EL Rincón de Yanka

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jueves, 16 de octubre de 2025

LIBRO "ENSAYOS SOBRE LA LIBERTAD Y EL PODER" por LORD ACTON

 ENSAYOS SOBRE 
LA LIBERTAD Y EL PODER

El presente volumen recoge fundamentalmente la selección de ensayos de Lord Acton que Gertrude Himmelfarb publicó en 1948 bajo el título Essays on Freedom and Power. Sin embargo, se han añadido otros que, a nuestro juicio, completan dicha selección y ayudan a comprender la visión de Lord Acton sobre el progreso de la libertad en la historia. Los ensayos aquí recogidos son los siguientes: El Estudio de la Historia, conferencia pronunciada en Cambridge el 11 de junio de 1895. Publicada con el título A Lecture on the Study of History (Londres 1895). Reeditada en Acton, Lectures on Modern Story (ed. por John Figgis y Reginald Laurence, Londres 1906), pp. 1-28, 319-342; Acton, Essays on Freedom and Power (ed. por Gertrude Himmelfarb, Illinois 1948), pp. 3-29, 399-428; Acton, Essays in the Liberal Interpretation of History (ed. por William McNeill, Chicago 1967), pp. 300-359. En nuestra edición se han suprimido las abundantes notas, material no integrado en el texto y reunido por el Autor en vistas a una posterior elaboración. Historia de la Libertad en la Antigüedad. Publicado originariamente, junto con "The History of Freedom in Christianity", con el título The History of Freedom in Antiquity and the History of Freedom in Christianity,
«Por libertad entiendo la seguridad de que todo hombre esté protegido en el cumplimiento de lo que considera su deber contra la influencia de la autoridad, de las mayorías, de la costumbre y de la opinión». 
La libertad es, además, el fin más elevado del hombre en sociedad. Es la de Acton una noción positiva y teleológica de la libertad. Positiva porque incluye la exigencia de que existan garantías que aseguren que cada quién pueda actuar de acuerdo a los dictados de su conciencia; y teleológica porque, como advirtió Beriin, presupone que ia libertad no es nunca una necesidad temporal sujeta a contingencias, sino un fin inmutable al que propendemos con nuestras acciones, guiadas como están por la conciencia, «...arising out of our confused notions and irrational and disordered lives». 

Esta propensión del hombre a la libertad choca con los continuos esfuerzos de la autoridad para imponerse. Acton veía la historia como un enfrentamiento permanente entre el poder, con su efecto corruptor, y los esfuerzos conscientes del individuo por lograr la libertad. La autoridad era ejercida legítimamente sólo allí donde garantizaba la causa de la libertad. 

«No hay peor herejía que la que dice que el cargo santifica al que lo tiene. Ese es el punto en el que la negación del catolicismo y del liberalismo se encuentran y celebran su fiesta: el fin justifica los medios». 

Frente al influjo creciente de la autoridad y su capacidad de corromper a quienes la ejercían, Acton, de forma muy diferente a Burckhardt— quién había propuesto el ascetismo y la contemplación como única alternativa para sustraerse del efecto negativo ejercido por el poder sobre los hombres— confiaba en la fuerza de una conciencia individual de inspiración religiosa, que tendía a restringir la esfera de influencia de la autoridad y a engrandecer el ámbito de la libertad. Sería el francés Alain quién, observando la realidad de la Tercera República, abundaría en la divisa actoniana del auto-gobierno, insistiendo en la necesidad de encontrar fórmulas que incrementaran la responsabilidad de los gobernantes frente a los gobernados. 

El supuesto del auto-gobierno no implicaba la inhibición total del Estado en la regulación de las relaciones sociales. En contra de lo sostenido por su contemporáneo Spencer, Acton afirmará que al Estado le corresponde «ofrecer una ayuda indirecta en la lucha por la vida», interviniendo, aunque no precisa la medida, en los ámbitos de la religión —legislando en favor del principio de autogobierno de cada confesión—, la educación y la distribución de la riqueza. Acton afirma que la «teoría moderna» de la libertad no provee al individuo de las garantías necesarias para ejercitar libremente su conciencia. Ello ocurre con la más esencial de todas las libertades, la libertad religiosa, pues mientras la profesión de una u otra religión es efectivamente libre, el gobierno de la Iglesia, en virtud del Anglicanismo, está controlado. 

Para Acton, donde la autoridad religiosa está restringida, no existe en realidad libertad de religión. Esa es la trampa de una legislación que, sólo parcialmente, ha conducido a la emancipación de los católicos en Inglaterra. Al analizar el problema capital de la tolerancia religiosa, Acton afirmará que quienes sostengan que los hombres son libres en materia de conciencia condenarán por igual las persecuciones religiosas llevadas a cabo por la Iglesia católica y por el protestantismo, mientras que quienes, como él, insistan en que la libertad no es sólo una cuestión de conciencia, sino que presupone la existencia de ciertas garantías para su ejercicio, se verán impelidos a aprobar la intolerancia de la que católicos y protestante hicieron gala a lo largo de la historia. 

En este punto, introduce un matiz fundamental al justificar las persecuciones católicas sobre la base de que éstas fueron el fruto de una época en la que existía la unidad religiosa, siendo su preservación esencial para el sostenimiento de la sociedad en su conjunto, mientras que la intolerancia protestante era absolutamente inaceptable, puesto que nacía de la necesidad de preservar el dogma contra la amenaza de disolución planteada por la existencia de sectas disidentes, y tenía, por tanto, su fundamento íntimo en la violación del principio elemental de libertad de conciencia en beneficio de un colectivo particular y no, como era el caso de la intolerancia católica, de la sociedad toda. 

La Reforma había reducido el espacio de la libertad a la libertad de conciencia y había reforzado el poder de la autoridad a expensas de la autonomía de la Iglesia, único factor que limitaba la influencia del poder civil y aseguraba la independencia del individuo consciente. 

