«Lo que necesitamos es un deseo apasionado de crecer, de ser. ¡Fuera los pusilánimes y los escépticos, los pesimistas y los tristes, los fatigados y los pasivos! La Vida es un perpetuo descubrimiento. La Vida es movimiento.» Pierre Teilhard de Chardin
Del latín pusillanimis, pusilánime es un adjetivo que menciona la falta de ánimo y valor para soportar las desgracias o para superar grandes desafíos. Alguien pusilánime es temeroso, dubitativo y falto de coraje.
El coraje, la valentía, el ímpetu, la bravura y la audacia son algunos de los conceptos que se contraponen a la actitud de una persona pusilánime, un comportamiento que no incluye las decisiones firmes y la determinación, sino que está asociado a la debilidad, el temor, el miedo y la duda.
Análisis de «La formación de pusilánimes«
En el año 2008, el conocido escritor y editor español Javier Marías publicó en el diario "El País" un artículo de opinión titulado "La formación de pusilánimes", en el cual denunciaba la obsesión de las sociedades por crear reglamentos que estructuren nuestras vidas. Aseguraba que poco a poco vamos renunciando a nuestra libertad, cada vez que nos sometemos a una nueva norma o cuando una actividad que hasta cierto momento de la historia era posible se convierte en delito.
"Se me escapa el porqué, pero resulta evidente que cada vez interesa más crear una sociedad de pusilánimes. Se ha hecho raro que la gente dirima sus diferencias sin recurrir a alguna instancia superior o árbitro conminatorio: policía, jueces, comités, leyes, ordenanzas. Lo cual tiene, como primera consecuencia nefasta, la obsesión por reglamentarlo todo, cuando no todo ha de estar sujeto a reglamentos. Es más, cada vez que cualquier aspecto de la vida "sufre" una normativa, o algo que no lo era es convertido en delito, se está renunciando a una parcela de libertad. Intereses encontrados, desacuerdos, antipatías personales, individuos con afán de dominación, persuasores e intrigantes en busca de su provecho, todo eso lo ha habido siempre, y cada cual ha bregado con ello como ha podido o sabido, sin necesidad de elevar una denuncia, de recurrir a la autoridad, de chivarse al jefe, de implicar a otros en sus problemas. La cuestión principal es esa: hoy casi nadie está dispuesto a enfrentarse con sus problemas ni a resolverlos por su cuenta, sino que casi todo el mundo espera que "alguien" se los quite de encima".
En el pasado, así como lo hacen los animales, los seres humanos éramos capaces de enfrentarnos a nuestros problemas, de oponernos a nuestros agresores y de exigir que se nos respetase; hoy en día, casi nadie está dispuesto a participar de la solución de sus propios conflictos, ya que espera que alguien se ocupe de ellos. Las leyes y las normativas nos oprimen y, a su vez, nos quitan el peso de pensar en cada cosa que hacemos, de anteponernos a las consecuencias de nuestros actos, ya que cualquier error que cometamos será automáticamente evidenciado por el organismo correspondiente.
Contra las “buenas personas”
La colectividad humana está formada en su mayoría por lo que solemos llamar “buenas personas”, personas no particularmente maliciosas, que manifiestan en general sentimientos amables y buenos deseos hacia los demás, dispuestas a ayudar cuando se las necesita, frecuentemente entusiastas y entregadas en su relación con el colectivo.
A esas personas les suele resultar muy difícil imaginar que otras personas no tengan con respecto a ellas esos mismos sentimientos. Confían espontáneamente en los demás, piensan que las autoridades velan por el bien de los ciudadanos, que cuando surge un problema estarán ahí para resolverlo con su mejor voluntad y capacidades.
Son incapaces de imaginar el mal en la mente de los otros, el mal de verdad, con mayúscula, no esas pequeñas maliciosidades, envidias, celos, resquemores, incluso conflictos pertinaces, que son tan frecuentes entre las personas.
Me refiero al mal presente en aquellos que han decidido convertir la vida de los demás en un infierno en su propio provecho, y por desgracia ese mal no sólo existe, sino que está dominando el mundo.
Por eso esas “buenas personas” se encuentran indefensas ante ese mal, porque sencillamente son incapaces de imaginarlo. No pueden imaginar que existan personas u organizaciones que conquisten el poder no para ponerlo al servicio del colectivo, sino para poner al colectivo al servicio de ese poder, de ellos mismos, de sus intereses, ni que para ello sean capaces de utilizar el engaño, la manipulación y, llegado el caso, la coacción y la violencia pura y dura.
Esas “buenas personas” suelen haber recibido una educación en ciertos valores, incluso dándoles un valor desproporcionado, como el que hemos dado a la democracia, y conciben al mundo en función de ese marco de valores, considerando que todos los demás deben también participar de ellos. No pueden imaginar que otras personas no tengan inconveniente alguno en destruir ese marco y sustituirlo por el contrario cuando interesa a sus objetivos.
Por eso las “buenas personas” apenas son capaces de ofrecer alguna resistencia cuando el mal con mayúscula aparece en sus vidas. No lo han visto llegar, no se han preparado para ello, les ha tomado totalmente por sorpresa y no han sabido siquiera lo que estaba sucediendo hasta que se han encontrado presas en las redes del enemigo. Por eso le resulta tan fácil al mal lograr sus objetivos.
