LOS DIOSES OSCUROS DEL NAZISMO
LAS CREENCIAS MÁGICAS Y OCULTISTAS
QUE INSPIRARON A LOS LÍDERES DEL III REICH
El antropólogo, José Luis Cardero, fue una de las pocas personas que tuvieron la oportunidad, en los años sesenta, de introducirse en las ruinas del búnker donde Adolf Hitler y su mujer, Eva Braun, se suicidaron el 30 de abril de 1945. Su inquietud supuso el inicio de una investigación incesante por averiguar qué había detrás de los líderes nazis y lo que suponía la obsesión de muchas personas para implantar un régimen en el que conseguir, como si de una profecía se tratase, modificar genéticamente la raza con la experimentación de seres humanos.
Heinrich Himmler, oficial nazi perteneciente a la organización militar de las SS y uno de los principales líderes del régimen, cobra protagonismo por su relación, al creer ser descendiente o reencarnación de Enrique I El Pajarero. La extraña vinculación con el matrimonio formado por Enrique y Santa Matilda, "experta exorcista" que fundó una orden en el castillo de la Abadía de Quedlinburg, supone un enigma para los investigadores.
La expropiación por parte de los alemanes de la Iglesia de Quedlinburg permitió que bajo el régimen nazi, Heinrich Himmler celebrara ceremonias y rituales en la cripta. Las Schutzstaffel (SS) o Escuadrón de defensa hicieron una concentración de miembros para rendir homenaje para conmemorar el aniversario milenario de la muerte del rey y fundador del estado de Alemania, Enrique I El Pajarero. Su actividad en el lugar supuso incluso la exploración y exhumación del cuerpo de Enrique I El Pajarero, enterrado en la cripta de la catedral y, posteriormente, trasladado a la parte superior de la basílica para declarar la tumba como lugar de peregrinación para los alemanes.
En ese mismo lugar, José Luis Cardero asegura que "allí es donde Himmler se concentraba y se quedaba absolutamente solo delante de la tumba de su presunto predecesor o mentor y entraba en contacto con Enrique I El Pajarero". En las ceremonias, según relata el antropólogo, "a Himmler se le aparecía Enrique I, le hablaba y le preguntaba qué podía hacer para que Alemania triunfase, quería conocer consejos para transmitírselos al führer, Hitler, para que la gran Alemania fuese algo posible".
"Varias veces tuvieron que hacer ceremonias de exorcismo"
Varios testigos de las ceremonias del oficial nazi, Himmler, manifestaban que cuando se quedaba solo, después de realizar sus rituales "tenía la voz cambiada, había bajado varios tonos como si fuese más ronca y no fuese su voz".
¿Qué era el Plan General del Este? ¿Quiénes son los dioses oscuros para los nazis? ¿Por qué tuvieron que realizar un exorcismo en la Iglesia de Quedlinburg?
José Luis Cardero da luz a todas las preguntas sobre el ritualista y oscuro pasado de la ideología nazi.
Uno de los personajes ocultistas era Savitri Devi que era profundamente pagana, aria y europea, así como enamorada de los brillantes dioses solares del hinduismo.
En 1936 se establece definitivamente en India. Las autoridades británicas la identificaron como sospechosa y la mantienen bajo estrecha vigilancia, ya que conocían su simpatía por el nacionalsocialismo de Hitler. Tras el estallido de la Guerra Mundial, Devi se casa con Krishna Mukherjie, un brahmán indio que publicó una revista filo-nazi enmarcada en el nacionalismo hindú, la New Mercury, clausurada en 1937.
Satrivi Devi criticaba la degeneración que padece Occidente. En su opinión, Occidente se había convertido en un mundo falso, vacío, hipócrita y caldo de cultivo de todo tipo de decadencia cultural y social. De este modo, entendía que Hitler y el nacionalsocialismo habían de conseguir restaurar el mundo heroico.
