EL Rincón de Yanka

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domingo, 19 de octubre de 2025

EL OXÍMORON JUDEO-CRISTIANO ✡✟

EL OXÍMORON JUDEO-CRISTIANO
Tras escuchar las opiniones y sugerencias de algunos seguidores hemos decidido editar (aun siendo conscientes del riesgo que ello implica) un artículo sobre el oxímoron del judeo-cristianismo.
Este texto está especialmente dirigido a aquellos que aún dispongan del tiempo, ganas y entereza, necesarios para zambullirse en la antesala de los subterráneos anímicos del caos que nos amenaza.
No es su lectura lo que les conmoverá, sino la reflexión que de ella se haga.
I

El término judeocristiano, tan asumido hoy en día, sonaría contradictorio ante los oídos de San Juan Crisóstomo (como con otros muchos de nuestros antepasados), quien consideraba, en sus homilías “Adversus judaeos”, que “Ningún judío adora a Dios" y en sus sermones denunciaba a los cristianos judaizantes. En cambio, debido a una coyuntura históricamente reciente, difícil se nos presenta hoy, poder separar el Cristianismo del Judeocristianismo. Este término, expandido ampliamente tras la guerra mundial del 45, supuso un estigma aplicado, forzadamente, sobre el cristianismo. Este significativo hecho se sumaba a otros innumerables gestos y actuaciones que, subliminal e históricamente, fueron ocultando y apagando, aquella fuerza que protegía a los cristianos de las artimañas del Astuto. 
¿Cuál sería, entonces, la línea divisoria existente entre el cristianismo y el judeocristianismo? La respuesta a esta pregunta es muy amplia, y se requeriría un largo estudio para poder desmenuzarla en sus detalles, algo que supera las pretensiones de este texto, Brevemente, podemos empezar con algunos aspectos que son fáciles de contrastar:

1-El Pecado Original

En la Torah judía (implantada posteriormente en el Pentateuco de la biblia cristiana), se nos insiste en que el pecado original reside en la fruta del conocimiento o sabiduría del Bien y el Mal. En cambio, San Antonio Abad (Siglo IV), desde el tronco cristiano más puro, en su texto Advertencia sobre la índole humana y la Vida Buena, no ve ningún impedimento moral en decirnos: 
"Dios ayuda a eliminar la malicia de los hombres, ventajosamente, al darles intelecto, sabiduría, discernimiento y Conocimiento del Bien y el Mal, a fin de que éstos puedan rechazar la mentira, conociendo cómo ésta les perjudica". 

O sea, el fruto de la sabiduría del Bien y el Mal (según la Torah judía, incorporada en el Génesis), es el pecado original, mientras que, para el cristianismo, el fruto de esta sabiduría es un don de Dios, que nos permitiría ver las astucias y engaños del diablo y rechazarlas. Es decir, para el cristianismo, sin esa sabiduría somos incapaces de ver los engaños del Diablo, y, por ello, caemos fácilmente bajo su seducción. Al reflexionar sobre esto, podemos imaginar por qué el padre de los hijos del diablo (Jn 8:44) 1, prohibió, bajo pena de muerte, probar ese fruto.

2-El carácter del Principio u Origen

Hay muchos aspectos por los que se podría considerar al judeo-cristianismo como lo contrario al cristianismo, pero, el más llamativo quizá sea su concepción del Origen o Principio. Debemos entender que Dios es el Origen o Principio de todo. También podemos considerar que, la descripción que cada texto sagrado hace de Dios, es la forma en que se define la singularidad de cada religión. En la Torah (Gen 1:2) se habla de que en el Principio 2 había un Caos y Tinieblas que se cernían sobre la faz del abismo. En cambio, en el evangelio de San Juan, se dice: “En el Principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y Dios era el Verbo” (Jn 1:1). Siendo Verbo la traducción que se hizo de Logos en el texto griego original. Y siendo el Logos la Sabiduría originaria, unida al entendimiento. Si reflexionamos y discernimos, en un diálogo honesto, podríamos ahondar y preguntarnos por las causas de ¿por qué esta contradicción ha sido esquivada por nuestros libros de texto contemporáneos?

