EL Rincón de Yanka: 🕂EL REINO DE DIOS SE INSTAURA CON LA SEGUNDA VENIDA DE JESUCRISTO 🕂

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jueves, 5 de mayo de 2022

🕂EL REINO DE DIOS SE INSTAURA CON LA SEGUNDA VENIDA DE JESUCRISTO 🕂




EL REINO DE DIOS SE INSTAURA 
CON LA SEGUNDA VENIDA DE JESUCRISTO


Líbranos de todos los males, Señor, 
y concédenos la paz en nuestros días, 
para que ayudados por tu misericordia, 
vivamos siempre libres de pecado 
y protegidos de toda perturbación, 
mientras esperamos la gloriosa venida 
de nuestro Salvador Jesucristo. 
Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, 
por siempre, Señor.
(RITO DE LA COMUNIÓN)

PRÓLOGO

¿Qué representa hoy para el católico, en estos comienzos del Siglo XXI, la idea de la segunda Venida de Jesucristo a la tierra? Si hacemos esta pregunta a fieles católicos comunes, escucharemos variadas respuestas, pero la conclusión general sobre ellas será muy simple y clara: dicen poco y nada. Es un tema del que casi no se habla, ni en la catequesis tradicional, ni en los sermones dominicales, ni en la enseñanza que se da a los adultos en los diversos nuevos Movimientos de la Iglesia.

Sin embargo, el fiel católico se encuentra rodeado de seguidores de otras religiones cristianas o seudo cristianas, como los Pentecostales en sus innumerables denominaciones, los Adventistas del Séptimo Día, los Testigos de Jehová, y otras sectas diversas, que desarrollan agresivas y organizadas campañas de “evangelización”, o mas bién de captación de nuevos miembros, buscando especialmente pescar no en el mar abierto poblado por los incrédulos y ateos, sino más bien en la pecera del cristianismo en general, y de la Iglesia católica en particular. 

Su cebo o carnada principal está constituido por las diversas doctrinas respecto a lo que sucederá en el “fin del mundo”, que de una manera u otra todas estas denominaciones religiosas consideran más o menos cercano. El católico con una fe elemental, con poco crecimiento espiritual, con una doctrina recibida en alguna catequesis más o menos general, y que tiene pegada con unos pocos alfileres, pasa así a ser una presa relativamente fácil ante la preparación y convicción con la que es abordado por los integrantes de estos variados grupos religiosos. 

Por un lado aparecen las imágenes amenazadoras, que producen aprensión y temor, de las terribles catástrofes que ocurrirán en ese fin del mundo, que precederán a la Segunda Venida de Cristo, y por otra parte ofrecen paralelamente doctrinas tranquilizadoras como el “arrebato de la verdadera Iglesia” (que normalmente es la denominación religiosa que está dando a conocer su mensaje), con la salvación de esos elegidos, que son preservados de todos los acontecimientos de destrucción y dolor, que solamente quedarán reservados para los impíos que no acepten el mensaje y doctrina de tal o cual fundador visionario de la iglesia en cuestión. 

Por supuesto este panorama es muchísimo más complejo y amplio que esta síntesis, pero ella refleja, aunque quizás de un modo estereotipado, las realidades que enfrenta el fiel católico sometido a ese bombardeo, que le llega desde distintas formas de comunicación, partiendo del abordamiento oral, “persona a persona”, tocando los timbres de las casa o a través de familiares, amistades o compañeros de trabajo, pasando por una gran profusión de folletos, libros y videos, hasta la presencia en los diversos medios de comunicación, como la televisión o internet.

Pero no sólo debemos hablar de los que podríamos denominar “cristianos con riesgo”, como llama el Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica “Novo millenio ineunte” (N° 34) al común de los cristianos que se conforma con una fe y oración superficial, incapaz de llenar su vida, por lo cual corre constantemente “el riesgo insidioso de que su fe se debilite progresivamente, quizás acabando por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas.” También para los cristianos más maduros, de fe más arraigada, surgen hoy muchas preguntas y cuestionamientos, para los que en la práctica no encuentran mayores respuestas. El caso más palpable lo presentan las innumerables apariciones y revelaciones marianas, que están proliferando de manera extraordinaria, especialmente en el último siglo de nuestra historia, por supuesto solamente tomando aquellas que han sido más seriamente estudiadas y documentadas por la Iglesia. En ellas aparecen, como un “leit motiv” prácticamente constante, las referencias a los tiempos del fin, a la Segunda Venida de Jesucristo o “Parusía”, al Juicio de Dios, y a una Iglesia que, luego de grandes persecuciones y tribulaciones, soportando una gran apostasía en su seno, aparecerá vencedora, pura y santa, destacándose de diversas formas la intervención de la Santísima Virgen María como “precursora” de esta segunda Venida de su Hijo Jesucristo a la tierra. 

Entonces, de pronto, la Iglesia católica se enfrenta al hecho real de que con sus dogmas de fe y doctrina escatológica tradicional, se halla en figurillas para “encajar” estas revelaciones privadas ensus esquemas aceptados y establecidos. En mi caso particular me encontré de pronto frente a este problema. Después de más de quince años de estar trabajando en la formación espiritual avanzada de laicos adultos, en el ámbito de la Renovación Carismática Católica de la Argentina, me fui internando cada vez más en la devoción mariana, reconociéndola como camino necesario a recorrer para todo católico que busca el crecimiento en su vida espiritual, tanto para vivirlo como para enseñar a otros. Así, entre otras cosas, me interesé por el hecho apasionante de las apariciones de la Virgen María y sus revelaciones, y fui particularmente atraído por el fenómeno que se conoce como “Movimiento Sacerdotal Mariano”, nacido a través de los mensajes de la Santísima Virgen al Padre Stefano Gobbi. Profundizando en el contenido de esos mensajes apareció de pronto ante mí un nuevo escenario para mi vida espiritual, consistente en la segunda Venida del Señor y la era de paz, justicia y santidad que la sucederá, con un especial derramamiento del Espíritu Santo denominado “el Segundo Pentecostés”. Como casi ninguno de esos elementos encajaba en mis conocimientos doctrinales sobre el tema de los últimos tiempos, me dediqué afanosamente a buscar y estudiar todo lo que pude encontrar relativo a la escatología católica, por lo que inevitablemente desemboqué en el estudio del Libro del Apocalipsis. 

Para ese momento llevaba casi 10 años trabajando con una experiencia espiritual nueva en grupos de oración, que buscaba insertar el gran impulso del Espíritu Santo, que ofrece la “experiencia del Espíritu” conocida en la mayoría de los nuevos Movimientos en la Iglesia después del Concilio Vaticano II, en el camino tradicional del crecimiento espiritual que desarrolla la Teología Ascética y Mística. Vale decir de paso que esta experiencia originó hace cinco años lo que hemos denominado “Escuela de Oración y Crecimiento Espiritual”. Pero en ese tiempo nunca me había interesado mayormente por el último Libro de la Biblia, hasta que se despertó en mí la sed por conocerlo.  Me sumergí en su lectura, acompañado por el estudio y la consulta de variados autores católicos sobre el mismo, aunque seguía sin lograr encontrar las respuestas que buscaba en relación a los acuciantes interrogantes que me planteaba el tema de las apariciones marianas y sus mensajes.

También fui leyendo estudios sobre el Apocalipsis de autores cristianos no católicos, pero me aparecían conceptos que se alejaban mi formación católica, además de los ataques a la Iglesia católica que encontraba, más o menos explícitos, por lo que no me interesó seguir por esa vía. Finalmente desemboqué en la única salida que se me presentaba: ponerme personalmente a estudiar el tema de la escatología, a partir en primer lugar del Apocalipsis, pero también deteniéndome en toda la revelación sobre el fin de los tiempos del Nuevo Testamento, lo que me llevó también, como era de esperar, al estudio de las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento. Han sido nueve años de intenso trabajo, dentro de mis posibilidades de tiempo que son las de un laico que tiene familia y un trabajo para vivir, donde fui estudiando, meditando, escribiendo y también orando, lo que permitió poco a poco avanzar con distintas “ideas” y “conclusiones” que iban “surgiendo”, que a su vez fueron madurando con el tiempo, con una metodología que explico con más detalle en la Introducción de este libro. 

Este trabajo no está terminado, ni creo que pueda acabarlo antes de culminar mi vida, pero en el año 2010 sentí que había llegado el momento de darlo a conocer en el estado en que se encuentra actualmente, a partir de una Página Web. Seguirán luego sucesivas actualizaciones, agregados, enmiendas y cambios, aprovechando la ductilidad de las actuales herramientas informáticas, como la actual Segunda Edición de enero de 2013. Espero que el Espíritu Santo inspire a los lectores que lleguen a este libro para que aprovechen lo que puede haber de inspirado en él, y sepan desechar lo que es puramente humano, y, por lo tanto, seguramente alejado de la Verdad. Las personas de fe cristiana necesitan hoy más que nunca depositar su confianza y esperanza en el Señor Jesucristo que volverá al mundo para instaurar su glorioso Reino de amor, de justicia, de paz y de santidad. Se comienza a tomar cada vez más conciencia de la pesada herencia que le ha sido legada a la teología católica por San Agustín, hace ya más de 16 siglos. 

Cuando el santo Doctor, en su sana intención de desacreditar a los milenaristas crasos que promulgaban que después de la Parusía los santos resucitados tendrían en la tierra un milenio de goces carnales de todo tipo, para “compensar” los sufrimientos y tribulaciones pasados en este mundo, elimina de un plumazo la interpretación literal de Apocalipsis 20,1-6, definiendo que el milenio en realidad comienza con la encarnación de Jesucristo, y termina con el fin del mundo, sin buscarlo también elimina la gozosa esperanza cristiana que hasta allí había imperado en la Iglesia, en cuanto a la espera ansiosa del Reino de paz, justicia y amor que traería el Señor a la tierra como consecuencia de su Segunda Venida, terminando con la actual era de pecado generalizado. Sólo quedarán en pie el temor y la angustia por el “fin del mundo”, por las catástrofes, cataclismos y muerte de toda la humanidad, dando pie a una visión de un Dios que castigará a la humanidad entera, sufriendo el mismo destino justos y pecadores. Por supuesto existe de hecho el consuelo para los que alcancen la Salvación, sabiendo que resucitarán a una eterna vida de bienaventuranza en el cielo, pero esa visión le es muy ajena a la experiencia del hombre común. 

