EL Rincón de Yanka: marzo 2025

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Puedo caminar descalzo por el mundo, porque no he sembrado espinas.








lunes, 31 de marzo de 2025

EL DECÁLOGO DE LA PROPAGANDA DE GUERRA: "NOSOTROS NO QUEREMOS LA GUERRA" por ARTHUR PONSONBY 👥💣💥💀

 Decálogo 

“Nosotros no queremos la guerra”.

“El enemigo es el único responsable de la guerra”.
“El enemigo es un ser execrable”.
“Pretendemos nobles fines”.
“El enemigo comete atrocidades voluntariamente. Lo nuestro son errores involuntarios”.
“El enemigo utiliza armas no autorizadas”.
“Nosotros sufrimos pocas pérdidas. Las del enemigo son enormes”.
“Los artistas e intelectuales apoyan nuestra causa”.
“Nuestra causa tiene un carácter sagrado, divino, o sublime”.
“Los que ponen en duda la propaganda de guerra son unos traidores”.


El decálogo de la propaganda de guerra corresponde a diez principios (o mandamientos) descubiertos por el político pacifista inglés Arthur Ponsonby en su obra "La falsedad en tiempo de guerra *
Las mentiras de la propaganda de la Primera Guerra Mundial" de 1928 (Falsehood in Wartime: Propaganda Lies of the First World War (1928)) en la cual expone cómo las naciones beligerantes aprendieron a mentir no sólo al enemigo sino a sus propias poblaciones para hacer de la guerra una causa justificada. Durante las siguientes guerras del siglo XX y XXI se ha visto la vigencia de dicha obra.

* En este libro conciso y revelador, Arthur Ponsonby, miembro del Parlamento británico durante las primeras décadas del siglo XX, desacredita las mentiras propagandísticas más difamatorias de la Primera Guerra Mundial. Recurriendo a un hábil trabajo de investigación, analiza cómo funciona la creación de la propaganda en tiempos de guerra y cómo afecta a la población que la recibe, asume, recrea y es, asimismo, proveedora de nuevos bulos, animada por los gobiernos. El libro, un verdadero clásico en el mundo anglosajón, contiene episodios memorables por su inquina e imaginación contra el enemigo alemán, y rompe hábilmente las acusaciones más notorias lanzadas contra los «hunos» para «hacer que el mundo sea seguro para la democracia» y «acabar con la guerra». Ponsonby se apoya en un buen número de casos concretos, entre ellos la «fábrica de cadáveres» donde se extraían aceites a partir de los cuerpos de los soldados muertos, la niña belga cuyas manos fueron cortadas por las «bestias» alemanas, el soldado canadiense cruci,cado, el cobarde hundimiento del crucero de pasajeros Lusitania y hasta una treintena de episodios de propaganda fraudulenta, junto a las mentiras de los gobiernos y parlamentos europeos, informes manipulados, tratado...

PRÓLOGO

MENTIRAS PARA TODOS LOS PÚBLICOS

Una de las actividades humanas más antiguas es la guerra. Y una de las más antiguas y frecuentes es la mentira, «la primera de todas las fuerzas que gobiernan el mundo», según el memorable arranque de El conocimiento inútil de Jean-François Revel. De la relación entre ambas trata este libro apasionante de Arthur Ponsonby, un estudio sobre las falsedades empleadas para justificar la Primera Guerra Mundial y movilizar a la población en favor de la causa. El libro, publicado en 1928, presta una atención particular a los aliados y sobre todo a Gran Bretaña: era la desinformación que el autor conocía mejor, la que le resultaba más accesible y cercana, y por tanto más indignante. «Nos preocupan más los métodos de nuestro propio gobierno y nuestro propio honor nacional que la duplicidad de otros gobiernos», escribe. 

Arthur Ponsonby (1871-1946) fue político, escritor y activista. Primer barón de Ponsonby of Shulbrede, su padre descendía de una familia angloirlandesa, y fue secretario privado de la reina Victoria y responsable de finanzas de la Casa Real. Pero sobre todo era soldado: había combatido en Crimea y alcanzó el rango de major-general. Su madre era hija de John Crocker Bulteel, que fue representante whig en el Parlamento por la circunscripción de South Devonshire. Arthur Ponsonby estudió en Eton y en Balliol, estuvo en el servicio diplomático en Constantinopla y Copenhague, y fue miembro del Parlamento (con el Partido Liberal, más tarde como independiente y de forma más duradera, a partir de 1918, con los laboristas). Formó parte de la Union of Democratic Control, un grupo de presión que se oponía a la influencia del ejército en la política y que criticaba lo que ahora llamaríamos falta de transparencia en la implicación del Reino Unido en la Gran Guerra. Entre sus miembros estaban el liberal Charles Trevelyan, el secretario general del Partido Laborista Ramsay McDonald (que dimitió por el apoyo de su organización a los presupuestos para la guerra), y dos futuros Premios Nobel de Literatura: Bertrand Russell y Norman Angell, autor de The Great Illusion, cuyo título tomó Jean Renoir para su película antibélica La Grande Illusion. Se trataba, escribió el historiador A. J. P. Taylor, «de la organización radical más formidable que haya influido nunca en la política británica». Ponsonby fue subsecretario de Asuntos Exteriores y de Dominion Affairs. Escribió una biografía de su progenitor a partir de sus cartas; que el padre fuera soldado y su hijo fuese un activista contra la guerra sugiere que también los pacifistas tienen que matar al padre. 

Falsedad en tiempos de guerra es aleccionador y a menudo demoledor. Describe cómo opera la propaganda: cada país «la emplea con bastante deliberación para engañar a su propio pueblo, atraer a los neutrales y confundir al enemigo». Su función es anular el pensamiento. En la guerra, las opiniones tibias, las dudas, la petición de rigor periodístico o una leve sospecha de la información oficial se convierten en una forma de traición. Es un momento de sufrimiento, muerte y sacrificio, y también de maniqueísmo, un estado de emergencia moral que exige cierto aletargamiento cognitivo. Quien dude de lo absoluto puede ser señalado como traidor. Para Ponsonby la característica más llamativa no es la abundancia de la mentira, sino nuestra propensión a creer: no el engaño, sino su aceptación casi entusiasta. No se trata solo de que las masas sean manipulables: quienes salen de las universidades son tan vulnerables a la intoxicación como quienes vienen de las barriadas.

La guerra es un hábitat idóneo para que florezca la mentira. La Gran Guerra habría sido, escribe Ponsonby, el momento de mayor emisión de falsedades, que además resultan particularmente necesarias en los países donde no hay un reclutamiento obligatorio, donde hay que manipular la opinión para que apoye el esfuerzo bélico. El autor establece una especie de taxonomía, de «máscaras» de la falsedad: la mentira deliberada de las fuentes oficiales, la mentira deliberada que produce alguien ingenioso y escapa a su círculo inicial, la mentira que dejamos pasar, la traducción defectuosa (a veces accidental, a veces intencionada), la obsesión general (que propicia ese rumor que se repite hasta considerarse verdad), la falsificación, la omisión de elementos cruciales (una forma de descontextualización), la exageración deliberada, el ocultamiento de los hechos. Los motivos del enemigo son claros, tienen que ver con su carácter (maldad, ansia de poder); y los nuestros también lo son, tienen que ver con la lealtad, compromisos adquiridos, y desde luego la lucha nunca es nuestra opción predilecta. 