3-El Principio y el Pecado original

Para el cristianismo, sólo cuando alcancemos el Logos (Verbum) y el intelecto 3, podremos adquirir la sabiduría para poder discernir el Bien y el Mal. Siendo esto lo que nos permitiría conocer las astucias del diablo, antes de caer en sus redes. Parece evidente que, sin esa preciada sabiduría, nos sería imposible ver las trampas que subyacen a las estrategias del Astuto. También es evidente que esa capacidad se ha ido destruyendo en las últimas décadas, en un proceso exponencial. Con el auge del relativismo, el igualitarismo y la intencionada destrucción de la creatividad y el intelecto (impuesta en nuestros centros de aprendizaje obligatorio, macerada mediáticamente y favorecida por el desarraigo cultural y familiar), las barreras que nos impiden recuperar nuestra relación con lo sublime, se han hecho aún más infranqueables. Tras reflexionar y ver lo absurdo de considerar a la sabiduría del Bien y el Mal como el pecado original, ¿cuál sería, entonces, el verdadero pecado original?

Un planteamiento más coherente, reflejado en nuestra tradición cultural, nos plantea que el pecado original surge tras un pacto (subyacente) con hechizo de las apariencias 4, que nos arrastra, desde tiempo inmemorial, hacia las emociones (deseos y rechazos) que nuestro ego genera. Estas emociones vienen respaldadas y legitimadas por nuestro orgullo y vanidad. Ese orgullo y vanidad (que impregna nuestra vida y determina nuestro destino) sería el pecado original, según el cristianismo. Ya que, al pretender ser creadores de nosotros mismos, subyacentemente, nos enfrentamos y negamos al Creador 5.

4-Humildad, Valentía y Cobardía

Este pecado mencionado, tiene los recursos suficientes para impedir que surja esa humildad que nos permitiría el acceso a la sabiduría (que fue prohibida en la Torah) del Bien y del Mal. Es necesaria mucha humildad para poder aceptar el caos que subyace a la actual conciencia, necesitada de evasiones constantes. Pero para consolidar esa humildad, se requiere de una valentía noble y honesta, que hoy ha sido ignorada por la cobardía o suplantada por la bravuconería.

Se hace evidente que, sin esa valentía genuina, jamás podríamos enfrentar ese caos y tinieblas que subyacen a la conciencia actual. Este caos se oculta tras una ridícula y cobarde actitud, que nos obliga a huir de nuestras interioridades. Y esa huida es lo que legitima esa incesante búsqueda de placer y comodidad, que sostiene el actual sistema productivo que devora nuestra alma. Esta huida tiene un origen y unas consecuencias. No olvidemos que fue, al huir cobardemente de ese caos y tinieblas, cuando el pueblo elegido se vio obligado a perseguir un inverosímil Paraíso Material (Terrenal) y a enajenar y someter a los otros seres, tal como les ordenó su Dios, y así fue reflejado en la Torah (Gen 1:28) 6. Cristo, en cambio, al expulsar a los mercaderes del templo (de la sacralidad interior) nos enseñó ese tipo de valentía, tan necesaria para expulsar esas tendencias codiciosas, internas y externas, que parasitan nuestra conciencia. 

Al ser, esta valentía, un gran peligro para aquel plan originario de sometimiento y enajenación, que hoy nos arrastra, las estrategias que se han utilizado para destruirla han sido múltiples: 

