EL Rincón de Yanka: LIBRO "YO, NEGACIONISTA" por EL BIÓLOGO, ZOÓLOGO, FERNANDO LÓPEZ-MIRONES ⛔

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martes, 3 de mayo de 2022

LIBRO "YO, NEGACIONISTA" por EL BIÓLOGO, ZOÓLOGO, FERNANDO LÓPEZ-MIRONES ⛔


YO, 
NEGACIONISTA

Leer este libro puede acarrear graves efectos adversos.
No hay vuelta atrás. Cuando la última palabra haya 
penetrado en su mente, no tendrá otro remedio que 
mirarse en el espejo y pensar: «¿Yo negacionista?»
UN AULLIDO

Cuando se encierra a un lobo, comienza a dar vueltas en su jaula, se activan sus mecanismos de defensa, su astucia natural se agudiza con el objetivo de escapar… y, finalmente, aúlla. Si confinan a un zoólogo documentalista, se pondrá, de inmediato, a investigar acerca del motivo de su aislamiento; pero, cuando le digan que un pangolín y un murciélago son la causa de todo, se dará cuenta de que algo no encaja.
Para alguien que —con el principal objetivo de escribir reveladores guiones de documentales— está acostumbrado a interpretar el comportamiento de tiburones y hormigas, a descifrar el críptico lenguaje de los profesionales de la ciencia y a buscar el lado oculto de todas las realidades, el relato pactado de lo que ha ocurrido, y de lo que aún está ocurriendo, se revela como fruto de una narrativa muy bien cuidada que haría temblar de envidia al mismísimo Julio Verne, el gran maestro de la ciencia ficción. Esta es mi historia, pero ya, más de dos años después, también es la suya. Los inverosímiles derroteros de lo acaecido y la exhaustiva revisión científica de los pocos investigadores libres y rigurosos que aún quedan nos llevan a una conclusión difícil de evitar.
Este es un libro indicado, por tanto, para los no convencidos, para los que buscan. Pero, ¡cuidado!, su lectura puede acarrear graves efectos adversos. Cuando la última palabra haya penetrado en su mente, no tendrá otro remedio que mirarse en el espejo y pensar: ¿Yo, negacionista? Un aullido.

«A veces, en la ciencia, aparecen personas que tienen la capacidad de ver mucho más allá que sus contemporáneos... y, por ello, cambian el derrotero del mundo. El autor de estas páginas ha dado uno de esos saltos copernicanos en la biología general». Dra. Chinda Brandolino, médica clínica y forense, especialista en medicina legal.

«Un libro imprescindible de una de las personas que más se ha esforzado en difundir la información veraz que la censura oficialista ha intentado bloquear por todos los medios». Dra. María José Martínez Albarracín, catedrática de Procesos Diagnósticos Clínicos, médica y profesora de Bioquímica, Inmunología y Técnicas Instrumentales de Laboratorio.

«El autor desentierra una revolucionaria teoría científica sobre la verdadera función de los virus que habría quedado en el olvido. Esta obra permite despertar a la realidad. Un regalo para el lector». Dr. Alejandro Sousa Escandón, doctorado cum laude por la Universidad de Santiago de Compostela.

«Un libro muy interesante, que vale la pena leer, escrito por el biólogo español Fernando López Mirones, cuyo objetivo es la búsqueda de la verdad». Heiko Schöning, médico y autor de Game Over.

LIBRERÍAS OLVIDADAS

Es bastante interesante que sin haberlo leído, porque ni yo lo tengo aún, ya se estén moviendo los lobbys “científicos” contra mi libro; por supuesto se autodenominan así pero todos sabemos que en realidad son los colaboracionistas de la propaganda oficial de NOM.
Buena señal.
No consienten que alguien diga lo que a ellos les pagan por ocultar.
Se están enterando y ya preparan la artillería; pero estamos preparados.
Quiero ponderar frente a ustedes la importancia de que una editorial tan importante haya tenido el valor y la gallardía de seguir luchando por la libertad de expresión.
Porque se trata de eso por encima de si se comparten argumentos o no.
Esto, que hace tres años hubiera sido lo normal, hoy es extraordinario.
Cuando ponerse de perfil es tendencia, en tiempos en los cuales mirar para otro lado es ser listo, son especialmente valiosas personas como Manuel Pimentel, el editor, que hace mas de un año me animó diciéndome: “lo que no está escrito en un libro no existe”
Desde entonces, con todo su equipo, pero sobre todo gracias a su energía cordial, hemos conseguido llevar hasta ustedes esta obra que, tal vez, sea histórica.

Estamos en lo peor de esta guerra, a partir de julio van a pasar muchas cosas que os adelanto en el libro, el cual mira hacia adelante y está escrito pensando en los no convencidos.
Pero al redactarlo también les tenía en mente a ustedes, y me obsesionaba no decepcionarles contàndoles lo que ya sabemos todos y hemos publicado mil veces. Por eso, busqué más allá para ofrecer una mirada inédita. No sé si lo logré, ahora el libro es de usted.
El papel será abolido porque no es mutable como los contenidos digitales. Una y otra vez hemos visto en estos dos años como guardar un link, vínculo o liga, como dicen en México, no sirve para nada; los borran, los eliminan, los editan, cambian, quitan y añaden.
Un libro físico en el anaquel de su casa, sin embargo, es una joya inalterable, heredable, casi eterna que le sobrevivirá a usted.
Los libros de papel siguen siendo peligrosos para el globalitarismo.
Fíjense hasta qué punto es así, que cuando redactaba la bibliografía de Yo, negacionista, obviamente incluí decenas de referencias científicas digitales que estuve guardando durante dos años. Muchas de ellas las copié físicamente, otras las imprimí, pero demasiadas desaparecieron.
¡No están! Me dijo Pilar, de Almuzara ¿qué hacemos, las quitamos? Y respondí “y cada vez desaparecerán más de ellas, hasta que no quede ninguna; me gustaría dejarlas para que el lector vea lo que ocurre” por eso ahí siguen, como rastros de la acción de control que sobre todos nosotros ejercen los poderosos.

Personalmente hace años que hago lo posible por hacerme con libros del siglo pasado. Cada vez que los familiares mayores o no tanto de algún conocido fallecen, algo por desgracia más frecuente ahora que nunca, me ofrezco a revisar su biblioteca para salvar cuantos volúmenes pueda de que los tiren a la basura, ante el espanto de mi esposa ¿más libros viejos?
Créanme que leyéndolos he encontrado datos, referencias y perspectivas imposibles de hallar hoy en ningún libro recién editado. La corrección política restringe a los autores actuales, los cuales, temiendo ofender a algún colectivo, se mueven entre líneas rojas que son lo contrario a la literatura libre. Muchas veces no es tanto por los autores como por que no encuentran editores valerosos.
Reviso los lomos en la biblioteca de una señora que falleció con 95 años y puedo repasar su vida, las decisiones que tomó, los títulos que conservó de su marido, incluso notas, cartas, fotos escondidas y hasta billetes antiguos dentro.
Siempre ha sido una experiencia mística para mi este proceso. Si estoy en la casa solo, primero les hablo a los dueños pidiéndoles permiso y asegurándoles que lo haré con el mayor respeto hacia ellos, después rezo y trato de conectar con sus almas para que no sientan una invasión de su intimidad.
Al salir me despido y aprendo sus nombres: Adelaida.