Para restaurar este mundo, Devi vio al nazismo como un reflejo de la revolución que en su día emprendiera Akhenatón. Es la recuperación del culto de Atón, el culto del Sol Negro, el Padre de los dioses, identificado con el sol.
El culto de Atum-Ra, para Devi, como para otros ocultistas filo-nazis, había sido falsificado por el judío (Moisés), quien sobre esta base egipcia formuló el monoteísmo judío.
Cuando la guerra profana fue ganada por los agentes de la contra-iniciación, Devi y otros destacados ocultistas permanecieron firmes en su convicción, comprendiendo que la guerra secreta no cesará nunca en tanto que el mundo siga existiendo. Devi, Schwaller de Lubicz o el ex embajador chileno Miguel Serrano, nunca han traicionado su lealtad con la causa nazi.
Tras 1945, Devi realizó un peregrinaje por Europa y la Alemania destruida, profesando su fe por los pueblos alemanes, llegando hasta el lugar más sacro de esta que fue una gran nación. Allá, en Externsteine, las Rocas del Sol, Devi pasó una noche: “Y en medio de la noche, percibió la Antigua Luz. Luchadora infatigable, guardó esa Luz toda su vida, hasta morir combatiendo por el Führer”. (...) “Poco antes de partir de esta tierra, me había hecho envío de un poema suyo manuscrito: “Never forget, never forgive...” (nunca olvidar, nunca perdonar). Sí, Savitri, querida camarada, ¡nunca!... Y nunca te olvidaremos a ti tampoco ni perdonaremos el daño que te hicieron”. (“Adolf Hitler, el Último Avatara”, Miguel Serrano).
CUARTO MILENIO:
Prólogo
Una guerra secreta
EN EL HORIZONTE DE LA HUMANIDAD se disponen a veces extrañas formas. Representan los ecos de ciertas entidades que suelen ser, vistas de cerca, todavía más extrañas. Podríamos considerar como una de dichas entidades ese Movimiento (Bewegung), de gran complejidad estructural, espacio-temporal y fenomenológica, así como fuente de terribles consecuencias cuyo final todavía no se ha terminado de asegurar, al que se ha denominado nacionalsocialismo y que, al menos en sus aspectos públicos generales, se desarrolló principalmente en Alemania durante el primer tercio del siglo XX.
Las razones de tal denominación, en la que se unen dos términos que en principio encierran significados y motivaciones de naturaleza contradictoria e incluso antagónica –como “nacional” y “socialismo”– no están claras. Parece ser que los fundadores del Movimiento, allá por los años 20 del pasado siglo, quisieron reunir en un único vocablo los poderes semánticos más representativos, aunque no siempre manejables, de ambos principios del mundo de las ideas y de las formas políticas. Ello quedó fraguado desde entonces en la denominación oficial del partido: Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei (NSDAP), el Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores. Su simbología –elegida y diseñada, al parecer, por el propio Adolf Hitler– quiso reflejar también esa dinámica:
una bandera roja con un círculo blanco en su centro, en el que se insertaba una esvástica dextrógira negra. La esvástica, signo muy antiguo del que pueden encontrarse ejemplos desde el Paleolítico y que posee una importante carga simbólica en diversas culturas de todo el mundo, era utilizada también por el Movimiento völkisch alemán –y por tanto muy bien conocida por Hitler–, y probablemente por eso fue elegida como un símbolo idóneo para representar al nacionalsocialismo. Lo cierto es que, con ello, se consiguió que confluyeran en el Movimiento nacionalsocialista, al menos en parte y en determinados momentos de la inquieta historia de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, elementos procedentes del frente obrero y otros un tanto descarriados venidos de la clase media e incluso de la aristocracia y de la nobleza que, por entonces, en Alemania, habían visto su existencia comprometida, amargada por los choques económicos y políticos y, sobre todo, por los resultados del terrible conflicto bélico derivado de la Primera Guerra mundial.