El grueso del libro son casos: estudios de tergiversaciones concretas. Por ejemplo, un elemento fundamental de los relatos de la guerra son las atrocidades. Y uno de los ejercicios más interesantes del libro es la reconstrucción y desmontaje de algunas de las historias, a menudo muy truculentas, que publicaban los periódicos pero que tenían algo o mucho de leyendas y como tales se iban modificando: bebés a los que les amputaban las manos, enfermeras a las que mutilaban los pechos, soldados crucificados. Ponsonby muestra cómo se inventa la noticia, a veces por prisa, a veces por un malentendido (es frecuente una mala traducción, accidental o intencionada, como ya hemos dicho). Se cambia el significado de un hecho o de una imagen. En alguna ocasión se le ha reprochado a Ponsonby que, ansioso por desenmascarar las trampas de los suyos, cayera en alguna trampa del adversario y reprodujera sus versiones: el precio del escepticismo hacia unas fuentes puede ser la credulidad hacia otras. Pero mucho más a menudo es convincente y útil y describe fenómenos de distorsión o histeria que hacen pensar en los que conocemos en nuestras sociedades más o menos pacíficas: por ejemplo, pánicos periodísticos como los pinchazos inexistentes de las discotecas en el verano de 2022, las historias que describía Daniel Schneidermann en Le cauchemar médiatique, o casos como el que estudiaba Arcadi Espada en Raval. 

También son interesantes las fuentes: Gran Bretaña participó y emitió propaganda, pero por otra parte creó mecanismos para examinar sus propias mentiras. Había una voluntad de investigar, de rendir cuentas: algo parecido a la vergüenza. (La era de la posverdad podría verse, entre otras cosas, como una pérdida de esa vergüenza). 

Otro elemento del libro que destaca por su perspicacia y a la vez nos resulta cercano es la fotografía. Este medio, dice Ponsonby, miente más de lo que podríamos suponer, y los maestros en su uso fraudulento son los franceses. Este debate sobre una tecnología relativamente reciente, con una impresión de autenticidad pero que precisamente por eso es capaz de generar falsificaciones peligrosas, resuena en los lectores contemporáneos. 

El léxico de nuestra época también podría presentar este libro como una denuncia de la construcción del relato. La posición propia, la de tu país, se presenta como irreprochable, mientras que al enemigo se le retrata como alguien inequívocamente depredador. Ponsonby establece dudas sobre las razones explícitas de la intervención: ¿fue una sorpresa o no el desencadenante?, ¿se podría haber evitado?, ¿dijo eso exactamente un líder enemigo? El libro es ameno y sobrio, a veces resulta casi mecánico, pero no carece de humor al reflejar paradojas, hipocresías o contradicciones. La promesa de defender a las pequeñas naciones con toda la fuerza del Imperio Británico parece sacada del episodio de Blackadder donde George (Hugh Laurie) decía que la guerra había sido generada por «el vil huno y su vil ansia de construcción imperial», y Edmund (Rowan Atkinson) respondía: «George, en este momento el imperio británico comprende un cuarto del globo, mientras que el imperio alemán comprende una pequeña fábrica de salchichas en Tanganica». 

La poesía británica que habla de la Gran Guerra también está asociada con la denuncia de la mentira. Wilfred Owen termina así su poema «Dulce et decorum est»: «si pudieras oír la sangre / que sube por pulmones corrompidos por la espuma, / obscena como el cáncer, amarga como la rumia, / de llagas asquerosas e incurables en lenguas inocentes, / amigo mío, no les contarías con tanto entusiasmo / a niños que arden por una gloria desesperada / esa vieja mentira: Es dulce y decoroso / morir por la patria». «Si preguntan por qué morimos / Diles que porque nuestros padres mintieron», escribió Rudyard Kipling, que perdió a su hijo en la contienda. 

Falsedad en tiempos de guerra hace pensar a veces en Kraus, en Klemperer, pero tiene algo particularmente orwelliano: a Orwell nos recuerdan, por ejemplo, la enumeración, el acopio de información y falsedades, el análisis del lenguaje y de sus eufemismos y tergiversaciones, la crítica del sensacionalismo periodístico, la preocupación por la mentira y por el nacionalismo (que el autor asimilaba al sectarismo, a una ceguera voluntaria que lleva a condenar al adversario y a justificar o no reconocer los errores propios). Pero existe una diferencia que corresponde al contexto histórico y generacional y a la idea del compromiso político: a cómo vemos la guerra y la naturaleza de la amenaza. Orwell fue a España para detener al fascismo (literalmente), estuvo a punto de morir por un bala franquista y de ser asesinado por el Partido Comunista. En cambio, la Primera Guerra Mundial es, como ha escrito el historiador Christopher Clark, la catástrofe original del siglo XX, y a la vez algo que, como han explicado historiadores y como nos han contado algunos de quienes participaron en ella, se podía haber evitado. 

La Segunda Guerra Mundial no se puede presentar de la misma manera: no fue una guerra elegida. Las denuncias de los mecanismos de la mentira para justificar una guerra que era fácil atribuir a las ansias imperialistas y la estupidez de los dirigentes no funcionan del mismo modo cuando te enfrentas a una forma de mal absoluto (la Alemania nazi) o, más tarde, a una siniestra amenaza global (el imperio soviético). En esos momentos, como ocurre ahora con los «pacifistas» que repiten el argumentario del Kremlin con respecto a Ucrania, el término pacifista podía significar otra cosa: el admirador de regímenes totalitarios, el que sentía más odio hacia las democracias occidentales que amor por la paz, el que empleaba dos varas de medir. Pero también hemos visto cómo la información que presentan las democracias para justificar intervenciones bélicas puede ser falsa: para mi generación, el ejemplo más claro son las armas de destrucción masiva en Irak. 

Falsedad en tiempos de guerra es una lectura fascinante que nos ayuda a entender la propaganda, la Primera Guerra Mundial y el funcionamiento de los medios. Parte de su interés reside en una rara combinación de ingenuidad e inteligencia que sirve para iluminar su tiempo y el nuestro.

INTRODUCCIÓN

El objeto de este libro no es buscar nuevos culpables entre las autoridades y los individuos, como tampoco lo es que una nación quede más expuesta que otra a acusaciones de engaño. La falsedad es un arma reconocida y extremadamente útil en la guerra, y cada país la emplea con bastante deliberación para engañar a su propio pueblo, atraer a los neutrales y confundir al enemigo. En cada uno de estos países, sus masas ignorantes e inocentes no tienen conciencia de que, en ese mismo momento, se las está induciendo a error y, cuando todo termina, se descubren falsedades y se exponen únicamente aquí y allá. Como ya todo es cosa del pasado y ciertos relatos y declaraciones han producido el efecto deseado, a nadie le preocupa investigar los hechos e instaurar la verdad. 

La mentira, como todos sabemos, no ocurre únicamente en tiempos de guerra. Se ha dicho que el hombre no es un «animal verídico», pero su costumbre de mentir no es, ni de lejos, tan extraordinaria como su increíble predisposición a creerse las cosas. De hecho, las mentiras florecen gracias a la credulidad humana. En tiempos de guerra, sin embargo, la acreditada institución de la mentira no recibe el suficiente reconocimiento. El engaño de pueblos enteros no es un asunto que deba considerarse a la ligera. 

Por tanto, en el intervalo de esta llamada paz puede resultar útil lanzar una advertencia para que la gente pueda examinar con calma imperturbable que las autoridades de cada país recurren, y de hecho deben hacerlo, a esta práctica con el fin de, en primer lugar, justificarse a sí mismas empleando la representación del enemigo como un auténtico delincuente; y, en segundo lugar, con el objetivo de inflamar la pasión popular lo suficiente como para contar con reclutas que aseguren la continuidad de la lucha. No pueden permitirse el lujo de decir la verdad. En algunos casos, hay que admitir que desconocen cuál es la verdad en ese momento. 