Tengo libros y algún objeto de personas a las que no conocí en vida y de las que me acuerdo por sus fotos e incluso las incluyo en mis oraciones.
Vale, no era ese el tema, soy rarito, sí, pero esto ya lo sabían ustedes.
Lo que me deja estupefacto es cuando, varios años más tarde, uno de aquellos libros que salvé del contenedor, me presenta su lomo desleído como llamándome, lo abro ¡y contiene una información esencial para lo que estoy investigando en ese momento!
Me ha pasado decenas de veces. Y pienso que jamás hubiera encontrado ese ensayo perdido porque está descatalogado hace años y el autor es desconocido, aunque en su momento fuera un erudito que dejó allí su sabiduría de años. Esa información ya no está en ningún lugar, salvo en esas bibliotecas anónimas olvidadas.
Entonces me pregunto ¿quizá el nieto de algún aullador, que aún no ha nacido, encontrará mi libro dentro de 30 años y le llamará su lomo? ¿Es posible que lo lea? Buscará el nombre del autor pero no lo encontrará, porque los algoritmos se encargaron de banear su memoria. Y entonces pensará “¿esto pasó en la pandemia de 2020? Es muy diferente de lo que nos han contado...
Algo así solo puede ocurrir con un ejemplar físico desconectado de la falacia digital global.
Por eso, querido lector, yo prefiero tener guardado lo que los antiguos desconocidos quisieron decir, y no lo que los tiranos modernos decidieron dejar. Un aullido.



Capítulo 1
MOSCAS

«Una verdad científica es provisional y autodestructiva, 
pues contiene el germen de su refutación». 
J.Sampedro

El cerebro humano es maravilloso porque es el fruto de dos millones y medio de años de evolución que nos han traído hasta aquí, hasta donde estamos ahora, y que nos han conducido a ser las únicas criaturas conscientes de sí mismas capaces de crear algo que al principio puede parecer irrelevante: los relatos de ficción. Primero fue la palabra.

En 1921, el zoólogo estadounidense Theophilus Shickel Painter dedicó los últimos meses de su carrera a la sutil labor de seccionar los testículos de tres hombres que fueron castrados por demencia. Antes de tan peculiar trabajo, este biólogo había hecho algo que cambió el mundo para siempre; dirá usted que no sería para tanto, pero lo cierto es que identificó los genes de las llamadas moscas de la fruta, las nunca bien valoradas Drosophila melanogaster, cuya contribución a la ciencia a lo largo de varios siglos ha sido descomunal porque con ellas se han hecho miles de experimentos genéticos en laboratorio, gracias a su gran capacidad para reprodu­cirse deprisa. Con sus grandes ojos rojos, han sido consideradas como el organismo modelo en todos los estudios de biología del desarrollo; pues bien, esa experiencia llevó a Painter hasta los genitales de esos tres hombres, dos blancos y uno negro.

No puedo pasar por alto que el poético nombre de estas moscas, Drosophila melanogaster, significa en griego «amante del rocío de vientre negro». Son tan útiles en los estudios gracias a su mínimo número de cromosomas, solo cuatro pares, y a su certísima vida, de apenas quince días. Ello facilita que los biólogos puedan probar mutaciones y ver qué pasa con cientos de generaciones de moscas en muy poco tiempo. Se empezaron a usar en 1910, en la famosa Sala de las Moscas del zoólogo Thomas Hunt Morgan, premio nobel de Fisiología o Medicina en 1933, cuando des­ cubrió a una mosca mutante de ojos blancos en medio de sus hermanas de ojos ro­jos. Desde entonces, ese premio debería de haber recaído en estas moscas varias ve­ces por su enorme sacrificio en pos de nuestra salud. Casi el 75 % de los genes hu­manos relacionados con enfermedades tienen su equivalente en el genoma de las Drosophilas.

Cuando veo a las personas entrar en los establecimientos públicos frotándose las manos tras llenarlas de hidrogel, no puedo evitar pensar que se parecen a las mos­cas. Pareciera que la Sala de las Moscas de Morgan es ahora el planeta entero lleno de hombres insecto que no saben que la mayoría de los medicamentos que toman se los deben a esos bichos hexápodos a los que matan si pueden en cuanto los ven, ¡desagradecidos!

Un gen no es más que una unidad de información que forma el tan mencionado ADN, el cual almacena esas instrucciones de lo que somos y las transmite a los des­ cendientes. No se compliquen más. Un gen es la receta para fabricar una sola sus­ tancia química.
En aquel material de experimentación tan bizarro, Painter, el de las gónadas testi­culares, ejecutó cortes finísimos y los fijó para poder observarlos al microscopio..., ¡y se puso a contar cromosomas!
Los cromosomas son ese ADN repleto de genes comprimidos y empaquetados en el núcleo de las células formando estructuras que se pueden ver; de hecho, cromo significa «Color» en griego, y se llaman así por su capacidad para ser teñidos fácilmente.

Uno..., dos..., tres..., contó Painter. Hasta aquel momento no se sabía cuántos cro­ mosomas tenía una célula humana. ¡Fíjese, hace apenas cien años solamente, y ni eso era conocido!
Cuarenta y siete..., cuarenta y ocho... Fue el primer hombre en determinar el nú­mero de cromosomas del genoma humano, contó veinticuatro pares de cromoso­ mas en los espermc.tocitos de aquellos tres desgraciados. Es decir, el número de cro­ mosomas dentro de las células humanas es de cuarenta y ocho.

Se hizo famoso por ello y durante los siguientes treinta años muchos científicos volvieron a contar cromosomas corroborando la cifra concluida por Painter: cua­renta y ocho cromosomas unidos en veinticuatro pares. El consenso científico era contundente al respecto. Nadie se atrevió a negarlo en esas tres décadas, que se dice pronto; hasta tal punto fue grande el peso de esa «evidencia científica» que un equipo de biólogos que lo volvió a hacer, al encontrar solamente veintitrés pares en lugar de veinticuatro, abandonó el experimento creyendo que algo habían hecho mal.

No fue hasta 1955, cuando un biólogo indonesio llamado Joe Hin Tjio, que había aprendido cuando era niño técnicas fotográficas de su padre que hacía retratos en la isla de Java, y que se había dedicado hasta entonces a la investigación sobre el cultivo de la patata, se vino a España contratado por el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y tuvo la osadía de ponerse a contar de nuevo cro­ mosomas humanos con una actitud insultante para el consenso científico imperante.
Mientras dirigía el laboratorio de investigación filogenética en la Estación Experimental Aula Dei de Zaragoza, Tjio, haciendo gala de un espíritu incansable, pasaba sus veranos en Suecia ayudando al profesor Albert Levan en la Universidad de Lund, una institución fundada en 1425 a partir de un anexo a la catedral lla­ mado Studium Genera/e, creado por los franciscanos, y que fue el origen de esta uni­ versidad, considerada hoy como una de las cien mejores del mundo.

Allí Levan y el pertinaz Tjio, residente en Zaragoza, enredaban con células vegeta­les y de insectos, cuando decidieron pasarse a las de los mamíferos. En una de esas estancias suecas a Joe Hin se le ocurrió aplicar ciertas técnicas que aprendió de su padre fotógrafo, gracias a las cuales consiguió una nitidez mucho mayor a la que estaban acostumbrados desde hacía cuarenta años en biología; así, el 22 de diciem­bre de 1955 se puso a contar dentro de una célula humana: uno..., dos..., tres...

No podía creer lo que estaba viendo, por eso volvió a empezar: cuarenta y cua­tro..., cuarenta y cinco... ¡No era posible, le salían cuarenta y seis en lugar de cua­renta y ocho!
¡Todos en el mundo científico estuvieron equivocados durante más de treinta años en algo que era tan sencillo como contar manchas negras bajo un microscopio!
Gran parte de lo ocurrido en esta etapa tan importante de la genética humana tiene mucho que ver con nuestra historia, el mismo Dr. Tjio escribió después en uno de sus artículos, titulado «The chromosome number of man», que «el número de cromosomas fue solo un hallazgo incidental, una serendipia».

