SOTANAS ESTELADAS
POR FRAY ARÉVALO SÁNCHEZ, OFM
El inmenso y doloroso fracaso
de la Iglesia
(conferencia episcopal)
española
Muchos católicos españoles se sienten decepcionados ante el papel de la Iglesia en la actual rebelión del independentismo catalán (como ya pasó con las víctimas del terrorismo nazionalista de ETA).
Más de 400 miembros de su jerarquía y clero, entre obispos, curas y frailes, han apoyado la sedición y han gritado a favor de la separación, mientras que la Conferencia Episcopal ha sido lenta y poco entusiasta a la hora de colocarse en el lado de la legalidad, proyectando una sensación de división interna y confusión. La crisis catalana ha hundido un poco más todavía a la Iglesia española.
Más de 400 miembros de su jerarquía y clero, entre obispos, curas y frailes, han apoyado la sedición y han gritado a favor de la separación, mientras que la Conferencia Episcopal ha sido lenta y poco entusiasta a la hora de colocarse en el lado de la legalidad, proyectando una sensación de división interna y confusión. La crisis catalana ha hundido un poco más todavía a la Iglesia española.
En los peores momentos de crisis, zozobra, confusión y miedo, los ciudadanos que miraron a la Iglesia Católica en busca de luz y guía no encuentraron nada. La ausencia de la Iglesia en los grandes debates de España y la imagen de confusión, debilidad y división interna que proyecta hacia la sociedad constituyen un inmenso fracaso para la religión dominante en España, cuyo deber, en momentos difíciles, es aportar luz y servir de guía al pueblo.
El inmenso y doloroso fracaso de la Iglesia española
La Iglesia Española vive momentos muy delicados, demostrando una y otra vez a los españoles que no está a la altura de su misión. En el caso catalán, el balance ha sido decepcionante, con una Iglesia que parece reproducir en su interior las miserias de la clase política: confusión, egoísmo, cobardía, incapacidad para iluminar a la sociedad y una lamentable división entre nacionalistas independentistas y partidarios de la legalidad vigente.
El silencio fue ostentoso en los primeros días, cuando solo se escuchaban los gritos de los curas y frailes independentistas. El posicionamiento del Vaticano y de la Conferencia Episcopal al lado de la legalidad vigente tardó demasiado en llegar.
Por desgracia, es ya habitual en la vida de España que la Iglesia esté ausente de los grandes debates. Cuando los españoles, cada día más preocupados por la baja calidad de su democracia, por el deterioro de la convivencia y por la caída de los valores, discuten y se sienten confundidos ante amenazas como las voraces, insolidarias y despilfarradoras autonomías, las violaciones a la Constitución, el avance de la pobreza, la corrupción, la injusticia y otras muchas, la voz de la Iglesia nunca suele oírse o se emite en tan baja frecuencia que no llega a la audiencia.
Es como si la Iglesia, que para bien o para mal fue el gran faro que iluminaba España en el pasado, se hubiera apagado, abandonando a la sociedad y a sus fieles a la más dura orfandad.
La Iglesia dispone de todos los recursos necesarios para hacerse oír. Sus púlpitos son tribunas de influencia directa con una audiencia fiel y predispuesta, pero cada púlpito, sin coordinación, emite su propio mensaje y, según la experiencia acumulada en la sociedad moderna, cuando los mensajes son miles es como si no se emitiera nada.
Pero la Iglesia tiene, también, medios de comunicación propios, colegios, universidades, hospitales y muchas instituciones benéficas, perfectamente imbricadas en la sociedad y con evidencia capacidad de influir que no sabe aprovechar para que su luz ilumine la sociedad confusa y preocupada de España.
Muchos cristianos, preocupados ante la ausencia en el debate y el magisterio, creen que la iglesia española se está comportando como el ejército de Pancho Villa, sin orden ni concierto, sin eficacia y derrochando a diario recursos y potencialidades, consiguiendo algo tan peligroso como que la sociedad se acostumbre a sus silencios y ausencias.
"La única conclusión es que la Iglesia ha contribuido a la fractura social en Cataluña, promoviendo que más de la mitad de la población viva de forma cuasi clandestina y en muchos casos un auténtico ostracismo con vulneración de derechos civiles; han utilizado los púlpitos como amplificadores de una ilegalidad que ha contado con el silencio de la Conferencia Episcopal al menos durante los tres últimos años, culpable de omisión con ambigüedad estudiada y a la vez perversa. A este paso el negocio de la fe puede verse dañado.
Es de suponer que los más de 400 clérigos - yo diría que son trabucaires-, deben ser apartados de sus diócesis, ya que han quedado deslegitimados para orientar moralmente a la feligresía. Hace tiempo que las "sotanas esteladas" y las "sotanas manchadas de sangre" en Vascongadas, forman parte del triste paisaje que nos ha tocado padecer.