1- Siendo ocultada y suplantada por la rabia, el victimismo y el rencor. De esta forma se enceguece el intelecto, permitiendo que se cometan graves errores.
Tengamos en cuenta que bajo esa ceguera cualquier sublevación podría ser infiltrada y destruida con divisiones ideológicas y rencores. También podría ser ridiculizada y demonizada, mediáticamente, ante el resto de la población. 
2- Introduciendo una flácida moral buenista, con la que se oculta esa cobardía que los deseos de confort y placer incentivan. Esta eficaz cobardía, disfrazada, es imprescindible para que prolifere la mentalidad de ganado. 
3- Tergiversando el lenguaje. Para comprender esto, veamos algunos ejemplos: 

a)- Se utiliza torcidamente la frase de Cristo “pon la otra mejilla”. Esta expresión hace referencia a eludir confrontaciones y discusiones iracundas con quienes carecen de entendimiento. Nos dice que no nos permitamos caer en las redes del ego, al enzarzarnos en inútiles discusiones. 
b)- El uso de término mansedumbre en lugar de apacibilidad. El término mansedumbre expresa un sometimiento, comprensible cuando uno se dirige hacia Dios, pero insostenible cuando se hace hacia este mundo. Tengamos en cuenta que también es utilizado para la domesticación del ganado. Esta utilización del término nos haría incomprensible la expulsión de los mercaderes del templo o las confrontaciones de Jesús con los judíos.
El término apacibilidad, en cambio, se refiere a la actitud adecuada y necesaria para vivir cristianamente y luchar, con esa espada que Jesús vino a ofrecernos (Mt 10:34) 7
c)- La utilización que se ha hecho del término apatía (extraído de la apatheia cristiana) juega un papel subyacente que determina una actitud indolente. La Apatheia es el término utilizado por los Padres de la Iglesia, para referirse a la impasibilidad, obtenida como logro de su práctica espiritual. Su similitud con apatía, tiene unas connotaciones perversas, al igual que lo tiene escatología u otros muchos términos semejantes. 

Entendido esto, y viendo cómo las actitudes cristianas originarias suponían un grave peligro para aquellos planes mencionados, se comprende por qué el cristianismo ha sido (y es) odiado, atacado, suplantado y ridiculizado por sus enemigos (hoy dueños del mundo).

La Ira de Yahveh o el Amor de Cristo Otro tema, que quedaría pendiente para una mayor amplitud, sería sobre las innumerables referencias, en el Pentateuco, a la necesidad del pueblo elegido de hacer holocaustos de sangre para aplacar la ira de su Dios. Tras esta búsqueda podríamos comparar, esa ira, con el amor compasivo, generoso y paciente del Dios cristiano. Unos pocos hechos deberían ser suficientes para despertar nuestro apetito indagativo y reflexión sobre estos temas. Por ejemplo: El mismo Yahveh habla de vengar siete veces los ataques que reciba Caín. Luego, el descendiente de Enoc, Lamec, plantea su intención de vengar setenta veces siete las ofensas que le hicieran. Si, además, buscamos el término “Ira de Yahveh”, en la Biblia, encontraremos numerosas referencias como éstas: “Toma a todos los príncipes del pueblo, y ahórcalos ante Yahveh a plena luz del sol, y el furor de la ira de Yahveh se apartará de Israel.” Números 25:4 
“Y los apacibles rebaños son devastados por el furor de la ira de Yahveh.” Jeremías 25:37 
Si lo contrastamos, veremos que, en el evangelio, Cristo nos habla de amar a todos, incluso a nuestros enemigos, como Él nos ama.

Quien tenga oídos para oír, que oiga

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1 “Sois hijos de vuestro padre el diablo y queréis hacer sus deseos. Él fue un asesino desde el principio, y no se ha mantenido en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de lo suyo habla, porque es mentiroso y padre de la mentira”.
2 El Principio u Origen de todo es Dios, en todas las tradiciones espirituales.
3 “El intelecto estable y amante de Dios es un medio y un camino de ascensión hacia Él.” “Dios nos ha dado la racionalidad (el intelecto) para discernir lo que es bueno para el alma.” “Dios ha dado al hombre la libertad de elegir entre el Bien y el Mal, donándole el intelecto.” -San Antonio Abad-
4 El Pacto con el Diablo ha sido un término utilizado en nuestra tradición y literatura para definir la caída en el pecado. Pongamos por ejemplo a Fausto, de J. W. Goethe.
5 “…se enorgulleció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu resplandor…” (Ez 28:17).
6 “Creced y multiplicaos, someted y sojuzgad a todas las criaturas que nada por el mar, vuelan por el cielo y se mueven sobre la tierra”.
7 “No penséis que vine a traer paz a la tierra; no vine a traer paz, sino espada”.


