PAUL GLYNN
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La historia de Takashi Nagai,
converso y superviviente de la bomba atómica
El 9 de agosto de 1945 un B-29 norteamericano lanzó una bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Nagasaki, acabando en un abrir y cerrar de ojos con la vida de decenas de miles de personas e hiriendo y envenenando mortalmente a miles más. Entre los supervivientes se hallaba Takashi Nagai, un converso católico pionero en la investigación radiológica.Viviendo entre los escombros de una ciudad en ruinas y víctima de una leucemia causada por la sobreexposición a la radiación, Nagai pasó el resto de su extraordinaria vida sanando física y espiritualmente a una población destrozada por la guerra.
Réquiem por Nagasaki narra la emocionante historia de este hombre excepcional, empezando por su infancia y por los heroicos relatos y las virtudes estoicas de la religión sintoísta que profesaba su familia. El libro ofrece el estimulante relato de un viaje memorable desde el sintoísmo y el ateísmo hasta la fe católica. La biografía de Nagai, salpicada de curiosos detalles sobre la historia y la cultura japonesas, traza su búsqueda espiritual desde sus tiempos de estudiante de medicina en la Universidad de Nagasaki, sus años de servicio como médico militar durante la ocupación japonesa de Manchuria y su regreso a Naga-saki para dedicarse al campo de la radiología. El histórico barrio católico de la ciudad, donde Nagai vivió y fundó una familia, se convirtió en la zona cero de la bomba atómica.
PRÓLOGO
Shusaku Endo
Mucho antes de que la bomba atómica arrojada sobre Nagasaki hiciera célebre el barrio de Urakami, este ocupaba un lugar privilegiado en los corazones de los cristianos japoneses. A lo largo de los siglos en que el todopoderoso gobierno de Japón prohibió el cristianismo, la población campesina de Urakami conservó y vivió fielmente la fe cristiana.
En la década de 1860, el gobierno central supo de la existencia de estos cristianos ocultos y ordenó su arresto y encarcelación. Las noticias de la persecución alcanzaron a América y llegaron a oídos del presidente Ulysses Grant, quien en aquel momento mantenía conversaciones con un grupo de diplomáticos del gobierno japonés que habían cruzado el océano para renegociar un tratado entre ambas naciones. La declaración del presidente advirtiendo que ningún país que no reconociera la libertad religiosa podía considerarse «ilustrado» obligó al gobierno de Japón a liberar a los campesinos cristianos apresados, los cuales celebraron su libertad religiosa erigiendo con sus propias manos la espléndida catedral de Urakami.
El día aciago en que la bomba atómica americana estalló sobre Urakami, la catedral quedó reducida a escombros y buena parte de los descendientes de los cristianos que la edificaron perdieron la vida. La catástrofe nuclear sorprendió de lleno al decano de radiología de la universidad de Nagasaki, Takashi Nagai. Aunque sabía que su colaboración le expondría a una radiación mortal, Nagai puso sus conocimientos médicos y se puso a sí mismo al servicio de las víctimas de aquella ciudad asolada. Al cabo de un tiempo, enfermó y los efectos de la radiación le obligaron a pasar el resto de su vida confinado en cama.
Entonces Nagai se puso a escribir. Uno de sus libros, Las campanas de Nagasaki, suscitó una respuesta especialmente intensa en el corazón de la población nipona. En aquella época, a la mayoría de los japoneses, el cristianismo les seguía pareciendo algo ajeno y rehuían todo lo que pudiera estar relacionado con él, a excepción de Las campanas de Nagasaki, que se convirtió en un éxito de ventas nacional a pesar de su trasfondo explícitamente cristiano. En él descubrieron los japoneses lo que hacía mucho tiempo que la guerra había sepultado: el amor.
Los ciudadanos de Nagasaki acabaron venerando como santo al médico postrado en cama. Y esa veneración ha pervivido hasta hoy, mucho después de su muerte. En este libro, Paul Glynn rinde un justo homenaje a su legado. Tanto a cristianos como a no cristianos les conmovió profundamente la fe en Cristo de Nagai, comparable al Job de las Escrituras: en medio del desierto nuclear mantuvo el corazón sereno y en paz, sin mostrar resentimiento hacia nadie ni maldecir a Dios.