El protestantismo, al vincular Iglesia y Estado, venía a favorecer el despotismo y la revolución por igual, en la medida en que justificaba el derecho de resistencia sólo allí donde el príncipe no se ajustara a las condiciones esenciales de la fe. La confusión entre la autoridad religiosa y el poder político era el origen, en buena medida, de las múltiples violaciones que desde entonces se habían cometido contra la libertad. Sobra decir que la sutileza de este controvertido razonamiento le ganó muchas críticas a Acton, no sólo desde el Anglicanismo, sino también desde un ultramontanismo católico con el que siempre discrepó. 

Desde el momento en que concibió la política y la moral como dos esferas independientes, Acton se separó de Burke, con quién compartía la creencia en la existencia de grandes principios subyacentes a los acontecimientos políticos. Al poner en cuestión la máxima anglicana de identificación entre la Iglesia y el Estado, Acton se oponía a la famosa afirmación del irlandés: «God willed the State». 

La cuestión de la tolerancia no está al margen de la reflexión actoniana sobre otro de los problemas centrales de su tiempo: cómo preservar la libertad en democracia. En los años treinta Tocqueville en Francia, y unos veinte años después John Stuart Mili en la propia Inglaterra, tomaron conciencia de que en una época de profundas transformaciones sociales, propiciadas por una industrialización y urbanización crecientes, las garantías a la libertad individual debían provenir de algo más que de proclamar la existencia de derechos humanos inviolables, consagrar un sistema de monarquía limitada y de responsabilidad ministerial o afirmar la libertad de prensa y religión. 

Se necesitaban nuevas fórmulas para contrarrestar las tendencias autoritarias provenientes de la extensión de un nuevo sistema político, la democracia, cuya legitimidad se basaba, en la percepción de estos autores, en el derecho indiscutible de la mayoría a hacer valer sus intereses sobre los del individuo o sobre colectivos minoritarios. Acton, como Tocqueville, detectó que ningún otro modelo de gobierno gozaba de una legitimidad mayor, en la medida en que su base de apoyo podía expandirse tanto como se quisiera, mediante la apelación manipuladora de la autoridad a la existencia de un interés colectivo ficticio, en virtud del cual: «La tolerancia religiosa, la independencia judicial, el temor a la centralización, el control de la interferencia del Estado, se convierten en obstáculos para la libertad en lugar de sus garantías». Igual que Mili, Acton insistió en que en democracia el individuo corría el peligro de quedar anulado bajo el peso de los poderes colectivos.

Ocurre en las democracias que lo que constituye su principio esencial, que nadie debe ejercer autoridad sobre los demás sin su consentimiento, pierde sentido hasta el punto de que la autoridad pasa a disponer de un poder absoluto. El supuesto de que nadie se vea nunca en la situación de tener que hacer lo que no quiere se desvirtúa hasta el punto de convertirse en que nadie se vea en la obligación de tolerar lo que no le gusta, lo cual implica anular la discrepancia. La máxima de que la libertad individual no sufra ningún tipo de amenazada desplaza su base de legitimidad hacia el colectivo, de forma que éste se transforma en la prioridad. En democracia, por tanto, el poder no sólo tiende a ser supremo, pues no existe autoridad alguna por encima de él —la opinión pública, de la que deriva su legitimidad, es todopoderosa—, sino también absoluto, pues al no existir espacio para la discrepancia, se transforma en su propio amo y no en lo que originalmente se pretendía que fuera: un mero fideicomisario. 

Un sistema electoral proporcional, según Acton, no es suficiente para corregir los excesos de la mayoría en democracia, pues en realidad éste sólo sirve para que las minorías se disuelvan en la mayoría, perdiendo sus perfiles diferenciadores. El único correctivo eficaz es la consagración de un sistema federal, que divida el poder y distribuya equitativamente las potestades de gobierno. Estados unidos es el modelo a seguir, hasta la contienda desatada entre los Estados del Norte y los del Sur, que puso de manifiesto que el sistema federal diseñado por la Convención de Filadelfia no era todo lo justo que cabía esperar. 

«La disputa entre el poder absoluto y limitado, entre la centralización y las autonomías ha sido, lo mismo que la contienda entre privilegio y prerrogativa en Inglaterra, la sustancia de la historia constitucional en Estados unidos». Acton apoyará la causa sudista, en la que ve el más claro ejemplo histórico de resistencia contra la vulneración de los derechos de la minoría. Como parte de su crítica a la democracia hay que entender sus ideas sobre nacionalismo: «La teoría de la nacionalidad forma parte de la teoría democrática de la soberanía de la voluntad del pueblo». Ahora bien, existen dos tipos diferentes de nacionalismo, uno de ellos antepone la idea de unidad nacional a cualquier otro interés, llevando hasta el extremo la teoría de la soberanía popular, sobre la que se justifica la existencia de un Estado, de fado, absoluto. El otro presenta a la nacionalidad como un elemento esencial, pero no supremo, para determinar la forma de un Estado y «obedece a las leyes y a las aspiraciones de la Historia y no de un futuro ideal». 

El primer tipo tiene su base doctrinal en las teorías revolucionarias que destruyeron la monarquía francesa, mientras que el segundo se inspira en las tradiciones liberales inglesas. Como ocurre con la libertad individual, los derechos nacionales sólo tienen sentido en y por el Estado. Pretender que pueda existir una nacionalidad previa al Estado, es para Acton una aberración: «La nacionalidad formada por el Estado es, entonces, la única para con la que tenemos deberes políticos y es, por tanto, la única que tiene derechos políticos». 