El factor psicológico en la guerra es tan importante como el factor militar. La moral de la población civil, así como la de los soldados, debe mantenerse en el terreno de lo razonable. Las Oficinas de Guerra, el Almirantazgo y los Ministerios del Aire velan por la parte militar. Deben crearse departamentos que se ocupen del aspecto psicológico. No debe permitirse nunca que la gente caiga en el desaliento; y por eso, las victorias deben exagerarse y las derrotas deben quedar, si no ocultas, al menos reducidas al mínimo. En las mentes del público debe bombearse de manera continua y constante el estímulo de la indignación, el horror y el odio mediante el uso de la «propaganda». Como dijo Bonar Law en una entrevista a la United Press of America en referencia al patriotismo: «es bueno agitarlo debidamente empleando el horror alemán»; y una especie de confirmación general de estas atrocidades se ofrece mediante frases vagas que evitan asumir la responsabilidad de cuanto haya de verídico en cualquier historia particular, como cuando Asquith (en la Cámara de los Comunes, el 27 de abril de 1915) afirmó: «No olvidaremos este horrible testimonio de una crueldad y un crimen calculados». 

El uso del arma de la falsedad es más necesario en los países en los que el servicio militar no es obligatorio por ley estatal que en los que se llama a filas de forma automática a los hombres mayores de edad de toda la nación para que se incorporen al Ejército, la Armada o las Fuerzas Aéreas. Las emociones del público se pueden concitar con ideales falseados. Se extenderá entonces una especie de histeria colectiva que conseguirá elevarse hasta que, finalmente, saque lo mejor de la gente sobria y de los periódicos de renombre. 

Si tiene ante sí alguna advertencia, el pueblo llano puede permanecer más en guardia cuando la nube de la guerra vuelva a aparecer en el horizonte y ser así menos proclive a aceptar como verdades aquellos rumores, explicaciones y pronunciamientos que se generan para que se los traguen. Estas personas se darían cuenta de que un gobierno que ha decidido embarcarse en la peligrosa y terrible empresa de la guerra debe, en primer lugar, presentar un caso unilateral como justificación de su acción, y no puede permitirse el lujo de admitir, bajo ningún concepto, la más mínima posibilidad de que el pueblo contra el que ha decidido luchar esté en lo correcto o tenga razón. Los hechos tienen que distorsionarse, las circunstancias relevantes han de permanecer ocultas y se debe presentar una imagen que, con su crudo colorido, persuada a la gente ignorante de que su Gobierno está libre de culpa, de que su causa es justa y de que ha quedado demostrado que la irrefutable maldad del enemigo resulta incuestionable. Un solo momento de reflexión le indicaría a cualquier persona razonable que un sesgo tan evidente no puede representar la verdad en modo alguno. Pero no se permite ese momento de reflexión; las mentiras se difunden con gran rapidez. La masa irreflexiva las acepta y con su entusiasmo influye en los demás. La cantidad de sandeces y patrañas que circulan bajo el nombre de patriotismo en tiempos de guerra en todos los países es razón suficiente para provocar que la gente decente se sonroje cuando, posteriormente, experimentan una decepción. 

En un principio, las solemnes aseveraciones de los monarcas y estadistas destacados de cada nación, que no querían una guerra, deben colocarse junto a las declaraciones de esos hombres que vierten parafina sobre una casa a sabiendas de que no paran de encender cerillas y, con todo, afirman que no quieren una conflagración. Esta forma de autoengaño, que incluye el engaño de los demás, es fundamentalmente deshonesta. 

Dado que la guerra se ha establecido como una institución reconocida a la que recurrir cuando los gobiernos están en desacuerdo, los pueblos están más o menos preparados. Se engañan a sí mismos de bastante buena gana con el fin de justificar sus propias acciones. Están ansiosos por encontrar una excusa con la que demostrar su patriotismo; mejor dicho, están dispuestos a aprovechar la oportunidad ante la emoción y la nueva vida de aventura que les brinda la guerra. Así que hay una especie de guiño nacional, todo el mundo avanza, y el individuo, por su parte, asume la mentira como un deber patriótico. En el bajo nivel de moralidad que prevalece en tiempos de guerra, semejante práctica resulta casi inocente. Sus esfuerzos son, en ocasiones, algo toscos, pero hace lo que puede por seguir el ejemplo marcado. La autoridad emplea a agentes y los alienta a que realicen el llamado trabajo de propaganda. El tipo que ocupó un lugar prominente al frente de la retransmisión de la falsedad en las reuniones de reclutamiento es hoy bien conocido. El destino que le sobrevino al menos a uno de los más populares de este país ejemplifica la profundidad de la degradación en la que se hunde la opinión pública en una atmósfera de guerra. 

Los distintos gobiernos estaban bien equipados para «instruir» a sus pueblos: contaban con quienes oían conversaciones, abrían las cartas, descifraban mensajes, pinchaban teléfonos, espiaban; con un departamento de intercepción, un departamento de falsificación, un departamento de investigación criminal, un departamento de propaganda, un departamento de inteligencia, un departamento de censura, un ministerio de la información, una oficina de prensa, etc. 

El departamento de propaganda oficial británico, situado en Crewe House bajo el mando de Lord Northcliffe, tuvo un gran éxito. Sus métodos, muy especialmente la lluvia de millones de folletos sobre las tropas alemanas, superaron con creces cualquier acción que el enemigo hubiera llevado a cabo. En Los secretos de la Casa Crewe, de Sir Stuart Campbell, Caballero comendador (K.B.E.), se describen, para nuestra satisfacción y aprobación, dichos métodos. Se repite con demasiada frecuencia la declaración de que solo se utilizaron «afirmaciones veraces», pero es algo que no acaba de coincidir con la descripción de las cartas inventadas y los falsos títulos y cubiertas de libros, de los cuales se hizo uso. Aunque, por supuesto, sabemos que estos inteligentes propagandistas son tan hábiles en el trato que nos brindan tras los acontecimientos como en el que le dan al enemigo en el momento en que actúan. En la descripción aparentemente sincera que hacen de sus actividades sabemos que solo estamos escuchando una parte de la historia. Quienes distribuyen el metal común saben cuál es la cantidad correcta de aleación que debe emplearse, tanto con nosotros como con el enemigo. 

Entre los muchos tributos al éxito de nuestra propaganda por parte de los generales alemanes y la prensa alemana, no hay prueba de que nuestras afirmaciones fueran siempre estrictamente veraces. Por citar una: el general Von Hutier, del 6º Ejército alemán, envió un mensaje en el que se reproduce el siguiente pasaje: 
El método de Northcliffe en el Frente es que sus aviadores distribuyan un número cada vez mayor de folletos y panfletos; las cartas de los prisioneros alemanes se falsean de la manera más escandalosa; se inventan tratados y panfletos en los que se falsifican los nombres de poetas, escritores y estadistas alemanes o bien hacen que parezca que se han imprimido en Alemania; llevan, por ejemplo, el título de la serie Reclam, cuando en realidad proceden de la imprenta de Northcliffe, que trabaja día y noche con este mismo objetivo. Su idea y su designio es que estas falsificaciones, por muy obvias que puedan parecerle a cualquier hombre que piense dos veces, puedan generar la duda, aunque sea por un instante, en la mente de aquellos que no piensan por sí mismos, y provocar que la confianza en sus líderes, en sus propias fuerzas y en los inagotables recursos de Alemania quede hecha añicos.

domingo, 30 de marzo de 2025

LIBRO "MÉDICO DE CUERPOS Y ALMAS": EL PERIPLO DEL GRAN SANADOR SAN LUCAS, EL TERCER EVANGELISTA EN LA ROMA IMPERIAL por TAYLOR CALDWELL


Médico de cuerpos y almas

EL PERIPLO DEL GRAN SANADOR SAN LUCAS, 
EL TERCER EVANGELISTA EN LA ROMA IMPERIAL.

