanidad, y frente a la Tierra, la madre Tierra, que está seriamente amenazada. Mística y profecía son inseparables. La Iglesia ha de generar esperanza y sentido a un mundo abocado a la muerte. No es tiempo de retoques parciales, estamos en un tiempo que recuerda al que precedió inmediatamente a la Reforma. Hay que ir a lo esencial. Y no engañarnos, no caer en la vieja tentación de tocar violines mientras el Titánic se hunde… En este clima de perplejidad y de crisis universal, los cristianos afirmamos que en medio de este caos, está presente la Ruaj, el Espíritu que se cernía sobre el caos inicial para generar la vida, el mismo Espíritu que engendró a Jesús de María Virgen y lo resucitó de entre los muertos. Del caos puede surgir un tiempo de gracia, un kairós, una Iglesia renovada, nazarena, más pobre y evangélica. Algunas voces postulan un nuevo concilio, pero en este caso no debería ser un Vaticano III, sino un Jerusalén II… (Del Vaticano II... a ¿Jerusalén II?* Víctor Codina, S. J)

Cf. W. Kasper, “El desafío permanente del Vaticano II. Hermenéutica de las aseveraciones del concilio”, en Teología e Iglesia (Barcelona: Herder, 1989), 414. 
*  Rahner, El Concilio, nuevo comienzo (Barcelona: Herder, 1966), 22.