Acton esbozó su filosofía de la Historia de acuerdo al análisis de los grandes procesos que dotan de sentido a la narrativa histórica, es decir, que convierten la historia de la humanidad en algo inteligible, en un proceso abierto en una línea de progreso. «La Historia nos obliga a sostener causas permanentes rescatándolas de las temporales y transitorias». Este trascendentalismo tiene una raíz religiosa. El progreso ha sido promovido desde el ámbito de la religión que, en su continua aproximación a las verdades inmutables dictadas por Dios a los hombres, ha ido ampliando el ámbito de la libertad. 
La sabiduría del mandato divino se muestra no en la perfección, a la que se tiende pero que jamás se alcanza, sino en el progreso del mundo. Por eso clama Acton «El triunfo del revolucionario anula al historiador». 

Los grandes logros de la humanidad no han tenido lugar a partir de convulsiones políticas, pues son el fruto del progreso que resulta por la creciente ampliación del espacio de la libertad individual de acuerdo al ejercicio constante de la conciencia, alentado por la religión. «Lo reconoceréis (dicho progreso) por signos externos: la representación política, el fin de la esclavitud, el reinado de la opinión y tantas otras cosas; y mejor aún por evidencias menos aparentes: la seguridad de los grupos más débiles y la libertad de conciencia que, si está completamente afianzada, garantiza la libertad». 

En «Nacionalidad», escrito tres décadas antes de pronunciada la conferencia de acceso a Cambridge, Acton había reconocido que las revoluciones habían servido para propagar ideas destinadas a «mantener viva la conciencia de lo injusto», aunque en ningún caso podían servir para «la reconstrucción de la sociedad civil», «lo mismo que una medicina no puede servir de alimento». 
Quizás la conclusión más decisiva que puede extraerse acerca del pensamiento de Acton es que éste siempre gravitó sobre la crítica al autoritarismo. Contrario al principio anglicano de identificación entre Iglesia y Estado, crítico con la tendencia ultramontana mayoritaria en el seno de la Iglesia de Roma, defensor de los derechos de las minorías y del federalismo, siempre abogó por la búsqueda de fórmulas destinadas a preservar las libertades individuales; el derecho de cada quien a dirigir su vida de acuerdo a los dictados de su conciencia religiosa. Su inverosímil defensa de la intolerancia católica es quizás el elemento que peor encaja en este esquema de cosas. 

En definitiva, Acton no fue ni un liberal convencional en el contexto de la Inglaterra victoriana, ni un católico al uso, a pesar de lo cual, su participación en el Concilio Vaticano I (1870) del lado de quienes negaban la infalibilidad papal y en favor de un reconocimiento y potenciación de la combinación de los principios liberales y católicos, revelaba, como ha señalado el editor con gran acierto en su estudio preliminar, el eje fundamental sobre el que basculaba el catolicismo liberal decimonónico: «el progreso de la religión necesitaba de la libertad». (Lord Acton Ensayos sobre la libertad, el poder y la religión Estudio preliminar, edición y notas de Manuel Álvarez Tardío Madrid, CEPC, 1999)


Ensayos Sobre La Libertad y El Poder Libro Electronico by carla


miércoles, 15 de octubre de 2025

LIBRO "TODO ES UNA MENTIRA": VENEZUELA ROTA 💥 por AMED GARCÉS

TODO ES UNA MENTIRA: 
VENEZUELA ROTA


NO FUIMOS LIBERADOS, FUIMOS REPROGRAMADOS

Amed Garcés es un empresario venezolano en el exilio que descubrió la verdad más dura de su vida cuando tuvo que reconstruir todo desde cero.
Durante 25 años fue protagonista directo de la historia política de Venezuela: fundó partidos políticos, asesoró líderes de alto nivel y vivió desde primera fila los momentos que definieron el destino de una nación. Como millones, esperaba que un salvador externo cambiara el país.
Pero el exilio le enseñó una lección brutal: mientras esperaba que otros transformaran Venezuela, había entregado el control de su propia vida. Al reconstruir desde cero, descubrió que la verdadera batalla no está en las instituciones ni en esperar líderes mesiánicos, sino en los cambios internos y en la mente.
En este libro, Amed revela cómo dejó de ser víctima de las circunstancias para convertirse en arquitecto de su destino. Porque entender que fuiste reprogramado para esperar salvadores es el primer paso hacia tu verdadera liberación.
NOTA DEL AUTOR

Este libro, aunque no es académico en su forma, sí lo es en su rigor ético. Combina observaciones personales, metáforas simbólicas, intuiciones históricas y análisis sociales con he­chos verificables y documentación pública. Su enfoque no es neutral ni su lenguaje clínico; es un texto de conciencia crítica, surgido de la experiencia y la memoria, donde verdades que trascienden los índices bibliográficos laten en la historia real.
Cada capítulo ha sido minuciosamente revisado. Las afirma­ciones se sustentan en genealogías comprobables, registros empresariales accesibles, archivos históricos y crónicas de do­ minio público. La estructura busca abrir preguntas, no impo­ner respuestas.
Aquí no hallará exageraciones gratuitas ni ficción disfrazada de verdad, pero tampoco diplomacia. Este libro fue escrito para incomodar, no para embellecer. Y nunca para mentir.

NOTA LEGAL Y METODOLÓGICA

Este libro analiza patrones históricos de poder en Venezuela basándose en fuentes abiertas y verificables. En el caso de menciones a personas vinculadas a procesos judiciales en curso, se utilizan iniciales y se cita la fuente. Las interpreta­ciones aquí expresadas reflejan exclusivamente el juicio crítico del autor, fundamentado en hechos documentados. Este texto no busca difamar, incriminar o emitir juicios legales. Es res­ponsabilidad del lector contrastar y verificar cada afirmación citada. Este es un libro de reflexión política y memoria crítica; no es una acusación, sino una invitación al despertar.

Desde el exilio y mi hogar, Amed Garcés

En honor a mis abuelas, quienes me enseñaron desde niño que la política es el arte de lo posible y el valor de la verdad y la valentía.