Novela histórica en torno a la figura de San Lucas evangelista. La autora describe su infancia en Siria, hijo de libertos griegos al servicio de un tribuno romano, y su juventud y madurez, estudiando y ejerciendo la medicina en los centros de esplendor cultural de la época, en el reinado de Tiberio.
El periplo de san Lucas donde los valores de un hombre entran en colisión con una sociedad en plena decadencia.
El testimonio de la vida del gran sanador Lucano, más conocido como san Lucas, el tercer evangelista. En su espíritu habitaba la profunda sabiduría médica alejandrina. En sus manos tenía el poder de preservar la vida y vencer la muerte. Lucano había adquirido sus conocimientos en el poderoso y espléndido Imperio babilónico, cuna de la ciencia, y en la magnífica Biblioteca de Alejandría. Durante el largo viaje que lo llevaría desde Roma hasta Tierra Santa, Lucano se convirtió al cristianismo y utilizó su arte y devoción para aliviar la desesperación de aquellos que encontró en su camino. Una novela atrevida que combina de manera honesta la descripción de una sociedad cruel con la infinita ternura y humanidad de san Lucas.
PRÓLOGO

Este libro ha estado elaborándose durante cuarenta y seis años. La primera versión fue escrita cuando yo tenía doce años, la segunda a los veintidós años de edad, la tercera a los veintiséis y durante todo este tiempo nunca dejé de trabajar en la obra. 

Desde mi niñez, Lucano o Lucas, el gran apóstol, ha sido una obsesión para mí. Fue el único apóstol que no era judío. Nunca vio a Cristo. Todo cuanto está escrito en su elocuente aunque mesurado Evangelio lo supo de oídas, por testigos de Cristo, de su Madre, de los discípulos y de los apóstoles. Su primera visita a Jerusalén tuvo lugar un año después de la Crucifixión. 

Y sin embargo fue uno de los apóstoles más importantes. Al igual que Saulo de Tarso, conocido más tarde por Pablo, el Apóstol de los Gentiles, creyó que Nuestro Señor había venido no sólo para los judíos sino también para los Gentiles. Tenía mucho en común con Pablo, porque Pablo tampoco había visto nunca a Cristo. Cada uno de ellos recibió una revelación individual. Los dos hombres tuvieron dificultades con los primeros apóstoles porque éstos creyeron testarudamente y durante un tiempo considerable que Nuestro Señor se encarnó y murió para salvar sólo a los judíos y se mantuvieron en esta creencia incluso después de Pentecostés. 

¿Por qué me ha obsesionado siempre San Lucas y por qué le he amado desde la niñez? No lo sé. Ante esta pregunta sólo sé citar una frase de Nietzche: «Se oye —ni se busca ni pregunta quién da— no he podido elegirlo por mí mismo». 

Este libro trata de Nuestro Señor solo indirectamente. Ninguna novela ni libro histórico puede narrar la historia de su vida tan bien como la Santa Biblia. Por lo tanto la historia de Lucano, o San Lucas, es la historia de la peregrinación de todos los hombres, que a través de la desesperación y la vida en tinieblas, el sufrimiento y la angustia, la amargura y la pena, la duda y el cinismo, la rebelión y la desesperanza han llegado a los pies y la comprensión de Dios. La búsqueda de Dios y la revelación final son las únicas cosas que dan sentido a la vida del hombre. Sin ellas el hombre vive como un animal irracional, sin consuelo ni sabiduría y toda su vida es vana, sin que lo evite su posición social, poder o nacimiento.

Un sacerdote, que nos ayudó a escribir el libro, afirmó que San Lucas «fue el primer trovador de Nuestra Señora». Únicamente a San Lucas reveló María el Magnificat, que contiene las más nobles palabras escritas en cualquier literatura. Él amó a María más que a ninguna otra mujer en su vida. 

Mi esposo y yo hemos leído más de mil libros acerca de San Lucas y de su época; y al final de esta novela se da una nota bibliográfica para quien quiera que desee continuar leyendo sobre el tema. Si el mundo de San Lucas parece sorprendentemente moderno al lector, es porque así fue en realidad. 

Este libro puede que no sea el mejor del mundo pero ha sido escrito con amor y devoción hacia nuestros prójimos y, por este motivo, lo ponemos en sus manos, porque su contenido concierne a toda la humanidad. 

Casi todos los acontecimientos y detalles de los primeros años de San Lucas, de su edad juvenil y de su búsqueda, así como los que se refieren a su familia y a su padrea adoptivo, son históricos. Hay que recordar siempre que por encima de todo San Lucas fue un gran médico. 

Cuando la autora de esta obra tenía doce años, encontró un libro escrito por una monja de Antioquía que contenía muchas leyendas y tradiciones oscuras acerca de Lucas, incluyendo muchos milagros al principio desconocidos como tales, incluso para él mismo, realizados antes de su viaje a la Tierra Santa. Algunas de estas leyendas provienen de Egipto, otras de Grecia y han sido incluidas en esta novela. Por entonces Lucas no sabía que era uno de los elegidos de Dios ni que alcanzaría la santidad. 

El poderoso y espléndido imperio babilónico no resulta familiar para muchos lectores, no lo son los conocimientos de entonces en la medicina y la terapéutica de los sacerdotes-médicos, como tampoco su ciencia, todo lo cual fue heredado por los egipcios y los griegos. Los científicos babilónicos conocían las fuerzas magnéticas y las sabían usar. Estas cosas se hallaban en los miles de volúmenes de la maravillosa Universidad de Alejandría, que fue quemada por el emperador Justiniano, varios siglos después, en un arrebato de celo mal entendido. La medicina y la ciencia moderna empiezan ahora a redescubrir estas cosas. La época presente es más pobre de lo que hubiese sido, de no haber mediado el furor de Justiniano. Si la ciencia y la medicina babilónica hubiesen llegado hasta nosotros por medio de una tradición ininterrumpida, nuestro conocimiento del mundo y los hombres sería ahora mucho más amplio de lo que es actualmente. 

No hemos descubierto aún cómo los babilónicos iluminaban sus velas con un «fuego frío más brillante que la luna», ni cómo hacían lo mismo en sus templos. Aparentemente conocían algún medio para usar la electricidad que nos es desconocido a nosotros, y que no era, además tan burdo como los nuestros. Se nos menta que usaban «navíos terrestres», iluminados por la noche y capaces de alcanzar grandes velocidades. (Véase el libro de Daniel). También sabemos que usaban «piedras» raras o alguna clase de mineral para la cura del cáncer. Tenían gran experiencia en el uso del hipnotismo y en la medicina psicosomática. Abraham, que había residido en la ciudad de Ur, en Babilonia, transmitió a los judíos el conocimiento de la medicina psicosomática y éstos la usaron durante siglos. Los Magos «los hombres sabios de Oriente», que llevaron ofrendas al Niño Jesús, eran babilónicos, aunque por entonces aquella nación hacía tiempo que había entrado en una gran decadencia. 

En los puntos en que los eruditos difieren respecto a algunos incidentes narrados en este libro, a los detalles históricos, he tomado la teoría más probable. Tan sólo he usado el Evangelio de San Lucas, sin referirme a cuanto aparece en los de San Mateo, San Marcos y San Juan. 

Deseo expresar mi gratitud al doctor George E. Slotkin de Eggertville, N.Y. urólogo famoso y profesor emérito de la Escuela de Medicina de Buffalo, N.Y., por su valiosa ayuda en el campo de la medicina antigua y de la moderna.