Capítulo 2
SERENDIPIAS

«La ciencia no me interesa. 
Ignora el sueño, el azar, la risa, 
el sentimiento y la contradicción, 
cosas que me son preciosas». 
Luis Buñuel

Se suele definir una serendipia como un descubrimiento inesperado debido tal vez a la fortuna, aunque yo creo que es más una inspiración proveniente del trabajo y de la historia previa del investigador. Seguramente, si el padre de Tjio no le hubiera obligado a ayudarlo cuando hacía retratos de bodas en Java, jamás habría cambiado para siempre la historia de la ciencia de la biología.
El nombre de tan misterioso fenómeno proviene de un cuento antiguo persa lla­mado Los tres príncipes de Serendip, actual Sri Lanka en la isla de Ceilán, que al pare­ cer hallaban soluciones a todos los problemas a base de grandes casualidades.
Lo cierto es que tanto la ciencia como esos conceptos tan difusos de evidencia y consenso científico que nos traen ahora tan de cabeza no son como la gente suele creer; más a menudo de lo que parece se trata de «Casualidades» trabajadas. Es lo que el profesor Christian Busch de la Universidad de Nueva York y de la London School of Economics llama «la ciencia de crear buena suerte». En su libro "Thc Serendipity Mindset": 
The art & Science of Creating Good Luck escribe: 
«Lo inesperado siempre está sucediendo, por lo que es sensato intentar estar listo para ello».

Y tan es así que muchas empresas ya crean puestos de trabajo con títulos como descubridor de serendipia -serendipity spotter-, basados en personas con talento especial para ver las cosas de forma diferente. Otros los llaman contrarians; pues bien, me declaro uno de ellos, lo confieso. Tenga paciencia el lector porque todo esto acabará cobrando sentido, o al menos eso espero, en las próximas páginas de este li­bro que tiene usted entre sus manos.
El mismo filósofo y escritor Umberto Eco definió el descubrimiento de América por parte del español Cristóbal Colón -sí, era español- como una serendipia, pero ¿qué podíamos esperar de un nativo del país que lleva desde 1500 diciendo que don Cristóbal nació en Génova y que Italia lo hizo prácticamente todo en tan magna empresa?, pero esa es otra historia.
Y usted se preguntará, ¿qué tienen que ver el número de cromosomas, el indone­ sio pertinaz y la ciencia basada en serendipia con el tema de este libro? Espero ex­plicárselo pronto, porque lo que estamos descifrando es la importancia del relato, de la percepción y del miedo en la historia de la ciencia, y, por ende, de la humani­dad. Lo que creemos, lo que es o lo que otros dicen que es pueden ser los matices que hagan que el planeta entero tiemble, como hemos visto por desgracia en los úl­timos años.

Si hace tan poco tiempo ni siquiera pudieron los biólogos darse cuenta de que los cromosomas eran cuarenta y seis en lugar de cuarenta y ocho, es posible que el pro­ blema radique en una generalizada sobrevaloración de los científicos por parte de la gente, una excesiva fe en que son criaturas de luz ajenas a todo influjo económico y social. Veremos pues que los biólogos son humanos y los médicos lo son mucho más, pero también que el lenguaje científico mal entendido en manos de periodis­tas y políticos sin escrúpulos es muy peligroso para la salud, sobre todo cuando la ciencia se encuentra atrapada en manos de empresas con ánimo de lucro, de mu­ cho lucro, de demasiado lucro.
Y fue precisamente la empresa farmacéutica estadounidense Pfizer la protagonista de una de las más estupefacientes historias de serendipias de los últimos tiempos; la famosa pastilla azul compuesta por sildenafilo que acabó con la paz de muchas parejas maduras al reactivar, digamos, la capacidad de oferta amatoria del macho humano implicado.

En el Hospital de Morrison, en Gales, el Dr. Ian Osterloh estaba realizando ensayos clínicos sobre una droga con supuestos beneficios para combatir la angina de pecho y la hipertensión arterial, cuando observó una extraña reacción en los voluntarios varones del experimento: no devolvían las dosis sobrantes. Pronto quedó claro el motivo, el sildenafilo era bastante inútil contra esas patologías, pero tenía un po­ tente efecto adverso secundario al producir extraordinarias erecciones en lospenes de los voluntarios, quienes estaban encantados con el experimento viendo sus can­ dores renacer.

Entonces Pfizer se marcó una serendipia de libro y la patentó en 1996, no para la angina y la hipertensión, sino como la panacea contra la disfunción eréctil, y la llamó viagra. El resto es historia, el renacer de la potencia sexual en millones de hombres añosos causó estragos en pareja s que llevaban decenios juntas y que ya no contaban con una vida sexual muy activa, o mejor dicho, nada activa. Lo cierto es que nunca un efecto secundario fue tan rentable para una empresa, excepto tal vez a partir de 2020.

Son innumerables los ejemplos que podríamos citar de casualidades, errores y descalabros de la ciencia genética y la biomedicina en los últimos años; ello nos lleva a sentarnos a meditar cuidadosamente sobre si estamos en disposición de creer que nuestros científicos pueden garantizarnos que la inyección de material genético en forma de ARN mensajero -ácido ribonucleicosintético, una molécula similar a ese ADN que conforma lo que somos-es algo seguro. Estamos hablando de la esencia de la vida, de nuestra identidad como individuos y como especie, o, lo que es peor, de la de todas las generaciones que nos sigan. Cada célula de nuestro cuerpo dispone de una doble hélice con las instrucciones de lo que somos, una parte proviene de nuestro padre, y la otra, de nuestra madre... No sé si es buena idea que empreSaurios privados introduzcan en algo tan íntimo su pequeña contribución en forma de material genético nuevo.

Todo ser humano recuerda dónde estaba y qué hacía en enero de 2020, cuando el mundo se volvió loco dispuesto a cambiar para siempre. Cada cual tiene su memo­ria de ese momento, esta es solo la mía, la de un zoólogo, como Theophilus Shickel Painter o Joe Hin Tjio, presto a ponerse a contar cromosomas por culpa de la mega­ serendipia que nos cayó encima a todos como un tsunami y de la cual la humani­dad no va a recuperarse nunca.

Capítulo 3

UN ZOÓLOGO ENJAULADO

«Las cosas muertas pueden ser arrastradas
 por la corriente, solo algo vivo puede ir contracorriente».
Gilbert Keith Chesterton

Yo estaba a punto de viajar al océano Índico para rodar un documental, que a eso me dedico desde hace veinticinco años, sobre titanes marinos. Llevaba meses pre­ parando el equipo de filmación, buscando a las personas adecuadas para embarcar­nos en el puerto de Victoria, en la isla de Mahé, en la República de las Seychelles, por al menos un mes, a bordo de un gran buque de pesca de atunes español, de los que trabajan por esa parte del mundo. Solo nos dejaban camarote para dos perso­ nas, por eso necesitaba un camarógrafo polivalente capaz de filmar bajo el agua con grandes tiburones y cetáceos, pero también de usar un dron para captar todo lo que ocurriría a vista de pájaro, teníamos solo una oportunidad para filmar todo eso. La aventura prometía ser tremenda..., ¡un sueño! Llevaba trabajando años para conse­guir los permisos y la financiación mínima.

La faena de los pescadores españoles por los siete mares del mundo me fascina, esas tripulaciones con marineros de varios países hermanados, corriendo peligros para que uno pueda ir al supermercado a comprar la proteína más sana, duradera y segura que existe, una lata de atún. Íbamos preparados también para rodar una se­ cuencia que estaba en mi cabeza: la de unos piratas somalíes, que por allí abundan, atacando nuestro barco, algo que ocurre con demasiada frecuencia en las aguas del Cuerno de África. Pero África se me fue al cuerno.
Todo estaba preparado para nuestra expedición de rodaje en febrero de 2020 cuando, según cuentan, un individuo en la ciudad china de Wuhan decidió ir a comprarse un pangolín al mercado húmedo de Huanan, provincia de Hubei, para hacerse un estofado.

