EL Rincón de Yanka: PADRE MIGUEL AGUSTÍN PRO JUÁREZ, S.J., EJEMPLO DE TESTIGO, DE DE FE Y DE FIDELIDAD A CRISTO 🕂

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martes, 4 de octubre de 2022

PADRE MIGUEL AGUSTÍN PRO JUÁREZ, S.J., EJEMPLO DE TESTIGO, DE DE FE Y DE FIDELIDAD A CRISTO 🕂

Padre Pro ejemplo de fe católica 
y fidelidad a Cristo
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¿Qué harías si el gobierno te apresara para matarte?

“Pediría que me permitieran arrodillarme, tiempo para hacer un acto de contrición, y morir con los brazos en cruz y gritando:

¡VIVA CRISTO REY!

Así respondió el beato jesuita Miguel Agustín Pro Juárez, S.J., cuando le preguntaron que haría si el gobierno lo apresara para matarlo.

Biografía del Padre Pro:
José Ramón Miguel Agustín Pro nació el 13 de enero de 1891 en Zacatecas y murió el 23 de noviembre de 1927 en la ciudad de México, fue un sacerdote católico activista de los derechos humanos, jesuita acusado de participar en actos de terrorismo y sabotaje en el conflicto Iglesia-Estado que afecto a México entre 1926 y 1929 denominado como Guerra Cristera.
Luego de que el gobierno de México decidiera reglamentar los artículos 27 y 130 de la Constitución política del país en materia de relaciones Estado-Iglesia, una ola de descontento y protestas cundió por todo el país. Como consecuencia de ello se crearon la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa y otras organizaciones de laicos, religiosos y sacerdotes católicos.

El padre Pro brindó durante ese periodo sus servicios como consejero espiritual y sacerdote a varias de esas organizaciones. Se hizo rápidamente popular entre los católicos y, por ello mismo, fue visto con recelo por las autoridades que resentían su disposición a rechazar, muchas veces de manera jocosa, las restricciones impuestas por la nueva legislación.
Por ello fue acusado, junto con su hermano Humberto y otros laicos y religiosos como Concepción Acevedo de la Llata —la madre Conchita (no confundir con Concepción Cabrera de Armida, otra religiosa mexicana frecuentemente identificada como este sobrenombre)—, de participar en una vastísima conspiración para oponerse y derrocar a las autoridades del país.
El ministerio público construyó un caso endeble que ha sido frecuentemente criticado tanto por el tipo de pruebas usadas como por las acusaciones levantadas en contra de los hermanos Pro y otros más. Fue decretada su muerte por fusilamiento, sin juicio alguno, por orden directa de Plutarco Elías Calles al general Roberto Cruz a pesar de haberse obtenido un amparo a su favor: no fue permitida la entrada al actuario para presentarlo y lograr que se suspendiera la ejecución.

La debilidad de las acusaciones y el carisma de Pro hicieron que muy pronto su caso se convirtiera no solo en un ejemplo de los excesos cometidos por el gobierno de México en ese entonces, sino también para que se promoviera su causa de beatificación que, finalmente, fue admitida por la Santa Sede, por lo que ahora se le venera con los títulos de mártir y beato. (Fuente Wikipedia).
Sus restos se encuentran ubicados en la Parroquia de la Sagrada Familia, ubicada en la ciudad de México.
A un costado de la parroquia se encuentra un museo con pertenencias del padre Pro ,su biografía así como un recorrido que a continuación en imágenes les mostraré, agradezco al museo me haya permitido tomar estas imágenes para mostrarlas a todos ustedes.

Que nunca falte en nuestros corazones el grito:

¡VIVA CRISTO REY!

Que nunca falten los fieles sacerdotes que con su ejemplo siguen dando vida a todos los creyentes.
Que el ejemplo del padre Pro nos motive a ser valientes y fieles siempre a Cristo como el lo fue hasta la muerte.
Y que está parte histórica religiosa en México llegue a todo el mundo para tocar muchos corazones y ser siempre valientes en nuestra fe.

Dios los bendiga siempre queridos hermanos en Cristo.
Duc in altum.