El establecimiento del estado soviético a partir de la Rusia zarista y de una breve experiencia republicana tras el derrocamiento de los zares, se encontraba todavía en sus primeras fases y era sacudido por una violenta guerra civil, durante aquel primer período del siglo XX. La consolidación posterior, más o menos lograda, de la Unión Soviética, fue considerada como un desafío insoportable por el capitalismo internacional que, desde entonces, utilizó todos sus medios –legales e ilegales– para destruir o sofocar al menos en lo posible aquella experiencia. El nacionalsocialismo, por sus connotaciones políticas y sociales, por su discurso y por los medios directos que, desde un comienzo, había utilizado en los enfrentamientos callejeros y en el desarrollo práctico de los diferentes movimientos sociales que tuvieron lugar por entonces en territorio germano, fue considerado desde los primeros momentos como un aliado poderoso e instrumento extraordinariamente útil en la lucha “anti-comunista” así planteada.
No cabe duda que una de las causas principales del éxito que el nacionalsocialismo conoció desde muy pronto entre los magnates de la gran industria, las clases altas y medias de Alemania, contando asimismo con la ayuda de numerosos trabajadores en paro socialmente ubicados en la clase obrera, se debió por un lado a este matiz anti-comunista, pero también a las vagas promesas de igualdad social, camaradería y reparto de la riqueza que figuraban en sus primeros programas. Los enfrentamientos callejeros con los comunistas del KPD (Partido Comunista Alemán) reforzaron por entonces aquella consideración prestada desde muy pronto por el capitalismo internacional a los nacionalsocialistas. Las promesas de igualdad para los obreros y las violentas algaradas en las calles, no impidieron la llegada a las cajas del Partido Nacionalsocialista de cuantiosas e importantes ayudas económicas aportadas por grandes empresas norteamericanas, inglesas y francesas, además de otras procedentes de simpatizantes acomodados y bien dispuestos hacia las ideas nacionalsocialistas en diversos países de Europa y del mundo.
Todas estas consideraciones acerca de la historia política y económica mundial y europea, entendida concretamente en la Alemania de los años inmediatos y posteriores a la Primera Guerra Mundial, reflejan muchos de los matices y comportamientos del nacionalsocialismo y hasta justifican oportunamente, si cabe, el surgimiento mismo de dicho Movimiento donde y cuando ocurrió: es decir, en las primeras décadas del siglo XX y en la Alemania que resultó derrotada en aquel conflicto, experimentando por ello un periodo de sufrimiento y penuria difícilmente soportable para cualquier comunidad humana. Sin embargo, tales consideraciones, con resultar de suma importancia, no lo son todo. Un fenómeno con un carácter tan especial como el nacionalsocialismo encierra sin duda muchos otros factores de tipo bien diferente a lo económico y social.
Factores que no son quizá tan visibles, dolorosos ni llamativos, como puedan serlo en un momento dado la inflación desbordada, el desempleo masivo, las algaradas callejeras o las sucesiones de muertes y de enfrentamientos violentos –tal como sucedió precisamente en Alemania por aquellos tiempos–, pero que pueden influir de una manera tanto o más decisiva si cabe en los planteamientos y en el desarrollo final de un determinado movimiento político. Basado particularmente en creencias, sentimientos y formas de entender la vida y el mundo, apoyado sobre estructuras culturales de diversos tipos y procedencias, asentado también sobre procedimientos de actuación personal y grupal cuyo origen casi siempre suele ser incierto o difícil de determinar –como lo son muchas veces las opiniones, los propios comportamientos grupales o los estereotipos–, el nacionalsocialismo se fundamenta, al menos en una buena parte de su sentir y de su expresión más íntimos, en la inmensa y compleja herencia de los movimientos völkisch. Éstos fueron de suma importancia en Alemania, y dieron lugar a una imagen y una manera de creer, pensar y sentir el volk, es decir, el pueblo –alemán, en este caso– de tal intensidad, que poseen por eso mismo rasgos de una personalidad propia tan característica como inconfundible y pueden llegar a desempeñar un papel de extraordinaria importancia en el desencadenamiento de los procesos históricos, igual que los factores políticos y económicos propiamente dichos.