[*] Nota Editorial: La traducción adecuada del título de este libro sería «Una canción por Nagasaki», pero, como ya era conocido en español por «Réquiem por Nagasaki», se ha preferido mantener este título.
EPÍLOGO
Nagai describe por extenso y con emoción la última hora de Pablo Miki, uno de los veintiséis crucificados en Nagasaki. En el bushido, el código samurái, la mayor virtud es vivir y morir fiel al shukun o señor feudal. El símbolo escogido por los samuráis es la flor del cerezo, cuyos pétalos caen al tercer día de haber brotado. Un samurái tiene que estar dispuesto a morir joven si el honor así se lo exige. Nagai comprendía el peligro que entrañaba este ideal, pero –como Francisco Javier y como Valignano, su sucesor– comprendía también su grandeza.Miki pronunció una «canción de despedida» antes de morir y Nagai, descendiente de samuráis, creyó llegado el momento de componer la suya. Él no se inspiró en la flor del cerezo, sino en la rosa blanca. Aunque nuestro idioma es incapaz de transmitir el ritmo de la poesía japonesa, esta sería una traducción aproximada de sus versos: «Adiós, carne mía. Ahora debo partir, igual que la fragancia debe abandonar a la rosa».
Cuando, en el funeral por las víctimas de la bomba atómica, Nagai dirigió unas palabras a los asistentes, sorprendentemente empleó el término hansai para pedirles que ofrecieran aquellas muertes a Dios como un completo holocausto. Algunos se quedaron impactados y otros se enfadaron. La sensibilidad de Nagai le llevó a plantearse si no se habría equivocado al decir aquello. En un libro escrito poco antes de su muerte llegaba a la conclusión de no haber cometido un error al alentar a la gente a aceptar la tragedia como un hansai.
¿Qué prueba ofrecía?: la paz con que esa aceptación inundaba el corazón. Nagai se había convertido en un hombre de la Palabra de Dios, capaz de discernir los asuntos más importantes a la luz de las Escrituras. Por eso estaba convencido de lo acertado del concepto hansai, pues tanto para él como para otros traía consigo «los frutos del Espíritu Santo». Según Nagai, así se dice en Gálatas 5, 22: «Los frutos del Espíritu Santo son la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la continencia: contra estos frutos no hay ley».
Y en Jeremías 6, 16: «Haced un alto en los caminos y mirad, preguntad por las antiguas rutas cuál es el camino del bien, y seguidlo, y hallaréis descanso para vuestras almas».
Ante la encrucijada de la muerte, Nagai afirmaba que la espiritualidad hansai le llenaba de inmensa paz. Si alguien habla japonés y ha estado presente en los aniversarios de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, habrá observado una gran diferencia entre una y otra ciudad. Yo hace años que la percibí; y en 1985, en las ceremonias que conmemoraban el 40 aniversario, se lo oí decir a algunas personas que solían asistir a ambas.
«La de Hiroshima es más amarga, más ruidosa, y está muy politizada por la izquierda y el antiamericanismo. Su símbolo sería un puño cerrado en señal de ira. La de Nagasaki es triste, silenciosa, reflexiva, apolítica y orante. Más que condenar a Estados Unidos, abomina del pecado de la guerra, y especialmente de la guerra nuclear. Su símbolo son las manos juntas en oración».
Shigeru Idei es un profesor de matemáticas que ha impartido clases en numerosas universidades de Tokio, incluida la de Waseda. En la actualidad ha renunciado a las matemáticas para dedicar todo su tiempo a un movimiento pacifista de inspiración sintoísta que, en los oscuros días del militarismo japonés que precedieron a la segunda guerra mundial, fue iniciado por su padre. Este había permanecido encarcelado varios años por oponerse a la precipitada carrera de Japón hacia la guerra. Su hijo ha querido dar continuidad al compromiso de su padre a favor de la paz. En colaboración ecuménica con otras religiones, el colectivo ha erigido monumentos de piedra por la paz en Japón, Europa, Australia y América. En una ocasión le pregunté por esa diferencia entre Hiroshima y Nagasaki, y esta fue su respuesta:
«El saber popular lo expresa a la perfección: Sakebi no Hiroshima, inori no Nagasaki: grita Hiroshima, reza Nagasaki».
