EL Rincón de Yanka: LA FALTA DE COMUNIÓN FRATERNA ENTRISTECE Y ENTORPECE LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

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martes, 17 de junio de 2014

LA FALTA DE COMUNIÓN FRATERNA ENTRISTECE Y ENTORPECE LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO




La falta de comunión fraterna entristece 
y entorpece la acción del Espíritu Santo

"Acabada su oración, tembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía. La multitud de los creyentes no tenía sino un corazón y una sola alma" Hch 4,31-32

La comunidad se reunió para darse ánimos, pedir la protección de Dios y la fortalezca para predicar con libertad la Palabra. El Espíritu escucha su oración, y en un nuevo Pentecostés, viene a animar a la comunidad y les da valor para predicar la Palabra de Dios y amor para fortalecer la comunión fraterna.
La Iglesia, «desde el primer momento, se caracteriza como fraternidad y comunión en la unidad de un solo corazón y de una sola alma» 
Si para llegar a ser hermanos es necesario conocerse, para conocerse es imprescindible comunicarse. Cuando hay comunicación, el aire que se respira en la fraternidad es aire limpio y sano, las relaciones se vuelven más estrechas y familiares, se alimenta el espíritu de participación, y crece el sentido de pertenencia. En cambio, la falta de comunicación deteriora la comunión fraterna hasta destruirla.

Sólo el Espíritu Santo es capaz de crear fraternidad; una fraternidad en la que personas «diversas» puedan convivir teniendo «un solo corazón y una sola alma» Hch 4,32. Sin el Espíritu Santo la fraternidad se vuelve pura utopía, simple  grupo de intereses. Pero el Espíritu viene cuando somos «unánimes y perseverantes» (cf. Hch 1,14). De ahí la necesidad de una auténtica vida de oración en fraternidad, una vida de oración que no se reduzca a mero cumplimiento de normas o reglamentos, sino que sea a la vez manifestación y alimento de nuestra vida fraterna. El progreso en la vida fraterna en comunidad va de la mano del camino de fe de cada hermano, y del camino de fe de la fraternidad. Si falta la fe como fundamento de la fraternidad, antes o después, ésta desaparecerá, y su lugar lo ocupará o un grupo de conocidos o una comunidad de trabajo o un conjunto de individuos unidos mientras pueden satisfacer los propios intereses, y que cuando esto no suceda se convertirá en un «campo de batalla», en el que siempre caerán derrotados los más débiles.

La fraternidad es un don y una tarea. Como un don la acogemos con gratitud; como tarea hemos de comprometernos seriamente en su construcción y crecimiento. «La comunidad sin mística no tiene alma, pero sin ascesis no tiene cuerpo. Se necesita "sinergia" entre el don de Dios y el compromiso personal para construir una comunión encarnada, es decir, para dar carne y concreción a la gracia y al don de la comunión fraterna».

Con gozo hemos de reconocer que entre nosotros son muchos los que trabajan sin descanso por lograr esa "sinergia", pero también considero necesario reconocer que abundan los «consumidores» de fraternidad, aquellos que piensan que todo les es debido. De hecho no es raro constatar que los que más exigen de la fraternidad son, a menudo, los que más la ignoran. Éstos olvidan que la verdadera fraternidad «no existe sin la entrega de cada uno».

Para participar activamente en la construcción de la vida fraterna en comunidad es imprescindible tener la valentía de reconocer las heridas que los unos causan a los otros. Es necesario vivir la gratitud por lo que se recibe y la humildad por lo que no sabemos dar. Es la actitud del publicano, de quien se cree culpable, y no la del fariseo, de quien se cree justo, la que construye la fraternidad. Es necesario reconocer que la fraternidad ideal no existe, y que nos acercaremos a ella en la medida en que sepamos aprovechar la gracia de las debilidades humanas y estemos dispuestos a restablecer la unidad, siempre que se rompa, al precio de la reconciliación. Será importante recordar que sólo quien tiene conciencia de necesitar el perdón, lo ofrecerá a los demás.