Nuestra época –igual que otras anteriores– está repleta de ejemplos que cabe invocar como muestra del relieve que poseen estos otros factores compuestos mayoritariamente de creencias y sentimientos, los cuales muchas veces se consideran de importancia secundaria respecto a los económicos y políticos. Así, por ejemplo, si colocamos a las creencias en su lugar adecuado, podríamos considerar –como muchas figuras importantes hicieron en su momento– que la Segunda Guerra mundial, en la que el nacionalsocialismo desempeñó un papel determinante, tuvo como finalidad principal acabar de una vez por todas con la Unión Soviética y con su por entonces novedosa y atrevida experiencia político-económica, pero también con su orientación filosófica antirreligiosa y revolucionaria basada en el marxismo-leninismo. Dicha orientación, peligrosa y decisivamente ubicada durante decenios en sectores de activismo extremo dentro del campo universal de las creencias –recuérdese la imagen, que todavía perdura en tiempos muy recientes, del ”comunismo ateo”, de los “rojos sin Dios”– cultural y socialmente considerados como una competencia y como una alternativa posible y poderosa establecida frente al capitalismo, en el marco de esos grandes ámbitos de fuerzas a los que nos referimos. El objetivo –en el que Hitler jugó un protagonismo decisivo– no se consiguió entonces, sino muchos años después. Pero bien podría pensarse que el fracaso no fue completo, pues la Unión Soviética, con muchos millones de muertos, un territorio y una industria destrozados por los combates y el comportamiento salvaje de los invasores alemanes, ya nunca volvió a ser la misma, ni a recuperarse de aquel terrible desastre.
¿Y no fue sobre todo ideológica –ostentosa y ferozmente comprometida, diríamos, sobre el conjunto actuante de las creencias capitalistas– la posterior etapa de la llamada Guerra Fría? El propio nacionalsocialismo, según veremos, no se vio libre de un compromiso semejante, dispuesto entre los factores ideológicos derivados de su propio campo de creencias y aquellos otros económicos y políticos que justificaban, ya no sólo una estructura dinámica para una nación como Alemania, sino además la posibilidad de conducirla también hacia una competición ideológica y de creencias encaminada a un cambio total y completo de vida, pensamientos y objetivos en la misma historia humana.
En este periodo de la historia alemana se produjo un choque dialéctico, una colisión entre ambas estructuras: la económico-política y la de las creencias, lo cual, además de las muertes y odiosos crímenes que provocó, tuvo graves consecuencias tanto para el futuro del movimiento nacionalsocialista en sí como para el desarrollo de las instituciones y proyectos previstos en su programa relativo a dichos ámbitos de actuación: el político-económico y el creencial.