¿Pero no es ésta una visión excesivamente condescendiente con esas “buenas personas”? ¿Es que acaso ellas no tienen ninguna culpa de su ignorancia y su incapacidad de enfrentar el mal?
Ahí llegamos a un punto importante, sí señor. ¿Acaso esas buenas personas no han tenido oportunidades de entender mejor el mundo en el que viven? ¿Acaso no han cerrado muchas veces los ojos y los oídos cuando alguien ha intentado disipar su cómoda ignorancia? ¿Acaso su ignorancia no se debe en gran medida a esa comodidad, al “prefiero no pensar demasiado”, al “déjame tranquilo con tus historias”, al “no quiero complicarme la vida”? ¿Acaso su ignorancia no es en gran medida culpable por la omisión de utilizar la razón que Dios les ha dado para pensar y sacar conclusiones? ¿Acaso no tenemos todos la obligación de sacar partido a nuestros talentos en vez de enterrarlos en el suelo?
Recordemos el final del evangelio de los talentos: al siervo que entierra su talento en el suelo en vez de hacerlo fructificar, el señor se lo quita para darlo a los demás, pero no sólo eso, sino que manda echarlo a las tinieblas de fuera, “donde será el llanto y rechinar de dientes”.
¿Acaso la ignorancia de todas esas “buenas personas” no se basa en gran medida en una voluntad de enterrar el talento en vez de arriesgarse a invertirlo y obtener fruto de él?
¿No es cierto que esas “buenas personas” han cerrado los ojos demasiado a menudo ante lo que puede comprometerlas? Han visto, por ejemplo, cómo progresan en todo el mundo las leyes que promueven el aborto y la eutanasia, cómo se realizan cada año millones de abortos y miles de asesinatos de personas enfermas. ¿Pero han hecho algo al respecto? ¿Han llegado siquiera a imaginar lo que supone un aborto, o han preferido no pensar demasiado en ello? No creo que muchas de esas personas se hayan detenido a pensar que, con frecuencia, un aborto consiste en cortar en pedazos a un niño vivo para sacarlo trozo a trozo del vientre de su madre y vender después sus restos a los laboratorios. ¡Qué incómodo pensamiento! ¿No es cierto?
Tal vez por esa misma comodidad de no pensar se encuentran ahora tan desconcertadas, aterrorizadas e indefensas ante este último movimiento del mal con mayúscula que está dominando el mundo, ante esta pandemia de miedo al virus, más que del propio virus, que está consiguiendo que la población se someta voluntariamente a los que pretenden esclavizarla. Y todas esas “buenas personas” se convertirán en esclavos como consecuencia de su propia sumisión a la manipulación de los medios de comunicación, de su comodidad de no pensar, de su obsesión por “vivir tranquilos”. Un triste destino.
Todas estas “buenas personas” que a lo largo del tiempo han ido olvidando a Dios y apartándolo de sus vidas, sometiéndose a la “opinión general”, al pensamiento único, a la corrección política, ¿serán capaces de optar por volver a Dios cuando las nuevas leyes del mundo les exijan renegar de Él? ¿Serán capaces de hacer un esfuerzo por salvar su alma?
Dios nos exigirá tomar partido en esta lucha definitiva entre el bien y el mal que se avecina, y sólo una vida intensa de oración, penitencia y sacramentos nos puede preparar para ello. Que nuestras oraciones sirvan también para pedir que esas “buenas personas” saquen fuerzas de flaqueza para reaccionar y decidirse por la opción correcta.
Ahora nos etiquetan como "NEGACIONISTAS": Antes se les calificaban como disidentes, rebeldes, divergentes, librepensadores, libertarios...
NO SOMOS NEGACIONISTAS: SOMOS REALISTAS
Y CREEMOS EN EL MÉTODO CIENTÍFICO, DE LO EVIDENTE Y DE LOS DATOS. NO SOMOS BORREGOS NI VASALLOS. SOMOS CIUDADANOS LIBRES CON DERECHOS Y DEBERES.
SOMOS TIRANICIDAS CONTRA LA MANIPULACIÓN
Y EL SOMETIMIENTO LIBERTICIDA. SOMOS LA NACIÓN QUE LUCHA CONTRA EL ESTADO REPRESOR Y MALÉVOLO.
NO NOS DEJAMOS MANIPULAR NI ACOBARDAR POR LO QUE DIGAN LOS MEDIOS VENDIDOS POR LA PARTIDOCRACIA DE MIERDA O POR EL INEXISTENTE COMITÉ DE EXPERTOS DE MIERDA... A los abolicionistas, a María Pita, a Díaz Porlier, al trienio liberal, los que lucharon por la independencia del yugo napeolónico, a Copérnico y a Galileo Galilei, a todos los tiranicidas de todos los tiempos, también, les llamaron negacionistas y anti absolutistas...
LOS LUGARES MÁS TENEBROSOS DEL INFIERNO
ESTÁN RESERVADOS
ESTÁN RESERVADOS
PARA AQUELLOS QUE EN TIEMPOS DE CRISIS MORAL,
MANTIENEN SU NEUTRALIDAD.
"Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente,
te vomitaré de mi boca". Ap 3,16
MAMONCRACIA
George Carlin una sátira social sobre gérmenes y virus
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