THE MASTER (2012)
"The Master", que puede traducirse como ‘el maestro’ o también ‘el amo’, explora la búsqueda de un sentido a la existencia y se acerca a la bestia que convierte a los seres humanos en inadaptados.
El director describió su película como una «historia de amor entre dos hombres, no tanto como padre e hijo o amo y esclavo, sino como casi el amor de sus vidas», en una comparecencia escurridiza ante la prensa en la que el protagonista del filme, Joaquin Phoenix, hizo honor a su fama de personaje estrambótico: primero desapareció para fumar un cigarro y cuando contestó a las preguntas habló a un metro del micrófono sin que se le pudiera entender nada.
En la pantalla, en cambio, Phoenix supone el placer más instantáneo e indudable del filme, con una magistral interpretación que le convierte en una opción más que clara a la Copa Volpi al mejor actor, en el papel de un ex combatiente de la Segunda Guerra Mundial que no encuentra sitio ni satisfacción en momentos de paz.
Es entonces cuando halla bálsamo en una secta y en ese amo interpretado por Philip Seymour Hoffman, que le guía y le da respuestas, que le libera del yugo del pensamiento.
«Cada día nos levantamos y pensamos que nos gustaría no vestirnos, ir desnudos por la calle y tener sexo con quien nos apetezca. Pero no podemos hacerlo y por eso todos buscamos algo o alguien que nos domestique», explicó Hoffman, ganador de un Óscar por Capote y del Oso de Oro en Berlín con Magnolia.
El director, que también ha contado para su película con Amy Adams, había retratado en su anterior película, Pozos de ambición, el capitalismo como una religión, y ahora recorre el camino de vuelta al enforcar el negocio de una secta cuya seña de identidad es la vulgaridad y volubilidad de sus preceptos.
Crisis de espiritualidad
Anderson reconoció sin pudor que su inspiración estuvo en los comienzos de la Iglesia de la Cienciología, aunque matizó que no sabe cómo funciona en la actualidad. Y teniendo en cuenta su amistad con un miembro de esta secta, Tom Cruise, al que dio un papel de fanático en Magnolia, la pregunta no tardó en llegar. «Sí, sigo siendo amigo de Tom, y sí, le he enseñado la película, pero lo demás queda entre él y yo», dijo Anderson.
Pese a estar ambientada en los años cincuenta, la cinta puede tener una lectura actual o, más bien, atemporal, según el cineasta. «No tengo una bola de cristal ni hablo de una crisis espiritual inminente. Creo que las crisis de este tipo nacieron a la vez que la espiritualidad», explicó.
Y, finalmente, en la cuestión técnica, Anderson evoluciona hacia la apariencia del cine clásico, mientras las capas de su cine son cada vez más solapadas, hasta el punto de que The Master escapa a toda sentencia inmediata y pide una pausa introspectiva a un mundo que se resume en un tuit y que quiere informar de las cosas al instante.
Abrir la puerta de la Cienciología
Según escribía Oti R. Marchante en ABC, el director ilusionista se coloca en una mano a un personaje, un don nadie, un residuo de la guerra, un tipo que vuelve del frente de la Segunda Guerra Mundial metido en su propia tumba, alcohólico, agresivo, tarado…, un personaje hecho para que Joaquin Phoenix consiga una de esas interpretaciones que tanto te llevan al escenario de la entrega de los Oscar como a la planta de peligrosos de un psiquiátrico. Y Thomas Anderson se coloca en la otra mano a otro personaje, el supuesto calco de L. Ron Hubbard, el fundador de esa religión tan de diseño llamada Cienciología, que está a medio camino de la secta, del centro de autoayuda y de la camelancia, y que interpreta con gran convencimiento Philip Seymour Hoffman.
Anderson te muestra una mano para hablarte de la otra: Joaquin Phoenix, un mundo (o una América, como les gusta pensar a ellos) moral y físicamente deshecho por la guerra, y Seymour Hoffman, un antídoto, un camino, un discurso, una promesa… El lienzo es de una sutileza mayúscula, y tanto el origen galáctico o irrisorio de la Cienciología como su capacidad recaudatoria o la banalidad de sus doctrinas y la polémica de sus métodos están siempre explicados, o sugeridos, por la otra mano de Anderson mientras miramos la hipnótica interpretación de Phoenix, al que en ocasiones se diría que le acaba de dar un ictus.
El lance en el plano entre Phoenix y Hoffman, las dos maneras de ser de la furia y la locura, es casi constante y narcótico, y funciona de un modo alegórico como un encuentro entre el paciente y el médico, o si se prefiere, entre el mundo y su profeta.
La cosa es que The Master ha engendrado expectativa como si fuera a abrir una puerta, o rendija, hacia la verdad de esa secta o religión, y quien quiera encontrarse con eso (una mano) se dará de bruces con otra cosa, con la otra mano, un drama enfocado al ser humano, a sus pedazos, a lo que se deja en el camino pero le sigue pesando más aún que si lo llevara… The Master es una de esas películas con eco, que siguen sonando («Master»… «aster»… «ster»…) mucho después de haberla visto.