Hemos vivido la espiral del silencio mediático y el valor simbólico del desafío pero al final se impone la cordura. Por eso nunca se debe observar la realidad a través del deseo".
Miguel, de Nerja
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SACERDOTES PECADORES DE OMISIÓN
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El pecado de omisión es el pecado que hace condenar más sacerdotes. En el del juicio, dice san Bernardo, se levantará un grande clamoreo que dirá: Señor, somos condenados, lo conocemos, pero los sacerdotes tienen la culpa, ellos no nos avisaron, no nos corrigieron. Pero la voz más imponente, las palabras más aterradoras serán las del mismo Jesucristo, quien les dirá que no han distribuido el pan de la divina palabra, que no han vestido al desnudo con la estola nupcial de la gracia por medio de los sacramentos… ¡Cuántos sacerdotes que podrían, catequizando, predicando, confesando, misionando, socorrer las necesidades espirituales del prójimo! No lo hacen, y los dejan perecer y condenar, ¡ay de ellos! San Antonio María Claret: SERMONES DE MISIÓN tomo I pagina 9
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DEL HÁBITO A LAS ARMAS
Los tres curas de sangre y pistola de ETA,
que nunca se arrepintieron
El capuchino ‘Igeldo’ le quitó la vida a un guardia civil jubilado hace 43 años. Ya libre, declara: “Sé que ningún cristiano puede matar, pero ese mandamiento también lo ha violado la Iglesia”. Otro benedictino fue ‘maestro’ de Josu Ternera y envió a Madrid al comando que terminó matando a Carrero Blanco.
“No tuve problemas de conciencia”, dice ‘Etxabe’, también sacerdote antes que etarra. La lista de nombres que vinculan a la Iglesia vasca con la banda terrorista es larguísima. Esa investigación no está abierta en el Vaticano, adonde acaba de llegar la de la pederastia con hábito en España
«En una lucha (la de ETA) como la nuestra no hay espacio para el remordimiento, ni el arrepentimiento… Me comprometí con el Evangelio al mismo tiempo que con una sociedad igualitaria y justa… No hay tanta diferencia… En las mismas circunstancias volvería a hacer lo mismo… Yo pedí a ETA formar parte de la organización y me aceptaron con todas las consecuencias… El jefe supremo era entonces José Miguel Beñarán Ordeñana (Argala)…».
Quien así habla en el documental de Iñaki Arteta Bajo el silencio es Fernando Arburua Iparraguirre (alias Igeldo), condenado por tres asesinatos, entre ellos, el del guardia civil retirado y enfermo de cáncer Félix de Diego Martínez.
El próximo 31 de enero se cumplirán 43 años de aquel día en el que Igeldo alcanzó con siete disparos a bocajarro el cuerpo del agente de la Benemérita mientras estaba sentado en el irrundarra bar Herrería, propiedad de su esposa, que se encontraba a su lado. En el suelo fue rematado sin miramientos, cubierto de sangre, por otro integrante del comando Txirrita, Manuel Ostolaza Alcocer, que volvió a entrar en el local al comprobar que la víctima se debatía entre la vida y la muerte.
DE HÁBITO CAPUCHINO A MATAR A TIROS
Arburua Iparraguirre compatibilizaba en aquellos años la jefatura del sangriento comando Txirrita con la titularidad, como sacerdote capuchino, de la parroquia San José Obrero, sita en el donostiarra barrio de Alza, donde sus feligreses le conocían como «el padre Fernando», ajenos a su actividad principal con la pipa. Entre 1978 y 1981, hasta su detención, Igeldo fue el terrorista más sangriento de la banda.
Cuarenta años después, tras pasar 24 años en una prisión de El Puerto de Santa María (Cádiz), el cura etarra Igeldo declara: «En nuestra lucha no hay espacio para el remordimiento…».
Fernando Arburúa había ingresado a los 11 años en el seminario de Alsasua (Navarra). A los 25 hizo profesión de votos en la orden de los capuchinos. Ya en libertad, con la pena cumplida pero sin asomo de contrición, reconoce: «Solicité en ETA el máximo compromiso… Sé que ningún cristiano puede matar, pero ese mandamiento también lo ha violado la Iglesia». Y concluye: «Seguramente hizo falta todo aquello, incluidas las casi 900 muertes de un lado y las nuestras».
En pleno periodo democrático ya, en 1981, Igeldo es detenido en su propia parroquia bajo la acusación de ser el jefe del comando Txirrita, que llevaba ya a sus espaldas tres asesinatos. Se le incautaron cinco pistolas, granadas, metralletas, explosivos y abundante munición.