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sábado, 18 de octubre de 2025

PELÍCULA "CHRISTMAS MOUNTAIN (MONTAÑA NAVIDEÑA)" 1981 🎄

PELÍCULA VAQUERA DEL OESTE
"CHRISTMAS MOUNTAIN 1981"

Christmas Mountain (Montaña Navideña): La historia de un ángel vaquero es una película del oeste de 1981 sobre el verdadero significado del espíritu navideño. Protagonizada por Mark Miller de Savannah Smiles y Slim Pickens en uno de sus últimos papeles, la película se produjo y estrenó originalmente en 1981. El máster original en 16 mm se perdió durante 20 años. Jack Evans, socio y financista de la película original, finalmente recuperó el máster. Fue remasterizada digitalmente por Victory Studios de Los Ángeles en 2008.
Una reseña del lanzamiento original en The New York Times decía: 
"Este conmovedor cuento navideño contiene un giro western, ya que cuenta la historia de un vaquero celestial que baja a la Tierra para pastorear a unas cuantas personas que necesitan algunos milagros".

Christmas Mountain - The Story of a Cowboy Angel. 1981

viernes, 17 de octubre de 2025

LIBRO "LA FILOSOFÍA PERENNE" por ALDOUS HUXLEY 🔥


LA FILOSOFÍA PERENNE🔥
Históricamente, esta filosofía refleja las perspectivas de Platón y Aristóteles. La búsqueda de la verdad, que constituye la base de esta filosofía, se puede apreciar en las obras de estos famosos filósofos. Otros filósofos históricos que influyeron significativamente en el desarrollo del perennialismo fueron Santo Tomás de Aquino (1224-1274) y Jacques Maritain (1882-1973). Ambos filósofos representaron la postura perennialista eclesiástica. Por ello, argumentaron que la inteligencia por sí sola no era suficiente para comprender el universo, sino que también era fundamental tener una relación con un ser espiritual superior.
Los filósofos laicos (seculares) que han influido en el perennialismo incluyen: Robert M. Hutchins, Mortimer Adler y Allan Bloom.
Los teólogos y filósofos de la religión han entendido la filosofía perenne de dos formas distintas. Entre los escritores católicos romanos, aquellos influenciados en particular por las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino, a menudo la asocian con la herencia clásica de la antigua Grecia y Roma y se refiere a las creencias sobre Dios, la naturaleza humana, la virtud y el conocimiento que los padres de la iglesia y los escolásticos medievales compartieron con filósofos precristianos, en particular Platón y Aristóteles. La expresión latina philosophia perennis, "filosofía perenne", probablemente fue empleada por primera vez en este sentido por Agostino Steucho (1496-1549), un bibliotecario del Vaticano, y fue difundida a principios del siglo XVIII por el filósofo Leibniz. Más recientemente, la frase se ha utilizado de una manera más amplia para referirse a la idea de que todas las grandes tradiciones religiosas del mundo son expresiones de una verdad única y salvadora. Al comparar esta verdad con una flor perenne, un perennialista afirma que hay una Fuente divina de toda sabiduría, que ha florecido repetidamente a lo largo de la historia. Las principales religiones, incluido el hinduismo, el budismo, el taoísmo, el judaísmo, el cristianismo y el islam, son formas diferentes de esa sabiduría y, a veces, se las denomina caminos que conducen a la misma cumbre o dialectos de un idioma común.