PRÓLOGO

La historia que no te contaron sobre tu propia vida

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Algunas historias te encuentran cuando estás listo para escu­charlas. Esta puede que sea la tuya.

Tu historia empezó mal

Cuando tenía veinte años, creí en una mentira que me costó la mitad de mi vida. La mentira era simple: si trabajas duro, si eres honesto, si esperas lo suficiente, las cosas van a mejorar. Alguien va a llegar a arreglar lo que está roto. Alguien va a construir el país que merecemos.
Me tomó treinta años darme cuenta de que, mientras yo espe­raba, los que me vendieron esa mentira estaban construyendo su propio país. Y yo los ayudé a pagarlo.

Si tienes veinte años ahora, no cometas mi error.

El personaje que no sabías que eras

En toda buena historia hay un protagonista que no sabe que lo es. Ese eres tú.
Has estado viviendo como personaje secundario en la historia de otros.
Como extra en la película de gente que nunca aprendió tu nombre. Como batería que alimenta sueños ajenos mientras los tuyos se agotan.
Pero las mejores historias empiezan cuando el protagonista se da cuenta de que puede escribir un final diferente.

Tu historia puede empezar hoy.

Los villanos que se disfrazan de héroes

En las películas es fácil identificar al malo. En la vida real, los villanos usan corbata y hablan bonito.

El villano de tu historia no es el político corrupto obvio. Es el profesor que estudió gratis en la universidad pública y hoy cobra en dólares consultas privadas. Es el médico que se es­ pecializó con beca del Estado y ahora vive en Miami dando consejos de superación personal. Es el ingeniero que construyó su empresa con contratos del gobierno y hoy habla de merito­cracia desde Canadá.

No son villanos de caricatura. Son personas educadas, inteli­gentes, que construyeron sus vidas sobre una simple filoso­ fía: "Yo primero, los demás después. Yo rápido, los demás nunca".

El problema no es que sean malvados. El problema es que son exitosos. Y ese éxito te convenció de que el sistema funcio­ naba. Solo que funcionaba para ellos, no para ti.

El robo perfecto

Te robaron algo que no sabías que tenías: el derecho a una his­toria diferente.

Te robaron la posibilidad de estudiar sin endeudarte, de tra­bajar sin irte del país, de construir una familia sin tener que elegir entre hijos y futuro. Te robaron la opción de creer en ins­ tituciones, de confiar en líderes, de invertir en un país que cre­ ciera contigo.

Pero el robo más perfecto fue este: te convencieron de que la culpa era tuya.
Que si no saliste adelante fue porque no te esforzaste.
Que si emigraste fue porque no supiste aprovechar las oportu­nidades.
Que si tu vida no funcionó fue porque algo estaba mal contigo.
La verdad es más simple y más dolorosa: te estafaron desde que naciste.

La mentira de la espera

"Ten paciencia. Esto va a cambiar".

Esa frase ha destruido más vidas venezolanas que cualquier crisis económica. Porque mientras tú tenías paciencia, otros tenían prisa. Mientras tú esperabas el cambio, otros cambia­ ban de casa, de pais, de cuenta bancaria.
La paciencia se volvió el arma perfecta para mantenerte quieto mientras otros se movían.

Deja de tener paciencia. Empieza a tener urgencia.

Tu momento de despertar

Hay un momento en toda buena historia donde el protago­nista ve la verdad completa por primera vez. Donde todas las piezas encajan. Donde entiende que ha estado peleando la ba­ talla equivocada.

Este puede ser tu momento.
No para que te unas a otro partido. No para que sigas a otro líder.
No para que cambies una mentira por otra.

Para que entiendas que tu libertad no la va a decretar ningún gobierno. Que tu futuro no lo va a construir ningún presi­ dente. Que tu historia la vas a escribir tú, con decisiones que tomes desde mañana.

El final que puedes elegir

Las mejores historias terminan con transformación, no con venganza.
Tu historia no tiene que terminar en resentimiento. No tiene que terminar en amargura. No tiene que terminar repitiendo los errores de los que te mintieron.
Puede terminar contigo construyendo algo que funcione. Algo pequeño, algo tuyo. Algo que no dependa de promesas de polí­ ticos ni de esperanzas de cambios que nunca llegan.

Puede terminar contigo siendo la excepción.
La excepción en una familia que se acostumbró a las medias verdades.
La excepción en una generación que prefirió las mentiras có­ modas.
La excepción en un país que se especializó en postergar la feli­cidad.

Lo que encontrarás en estas páginas

Este libro es el mapa de cómo llegamos aquí. Los nombres de los que construyeron el laberinto donde perdiste los años más importantes de tu vida. Las fechas donde se decidió tu futuro sin preguntarte. Las alianzas que convirtieron tu país en el ne­gocio de otros.

Pero más importante: las herramientas para salir del labe­rinto.
No es otro libro de quejas. Es un manual deliberación. Un GPS para llegar a una versión de ti mismo que no sabías que era posible.

Mi promesa

No te voy a mentir para consolarte. 
No te voy a dar esperanzas baratas. 
No te voy a pedir que confíes en mi.

Te voy a dar la información para que confíes en ti mismo. Para que entiendas que tu vida puede ser una historia comple­tamente diferente a la que has estado viviendo.

El resto depende de ti.

Para los que eligieron seguir durmiendo

Si después de leer esto decides que prefieres seguir creyendo en las mentiras cómodas, está bien. Es tu elección.
Solo te pido que no le vendas esas mentiras a tus hijos. Que no conviertas a la siguiente generación en combustible de la misma máquina que te consumió a ti.
Que rompas al menos esa parte del ciclo.

Tu nueva historia empieza aquí

Cada página que sigue es una oportunidad de entender mejor quién eres, de dónde vienes y hacia dónde puedes ir.
Pero solo si estás listo para dejar de ser el protagonista de la historia de otros y empezar a ser el autor dela tuya.