Cuando todo lo que nos rodea muestra que el mundo está cada vez peor, cuando los tiempos para que el pecado se enseñoree en porcentajes crecientes de la humanidad son siempre más breves, cuando uno no ha terminado de asombrarse por el crecimiento de la impureza y la inmoralidad, de la violencia y de la injusticia, de la explotación de los pobres y desposeídos y de la corrupción en todos los niveles de la sociedad, de la manipulación casi total de la información con fines deshonestos, todo lo que llega a profundidades que pocos años antes parecían imposibles de alcanzar, ya aparecen nuevos signos que presagian cosas aún más terribles, y, por sobre todo, cuando la persona de fe mira a su alrededor y prácticamente lo único que ve es un olvido casi radical de Dios y de la sana doctrina evangélica, entonces aparece con una necesidad absoluta el poder alimentar la esperanza que dice que un mundo mejor que el actual es posible. Esta esperanza comprende que este mundo mejor no será alcanzado por el esfuerzo humano, que lo único que seguirá logrando será la degradación moral y la destrucción de la tierra que Dios le ha dado al hombre en herencia, sino que será Jesucristo mismo quien intervendrá para torcer esta historia humana que solamente puede desembocar en los peores abismos que tienen preparados Satanás y su corte de demonios.

Es necesario hoy, más que en otras épocas, hablar, enseñar, predicar y gritar a toda voz, si fuera necesario, las grandes verdades de Dios sobre los tiempos del fin de esta edad presente, de este “siglo malo”, para alimentar la esperanza de aquellos que en su fe la necesitan para seguir avanzando en sus convicciones cristianas, pese a todo y a todos, sabiendo que no es en vano, y que santificándose ellos y ayudando a santificarse a otros, no sólo esperarán en paz la vuelta de Cristo en su Parusía, sino que “acelerarán la venida del Día de Dios” (2 Pedro 3,12), siendo instrumentos para que llegue lo antes posible la instauración del Reino glorioso de Cristo en este mundo. Que María Santísima, “Madre del Segundo Adviento”, guíe los pasos de aquellos que con corazón abierto y sincero, sientan el deseo de encontrar las respuestas que el Espíritu quiere dar en nuestra época a los interrogantes que surgen por doquier sobre la segunda Venida del Señor, para que todos los cristianos de buena voluntad sepamos prepararnos adecuadamente para tan magno acontecimiento, tanto si ocurre durante nuestra vida terrenal o después de nuestra ida del mundo.


INTRODUCCION

A) Esquema del libro. Cuando se quiere escribir sobre un tema como la instauración del Reino de Dios por Jesucristo en su segunda Venida a la tierra, lo primero con que se tropieza es con la amplitud y complejidad de los argumentos a tratar, dificultad que además aumenta cuando se considera que se está trabajando sobre sucesos que todavía no ocurrieron, que pertenecen al futuro, y sobre los cuáles no poseemos ninguna certeza comprobable, siendo la única base sobre la que podemos construir la Palabra de Dios, como revelación profética de lo que un día sucederá por voluntad del Creador. Dado que toda la Biblia contiene, de una manera o de otra, revelación profética, desde el Génesis, en las palabras de Yahveh a la serpiente y a Eva y Adán, conocidas como “el protoevangelio”, hasta el último Libro del Nuevo Testamento, la profecía por excelencia, el Apocalipsis de Juan, también es necesario referirse a una enorme cantidad de pasajes bíblicos. 

Por estos motivos, en un primer esquema este libro comprendía una Primera Parte, denominada “El Reino de Dios se revela en el Antiguo Testamento”, que ahora se encuentra incorporada en el capítulo 9, y una Segunda Parte, cuyo título rezaba “El Reino de Dios se acerca con la primera Venida de Cristo”, y que contenía dos capítulos, el primero estudiando la predicación inicial de Jesucristo compuesta por la Bienaventuranzas y el Sermón de la Montaña, y el segundo referido a la revelación de Jesús sobre el Reino de Dios por medio de las parábolas. Debido a la extensión de esta Segunda Parte, y para centrar más el libro en forma exclusiva sobre la segunda Venida del Señor y la instauración del Reino de Dios, estos escritos se presentan en otra sección de la Página, como artículos independientes, aunque por supuesto son muy importantes para la mejor comprensión de este estudio. 

En la organización del libro se ha decidido seguir un orden de los capítulos basado en la cronología que presenta el Libro del Apocalipsis, cuya estructura según nuestro criterio la hemos desarrollado y explicado en el artículo incluido en esta Página bajo el título “Libro del Apocalipsis: 
un nuevo aporte para su interpretación”. Tal como se detalla allí, consideramos que el hilo conductor de los acontecimientos narrados en las visiones del Apocalipsis pasa por los sucesos en el cielo, ya que son Dios Padre y su Hijo, el Cordero, quienes detentan la soberanía sobre la historia de la humanidad. 

En el Capítulo 1 se presentan los dogmas de fe católicos sobre el tema de la segunda Venida de Jesucristo, la resurrección de los muertos y el Juicio Final, a fin de poder contrastar su doctrina con lo que se va desarrollando en este estudio, lo que se hace en cada parte 10 pertinente. Se comprobará así que en la exégesis realizada se respetan absolutamente todos los aspectos de nuestra fe católica. 

En el Capítulo 2 planteamos algunos conceptos básicos para la interpretación de las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento, a saber: el concepto de “Nuevo Israel” o “Nuevo Pueblo de Dios”, el sentido hoy de los Reinos de Judá e Israel, y el concepto del Pueblo de Dios como “Esposa de Dios” y su personificación en la Ciudad de Jerusalén. Estas premisas se utilizarán a lo largo de todo el estudio. Luego comenzamos a desarrollar la cronología de los sucesos del tiempo del fin. 

Luego en el Capítulo 3 se analizan las visiones del trono de Dios y la corte celestial, hasta el momento en que Dios Padre toma la decisión de iniciar los acontecimientos que desembocarán en “el Día del Señor” y la Parusía del Hijo del hombre, con la visión de la apertura de los siete sellos del rollo que está en la mano de Dios. Liberada la acción de los instrumentos divinos para los tiempos escatológicos, analizamos cuáles serán en la tierra las señales indicativas de la cercanía de la Parusía, aquellas que los hombres de fe podrán discernir para comenzar a prepararse para tan magno acontecimiento de la historia de la humanidad. 

En el siguiente Capítulo, el N° 4, nos encontramos frente al panorama de la humanidad en los tiempos cercanos a la Parusía, con la pavorosa realidad de un mundo materialista que idolatra las creaciones y la ciencia humanas, y descristianizado en una gran medida, simbolizado por una metrópoli dominadora, la “Gran Babilonia”, imbuida por un espíritu seudo-religioso personificado en la “Gran Ramera”, instrumento dócil en las manos de Satanás, el amo del mundo, cuyo único objetivo es alejar totalmente de Dios a los hombres, así como él y su corte de demonios, ángeles caídos, están irrevocablemente separados de su Creador. Para lograr este objetivo, el diablo debe conseguir, a través de aquellos que secundan su acción en el mundo, la destrucción de los cristianos, o sea, la eliminación de la Iglesia, que constituida por un pequeño resto fiel a Cristo y a su verdadero Evangelio, sigue resistiendo en medio de una humanidad alejada de Dios y hostil en muchos casos hacia el cristiano que defiende su fe. 

Como preparación para los temas que vendrán, el Capítulo 5 plantea la realidad del Juicio de Dios que se producirá sobre los vivos y los muertos cuando regrese Jesucristo en su segunda Venida. Estudiamos los antecedentes del tema en los escritos proféticos del Antiguo Testamento, y un concepto sumamente importante, que nos clarifica en qué momento de la historia se producirá este Juicio: el sentido de “eón” o “siglo”, que cambiará con la Parusía. También se propone la división del Juicio en Fases sucesivas y diversas. 

En el Capítulo 6 se estudia la Primera Fase del Juicio de Dios, que denominamos “el tiempo de la advertencia de la misericordia de Dios”, o “Tiempo de las siete Trompetas”, según el Apocalipsis. Este período de la historia humana terminará con la destrucción de la Gran Babilonia en manos de sus antiguos aliados, entre los cuales surgirá quien heredará el poder en el mundo: 
el Anticristo, el falso Cristo que hará creer a la mayor parte de los habitantes de la tierra que él es el verdadero Jesucristo que ha retornado al mundo en su Parusía tan esperada. Con el Anticristo y el falso Profeta que lo secunda situados en el vértice de su poder, y, por ende, con Satanás convertido finalmente en el amo total del mundo, termina esta primera fase del Juicio de Dios. 

Sigue el estudio en el Capítulo 7 con la Segunda Fase del Juicio, que hemos llamado “el tiempo de la ira de Dios” o “Tiempo de las Siete Copas”, siguiendo al Apocalipsis. Aquí abordamos un tema que, por un lado tiene un desarrollo y una difusión muy grande en prácticamente la mayoría de las denominaciones religiosas cristianas, y que, por otra parte, es casi “tabú” en la doctrina católica: el “arrebato” de los santos al encuentro con Jesús antes de su manifestación visible por toda la tierra. Aunque este hecho se basa en principio en el pasaje de la Primera Carta de San Pablo a los cristianos de Tesalónica, Capítulo 4,15-18, hay una gran cantidad de referencias bíblicas con respecto a la realidad de este suceso, las que analizamos con toda profundidad, y en particular lo hacemos con un elemento que es fundamental y que suele ser bastante descuidado: cuál es el destino final de estos arrebatados, lo que, en definitiva, explica la razón por la cual se da este acontecimiento.

Surge aquí el fundamento escriturístico de otro suceso sobre el cual hoy se habla mucho, especialmente en ámbitos católicos: la manifestación de un “Segundo Pentecostés”, es decir, de una efusión del Espíritu Santo tan extraordinaria como la que originó a la Iglesia, después de la Ascensión gloriosa del Señor al cielo. En este mismo contexto se trata otro tema también controvertido en ciertos círculos católicos: la resurrección de los santos como una primera resurrección antes de la Universal. 