Tal vez sea porque en las imágenes de televisión retransmitidas por todo el mundo – y en la naturaleza del hombre– los gritos de Hiroshima se llevan la parte del león. Aun así, conviene señalar que buena parte de esos gritos no proceden de la población de Hiroshima; según dicen algunos de sus habitantes con indignación, ese día acude a la ciudad gente venida de otros lugares que «manipula» lo que debería ser una jornada de honda reflexión. Nagai ha sido, por encima de cualquier otro, el principal responsable de esa atmósfera espiritual en la conmemoración de la bomba atómica sobre Nagasaki.
En un principio, la palabra hansai fue como una bofetada en el rostro de unos supervivientes conmocionados. Una bofetada en la cara es capaz de hacer milagros con una persona histérica porque la devuelve a la realidad. Y no fueron solo las víctimas directas de la bomba atómica las que necesitaron un tratamiento tan drástico. Después de la bomba atómica hemos visto a no pocas generaciones histéricas dar la espalda a la realidad. La generación del fracaso, por ejemplo:
buena parte de sus miembros han vivido (literalmente) hundidos y aterrorizados por la posibilidad de la guerra nuclear. Esa desesperanza del alma es, sin duda, una radiación peor que la que acabó con la vida de Nagai. Cuando visité Japón en el 40 aniversario de la bomba atómica, conocí a una mujer desesperada: una psicóloga de mediana edad famosa por las clases que impartía en la ciudad de Osaka, además de una competente escritora que asesoraba a madres y esposas.
Su mundo radiante y prometedor se vino abajo el día que supo que padecía un cáncer terminal. Ella, que llevaba años ayudando a superar el insomnio a pacientes con enfermedades nerviosas, ahora se sumaba a sus filas. Dos días antes de una peligrosa intervención, asistió muy deprimida a la misa dominical. Se acercaba el aniversario de la bomba atómica y el sacerdote predicó una homilía sobre el Dr. Nagai, muy breve y muy sencilla, pero estimulante:
«Todos hemos de experimentar el dolor y la tragedia, incluida esa última tragedia que es la muerte, y tal vez una muerte violenta. Si nos sostiene la misma fe que a Nagai en la Providencia divina y en la muerte de Cristo que lo abarca todo, nos enfrentaremos a ello sin perder la paz».
La mujer ya había oído esas palabras antes, pero esta vez la golpearon con la fuerza de un satori, esa antigua y venerada palabra japonesa que significa «despertar espiritual». Volvió a ser ella misma, ingresó en el hospital colmada de paz y durante su convalecencia escribió un libro –que le llevó menos tiempo que cualquier otro– sobre un problema tan viejo como nuestra raza, motivo de muchas de las crisis que había presenciado en el ejercicio de su profesión: el de la incapacidad de afrontar el dolor.
El espíritu hansai de Nagai era el tema central de la obra.
Franklin D. Roosevelt, el hombre que puso en marcha el proyecto de la bomba atómica, decía: «No tenemos miedo a nada excepto al miedo mismo». Fue precisamente al contemplar la devastación nuclear y ver que no le quedaba nada cuando Nagai descubrió que lo poseía todo. En medio de aquel desierto moderno, experimentó una especie de regreso al jardín del Edén que le permitió «volver a caminar junto a Dios».
Como sus antepasados, los mismos que compusieron el nenbutsu, comprendió que la única realidad es «el ahora», el aquí y ahora; comprendió que, cuando se contempla y se acepta la realidad como lo único «auténticamente real», se puede caminar y conversar con Dios en verdadera oración. Este regreso al Edén es el comienzo del Paraíso sin fin, de la Visión Beatífica.
Nuestra sociedad intenta resolver el problema del sufrimiento suprimiendo el dolor: una solución negativa que nunca podrá ser una solución total. Nuestros bisabuelos vivieron sin analgésicos, sin aire acondicionado, sin aviones ni vacaciones pagadas. Y, si los comparamos con nuestra generación, no da la impresión de que fueran muy desgraciados. En mi opinión, su sociedad no estaba tan fracturada y alienada, tan inquieta e insatisfecha como la nuestra.