Bienvenido a la verdad.

Es lo único que puede hacerte libre.

CAPÍTULO 1

TODO ES UNA MENTIRA

El mito del Libertador: traición y fragmentación como acto fundacional
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"La verdad no fue olvidada. Fue reemplazada".

"No nos liberaron. Nos reprogramaron".

Cuando todo deja de cuadrar

Un domingo en el exilio abrí una caja de recuerdos rescatados de Venezuela. Entre fotografías encontré un viejo libro de his­toria. En la página 47, la misma mentira heroica que me ense­ñaron cuarenta años antes.

Esa noche desperté inquieto. Algo no cuadraba.
Los malos que combatí toda mi vida no eran los únicos malos. Mis compañeros de lucha tampoco eran completamente buenos.

Por primera vez me pregunté: ¿y si todo en lo que creo es mentira?
No solo las historias oficiales.
¿Y si nuestra forma de vernos como pueblo se sostiene sobre pilares falsos?
Ahí comenzó un proceso doloroso. Decidí cuestionarlo todo. Investigué. Volví al origen.
Nuestra historia no es una cadena de hazañas heroicas. Es una sucesión de mentiras convertidas en verdades oficiales.
Este libro busca incomodar. Porque solo cuando la mentira in­comoda, comenzamos a buscar la verdad.

La confesión fundacional de nuestra hipocresía

Un domingo cualquiera decidí bajar una copia del Acta de In­dependencia de 1810.
Lo que encontré me dejó perplejo:
  • Bolívar no estaba entre los firmantes (detalle omitido cuidadosamente en las escuelas).
  • El acta misma es un monumento a la hipocresía.
¿Sabes qué dice realmente el documento que nos vendieron como grito de libertad?
Reconocía como máxima autoridad a Fernando VII y juraba lealtad al rey. Pero en 1810, Femando VII estaba preso de Na­poleón. España estaba ocupada por tropas francesas. José Bo­ naparte, hermano de Napoleón, era el rey de facto.

Y aquí la contradicción:
  • Los firmantes habían leído a Voltaire, Rousseau, Mon­tesquieu.
  • Creían en soberanía popular, división de poderes, derechos naturales.
  • Martín Tovar Ponte había estudiado filosofía política.
  • Juan Germán Roscio traducía textos franceses.
  • Lino de Clemente conocía el constitucionalismo inglés.
  • Francisco Salias había leído la Declaración de Indepen­dencia norteamericana.
Todos sabían perfectamente que estaban mintiendo.

No eran ignorantes confundidos. Eran intelectuales que eligie­ron conscientemente la hipocresía como método político.
Y mientras tanto, en los hechos, creaban una junta que asumía poder y expulsaba a los representantes reales.
Está ahí, escrita con tinta indeleble: la confesión fundacional de nuestra hipocresía nacional: decir una cosa y hacer lo contrario.

Fuente: Acta de Independencia del 19 de abril de 1810 -Archivo General de la Nación, Caracas

Jurar lealtad mientras se actúa en contra es la definición exacta de traición. Ese acta no es un documento de indepen­dencia. Es el acta fundacional del hábito venezolano de trai­cionar mientras se jura fidelidad.

El primer pecado: el cura que abrió las puertas del infierno

El mediodía de la traición

19 de abril de 1810. Mediodía. Caracas hierve bajo un sol implacable.

José Cortés de Madariaga sale del Cabildo donde acaba de presenciar la firma del acta de traición disfrazada de independen­cia. Sus tacones resuenan contra las piedras coloniales.

Tac, tac, tac.

Cada pisada marca el compás de la mentira que acaba de pre­senciar.

El calor se filtra por su sotana negra. El sudor empapa su frente, pero no es solo el dima tropical. Es la adrenalina de quien sabe que está a punto de cambiar la historia de un continente entero.

Su misión está clara: mentir. Violar conscientemente el man­damiento que ha predicado desde el púlpito: "No mentirás".

Carnina sin mirar a nadie. Vecinos le piden la bendición, él no responde. Sus ojos están fijos en el suelo, pero su mente en el balcón donde lo espera Vicente Emparan.

Tac, tac, tac.

Los pasos marcan el ritmo dela traición.

Este cura, que cada domingo predica la importancia de la ver­dad, está apunto de cometer la mentira más grande de la his­toria venezolana.

Los escalones del engaño

Llega al Palacio del Cabildo. La multitud se agolpa en Ja plaza, sudorosa, esperando noticias.
Madariaga comienza a subir las escaleras. Ya no suenan pie­dras, ahora crujen maderas viejas.

Cric, crac, cric.

Cada escalón es una nota más en la sinfonía dela traición:
  • Primer escalón: piensa en Miranda, el precursor de ideales republicanos.
  • Segundo escalón: piensa en Bolívar, el joven ambicioso que no firmó porque ya calculaba su próximo movi­miento.
  • Tercer escalón: piensa en el pueblo que espera abajo, ignorante de la manipulación.
Su respiración se agita. No es solo esfuerzo físico. 
Es el peso moral de lo que está por hacer.

El encuentro

En el salón principal lo espera Vicente Emparan, Capitán Gene­ral de la Provincia de Venezuela.
Un español educado, ilustrado, que había administrado Cu­maná durante doce años con eficiencia. Construyó hospita­les, escuelas, puertos modernos. Un administrador honesto en tiempos de corrupción colonial.

Al ver a Madariaga, Emparan se incorpora:

- Padre, su bendición.

Madariaga murmura una bendición vacía. Sus palabras apenas audibles. ¿Cómo invocar a Dios cuando vas a violar sus man­damientos?
El sudor corre por sus sienes. Sonríe, pero es Ja sonrisa de quien guarda un secreto terrible.