Contumaz, Igeldo fue detenido de nuevo en 2015 por ser uno de los líderes del llamado frente de las cárceles. Ahora, que cumple 88 años, lejos de mostrar arrepentimiento parece estar orgulloso de su pasado. «Porque el tema moral es algo muy relativo», decía en el documental. Vive en San Sebastián.
La extensa investigación sobre los crímenes etarras [en los días en que una investigación sobre los abusos sexuales de religiosos a menores llega al Vaticano] deja aún 300 casos sin esclarecer. Resulta especialmente oscura cuando se intenta enlazar nombres y apellidos de activistas etarras con el olor de las sotanas de las pistolas.
DE FRAILE EN EL MONASTERIO A JEFE MILITAR DE ETA: ‘TXIKIA’
Ya el primer pretendido mártir etarra, venerado hasta el día de hoy, fue Francisco Javier (Txabi) Echebarrieta Ortiz, conecta la banda con las sacristías vascas. Cuando se cobró la primera víctima de ETA, el 7 de junio de 1969, en la joven vida del guardia civil de Tráfico José Antonio Pardines,
Etxebarrieta se dirigía, junto con otro miembro de la banda, Iñaki Sarasketa (cuya posterior condena a muerte en el Proceso de Burgos fue conmutada por intercesión del padre Arrupe, superior de los jesuitas), al monasterio benedictino de Lazcano, donde le esperaba el fraile Eustaquio Mendizábal Benito (Txikia).
Txikia fue un personaje peculiar. Permaneció durante 12 años en la abadía guipuzcoana, y de ella salió para convertirse en jefe militar de ETA en Guipúzcoa, previo paso de entrega del hábito.
El cambio del hisopo por la pistola le fue rentable a Txikia para medrar en su carrera como terrorista (1944-1973). Se convirtió en la mano derecha del jefe supremo militar de la banda, Juan José Etxabe, al que sustituye cuando éste se harta de sangre, pólvora y cadáveres. Mendizábal toma el relevo al frente de ETA-V en 1967.
El ex monje quiere demostrar que se ha sacudido su docena de años entre el ora et labora y exige a la banda «acción» por encima de cualquier otro predicamento teórico. Dirige manu militari una retahíla de secuestros de industriales vascos y navarros (Huerta, Zabala) con los que hace caja y más caja, sumando además atracos a sucursales bancarias por doquier.
Durante su liderazgo Txikia envía un comando a Madrid para preparar el atentado al delfín de Franco, el almirante Carrero Blanco, que se materializará en diciembre de 1973. Ese comando se llamaría Txikia en honor a su jefe, que caería fulminado por policías expertos en antiterrorismo al ser localizado al bajar del tren en Algorta (Vizcaya).
Una plaza del elitista municipio vasco fue bautizada con su nombre, decisión revocada luego por la Justicia bajo la sentencia de que hería «la dignidad de las víctimas». Se le imputan otros asesinatos directos y otros tanto producidos bajo sus órdenes.
Durante una misa celebrada en Sokoa (Francia), otro clérigo vinculado a ETA, el famoso padre Piarres Larzabal (Ascain, 1915), no invocó a Dios, sino al «héroe» abatido. «Eustaquio se nos ha ido… Soy el intérprete de los compañeros caídos del 36 y después del 36, y os pido que nos unamos para obtener la unificación y promoción de nuestro pueblo…
Yo te absuelvo». Cuando el comando etarra al mando de Txikia secuestra el cónsul alemán en San Sebastián, Eugene Beihl, en diciembre de 1970, Mendizábal lo esconde en la casa del citado cura galo… «Yo te absuelvo», pronunció antes y después Piarres Larzabal.
Uno de los subordinados preferidos del monje benedictino fue, por cierto, Josu Ternera, de misa diaria. La Audiencia Nacional acaba de abrir juicio oral contra él por el atentado contra la casa cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza, donde fueron asesinadas 11 personas, seis de ellas, niños.
Txikia no se arrepintió. Un disparo de los agentes policiales que lo cazaron lo mandó con el dios al que juró servir. El hombre que había sido formado bajo el lema benedictino pax había hecho de la guerra total su santo y guía.
EL CURA DE PUEBLO
«Fui ordenado sacerdote al final de la década de los años 50. Salí empapado de la mística sacerdotal. Cura de pueblo, se fue reforzando en mí la vivencia de servicio al mismo y la conciencia de mi responsabilidad con él como sacerdote. Paralelamente, se fue reforzando en mí el sentimiento de patriotismo, generado tanto en mi infancia como en mi juventud, sobre todo en el ambiente familiar…».
Así hablaba en euskera Jon Etxabe Garitacelaya el 3 de diciembre del 2020 en un acto en Éibar para conmemorar el medio siglo del Proceso de Burgos, en el que fue condenado por pertenencia a banda armada.
