EL Rincón de Yanka: ¡ES LA GUERRA, ESTÚPIDOS! por JAVIER SANTAMARTA DEL POZO

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jueves, 12 de mayo de 2022

¡ES LA GUERRA, ESTÚPIDOS! por JAVIER SANTAMARTA DEL POZO

¡Es la guerra, estúpidos!

«Estaría bien entender y comprender que la Historia de la Humanidad es la historia de las guerras. Que el ser humano no ha dejado atrás la parte de la mente donde la agresividad es una reacción inherente suya, y que la violencia y la maldad existen. No sé si es la naturaleza humana. Pero es una realidad tangible, por muy incómoda que sea. Somos capaces de lo mejor y de lo más sublime. Como la solidaridad, el humanitarismo y la empatía hacia los que sufren»
En España sus ciudadanos ignoran lo que es una guerra. La generación que nació el año en que murió Franco, son padres ya de familia de quinceañeros que han pasado una infancia acompañados del ‘Fortnite’. Que han sufrido dos años de una pandemia mal gestionada, dos crisis económicas, y donde luchan por una imposible conciliación familiar. Cierto. Pero que no tienen recuerdo alguno de guerra alguna. Apenas sus abuelos. Y tampoco. Como mucho estos sufrieron una posguerra de la cada día más lejana fratricida del 36. Lejana en el tiempo, que no en la mente ideológica de quienes jamás la vivieron, ni vivieron la ahora vilipendiada Transición. Pero esta es otra historia. La realidad es que el sonido de alarmas, de documentales con ellas o de conexiones en directo con reporteros de guerra de aquella tribu de los Leguineche, Quadra-Salcedo, Lobo, Pérez-Reverte, les es extraña. Porque son nuevas generaciones ajenas a uno de los Jinetes del Apocalipsis. Y están en estado de sorpresa permanente.

Sorpresa porque en la guerra se mate. Se produzcan muertos. Como titulara un olvidado autor español de esa generación coñona e irrepetible del siglo pasado, Jorge Llopis: «Lo malo de la guerra es que hace ¡pum!». Y los añejos chistes de Miguel Gila llevando un casco y llamando por un teléfono inimaginable diciendo: «¿Es el enemigo? ¡Que se ponga!», son hoy un compendio de incorrección política. Y la exageración tiene su correlación ante la forma en que confrontamos un conflicto abierto. Cualquier aberrante crimen de guerra se maximiza llamándole genocidio. Cualquier bombardeo es llevado al nivel de Hiroshima. De este modo, ciudades ucranianas dañadas por la insania bélica se comparan de manera absurda a ciudades como la inglesa Coventry, cuya hecatombe durante la Segunda Guerra Mundial dio un verbo: ‘coventrizar’, como sinónimo de devastación. El ejemplo de su gemela en tal conflicto, la alemana Dresde, no suele darse por la incómoda realidad de quienes la dejaron arrasada hasta los cimientos.

Porque la Segunda Guerra Mundial es lo más cercano a lo que los políticos actuales, los devenidos analistas geopolíticos, y los jóvenes periodistas, quieren acercarse para hacer su paralelismo con la invasión de Ucrania. Ningún otro conflicto existió antes «a las puertas de Europa», como ha llegado a decir con impostada preocupación el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez. Supongo que cuando tenía veinte años, aquello que ocurría, no ya a las puertas, sino entre dos miembros de aquella recién estrenada Unión Europea, entre Italia y Grecia (¡las cunas de esa Europa nada menos!), debió de resultarle un sueño extraño. Distante. Ajeno. No lo fue. Y aquella guerra en lo que era Yugoslavia produjo 140.000 muertos y 4 millones de desplazados. Pero preferimos hacer la comparación con una guerra brutal que, de seguir el guarismo y que esta invasión se convierta en la tercera conflagración mundial, tal vez sea la última y definitiva.

Tal vez sí lo sea. Tal vez no. Pero estaría bien entender y comprender que la Historia de la Humanidad es la historia de las guerras. Que el ser humano no ha dejado atrás la parte de la mente donde la agresividad es una reacción inherente suya, y que la violencia y la maldad existen. Y es extraño que dejen de existir hasta un futuro muy lejano. No sé si es la naturaleza humana. Pero es una realidad tangible, por muy incómoda que sea. Somos capaces de lo mejor y de lo más sublime. Como la solidaridad, el humanitarismo y la empatía hacia los que sufren. Incluso podremos ver valores admirables dentro de una batalla o en la miseria de una conflagración. Pero también aparecerán los más crueles. Como cuando en un solo fin de semana fueron asesinadas 200.000 personas en aquél aún mucho más olvidado ya conflicto de Ruanda y Burundi, a machetazos. Donde los relatores contaban cómo se asesinaba a familias enteras ahogándolas en letrinas. O cómo en los Balcanes, hace menos de tres décadas, se utilizaban bebés como ‘booby trap’ para hacer estallar las cunas donde se ubicaban. Donde la violación fue un arma más de guerra (nunca dejó de serlo a lo largo de los siglos), o donde 8.000 civiles indefensos, mujeres, niños, fueron masacrados en Srebenica. Como en Siria, donde ya se cuentan por 12.000 los niños asesinados o heridos. Por ejemplo. Como ejemplo será ya en Ucrania el estallido de imágenes que nos han abofeteado la cara en Bucha, con cientos de cadáveres de civiles asesinados, olvidados en las cunetas.

Para combatir toda esta locura hacemos llamamientos a que la gente firme peticiones en plataformas en la Red para que no se mate a niños. Para lograr la paz. Así, desde la comodidad de tu hogar, desde tu ordenador personal, te alistas a la indignación y firmas dicha petición. Y ciertas ONG que las promueven las enseñan vehementemente como si aquello fuera un misil balístico de última generación. Un hipersónico al que su mero despliegue de buenismo vaya a hacer que las tropas rusas soliciten un armisticio inmediato. No creo que sea así. Pero el optimismo es también humano. Como cuando en la Primera Guerra Mundial se pensaba que no se llegaría a las navidades de 1914. Cuando se llegó, se produjo ese mágico momento de la tregua navideña, con los soldados alemanes y británicos jugando aquel mítico partido de fútbol, al que años más tarde le pondría música y letra Paul McCartney. La realidad es que fueron cuatro años más de guerra donde murieron a diario 6.000 personas de media. Seguramente más.

Escribía el filósofo Bertrand Russell sobre ese conflicto del que apenas hemos superado su centenario, que «como amante de la verdad, la propaganda nacionalista de todos los países beligerantes me asqueaba. Como amante de la civilización, el retorno a la barbarie me anonadaba». Curiosa actualidad. Aún le quedaba ver la Segunda Guerra Mundial o la de Vietnam, que tanto criticara. Si ni siquiera quienes vivieron el horror de una bestialidad como la que sembró de trincheras, alambres de púas y cadáveres, lograron parar otra aún peor, ¿seremos capaces las actuales de hacerlo, sin mancharnos, a base de eufemismos y de ‘material ofensivo’ para otros y que nosotros no sabemos usar? ¿Parar algo aún más grande y terrible sin conciencia real de lo que es? Lo dudo. Pero estaría bien que despertáramos de una vez y viéramos que esto es una guerra, ¡estúpidos eufemismos! Y que deberíamos de estar avisados. Y que, tal vez, algún día nos tocará de nuevo combatir. Así de triste. Mucho. Pero real. La Historia así nos lo lleva enseñando desde hace siglos.

Javier Santamarta del Pozo es politólogo y escritor.