La manipulación

Con gesto teatral, Madariaga indica el balcón:

- Capitán, el pueblo lo espera. Pregúnteles qué desean.

Emparan, confiado en su popularidad y en la lealtad que había cultivado, acepta. Caminan juntos hacia el balcón.
Los pasos de Emparan son firmes. Los de Madariaga, calcula­ dos. Cada uno parte de la coreografía del engaño.

El momento de la traición

Se asoman al balcón. La plaza bulle de gente. El calor hace que el aire ondule como agua.

Emparan grita con dignidad:

- ¡Pueblo de Caracas!¿Queréis que siga gobernando?

En ese instante, Madariaga ejecuta su plan. Se coloca de­trás, visible para la multitud. Agita los brazos indicando NO y mueve la cabeza con énfasis.
El pueblo, confundido, no entiende del todo lo que ocu­rre, pero al ver al respetado canónigo -su referente de honestidad y "representante de Dios en la Tierra"-­ negar con tanta convicci6n, responde al unísono:

- ¡Nooo!

La decisión queda sellada.
"He sido yo quien ha preparado todo esto con la mayor maña...
El pueblo ha obrado como yo quería que obrase".

El daño está hecho

- Pues si no me quieren, yo tampoco quiero mando. Emparan se quita la banda de Capitán General. Se va en paz.

Prefiere la humillación personal antes que bañar Caracas en sangre. Tenía soldados suficientes para masacrar a la multi­ tud, pero elige el exilio.

Madariaga lo ve partir. Sonríe satisfecho. La misión está cum­plida.

Las puertas del infierno se abren

Doce años después, el 24 de diciembre de 1822, las tropas de Bolívar -ese joven que no firmó el acta porque ya calculaba el poder- entraron a las iglesias de Pasto durante la misa de Nochebuena.

Madariaga había legitimado Ja manipulación como método político. Había demostrado que los sacerdotes podían traicio­nar sus votos si era "por una causa mayor".

Cuando los soldados republicanos mataron sacerdotes en el altar mientras elevaban la hostia, cuando asesinaron mujeres embarazadas que rezaban el rosario, cuando atravesaron con bayonetas a niños en brazos de sus madres que cantaban vi­llancicos, estaban aplicando la lógica inaugurada en 1810: la traición santificada, la mentira justificada, la violencia legi­timada.

- El día de Nochebuena entraron las tropas en las iglesias durante la misa.
Los templos quedaron llenos de cadáveres."
- Testimonio del presbítero José María Gruesso

El cura que mintió en 1810 para derrocar a un gobernante de­cente había abierto la puerta a que en 1822otros masacraran a sus propios hermanos de sotana.
Madariaga sembró viento en Caracas. Bolívar cosechó tempes­tades de sangre en Pasto.

La traición masónica a Cristo

Esa masacre de Pasto no fue un exceso militar. Fue una traición premeditada a la fe católica que tanto Bolívar como Sucre ha­bían profesado públicamente.
Bolívar fue bautizado en la Catedral de Caracas en 1783 y edu­cado por tutores católicos.
Sucre, nacido en Cumaná en 1795, también fue bautizado y educado en la fe cristiana.
Ambos sabían lo que significaba el 24 de diciembre: la noche más santa del cristianismo.

Pero ambos habían sido iniciados en logias masónicas. Bolívar en Londres, Sucre en logias militares durante las campañas.

La masonería veía en la Iglesia Católica el principal obstáculo político. Y en Pasto no se trataba solo de vencer militarmente, sino de quebrar el espíritu religioso que sostenía la resisten­cia.

El 24 de diciembre de 1822, durante la misa de Nochebuena, las tropas republicanas bajo el mando de Sucre irrumpieron en las iglesias durante la elevación de la hostia.

"Las tropas entraron en los templos durante la misa del nacimiento del Salvador. Mataron sacerdotes mientras elevaban el cáliz, degollaron mujeres em­barazadas en los confesionarios, atravesaron con bayonetas a niños en brazos de sus madres mien­tras cantaban villancicos. Los altares quedaron em­ papados desangre".
- Testimonio del presbítero José María Gruesso, Archivo Histórico de Pasto

Bolívar y Sucre sabían exactamente lo que hacían: no solo eli­minar enemigos políticos, sino ultrajar la fe recibida en su infancia.

Esta no fue violencia de guerra. Fue apostasía armada.
El mensaje era claro: en la nueva república, la lealtad masónica prevalecería sobre la fe católica.
Los símbolos republicanos se impondrían sobre los símbolos cristianos, aunque tuvieran que ser bañados en sangre sa­grada.

Así aprendimos que en Venezuela, quien se opone al poder será exterminado incluso en el lugar más sagrado, en el momento más santo.
Cuando un sacerdote usa la manipulación para quebrar el orden, ¿qué esperas que hagan después los caudillos con la Iglesia misma?

Emparan: el único que no mintió

Nos enseñaron que Vicente Emparan era un tirano que el pue­blo heroico derrocó. Otra mentira.

Emparan era un marino ilustrado, formado en las ideas de la Ilustración. Durante doce años administró Cumaná con efi­ciencia: construyó hospitales, escuelas, modernizó puertos.

"El gobernador de Cumaná nos manifestó mucha satisfacción...
es un hombre enamorado de la ciencia".
-Alexander Von Humboldt, 1799

El 19 de abril de 1810, Emparan cenia soldados suficientes para bañar Caracas en sangre. No lo hizo.
Subió al Cabildo y preguntó humildemente que deseaba el pue­blo. Tras la manipulación de Madariaga, aceptó su destitución.
- Pues si no me quieren, yo tampoco quiero mando.
Se quitó la banda, se fue en paz. Prefirió la humillación antes que la masacre.

¿Y qué hicieron los que lo sacaron con mentiras? Instauraron dictaduras militares y gobiernos de terror

Emparan fue el único que no mintió ni usó violencia. Su salida marcó el inicio de una historia donde la mentira se convirtió en instrumento para tomar poder.