El capítulo incluye un estudio pormenorizado de lo que San Pablo denomina “transformación” en su conocido texto de la Primera Carta a los Corintios 15,51: 
“No moriremos todos, mas todos seremos transformados”, aplicable al tiempo de la Parusía de Cristo y complementario con la revelación del “arrebato” de los elegidos. Continuamos con la descripción y análisis del sentido de otro magno evento, conocido como “las Bodas del Cordero con la Iglesia”, que se localiza en este período del “Día de Dios” que estudiamos en el capítulo que se está describiendo. 

En el Capítulo siguiente, el N° 8, se desarrolla el complemento de los capítulos anteriores, en cuanto al estudio de la materia del Juicio de Dios de los santos vivos a través de Jesucristo, quien vendrá nuevamente a la tierra “para juzgar a los vivos y a los muertos”. Para ello se estudiarán las parábolas escatológicas de Jesús, en primer lugar, y luego las Cartas a las siete iglesias del Apocalipsis, así como los pecados descriptos en este Libro profético que impiden el ingreso a los hombres a la Nueva Jerusalén. Ya este Capítulo comienza a aportar mucha luz sobre el aspecto central que pretendemos clarificar en este libro, desde una perspectiva eminentemente católica: la instauración del Reino Terrenal de Dios, además del Reino Celestial. 

Esta es la tesis principal que desarrollamos y sustentamos, con aspectos novedosos que hasta ahora no se habían planteado en la doctrina católica, al menos en forma más o menos explícita y con un apoyo exegético de raíz totalmente católica, de acuerdo a todos nuestros dogmas de fe. Estoy seguro que muchos, al leer estas afirmaciones, de inmediato pensarán: «¡Ah, he aquí a otro milenarista que quiere defender esta peregrina doctrina!». 

Si ese fuera el caso, los invito a seguir adelante, para que al menos se den cuenta, aunque finalmente no la compartan, que se trata de una posición doctrinal seria, desarrollada con muchos elementos, con base en dogmas y doctrinas católicas aceptadas, y que puede aportar luz en variados aspectos referentes a los sucesos de los últimos tiempos y a signos que actualmente ya se están percibiendo en el mundo, en especial con referencia a las apariciones marianas y sus mensajes. 

Seguimos en este Capítulo tratando los sucesos que se producen por el Juicio de Dios sobre los vivos que permanecen en la tierra, es decir, que no forman parte del grupo de los santos “arrebatados”, y que en el Apocalipsis comprende el septenario de las Copas con plagas que los siete ángeles de Dios verterán sobre el mundo. Se examina allí la situación en la tierra después del período de la advertencia, donde fue destruido el imperio de la Gran Babilonia, y el Anticristo toma el poder, con la pavorosa realidad del aparente triunfo total de Satanás, aunque en realidad allí comenzará su derrota final. 

La última copa que derramarán marcará el final del Juicio de Dios sobre los vivos, y culminará con la manifestación gloriosa y visible de Jesucristo al mundo, conocida como la “Parusía” o segunda Venida del Señor, que se presenta en el Capítulo N° 9. Se analizan detalladamente los sucesos que acompañan este extraordinario evento, desde las características que poseerá esta manifestación, pasando por el acompañamiento que tendrá Jesús en sus santos, hasta la derrota final del Anticristo y sus secuaces. 

A continuación, el Capítulo 10 trata acerca del tema más importante del libro, ya que se refiere a la instauración del Reino de Dios, tanto en su fase terrenal como en la celestial; aquí encontramos el capítulo más importante de la obra, dado que es crucial la adecuada exposición doctrinal, para que su comprensión sea clara y no deje lugar a dudas o puntos de oscura interpretación. Se examinan sucesivamente los siguientes temas: la diferenciación clara entre la Jerusalén celestial y la Jerusalén terrenal, como imágenes de la Iglesia, en el pasaje de Apocalipsis 21,1 hasta 22,5, y cómo será instaurado en la práctica el Reino de Dios terrenal, con el papel fundamental de los santos “arrebatados” que vuelven acompañando a Cristo en su segunda Venida, en el gobierno del Reino milenial desde la Iglesia purificada y santificada.

Termina este capítulo fundamental con una explicación pormenorizada y con fundamentos doctrinales netamente católicos sobre el sentido y la conveniencia del Reino de Dios terrenal, en relación con el grado de gloria eterna de los que se salvarán en él, y del importante papel del pueblo judío convertido, según la conocida exposición de San Pablo en el Capítulo 11 de la Carta a los Romanos. Sigue el Capítulo 11 con el desarrollo de aspectos relacionados con la vida en el Reino de Dios terrenal, de la suerte de los que mueren en su transcurso, y de los acontecimientos que llevarán al fin de la historia humana, con la realización del Juicio Final Universal y el descenso de la Nueva Jerusalén Celestial, para que finalmente “Dios sea todo en todo” (1 Corintios 15,28). 

Cierra el libro un Epílogo, que busca, a modo de síntesis, abarcar con una mirada más elevada el conjunto de lo que se ha expuesto a lo largo del libro en forma pormenorizada, para asegurarnos que por mirar el árbol no dejemos de ver el bosque. Allí volcamos las grandes ideas directrices que guiaron este trabajo, así como algunas conclusiones generales referidas al conjunto doctrinal presentado. Esperamos que la exposición que hacemos, organizada de la manera que hemos descrito, sea comprensible y suficientemente ágil en su lectura, aunque necesariamente aparecen repeticiones de ciertos pasajes en capítulos distintos, ya que en ellos se analizan sus elementos desde ángulos u objetivos diversos, según la materia que se trata en forma preponderante en cada segmento del libro.

B) Metodología utilizada en este estudio. Me interesa aclarar cómo fue escrito este libro, a los efectos que aquellos que lo lean sepan de qué manera han surgido los distintos conceptos e interpretaciones de la Escritura que han sido volcadas en él. En primer lugar quiero dejar sentado que no soy un teólogo, en el sentido de poseer estudios sistemáticos y un título en esta especialidad, y, por lo tanto, tampoco soy un exegeta, con el alcance habitual que se le da a este término, como aquella persona que está dedicada al estudio e interpretación de la Escritura como ocupación habitual, utilizando las modernas herramientas de esta ciencia (análisis histórico-literario, estudios lingüísticos, religiones comparadas, etc.) 

Mi formación en teología no ha sido sistemática, sino que por interés propio, y por tener que desarrollar un ministerio, como laico, encargado de la enseñanza y formación espiritual de adultos católicos en grupos de oración, he ido haciendo cursos y seminarios variados, sobre diversos temas doctrinales católicos, aunque lo principal ha sido la lectura y estudio de libros de Teología Dogmática y de Teología Ascética y Mística, además de obras de autores clásicos sobre espiritualidad católica. Como paralelamente, durante los últimos veinte años, he trabajado en la formación espiritual avanzada de laicos adultos, en un proyecto que ha crecido y tomado forma hasta que desembocó en la actual “Escuela de Oración y Crecimiento Espiritual”, donde hemos ingresado a la experiencia de la contemplación infusa, yo mismo he vivido, al menos en sus estadios iniciales, este proceso de transformación interior. 

Descubrí entonces lo que significa la acción de los siete dones del Espíritu Santo sobre la inteligencia y voluntad humanas, y como poco a poco se va eliminando el razonamiento discursivo natural del entendimiento del hombre, siendo reemplazado por la luz intuitiva que dan los dones “intelectuales” (entendimiento, sabiduría, ciencia y consejo) en la llamada “contemplación infusa”, que es necesario aclarar que, si bien es una experiencia que nace en la oración, luego se transforma en una acción que impregna en otros momentos las acciones de la meditación, en especial en lo referente a la Palabra de Dios. Esto es lo que se podría denominar “lectura espiritual” de la Escritura, lo que significa estar leyendo bajo la gracia del Espíritu Santo que produce la visión intuitiva de la virtud de la fe y, por ende, el conocimiento de las verdades divinas. Bajo este proceso de “lectura espiritual” he ido estudiando y escribiendo el contenido de este libro, además de muchas otras tareas similares que he encarado sobre otros temas.

El Catecismo de la Iglesia Católica de 1992 explica con claridad como en la vida de la Iglesia va creciendo la inteligencia de la fe, tomando lo que define la Constitución dogmática “Dei Verbum”: 
“94 Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la inteligencia tanto de las realidades como de las palabras del depósito de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia: -«Cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón» (DV 8); es en particular la «investigación teológica [...] la que debe profundizar en el conocimiento de la verdad revelada» (GS 62,7; cfr. Ibíd., 44,2; DV 23; Ibíd., 24; UR 4). -Cuando los fieles «comprenden internamente los misterios que viven» (DV 8); Divina eloquia cum legente crescunt («la comprensión de las palabras divinas crece con su reiterada lectura», San Gregorio Magno, Homiliae in Ezechielem, 1,7,8: PL 76, 843). -«Cuando las proclaman los obispos, que con la sucesión apostólica reciben un carisma de la verdad» (DV 8).” 

Por lo tanto es necesaria la aplicación de estos tres principios para la adecuada comprensión de las verdades de la fe: el estudio de las escrituras apoyado en la teología católica desarrollada, la comprensión de las palabras divinas por la vivencia interior resultado de la “lectura espiritual” y la aceptación de los dogmas proclamados por el Magisterio de la Iglesia, y esto mismo es lo que he intentado llevar a cabo en este estudio. ¿Significa lo expresado que todo lo escrito ha sido inspirado por el Espíritu Santo? De ninguna manera, ya que la acción de los dones del Espíritu Santo, en aquellos que no tienen una contemplación avanzada hasta los grados de unión con Dios más profunda como en mi caso, que recién estoy en las primeras etapas de la misma, se manifiesta en forma intermitente, en forma paralela al razonamiento natural, por lo que inevitablemente se mezclan ambas cosas, y, diríamos, la acción del Espíritu Santo se “contamina” permanentemente con el razonamiento propio del sujeto, a partir de lo cual aparecen errores y conceptos humanos que terminan por confundirse con las mociones recogidas por los dones. 