Me pregunto si ese dolor físico con el que convivían no les ayudaría a ser realistas y a afrontar los asuntos intrínsecamente humanos: esos que Nagai llamaba metafísicos o «más allá de los físicos». El cáncer no es un problema de hoy, como no lo es la crisis de la mediana edad. Y, sin embargo, para la profesora de la Universidad de Osaka ambas cosas se convirtieron en algo plenamente actual. De un plumazo, su placentera y próspera vida perdió todo su sentido.
El informe de un patólogo la dejó desnuda y temblando de miedo. Y fue la sólida espiritualidad de Nagai lo que la ayudó a contemplar y aceptar esa desnudez e indefensión primigenias y a descubrir que la realidad del aquí y ahora no es hostil, porque en ella se encuentra presente Dios. Con ese descubrimiento, siempre viejo y siempre nuevo, saboreó la paz y fue capaz de decir con serena sencillez: dame hoy mi pan de cada día. A cada uno de nosotros nos tocará algún día experimentar nuestra propia crisis de la mediana edad o de la vejez o escuchar el informe de un patólogo o un cardiólogo; todos habremos de enfrentarnos, en nosotros mismos o en nuestro entorno, al alcoholismo, los problemas de la droga, los accidentes de tráfico, los trastornos mentales o el divorcio.
Por lo que a mí respecta, lo que más me atrae de Nagai es que supo encarar estos problemas modernos tan complejos y salir de ellos fortalecido y más digno aún de admiración. Durante aquel primer funeral, él mismo afirmó ante los familiares de las víctimas que los sucesos de Urakami, la bomba atómica, las ruinas de la catedral y la rendición del emperador el 15 de agosto no fueron algo fortuito, sino providencial. Eso es lo que descubro yo en la vida de Nagai: la Providencia Divina le llevó a vivir las peores experiencias del siglo XX para convertirlo en guía de otros muchos. Su aviso a navegantes ha quedado resumido en las últimas palabras de su agonía: «Rezad, por favor, rezad».
GLOSARIO DE TÉRMINOS Y EXPRESIONES JAPONESAS
Akogare: deseo, anhelo
Arigato: gracias Banzai: grito japonés de entusiasmo o triunfo («hurra»)
Bushi: samurái
Bushido: código de caballería o código samurái
Cha no yu: ceremonia del té
Chokata: cabecilla (de los cristianos japoneses perseguidos)
Chokkan: intuición
Chonan: primogénito
Daikon: rábano grueso japonés
Daimyo: señor feudal, barón
Dozo: por favor
Dozo o-raku ni: «por favor, sentaos cómodamente»
Furoshiki: pieza cuadrada de tela que se utiliza para transportar objetos
Futon: edredón japonés
Genkan: galería principal de la casa
Gomen kudasai: «disculpe, ¿puedo entrar?»
Haiku: verso de 17 sílabas
Hanami: contemplación de las flores
Haru-gasumi: neblina primaveral
Hata-age: fiesta de las cometas
Hi no Maru: bandera japonesa
Hibakusha: víctima de la bomba atómica
Ikebana: arreglo floral
Inotte kudasai: «por favor, rezad»
Itte irasshai mase: fórmula de despedida
Itte mairimasu: respuesta a la fórmula de despedida pronunciada por otra persona
Jisei no uta: canción o poema de despedida antes de morir
Kaa-chan: mamá
Kamikaze: viento divino
Kannushi: sacerdote sintoísta
Kanpo yaku: medicina herbal china
Kenpeitai: policía militar del pensamiento
Kokoro: corazón (espíritu)
Kokutai: pueblo japonés, conjunto de japoneses
Konnichi wa: «buenos días» o «buenas tardes»
Koto: cítara japonesa
Kun: forma familiar de san, usada principalmente para varones
Manyoshu: primera antología lírica japonesa (literalmente, «colección de una miríada de hojas»)
Miai: entrevista formal de una pareja con vistas al matrimonio
Michi: camino
Mi-shinja: no creyente
Mizu: agua
Monpe: pantalones femeninos holgados impuestos en tiempo de guerra
Moshi moshi: «hola, hola»
Nakodo: intermediario matrimonial
Nemaki: prenda para dormir
Nihon-teki: auténticamente japonés
O-bento: almuerzo
O-cha: té verde
O-den: guiso japonés de verduras, patatas y carne
O-furo: baño japonés
O genki de: «que te mejores», «cuídate»
O-hayo gozaimasu: «buenos días» (literalmente, «es temprano»)
O-ka-san: madre
Onshi: venerado maestro
O-tera: templo budista
O-to-san: padre
San: sr., sra., srta.