La filosofía perenne puede clasificarse como una especie de pluralismo, aunque con dos salvedades importantes. Primero, a diferencia de muchos pluralistas, los filósofos perennes no creen que todas las tradiciones religiosas sean válidas, pero distinguen entre las religiones verdaderas y sus falsificaciones humanas o demoníacas y, dentro de las tradiciones auténticas, entre las formas ortodoxas y heréticas. Algunos caminos llegan hasta la cima, pero otros giran sin rumbo fijo alrededor de la base de la montaña o conducen hacia el desierto. En segundo lugar, donde el pluralismo ve la religión como resultado de los esfuerzos humanos por alcanzar una Realidad divina que nunca puede ser conocida como es en sí misma, el perennialismo enseña que las religiones verdaderas u ortodoxas del mundo son directamente reveladas por esa Realidad, cada una de las cuales corresponde a un arquetipo dentro de la mente divina. Las tradiciones reveladas no comunican verdades meramente parciales o complementarias, que luego el sincretista debe combinar para lograr una comprensión completa. Más bien, cada una es completamente cierta en el sentido de que proporciona a sus adherentes todo lo que necesitan para alcanzar el estado humano más elevado o más completo, un estado en el que podrán confirmar la verdad experimentalmente a través de su participación en la naturaleza misma de Dios.

La filosofía perenne de Santo Tomás, es la corriente de pensamiento que integra la filosofía de Aristóteles con la revelación cristiana, dando lugar al tomismo. Esta perspectiva, desarrollada por Santo Tomás de Aquino, sostiene la existencia de verdades universales y permanentes sobre la Realidad divina.

Conceptos clave:

Unión de fe y razón:
Santo Tomás buscó conciliar la filosofía con la fe cristiana, utilizando la razón para profundizar en los misterios de la fe y la revelación como fuente de conocimiento.
Armonía aristotélica y tomista:
Se integra la metafísica de Aristóteles, especialmente su concepto de ser, con las verdades cristianas, como el creacionismo.
Concepción del hombre:
El ser humano se entiende como una unidad de cuerpo y alma, donde el alma racional, inmortal, es creada por Dios.
Dios como Ser Supremo:
Dios es concebido como el ser necesario, acto puro, perfecto e inmutable, cuya actividad es pensarse a sí mismo y a sus criaturas.
Ley Natural:
Los seres racionales, como el hombre, tienen una inclinación natural a la semejanza divina y a descubrir la ley natural a través de la inteligencia.  

Críticas principales desde una perspectiva católica:

Relativismo y sincretismo:
La filosofía perenne, al buscar un núcleo común en todas las religiones, puede ser vista como un intento de relativizar las verdades específicas y únicas del catolicismo, promoviendo una mezcla de creencias (sincretismo) en lugar de una adhesión plena a la fe revelada.

Pérdida de la exclusividad de Cristo:
Desde el catolicismo, la verdad última se encuentra en Jesucristo. La filosofía perenne, al sugerir que diferentes vías espirituales pueden llevar a la misma iluminación o unión con lo divino, puede implicar que la salvación es accesible por otros caminos fuera de Cristo, algo incompatible con la doctrina católica.

Desvalorización de la revelación:
Al basarse en la idea de una sabiduría universal y atemporal que se manifiesta en todas las culturas, se corre el riesgo de disminuir el valor único y trascendente de la revelación divina, que el catolicismo considera fundamental para el conocimiento de Dios.

Ambigüedad entre lo natural y lo sobrenatural:
Aunque algunos perennistas católicos argumentan que se puede conciliar la razón con la fe, se critica que esta filosofía puede llevar a una confusión o mezcla indebida entre el conocimiento natural (alcanzado por la razón, como en el tomismo) y la gracia sobrenatural, que es esencial en la teología católica.