Por eso el resultado es una mezcla que debe ser discernida, utilizándose solamente lo que resulte ser verdadero, y desechando y reemplazando lo que provenga nada más que del razonamiento humano, influenciado por lógica por las ideas externas, las del mundo. Siendo esto así hay que tener claro el alcance de lo que se desarrolla en este estudio, cuyo objetivo, como ya expuse en el Prólogo, es que lo que haya de inspirado en él sirva de base para ulteriores estudios y desarrollos por aquellos que se encuentren dedicados a estas actividades con mayor capacidad que la mía. Obviamente al preparar este trabajo también he leído y consultado una buena cantidad de literatura disponible sobre el tema, es decir, no se ha desechado nada de lo que existe, al menos de los autores más reconocidos en idioma español e italiano, utilizando los conceptos que tiene relevancia en cuanto a la doctrina que he desarrollado. 

Al respecto quiero precisamente referirme a los métodos “modernos” de la teología, de la crítica escriturística actual, que examina a fondo el historicismo de los pasajes bíblicos, realiza el análisis literario pormenorizado de los textos, estudia la lingüística y utiliza otras herramientas exegéticas disponibles en estos tiempos. De todo esto surgen a veces conclusiones que, al menos para mí, sólo provocan confusiones y errores, al menos cuando trascienden los ámbitos puramente académicos, como cuando se dice que tal o cual evangelista tomó lo que escribió de determinadas fuentes de su época, o que un pasaje íntegro de los evangelios no refleja palabras o hechos verdaderos de Jesús, sino que es un agregado de quien escribió el texto, con alguna intención teológica o pastoral propia. De pronto el cristiano común se enfrenta a estas cosas que lo llenan de dudas e interrogantes: 
¿serán éstas palabras de Jesús o las inventó el que escribió el Evangelio para reflejar sus ideas personales o las de su comunidad? ¿Hasta dónde tengo que creer que lo escrito en la Biblia es Palabra de Dios, y no simplemente palabras de hombres interesados en transmitir su versión? Al leer los Evangelios con estas ideas dando vueltas en la mente, se pierde el gozo de vivir lo dicho y enseñado por el Señor, y cuando uno interpreta algo referente a un pasaje bíblico, no sabe realmente si corresponde a lo que Jesús pensaba o decía, o se refiere a un agregado de alguien ajeno al Señor.

Yo, personalmente, sigo creyendo que hay que leer toda la Biblia como Palabra de Dios, teniendo claro que es el Espíritu Santo quien ha inspirado a los autores sagrados, aunque en ella no encontremos versiones taquigráficas o magnetofónicas de las palabras vertidas por Yahveh a los profetas en el Antiguo Testamento, o por Jesús a sus apóstoles y discípulos en el Nuevo. Las herramientas exegéticas modernas sin duda son útiles, pero por sí solas no pueden reflejar más que de manera incompleta y parcial lo que Dios ha querido revelar. Como síntesis de lo expresado quiero referirme a lo dicho sobre este tema por alguien con muchísima más autoridad y conocimiento que yo, nada menos que el Predicador del Papa, el Padre Raniero Cantalamessa. En oportunidad de la cuaresma del 2007, el P. Cantalamessa, en su predicación ante el Papa Benedicto XVI y la Curia, el 23 de marzo de ese año, expresó lo siguiente, como introducción al tema de las Bienaventuranzas: 

La investigación sobre el Jesús histórico, hoy tan en auge –tanto la que hacen estudiosos creyentes como la radical de los no creyentes– esconde un grave peligro: 
el de inducir a creer que sólo lo que, por esta nueva vía, se pueda remontar al Jesús terreno es «auténtico», mientras que todo lo demás sería no-histórico y por lo tanto no «auténtico». Esto significaría limitar indebidamente sólo a la historia los medios que Dios tiene a disposición para revelarse. Significaría abandonar tácitamente la verdad de fe de la inspiración bíblica y por lo tanto el carácter revelado de las Escrituras. Parece que esta exigencia de no limitar únicamente a la historia la investigación sobre el Nuevo Testamento comienza a abrirse camino entre diversos estudiosos de la Biblia. 

En 2005 se celebró en Roma, en el Instituto Bíblico, una consulta sobre «Crítica canónica e interpretación teológica» («Canon Criticism and Theological Interpretation») con la participación de eminentes estudiosos del Nuevo Testamento. Aquella tenía el objetivo de promover este aspecto de la investigación bíblica que tiene en cuenta la dimensión canónica de las Escrituras, integrando la investigación histórica con la dimensión teológica. De todo ello deducimos que «palabra de Dios», y por lo tanto normativo para el creyente, no es el hipotético «núcleo originario» diversamente reconstruido por los historiadores, sino lo que está escrito en los evangelios. 

El resultado de las investigaciones históricas hay que tenerlo enormemente en cuenta porque es el que debe orientar a la comprensión también de los desarrollos posteriores de la tradición, pero la exclamación «¡Palabra de Dios!» seguiremos pronunciándola al término de la lectura del texto evangélico, no al término de la lectura del último libro sobre el Jesús histórico. Las dos lecturas, la histórica y la de fe, tienen entre sí un importante punto de encuentro. 
«Un evento es histórico –escribió un eminente estudioso del Nuevo Testamento– cuando asoman en él dos requisitos: 

ha "sucedido" y además ha asumido una relevancia significativa determinante para las personas que estuvieron involucradas en él y establecieron su narración». Existen infinitos hechos realmente ocurridos que, en cambio, no pensamos en definir «históricos», porque no han dejado huella alguna en la historia, no han suscitado ningún interés, ni han hecho nacer nada nuevo. «Histórico» no es por lo tanto el descarnado hecho de crónica, sino el hecho más el significado de él. En este sentido, los evangelios son «históricos» no sólo por lo que refieren verdaderamente ocurrido, sino por el significado de los hechos que sacan a la luz bajo la inspiración del Espíritu Santo. 

Los evangelistas y la comunidad apostólica antes que ellos, con sus añadidos y subrayados diversos, no hicieron sino evidenciar los diferentes significados o implicaciones de un determinado dicho o hecho de Jesús. Juan se preocupa de hacer que se explique anticipadamente por Jesús mismo este hecho cuando le atribuye las palabras: 
«Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir» (Jn 16,12-13)”. 

Adhiero completamente a lo expresado por el Predicador de la Casa Pontificia, que nos vuelve a recordar que es el Espíritu Santo quien ha inspirado todo lo escrito en la Biblia, y Él es quien desea que lo comprendamos de la misma manera, es decir, leyendo los textos bajo la luz que nos da a nuestro entendimiento humano a través de la virtud de la fe, perfeccionada por los dones de inteligencia, ciencia, sabiduría y consejo. Quedan así planteados los elementos necesarios para la mejor comprensión de este estudio, con la descripción a vuelo de pájaro de su contenido y organización. Sólo resta entonces internarse en su lectura, que, una vez más, va acompañada por el deseo que sea provechosa para quién la aborde, y que pueda aportar lo que esté buscando el lector que ha decidido recorrer estas páginas.

EPÍLOGO

1) Comentario general

Es necesario que ahora busquemos apreciar con una mirada abarcadora todo lo que hemos desarrollado, donde necesariamente hemos tenido que entrar en un nivel de detalle tal que nos permitiera fundamentar las distintas conclusiones que fuimos presentando, con lo cual, si nos quedamos solamente con esa exposición, corremos el clásico peligro de perder de vista el bosque por mirar cada árbol en forma individual. 

Lo que buscamos en este estudio, como claramente se aprecia leyéndolo, fue el objetivo de ir apoyándonos paso a paso en la Escritura, para ir avanzando sobre la roca firme de la Palabra de Dios a lo largo de nuestro camino hacia un desarrollo doctrinal, con una base sólida y católica, de las grandes verdades de los tiempos del fin. Dejando de lado el Prólogo, la Introducción y este Epílogo, el lector podrá verificar que no hay una sola página en esta obra en que no aparezcan citas bíblicas, a menudo varias, porque esa ha sido la orientación de este trabajo: escudriñar bajo la luz del Espíritu Santo la Biblia, para captar la verdad, en este caso referida a los prodigiosos acontecimientos que ocurrirán a partir de la cercanía de la Segunda Venida del Señor a la tierra. 

Pero ahora, en esta síntesis final, nos tomamos la licencia de hablar y comentar un poco más extensamente los hallazgos que han surgido en este itinerario por la Palabra divina. Hemos intentado asomarnos, desde nuestra pobreza humana, a la sublime revelación del propósito eterno de Dios para su máxima creación, el hombre, y del cumplimiento del mismo a lo largo de las circunstancias de la historia de la humanidad, en particular de las que todavía no hemos vivido, y que denominamos genéricamente “los acontecimientos del fin de la historia”. 

Esto sólo es posible de hacer contando con la ayuda divina, y por lo tanto sobrenatural, que se manifiesta a partir de la revelación de Dios en la Escritura Sagrada, y del auxilio del Espíritu Santo, a través de la gracia y de las nuevas facultades sobrenaturales que provee a nuestra inteligencia natural (virtudes infusas y dones del Espíritu Santo), para leer, estudiar y captar las verdades encerradas en esa revelación. Nuestra guía bíblica ha sido el último Libro del Nuevo Testamento, el Apocalipsis o Revelación, al cual confluye mucha de la enseñanza de Jesús y de las Cartas católicas. Hemos recorrido, guiados por la máxima revelación profética del Nuevo Testamento, la interpretación posible de los sucesos que constituirán, primero, el “fin de los tiempos” o fin del presente “eón”, y luego los que definen el “fin del mundo” y su reemplazo por la Nueva Jerusalén Celestial, los “cielos nuevos y tierra nueva”, morada eterna de los hijos adoptivos de Dios resucitados, los salvados de la “muerte segunda”.