Sama: forma honorífica de san
Satori: despertar espiritual
Sayonara: adiós
Seiza: postura ceremonial de sentarse
Sennin: chamán de las montañas
Sensei: maestro o doctor
Shigoto: trabajo (algo que implica un servicio a alguien)
Shinpu-sama: padre (sacerdote católico)
Shinto: sintoísmo, religión sintoísta, «el camino de los dioses»
Shoji: puerta o ventana corredera compuesta de papel japonés tensado sobre un marco de madera
Shujin: señor (así llaman las esposas a sus maridos, a veces irónicamente)
Shukun: señor feudal
Susuki: miscanto chino (planta japonesa)
Tada suware: «simplemente, meditad»
Tanka: verso de 31 sílabas
Tatami: suelo de esteras de junco
Tanabata: fiesta de las estrellas amantes (7 de julio)
Tempura: pescado o verduras rebozadas y fritas
Tenbatsu: castigo del cielo
Tokonoma: pequeña hornacina en el cuarto principal de las casas japonesas en la que se exhiben pergaminos u otros objetos de arte
Toochan: papá
Tsukisoi: persona o familiar al cuidado de un enfermo en el hospital
Tsuyu: estación de las lluvias (de mediados de junio a mediados de julio)
Uguisu: curruca o ruiseñor japonés
Ukiyo: mundo flotante (no permanente)
Yama: montaña
Yamato: antiguo nombre de Japón
Yamato-damashii: espíritu japonés
Yaoyorozu: miríada de dioses
Yin: fuerza cósmica negativa (oscura)
Yorokonde: «encantado», «es un placer»
Yoshi: novio que toma el apellido de la esposa
Wa: paz, armonía, reconciliación, unidad, consuelo
Waka: verso de 31 sílabas
Zen: escuela budista basada en la meditación como práctica fundamental
VIDA DEL DOCTOR TAKASHI NAGAI-SIERVO DE DIOS-SUPERVIVIENTE DE
LA BOMBA ATOMICA EN NAGASAKI-AUTOR DEL LIBRO LAS CAMPANAS DE NAGASAKI-,
En Nagasaki, el dolor es más parecido a una oración. Con los escritos de Nagai se hizo una película, “Las campanas de Nagasaki”, para cuyo fin el poeta Hachiro Sato compuso la letra de la canción.
Es la pasión y la gloria de Takashi y Midori:
Desde el espléndido azul del cielo
vino el dolor a desgarrar mi corazón;
nuestra vida es frágil como las olas,
breve como las flores del campo.
Pero aún siguen sonando
y me infunden aliento y consuelo
las campanas de Nagasaki.
Mi esposa murió en soledad,
el cielo la llamó antes que a mí.
De ella solo quedó un rosario
que mis lágrimas hacen brillar.
Pero aún siguen sonando
y me infunden aliento y consuelo
las campanas de Nagasaki.
¡La Misa! Bajo un cielo que llora entristecido
nuestros himnos hacen gemir al viento.
Me aferro a la cruz sobre su tumba
y la tristeza apaga el fulgor del mar.
Pero aún siguen sonando
y me infunden aliento y consuelo
las campanas de Nagasaki.
Allí desnudé los pecados de mi alma,
la luna disipó la oscuridad de la noche
y la imagen de María Santísima
clavé sobre un madero de mi humilde cabaña.
Pero aún siguen sonando
y me infunden aliento y consuelo
las campanas de Nagasaki
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