Como recordaba en 1946 Frank Sheed en los primeros párrafos de su Teología y Sensatez, la única forma verdadera de mirar el universo es ver lo que la Iglesia de Cristo ve, ver lo que ha visto siempre, lo que realmente existe y es. La lectura de santo Tomás guió a Senior a través de su particular bosque oscuro hacia su conversión al catolicismo y vertebró también como una firme costura todo su pensamiento posterior. No es una casualidad que La muerte de la cultura cristiana, con su incómoda valentía, su brillantez y su lírica, con todo su crudo realismo y su belleza, describa minuciosamente el avance imparable de la Herejía Perenne, –una expresión con la que se refiere a todas las doctrinas anti realistas, desde las sofocantes filosofías orientales hasta el moderno idealismo–, y el progresivo arrinconamiento de la Filosofía Perenne deudora de Aristóteles y santo Tomás. 
“Sal a la luz de las cosas”, repetía Senior con frecuencia, citando un verso de Las mesas volcadas de Wordsworth, para advertir a sus alumnos contra todos los falsos credos que ponen en duda la existencia de una realidad objetiva y la capacidad del hombre para conocerla.

INTRODUCCIÓN

Philosophia Perennis: la frase fue acuñada por Leibniz; pero la cosa —la metafísica que reconoce una divina Realidad en el mundo de las cosas, vidas y mentes; la psicología que encuentra en el alma algo similar a la divina Realidad, o aun idéntico a ella; la ética que pone la última finalidad del hombre en el conocimiento de la Base inmanente y trascendente de todo el ser—, la cosa es inmemorial y universal. Pueden hallarse rudimentos de la Filosofía Perenne en las tradiciones de los pueblos primitivos en todas las regiones del mundo, y en sus formas plenamente desarrolladas tiene su lugar en cada una de las religiones superiores. 

Una versión de este Máximo Factor Común en todas las precedentes y subsiguientes teologías fue por primera vez escrita hace más de veinticinco siglos, y desde entonces el inagotable tema ha sido tratado una y otra vez desde el punto de vista de cada una de las tradiciones religiosas y en todos los principales idiomas de Asia y Europa. 

En las páginas que siguen he reunido cierto número de estos escritos, escogidos principalmente por su importancia — porque ilustraban eficazmente algún punto determinado en el sistema general de la Filosofía Perenne—, pero también por su intrínseca belleza y memorabilidad. Estas selecciones están dispuestas bajo diversos títulos e incrustadas, por decirlo así, en un comentario mío destinado a ilustrar y relacionar, a desarrollar y elucidar. 

El conocimiento es una función del ser. Cuando hay un cambio en el ser del conociente, hay un cambio correspondiente en la naturaleza y la cuantía del conocimiento. Por ejemplo, el ser de un niño se transforma por el desarrollo y la educación en el de un hombre; entre los resultados de esta transformación está un cambio revolucionario en el modo de conocer y la cuantía y carácter de las cosas conocidas. A medida que el individuo crece, su conocimiento toma una forma más conceptual y sistemática, y su contenido factual, utilitario es enormemente aumentado. Pero estas ganancias se hallan contrapesadas por cierto deterioro en la calidad de la aprehensión inmediata, por un embotamiento y pérdida de poder intuitivo. O consideremos el cambio en su ser que el científico puede inducir mecánicamente por medio de sus instrumentos. 

Equipado con un espectroscopio y un reflector de sesenta pulgadas, un astrónomo llega a ser, en lo que concierne a su vista, una criatura sobrehumana; y, como naturalmente hay que suponer, el conocimiento que posee esta sobrehumana criatura es muy diferente, así en cantidad como en calidad, del que pueda adquirir un simple contemplador de estrellas con sus ojos meramente humanos. Y no son los cambios fisiológicos o intelectuales del ser del conociente los únicos que afectan su conocimiento. Lo que sabemos depende también de lo que, como seres morales, decidimos hacer de nosotros mismos. 
"La práctica —según las palabras de William James— puede cambiar nuestro horizonte teórico, y puede hacerlo de doble modo: puede conducir a nuevos mundos y suscitar nuevos poderes. 

El conocimiento que nunca lograríamos permaneciendo lo que somos, acaso sea alcanzable en consecuencias de poderes más altos y una vida superior, que podamos lograr moralmente." Diciéndolo más sucintamente: "Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios. "Y la misma idea expresó el poeta sufí Jalal-uddin Rumí, en términos de metáfora científica: "El astrolabio de los misterios de Dios es el amor".
 