Poco después estaba yo, como medio mundo, encerrado en mi casa, que por suerte está en el campo en algún lugar de Castilla, España, comiéndome las uñas sin tibu­rones, ni ballenas, ni piratas, y a punto de presenciar la actuación de lo que para mí fue la mayor performance jamás ejecutada en la historia del mundo. Confinar a un zoólogo documentalista es una mala idea, porque provoca que de inmediato, como lobo enjaulado, se ponga a investigar sobre lo que ocurre, y cuando le dicen que un pangolín y un murciélago son la causa de todo, se da cuenta enseguida de que algo no encaja. ¿Sopa de pangolín? Todas las personas de la humanidad tienen su histo­ria al respecto, esta es solo la mía; la única diferencia es que para alguien acostum ­brado a interpretar el comportamiento de tiburones y hormigas; a desenmascarar, gracias a mis viajes, las informaciones falsas sobre conservación de la naturaleza y el cambio climático; a trabajar con científicos y descifrar sus mensajes y leerlos en­ tre líneas; o a buscar el lado oculto de todas las realidades para meter todo ello en guiones de documentales, el relato pactado de todo lo que estaba ocurriendo se re­veló como fruto de una narrativa muy bien cuidada que haría temblar de envidia al mismísimo Julio Verne, el gran maestro de la ciencia ficción. Dos años de investiga­ ción diaria con la colaboración de biólogos y médicos de todo el mundo que se die­ ron cuenta de lo mismo que yo y que me informaban de lo que ocurría, me llevaron sin buscarlo ni quererlo a convertirme en el enemigo público número uno; el ser más deleznable, una criatura nueva a la que llaman negacionista.

Lo malo es que, si te niegas a ser negacionista, les das más la razón, de modo que decidí aceptar la propia serendipia de mi nueva condición dispuesto a demostrar que los cromosomas no eran cuarenta y ocho o que esta vez los efectos adversos de algunos ensayos clínicos en fase experimental probablemente no iban a acabar en una orgía de placer.

Con la mosca de ojos rojos tras la oreja y sin haberla buscado, encontré una ban­dera tirada en el barro, la cogí para ver qué era y, al alzarla, de pronto, había decenas de miles de personas siguiéndome en las redes, que, en lugar de ser las de pesca en el océano Índico donde tenía planeado rodar, eran ahora virtuales, que no virtuosas, mientras el pirata ya no era somalí, sino que era yo, el Negalodón.

Lo que yo no sospechaba entonces es que mi experiencia de treinta y cinco años como divulgador científico escribiendo y filmando documentales de historia natu­ ral me iba a ser tan útil para desenmascarar el cuento del pangolín que, con total desfachatez, estaba embaucando al mundo ante mis ojos perplejos: 
«¿Cómo se creen todos esto?». Esta es mi historia, pero también es la de usted, porque el resul­tado de lo acaecido, más la revisión científica de los miles de investigadores libres que aún quedan, nos lleva a una conclusión difícil de evitar: ese constructo lla­ mado COVID-19 que inició un proceso cuidadosamente planeado no es una enfer­ medad nueva producida por un virus surgido de la naturaleza, es solo el instru­mento necesario para un fin concreto, que no es otro que inocular sustancias pa­ tentadas con elementos desconocidos que cambien la naturaleza humana para siempre y nos conduzcan a algo llamado nuevo orden mundial. Pero, cuidado, leer este libro también puede tener efectos adversos graves, no tiene vuelta atrás; cuando la última palabra haya entrado en su mente no tendrá otro remedio que mirarse al espejo y decir: «Yo [también] negacionista». Hay que aceptarse.

Capítulo 4

LA FABULA DEL PANGOLÍN

«El verdadero significado de las cosas 
se encuentra al tratar de decir 
las mismas cosas con otras pa­labras». 
Chartes Chaplin

Decía Aristóteles en su obra llamada Poética que la fábula es uno de los seis elemen­ tos que conforman la tragedia, la concatenación de hechos, acciones y moralejas que componen un relato; los personajes suelen ser animales o seres inanimados, como los virus; es un género literario a la vez narrativo y didáctico, destinado a in­ fluir en el pensamiento e incluso en las acciones futuras de la gente. Sin duda, lo que está pasando en el mundo desde hace más de dos años tiene estos ingredientes, por eso es algo... fabuloso.

Pero también tiene mucho de parábola, de relato simbólico, de tradición oral an­cestral, algo que reclama la atención de lo más profundo de nuestro cerebro repti­liano,con elementos mágicos que despiertan los espectros del miedo capaces de pa­ sar por encima de las mayores inteligencias, anulándolas. No, entender esto no es cuestión de ser más o menos listo ni cultivado, este fenómeno de disonancia cogni­tiva de millones de personas ocurre mucho más atrás en nuestro cráneo, en los os­curos dominios de los sentimientos inducidos por el miedo a la muerte.

«Al principio fue el Verbo» (Génesis, Juan 1,1), la palabra. La fuerza de las palabras fue reconocida como prodigiosa desde los tiempos más remotos; los llamaron sorti­ legios, rezos, encantamientos, profecías, pero sobre todo mantras; vocablos capaces de cambiar el pensamiento alterando la mente y la percepción; sonidos estructura­ dos con capacidad para sanar o enfermar. La palabra ha sido ocultada al humano del siglo XXI, a través de la aculturación de los jóvenes en escuelas y universidades, rematada por la preponderancia de las televisiones de impacto visual paralizante. Los libros cada vez reciben menos atención, siendo sustituidos por productos au­ diovisuales de enorme poder adictivo.

El gran escritor Julio Verne, considerado un cuasi profeta por sus novelas que anti­ciparon inventos y viajes alucinantes a veces más de cien años, no era en realidad más que un abogado bastante sedentario. Alcanzó la magnitud de leyenda de sus periplos imaginarios avanzando mucho más con sus palabras que lo que el conoci­miento de su tiempo le hubiera permitido, llevando a lo sublime otro género que ahora nos hace reflexionar: la ciencia ficción.
Cuando leo juntos esos dos términos, ciencia y ficción, en el contexto de lo que el mundo está sufriendo desde el año 2020 se me ponen los pelos de punta; no en vano, la combinación interesada de la ciencia y la ficción utilizada con fines oscu­ros es, sin duda, la mayor fuerza de la humanidad, capaz de saltar fronteras afec­ tando a seres humanos extraordinariamente preparados e inteligentes de todo el planeta para convertirlos en niños enajenados; todo es relato pactado, percepción dirigida, fábula, por eso funciona.

El antiguo libro persa Hezar-ajsana llamado "Los mil mitos" dio origen al cuento de Scheherezade, que nos puede orientar más de lo que parece sobre la fuerza de las historias o las consecuencias de saber manejarlas con destreza. El viejo sultán Shahriar exigía que le entregaran para sus placeres carnales a una virgen cada día para mandarla sacrificar al siguiente; lo había hecho ya con tres mil muchachas, cuando le fue ofrecida una de nombre Scheherezade. A sabiendas del destino cruel que le esperaba, esta esclava urdió el plan de contarle al sultán cada noche una his­ toria sin cerrar, que lo dejara extasiado a tal punto que el tirano le permitiera vivir una noche más para saber cómo acabaría el relato al día siguiente; pero ella hilaba los cuentos con gran habilidad, metiendo unos dentro de los otros para que nunca tuvieran un final, creando así un nexo fractal que consiguió mantenerla con vida hasta que el sultán decidió perdonarla. En este caso la curiosidad no mató al gato, salvó a la chica.

Pues bien, el relato creado de ese «Virus» que cambió el mundo para siempre se asemeja a la técnica de Scheherezade en cuanto a que tiene a la humanidad cautiva de "Las mil y una noches", con personajes que se perpetúan mientras nacen otros nue­vos. El pangolín, los murciélagos, el mercado de Wuhan, los asintomáticos, los test mágicos, los tapabocas milagrosos, las cepas, las variantes, las mutaciones y los malvados negacionistas... ¡Scheherezade hoy en día dirigiría el departamento de marketing de alguna multinacional farmacéutica!

Igual que le pasó al sultán, millones de personas se encuentran atrapadas en una fábula sin fin, una historia interminable de la que cuesta mucho salir debido a que no es por casualidad que tanto los cromosomas como las palabras, como lo que lla­man virus no sean otra cosa que unidades de información capaces de generar con­ secuencias. Quédese con esto, unidades de información, es la clave.