Bolívar: la traición como método

La mentira geográfica que nadie cuestiona

Bolívar nunca fue venezolano. Nació español y murió colom­biano.

Decir que "Bolívar nació en Venezuela" es como decir que al­guien nacido en Texas en 1823 "nació estadounidense". Texas era territorio mexicano, no de Estados Unidos.

Del mismo modo, Venezuela no existía en 1783 cuando nació Bolívar. Él nació en la Capitanía General de Venezuela, territo­rio de la Corona Española. Era súbdito del Rey, no ciudadano de una república inexistente.
Venezuela como país independiente se fundó en 1830. Ese mismo año Bolívar murió siendo ciudadano de la Gran Colom­bia.

¿Cuándo exactamente fue "venezolano"?
Entre la separación de Venezuela en 1830 y su muerte en di­ciembre de ese mismo año. Menos de doce meses.
Durante 47 años fue súbdito español o ciudadano colombiano. Durante menos de un año pudo haber sido venezolano, pero estaba agonizando en Santa Marta.

No es una tecnicidad legal. Es la revelación de una mentira fundamental: hemos construido nuestra identidad nacional alrededor de un hombre que nunca fue nuestro ciudadano.
Peor aún, Bolívar no sólo negó la identidad nacional que luego se le atribuyó: dividió el Imperio español para debilitarlo, favo­reciendo así a sus enemigos históricos y asegurando su propio poder.

Una línea de su Discurso de presentación del proyecto de Cons­titución para Bolivia (Sucre, 1826) lo deja claro:

"El Presidente de la República viene a ser, en nues­tra Constitución, como el sol que, firme en su centro, da vida al universo. Esta suprema autori­dad debe ser perpetua; porque en los sistemas sin jerarquías se necesita, más que en otros, un punto fijo alrededor del cual giren los magistrados y los ciudadanos".

Bolívar no buscaba repúblicas libres. Buscaba perpetuar su poder.

La primera traición: el mentor entregado a muerte

En 1812, Francisco de Miranda -el precursor de la indepen­dencia- se rindió para evitar más derramamiento de sangre. Bolívar lideró la conspiración que culminó en su arresto.
Miranda había nacido súbdito español, igual que Bolívar. No era "venezolano": Venezuela no existía en 1750. Era súbdito de la Corona convertido en rebelde.
Fue su mentor, el hombre que le enseñó ideales republicanos. Cuando negoció la rendición en Puerto Cabello, dijo al ver la conspiración en su contra:

"¡Bochinche! ¡Bochinche!
Esta gente no sabe hacer sino bochinche".

Bolívar sabía exactamente cuál seria el destino de Miranda. Los republicanos eran traidores a la Corona. Entregarlo a Monte­ verde no era juicio justo: era condena a muerte.

La madrugada del 31 de julio, Bolívar encabezó un grupo de oficiales -Juan Paz del Castillo, José Mires, Tomás Montilla, Miguel Carabaño, Rafael Chatillón y José Landaeta- que arres­taron a Miranda en La Guaira.

No fue Bolívar quien lo entregó físicamente a los realistas. Eso lo consumó Manuel María de las Casas. Pero fue la conspira­ción de Bolívar la que lo puso en manos de sus verdugos.

Miranda murió en las cárceles de Cádiz en 1816. Bolívar siguió su carrera política

El discípulo había pagado su deuda con traición.

El aprendiz de la traición se gradúa

Cinco años después, Bolívar aplicaría la misma lógica.

En 1817, Manuel Piar había salvado la República con una vic­toria decisiva: "Sin las victorias de Piaren 1817, no tuviéramos República", reconocería el propio Bolívar.

Pero Piar cometió el error fatal de demostrar que la revolución podía sobrevivir sin Bolívar.

Miranda había sido el cerebro teórico. Piar, el genio militar. Ambos demostraron que había revolución sin Bolívar. Y ambos tuvieron que morir.

La diferencia:
  • Con Miranda, Bolívar fue conspirador. Entregó a su mentor a los españoles.
  • Con Piar, ya no necesitaba intermediarios.
En cinco años había acumulado suficiente poder para firmar personalmente la sentencia de muerte. Ya no entregaba a riva­les a sus enemigos. Ahora él mismo se convertía en enemigo de quien le hacia sombra.

Miranda murió en una celda española, víctima de traición in­ directa. Piar moriría en una plaza venezolana, victima de eje­cución directa.
Bolívar había perfeccionado su método: de conspirador cobarde a verdugo eficiente.

El patrón revelado: padre intelectual, padre militar 

Mira la secuencia con frialdad:
  • 1812 -Miranda : el mentor que le enseñó a pensar la revolución... conspiración, arresto, muerte en prisión española.
  • 1817 -Piar: el salvador que le enseñó aganar la revo­lución... engaño, juicio amañado, fusilamiento directo.
Miranda le dio ideas. Piar le dio victorias. Bolívar les pagó c:on traición y muerte
¿Coincidencia? No. Método.

Bolívar no toleraba figuras paternas. No soportaba deudas de gratitud. Prefería ser huérfano político antes que reconocer mentores. Prefería ser el único salvador antes que compartir crédito.

Del asesinato político a la corrupción personal

Bolívar no solo eliminaba rivales. También corrompía las instituciones mezclando caprichos personales con poder público.

Pepa Machado: cuando el capricho personal quebró la República

Durante la Segunda República ( 1813-1814), Bolívar gobernaba como Dictador de Venezuela. Permitió que Josefina "Pepa" Ma­chado, su amante, formara parte del aparato político con in­ fluencia en el manejo del Estado.
No era solo su compañera íntima. Tenia acceso a fondos pú­blicos, decisiones administrativas, y participaba en nombra­mientos.