Tuvimos así ante nuestra mirada un fresco que muestra el devenir histórico de la humanidad, en consonancia con los planes eternos de Dios y su propósito para su creación principal: el hombre. Por sobre todo esto resuena una sublime nota de amor, y éste se mantiene empecinado a lo largo de una historia repleta de olvidos, traiciones, abandonos y apostasía de la criatura hacia su Creador, quien no deja de tenderla las amorosas manos y decirle: “Aunque hubiera una mujer que olvide a su hijo, Yo nunca me olvidaría de ti” (Isaías 49,15). Esta historia de amor es, en definitiva, la que existe entre Dios y la Esposa que Él elige para que un día, santa e inmaculada, se case con su Hijo encarnado, Jesucristo. 

¿Cuál es el tema que como “leit motiv” va apareciendo una y otra vez en la revelación sobre los tiempos finales? Es, sin duda, el papel asignado a la Iglesia de Cristo, particularmente en esos difíciles tiempos que todavía no han llegado, pero que tampoco podemos juzgar como muy lejanos en base a las señales y signos que ya podemos advertir y discernir en nuestra época. Es la Iglesia terrenal que aparece sumergida en un mundo hostil, dominado por una gran metrópoli o potencia político-militar, presentada en el Apocalipsis como la “Gran Babilonia”, que simboliza la idolatría materialista y racionalista, ferozmente anticristiana, cuya influencia se ha extendido a buena parte de la humanidad. Incluso la Iglesia se ve penetrada en su mismo interior por las falsas doctrinas idolátricas, propugnadas por lobos disfrazados con piel de cordero, infiltrados en su estructura, y muchas veces tolerados, como presentan con claridad las Cartas a las siete iglesias, figura de la Iglesia universal. 

Es la Iglesia terrenal perseguida ferozmente por el Dragón Rojo, Satanás, que será auxiliada por Cristo, quien la arrebatará de la tierra para tener un encuentro con ella, donde será purificada y santificada por el fuego del Segundo Pentecostés, quedando de esta manera preparada sin mancha para el desposorio con el Señor en las Bodas del Cordero: 
Efesios 5, 25-27: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada.” Esta Iglesia desposada con el Señor volverá a la tierra, donde deberá gobernar y evangelizar a los sobrevivientes de la gran tribulación, liberada ya de la maligna influencia de Satanás que, encadenado por los ángeles y echado al fondo del abismo infernal, ya no puede ejercer su oficio de tentador. También contemplamos a la Iglesia celestial, formada por las almas de los santos clamando ante Dios para que no se retarde más el “Día del Señor”, y luego, como consecuencia del Juicio de Cristo, poblada por esos santos, más los que se les unieron con motivo de la gran tribulación, resucitados y preparados también para sus bodas con el Cordero. 

Finalmente, terminado el Reino terrenal o milenial, vimos como habiendo desaparecido el mundo actual consumido por el fuego de Dios, es suplantado por la Nueva Jerusalén Celestial, la Iglesia eterna, que baja del cielo para ser siempre la morada de Dios entre los hombres, quienes serán su pueblo, y donde ya no habrá ni muerte, ni llanto, ni dolor, porque lo anterior habrá definitivamente pasado. A través de todas estas expresiones sobre la Iglesia se vislumbra el inmenso amor de Dios Trinidad hacia ella, elegida desde siempre por el Padre como la Esposa santa que se fue preparando para llegar a sus Bodas con el Salvador. De alguna manera la Iglesia terrenal, como sociedad de los hombres redimidos que están en comunión con Cristo, fue pasando por distintas etapas de “conversión” a lo largo de su historia, que es a la vez la historia del cristianismo en el mundo, a semejanza de las etapas que también cada cristiano va transitando en su vida para tender hacia la perfección espiritual, hacia la santidad completa, que no es más que el camino de la conversión.

Hay un llamado inicial de Dios a un pueblo que Él elige, como aquel con el que va a establecer una alianza de amor, para que lo conozca y experimente su presencia y su cuidado, y sepa llevar ese conocimiento al resto de los pueblos de la tierra, para que todos se transformen finalmente en un único rebaño. Este pueblo de Israel, que prefigura la preparación histórica de la Iglesia, elegido y llamado por Dios a partir del Patriarca Abraham, se convertirá después de Pentecostés en el Nuevo Israel. De la misma manera, cada persona individual, después de la venida del Redentor, será llamada a recibir la salvación de Jesucristo, no solamente para alcanzar su propia conversión y santidad, sino para convertirse en instrumento para llevar la salvación a otros. Sin embargo, el pueblo de Dios, tanto el de Israel según la carne, como el Nuevo Israel surgido de Pentecostés, una y otra vez dará la espalda a Dios, se olvidará de Él, correrá detrás de ídolos fabricados por mano propia, aunque Dios siempre estará dispuesto a perdonarlo si existe un arrepentimiento sincero. De la misma manera en cada individuo se da este proceso de caída en el pecado y alejamiento de Dios, aunque siempre el Padre estará esperando su regreso como lo refleja la parábola del hijo pródigo. Arribará finalmente para un pequeño resto el momento de llegar a su santidad plena, lo que les permitirá después de su muerte alcanzar la vida en presencia de Dios en forma inmediata. 

También la Iglesia tendrá ese momento sublime, después de la última y dolorosa purificación del fin de los tiempos, de donde surgirá santa e inmaculada, para ser definitivamente la Esposa del Señor. El amor del Padre y de Cristo por la Iglesia resulta ser, entonces, el tema que como telón de fondo enmarca todo el Apocalipsis, porque representa la culminación del propósito eterno del Padre: que esa Esposa santa del Hijo viva para siempre junto a la Trinidad, como vive la Esposa del Espíritu Santo, la Santísima Virgen María.

2) Novedades que presenta este estudio 

Vamos ahora a plantearnos una pregunta que al final de este libro se impone: ¿Cuál es la principal “novedad”, al menos dentro del desarrollo doctrinal católico, que presentamos en este trabajo? Sin duda se refiere a la existencia del Reino de Cristo en la tierra, o “Reino milenial”, que surge después de la Parusía y del Juicio de Dios sobre los vivos y los muertos. El enfoque doctrinal que desarrollamos, basado en una exhaustiva y completa interpretación de la Escritura, elimina las serias objeciones e inconvenientes presentados por otros “sistemas”, centrados fundamentalmente en un punto crucial: la presencia en la tierra, en un mundo poblado por viadores, de Cristo y los santos resucitados en la primera resurrección. 

La clave interpretativa que deja de lado totalmente esta discusión está dada por un hecho básico que hemos sostenido, y es que Jesús juzga, es decir, “gobierna” en el sentido amplio el Reino de Dios terrenal desde el cielo, desde la Jerusalén celestial, junto a los santos resucitados, mediante una renovada y poderosa “comunión de los santos” que une la Iglesia terrenal, purificada y santificada en un mundo en que ha desaparecido la nefasta influencia de Satanás, con la Iglesia celestial, mediante un intercambio vital de auxilios, definidos por “Lumen Gentium N° 50 como “oraciones, protección y socorro”. Se eliminan así en una manera drástica y definitiva todas las derivaciones del milenarismo condenadas con suma razón por la Iglesia católica: el milenarismo craso, que presenta a los santos resucitados banqueteando y dándose a todo tipo de goces carnales, y el milenarismo judaizante, que postula la idea de estos santos viviendo una restauración del culto judío del Antiguo Testamento, incluyendo la circuncisión y todos los ritos de la Ley mosaica, en un nuevo Templo reconstruido, de magnificencia superior al de Salomón. 

De esta forma, aunque parezca increíble, desparecen las objeciones que nacieron en Orígenes y se consolidaron con San Agustín respecto a la posible existencia de un Reino terrenal de Cristo, que en el curso de diecisiete siglos han condenado en forma genérica la interpretación literal del Reino milenial, cerrando todos los caminos exegéticos para poder estudiar lo que la Biblia expresa realmente, sin tener que utilizar figuras alegóricas y explicaciones que finalmente se contradicen unas a otras. 

Sin duda el gran escollo con el que en nuestra época se han encontrado estas doctrinas tradicionales son los mensajes recibidos a través de los mal llamados “místicos” o “carismáticos” modernos, que no representan más que el espíritu de profecía que ha resurgido con fuerza en el seno de la Iglesia católica, seguramente porque Dios necesita nuevamente que el pueblo cristiano escuche su voz, para anunciar los grandes acontecimientos divinos que cada vez están más próximos. En este desarrollo juega un papel muy importante el concepto del “arrebato y vuelta a la tierra” del resto fiel de la Iglesia, ya que estos santos que se han transformado por la vivencia del Segundo Pentecostés, son los que iniciarán el gobierno y la evangelización del mundo posterior al juicio del “Día de Dios”. 

Hemos presentado en esta obra una exégesis bíblica muy completa respecto a este suceso del “arrebato” o “rapto” de la Iglesia, que presenta diferencias sustanciales con las interpretaciones en boga en nuestros días, en especial a partir de las doctrinas “dispensacionalistas” y otras similares de varias denominaciones cristianas y seudo cristianas. Nos basamos en una posición eminentemente eclesial, con clara diferenciación de los diversos estados de la Iglesia (terrenal, celestial y purgante), que no se confunden ni se mezclan, conservando cada uno la identidad y las características que le son propias. 
Creemos que es también importante el desarrollo doctrinal realizado con respecto al juicio de los vivos en general, y al juicio de los santos que serán arrebatados en particular, en lo que se refiere a la materia de ese juicio, dado que es una parte sustancial de la revelación de Jesús sobre los tiempos del fin, evidenciada en las parábolas que forman parte del llamado “discurso escatológico” del Señor. 

Esta materia debería llamar a una profunda reflexión a la Iglesia católica, en particular a la jerarquía y a los consagrados, ya sean religiosos o laicos, para, en primer lugar, tomar seriamente las señales de los tiempos y los anuncios proféticos de tantos instrumentos de Dios que se manifiestan continuamente, en particular a los adjudicados a la Santísima Virgen María. 
En segundo lugar, preguntarse que están haciendo para afrontar ese juicio que se avecina, tanto en el plano personal, referido a la propia salvación, como en la acción pastoral en el seno de la Iglesia. De no hacerlo, se correrá el riesgo cierto que será muy pequeño el núcleo de la Iglesia fiel que estará preparado y en condiciones de afrontar los dificilísimos tiempos que sobrevendrán, y que no podemos afirmar a ciencia cierta que sean absolutamente lejanos, como parece ser la opinión de muchos. 