Continúa hablando en euskera: «En Éibar [donde nació en 1933], ya como sacerdote en los años 60, la influencia y repercusión de las acciones de ETA me producían contradicciones, dificultades para comprenderlo, pero también adhesiones y esperanza. Esa resaca me alcanzó de lleno… Una persona me propuso trasladar a militantes de ETA en mi coche. Acepté.
Sabía que atendiendo a la doctrina oficial de la Iglesia significaba asumir una contradicción enorme; sin embargo, pensé que no se podía negar amparo a los que actuaban a favor del pueblo, ni siquiera Dios se negaría a hacerlo. Ofrecer aquella ayuda estaba en el núcleo mismo del Evangelio. Cuando la policía me fichó, escapé.
ETA me propuso entonces convertirme en liberado. Dar el paso significaba para mí que actuar en una organización armada era algo muy distinto a la actividad sacerdotal, pero no tuve problemas de conciencia. No entré en consideraciones teológicas. No tuve problemas ni con la Iglesia ni con Dios. Acepté la organización de la propaganda y pedí ir armado. La policía se lo pensaría dos veces antes de acercarse a mí».
CÁRCEL CONCORDATARIA PARA SACERDOTES
Cuando es detenido, Etxabe pasa a la cárcel concordataria para sacerdotes de Zamora. Durante el Proceso de Burgos reafirma su fe en el pueblo vasco («Estoy seguro de que triunfaremos»), mientras reconoce su pistola entre muchas otras incautadas a la banda por la policía. Nunca fue probado que cometiera directamente delitos de sangre, pero sí que participó en la reunión donde se decidió el asesinato del inspector Melitón Manzanas, decisión tomada en un convento de los Padres Sacramentinos.
Etxabe fue condenado a 50 años de prisión y tras la sentencia pidió a la Iglesia su secularización. Hoy, con 88 años, vive en sus tierras guipuzcoanas sin que conste dolor de contrición alguno. Sus víctimas no lo acreditan.
El obispo y la bandera
La memoria es fundamento de la vida, por eso que creo oportuno la reseña de ciertos acontecimientos. Es San Sebastián, hace ya cuarenta años, cuando se recibe la llamada de un paquete sospechoso en el barrio de Gros, un joven policía nacional especialista en desactivación de explosivos acude al lugar; la trampa, la potencia de la explosión lo matará. El mando de Policía Nacional de la provincia activa los pormenores propios de la situación, entre ellos su funeral.
Surge una cuestión: ¿lo hacemos entre nosotros o lo mostramos como lo que es, un ciudadano de San Sebastián asesinado, dependiente de un obispo cuidador de su rebaño? Se decide esto último y un capitán se dirige a la catedral del Buen Pastor a gestionar los detalles. En la sacristía, lo recibe el párroco a quien se le traslada nuestro deseo, no dice nada y se remite al obispo. Al poco rato sale el obispo, no traslada su pésame pero dice que no habría problema, a salvo las «manifestaciones políticas» que se produjeran. Nadie quiere que este hecho sea objeto de acción política. Se le indica que no habrá discursos ni simbología partidaria de ningún tipo. Al capitán se le viene a la mente la enseña nacional que estará presente cubriendo el féretro, y se lo dice.
"Eso, a eso me refiero", le indica el obispo: no puede entrar en el templo la bandera de España. Viendo al obispo, la respuesta, y que eso podría impedir el funeral, el capitán recuerda el maltrecho cuerpo de su compañero asesinado y no puede contener las lágrimas. No obstante, indica que va a trasladar esa exigencia a sus mandos. La exigencia es difícil de aceptar, pero se acepta y así se transmite al ministro del Interior y al obispo. La parroquia del Buen Pastor espera el féretro que llega a los acordes del himno nacional y cubierto con la enseña nacional.
En los arcos de acceso al templo tienen que ser el comandante jefe y el capitán quienes retiran la enseña, nadie quiere hacerlo. Dentro del templo, cuando el párroco dice las primeras palabras de la eucaristía, el coronel jefe de Policía Nacional del País Vasco saca de su chaquetón una bandera de España con la que cubre el féretro; el sacerdote calla, no pronuncia palabra alguna, el ministro y autoridades callan, el capitán está en un lateral, es el comandante jefe quien sale de su asiento y retira la bandera. Como un resorte y como si se hubiera apretado el botón de ‘on’, el sacerdote continúa la eucaristía.
Finalizada la eucaristía, bajo los arcos de entrada, se vuelve a cubrir el féretro con la bandera de España. El Estado no combatió solamente contra una organización terrorista.
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Ese es un hecho, como ese obispo famoso que justificaba a los asesinos con sus pastorales. Lo de la Iglesia vasca con ETA no tiene perdón de Dios.
EDUARDO GARCÍA SERRANO
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