Los renglones torcidos ya no son de Dios, son de la nueva deidad imaginaria lla­ mada evidencia científica, que tras años de relato concatenado va desentrañando los puntos de giro de los guiones muy bien escritos de una serie televisiva que consti­tuye el mayor engaño jamás creado, uno que combina la efectividad subliminal de una fábula con las verdades a medias de la ciencia ficción verniana y la certidum­bre de que habrá tantas temporadas como les permitamos.
No es baladí este paralelismo en tanto en cuanto los llamados virus y las palabras actúan o no dependiendo del estado del organismo que las recibe o contiene. La misma palabra no causa idéntico efecto en una situación o en otra, ni en un indivi­ duo o en el de enfrente.

Por ejemplo, si mientras caminamos por una calle un desconocido nos grita: «¡Te odio!», lo miraremos perplejos y seguiremos nuestro camino pensando que se trata de un loco o que se ha confundido de persona, sin duda quedará en solo una anécdota inocua; pero si quien nos arroja esas mismas dos palabras es nuestro hijo o pa­reja, lo más seguro es que nos cause un impacto psicosomático fuerte, e incluso nos haga enfermar, y hasta morir. La misma información funciona de forma muy dis­ tinta según el organismo que la recibe, con eso que llaman virus ocurre lo mismo. Veremos más adelante que estas cápsulas en cuyo interior hay información gené­ tica y que la ciencia tradicional define como «no vivas», en realidad, no son aliens agresivos esperando hacernos enfermar, sino que son parte fundamental de noso­ tros mismos.

Cuando en enero de 2020 acudí a mi manual oficial de microbiología de la univer­sidad, encontré la definición de virus que me enseñaron entonces: «Los virus son entidades biológicas en la frontera de la vida».
Es ahora cuando otra unidad dialéctica nos puede orientar: el refrán, definido por la Real Academia Española como «Dicho agudo y sentencioso de uso común». Nunca hubiéramos imaginado que el conocido «Curarse en salud» llegara a tener semejante trascendencia para el planeta Tierra, ni tampoco el popular «Muerto el perro, se acabó la rabia», que nos enseña que nadie puede morir dos veces ni si­ quiera en una residencia de ancianos abandonada a su suerte. Un planeta entero «Curándose en salud» convencido de que su madre o su hijo son peligrosos caballos de Troya llenos de virus agazapados tras un beso, en el convencimiento de que los abrazos matan, tratando de respirar con permiso; el abandono al miedo, la ausencia de Dios, al cual no le importa cómo lo llamemos mientras lo hagamos.

Tras años de escuchar a esta Scheherezade mundial de la salud, el sultán más inte­ligente cree estar enfermo, la epidemia psicosomática se extiende: aprensión, hipocondría, una población neurótica que padece una disociación grave entre sus meca­nismos racionales y sus impulsos emocionales, incapaz de reaccionar, con escasa tolerancia al malestar, cuyo único consuelo procede de dos fuentes, su televisión y su médico, ambos cautivos por los mandamientos de la nueva religión global: el cientifismo financiado.

Capítulo 5
ATUNES ROJOS

«Los peces reconocen a un mal líder». 
Conan O'Brien

Como atunes rojos atrapados en el laberinto subacuático del arte de la pesca ances­ tral del Mediterráneo llamado almadraba, los humanos damos vueltas buscando una salida que creemos que está allá donde vayan todos; de un recinto a otro del en­tramado, nos metemos más y más en la trampa creyendo que salimos. Fuera de las redes están las orcas que nos dan miedo, cada puerta que se abre nos conduce al fi­nal previsto por la trampa, la llamada cámara de la muerte.
He dedicado varias películas documentales al estudio de los increíbles atunes ro­jos, unos peces que pueden alcanzar los setecientos kilogramos de peso y que en­ tran cada año desde el océano Atlántico -a través del estrecho de Gibraltar, entre Europa y África-, al final del invierno, para desovar en el mar Balear y otros encla­ ves del Mare Nostrum.
Atraviesan el Estrecho en bancos inmensos, nadan con sus corpachones repletos de energía en forma de la grasa que precisan para reproducirse, por lo cual es muy difícil pescarlos con cebo, apenas comen. Por eso desde hace siglos en las costas del sur y del este de España se instalan unos laberintos de redes semipermanentes an­ clados de la superficie al fondo, cerca de la costa, para capturarlos, su nombre es al­ madrabas -al mad arab, «lugar donde se golpea», en árabe antiguo-.

Siempre me fascinó investigar por qué unos peces poderosos que nadan libres en el mar se metían voluntariamente en una trampa tan burda y morían a miles; tras lo ocurrido con humanos en estos años lo entiendo mucho mejor, el poder del grupo, el gregarismo que compartimos algunos primates con muchos peces. Los atunes gigantes entran solos en el laberinto de la muerte por miedo a una amenaza exterior que les produce pavor, las orcas.El diseño blanco y negro del vientre de es­ tos cetáceos tiene por misión crear el pánico entre sus presas, en este caso los atu­nes, con el objetivo de pastoreados desde el centro prof undo del Estrecho -donde no pueden alcanzarlos, si se sumergen mucho, porque ellas respiran aire- hasta el litoral de menor prof undidad, en el cual los atunes son más vulnerables. Creando una estampida en los cardúmenes de atunes con sus vientres blancos, las orcas los empujan hacia la costa, y allí están instaladas las almadrabas.

Se siguen unos a otros, confían en el grupo, creen que unidos están más seguros, pero esa costumbre es su perdición. Al principio las almadrabas son unas paredes de red de superficie a fondo muy abiertas que no parecen amenazadoras. Según avanzan, cientos de atunes gigantes atraviesan recintos creyendo que salen, pero en realidad están entrando. Cada compartimento es más angosto que el anterior, solo tienen una salida aparente que en realidad conduce a otro más pequeño. Algo raro notan, se van inquietando según penetran, pero ya no son capaces de volver porque están diseñados para nadar hacia adelante, les es muy difícil girar sin espa­ cio y siguen confiando en que, siendo muchos, están a salvo: «Todos lo hacen, será bueno».

Al final del laberinto de redes está la llamada cámara de la muerte, de la cual ya no se pueden escapar porque se cierra. Entonces se dan cuenta, pero ya es demasiado tarde, los pescadores de Cádiz los sacan del agua con unos ganchos llamados clo­ ques. Como nosotros con las «Vacunas» contra la COVID-19, entraron por voluntad propia, fueron voluntarios, buscaban salvarse de una amenaza exterior movidos por el miedo, y eso fue su perdición. Los atunes rojos son muy inteligentes, pero les puede la influencia de sus congéneres.
Nosotros también somos primates gregarios, casi un macroorganismo social como los roedores nórdicos llamados lemmings, los elefantes o los calderones ne­ gros, que varan en las playas o se mueven en masa siguiendo a sus líderes hasta el final. Es el reverso de la selección natural, el lado oscuro de la evolución; lo que nos hizo dominar la Tierra puede ser lo que acabe con nosotros. Si somos manada o re­ baño, horda o tribu, poco importa, tenemos juntos dos poderes muy peligrosos, el libre albedrío y el don de la palabra.

Capítulo 6

INVOCACION

«Tenga presente que la risa que llama 
a la puerta y pregunta "¿Puedo pasar?" 
no es auténtica risa». 
Bram Stoker

Los viejos relatos de vampiros dejaban claro que los «no vivos», como los denominó el irlandés Bram Stoker en su novela Drácula publicada en 1987, no pueden entrar en la casa de una persona o en su alma si no son invocados por el dueño; es una ley ancestral registrada por multitud de religiones y liturgias, una norma que va más allá de los tiempos cuya trascendencia asociada a menudo al diablo pone los pelos de punta cuando sospechamos que puede estar detrás de que ciertas propuestas re­ comendadas por nuestra salud deben ser voluntarias para cumplir su misión. Si algo en el mundo se parece a un ser «no vivo», eso es lo que llaman virus.