¿Cómo ser CRISTERO en la actualidad? Entrevista P. JAVIER OLIVERA RAVASI @QNTLC Contrarrevolución
 
¡Viva Cristo Rey! Cristeros y contrarrevolución - La Sacristía de La Vendée: 29-06-2023

LA CONTRARREVOLUCIÓN 
CRISTERA

Una verdadera guerra de religión, nunca antes vista en nuestro continente, se desencadenó a partir de ciertas leyes persecutorias contra la Iglesia y sus fieles, en el México de 1926 a 1929. En el conflicto, una gran parte del laicado católico, haciendo uso de los medios pacíficos primero, y violentos después, se alzó en armas contra el gobierno, incluso con el pesar de una gran parte de la jerarquía eclesiástica que dubitaba sobre el curso de acción a seguir.Al grito de «¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!» los católicos mexicanos intentarán defender los derechos de Dios contra un Estado empecinado por la ideología laicista y anticristiana.Tanto el gobierno como el Vaticano, con la connivencia de los Estados Unidos, luego de entender que la lucha podía ser perjudicial, llegarán a un acuerdo o modus vivendi que los combatientes aceptarán a regañadientes, sabiéndose destinatarios de una muerte segura.Juicios de valor acerca de la obra“Expone claramente la que es su tesis, maneja conceptos bien definidos y arma su discurso muy lógicamente… a través de las obras clásicas que utiliza muy bien. Defiende con pasión a los cristeros, lo que contribuye en mucho a la originalidad de su trabajo (Jean Meyer, del Dictamen como jurado en la tesis doctoral del Autor)“Es para mí una verdadera satisfacción anteponer algunas líneas a este excelente estudio sobre la gesta de los cristeros, uno de los episodios más gloriosos de la Iglesia del siglo XX. (…) En México, hasta hace poco, no se podía ni hablar de este asunto. Había que borrar hasta la memoria de los hechos. Javier Olivera Ravasi ha tenido el coraje de no acatar dicha inicua decisión y, a fuer que lo hizo con diáfana inteligencia” (Alfredo Sáenz, del Prólogo).“Un trabajo valiosísimo que se enfrenta a la conspiración del silencio contra la gran contrarrevolución católica hispanoamericana” (Enrique Díaz Araujo, Director de la tesis doctoral del Autor).

Prólogo 
P. Alfredo Sáenz, SJ

Es para mí una verdadera satisfacción la posibilidad que se me ha ofrecido de anteponer algunas líneas a este excelente estudio sobre la gesta de los cristeros, uno de los episodios más gloriosos de la Iglesia del siglo XX. Nos limitaremos en estas páginas a destacar los principales logros del autor.

Más allá de las interpretaciones meramente económicas o políticas, el Padre Javier Olivera Ravasi enmarca este combate en el contexto de la gran visión agustiniana de la historia. «Dos amores fundaron dos ciudades —decía aquel Padre de la Iglesia y gran teólogo de la historia—: el amor de Dios hasta el menosprecio de sí, la Ciudad de Dios, y la exaltación del hombre hasta el menosprecio de Dios, la ciudad del mundo». Es decir que el acontecer histórico, para que pueda ser entendido cabalmente, debe ser considerado desde los ojos de Dios y del gran designio divino de redención de la humanidad por la sangre de Cristo. Fueron dos cosmovisiones que se enfrentaron en el curso de los siglos. En el siglo XX adquirió un poder especial la facción de la «modernidad». Excluyente de Dios, enemiga de la Realeza de Cristo.

El Padre Javier Olivera Ravasi se explaya en su libro sobre estos temas. Destaquemos el aleccionador análisis que nos ofrece sobre la masonería en el siglo XIX y primeros decenios del XX, con especial atención a sus diversos grupos y obediencias. A ello podría sumársele también, no sólo el ideario de la Revolución Francesa, sino el de la Revolución Soviética, cuyos dirigentes tomaron el poder en Rusia en el año 1917, poco antes del levantamiento cristero, inspirando explícitamente a los sindicatos dependientes del gobierno perseguidor.

