A MÍ
ESTE SIGLO
SE ME ESTÁ
HACIENDO
LARGO
«Hola, jovenzuelos:Soy Luis Piedrahita y quiero presentaros el libro más divertido del siglo XXI, A mí este siglo se me está haciendo largo. En él escribiré sobre el queso. ¿Que qué es eso? Eso es queso. Escribiré sobre las tapas de los retretes. ¿De qué va este capítulo? Va de retretes, Satanás. Escribiré sobre las bayetas y los trapos, y explicaré cómo todo trapo atrapa todo. Escribiré sobre el marisco, pues del mar más arisco sale el mejor marisco, y escribiré también sobre el estornudo y el hipo, tan diferentes y a la vez tan distintos. En definitiva, escribiré sobre todas aquellas cosas que demuestran que este siglo ha empezado equivocándose, trastabillando, y que se nos va hacer muuuuy largo… Escribiré sobre todas esas minucias e insignificancias que acumulamos por los rastrillos y los cajones de casa, como las canicas, los clips, las encías de los galápagos, la pelusilla que se nos queda en el ombligo. De todas esas cositas pequeñasque a la larga son las que hacen de la vida algo realmente grande y de este libro algo imprescindible como el respirar, necesario como el pestañear, apetecible como el bostezar y gratificante como el rascarse.¿Estás listo para reírte del siglo más largo de todos los tiempos?»
"PRÓLOCO" AL LIBRO DE LUIS PIEDRAHITA
de su más profundo admirador, José Mota
Nos gusta mirar al espejo del humor porque nos devuelve un reflejo algo más dulce de nuestras miserias y nos ayuda a digerir mejor, sin ayuda de Alka-Seltzer, al monstruito que llevamos dentro. En el espejo de Luis Piedrahita ocurre lo mismo. Pero además, su humor siempre nos regala unas cuantas gotas de poesía sutilmente distribuida, para que la belleza del texto no nos distraiga de su gracia.
Sin duda este libro está escrito desde la tripa de su autor, con la maestría y el equilibrio de quien sabe moverse con soltura por la delgada línea roja de la comedia, que separa lo bello de lo hueco.
Luis sabe muy bien que en lo pequeño cabe lo grande y en lo grande casi nunca cabe lo pequeño. Por tanto, nos propone un viaje al centro de lo sutil; y consigue, por ejemplo, que una sala de espera nos pueda parecer mucho más divertida que un parque de atracciones, o que sintamos piedad de la naranja que va rodando por el tobogán de un exprimidor de zumos y que acabará en el vientre de algún fontanero de la calle Barquillo de Madrid. Devuelve la dignidad a seres inertes despreciados socialmente como la esponja o las axilas que, con el correr de los días, fueron fustigados con el látigo de la indiferencia, pero que hoy son devueltos al escalafón social que les corresponde.
¿Debemos entender, por tanto, que Luis Piedrahita viene a ser una especie de defensor estilo Greenpeace de las causas pobres e inertes como las axilas y las esponjas? No, no debemos entender eso. Vale, pero ¿podríamos pensarlo? Sí, pensarlo sí, pero entenderlo no. Ya, pero ¿qué diferencia hay entre entender y pensar? ¡Basta! ¡Esta conversación es estéril! Les ruego que me disculpen. Sigo…
Sin duda, el humor de Luis engarza perfectamente con toda aquella otra generación del 27: Tono, Mihura, Jardiel Poncela, etcétera, que el devenir de los tiempos engulló en el estómago del olvido de muchos. Era una generación con la prosa envenenada entre el humor y la poesía, y que hoy Luis —tan generosamente— nos recuerda.
No es que nuestro entorno deje de ser el mismo después de leer este libro. No. Es que quizá nuestro entorno nunca fue lo que parecía. El autor dibuja la sonrisa con una palmada en el alma y, aunque a veces pueda golpear fuerte, siempre lo hace con guante de terciopelo.
Gracias, Luis, por devolver a lo invisible su bosón de humor correspondiente. Que Dios lo guarde a usted muchos años, a fin de preservar la sonrisa colectiva.
Y ahora espero que disfruten de este libro como yo lo he hecho. Desabróchense los cinturones de las mandíbulas, ocluyan los esfínteres, relajen las gónadas y, por favor, apaguen los móviles: esto va a comenzar.
LAS TAPAS DEL VÁTER
¡Va de retrete, Satanás!
La cosa está mal. Mi sobrino se ha tragado un euro y no sabemos si ingresarlo en el hospital o en el banco. Mejor en un hospital privado, que estarán más pendientes del euro.
Cuando la cosa está mal, nadie se acuerda de los débiles; por eso yo quería volver a hablar de uno de los seres más insignificantes de la creación: esos topecillos blancos con forma de supositorio que viven debajo de la tapa del váter.