La invocación es utilizada por todas las creencias como una parte fundamental de sus rituales, porque al invocar el sujeto reconoce implícitamente la aceptación de aquello a lo que acude de forma voluntaria, y asume la responsabilidad de lo que después ocurra, exonerando por tanto a los que, en caso de ser obligados, serían los auténticos culpables. En mi opinión, el hecho de que las llamadas vacunas propuestas contra el virus SARS-CoV-2 sean de carácter voluntario demuestra que sus fa­bricantes y promotores buscan cargar la responsabilidad de sus efectos adversos graves y letales en los individuos que se las inocularon para librarse ellos de posibles consecuencias legales y éticas: usted se inyectó porque quiso.

Para que las personas de medio mundo se presten a recibir en sus cuerpos unas tebles consecuencias legales y éticas: usted se inyectó porque quiso.
Para que las personas de medio mundo se presten a recibir en sus cuerpos unas te­rapias génicas experimentales sin aprobación, nunca antes ensayadas en humanos, y con más dudas que certezas, era muy importante generar una amenaza exterior que creara un miedo tan grande como las orcas para los atunes. La fuerza combi­nada del terror y el gregarismo es capaz de anular las mentes más inteligentes y preparadas, como hemos podido comprobar.

La ciencia ficción no puede funcionar sin las verdades a medias; el urbanita medio del siglo XXI sabe menos sobre ciencia que nunca, incluso los propios investigado ­ res ya no suelen ser eclécticos, no tienen una visión general, sus perspectivas son cada vez menos holísticas; se los ha educado como especialistas de una sola hierba o gusano sin ver jamás el bosque entero; esto favorece el triunfo de un buen relato pactado general porq ue, en realidad, ni siquiera los expertos son capaces de tener una visión panorámica, sobre todo cuando se les abruma con matemáticas altera­ das, porq ue, literalmente, los datos no les dejan ver ese bosque. Pero las precuelas de la fábula del pangolín llevan al menos dos siglos funcionando, preparar a la hu­manidad para que acepte esta distopía no es algo que se consiga fácilmente. Primero había que desmontar toda referencia moral, religiosa y cultural que supu­ siera un obstáculo, desinstalándola del cerebro de varias generaciones a las cuales se privó de algo fundamental, el punto de apoyo de Arquímedes, el concepto de la muerte, o, mejor dicho, de la muerte propia.
Capítulo 7
LOS GERONTES

«La sabiduría llega cuando ya no nos sirve de nada» 
Gabriel García Márquez

Todo lo que vive tiene que morir; esta es una de las verdades indiscutibles de la existencia. Sin embargo, la obligación biológica de todo ser vivo es retrasar ese mo­ mento lo máximo posible luchando hasta el final con todas sus fuerzas. El mundo es un lugar peligroso, por eso la inmensa mayoría de los animales salvajes no llegan nunca a viejos. A la mínima debilidad, los mata antes el hambre, los depredadores o los parásitos. Ante el hecho de morir, los animales tratan de manipular el «Cuándo» y el «Cómo», pero el ser humano se pregunta además «por qué» y «a dónde».

La actitud ante la propia muerte del Homo sapiens es absolutamente cultural, como lo prueba el hecho de las múltiples respuestas que las distintas civilizaciones le han dado a lo largo de la historia de la humanidad. ¿Qué hay al otro lado? Toda persona siente esta inquietud ante la «Noche que Avanza» cuando se acerca la vejez.
Trascender se convierte entonces en la obsesión de algunos, y prepararse, en la de otros. Muchos piensan que volverán con otras formas, mientras no pocos están convencidos de que serán premiados. En cualquier caso, ni el más poderoso de los animales incluido el mono egoísta puede librarse del Gran Viaje.
Además de en la percepción de la propia muerte, los seres humanos somos dife­ rentes a la mayoría de los demás animales en otra cosa: tenemos mucha vida por delante después de habemos reproducido, sobre todo las mujeres. Ello significa que los ancianos tienen un papel social que cumplir aun después de no ser fértiles.

Esta característica es propia también de los chimpancés, los gorilas, los elefantes o las ballenas, todos ellos seres inteligentes y megasociales. Las sociedades no indus­trializadas aún hoy en día veneran a los ancianos por su sabiduría acumulada y les agasajan consecuentemente cuando mueren. El desprecio intelectual por los ancia­nos es una de las lacras que la sociedad del siglo XXI está instituyendo en socieda­ des autodenominadas avanzadas; pero hasta ahora nunca fue así. Desde la antigua Grecia era el llamado Consejo de Ancianos o Gerusía quien aconsejaba a los propios reyes sobre los asuntos más importantes. En la antigua Esparta, por ejemplo, los gerontes que lo conformaban eran treinta, de los cuales veintiocho debían tener más de sesenta años; hay que tener en cuenta que esa edad en el siglo VII antes de Cristo era como tener en la actualidad ochenta o noventa.
Con el punto de vista actual, cuesta creer que los órganos de mayor poder de las grandes civilizaciones pusieran como requisito tener muchos años en lugar de lo contrario. En Cartago, la Gerusía era de trescientos sabios que ostentaban ese cargo de por vida, lo cual hace suponer que alguno regía los designios de su tierra con edades de noventa años o más.

Al ser los ancianos tan valorados por estas culturas, su fallecimiento se conside­raba una desgracia para toda la sociedad, así como una pérdida cultural notable. Los antropólogos llevan un par de siglos estudiando la actitud ante la muerte de los últimos pueblos que aún conservan parte de sus tradiciones ancestrales, que están siendo borradas por el globalismo arrasador.

Probablemente en todo el mundo no haya unos funerales tan complicados y costo­sos como los que realizan en Sulawesi, Indonesia. En mi documental de 2001 titu­lado "El reverso de la vida", Gerardo Olivares rodó imágenes impresionantes del rito funerario de un noble anciano muy querido en el lugar, que en realidad había muerto hacía tres meses, pero que permaneció embalsamado en su casa hasta que su familia pudo conseguir el dinero suficiente para organizar el funeral, que es tan costoso porque deben construir, literalmente, un poblado nuevo para albergar a los más de dos mil invitados que acuden al sepelio.

Un artesano local se esfuerza por terminar a tiempo un busto de madera con la cara del finado al que ellos llaman Tau-tau, para que sea colocado junto con los de otros difuntos en los cantiles cercanos. Los Tau-tau se visten con las ropas del muerto, e incluso algunos lucen pelucas confeccionadas con su auténtico pelo.
Cuando el cortejo fúnebre llega a la nueva aldea constr uida para la ocasión, co­mienzan los cuatro días que durará el evento. El funeral debe ser ostentoso para que el alma del difunto quede contenta y proteja a su familia desde el cielo. Los in­vitados acuden desde toda Indonesia: Borneo, Java, Flores, Sumatra, Bali..., y son recibidos por tres danzantes que anuncian la procedencia de cada grupo. Todos traen ofrendas para el difunto que tratan de competir en cantidad y calidad, para demostrar la riqueza de los clanes asistentes. El Gobierno del país ha puesto limita­ ciones a estos regalos desmesurados porque llegaban a arruinar a familias enteras, que pueden tardar años en recuperarse económicamente. Tal es el respeto por sus muertos de esta cultura que incluso los bebés fallecidos antes de que les salgan los dientes son enterrados en árboles porque consideran que aún pertenecen a la natu­ raleza, y de este modo crecerán con el árbol hasta alcanzar el cielo.