También tiene importancia, a los efectos sobre todo de interpretar las profecías del Antiguo Testamento, el concepto que el “Día de la ira de Yahveh”, que obviamente en el lenguaje bíblico es un período de tiempo indeterminado, tiene una duración que abarca desde los acontecimientos que desencadenan la Parusía hasta la finalización histórica del “Reino milenial” con el Juicio Final Universal, tiempo durante el cual el Mesías, Jesucristo, “juzga”, junto con los apóstoles y santos resucitados, a las “doce tribus de Israel”, es decir, a la cristiandad toda, formada ahora por la unión de los cristianos y del pueblo judío convertido a Jesús, con la incorporación masiva de las naciones gentiles. 

Por lo tanto las dos “llaves” interpretativas básicas están encerradas en un doble movimiento de la Iglesia terrenal: primero, el resto fiel de la jerarquía y de laicos santos elegidos, es arrebatado al cielo al encuentro con Jesús, donde se purifica y santifica mediante la vivencia extraordinaria del “Segundo Pentecostés”, con una renovada y fortísima efusión del Espíritu Santo. Luego esta Iglesia transformada “vuelve” a la tierra bajo la hermosa figura de la Jerusalén terrenal que baja del cielo en medio de los hombres, para gobernar y evangelizar a los sobrevivientes del mundo. Acompaña este doble movimiento el Señor Jesucristo, primero participando de la Efusión del Espíritu Santo y desposando a su Iglesia en las Bodas del Cordero, y luego mostrándose visiblemente al mundo en su Parusía, acompañado por la Iglesia que vuelve, “presentándola”, por así decirlo, a los habitantes de la tierra. 

Por eso todos los acontecimientos relativos a la Parusía del Señor están bajo su soberanía y autoridad, ya que es Él quien tiene todo el poder para el cumplimiento del mandato del Padre para instaurar el Reino de Dios. Adicionalmente hemos también introducido interpretaciones exegéticas novedosas en lo que se refiere al significado de “los siete sellos” en el Libro del Apocalipsis, que tantos dolores de cabeza ha generado en los intérpretes de la obra del vidente Juan. Otro aporte que consideramos positivo es el de la interpretación respecto a las causas y efectos de la gran tribulación de los tiempos del fin, y la desaparición de una parte sustancial de la humanidad, que implica que no hay una intervención guerrera y exterminadora del mismo Cristo, sostenida por muchas doctrinas, y que genera una inadmisible imagen de un Dios como Juez severo y hasta sanguinario, trucidando con su poder y acción directa a gran parte de sus criaturas. 

Hemos sostenido que Dios sólo se sirve de instrumentos humanos que buscan el mal, la violencia y la muerte movidos por sus ambiciones extraviadas, y que misteriosamente, sabe sacar un bien de tantas calamidades e injusticias. Este es el caso del papel que cumple el “Anticristo”, el cual, siendo el instrumento que Satanás ha suscitado para lograr el completo dominio del mundo y eliminar la verdadera religión cristiana, secundado por el falso Profeta a la cabeza de un cristianismo espurio, termina “preparando” de alguna manera el camino para la segunda Venida de Cristo. 

Por la acción del Anticristo y sus secuaces se aniquilará el imperio materialista y anticristiano representado por la Gran Babilonia, y la humanidad se enfrentará a la supuesta aparición de Cristo, con la supremacía, al menos en el mundo “occidental”, de la religión cristiana, aunque falseada y bastardeada por el Profeta engañoso, que sostendrá la mentira del segundo Advenimiento del Señor. Será en medio de esas circunstancias que se producirá el magno acontecimiento de la verdadera Parusía, donde quedará al descubierto el engaño anterior, y todo el mundo percibirá visiblemente la manifestación gloriosa de Jesucristo, quien implantará entonces su Reino terrenal de paz, justicia y santidad. 

Por último estudiamos en el Capítulo 10 las importantes razones de conveniencia que conlleva la realidad del Reino de Dios terrenal, en lo que hace al grado de gloria eterna que tendrá una multitud de grandes santos que surgirán en esa Iglesia “milenial”, incluido el pueblo judío convertido al cristianismo, los cuales “desde el punto de vista de la elección divina, son amados en atención a sus padres” (Romanos 11,28). Estos puntos se han descuidado completamente en los desarrollos doctrinales de los tiempos del fin, y son los que, basados en la más pura doctrina católica, demuestran fehacientemente las razones que impulsan la necesidad de la existencia de un Reino terrenal de Cristo, en comparación con la desgraciada doctrina de un fin del mundo que ocurrirá en consonancia con la Parusía de Cristo. 

Acompaña lo expuesto en este trabajo, en total armonía con él, y sin forzar ninguna interpretación extraña a los dogmas católicos sobre la resurrección, la doctrina de la resurrección en dos fases diversas y alejadas en el tiempo, primero la resurrección de los santos en oportunidad de la Segunda Venida de Cristo, y luego, al fin del Reino milenial, la de los restantes muertos, en el tiempo del Juicio Final Universal, cuando culminará la historia terrenal de la humanidad y descenderá del cielo, de junto a Dios, la única y eterna Nueva Jerusalén, morada de Dios entre los hombres que fueron escogidos a lo largo del curso de la historia humana para ser sus hijos adoptivos, en su presencia, por toda la eternidad. Por supuesto quedan todavía muchos puntos oscuros sobre los sucesos de los tiempos del fin, que los estudios, guiados por la luz del Espíritu Santo, irán discerniendo y desvelando, ayudados por los signos de los tiempos, que se harán cada vez más evidentes a medida que los acontecimientos finales se acerquen y se vayan produciendo.

3) Diferencias profundas con respecto al mundo actual 

De la doctrina expuesta, vista con una primera mirada un poco superficial, se tendría la impresión que no hay un gran cambio en el Reino de Dios terrenal o Reino milenial, con respecto al actual reinado de Cristo en la Iglesia, ya que en todo el desarrollo efectuado hemos desechado la posibilidad de la presencia visible de Cristo y de los santos resucitados sobre la tierra, doctrina que es la base de la gran mayoría de los esquemas milenaristas. Sin embargo, si profundizamos en el tema, veremos que surgen diferencias muy notables, que podemos englobar en dos aspectos principales de este Reino terrenal de Cristo: su universalidad y su profundidad espiritual, nunca alcanzadas antes en la historia del cristianismo. Veamos ahora en detalle estas dos características distintivas. 

* Universalidad del Reino Terrenal: 
El cristianismo tendrá una expansión por todo el mundo que nunca antes logró. Esta difusión será la resultante de condiciones y circunstancias nuevas que surgirán con motivo de lo que hemos estudiado como “Día del Señor”: 
* La humanidad quedará purificada de todos los obradores de iniquidad y de los impíos, que morirán como consecuencia de las grandes tribulaciones de los tiempos del fin, en el Juicio de los vivos que hemos denominado “juicio transitorio”. 
* Los sobrevivientes del mundo serán cristianos o no cristianos definidos como “hombres de buena voluntad”, que superaron ese Juicio de los vivos y que fueron elegidos para formar parte del inicio del Reino terrenal de Cristo. 
La segunda Venida de Jesucristo será perfectamente visible y audible en todo el mundo, y la totalidad de los pueblos será consciente de la instauración de su reinado. 
* Los acontecimientos del fin de los tiempos habrán mostrado a la humanidad de forma palpable la incapacidad del hombre para gobernar al mundo dejando a Dios a un lado, y estarán perfectamente presentes a sus ojos los extremos y derivaciones que se produjeron, con sus secuelas de violencia, injusticia, degradación moral, marginación social, etc. 
* La Iglesia purificada y renovada, plena de santidad, formada por la jerarquía y los laicos arrebatados que vivieron el Segundo Pentecostés y las Bodas con el Cordero, será la encargada de gobernar al mundo y de evangelizar hasta los últimos confines de la tierra. 
* La conversión de los judíos como pueblo, que se producirá como consecuencia de la Parusía, dará una gran riqueza a la Iglesia y pondrá a disposición de la evangelización, con el tiempo necesario para su surgimiento, a grandes predicadores y maestros. 
* Profundidad espiritual: Los cristianos vivirán en general un gran desarrollo en su vida espiritual, es decir, llegarán a crecer en un alto grado en la perfección cristiana, o sea, en su santidad. Esto será posible debido a la existencia de una gran cantidad de factores que favorecerán este crecimiento: 
* La desaparición de la tentación de Satanás: Si bien la acción tentadora de Satanás no es en sí misma el único factor que impulsa al hombre al pecado, ya que el desorden interior que provoca la triple concupiscencia es también instrumento poderoso para inducir a la inteligencia humana al error y a desviar a la voluntad de la búsqueda del bien verdadero, es indudable que la actividad generalizada del Diablo y su corte de demonios es hoy en el mundo, quizás como nunca antes lo fue, un factor determinante del imperio del mal sobre una humanidad sumergida en una buena parte en el pecado.

Esta nefasta acción desaparecerá con el “encarcelamiento” o “atadura” de Satanás, es decir, ya no existirá más la permisión divina para su accionar, tal como hoy ocurre, por lo que el hombre experimentará una liberación de las barreras y obstáculos que continuamente interpone el accionar demoníaco entre el hombre y Dios, en una magnitud y alcance que muy difícilmente se pueda imaginar. Lo que se ha dicho obviamente no significa que desaparecerá el “combate espiritual”, es decir la lucha contra el “hombre viejo” u “hombre carnal”, movido por los impulsos de una voluntad e inteligencia enfermas y disminuidas por el pecado original, sino que el cristiano deberá seguir recurriendo a las armas que le provee la gracia para vencer el “buen combate”. 

