Libertad de pensamiento
"Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad, tanto individual como colectivamente o bien en público o en privado, de manifestar su religión o su creencia en la enseñanza, en la práctica, en el culto y en la observancia".
Derecho Humano n.º 18
En 1984, explicando las artimañas empleadas por el Partido para transformar el pensamiento de la gente, George Orwell relata que ocupaba un lugar preferente hacer creer que «tanto el pasado como el mundo externo existen sólo en la mente». Ante lo que Winston Smith, el protagonista de la novela, se rebela, diciendo: «El mundo material existe, sus leyes no cambian. Las piedras son duras; el agua, líquida; los objetos sin sujeción caen hacia el centro de la Tierra. La Libertad significa libertad para decir que dos más dos son cuatro. Si eso se admite, todo lo demás se da por añadidura». La libertad, para Orwell, se funda en la verdad; y ya se sabe que nada ofende tanto (sobre todo en épocas de engaño universal) como la verdad. Por eso todos los tiranos que en el mundo han sido han tratado de escamotear la verdad de las cosas; y el hombre libre ha aspirado a desentrañarla. En esto debería consistir la 'libertad de pensamiento'. Pero... ¿de veras esta es la 'libertad de pensamiento' que hoy proclamamos?
No puede serlo por la sencilla razón de que nuestra época no reconoce la existencia de la verdad, que Orwell consideraba premisa de la libertad. El subjetivismo niega que la verdad de las cosas pueda ser conocida, pues considera que el entendimiento está limitado por la experiencia. El relativismo afirma que lo que las cosas son desde nuestra perspectiva y coyuntura no lo serían si la perspectiva y la coyuntura fuesen distintas. El escepticismo, en fin, nos impone dudar de todo, pues considera que somos incapaces de alcanzar la verdad. La verdad cierta de las cosas se ha evaporado del todo, lográndose aquel anhelo del Partido que exigía que tanto el pasado como el mundo externo sólo existiesen como figuraciones mentales. Curiosamente, esto no ocurre bajo un poder dictatorial como el que imaginó Orwell, sino bajo regímenes democráticos. Pero tal vez, como afirmaba Kelsen en De la esencia y valor de la democracia, «la causa democrática aparecería desesperada si se partiera de la idea de que puede accederse a verdades y captarse valores absolutos».
Al no reconocerse la existencia de la verdad (o ante la imposibilidad de acceder a ella), ya no puede existir adecuación del intelecto a las cosas (que era la definición aristotélica de verdad).Abolida la verdad, se invocó en un principio la objetividad, que presupone imparcialidad; pero nadie puede creer seriamente que un sujeto que no reconoce la existencia de la verdad pueda ser otra cosa sino subjetivo. Luego, el concepto de objetividad fue sustituido por los de sinceridad o autenticidad, que ya sólo pueden presumir de «decir lo que uno piensa (o siente)». La verdad se convierte, entonces, en coherencia con las ideas propias, que naturalmente habrán de ser subjetivas; pero, una vez sustraída la adecuación del intelecto a las cosas, ¿cómo sabemos que esas ideas que creemos propias no son en realidad ideas inducidas por otros? ¿Cómo sabemos que estamos diciendo lo que pensamos y no lo que otros nos han 'predispuesto' o 'enseñado' a pensar? ¿Cómo sabemos que estamos pensando y no tan sólo 'sintiendo'?
A fin de cuentas, nada hay tan 'sincero', tan 'auténtico', como la expresión de sentimientos. Y nada tampoco tan fácil de excitar, de estimular y, en definitiva, de inducir: no hace falta sino comprobar la facilidad con que unas imágenes lanzadas a través de la tele logran indignarnos o conmovernos; o la celeridad con la que logran 'movilizarnos' a través de las redes sociales. Cuando la verdad ha sido sustraída, nada más sencillo que 'suministrar' pensamientos que nos hagan sentir auténticos. Así lo creía Adam Smith, cuando afirmaba que, «en las sociedades opulentas, pensar es una operación muy especial, reservada a un reducido número de personas, que suministran todo el pensamiento que debe disponer la multitud de los quepenan». Así también Rousseau, cuando explicaba cómo se 'creaba' la llamada cínicamente 'opinión pública': «Corregid las opiniones de los hombres y sus costumbres se depurarán por sí mismas». En Un mundo feliz, la fábula futurista de Huxley, esta 'libertad de pensamiento' se creaba durante el sueño, mediante un mecanismo repetitivo que hablaba sin interrupción al subconsciente; en nuestra época, se logra a través de los métodos de control social y condicionamiento de los espíritus de todos conocidos, que nos enseñan lo que podemos pensar y lo que debemos rechazar, lo que conviene decir y lo que conviene callar, para poder seguir siendo aceptados en la manada y acogidos en el redil, donde nos aguardan en el comedero los pensamientos permitidos que podemos rumiar y deglutir tranquilamente, para alivio de nuestras penas.