Supervivientes del Planeta Tierra. El reverso de la vida

En Nueva Guinea, viven los Ku-ku-ku-ku, un pueblo feroz que hasta hace pocos años practicaba habitualmente la antropofagia. Los Ku-ku-ku-ku tienen un lugar llamado la Roca Sagrada en el cual sitúan los cuerpos de sus muertos ilustres tras haberlos sometido a un proceso de ahumado durante unos cinco meses.
De este modo, los difuntos encurtidos pueden seguir contemplando sus posesio ­ nes mientras vigilan la vida de su antigua comunidad. Solojefes, grandes guerreros y en ocasiones mujeres jóvenes con sus bebés son elegidos para ser colocados en la Roca Sagrada. Nada más morir, colocan sus cuerpos sentados en cuclillas en la co­cina junto al fuego. Cuando empieza a sentirse un hedor característico, sus esposas les separan la piel frotándolos con fuerza y les extraen las vísceras para que sean consumidas por los parientes más próximos. Actualmente se sigue practicando este ritual, aunque se trata de algo minoritario. Es otro ejemplo de que, para mu­chos pueblos de la Tierra o de otras épocas, la muerte no es algo horrible de lo que no se puede hablar, sino que forma parte de la vida cotidiana y se toma como algo connatural a nuestra esencia humana.
Esta convivencia con la muerte, junto con estos ritos espectaculares, es contemplada por los niños de esas culturas desde que nacen, creando en ellos una idea pro­ funda de la trascendencia espiritual y habituándolos a mirar de frente con orgullo cuando el Gran Viaje se acerca. Ya adultos, los niños criados así no tienen tanto miedo a la muerte porque no les resulta algo del todo desconocido, y porque saben que serán homenajeados como mandan sus costumbres.

Desde hace más de diez mil años, como hemos visto, todas las civilizaciones han criado a sus hijos de un modo u otro acostumbrándolos a pensar en el final de la existencia terrenal, bien como un inicio de otra trascendencia, bien como el camino de la vida eterna a través de los relatos de los héroes, el honor, el buen nombre, el recuerdo de los grandes. Los niños acudían a las impresionantes pompas fúnebres de sus abuelos, padres y hermanos soñando con que, cuando lleguen las suyas, to­ dos los recordarán como personas notables, y, por ello, si había que dar la vida por el clan, lo harían con orgullo. Eso hace tiempo que terminó en las autodenomina­ das sociedades modernas; los hijos desde finales del siglo XX y lo que va de XXI ya no van a tanatorios ni funerales, porque sus padres quieren que recuerden a sus abue­ los «tal como eran en vida» o por «evitarles el mal rato», y acaban por usar esa terri­ble frase de «El abuelo se fue» o «Allá donde esté».

Una sociedad que crece de espaldas a la muerte no es capaz de gestionarla cuando de pronto se la ponen delante, entra en pánico. Eso es exactamente lo que ocurrió desde enero del año 2020. Al no crecer con un concepto trascendente de lo que son las enfermedades, la vida y su final, ni siquiera con los animales. Pues ahora las mascotas pasan a ser eternas y tienen cementerios, mientras en los dibujos animados nadie muere, ¿qué fue de los padres de Bambi? Hasta las granjas cuyo fin era criar cerdos, vacas y corderos para alimentar a las familias ahora son granjas es­ cuela de bichos con nombre que son sustituidos eternamente por otros iguales por­ que jamás fallecen; la sociedad medicaliza los partos, anestesia a las madres, susti­tuye la leche materna por polvos industriales, separa a los niños en guarderías y convierte a la familia en un constructo obsoleto con tufo conservador.

Posteriormente, se fue suprimiendo también el amor a la tierra, a la patria y sus símbolos, sustituyéndolos por el éxito social y económico: el héroe ahora es el que se hace rico y famoso, aunque sea por medios espurios, el nuevo lema heráldico del humano que se cree desarrollado es «Porque yo lo valgo». Sin familia ni creencias trascendentes, sin amor a la tierra ni referencias, las personas desorientadas de las grandes ciudades se entregan a las pasiones básicas, al placer inmediato y a la di­ versión superficial. Entonces el Padre Estado nos protege, nos regala lo que era nuestro, y la Madre Sanidad nos da medicamentos si nos duele algo a través de los nuevos sacerdotes con batas blancas.
Poco después, sobre el lienzo vacío de las culturas milenarias, los medios de comu­ nicación nos dibujan una nueva realidad basada en el negocio del miedo.

Capítulo 8

EL PODER DEL RELATO

«Los seres más despiadados son siempre los sentimentales». 
Ernest Hemingway

Un buen día todo comenzó. Un virus nuevo, una nueva enfermedad, un origen re­ moto que se acerca, y, cuando la gente fue a abrazarse, no pudo; cuando buscó a sus amigos, no había bares ni iglesias; cuando quiso aire y sol, ya se lo habían quitado; solo quedaba una frase sacrosanta: la evidencia científica.
Y nos convencieron de que había sido culpa nuestra. A todos esos males uniríamos el remordimiento de haber creado un «Cambio climático» y haber propiciado que un murciélago chino se encontrara con un pangolín lechal en un mercado húmedo de humanos malos que tienen lo que se merecen por comer carne y cazar tótems.

Y las Scheherezades de la Organización Mundial de la Salud, las agencias del medi­camento, las asociaciones, colegios de médicos y biólogos, fundaciones y autorida­ des continuaron contándonos un cuento diferente de ciencia ficción cada día, siempre basado en hechos reales, siempre moviendo el foco solo a un lado de la biología.
Pero todo buen guion precisa de antagonistas, de personajes que protagonicen un falso conflicto, alguien a quien culpar cosificándolo. Así surgieron «personas ma­ las» que no obedecian, gentuza a la que le dio por pensar, investigar y leer, demonios con ciencia y conciencia: los negacionistas. Son seres mitológicos, ángeles caí­ dos hacia arriba que la buena gente no debe ver jamás porque se rompería el con­juro. Primero estaban aislados, cada uno en su casa, en su castillo por encima de la niebla viendo que la caja con gente que habla no estaba diciendo la verdad.

Todo este embrollo es para justificar frente a usted por qué deben hacer algo de caso a un extraño zoólogo viajero que se dedicaba a hacer películas documentales de animales y antropología cuando el mundo se nos cayó encima a todos. Igual que en los casos de biólogos que intuyeron cosas nuevas que hemos visto antes, la se­rendipia de los descubrimientos que parecen casuales, en realidad, es el fruto de la biografía anterior de aquellos a los que les ocurren. De no haber pasado veinticinco años de mi vida escribiendo guiones de peliculas documentales sobre historia na­tural y antropología, tratando de convertir sesudos articulos científicos -indigeri­bles para la mayoría de las personas normales- en relatos sentimentales que parezcan cuentos y, por tanto, resulten atractivos al público potencial de mis docu­ mentales, no habría descubierto tan pronto que toda esta historia de la pandemia «del coronavirus» es el mejor guion documental de ciencia ficción que jamás se ha escrito, y que haría palidecer de envidia al mismísimo Julio Verne.

Resulta que el perfil adecuado para ver clara toda esta historia quizá no era el de un experto en virología, un biólogo de laboratorio o un médico adiestrado para aplicar protocolos y curar pacientes, sino el de alguien acostumbrado a documen­ tarse rigurosamente durante años contemplando las diferentes perspectivas que la ciencia tiene siempre, para crear un relato coherente, comprensible y atractivo para un documental. Todos los demás ven solo su pequeña parcela del problema, el documentalista científico está obligado a buscar todas las aristas por ocultas que es­ tén; tal vez esto me colocó en el sitio adecuado y en el momento justo para descu­brir que algo no encajaba en lo que atenazaba al mundo, y así se demostró dos años más tarde.

Los documentales todavía son considerados la quintaesencia de lo creíble. Uno puede leer algo en un periódico y cuando lo cuente, sus amigos lo criticarán argu­ yendo que esa cabecera es de tal o cual tendencia ideológica; o puede oír una noticia en determinado canal de radio o televisión, pero será susceptible de ser descalifi­cada con un simple «Ya sabemos de qué pie cojea ese canal». Incluso es posible que esa idea haya sido leída en un libro, algo cada vez menos frecuente, y su interlocu­ tor no le dé crédito por los antecedentes del autor: ese es un facha, ese es un rojo... Pero, cuando alguien formula una información sorprendente en una conversación y la apoya diciendo «Lo vi en un documental», eso va a misa, nadie se atreverá a discutirlo.