Esto quiere decir también que el ser humano seguirá necesitando ser sanado interiormente por la gracia santificante, para rectificar los errores de su inteligencia y voluntad naturales, de una manera sobrenatural, a través de la acción de las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. Es así que debemos dejar de lado toda idea que en el milenio será fácil y sencillo ser santo, ya que de ninguna manera el hombre podrá dejar de colaborar en forma libre y activa con la gracia de Dios para lograr esa sanación y transformación interior que lo encaminará en la senda de la santidad, que seguirá siendo angosta y sinuosa, y no ancha y recta como a muchos les gustaría. 

La acción evangelizadora y formadora de una Iglesia santa, compuesta de grandes santos. La gracia que se recibe en el bautismo (sacramental o de deseo, tanto explícito como implícito) es como una semilla o germen, que necesita crecer. Para ayudar a este crecimiento lo fundamental que se necesita es, en primer lugar, conocer cuáles son los auxilios sobrenaturales que el cristiano tiene a su disposición, y luego saber como utilizarlos para hacer que esa gracia santificante crezca. Dicho de otra manera, es necesario contar con maestros que puedan encaminar al creyente, luego de su primera conversión, en el camino del crecimiento espiritual, desarrollando sus nuevas capacidades espirituales (virtudes infusas y dones del Espíritu Santo), al máximo grado posible, para así también elevar su santidad a las más altas cumbres. 

Para lograr este objetivo, los verdaderos y únicos maestros son los santos, quienes ya han recorrido ese camino y pueden transmitir a otros como avanzar por él, a partir de su experiencia personal por un lado, y con su ejemplo y testimonio de vida por el otro. A esto concurrirá el aporte fundamental de la Iglesia santa y renovada que descenderá sobre la tierra en la figura de la Jerusalén que viene del cielo, lo que habrá ocurrido realmente luego del arrebato al encuentro con el Señor, y donde esos santos recibirán la profusa efusión del Espíritu Santo, que les permitirá extender esa efusión a toda la humanidad.. Serán así instrumentos privilegiados para guiar y formar a los nuevos cristianos del Reino de Cristo, y para preparar muchas generaciones de santos insignes, en una profusión jamás vista antes en el mundo. Al contrario de lo que ahora sucede, en el Reino milenial ser un gran santo no será la excepción sino la regla, y esta meta se convertirá en la gran aspiración de las masas cristianas. 

* La desaparición de las religiones falsas o erróneas. No subsistirán en el Reino terrenal de Cristo las antiguas religiones paganas, ni las religiones con doctrinas reveladas por hombres distintos a Jesucristo, ni las doctrinas heréticas de las sectas pseudo-cristianas. Habrá una única Iglesia reunida bajo un único y supremo Pastor, dirigida plenamente a la búsqueda de la única Verdad del Evangelio de Jesucristo, dejando así atrás las doctrinas y las divisiones nacidas de intereses e ideas erróneas puramente humanas. Para cualquier mente racionalista el hecho de escuchar estas afirmaciones le hará rasgar las vestiduras proclamando que así se está aboliendo la libertad de elección humana en cuanto a su religión. Lo que ocurre es que se equipara la religión cristiana a un conjunto de ideas, doctrinas y forma de culto, entre muchas otras, como si formara parte de un extenso abanico de posibilidades religiosas que se encuentra a la elección según el gusto del consumidor. Sobre este punto volveremos enseguida un poco más adelante.

Por supuesto para que se produzca esta desaparición de las antiguas religiones no cristianas concurrirán diversos factores: la no existencia de la acción de Satanás produciendo confusión, mentiras y divisiones, la fuerte acción del Espíritu Santo para llevar la luz sobrenatural a la inteligencia de los hombres, y el testimonio de lo que ha vivido la humanidad en el cercano tiempo de la gran tribulación. 
* La Comunión de los Santos fuerte y renovada. Hemos estudiado en el Capítulo 10.B.2 las razones que permiten suponer que en el Reino terrenal de Cristo existirá una “comunión de los santos” mucho más fuerte y profunda de la que se ha conocido hasta ahora en el cristianismo. Es decir, habrá una comunicación de bienes entre la Iglesia terrenal y la Iglesia celestial poblada de los santos resucitados en la primera resurrección, que facilitará el gobierno o “juicio” de estos santos sobre los fieles de la tierra, mediante sus “oraciones, protección y socorro” como menciona Lumen Gentium N° 50. Las gracias resultantes de esta acción intercesora de los grandes santos resucitados, que se encuentran en el cielo en presencia de la Trinidad, Dios Padre, el Espíritu Santo y el Cordero, junto a la Virgen María, serán copiosas y de acción poderosa, por lo que acudir al auxilio de estos “amigos de Dios” dará grandes beneficios para el crecimiento espiritual de los cristianos del milenio. 
* La presencia Eucarística de Jesucristo, en el Sacramento y la adoración. También comentamos en el Capítulo mencionado antes lo fuerte y generalizada que será la presencia real de Cristo en la tierra mediante la Eucaristía, que resultará realmente ser la fuente y culmen de la vida cristiana que surgirá en el mundo luego de la Parusía del Señor. Las gracias fluirán como aguas vivas de la presencia Eucarística de Jesús, penetrando físicamente como alimento celestial en los fieles a través de la comunión eucarística, o espiritualmente mediante la adoración al Santísimo Sacramento. Tendrá también gran significación la extensión y profundización de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, con la verdadera consagración a él, a los fines de inflamar los corazones de los cristianos con la ardiente caridad del Sacratísimo Corazón del Señor, verdadero horno del que emanan llamas purificadoras y santificadoras. 

* Devoción mariana renovada y extendida. A la Santísima Virgen le cabe para los tiempos del fin un rol esencial en la preparación de la humanidad para el magno y sublime acontecimiento de la Segunda Venida de su Hijo Jesucristo a la tierra. Ella es la precursora de la Parusía, la Madre del Segundo Adviento, el instrumento elegido por la Santísima Trinidad para anunciar al mundo la proximidad de la llegada de su amado Hijo, no ya en pobreza y humildad, sino en gloria, poder y majestad. Ese rol protagónico de María Santísima en los últimos tiempos aumentará notablemente la devoción de los cristianos hacia su Madre excelsa, devoción ésta que seguramente tendrá una explosión en el Reino terrenal de Cristo, donde más que nunca será reconocida por toda la humanidad como corredentora y dispensadora de todas las gracias, títulos éstos que sin duda ya serán para ese tiempo dogmas de fe de la Iglesia católica. Es en base a estos elementos principales (ya que hay otros muchos que concurren también al crecimiento espiritual) podemos afirmar sin dudar que la nueva humanidad, luego de la primera etapa necesaria de evangelización, conversión y crecimiento espiritual consiguiente, presentará un panorama de santidad generalizada, alcanzándose comúnmente los grados más altos de la perfección cristiana. Dicho así solamente, no demuestra esta descripción lo prodigioso que será el cambio en la conducta personal de los hombres y mujeres cristianos del milenio. Basta reflexionar brevemente sobre qué es realmente un santo, dejando de lado las interpretaciones erróneas (para ver este tema en detalle, “La plena vida cristiana”, Parte 2, Capítulo 5), para quedar asombrados imaginando al menos un poco de lo que ocurre en el hombre con la santidad.

El cristiano está llamado a una profunda y verdadera transformación interior, donde sus facultades humanas, la inteligencia y la voluntad, heridas y disminuidas por la enfermedad del pecado original que todos contraemos al nacer, son sanadas y cambiadas radicalmente por la acción sobrenatural de la gracia. Es la llamada transformación del “hombre viejo”, “hombre carnal”, “hombre natural”, todas expresiones equivalentes, en el “hombre nuevo”, “hombre espiritual” u “hombre celestial”, que es el ser humano cuyas facultades superiores, inteligencia y voluntad, son divinizadas por la acción sobrenatural de la gracia. Esta “divinización” ocurre por la acción de las virtudes infusas perfeccionadas por los dones del Espíritu Santo, haciendo que el hombre vaya dejando de lado su proceso humano racional y discursivo, para ser paulatinamente reemplazado por la recepción directa de las mociones que vienen del Espíritu Santo. 

Aparece así el santo, cuyos pensamientos e ideas surgen directamente de la inspiración divina, es decir, que posee los pensamientos de Dios, y cuya voluntad también es impulsada por el Espíritu, siendo totalmente concordante con la voluntad de Dios, haciéndose una sola con la de su Creador. Significa esto, por supuesto, haber alcanzado el máximo grado de la contemplación infusa, que es la unión transformante con Dios, o “matrimonio espiritual” (ver la descripción de este estado en “La plena vida cristiana, Parte 3, Capítulo 2 ). 

Pero lo más importante es que la vida de santidad que así se alcanza, no solamente tiene consecuencias personales para el cristiano, en lo que hace a su salvación y la posibilidad de alcanzar un alto grado de gloria en la vida eterna en el cielo, sino que además genera una enorme repercusión en la sociedad humana, llevándola a una organización política y social totalmente acorde a los valores evangélicos, con una primacía absoluta de la caridad por encima del resto de las cosas y valores puramente humanos. Todo el tejido social, cultural, laboral y político se impregnará profundamente de las actitudes cristianas, produciéndose cambios con respecto a la realidad del mundo que solo pueden ser entrevistos en una pequeña proporción por aquellos que han logrado vivir la experiencia de una vida espiritual adulta y de una cierta comunión con otros hermanos en la fe, con una vivencia de oración que los haya llevado, al menos de manera incipiente, a la contemplación infusa y a la transformación que la misma produce en la mente y en el corazón. Es por estas razones que sosteníamos anteriormente que la religión cristiana no es una más entre distintas opciones o alternativas religiosas, sino la única y verdadera, la que transforma de raíz al hombre, con su aceptación libre, estableciendo así definitivamente la relación entre la criatura y su Creador.

4) Consideraciones finales 

Otro aspecto muy positivo que aporta la doctrina de la existencia de un Reino de Dios terrenal que proponemos en nuestro trabajo se refiere a la mitigación de las angustias y temores que produce en la gente en general, y en el católico en particular, el pensamiento de un “fin del mundo” terrible y catastrófico, miedo alimentado también por libros y películas sobre este tema, cuyos argumentos se basan en general en ideas profanas o pseudo religiosas que por diversas razones e intereses, en general comerciales, alimentan y magnifican el aspecto terrorífico y cruento de estos sucesos del fin. Los sucesos del fin de la edad (“eón”) presente, como puntualizamos en el Capítulo 10, por el contrario, son acontecimientos que sólo alimentan la esperanza del cristiano, que realmente le hacen soñar y esperar un mundo mucho mejor que el actual. Todo lo que se refiere a estas cosas que van a suceder está profundamente teñido por el color de la esperanza cristiana, porque el mundo no terminará abruptamente sino que se abrirán las puertas a una nueva edad, como Reino de Cristo en la tierra.