TAYLOR CALDWELL

Caldwell, Taylor - El Medico de Cuerpos y Almas by victorlucanovaldivia

"Aún no es tarde, senadores, miren, escuchen con sus corazones y no con sus mentes envilecidas. 
Vuelvan a la libertad, a la austeridad, a la moralidad,  a la paz.  
No se inclinen más ante césares falsos, quienes desafiando nuestra constitución, pronuncian mandatos contra el bienestar de Roma y, se colocan a sí mismos por encima de la ley que nuestros padres formularon y, por la que lucharon con sus vidas. 
Roma fue concebida con fe, justicia y culto a los dioses (a Dios en el caso de nuestra patria). 
Restauren los tesoros, reduzcan las tasas que aplastan aquellos que trabajan duramente. 
Digan a las multitudes que deben trabajar o morir de hambre;  arrojen del palatino a las masas de petimetres egoístas y ladrones. 
Limpien esta cámara de sinvergüenzas y embusteros demagogos que declaman con frases sonoras, que el bienestar del pueblo es deseado por sus corazones pero que, en realidad lo que quieren decir es que harán la voluntad de la multitud a cambio de ventajas viles, poder y soborno". Diodoro Cirino, tribuno, al senado romano.

sábado, 29 de marzo de 2025

LIBRO "LA PASIÓN DE CRISTO": UNA LECTURA ORIGINAL🕂 por JOSÉ MIGUEL GARCÍA PÉREZ

La pasión de
CRISTO

Una lectura original

José Miguel García Pérez

Una lectura de los relatos de la pasión de Cristo que aparecen en los cuatro evangelios canónicos revela, a primera vista, una narración del desarrollo general de los acontecimientos muy similar. Sin embargo, un análisis atento de los textos manifiesta llamativas diferencias, incluso contradicciones, de algunos hechos narrados en ellos: el motivo de la celebración de la última cena, la comparecencia de Jesús ante el sanhedrín, el día de la muerte de Jesús o el privilegio pascual que permitió la liberación de Barrabás, entre otros. Los estudiosos han intentado explicar o justificar tales diferencias apelando a la intención literaria o teológica de cada evangelista, sin alcanzar una explicación unánime. Este debate, que sigue vivo hoy en día, junto a una supuesta datación tardía de la redacción de los textos evangélicos, habría llevado a relativizar el valor histórico de los relatos de la pasión y a dudar de la identidad de sus autores. Esto supondría un grave problema para la fe cristiana, esencialmente histórica. El autor del presente libro ofrece, desde un punto de vista histórico, soluciones certeras tras décadas de estudio del sustrato semítico de los textos evangélicos, dando con ello un firme apoyo a la fiabilidad de las noticias e informaciones recogidas en ellos.
Los Evangelios fueron escritos en griego entre la segunda mitad de los años 60 y finales de los 90 de nuestra era, es decir, unos 35-70 años después de que Jesús de Nazareth muriera clavado en una cruz fuera de los muros de Jerusalén, en una colina conocida como Gólgota. Sin embargo, antes de que Mateo, Marcos, Lucas y Juan narraran por escrito la pasión y muerte de Cristo debió de existir u n relato primitivo en arameo que se transmitía oralmente sobre aquellos hechos.
Una interpretación desde la lengua semítica de algunos versículos puede arrojar luz sobre las llamativas diferencias, e incluso contradicciones, que se aprecian en los evangelios. Porque, ¿coincidió la última cena con la celebración de la Pascua judía? ¿Jesús murió el 14 o el 15 de Nisán?
El arameo era una lengua consonántica, sin vocales, que se escribía sin separación entre palabras, según explica este experto. De ahí, a su juicio, algunas discrepancias en los posteriores textos en griego.

«Jesús enseñó en arameo, que era la lengua que hablaba, y también los apóstoles, cuando fueron enviados a predicar», recuerda este sacerdote que se muestra seguro de que aquellas enseñanzas aprendidas de memoria conformaron «una tradición muy fija» que se transmitió oralmente. «Muy pronto», continúa, esos relatos se formularían por escrito y es muy posible que en arameo.
Los evangelios son relatos de fe, pero la fe cristiana se basa en unos hechos históricos » y el relato de la Pasión de Jesús «ciertamente es histórico, fiabilísimo».
Con el libro no solo pretende «avalar la historicidad de los relatos evangélicos», sino también « la conciencia que tenía Jesús de su muerte y su significado ». En su empeño de arrojar luz sobre las expresiones oscuras apelando al sustrato semítico, quizá algunos puedan pensar que llega a forzar sus conclusiones, pero García Pérez replica que su libro «no es palabra de Dios» ni él pretende que se cambie el texto de los evangelios porque «no nos han llegado los textos arameos previos».

PRÓLOGO

Jesús de Nazaret murió clavado en una cruz fuera de los muros de la ciudad de Jerusalén, en una pequeña colina, llamada Gólgota, junto a la puerta de los huertos o de Efraím. El juicio en el que fue condenado, su pasión y muerte están narrados en los cuatro evangelios canónicos, que son nuestras principales fuentes históricas para conocer quién es Jesús. La mayoría de los estudiosos suele fechar la redacción de estas obras cristianas entre la segunda mitad de los años 60 y finales de los 90 de nuestra era; o sea, unos 35-70 años después de los sucesos narrados. Esta fecha tardía, junto a la falta de una sintonía total de los relatos evangélicos, ha llevado a bastantes exegetas a relativizar el valor histórico de los relatos de la pasión, e incluso a poner en cuestión la identificación tradicional de sus autores, que la Iglesia siempre ha reconocido como apóstoles-testigos de los hechos narrados (Mateo y Juan) o al menos como discípulos de aquellos que fueron testigos, de quienes recibieron la información (Marcos y Lucas). Nosotros estamos convencidos no solo de la antigüedad de la historia de la pasión, en sintonía con la mayoría de los estudiosos que suele colocar su redacción a finales de la década de los años 30, sino también de la fiabilidad de las noticias recogidas, ya que proceden de los testigos presenciales, como es fácil deducir del estilo y el contenido de los mismos relatos1

La antigüedad de los relatos evangélicos donde se narra el prendimiento, el juicio y la condena, el sufrimiento y la muerte de Jesús está avalada por el conocimiento exacto que los autores sagrados manifestaron tener respecto a la situación histórico-social de la Palestina de aquella época y por el carácter semítico de la redacción griega, que obliga a pensar en una formulación, incluso fijada por escrito, en lengua aramea. Según X. Léon-Dufour, las características lingüísticas semíticas apoyan la autenticidad de estos relatos, ya que demuestran que su redacción tuvo lugar en Palestina en las primeras décadas del cristianismo: 
«La ciencia lingüística resuelve también algunos problemas. Así, difícilmente se puede admitir la afirmación de M. Goguel de que los relatos de la pasión provienen del cristianismo helenístico, pues los semitismos que se detectan en ellos testimonian el medio judeo-cristiano en que fueron elaborados» 2. 