Este libro, lo repito, es una antología de la Filosofía Perenne; pero, con ser una antología, contiene pocas citas de escritos de literatos profesionales, y con ilustrar una filosofía, apenas nada de los filósofos de profesión. Ello obedece a una razón muy simple. La Filosofía Perenne se ocupa principalmente de la Realidad una, divina, inherente al múltiple mundo de las cosas, vidas y mentes. Pero la naturaleza de esta Realidades tal que no puede ser directa e inmediatamente aprehendida sino por aquellos que han decidido cumplir ciertas condiciones haciéndose amantes, puros de corazón y pobres de espíritu. 

¿Por qué ha de ser así? No lo sabemos. Es uno de esos hechos que hay que aceptar, gústenos o no, y por implausibles e improbables que parezcan. Nada, en nuestra experiencia diaria, nos da razón alguna para suponer que el agua está compuesta de hidrógeno y oxígeno; sin embargo, cuando sometemos el agua a cierto tratamiento harto duro, se pone de manifiesto el carácter de sus elementos constitutivos. Análogamente, nada, en nuestra experiencia diaria, nos da mucha razón de suponer que la mente del hombre sensual medio posea, como uno de sus ingredientes, algo que se parezca a la Realidad inherente al múltiple mundo o que sea idéntico a ella; sin embargo, cuando esa mente es sometida a cierto tratamiento harto duro, el divino elemento, de que, por lo menos en parte, está compuesta, se pone de manifiesto, no sólo para la mente misma sino también, por su reflejo en la conducta externa, para otras mentes. 

Sólo haciendo experimentos físicos podemos descubrir la naturaleza íntima de la materia y su poder latente. Y sólo haciendo experimentos psicológicos y morales podemos descubrir la naturaleza íntima del espíritu y su poder latente. En las circunstancias ordinarias de la vida sensual media, este poder continúa latente, no manifestado. Si queremos despertarlo, debemos cumplir ciertas condiciones y obedecer a ciertas reglas, cuya validez ha demostrado empíricamente la experiencia. Respecto a pocos filósofos y literatos profesionales existen pruebas de que hicieran mucho por cumplir las condiciones necesarias para el conocimiento espiritual directo. Cuando poetas o metafísicas hablan del tema de la Filosofía Perenne, lo hacen generalmente de segunda mano. Pero en cada época ha habido algunos hombres y mujeres que han querido cumplir las únicas condiciones bajo las cuales, según lo demuestra la cruda experiencia, puede lograrse tal conocimiento inmediato, y algunos de ellos han dejado noticia de la Realidad que así pudieron aprehender, y han intentado relacionar en un amplio sistema de pensamiento los datos de esta experiencia con los datos de sus demás experiencias. 

A tales expositores, de primera mano, de la Filosofía Perenne, los que los conocieron les daban generalmente el nombre de "santo" o "profeta", "sabio" o "iluminado". Y principalmente a éstos, porque hay buena razón para suponer que sabían de lo que hablaban, y no a los filósofos o literatos profesionales, he acudido para mis selecciones. 
En la India se reconocen dos clases de sagrada escritura: los Shruti, o escritos inspirados, autorizados de por sí, pues son resultado de una penetración inmediata en la Realidad última; y los Smriti que se fundan en los Shruti y sacan de ellos su autoridad. 

"El Shruti —dice Shankara— se basa en la percepción directa. El Smriti hace un papel análogo a la inducción, pues, como la inducción, saca su autoridad de una autoridad distinta de sí mismo". 

Este libro, pues, es una antología, con comentarios explicativos, de pasajes sacados de los Shruti y los Smriti de muchas épocas y lugares. Infortunadamente, la familiaridad con los escritos tradicionalmente consagrados tiende a criar, no precisamente desdén, sino algo que, para los efectos prácticos es casi tan malo: a saber, una especie de reverente insensibilidad, un estupor del espíritu, una interna sordera al significado de las palabras sagradas. 