La aniquilación de las Sturmabteilung (SA) durante la famosa “Noche de los Cuchillos Largos”2, fue seguramente un episodio de ese enfrentamiento que alejó al nacionalsocialismo de su vertiente “socialista” de igualación y reparto de riqueza entre las clases poderosas y las más desfavorecidas, de su vinculación con la doctrina de la “comunidad popular” (Volksgemeinschaft), de su compromiso interno con millones de alemanes que esperaban con anhelo esa revolución interior y que tal vez en razón de esa esperanza apoyaron con sus votos en varias ocasiones al Partido Nacionalsocialista. Pero no sólo jugaron aquí los factores políticos y económicos interesados en una transformación del Movimiento que pudiera integrarlo de alguna manera en el campo universal de las ideas y de las formas políticas, obteniendo con ello las correspondientes ventajas que derivarían de una participación del poder. También el conjunto de las creencias y sentimientos asentados sobre la ideología völkisch experimentó cambios importantes, según veremos, aunque tal vez menos en el sentido de su identificación y reasentamiento en el marco general de las ideas políticas y de los proyectos sociales, que en el de su búsqueda y avance hacia terrenos más oscuros de lo numinoso, de lo arcaico y extraño. Sin embargo, pese a ello y aún con el desplome de las condiciones de vida a causa de la guerra, la escasez de medios de vida y la derrota final, la estructura de las creencias continuó firmemente anclada en la vida y en el pensamiento de muchos alemanes que conservaron, quizá por ello mismo, una fe inquebrantable en la idea del volk, con fidelidad a la persona de Hitler, a su carisma y a las expresiones del nacionalsocialismo, aun cuando el país entero era ya por entonces un campo de ruinas y los muertos y desaparecidos alemanes se contaban por millones.
Los pasos de aquella reconversión y acondicionamiento brutales, ya no tanto del nacionalsocialismo y de las coordenadas de su Movimiento, como del Partido Nacionalsocialista y de su papel económico y político, fueron dados, pues, por otros caminos. No se renunció sin embargo a la construcción y establecimiento de un Nuevo Orden, tal como se verá en su momento. Aunque algunos intelectuales, comprometidos desde muy pronto con el ideario nacionalsocialista –como el filósofo Martin Heidegger, con sus interpretaciones esotéricas apoyadas en la lectura crítica e iniciática de Hölderlin, “poeta del futuro Ser alemán”, o como el filósofo y jurista Carl Schmitt5–, se vieron prácticamente alejados desde entonces de su adhesión primera al nacionalsocialismo, permaneciendo unidos a él, pero sin participar ya en el despliegue y desempeño cotidiano del Movimiento.
A otros muchos seguidores y colaboradores de primera hora del nacionalsocialismo y del Partido, les sucedió algo parecido. La “Noche de los Cuchillos Largos”, el final práctico de la Sturmabteilung como organización clave del Movimiento, y la variación del rumbo originario, tanto en el proyecto político como en la misma aplicación y expresión de las creencias nacionalsocialistas, tuvo una gran importancia para los colaboradores y acólitos singularmente considerados, y también para el conjunto de la organización y de sus prácticas vistas desde una perspectiva general. Por otra parte, además, la propia marcha implacable de la guerra, con sus destrucciones y matanzas, impidió que la estructura de las creencias pudiese alcanzar, en el caso de Alemania, su desarrollo más completo. Así, el infierno horrible de la guerra, con su cadena de muerte y destrucción, impidió tal vez el establecimiento de un infierno todavía peor y más terrible: la implantación generalizada de un universo simbólico venido directamente de lo numinoso y absolutamente ajeno, el cosmos de los dioses oscuros. Sin olvidar –cómo podriamos– los crímenes y las matanzas cometidos por el estado nacionalsocialista, por sus jerarcas y responsables, por su política de exterminio de personas y de poblaciones para ellos indeseables, junto a otros muchos ejemplos de barbarie producidos en el curso de la Segunda Guerra Mundial, en las páginas que siguen intentaremos proporcionar a los lectores un atisbo de esa realidad alternativa que, según parece, colisionó con nuestro mundo en aquellos momentos terribles. Pero el final del conflicto bélico no detuvo en modo alguno dicha confrontación ni los episodios de contacto posibles con aquel sistema de creencias aparentemente desvanecido entre incendios, bombardeos y destrucciones.