Este inmenso poder de la narrativa audiovisual, que es seguramente el mayor que existe en la sociedad actual, lo conocen bien los grandes globócratas, por eso lo han usado como base primordial para convencer al mundo de cuanto han querido, no importando tanto la veracidad como la calidad narrativa y la inserción en un relato general coherente, emotivo y, sobre todo, pactado y único. Quien tiene el control de las televisiones, series y películas de cine es capaz de crear dragones.

Obsesionados por consultar a biólogos, médicos, enfermeros, autoridades sanita­rias o supuestos expertos sobrevenidos que estaban tan perdidos como el resto de profesionales, pero, además, bastante más aterrados, el pueblo se olvidó de los filó­sofos, de los narradores y de los que dominaban la mayor arma del siglo XXI, el re­ lato audiovisual. Cada ciudadano lleva un pequeño cine en el bolsillo de forma per­manente cuyo telón se abre cientos, miles de veces al día: en el metro, en la calle, en las salas de espera, en los baños... La clave de todo está en esas pantallitas y en su descomunal poder de generar emociones dirigidas a modificar nuestros hábitos ha­ciéndonos creer que esas decisiones las hemos tomado nosotros.

FERNANDO LÓPEZ-MIRONES
Fernando López-Mirones (Pontevedra, España, 1964) es biólogo y zoólogo por la Universidad Complutense de Madrid. Desde 1991, ha guionizado o dirigido más de 120 documentales internacionales de historia natural y antropología, para firmas como National Geographic, BBC Natural History Unit, Terra Mater o RTVE —muchos de los cuales han sido premiados y traducidos a más de 8 idiomas—. Es profesor universitario de Documental Científico y de Investigación en la Universidad Complutense de Madrid. Como divulgador científico, participa, habitualmente, en televisiones y radios, además, imparte cursos sobre filmación de documentales en universidades de Europa, África y América. Ha formado parte del jurado en varios festivales internacionales de cine. Su guion del largometraje Guadalquivir fue nominado al premio Goya al mejor documental, y, gracias al mismo, recibió también la Medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos 2013. Sus perspectivas científicas discrepantes le han otorgado una gran popularidad en las redes; y es que, entre todos sus canales, suma más de 130.000 seguidores de todo el mundo.

NO HAS SIDO GENEROSO, HAS SIDO UN COBARDE
#PLANDEMIA #AGENDA2030 HUMANICIDIO 
#IGLESIA #GENOCIDIO #DICTADURA #HAMPACRACIA

NEGACIONISTAS 
del negacionismo

Muchos de los llamados “disidentes” tuercen un poco el ceño cuando algunos sacamos libros o películas, sin darse cuenta de que toda iniciativa, obra, evento y acción es enormemente valiosa en esta lucha contra el NOM.
Tras dos años, estábamos entrando en una endogamia muy destructiva. Me refiero a que los convencidos suelen estar en varios canales recibiendo una y otra vez la misma información, que ya conocen, y eso los conduce a un estado de cansancio negativo.

En mi opinión, estamos en el momento clave para llegar a muchos millones de personas que no nos han leído jamás, que no han pasado nunca por aquí, que han creído hasta ahora en lo que decían los grandes medios y sus famosos favoritos.
Toda esa gente es LA GENTE, no nosotros.
Y todas esas millones de personas en el mundo no iban a entrar jamás en EL AULLIDO ni en ningún otro medio alternativo a buscar nada. Han estado aislados.
Pero cuando se encuentran un libro atrayente editado por una editorial de enorme prestigio como Almuzara, expuesto en la Feria del Libro de Madrid o en los anaqueles de El Corte Inglés, justo cuando sienten la necesidad de indagar en ese otro lado que sabían que existía, pero al cual no habían prestado atención, la cosa cambia.
Y no olviden que libros y películas recorrerán el mundo traducidos a otros idiomas.

El sistema se reconstruye desde dentro. Abrir brecha en cines y librerías de varios continentes es un éxito descomunal aunque a muchos les produzca cierta envidiuca, espero que sana.
Hay que alegrarse por las obras de otros aunque en ellas haya partes que no nos gusten. Si lo hacemos nosotros mejor hagámoslo. Si no te gusta el documental haz tú otro si puedes y eres capaz. Ojalá salgan veinte películas y cien libros, ojalá tengan éxito y lleguen a esa gente que hasta ahora no sabía de nosotros nada más que cosas malas.

Aquellos que presumen de disidentes, rebeldes, antisistema y guerreros pero no se alegran ni ayudan cuando a su bando llegan refuerzos en forma de tanques y portaaviones, delatan que no eran tan altruistas, quizá estaban trabajando más para sí mismos que para ninguna causa.
Yo personalmente me pongo contento con cada aportación, por humilde que sea, de cualquier persona; pero si Spielberg, George Lucas hicieran películas documentales sobre la plandemia o grandes escritores publicaran novelas y ensayos, me pondría a celebrarlo por encima de medir si ganan o no dinero con ello.

Ganarse la vida, incluso bien, con la profesión de uno, jamás es un desdoro ni puede ser criticado.
Los cineastas hacen películas y los autores escriben libros o guiones.
Esto lo sabía porque hago documentales y soy escritor desde hace 25 años, pero lo estoy comprobando estos días por la cantidad enorme de personas “no disidentes” y “vacunadas” que están leyendo y disfrutando el libro, que me dicen que no tenían la menor idea de que todo eso estuviera pasando.
La endogamia intelectual no es sana, acabamos peleándonos entre nosotros por matices mientras los verdaderos enemigos de la humanidad nos vencen divididos.

Si no te gusta mi libro escribe el tuyo, si no te gusta un documental haz tú otro mejor, si no te convence este u otro forum, congreso, evento o manifestación ¿a qué esperas para organizar uno?
Pero si te has convertido en un profesional de la negatividad, en el negacionista del negacionismo, en la prensa rosa de la disidencia que busca contenidos nuevos atacando a compañeros, recapacita si eres tan noble como presumes o en realidad solo buscas protagonismo.

Un aullido


LA GRAN MAYORÍA DE LA GENTE NO SE RECONOCE 
EN LOS PERSONAJES DE LAS PELÍCULAS QUE INTERPRETAN A ESTÚPIDOS O MALÉVOLOS,
Y TAMPOCO REFLEXIONAN 
NI SE HACEN AUTOCRÍTICA PARA CAMBIAR.

Vieron "Los Juegos del Hambre" y aclamaron a la resistencia.
Vieron "La guerra de las galaxias" y aclamaron a la resistencia.
Vieron "Terminator" y aclamaron a la resistencia.
Vieron "Matrix" y aclamaron a la resistencia.
Vieron "Divergente" y aclamaron a la resistencia.
Vieron "V de Vendetta" y aclamaron a la resistencia.

Cuando se trata de cine y ficción, aclaman a la resistencia.
Cuando se trata de la realidad, todos son esclavos de los amos.
Y se ríen de los que se resisten.


“Habría que tener más en cuenta la opinión de los científicos que la de los ecologistas” 

FERNANDO LÓPEZ MIRONES, BIOLOGO EN THE BIG RESET

Crowdfunding de su secuela, The Big Reset Movie.
The Blue Dot Movie.

«Brindemos por los locos, por los inadaptados, por los rebeldes, por los alborotadores, por los que no encajan, por los que ven las cosas de una manera diferente. No les gustan las reglas y no respetan el statu-quo. Los puedes citar, no estar de acuerdo con ellos, glorificarlos o vilipendiarlos. Pero lo que no puedes hacer es ignorarlos. Porque cambian las cosas. Empujan adelante la raza humana. Mientras algunos los ven como locos, nosotros vemos como genios. Porque las personas que se creen tan locas como para pensar que puedan cambiar el mundo, son las que lo hacen…» – En el camino, Jack Kerouac (Estados Unidos, 1922 – 1969)
 VER+:

"EL NEGACIONISTA"

Un video dedicado a los médicos y científicos que plantaron cara a las élites, y como no, a todos aquellos que pusieron su granito de arena. Porque no fue la vacuna quien salvó millones de vidas, fueron los negacionistas.

HOMO SAPIENS INDOMITUS por FERNANDO LÓPEZ-MIRONES 🐎