Pocas obras de ficción estadounidense han demostrado ser duraderamente populares como The Shepherd of the Hills de Harold Bell Wright. La novela de Wright, publicada por primera vez en 1907, fue un best seller instantáneo; en 1918 el libro había vendido más de dos millones de copias; el año siguiente fue adaptado para la pantalla silenciosa (la primera de cuatro versiones cinemáticas); ya mediados de la década de 1920 Wright se estableció como el novelista estadounidense de mayor éxito comercial de todos los tiempos. La convincente y conmovedora historia de Wright de un extraño que comienza una nueva vida en el aislado mundo del ficticio Mutton Hollow se basa en su trabajo como pastor protestante y su familiaridad con la cultura pionera de los colonos en la región montañosa de Ozark en el sur de Missouri. La novela es emocionante y elegíaca, misteriosa y melodramática.
'El pastor de las colinas' (The shepherd of the hills, 1941), de Henry Hathaway es un obra de cautivadora y radiante armonía, que refrenda como en ciertas obras el cine de Hathaway transitaba senderos cercanos a los de John Ford, por ejemplo en su equilibrada conjugación de tonos, entre la comedia y el drama, entre lo siniestro y lo solar; o su enfoque sobre las comunidades en el conflicto entre progreso y tradición. Magnifico el technicolor de Charles B Lang y W Howard Green. Y mencionar la labor de ese gran actor que fue Harry Carey, que fue una estrella del western en la época y que precisamente en esos años trabajó en varios de ellos con Ford.
La película habla sobre el miedo a lo desconocido, los rencores del pasado y la fuerza de los lazos familiares. Pero, sobre todo nos habla de los prejuicios y de nuestras condenas y autocondenas, de nuestras represiones impuestas por nosotros mismos.
Habitualmente nos convertimos en víctimas o verdugos de nuestro dolor, nos resistimos a aceptar las cosas tal cual son. Nos condenamos con pensamientos negativos, sin darnos cuenta de que somos en gran parte creadores de nuestro sufrimiento.
El dolor es inevitable pero el sufrimiento es casi opcional. No es lo que nos pasa, sino lo que hacemos con lo que nos pasa. Como nos sentimos depende en gran parte de la interpretación que hacemos de la realidad y no de la realidad misma.
Los pensamientos no son los hechos, pero los vivimos y actuamos como si lo fueran. Construimos grandes mentiras y nos convencemos de que son la verdad y seguimos adelante, alejándonos de la verdadera felicidad. Creemos que el horizonte está lejos y de donde más lejos estamos es de nosotros mismos.
Queremos vender una imagen que no somos y terminamos engañándonos a nosotros mismos. Cuando vamos por la vida mostrándonos extremadamente vulnerables, carentes de estima y de amor propio, quedamos mucho más expuestos frente a las circunstancias y mucho más influenciables por nuestro entorno familiar, social y laboral. Lo que piensen los demás empieza a ser más importante que lo que pensamos nosotros mismos.
Y para no seguir sintiéndonos desnudos, poco a poco nos vamos vistiendo con las creencias de la mayoría, y empezamos a pensar y a actuar según las normas socialmente más valoradas, aunque no seamos felices, aunque en el fondo estemos solos, porque la carencia común es más invisible y es más fácil de sobrellevar. Sin embargo por dentro seguimos sintiéndonos faltos de autoestima.
La falta de autoestima tiene graves consecuencias, tanto en nuestra forma de interpretar y comprender el mundo como en nuestra manera de ser y de relacionarnos con los demás. A veces la falta de autoestima obliga a muchas personas a compensarse emocionalmente, mostrándose de adultas orgullosas y soberbias. Poderosas y competentes.
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