Estos relatos evangélicos, comparados con los del ministerio público, o con los capítulos iniciales dedicados a la infancia según Mateo y Lucas, tienen unas características especiales. Ante todo, llama la atención que estas narraciones evangélicas tengan una clara unidad y desarrollo temporal progresivo, mientras que el resto de los evangelios son noticias de hechos aislados o palabras pronunciadas en diferentes ocasiones, que a veces se reúnen según la temática. 
Por otra parte, es llamativa la gran coincidencia que existe entre la historia de la pasión de los evangelios sinópticos, o sea los tres primeros, y la del cuarto evangelio. Durante el ministerio público, el evangelio según Juan destaca por la diversidad de hechos y discursos de Jesús que forman la trama del relato respecto a los otros tres; diferencia que se mantiene en los preámbulos de la pasión, desde la entrada de Jerusalén hasta la última cena. Pero a partir del prendimiento de Jesús en Getsemaní, el desarrollo de los acontecimientos es casi idéntico en los cuatro evangelios. Esta semejanza en el orden de narrar y en los acontecimientos señalados es debida en gran parte a la fidelidad de los evangelistas a los hechos acontecidos, como afirma X. Léon-Dufour: 
«Son los mismos acontecimientos que se transmiten en las cuatro recensiones; pero, si es necesario admitir la dependencia en relación a una misma tradición, no se puede hablar de dependencia literaria mutua inmediata» 3. Un rasgo que apoyaría la existencia de una historia primitiva de la pasión es que estos pasajes evangélicos son independientes de los relatos del ministerio público de Jesús, ya que allí no se encuentra mención alguna a la información ofrecida en esos relatos. En dicha historia primitiva, la pasión comenzaría con el prendimiento de Jesús en Getsemaní, como parece sugerir la coincidencia existente entre los evangelios a partir de este suceso; dato que viene confirmado por la formulación del segundo y tercer anuncios de la pasión (Me 9,31; 10,33; cf. l Cor 11,23). 

Por otra parte, no podemos olvidar que los evangelios se escribieron algunos años después del gran acontecimiento de la resurrección. Por eso, resulta sorprendente que los evangelistas dediquen más espacio a narrar la pasión y muerte de Jesús que su victoriosa resurrección. Hace tiempo M. Kahler, de forma provocadora, consideró los evangelios unos relatos de la pasión con extensas introducciones 4. La relevancia de los acontecimientos finales de la vida de Jesús no solo se constata por la cantidad de versículos que les dedican los cuatro evangelistas, sino sobre todo porque la narración de su vida pública está transida de la amenaza/anuncio de la pasión 5. En realidad, los acontecimientos narrados en los evangelios tienen el horizonte de la muerte de Jesús. La relevancia que otorgan los autores sagrados a estos relatos de la pasión y muerte de su Maestro resalta más si tenemos en cuenta que no constituyen la última palabra sobre la vida de Jesús y que los sucesos narrados ocuparon menos de un día de los años dedicados al ministerio público. Si la llegada al Huerto de los Olivos se considera el preámbulo de la pasión, el prendimiento, el juicio, el suplicio de la cruz, la muerte y la sepultura de Jesús tuvieron lugar en pocas horas, desde la noche del jueves al inicio de la tarde del viernes. 

De igual modo, es llamativo que en los relatos evangélicos no se minimice el dolor de Jesús ni la sensación de derrota que experimentaron sus seguidores. A decir verdad, a la luz del acontecimiento de la resurrección, la pasión podría haberse considerado como un intermedio desafortunado, un suceso de importancia secundaria. Como señala A. Vanhoye, «no se esperaría una insistencia tan acentuada en las escenas dolorosas de la pasión. Deberían haberse disuelto para dejar espacio a los aspectos 'positivos' de la existencia de Jesús. En la vida pública, la acción del taumaturgo en que se preanunciaba el triunfo sobre la muerte, el éxito entre la gente, la enseñanza luminosa impartida con autoridad, el modo de organizar a los discípulos; después las apariciones del resucitado y los poderes concedidos a la Iglesia. A nuestro juicio, esto es lo que debería parecer importante y definitivo. La pasión podía entrar en la sombra, como un intermedio desafortunado que, gracias a Dios, no había tenido consecuencias duraderas [...] 

Sin embargo, la luz de la resurrección no favoreció esta visión. No llevó a una religión de evasión. En modo alguno apartó a los cristianos de los aspectos dolorosos de la vida de Jesús, por el contrario los condujo a valorar toda la existencia de su Salvador y en particular sus aspectos más desconcertantes: la contradicción y el sufrimiento» 6. En efecto, los relatos evangélicos no presentan huellas de una dulcificación o disminución del tormento y muerte de Jesús a causa de su resurrección. Sin embargo, la historia de la pasión no suele describir con detalle los tormentos infligidos a Jesús. La atención está centrada, sobre todo, en dos datos. 
En primer lugar, se juzga lo sucedido no como fruto del azar impersonal ni como mera consecuencia de la sola voluntad humana. En el origen de estos hechos está la voluntad divina; en ellos se cumple el designio del Padre. La urgencia de narrar los sucesos como voluntad de Dios, algo que ya aparece en los tres anuncios de la pasión, habría llevado a echar mano de pasajes del Antiguo Testamento; sobre todo el cuarto canto del Siervo sufriente (Is 52,13-53,12) o los salmos del justo perseguido (en concreto los Sal 22 y 69). A la luz de estos pasajes de las Sagradas Escrituras se narran los hechos-acaecidos durante la pasión de Jesús. Pero esto no significa que esos pasajes proféticos hayan originado los relatos evangélicos, como han sugerido algunos estudiosos 7. Por el contrario, como se puede constatar con facilidad, los relatos evangélicos no inventan circunstancias o elementos con el fin de poner en evidencia el cumplimiento de las Escrituras; en ellos no encontramos nada que no sea propio de los pormenores históricos de la época en que vivió Jesús y del tormento de la crucifixión 8
En segundo lugar, se afirma con claridad el papel protagonista que el sanhedrín de Jerusalén ejerció en la condena de Jesús llevado por su celo de defender la santidad de Dios. Esta responsabilidad de las autoridades judías aparece afirmada explícitamente en varios libros del Nuevo Testamento 9

En realidad, el motivo por el que se escribió la historia de la pasión no estaba en realizar una crónica, relatar la materialidad de los hechos; que, por lo demás, era bien conocida de aquellos a quienes se les leía este relato. A los autores sagrados, urgía sobre todo comunicar el significado de tales hechos, su valor salvífica. La preeminencia que tiene la pasión de Jesús en los evangelios procede no tanto del impacto sensible que estos hechos provocaron en sus seguidores, sino del significado sorprendente que reconocieron en ellos: desvelaban el verdadero sentido de la vida de Jesús, su verdadera misión. Desde los inicios, los primeros cristianos consideraron los sufrimientos y la muerte de Jesús como la razón de su existencia. Reconocían que Jesús había venido para cumplir la voluntad del Padre al aceptar la muerte en rescate por muchos (cf. Me 10,45). Esta voluntad misericordiosa de Dios manifestada en la muerte redentora de Jesús hizo que la comunidad cristiana hablara siempre de estos acontecimientos con conmoción y gratitud. De igual modo, la memoria de este gran acontecimiento salvífico urgió a los predicadores cristianos a anunciarlo a todos los hombres. 

Por lo demás, este sentido teológico de_ la muerte de Jesús no fue una invención de la comunidad, sino que fue afirmado por fidelidad a la propia interpretación que Él mismo comunicó a sus discípulos en varias ocasiones a lo largo de su vida y al comienzo de su pasión. Hechos y significado teológico-salvífico son inseparables en la conciencia de Jesús. El anuncio cristiano, la proclamación de sus misioneros, exige la fidelidad en la narración de los hechos no solo en su aspecto material, sino también en el sentido que les otorgó su Maestro. 