“El Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes”, dice San Pablo (Rom 8, 11). El Espíritu de Pentecostés habita en nosotros para que podamos vivir animados, no por la carnalidad de nuestro yoísmo y sus pasiones, sino por el espíritu de nuestra persona que se perfecciona en el amor (Cf. Rom 8, 5-6ss).

El camino fraterno y más común de santificación está en perfeccionar, con la gracia de Dios, el trato con nuestros semejantes. “Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. Traten de conservar la unidad del espíritu, mediante el vínculo de la paz” (Ef. 4,2-3).

La falta de comunión fraterna entristece y entorpece la acción del Espíritu Santo. En su Palabra, el Señor nos dice: “No entristezcan al Espíritu Santo de Dios. Eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. Por el contrario, sean mutuamente buenos y compasivos, perdonándose los unos a los otros como Dios los ha perdonado” (Ef 4, 31-32).

Y es valiosa la siguiente exhortación de san Pablo: “Traten de imitar a Dios, como hijos suyos muy queridos. Practiquen el amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios” (Ef 5, 1-2). Nuestro yo pasa a vivir en el amor cuando se hace Pascua de “ofrenda y sacrificio agradable a Dios”. De otro modo, se hace codicia de sí mismo más que donación.
Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor...
El Espíritu también nos lleva a vivir en vínculo de alianza con Dios. Él recrea y profundiza nuestra interioridad (Cf. Rom 8, 14-16) y “viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido” (Rom 8, 26).

De acuerdo con la experiencia pentecostal de los comienzos eclesiales, podríamos decir que el Espíritu Santo tiene un gusto especial por establecer un vínculo de oración comunitaria con Dios. Lo vemos repetidamente en los Hechos de los Apóstoles, donde la oración comunitaria tiene, además, un poder carismático de liberación y conversión extraordinario (Cf. Hech 4, 23-31; 12, 5-17).

De su experiencia pastoral, Pablo plasmó en sus cartas: “Eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animados por el Espíritu. Dedíquense con perseverancia incansable a interceder por todos los hermanos” (Ef 6, 18) y “Que la Palabra de Cristo resida en ustedes con toda su riqueza Instrúyanse en la verdadera sabiduría, corrigiéndose los unos a los otros. Canten a Dios con gratitud y de todo corazón salmos, himnos y cánticos inspirados” (Col 3, 16).

Hermanos, “si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por Él” (Gál 5, 25). Y entonces recogeremos en nuestras vidas el fruto del Espíritu Santo: “amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad y confianza, mansedumbre y templanza” (Gál 5, 22-23).
"En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros". San Juan 15, 12-17 
En toda fraternidad hay bastante dosis de amistad, y en la amistad puede haber algunos grados de fraternidad. Todo está combinado. Es bueno que las comunidades se pregunten con frecuencia: 



¿Qué es lo que prima en nuestras relaciones comunitarias: la amistad o la fraternidad?

Ciertamente lo que nos une es la fraternidad. La belleza de aprender a amar a todos, de conocernos, de estimarnos, de ver nuestros carismas; de crecer con todos; de aprender de todos gracias al secreto fundamental para la buena marcha de esa unión fraternal: imponer las convicciones de fe por sobre las emociones. Y es a través del motor dinámico de una comunidad, el amor oblativo que podemos hacer realidad el Sueño de Oro de Jesús: "Ámense unos a otros como el Padre y yo nos amamos".
(del libro de I. Larrañaga, Sube Conmigo –  

Cap. IV Amor oblativo 1. Dar la vida)


Podemos terminar orando al Espíritu de esta manera:

“Llama profunda que escrutas 
e iluminas el corazón del hombre: 
restablece la fe con la Noticia, 
y el amor ponga en vela la esperanza, 
hasta que el Señor vuelva” 
(Himno Litúrgico)