Todo ello fue mantenido desde entonces en un segundo plano y fuera del alcance de los medios de comunicación y de la gran mayoría de las personas, alemanas y no alemanas, incluso de algunas muy directamente relacionadas con el desarrollo y evolución del nacionalsocialismo, con el enfrentamiento de ese Movimiento a las ideas e intereses exteriores al mismo, tanto en Alemania como en el resto de países participantes, y con el conflicto bélico provocado por ese mismo motivo. Mientras tanto, acabada ya la guerra y aún antes de que pudiera reiniciarse siquiera la reconstrucción de un mundo destruido y en ruinas, algunos personajes, de los que se hablará en su momento, parecieron dedicar sus esfuerzos, rodeados de secreto y misterio, para mantener vivos los rescoldos de aquel fuego oculto entre las cenizas de un movimiento que todavía se hallaba profundamente vinculado con las esencias más oscuras de lo numinoso.
Esa batalla escondida y secreta continúa todavía hoy, en nuestros días, desplegándose a veces con una violencia desatada en cada momento histórico que podamos considerar, y permaneciendo, en muchos de sus episodios clave, casi al alcance de nuestras vidas. La carga escondida de las creencias, en éste como en muchos otros casos, permite, según veremos, la supervivencia de rasgos, de comportamientos, de maneras de pensar y de estereotipos cuya vitalidad puede resultar en ocasiones sorprendente, pero que está plenamente justificada por los poderes de aquel contenido oscuro y con orígenes en lo numinoso, que se resiste a desaparecer y que sigue acompañándonos a pesar de las mudanzas espirituales o espacio-temporales que los seres humanos hayamos podido emprender desde entonces.
Muchos de los aspectos y características de nuestro mundo de hoy, con sus desigualdades, con sus terribles lacras sociales, con el sufrimiento que producen las innumerables guerras secundarias y conflictos de todo tipo que se han desencadenado en Europa y en el resto del mundo casi día por día desde el final de la Segunda Guerra Mundial, tienen tal vez su asiento y su explicación en la supervivencia de esas fuerzas oscuras, tanto como en la presencia del mal que nos acompaña, como seres humanos, desde nuestro mismo origen.
«No soy nada más que un tambor y un agitador».
Hitler a Arthur Moeller van den Bruck, 1922.
Hitler. 1889-1936.
IAN KERSHAW.
«El nazismo se debe en gran medida a su rito,
a su estética, a su liturgia; no se explica sin ella,
y lo que fue se apoyaba, como el sexo sin amor,
en un deseo pornográfico y exhibicionista,
una entrega salvaje a la belleza fría,
descarnada e intolerante».
Algo más que belleza.
Influencia de la estética nazi en la cultura contemporánea.
FERNANDO FERNÁNDEZ LERMA.
Introducción
El nazismo y sus proyecciones
de lo numinoso y lo oscuro
LA ENORME MORTANDAD PROVOCADA por la Segunda Guerra Mundial y por la actitud belicosa y agresiva mantenida desde un principio por el nacionalsocialismo, contribuyeron a desplazar hacia un segundo plano ciertas características del Movimiento, más vinculadas con el proceso de las creencias que con las estructuras económicas, políticas y sociales en cuyo ámbito se produjo aquel conflicto. Sin embargo, sigue siendo necesario, a pesar del tiempo transcurrido desde el final de la Segunda Guerra Mundial, aclarar el papel desempeñado por aquella estructura de creencias, en el inicio o durante las primeras manifestaciones del movimiento nacionalsocialista, durante su desarrollo inmerso en los vaivenes de la lucha política y en sus etapas finales, cuando todo parecía ya irremediablemente perdido. La configuración y expresión dinámica de las creencias resultó ser muy importante desde el primer momento. Difícil sería intentar un estudio del movimiento nacionalsocialista, del nacionalsocialismo como idea no sólo política, económica y social, sino como estructura dotada de una parte oscura casi sin precedentes, o llevar a cabo incluso un análisis del régimen político mismo, sin tener bien en cuenta la importancia que en dicha ideología tuvo ese conglomerado de creencias que la sustentaban.