Sin embargo, según es fácil deducir de la información evangélica, el significado de la pasión, a pesar de las explicaciones de Jesús, no fue acogido de inmediato por los discípulos, que cayeron en la tentación de la duda y estuvieron dominados por el miedo. En efecto, al conocer la condena del tribunal supremo judío y la posterior muerte de Jesús en cruz, percibieron estos hechos como escandalosos, como el fracaso definitivo de la misión de Aquel que seguían. Si pudieron superar aquella terrible prueba de fe, leyendo de un modo diferente lo que había sucedido en Jerusalén aquel viernes del mes de Nisán, no fue porque se pusieron a reflexionar sobre los textos del Antiguo Testamento. Solo otro acontecimiento imprevisible, la resurrección de Jesús, pudo sacarles de la desolación que les embargaba y permitirles superar la gran prueba. Después, gracias a la convivencia con el Resucitado, de escucharle su modo de interpretar lo sucedido a la luz de las profecías del Antiguo Testamento, pudieron ofrecer una explicación diferente de los hechos. Solo una inteligencia como la de Jesús pudo comprender los textos sagrados, solo Él pudo introducir una exegesis tan novedosa. Los hechos superaban los anuncios proféticos, esos textos sagrados no eran un relato previo de lo que iba a suceder; por tanto, ninguno de estos pasajes coincidía por completo con lo sucedido en ese viernes. Las palabras de los textos sagrados no eran suficientes para desvelar la profundidad de los hechos a cualquier contemporáneo de Jesús conocedor de esas profecías. Solo el mismo Jesús pudo desvelar su sentido profundo, su verdadero significado. Luego, los apóstoles, de modo particular Pablo, penetrarán en sus palabras e intentarán expresarlas de forma más teológica. Pero no inventaron nada. El hecho y su significado eran demasiado excepcionales para que pudieran inventarlos. Los evangelistas, narrando los hechos sucedidos, transmitieron también la interpretación que de ellos dio el mismo Jesús. 

Afirma H. Schlier, «cada acontecimiento histórico remite a su texto y tiene un texto. Sin este no hay 'acontecimiento' en el pleno sentido de la palabra 10. Los evangelistas transmiten estos acontecimientos dentro de un relato, de una composición literaria. En este sentido, es absolutamente necesario entender perfectamente la narración escrita contenida en los evangelios, intentado resolver todas las oscuridades lingüísticas que encontramos en ella, al mismo tiempo que debemos prestar atención a los hechos que testimonian y a su modo de narrar. Solo así podremos alcanzar el verdadero significado de la historia de la pasión. Y una clave que hay que tener en cuenta para resolver las dificultades y extrañezas que contienen algunos relatos es el origen semítico de la tradición evangélica. Es siempre peligroso interpretar un texto o apelar a su sentido teológico sin haber intentado resolver todas sus extrañezas redaccionales 11. Pues bien, este estudio filológico en los evangelios nunca será completo si no se especifica, en caso necesario, como filología bilingüe; es decir, greco-semítica, ya que la tradición evangélica, como hemos intentado mostrar en otros estudios, fue formulada originalmente en arameo 12. En nuestro estudio, el recurso al sustrato semítico será fundamental para resolver tanto las oscuridades lingüísticas, como algunas divergencias entre los relatos evangélicos. Ciertamente las reconstrucciones ofrecidas son hipótesis de lectura, pues no nos han llegado los textos semíticos de los evangelios. Pero creemos que la utilización de tal recurso en la interpretación de los textos evangélicos 'queda abalado por la luz que arroja sobre ellos. 

Por otra parte, los relatos evangélicos, aunque sean fieles a.lo sucedido, no tienen el estilo de las obras históricas de Plutarco, Tácito o Suetonio. La historia de la pasión está narrada por cristianos, como el mismo relato evidencia, y se dirige también a cristianos para confirmar su fe. A veces, esta intención teológica de los autores sagrados se ha indicado como una objeción a la autenticidad de lo narrado en los evangelios al considerar que su finalidad principal era apologética. Pero la fe cristiana es esencialmente histórica, nace y se apoya en unos acontecimientos que sucedieron realmente. Por tanto, anuncio y acontecimiento histórico son inseparables; es decir, la predicación cristiana solo tiene consistencia en cuanto son verdaderos los hechos que se testimonian. 
Afirma Léon-Dufour: «Sin el hecho del que se declara garante, esta fe no tiene razón de ser; así lo evidencian claramente san Pablo (1Cor 11; 15) o los relatos de control eclesiástico narrados en los Hechos de los Apóstoles (Hch 8). Su edificio reposa en el hecho de la pasión y resurrección de Jesús. A partir del hecho se elabora la teología ulterior del bautismo y de la conducta cristiana. La ligazón con la vida terrestre de Jesús es tal que la comunidad se muestra cuidadosa en el conservar los testimonios de aquellos que acompañaron a Jesús desde el bautismo de Juan (Hch 1,22), vida terrestre de la que la comunidad se hace garante (cf, Hch 2,32; 3,15; 4,33; 5,32; 10,41; 13,31...). Y esta comunidad no es un masa anónima, sino un grupo estructurado que animan y guían los testigos oficiales»13

No obstante, si comparamos los diferentes evangelios entre sí, es fácil identificar llamativas diferencias, e incluso contradicciones, en la transmisión de lo acontecido: Las más llamativas se encuentran en el cuarto evangelio respecto a los tres sinópticos. Recordemos las principales. Según los tres primeros evangelistas, la última cena tuvo lugar con ocasión de la celebración pascual; según Juan, sin embargo, parece ser una comida de despedida. El cuarto evangelio transmite un largo discurso pronunciado durante esta cena, del que no existe ninguna huella en los evangelios sinópticos; solo Lucas hace referencia a un discurso de Jesús, mucho más breve, durante el banquete. También Juan parece desconocer el juicio ante el sanhedrín, pues Jesús comparece ante el sumo sacerdote Anás; su interrogatorio tiene el aire de ser una instrucción preparatoria para llevarlo ante el tribunal de Pilato. Llamativa es la divergencia que existe entre los evangelistas respecto a la fecha en que murió Jesús: mientras que el cuarto evangelista parece colocar la muerte de Jesús en el 14 de Nisán, los tres primeros la sitúan en el 15 de Nisán, día de la Pascua judía. 
No obstante, los cuatro evangelistas coinciden en afirmar que fue viernes el día de la semana en que murió Jesús. Además Juan ofrece informaciones desconocidas por los sinópticos, como el lavatorio de los pies, el largo diálogo de Pilato con Jesús, la flagelación como pena independiente de la crucifixión, la presencia de la Virgen María y el apóstol amado a los pies de la cruz. Pero también una comparación atenta de los tres primeros evangelios entre sí pone en evidencia llamativas diferencias. Las más vistosas son las informaciones que aparecen en uno de ellos y son ignoradas por los otros. Así, Mateo refiere la intercesión de la mujer de Pilato a favor de Jesús, los fenómenos acaecidos después de su muerte en cruz y la petición que las autoridades judías dirigieron a Pilato para que la tumba estuviera vigilada por algunos días. Lucas, por su parte, narra el juicio de Jesús ante Herodes Antipas, el lamento de las mujeres en el camino al Calvario y su diálogo con el buen ladrón, además de algunos dichos pronunciados durante la última cena. 

Los estudiosos han intentado 'explicar estas diferencias, o al menos justificarlas, apelando sobre todo a la intención literaria o teológica del evangelista; aunque no se ponen de acuerdo a la hora de explicar dicha finalidad teológica. En otras palabras, los exegetas no logran alcanzar una explicación unánime de los grandes problemas que contienen los relatos de la historia de la pasión. Por ello, no es extraño que no pocas cuestiones se sigan debatiendo todavía hoy, después de décadas de estudio. Entre otras, la fecha de la muerte de Jesús, el carácter pascual de la última cena, el papel jugado por las autoridades judías en la condena de Jesús, la competencia judicial del sanhedrín durante la dominación romana, o la realidad histórica del privilegio pascual que permitió la liberación de Barrabás, ya que fuera de los evangelios no se han encontrado informaciones claras que la confirmen. 
Por otra parte, algunos estudiosos dudan de que en el breve espacio de tiempo de menos de un día, como sostienen los relatos evangélicos, hayan podido suceder todos los acontecimientos de los que nos informan los evangelistas. Por añadidura, parece imposible alcanzar una coincidencia en la reconstrucción topográfica y la secuencia temporal de los hechos narrados. 