El lema del levantamiento católico fue realmente categórico: «Por Dios y por la Patria». La lucha se llevó adelante en defensa del catolicismo y del nacionalismo mexicano, jaqueados ambos por el enemigo de Dios y de la Patria, aquel enemigo que detentaba el poder, con el respaldo del extranjero. Tratábase de dos amores jerarquizados: el amor a la Patria conculcada, subordinado al amor de Dios. Por eso los caídos en aras de la Patria pueden ser considerados auténticos mártires, según las enseñanzas de Santo Tomás. El grito habitual de aquellos héroes: «¡Viva Cristo Rey!», les mereció el nombre sarcástico de «cristeros», dado por sus enemigos  llegó a ser no sólo una simple consigna o fórmula de reconocimiento, sino toda una definición. Cuando San Agustín trató de las Dos Ciudades no dejó de señalar que cada una de ellas tenían su propio rey: el de la Ciudad de Dios era Cristo y el de la ciudad del mundo era Satanás.

Nada, pues, de extraño que los dos ejércitos contendientes vivaran a sus respectivos Capitanes. A la pregunta de los «federales», es decir, de los soldados del Gobierno perseguidor: «¿Quién vive?», los cristeros siempre contestaban: «¡Viva Cristo Rey!». Los adversarios, por su parte, no vacilaban en gritar: «¡Viva Satán!». Tratóse, realmente, de una guerra religiosa, como lo hemos señalado reiteradamente. De una guerra teológica. Calles, el jefe de la represión, recibió de parte de algunos cronistas, el calificativo de «un hombre místico». Tratábase, por cierto, de una mística, pero invertida, la de Satanás. El presidente perseguidor entendía, si bien a su manera, que el combate que estaba librando, no era reductible a designios meramente políticos, sino que escondía raíces religiosas. Un periodista norteamericano que lo entrevistó por aquellos días sobre la cuestión religiosa, nos confiesa que quedó consternado por el temor ante las palabras que le oyó decir: «Vi en el fondo de ellas no el odio de una vida, sino de muchas generaciones de odio». Algo semejante manifestaría Portes Gil, quien sucedió a Calles en la presidencia de la República, al término de un banquete: 
«La lucha no se inicia, la lucha es eterna. La lucha se inició hace veintes siglos». Podríamos decir, por nuestra parte, que empezó aún antes, mucho antes, al comienzo de la historia humana, habiendo encontrado su momento crucial en el enfrentamiento personal entre Cristo y Satanás en el desierto. Un testigo presencial nos cuenta que durante el transcurso de la guerra cristera, asistió, en Guanajuato, a un banquete en la zona enemiga, que degeneró en auténtica orgía. Y que el general que la presidía «después de gritar contra Cristo y contra la Inmaculada Virgen, con vocablos inmundos, principió a aclamar a Lucifer por quien brindó entre gritos de aprobación». Las injurias eran contundentes: «¡Muera Cristo! ¡Abajo Cristo! ¡Aplastemos a Cristo! ¡Nuestro dios sea Lucifer! ¡Él sea nuestro jefe! ¡Arriba Lucifer! ¡Viva Lucifer!».
Quisiéramos destacar, para ir concluyendo, el modo tan sapiencial como el autor ha encarado el último y penoso capítulo de nuestra gesta, el de los denominados «Arreglos», si es que arreglos pueden llamarse, que dieron fin a la contienda. El Padre Olivera Ravasi va señalando, con la delicadeza y el respeto debidos, las diversas responsabilidades en este «acuerdo», que muchos de los firmantes sabían que no se cumpliría. La Iglesia cedía en sus posiciones anteriores, y el Estado se comprometía, sin derogar las leyes, esas mismas leyes que habían sido causa del levantamiento, a permitir que se abrieran de nuevo los templos del país.

Refiriéndose a la epopeya de la Vendée, ocurrida en Francia dos siglos atrás, de la que la gesta de los Cristeros es casi como su réplica, un autor francés, Reynald Secher, señaló que el genocidio de vendeanos, que tras la victoria llevó adelante el ejército de la Revolución Francesa, siguió un nuevo genocidio, pero ahora intelectual —él lo denomina memoricidio— merced al cual la epopeya se convertía en un tema tabú, del cual no había que hablar, un tema voluntariamente olvidado. Según la versión oficial se trató de un grupo de «bandidos» que se levantaron en armas y fueron sofocados. También en el presente caso hemos presenciado un largo memoricidio. En México, hasta hace poco, no se podía ni hablar de este asunto. Había que borrar hasta la memoria de los hechos. Javier Olivera Ravasi ha tenido el coraje de no acatar dicha inicua decisión y, a fuer que lo hizo con diáfana inteligencia. Nuestras más cálidas felicitaciones.

P. Alfredo Sáenz, SJ