Creencias que poseían un trasfondo relativo a lo sagrado, ya no sólo vinculado a lo religioso que representaban fundamentalmente la confesión protestante de origen luterano o la Iglesia católica romana, sino relacionado también y de modo muy importante con la gran nebulosa pagana en la que todavía reinaban los antiguos dioses nórdicos y su lenguaje mítico y mágico al mismo tiempo de las runas. Las referencias nostálgicas a Hiperbórea y a territorios en los cuales había surgido y crecido una antiquísima civilización nórdica, alimentadas por las investigaciones de estudiosos como Herman Wirth –un académico holandés obsesionado por la mitología de la Atlántida, fundador con Heinrich Himmler y Walter Darre, del Instituto Ahnenerbe de las SS, (también conocido como Studiengesellschaft für Geistesurgeschichte Deutsches Ahnenerbe e.V.7)–, del que fue el primer director, parecían sustentar muchas de estas elucubraciones teóricas, amparando con ello esa visión específica de la historia y de los orígenes mismos de la humanidad y de la raza escogida, que fundamentaron más tarde la principal línea argumental considerada en ese sentido por el movimiento nacionalsocialista, aunque no cabe olvidar tampoco las raíces que todos estos pensamientos tuvieron en la tradición völkisch.
Aquellos que apoyaban su visión del mundo en estas tradiciones, consideraban que las leyendas en las cuales se describí- an las relaciones entre los dioses y los seres humanos, que tuvieron lugar en algún territorio escogido y privilegiado entre los de la Tierra del Principio, eran testimonios de los acontecimientos que dieron lugar a la aparición o surgimiento de una raza superior a las demás. Dicha raza formó en su momento un gran imperio gracias a esos conocimientos heredados de la divinidad protectora y clemente que les auxiliaba. Más tarde, debido a una catástrofe natural, o bien por las consecuencias derivadas de algún conflicto surgido entre los dioses y los humanos, aquella civilización primera, a la que en muchas tradiciones se conoce como la Edad de Oro, terminó por desaparecer, quedando de ella únicamente los recuerdos y los relatos cada vez más inciertos.
El Instituto Ahnenerbe, cuyas actividades se extendieron por el territorio del Reich alemán y Europa, y también por Asia y América del Sur, estuvo vinculado desde un primer momento con la investigación de aquellas leyendas en las que intervenían dioses oscuros, héroes primigenios, mitos y rituales llegados desde las edades pretéritas del mundo. Encuadrado en las SS y adscrito al Estado Mayor de Himmler, que lo protegió cuidadosamente dotándole de unos fondos económicos especiales, dicho instituto no sólo reunió en ciertos periodos de su existencia un número extraordinario de investigadores que de manera directa o indirecta colaboraban en sus tareas, sino que abarcó campos de estudio cada vez más amplios, que comprendían desde la arqueología, la antropología y el estudio de las tradiciones y cultura popular, hasta las investigaciones médicas y clínicas, que desgraciadamente se fundamentaron en experimentos criminales llevados a cabo sobre los prisioneros de los campos de concentración y exterminio; actividades que, en su momento, serían juzgadas y condenadas por el Tribunal Internacional de Nuremberg.
Dentro de este tipo de estudios, Herman Wirth postulaba la teoría de una antigua civilización matriarcal que se habría desarrollado en unos territorios existentes entre Dinamarca y Noruega, los cuales habrían sido sumergidos por un gran cataclismo o maremoto. Ese sería tal vez, según él, uno de los orígenes del mito de la Atlántida.
En uno de sus libros más famosos y controvertidos, Die Ura Linda Kronik8, una especie de crónica de aquella civilización perdida, reflejada en la publicación y el análisis llevado a cabo por Wirth de un manuscrito frisón presuntamente transmitido de generación en generación desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, se sostiene además que en las tradiciones de muchas culturas nórdicas todavía podían encontrarse rastros, incluso pruebas documentales como aquí ocurre, que traen hasta nuestra época símbolos, historias y leyendas procedentes de la más lejana antigüedad.
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