EL IMPERIO ERES TÚ
«… Es muy necesario que te hagas digno de la nación sobre la que imperas, porque el tiempo en que se respetaba a los príncipes por ser únicamente príncipes se acabó; en el siglo en que estamos, ahora que los pueblos saben cuáles son sus derechos, es menester que los príncipes sepan que son hombres y no divinidades» (pag. 506)
ES LA PRIMERA Y ÚNICA VEZ DE LA HISTORIA QUE UNA MONARQUÍA EUROPEA SE MUDA A LAS COLONIAS
Juan VI de Portugal salió un 26 de noviembre de 1807, precipitadamente desde Lisboa, tratando de salvar el trono ante la llegada del ejército invasor francés. En esas improvisadas naves viajaba una décima parte de la población ataviada de riguroso invierno y llevándose el gobierno a ultramar. Después de duras semanas de viaje llegan a la costa brasileña para crear el reino en el exilio. La travesía fue muy desastrosa con escasez de agua potable, al pudrirse los barriles que transportaban, y con varias epidemias a bordo, entre ellas una de piojos que obligó a rasurar las cabezas a todos los viajeros y tirar las pelucas por la borda. Las mujeres, para ocultar dicha calvicie, se ataviaron con turbantes en la cabeza lo que, unido a los abrigos de piel que portaban y sus rostros famélicos y demacrados, hicieron creer a los brasileños unas modas europeas harto extrañas. Y este es el comienzo del reinado de Portugal desde su colonia y la historia de la independencia de Brasil a principios del siglo XIX.
«El imperio eres tú» sorprende, nada más coger el libro entre las manos, al apreciar la «densidad» del texto. Y es que la obra de Javier Moro ha sido impresa en una tipografía legible pero ajustada al máximo y sin espacios de «cortesía» entre subcapítulos. Pero, lo que más sorprende una vez empezada su lectura es el apreciar una novedad muy destacable: Javier Moro ha creado un nuevo tipo de ensayo histórico, agradable y detallista al máximo, aunque obviando datos de estudio aburridos para el lector de narrativa, y aportando a su vez calidez y ritmo a la prosa con algunos párrafos de diálogo de vez en cuando. Pudiera parecer asfixiante para aquellos acostumbrados a los «Planetas» usuales en los que el diálogo es el 90% de la obra pero, una vez iniciada la lectura, es imposible dejar el libro sin acabar. Se diría que el escritor ha seguido, paso por paso, meticulosamente, al protagonista de la obra, el emperador Pedro I de Brasil, a la postre Pedro IV de Portugal, contemporáneo de Fernando VII y de Mendizabal, tomando notas de sus peripecias aventureras y amorosas en todo momento.
«El imperio eres tu», nos demuestra que la historia real es más apasionante e increíble que cualquier otra inventada, siempre que sea llevada al papel con lucidez y amenidad, características que posee ampliamente su autor, Javier Moro.
INTRODUCCIÓN
El almirante portugués Pedro Alvares Cabral llegó a la costa americana por casualidad. Los vientos caprichosos del Atlántico le habían impedido seguir la ruta prevista, la de su antecesor Vasco de Gama, que pasaba por el cabo de Buena Esperanza para acabar en la India. La travesía de Cabral había sido dramática porque, a la altura de África, uno de los barcos de su flota desapareció en el mar con ciento cincuenta marineros a bordo de los que nunca se encontró el rastro.