Por esta razón, al elegir el material para ilustrar las doctrinas de la Filosofía Perenne, según se formularon en Occidente, he acudido casi siempre a otras fuentes que la Biblia. Este Smriti cristiano al cual he recurrido se basa en el Shruti de los libros canónicos pero tiene la gran ventaja de ser menos conocido y por tanto, más vivido y, por así decirlo, más audible que ellos. Además, gran parte de este Smriti es obra de hombres y mujeres genuinamente santos que se pusieron en condiciones para saber de primera mano de lo que hablan. 

En consecuencia puede considerárselo como una forma de inspirado Shruti, válido de por sí, y ello en grado mucho más alto que muchos de los escritos actualmente comprendidos en el canon bíblico. En los últimos años se han hecho varias tentativas para elaborar un sistema de teología empírica. Pero, pese a la sutileza y fuerza intelectual de escritores como Sorley, Omán y Tennant, el esfuerzo sólo ha logrado un éxito parcial. Aun en manos de sus más aptos expositores la teología empírica no es especialmente convincente. 

La razón, a mi parecer, debe buscarse en el hecho de que los teólogos empíricos han limitado su atención más o menos exclusivamente a la experiencia de aquellos que los teólogos de una escuela más vieja llamaban "los no regenerados" —esto es, la experiencia de personas que no avanzaron mucho en el cumplimiento de las condiciones necesarias para el conocimiento espiritual. Pero es un hecho, confirmado y reconfirmado durante dos o tres mil años de historia religiosa, que la Realidad última no es clara e inmediatamente aprehendida sino por aquellos que se hicieron amantes, puros de corazón y pobres de espíritu. 

Siendo ello así, apenas puede sorprendemos que una teología basada en la teología de personas correctas, ordinarias, no regeneradas sea tan poco convincente. Esta especie de teología empírica está precisamente en el mismo pie que una astronomía empírica basada en la experiencia de observadores a simple vista. Con ¡os ojos solos, puede descubrirse una pequeña, débil mancha en la constelación de Orión, y no cabe duda de que podría basarse una imponente teoría cosmológica en la observación de esta mancha. Pero tales teorizaciones, por ingeniosas que fuesen, nunca podrían decimos tanto sobre las nebulosas galácticas y extragalácticas como el trato directo mediante un buen telescopio, la cámara fotográfica y el espectroscopio. 

Análogamente, ninguna teorización acerca de los indicios que puedan oscuramente atisbarse dentro de la experiencia ordinaria, no regenerada, del múltiple mundo puede decirnos tanto acerca de la divina Realidad como puede aprehender directamente un espíritu en estado de desprendimiento, caridad y humildad. 

La ciencia natural es empírica; pero no se limita a la experiencia de seres humanos en su condición meramente humana, no modificada. Dios solo sabe por qué los teólogos empíricos han de creerse obligados a someterse a tal desventaja. 

Y, por supuesto, mientras confinen la experiencia empírica en estos límites tan excesivamente humanos, están condenados a la perpetua frustración de sus mejores esfuerzos. Del material que ha querido considerar, ninguna mente, aun brillantemente dotada, puede inferir más que un juego de posibilidades o, en el mejor caso de especiosas probabilidades. 

La certidumbre, válida de por sí, de la visión directa no puede, por la naturaleza misma de las cosas, ser conseguida sino por aquellos que están equipados con "el astrolabio de los misterios de Dios". 

Si uno mismo no es sabio ni santo, lo mejor que puede hacer, en el campo de la metafísica, es estudiar las obras de los que lo fueron y que, por haber modificado su modo de ser meramente humanó, fueron capaces de una clase y una cuantía de conocimiento más que meramente humanas.

VER+:


📘 LIBRO "LA MUERTE DE LA CULTURA CRISTIANA"

Aldous Huxley - La Filosofia Perenne.doc by CarlosEse67