Esos topecillos expuestos a mil penurias como la tapa de bisagra floja. Esa tapa que es como erección de jubilado: se aguanta arriba un momentito, pero enseguida se va para abajo. Además con mala leche. ¡Placa! Unos sustos. Es la tapa Ibex 35: cae cuando menos te lo esperas.
Aunque quizá sea peor cuando se queda arriba, como bien sabe la nalga desnuda. Que no te das cuenta, te vas a sentar y es como caer al vacío… Pero un vacío lleno. Lleno de agua. No hay nalga desnuda preparada para contradicción tan inesperada y refrescante. Te quedas estupefacto, con el esfínter a remojo…; y la gente no lo sabe, pero de ahí viene la expresión «quedarse anonadado».
Con el tiempo, los topecillos se van deteriorando… Siempre hay uno que se rompe y se queda ahí el trozo. Ves el váter abierto, con el diente partido, y te recuerda a Mikel Erentxun. Siempre hay otro topecillo que se suelta, pero de un lado solamente…, y queda el pobre dando vueltas cual Cristo escaso de clavos. Girando sobre sí mismo como cuando dejas remar a una novia en las barquitas del Retiro.
Y cuando los topecillos flaquean, entonces se da un fenómeno espantoso: la tapa que derrapa. Cuando uno está sentado en la taza… que, por cierto, yo siempre me he preguntado por qué lo llaman taza… Eso no se parece a una taza. Eso se parece más bien a un casco de astronauta, a una tortuga escayolada o a una bañera para gnomos, pero no a una taza. Bueno, a lo que vamos… La tapa que derrapa es ese fenómeno que se da cuando tú estás sentado ahí, de repente te ladeas un poco… y descarrilas. La tapa te hace un extraño, tipo toro mecánico, y no tienes dónde agarrarte. Vamos a ver… Si eso fuera una taza de verdad, ahí habría un asa para sujetarse. Vamos, digo yo. Que a mí me da igual, pero eso le pasa a King África y al pobre se le queda un moflete fuera. Qué paradoja, ¿verdad? Porque a él no le hace ninguna gracia, pero en realidad se parte el culo.
A base de que la tapa descarrile muchas veces, al final sólo queda un topecillo, que tú lo ves ahí, de color amarillorina… Sin amigos… Solitario como diente en encía de yonqui. Y te da una pena… Te dan ganas de apadrinarlo. El pobre mira como funcionario responsable a la hora del café: «Es que no doy abasto. Mis compañeros se han ido y me he quedado yo solo haciendo el trabajo de cuatro».
Pero existe una raza de superváteres a los que nunca se les caen los topecillos. Las tapas de los váteres de los trenes, que pesan como tapas de alcantarilla. En caso de que el tren coja un bache y la tapa se venga para abajo, eso se oye fuera del tren con efecto Doppler.
La tapa de los váteres de los trenes es terrible, no por ella en sí, sino por lo que tiene debajo. Ese váter carcelario de los trenes. ¡De metal! Eso no es una taza, eso es un cazo. Un cazo con tapa. Esa tapa de méame y no me toques. Orinar en un tren es como orinar encima de un monopatín en marcha. No se puede apuntar y, claro, pasa lo que pasa: que está todo empapado. De hecho, estás ahí sentado y piensas: «Si ahora mismo descarrila el tren…, yo prefiero no sobrevivir». Debe de ser muy humillante que después de un accidente ferroviario encuentren tu cadáver dentro del WC del tren y tengan que casar tu ADN con el de dos mil personas…
La tapa de váter de avión también está más mojada que los pies de Gene Kelly, pero tiene una cosa muy curiosa debajo: un aspirador atómico. Cuando tiras de la cisterna en un avión, suena ¡DSSSSSSSSS! y se abre una especie de agujero negro a otra dimensión. Eso aspira tan fuerte que, si no te andas con ojo, te chupa las lentillas. Yo conozco a un señor que tiró de la cadena estando sentado y se dio la vuelta como un calcetín. Por eso, aunque la cosa está mal, la próxima vez que mi sobrino se trague un euro lo sentaré en un váter de avión y tiraré de la cadena para recuperar la moneda.
¿SABÍAS QUE…?
En la ciudad de Suwon, Corea del Sur, podemos visitar un parque temático dedicado a los váteres. La principal atracción del recinto es el Museo del Váter, cuya sede es un blanco edificio con forma de inodoro. El impulsor del proyecto, Sim Jae-duck, fue el primer presidente de la Asociación Mundial del Váter, un organismo cuyo objetivo es informar sobre los beneficios de los váteres. El museo, de entrada gratuita, recibe cuarenta mil visitantes al año. Estaría bien que en los servicios del museo hubiese cuadros de Goya.