María Leopoldina Josefa Carolina Francisca Fernanda de Habsburgo-Lorena (Leopoldina o María Leopoldina) y Pedro de Alcántara de Braganza y Borbón,Lo realmente inquietante de aquel accidente fue que el buque se había hundido sin motivo aparente, ni siquiera lo había hecho como consecuencia de un temporal. Luego, buscando vientos propicios para poner rumbo al cabo de Buena Esperanza, Cabral derivó hacia el oeste. Pronto sus marineros encontraron masas de algas largas y enrevesadas en la superficie del mar y vieron volar unos pájaros panzudos. Esa misma tarde, avistaron tierra. Fondeados en una espléndida bahía tropical, Cabral envió a uno de sus oficiales a explorar la playa y el río. Nada más pisar la arena, el portugués se encontró con un grupo de indios tupi, que le miraban con asombro y cierto recelo. Desde la distancia, el oficial intentó hablar con ellos, pero el sonido de las olas silenciaba su voz. Entonces se le ocurrió la idea de lanzarles una gorra roja, luego les tiró un gorro de hilo que llevaba puesto, y después un sombrero negro. Pasaron unos segundos eternos antes de que los indios reaccionasen. Unos segundos de expectación máxima previos al momento en que no sólo dos grupos de hombres, sino dos pueblos, dos continentes, iban a encontrarse, ocho años después de la llegada de los españoles a América. De pronto, uno de los indígenas lanzó al lugar donde estaba el oficial un collar de plumas de tucán rojas y naranjas. Otro salió de la espesura vegetal ofreciendo una rama cubierta de abalorios blancos que parecían perlas. El oficial estaba extasiado ante el aspecto de aquellos indígenas: iban semidesnudos, sus cuerpos estaban pintarrajeados con tintes de color rojo y negro, la cabeza tocada de penachos de plumas multicolores y el pelo cortado a la misma altura que el flequillo, encima de las orejas. Las mujeres le fascinaban, aunque también le violentaba el espectáculo abierto que ofrecían «sus partes genitales».
Al anochecer, Cabral recibió a dos indígenas en el castillo de popa de su barco. La luz de unas antorchas realzaba su collar dorado, la elegancia de su uniforme y su prestancia. Sentado en un ancho e imponente sillón con una alfombra a sus pies, se llevó un chasco al comprobar que los indios no le prestaron la más mínima atención. Obviamente no tenían jefe, ni siquiera una jerarquía. Los marineros les mostraron una cabra, pero los indios permanecieron indiferentes. Luego les trajeron una gallina que les dio tanto miedo que no quisieron cogerla con sus manos. Les ofrecieron pan, pescado hervido, dulces, miel, higos secos..., pero no probaron bocado, y cuando lo hicieron lo escupieron.
En última instancia, lo único que impresionó a los indios fueron los objetos de oro y plata que vieron en el barco. A la mañana siguiente, indicaron con el brazo hacia tierra para decir que también allí había oro y plata. Ese mensaje no cayó en saco roto. Inmediatamente, Cabral decidió dejar en tierra a dos presidiarios que llevaba en el barco y que habían sido condenados a muerte en Lisboa, para que aprendiesen el idioma y las costumbres de los nativos. Fue un momento trágico en la historia del descubrimiento porque ni los indios querían a esos dos intrusos, ni los presidiarios deseaban quedarse allí, a merced de lo desconocido. Cabral, sin embargo, fue implacable. La flota a su mando zarpó hacia la India, y dejó a aquellos dos infelices llorando en la playa. De esa manera el almirante tomaba posesión de esa tierra para Portugal, y quedaba plantado el germen de un nuevo país continente. En realidad, el primer descubridor había sido el español Vicente Yáñez Pinzón, quien mes y medio antes de la llegada de Cabral fue el primer europeo en llegar a la costa de Pernambuco y en explorar la desembocadura del Amazonas. Sin embargo, en virtud del tratado de Tordesillas de 1494 que repartía aquel territorio entre España y Portugal, a Pinzón no le correspondía reclamarlo para la corona española. El nombre de Brasil llegaría más tarde, en el siglo XVI, cuando los primeros colonos empezaron a exportar un árbol que usaban los indígenas para extraer sus tintes y pintarse de aquella manera que tanto fascinó al oficial portugués, y que llamaron pau-brasil, por desprender un color rojizo al hervirse en el agua, lo que sugería las llamas de un fuego o las brasas del carbón ardiendo. De Terra do pau-brasil acabaría abreviándose a Brasil.
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Alejandro Mendible Zurita
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