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LIBERTAD FUNDAMENTANTE
...Frente a este pensamiento de esclavos, propio de la mentalidad intelectual de los servidores del poder que definieron el mundo de la guerra fría, la reflexión de la libertad política siempre percibió que el obstáculo a su vigencia nunca ha venido del exterior, ni de entes materiales diferentes de la materia propiamente humana. Colocada ante su único obstáculo, o sea, ante el poder de la clase gobernante, la libertad política se alza con indignación para proclamar que no es una libertad de algo ni para algo, sino una libertad para nada y para nadie, que solo puede ser para sí misma y por sí misma. Si tanto gusta a la demagogia de las libertades el significado antropomórfico de la liberación de obstáculos no humanos, la libertad política ofrece al mundo de la cultura humanista la oportunidad de obtener, mediante ella, la auténtica liberación de la humanidad. Porque esta es la única libertad trascendente. Una trascendencia que no tienen ni la libertad de mejorar las condiciones de existencia, ni la libertad para igualarlas.
Ni el liberalismo ni el socialismo han comprendido jamás que la libertad política, en tanto que libertad colectiva y simultánea, no es una libertad más entre las personales (votar) o de clase (huelga), sino la libertad del fundamento del poder estatal. Única clase de libertad que debe llamarse libertad fundamental, porque no es libertad de o para cualquier cosa, sino la libertad fundamentante de todo el sistema político. Fundamentación del fundamento del Estado, cuya carencia en el Estado de Partidos produce el abismo europeo entre Estado y Sociedad, entre poder económico y pobreza política, entre civilización técnica y cultura amoral.
Ahora podemos continuar el análisis de la aporía de la libertad legal, pues el abismo abierto entre esos dos términos, permite comprender no solo la vacía retórica del poder de la propaganda, sino el hecho determinante de que en este tipo de libertad legal falta cualquier punto de apoyo en algún tipo de voluntad moral colectiva que la realice. No hay libertades ni derechos fundamentales si no hay una libertad política colectiva, de orden moral, que sea fundamentante de todas las libertades personales, y con preferencia a todas ellas, de la libertad de pensar.
La libertad de pensamiento no es un privilegio de las intuiciones creadoras ni de las imaginaciones anticipadas a los acontecimientos. Sin ser librepensador, todo individuo es capaz de pensar libremente sobre los asuntos que le afectan, y ninguno le afecta más que la política, si al sentido común añade el cultivo sistemático de la inteligencia crítica. Un tipo de inteligencia que se despierta con la percepción objetiva de lo aparente, y se desarrolla con la continua extrañeza de que las apariencias se amparen en lo que no las justifica ni fundamenta, sea la lógica del sentido común, la del interés económico, la del sentimiento moral o la de la estética.
La inteligencia crítica no es capaz, por sí sola, de idear o crear algo nuevo de interés para la humanidad, ni de alcanzar por tanto la sabiduría moral, científica, artística o técnica de los autores-innovadores. Pero sí puede dotar de la potencia que la libertad de pensar otorga, a quienes llegan a alcanzar el saber a qué atenerse, en el mundo de la dominación política y mediática. El saber atenerse constituye la sabiduría de la coherencia entre el modo de ser y de estar en la vida. Los estoicos y los anarquistas creyeron tener ese saber, pero era un saber ideológico, es decir, un no saber que los aparta de la política y los condena a la inacción colectiva.
La recuperación del saber a qué atenerse, mediante la promoción social de la inteligencia crítica, es previa a toda llamada a la acción para la conquista de la libertad política.
Ese saber práctico, sin implicar renuncia a ideología o creencia alguna, es la vía prudente hacia la verdad, como contraria a la mentira, porque es la más ecónoma de energías para llegar a la veracidad del discurso público, a la dignidad personal y a la decencia pública. Y la libertad de pensar está al alcance de todos los que deseen obtenerla.
Donde no hay libertad de pensamiento, es imposible que haya libertad de expresión. Fruto del consenso, consensuar es no pensar. Nunca puede ser descubierta la verdad con el consenso.
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