Esperanza en que el mal que nos rodea, consecuencia que el mundo en su gran parte se ha rendido a los pies de Satanás, el amo de esta tierra, será vencido y aparecerá una nueva humanidad que vivirá en justicia, paz y santidad. Esperanza en que todos los hombres de buena voluntad que han existido y muerto desde la creación de este mundo, y que todavía existirán y morirán hasta la segunda Venida de Jesucristo, serán recompensados con una resurrección gloriosa como la del Señor, viviendo eternamente en presencia de Dios. Esperanza que la justicia de Dios alcanzará a todos, y que también sabrá hacer pagar a aquellos que, con pleno conocimiento e intención, transgredieron las leyes divinas, en especial la más importante, la ley del amor a Dios y a los semejantes. Si todos los anteriores son motivos de esperanzada espera del advenimiento del Reino de Dios, resulta entonces lícito que surja una pregunta inquietante: 

¿Por qué Dios da tanto tiempo a la humanidad, cada vez más descarriada, antes de intervenir en la historia del mundo e irrumpir con su Reino? Con este interrogante penetramos en un gran misterio, sobre el que sólo podemos tener algunas ideas si nos basamos en la revelación misma de Dios, a través de su Palabra. 
La Carta a los Romanos nos da una primera luz: Romanos 3, 19-20: 
“Ahora bien, sabemos que cuanto dice la ley lo dice para los que están debajo de la ley, para que toda boca enmudezca y el mundo entero se reconozca reo ante Dios, ya que nadie será justificado ante él por las obras de la ley, pues la ley no da sino el conocimiento del pecado”. Romanos 5, 13-14: 
“Porque, hasta la ley, había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputa no habiendo ley; con todo, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés aún sobre aquellos que no pecaron con una trasgresión semejante a la de Adán, el cual es figura del que había de venir.” San Pablo plantea aquí tres épocas o “edades” en la historia humana: 

*De Adán hasta Moisés, el pecado sin la Ley. 
*De Moisés hasta Cristo, el pecado con la Ley. 
*Desde Cristo, el pecado con el don de la gracia. Dios da la Ley a Moisés, y a partir de allí se evidenciará el pecado, aunque no será posible evitarlo: 
Romanos 3, 10-18: 
“Pues ya demostramos que tanto judíos como griegos están bajo el pecado, como dice la Escritura: No hay quien sea justo, ni siquiera uno solo. No hay un sensato, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se corrompieron; no hay quien obre el bien, no hay siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta, con su lengua urden engaños. Veneno de áspides bajo sus labios; maldición y amargura rebosa su boca. Ligeros sus pies para derramar sangre; ruina y miseria son sus caminos. 

El camino de la paz no lo conocieron, no hay temor de Dios ante sus ojos.” Claramente la ley produce el conocimiento del pecado, genera la evidencia de su existencia, poniendo a los hombres frente a ese terrible misterio, y haciendo que ante esa pavorosa realidad clamen desesperadamente a Dios: 

Salmo 51, 3-13: “Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí; contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí. Por que aparezca tu justicia cuando hablas y tu victoria cuando juzgas. Mira que en culpa ya nací, pecador me concibió mi madre. Mas tú amas la verdad en lo íntimo del ser, y en lo secreto me enseñas la sabiduría. Rocíame con el hisopo, y seré limpio, lávame, y quedaré más blanco que la nieve. Devuélveme el son del gozo y la alegría, exulten los huesos que machacaste tú. Retira tu faz de mis pecados, borra todas mis culpas.

Crea en mí, oh Dios, un puro corazón, un espíritu firme dentro de mí renueva; no me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu. Vuélveme la alegría de tu salvación, y en espíritu generoso afiánzame; enseñaré a los rebeldes tus caminos, y los pecadores volverán a ti”. El Padre escuchará este llamado, y en la plenitud de los tiempos se encarnará el Verbo de Dios en la naturaleza humana, en el Mesías y Salvador, Jesucristo, y nacerá la edad cristiana. Sin embargo vemos que en el tiempo que llevamos de esta época, y pese a que Dios pone a disposición de todos los hombres el don de la Salvación en Jesucristo, son muchos los que lo desprecian, o lo desconocen, o que apenas hacen caso de él. 

Las consecuencias de este funesto apartarse de Dios están a la vista, y también se aprecia siempre con más evidencia la pendiente, año tras año más abrupta, que va precipitando a la humanidad hacia un mundo repleto de injusticia, violencia, rapiña, muerte, impureza, idolatría, egoísmo, falta de caridad, disolución de las estructuras sociales básicas como la familia, y tantos otros males terribles a nivel individual y social. Volviendo a la pregunta anterior: 
¿Por qué Dios permite todo esto, consecuencia de la libertad humana ejercitada sin el freno de la verdad y la gracia de Dios y no pone término de una vez por todas a esta situación? 
La respuesta tiene que poseer razones similares a las que impulsaron la primera Venida de Jesucristo al mundo: 

es necesario que el hombre se sienta incapaz e impotente para manejar el mundo y resolver todos los desastres, tanto morales y sociales como ecológicos y climatológicos que ha producido su accionar alejado de Dios y solamente impulsado por su ambición y egoísmo, abierto sin muchas defensas a la solapada acción tentadora del verdadero amo de este mundo: Satanás. Sólo en ese momento, que únicamente Dios en su infinita sabiduría conoce cuando llegará, será capaz el hombre de aceptar la necesidad de esa intervención de Dios en la historia humana. 

En la humanidad sobreviviente al Juicio de Dios sobre los vivos en la Parusía, esta certeza sobre la necesidad de ese nuevo comienzo para el mundo será lo que permitirá que sea evangelizada por la Iglesia y acepte masivamente el cristianismo. También esta certeza habrá sido, para muchos, el impulso a convertirse durante el tiempo final de la misericordia de Dios, haciendo que sean mayores cantidades los que pasen a formar parte de la humanidad que poblará el Reino de Dios terrenal. Para terminar, vamos a completar, desde la doctrina que hemos desarrollado, la división en “edades” que plantea San Pablo en la Carta a los Romanos, Capítulo 5,13-14 que vimos anteriormente: Tendríamos el siguiente esquema: 

* Edad del pecado, con la acción de Satanás, sin la Ley de Dios: desde Adán hasta Moisés; no se vence al pecado ni se tiene conciencia del mismo. 
*Edad del pecado, con la acción de Satanás, con la Ley de Dios: desde Moisés hasta la primera Venida de Cristo; el pecado se evidencia por la Ley pero ésta no lo suprime, no se lo puede vencer. 
*Edad del pecado, con la acción de Satanás, con el don de la gracia de la Redención de Cristo: desde la primera hasta la Segunda Venida de Cristo; la gracia permite vencer al pecado, pero hay gran santidad en pocos. 
*Edad del pecado, sin la acción de Satanás, con el don de la gracia: desde la Parusía hasta el fin del mundo y Juicio Final; se puede vencer al pecado con más facilidad y surgen gran cantidad de santos. 
*Edad de las edades, eterna, sin pecado: todos los santos resucitados en el Reino de Dios celestial. Esta edad comenzó simultáneamente con la anterior, y se prolonga eternamente después de su fin. Queda así desplegado en su totalidad ante nuestra asombrada mirada el plan de las edades revelado por Dios a través de su Palabra contenida en la Sagrada Escritura. 

Algo que ni lejanamente sería imaginable para la mente humana, sin embargo está a la vista, para la comprensión de toda persona cuya inteligencia reciba el auxilio sobrenatural de la virtud de la fe, como la posee todo cristiano que ha recibido el don de la gracia santificante. Dios ha querido revelarnos estos misterios porque quiere que, en medio de las dificultades, luchas, dolores y tribulaciones que podemos sufrir al pasar por esta vida, tengamos nuestra mirada levantada hacia estas realidades eternas, sabiendo cuál es la esperanza a la que somos llamados. Ojalá que esto se cumpla en todos los cristianos, como respuesta a la súplica que San Pablo dirigió a Dios por sus amados santos, y que, sin duda, sigue elevando hoy y siempre en el cielo por todos nosotros: Efesios 1,15-18: 
“Por eso, también yo, al tener noticias de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestra caridad para con todos lo santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordandoos en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y revelación para conocerle perfectamente; iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál es la riqueza de gloria otorgada por él en herencia a los santos”.

Juan Franco Benedetto 
Buenos Aires Argentina 
Segunda Edición – Enero 2013


LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO: "Salió como vencedor para seguir venciendo"

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YO SÉ QUE VOLVERÁS...

Yo sé que volverás, será distinto,
el mundo en Tu mirada transformado,
vencdios ya la muerte y el pecado,
saldremos de este ingente laberinto.

Yo sé que volverás y el tiempo ungido
en Tu Misterio, en hálito de fuego,
traerá la salvación a que me entrego,
si en alas de Tu Espiíritu me he ido.

Consumarán la obra comenzada,
será victoria Tu Palabra Pura,
Potencia que, del cielo, me asegura,
la paz de tu virtud acrisolada.

Y llenará Tu Espíritu el vacío
de un mundo sin sentido que he olvidado
su origen y será transfigurado
en la luz de Tu Reino que ya es mío.

Y lloverá Tu Paz, la guerra extinta,
Tu Armonía fluyendo en toda hora,
el corazón Tú música atesora,
el triunfo de Tu Amor en él se pinta.

Habra juicio de vida y de condena,
de llanto y de alabanza sin ocaso,
de abismo y de misterio en el abrazo
que quiebra para siempre mi cadena.

Fray Alejandro Ferreirós
(Del libro "Te adoro Señor mío")

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ANÁLISIS SOBRE EL SEGUNDO P... by Yanka