Con este libro intentaremos responder desde el punto de vista histórico a algunas de las cuestiones mencionadas e indicaremos pistas de solución para otras. No obstante, somos conscientes de que este esfuerzo por hallar una solución a los problemas históricos y literarios que plantean estos relatos no es suficiente para desvelar el significado de lo que ocurrió ese viernes de Nisán en Jerusalén. Ciertamente la racionabilidad de la fe se fundamenta sobre la realidad histórica, y por ello es decisivo mostrar la validez histórica del testimonio evangélico. Pero para conocer el significado de lo acontecido se requiere una inteligencia que no nace del estudio histórico y filológico, sino de la pertenencia a la Iglesia, donde pervive el acontecimiento y el testimonio que nos legaron los testigos. 
A lo largo del libro, en breves comentarios, iremos aludiendo a dicho significado, prestando ante todo atención a la conciencia que manifestó Jesús a través de su comportamiento y sus palabras. 

La celebración litúrgica de la pasión de Jesús comienza el domingo de Ramos con su entrada triunfal en Jerusalén. Las versiones modernas de los evangelios sinópticos suelen indicar como prólogo a la pasión la conspiración de los miembros del sanhedrín para acabar con Jesús 14
Según la narración evangélica, en los días posteriores a su entrada en Jerusalén Jesús subió a la ciudad santa para desarrollar allí una actividad de enseñanza y predicación en el área del templo. Al final de cada jornada, volvía a Betania, a la casa de Lázaro, donde pasaba la noche. El día previo a la pascua, cuando se mataban los corderos en el templo, Jesús encargó a dos de sus discípulos preparar todo lo necesario para celebrar la cena pascual. 
Algunos estudiosos consideran este evento el verdadero comienzo del relato de la historia de la pasión. Nuestro estudio, sin embargo, se centrará en los sucesos acaecidos desde el prendimiento de Jesús en el Huerto de los Olivos hasta su sepultura. Ahora bien, creemos necesario abordar algunas cuestiones previas que ayuden a enmarcar mejor la pasión y muerte de Jesús. Por eso, en el capítulo inicial centraremos nuestra atención en tres problemas. 
Por una parte, estudiaremos las noticias cronológicas que tenemos recogidas en los evangelios sinópticos y en el cuarto evangelio, con el fin de situar los acontecimientos relacionados con la muerte de Jesús. 
En segundo lugar, intentaremos averiguar si la decisión de acabar con Jesús que tomó el tribunal supremo judío fue repentina y sin premeditación o, por el contario, conducida de forma consciente durante un largo periodo de tiempo. Por último, examinaremos algunos de los gestos y palabras de Jesús en la última cena para identificar el significado que confirió a su muerte. En el resto de los capítulos abordaremos varias dificultades que los estudiosos han identificado en las principales escenas de la historia de la pasión, desde el prendimiento de Jesús hasta su sepultura. Entre otras, la presencia de los soldados romanos en el prendimiento de Jesús, la muerte de Judas, el motivo de la condena de Jesús por el alto tribunal judío, el sueño de la mujer de Pilato, el privilegio pascual, las noticias cronológicas dispares; además de detenernos a estudiar la conciencia de Jesús ante su muerte y el valor que le otorgó.
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1  Cf. R. Bauckham, Jesus and the Eyewitnesses. The Gospels as Eyewitness Testimony (Eerdmans, Grand Rapids 2006) 14-147. Sobre la antigüedad de estos relatos véase, J.B. Green, «Passion Narrative», en J.B. Green-S. McKnight-1.H. Marshall (ed.), Dictionary of Jesus and the Gospels (lnterVarsity, Downers GroveLeicester 1992) 604; R.E. Brown, The Death of the Messiah. From Gethsemane to the Grave. A Commentary on the Passion Narratives in the Four Gospels (Doubleday, New York 1994) 92.
2 X. Léon-Dufour, «Passion (Récits de la)»: DBS 6 (1960) 1481. Cf. también R.E. Brown, The Death of the Messiah, 53-57.
3 X. Léon-Dufour, «Passion», 1440.
4 M. Kahler, The So-Called Historical Jesus and the Historical Biblical Christ, (Fortress, Philadelphia 1964) 80 nota 11.
5 Véase, por ejemplo, en el Evangelio según Marcos las diferentes referencias a la pasión y muerte de Jesús: 2,7; 3,6.22-30; 8,31; 9,31; 10,33s; 11,18; 12,12
6 A. Vanhoye, «I racconti della Passione nei vangeli sinottici», en Varios, La Passione secondo i quattro Vangeli (Queriniana, Brescia 52003) 16s.
7 Por ejemplo, J.D. Crossan, The Cross that Spoke. The Origins of the Passion Narrative (Harper&Row, San Francisco 1988).
8 Por ejemplo, el lamento de las mujeres era la forma de acompañar al condenado; el reparto de los vestidos u ofrecer una bebida fuerte entraban dentro de la realización normal de una crucifixión; también era normal indicar mediante un titulus el motivo de condena; etc.
9 Véase Me 15,1.10-11; Mt 27,1-2.12-14.20; Jn 18,35; 19,6-7; Hch 3,13-15; 4,10-11; 13,27-28; 1Tes 2,15; etc
10 H. Schlier, Sobre la resurrección de jesucristo, (30Días, Roma 2008) 14.
11 Hace algunos años J. Carmignac, Recherches sur le 'Notre Pere' (Letouzey&Ané, París 1969) 6s, insistía con razón en la prioridad de un estudio filológico serio antes de identificar el sentido teológico del relato: «Puesto que una buena teología supone una buena exégesis, y una buena exégesis supone una buena filología, la solidez de las bases filológicas es la garantía indispensable de las exposiciones exegéticas y teológicas. De ahí que yo haya dado siempre la prioridad a la filología, precisamente para llegar a una mejor exégesis y una mejor teología».
12 Varios libros de la colección Studia Semítica Novi Testamenti se centran en pasajes difíciles que adquieren luz apelando a un original semítico del pasaje evangélico. Nuestro estudio tendrá en cuenta lo publicado en dicha colección.
13 X. Léon-Dufour, «Passion», 1480.
14 Mt 26,1-5; Me 14,1-2; Le 22,1-6.

Al Pie de la Cruz - Gema Martín

viernes, 28 de marzo de 2025

AL PIE DE LA CRUZ ✝ por GEMA MARTÍN


AL PIE DE LA CRUZ

"Cierro los ojos e imagino tu madero,
y la sangre que derramas 
sobre el polvo del camino.

Me pregunto qué ha ocurrido
y por qué me he merecido
que tu corazón de niño
se desgarre por el mío.

Me pregunto por qué a mí,
por qué a mí me has escogido;
por qué has querido entregarle
a esta pobre tu cariño.

Deja que tu sangre 
se derrame por las piedras
que con tus rodillas pisas,,
desgarrándote la piel por mí.

Déjame empapar 
la piedra de mi corazón,
para que lata junto al tuyo,
y así empiece a ser de carne.

Deja que tu gloria 
me levante con la cruz,
que al elevarse me ha extasiado
y me ha cegado con su Luz.

Y déjame quedarme contigo 
al pie de la cruz,
para que mi último suspiro 
sea contigo, mi Jesús"

Gema Martín


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