"Los fondos destinados a la administración de la República fueron dilapidados en gastos personales del General Bolívar y su séquito'.
- Francisco Ducoudray Holstein, Memorias

Mientras José Tomás Boves arrasaba Jos llanos, la Segunda Re­ pública se desintegraba. Pero Bolívar sostenía un gobierno dis­pendioso donde caprichos personales tenían prioridad sobre necesidades militares.
El colmo llegó en 1816 con Ja Expedición de Los Cayos. Bolívar retrasó la partida hasta que llegara Pepa Machado. Fueron días cruciales perdidos.

"Una expedición que se venia preparando cuidadosamente se suspende porque Pepita y Simón, Simón y Pepita, construyen su nido de amor du­rante dos días en la escuadra La Constitución".

Los oficiales lo reclamaron: la expedición fracasó en gran me­dida por el retraso
Lo grave no es que Bolívar tuviera amantes. Lo grave es que la sociedad normalizó que esas amantes manejaran poder público.
Ese patrón sigue repitiéndose en nuestra política hasta hoy.

El método perfeccionado: de Pepa a Manuela

Con Pepa Machado, Bolívar ensayó la mezcla de poder y rela­ ciones privadas. Con Manuela Sáenz, perfeccionó el método y añadió algo más perverso: traición personal .

La traición más íntima: James Thorne, el caballero que pagó el precio

James Thorne, comerciante inglés respetable en Lima, estaba casado con Manuela Sáenz desde 1817. Era generoso, tole­rante, moderno para su época.

En 1823, recibió a Bolívar en su casa como huésped de honor. Bolívar le pagó la hospitalidad seduciendo a su esposa bajo su propio techo.
En octubre de ese año, Manuela abandonó el hogar para vivir públicamente con Bolívar.

"Mrs. Thorne ha abandonado su domicilio para es­tablecerse públicamente con el General Bolívar".
- Informe del cónsul britán.ico James Charles Pre­vost (1823)

James Thorne no hizo escándalo. Siguió manteniéndola econó­micamente. Incluso cuando el dinero terminó financiando in­ directamente las campañas de Bolívar.
Más humillante aún: Bolívar nunca se casó con Manuela. Nunca le dio estatus legal. Nunca liberó a Thorne de la humi­llación.
El marido traicionado fue más fiel a sus votos que el "Liberta­dor" a sus promesas.
¿Dónde está la estatua de James Thorne? No existe. Tenemos plazas Bolívar en cada ciudad, pero ni una calle Thorne en todo el continente.

El otro lado de la misma traición

La historia de James Thorne revela algo más: Bolívar nunca li­ beró a su "libertadora".
Durante siete años Manuela fue su amante pública, nunca su esposa. Murió sin herencia, sin estatus, sin protección. Siguió dependiendo de la pensión que Thorne le enviaba desde Lon­dres.
James Thorne murió en 1847, tras 24 años manteniendo a Ja mujer que lo había traicionado con su huésped.
Uno cumplió su palabra. El otro traicionó a todos. La historia eligió a cuál llamar héroe.

El legado de la fragmentación

Los patrones de Bolívar -traición a mentores, ejecución de rivales, corrupción por amantes, cobardía personal- no que­daron en el pasado.
Se convirtieron en el ADN político de nuestras naciones. 

La fragmentación que nos partió

La Gran Colombia no sobrevivió una década. Se vendió como proyecto visionario, pero fue castillo sobre arena.
Bolívar no construyó nación duradera. Fragmentó un imperio en entidades inviables.
Venezuela solo se consolidó bajo Páez, no bajo Bolívar.

La mentira convertida en identidad

Lo más trágico no fue la traición de Bolívar. Fue que esa men­tira se volvió virtud nacional.
Niños recitan loas al Libertador cada mañana. Juramentos, desfiles, símbolos... que veneran no solo a un hombre, sino a un método: la traición como heroísmo.
Generación tras generación adoptamos la mentira como ser nacional. ¿Te sorprende nuestra corrupción? 
¿Te indignan políticos que mienten descaradamente? Son herederos de ese ADN que celebra al "vivo" que engaña "por un bien mayor".

Cambiamos de amos españoles a amos criollos. De corona monárquica a dictadura republicana. De catolicismo colonial a bolivarianismo laico. Pero la esencia quedó: el pueblo obedece, las élites mandan, la mentira justifica.

Todo es una mentira. Solo quien se atreva a cuestionarla podrá aspirar a ser libre.
  • Emparan fue el único que no mintió. Por eso tuvo que irse.
  • Piar fue el único que cuestionó el racismo. Por eso tuvo que morir
  • Thorne fue el único que cumplió su palabra. Por eso no tiene estatuas.
¿Ves el patrón?

En Venezuela, la decencia es peligrosa. La lealtad es sospe­chosa. La verdad es traición.
No fuimos liberados. Fuimos reprogramados para celebrar exactamente a quienes nos traicionaron.

Este libro no busca consolarte. Busca liberarte.
Porque solo cuando entiendas que todo lo que te enseñaron es mentira, podrás comenzar a construir algo verdadero.

¿Estás listo para el siguiente capítulo de esta demolición?

¿No conoces a estos personajes?

Si eres joven , o si nunca estudiaste a fondo la historia venezolana, 
los nombres que acabas de leer pueden parecerte lejanos o extraños.

No te preocupes.
En la página siguiente encontrarás un
"Quién es quién" de este capítulo.
Porque no son inventos. Son personas reales.
Y todo lo que hicieron está documentado.

Por eso duele tanto.

Conocerlos no es un ejercicio académico:
es entender por qué estamos exactamente donde estamos hoy.

EL VENEZOLANO NO ES UNA PERSONA SOLIDARIA

QUE CAIGA EL TIRANO, PERO TAMBIÉN CON ÉL SU dios. 
No un libertador sino un exterminador por Xavier Padilla

VER: