EL Rincón de Yanka: CONVERSIÓN PASTORAL: UNA IGLESIA ACOGEDORA

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miércoles, 1 de mayo de 2013

CONVERSIÓN PASTORAL: UNA IGLESIA ACOGEDORA



Cuantos hermanos que entran en la iglesia vacía para encontrar "algo" o a "alguien" para hablar de su vacío, de su tristeza, de su soledad y no encuentra ninguna acogida, o algún letrero o un timbre de atención, de esperanza... Somos tan distantes, tan ocupados, tan encerrados en nosotros mismos...


 
CONVERSIÓN PASTORAL:
UNA IGLESIA ACOGEDORA


“Conversión” Pastoral

Además de la conversión personal y comunitaria, la situación socio-religiosa, que estamos viviendo, nos ha de conducir también a una seria “conversión” o renovación pastoral. Y, probablemente el primer esfuerzo que hemos de hacer es descubrir y evitar algunas reacciones incorrectas o equivocadas, que no dan una respuesta pastoralmente adecuada a estos tiempos de increencia.

• La añoranza de tiempos pasados

Una primera reacción es la de aquellos creyentes que, desconcertados por la situación se refugian en la nostalgia, añorando otros tiempos en los que todo parecía más claro, mas tranquilo, más seguro.

Pero, en primer lugar, no es tan seguro que otros tiempos, que ciertamente tuvieron sus valores, sean el ideal para vivir con sinceridad y radicalidad el Evangelio.

En segundo lugar, intentar volver a la pastoral de tiempos pasados hoy no ayudaría mucho a despertar, en el hombre moderno, la fe verdadera. La fe ha de ser la misma, pero otros han de ser los modos de expresarla, vivirla y trasmitirla.

• Actitud defensiva

Otra postura, por cierto bastante extendida, es la de los que, ante la situación, adoptan y promueven una actitud defensiva. Ante el rechazo y desprecio social de la fe, quedamos socialmente a la intemperie. Somos cada vez menos y socialmente menos significativos. La tentación, entonces, es poner excesivo y casi exclusivo acento en el fortalecimiento de la institución; excesivo y casi exclusivo acento en la defensa de un cuerpo doctrinal seguro, excesivo y casi exclusivo acento en mantener un código de conducta bien definido; excesivo y casi exclusivo acento en el cumplimiento más riguroso de la práctica religiosa. Sin duda hemos de redescubrir y reafirmar también hoy la identidad cristiana. (¡Sin la menor duda! Lo repito: ¡Sin la menor duda!) Pero, ¿es nuestra tarea hoy construir una Iglesia «a la defensiva», de creyentes agrupados por el temor, en actitud de víctimas más que de testigos? Creo sinceramente escuchar algo más hondo y urgente de Aquél que nos pidió ser «luz del mundo» y «sal de la tierra» (Mt 5,13-14).

• La actitud de huida: los cristianos de la“ausencia”

Una actitud de repliegue es la que lleva a otros a protegerse en grupos y comunidades ”estufa”. Son creyentes que, ante los aires helados que corren fuera, se retiran y recogen al abrigo de sus grupos y comunidades. Muchos viven un “cristianismo emocional”. Para ellos la fe en Dios no tiene ya ningún poder sobre este mundo, si acaso puede cambiar el interior, pero no la realidad social. Y orientan la fe solamente a la interioridad de la persona.

No cabe duda que la fe afecta a nuestra vida interior. Tampoco cabe duda que nuestra fe crece y se fortalece en comunidad. Pero, también el testimonio, la presencia evangeliza-dora, la apertura dialogante al mundo, son esenciales para los creyentes llamados por Cristo no a ausentarse del mundo, sino a no ser del mundo. Hay que salir de los“caladeros” del desanimo, soltar amarras, remar hacia adentro del mundo, y ser testigos abrasados del fuego del Señor, navegantes confiados en el mar de sus proyectos y sellados por su amor, y con su aliento, ser sus seguidores confiados, ser pescadores de hombres. No, no podemos ser “cristianos de la ausencia”.

• Actitud de falsa adaptación

Otros, ante la crisis, tratan de recuperar o mantener la relevancia, la audiencia y el prestigio social. Para ello adaptan la fe a los criterios del mundo moderno. Se corre así el riesgo de configurar el mensaje cristiano desde las ideologías y criterios del mundo.

Aprender a dialogar con la increencia actual es, sin duda, una de nuestras grandes tareas hoy. Pero, cuando la cultura moderna se convierte en criterio de lo que se puede o no se puede aceptar del mensaje cristiano, la fe pierde su propia identidad, ya no tiene nada válido que ofrecer al hombre actual. La sal «se desvirtúa », la luz «se oculta». Cuando los creyentes no proclaman su fe, la fe de la Iglesia, y se limitan sólo a escuchar y dejarse configurar por las ideologías ajenas, allí no hay evangelización porque Cristo no está siendo anunciado.

Nuestra respuesta pastoral

En primer lugar hemos de enfrentarnos a la situación con realismo. Pero, también con fe. Llenos de confianza. Y dispuestos a una necesaria y exigente “conversión pastoral”, que ha de abarcar muchos aspectos.

· Misionera
Durante mucho tiempo han venido funcionando entre nosotros los canales que tradicionalmente servían para «transmitir» la fe: la Familia, la Parroquia, la Escuela. Parecía suficiente. Toda la gente se consideraba cristiana y no se sentía la necesidad de una acción realmente misionera.

Poco a poco, las Parroquias fueron dedicándose a los servicios y la atención a los practicantes, perdiendo dinamismo misionero. Bastaban las celebraciones de culto para que los cristianos practicaran su religión, y la catequesis para «enseñar» la fe a las nuevas generaciones.

La crisis actual nos está llamando a recuperar la conciencia evangelizadora, el dinamismo misionero y redescubrir nuestra verdadera misión en el mundo.

Cada vez vamos tomando conciencia más clara de que el reto más importante, al que se enfrenta hoy nuestra Iglesia, es poner en marcha una pastoral misionera. No podemos seguir únicamente con una pastoral que se ocupa sólo de los allegados, que sólo pone sus esfuerzos en formar y asegurar la vida de los creyentes integrados en la comunidad. Hemos de poner nuestro empeño en promover una pastoral misionera hacia los alejados, que en número creciente se dan en nuestra Parroquia.

• Lo primero: aprender a evangelizar

Pero, ¿cómo anunciar a Cristo a hombres y mujeres que, habiendo oído hablar de Él, hoy le dan la espalda? ¿Cómo hacer creíble el Evangelio a personas que lo rechazan después de haber escuchado, de alguna manera, su mensaje? Sobre todo, ¿cómo presentar la salvación cristiana a quienes no parecen necesitarla?

Tal vez nuestra primera tarea, humilde, pero urgente en estos momentos, es aprender a evangelizar. Aprender a poner en marcha esa «segunda evangelización» que necesita esta sociedad, tradicionalmente cristiana y hoy indiferente en gran medida ante el Dios de Jesucristo. Nos falta experiencia.

Acostumbrados a presentar nuestra fe a personas que la aceptaban de antemano, no sabemos cómo dialogar con los increyentes. Acostumbrados a vivir en un ambiente socialmente receptivo, nos desconcierta vivir en el desamparo, cuando no en el rechazo social. Nos falta experiencia. El camino será largo. No hay fórmulas fáciles. Es necesaria la colaboración responsable de todos los que os sintáis creyentes.

· Nuestra misión básica hoy
Nuestra primera misión básica hoy es presentar con nuestro testimonio (obras y palabras) nuestra vida de hijos de Dios, redimidos por Cristo y alentados por el Espíritu Santo. Una vida diferente, que es regalo del Dios que a todos nos ama con amor entrañable y gratuito.

Nuestro primer apostolado lo hemos de hacer con la fuerza elocuente y significativa de la propia vida; en las circunstancias normales de nuestra convivencia en la familia, trabajo, círculo de amigos, etc., hemos de evangelizar manifestándole a todos el amor que Dios nos ha manifestado y nos ofrece en Jesucristo muerto y Resucitado.

Los cristianos hemos de explicar a las personas con las que convivimos cuáles son los motivos por los que llevamos una vida diferente. Hemos de dar razón de nuestra esperanza; hemos de indicar, a todos los que nos rodean, cuál es la roca que nos salva, sobre la que edificamos los cimientos de nuestro vivir y nuestro morir, la que nos mantiene firmes, en medio de las “tormentas” de la vida. Por amor y lealtad a toda persona hemos de explicar con humildad, pero sin miedo, de dónde nos nace la fortaleza y la alegría ante los acontecimientos de la vida. Hemos de intentar mostrar a todos el don que hemos recibido y que da sentido y valor a la vida humana en todas sus dimensiones y circunstancias, en la vida personal, familiar y social, en el trabajo y en el ocio, en la salud y en la enfermedad, en la vida y en la muerte, en este mundo y en la esperanza de la vida eterna.

No podemos dejar de invitar a todos, porque los queremos, a descubrir ese “tesoro” que llevamos en nuestra pobre “vasija de barro”. A todos los hemos de invitar a dejarse querer por Dios; a convertirse al Dios que nos salva; a conocer a Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, y a descubrir el rostro verdadero de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Invitar a todos a no dejarse llevar por lo que se dice, lo que se cuenta, lo que se oye. Invitar a todos a que “vengan y vean”, y a acompañarles si se deciden. Este es nuestro primer apostolado, la urgencia mayor hoy. Y lo tenemos que llevar a cabo, fundamentalmente, en el “boca a boca”. Hoy sumamos uno a uno, como los primeros cristianos. Donde, cuando y como podamos, hemos de anunciar a Cristo como Señor, e invitar a cada uno a conocerlo.

La Evangelización nos exigirá, a cada uno y a nuestra Parroquia, muchas cosas, pero nos exige, sobre todo, una conversión personal y comunitaria para recobrar el impulso misionero y ser testigos, no sólo maestros, de la fe en el mundo. Testigos que aportan con sus hechos y palabras el testimonio de una vida salvada en Cristo.

LA ACOGIDA Y MISERICORDIA

No es extraño que Jesús se presente como un extranjero: “Fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25, 35). El extranjero es una persona diferente, que tiene otra cultura, otra fe; el extranjero incomoda porque no puede entrar en nuestros esquemas de pensamiento.
Acoger es conseguir que el extraño se sienta como en su casa, a gusto, lo cual quiere decir no juzgar, no tener prejuicios, sino dar un espacio para ser (Lc 10, 34)

Una actitud personal y comunitaria

Adquirir, personal y parroquialmente, este impulso misionero, en fidelidad al evangelio y a los hombres y mujeres de hoy, nos exige una actitud evangélica de ACOGIDA Y MISERICORDIA, en el trato con las personas y, singularmente, con las más alejadas y las más humildes.

La acogida como una manera de ser y vivir la experiencia del Dios que nos acoge y nos salva en Cristo nuestro Señor. La acogida como un estilo configurador de una Parroquia que se edifica como fraternidad, como hogar cálido para la relación y el compartir, como familia acogedora que abre sus puertas a todos, con predilección no excluyente por lo pobres, los marginados, los caídos en la cuneta de la vida por la carencia de medios, o por las miserias de la abundancia. Familia acogedora en la que “Queremos mucho a la gente. Porque nos sentimos queridos por Dios”

Mediadores de la acogida y misericordia de Dios.

Se trata de que el amor de Dios y su misericordia encuentren reflejo en nosotros y se manifiesten, cada día, en la acción pastoral de nuestra Parroquia y en la presencia misionera de los creyentes en su contacto habitual con las personas.

Desde esta perspectiva, misionera y acogedora, queremos plantear nuestros esfuerzos pastorales. Somos conscientes de que no es la única dimensión, ni la única urgencia, por ello, en nuestro plan pastoral parroquial hemos señalado además otras urgencias (p.e. la formación) y otros objetivos. Pero, esta es una urgencia prioritaria. Construir una parroquia acogedora, servicial, con los que vienen y evangelizadoramente presente, con sencillez y sin imposición, en el barrio.

Esta dimensión acogedora y misericordiosa de nuestra pastoral, no es sólo una tarea, es una actitud que ha de estar presente en toda nuestra pastoral, de modo especial en la Pastoral misionera, que trata de llevar el primer anuncio a los más alejados y humildes. En toda la acción pastoral, nuestra parroquia, y cada uno de nosotros, hemos de ser mediadores de la acogida misericordiosa de Dios. Por ello, hemos de aprender el estilo de mediadores buscando en la historia de la salvación el rostro misericordioso de Dios, que hemos de trasparentar con la vida y anunciar con nuestra palabra.

La Parroquia acogedora y misericordiosa

La comunidad cristiana ha de acoger y vivir con amor y misericordia como lo hace Dios. La acogida no es para nosotros una simple estrategia para captar“ clientela”. Es algo que nos nace de dentro cuando, mirando el corazón y las entrañas de Dios, contemplan-do cómo Jesús ama y acoge, sentimos la urgencia de ser una Iglesia samaritana, acogedora, Iglesia con rostro paterno y materno, Iglesia que evangeliza no desde las normas, sino desde el amor que comunica la Buena Noticia del Evangelio y transmite esperanza, salvando y liberando. "Por tanto, la actuación, el mensaje y el ser de una Iglesia auténtica consiste en ser, aparecer y actuar como una Iglesia-misericordia; una Iglesia que siempre y en todo es, dice y ejercita el amor compasivo y misericordioso hacia el miserable y el perdido, para liberarle de su miseria y de su perdición. Solamente en esa Iglesia-misericordia, puede revelarse el amor gratuito de Dios, que se ofrece y se entrega a quienes no tienen nada más que su pobreza"

La comunidad parroquial, nacida del amor misericordioso del Padre Dios, ha de ser Comunidad de misericordia y acogida, que ama más a los más incapaces de amar. Para ello hemos de cultivar la dimensión contemplativa, que hace a nuestra comunidad más humana, es decir, más comprensiva, cercana y acogedora; la contemplación desarrolla la finura en la acogida, sin discriminaciones, reduplicando la atención con los que no tienen sitio en la mesa común de nuestro mundo: los pobres y excluidos. Con esta actitud contemplativa la Comunidad cristiana se hace más tolerante y, en vez de cerrar la puerta, la abre de par en par y hace de su casa común un lugar de encuentro, un ámbito de reposo (Cf. Mt 11, 28-30), una posibilidad de reconciliación y perdón. Así la Parroquia se convierte en el hogar que sabe acoger a los pequeños (Cf. Mt 18,5) y es posada donde cualquier persona es acogida con calor: "Acogeos mutuamente como Cristo nos acogió a nosotros para gloria de Dios" (Rom 15,7). Al mismo tiempo, la Parroquia se convierte en el hogar misionero, cuyos miembros salen en busca de los alejados (cf. Lc. 15) y viven una espiritualidad encarnada, siguiendo las huellas del Maestro, que "pasó haciendo el bien", siendo como Él acogedores y misericordiosos.

Después de la exposición de estos sencillos presupuestos, señalo los que me parecen algunos rasgos configuradores de la pastoral de la acogida y de la misericordia, a fin de poder llevar a cabo la pastoral misionera en el contexto actual.

PASTORAL DE LA ACOGIDA Y LA MISERICORDIA

El sujeto de la pastoral de la acogida y la misericordia

El sujeto de la acogida y la misericordia es toda la comunidad cristiana y cada uno de sus miembros, que tenemos que acoger a cada persona en los ámbitos propios (laboral, social, familiar, etc.) donde se desarrolla su vida: "La presencia de los cristianos en los grupos humanos ha de estar animada por la caridad con que nos amó Dios, que quiere que también nosotros nos amemos mutuamente con la misma caridad. En realidad, la caridad cristiana se extiende a todos sin distinción de raza, condición social o religión; no espera lucro o agradecimiento alguno. Porque así como Dios nos amó con amor gratuito, así los fieles han de vivir preocupados por el hombre mismo, amándole con el mismo movimiento con que Dios lo buscó" (AG 12). Todos hemos de ser acogedores (agentes) porque todos somos acogidos (pacientes) por el amor misericordioso de Dios

Actitudes personales y comunitarias

La pastoral misionera es dinámica, y ese dinamismo ha de expresarse, además de en la búsqueda de los destinatarios de la evangelización, en los nuevos modos de relación y comunicación con ellos, en la convivencia normal o cuando acuden a la Parroquia para demandar todo tipo de servicios, especialmente sacramentales. De ahí que presentemos algunas de las actitudes que son necesarias para realizar un encuentro pastoral eficaz y evangelizador.

Actitud acogedora

Antes de ser una tarea pastoral a organizar y planificar, la Pastoral de la acogida supone una actitud evangélica que tiene su fuente en la experiencia personal de sentirnos acogidos misericordiosamente por Dios.

En el encuentro evangelizador debe tener ese estilo acogedor que debe manifestarse a través de la disponibilidad, hospitalidad, amor servicial y gratuidad: "la obra de la evangelización supone, en el evangelizador, un amor fraternal siempre creciente hacia aquellos a los que evangeliza" (EN 79).

El amor gratuito toma siempre la iniciativa de ir al otro, no busca un interés personal, deja en libertad sin condicionar al que se dirige, no condena ni enjuicia, acoge de manera incondicional, con un amor gratuito.

La carta de Pablo a los Corintios nos presenta todo un programa de relación educativa, motivadora y estimulante para el evangelizador cristiano: "El amor es compasivo, es servicial, no tiene envidia. El amor no presume ni se engríe, no es egoísta, no se irrita ni lleva cuentas del mal; ni simpatiza con la injusticia, simpatiza con la verdad. El amor disculpa siempre, se fía siempre, espera siempre, aguanta siempre. El amor no falla nunca" (1 Cor. 13,4-8).

Capacidad de diálogo y respeto

En nuestra misión evangelizadora hemos de cultivar siempre la capacidad de escucha y de diálogo, pero, hemos de cultivar con mucho cuidado, esas actitudes, en la Pastoral misionera, en la que insistimos en el primer anuncio. Así ayudamos a las personas a superar inhibiciones, timideces y posibles bloqueos, con los que se acercan a la Comunidad. Hay que tener en cuenta que muchos de los que se acercan a nosotros llegan a un ambiente al que están poco habituados y ante el que sienten cierta timidez y falta de familiaridad. Lo mismo cuando nos acercamos a la gente y establecemos el encuentro evangelizador, es necesario mantener un "respeto a la situación religiosa y espiritual de la persona que se evangeliza. Respeto a su conciencia y a sus convicciones, que no hay que atropellar" (EN 79).

Humildad y paciencia
Tenemos el “tesoro”. La salvación. Pero, lo llevamos en nuestras “vasijas de barro”. Por eso hemos de evangelizar humildemente. No creernos más que nadie, pero, eso sí, que la gente vea en nosotros un algo…Actuar desde la pobreza compartida, como hermanos. Dispuestos a confesar nuestra fragilidad y a pedir perdón, si fuera preciso, a quien haga falta. Presentándonos como somos: humildes pecadores perdonados y acogidos por la misericordia de Dios. Y ese amor misericor-dioso de Dios es lo que anunciamos.

Evangelizar es educar. Cuando la Iglesia evangeliza está también educando, porque está llevando a las personas al desarrollo integral de su ser. Y el evangelizador debe saber que los destinatarios de la evangeliza-ción son sujetos activos y responsables de su propio destino y de su propia opción existencial. Por tanto, nuestra tarea no es violentar, sino educar, y se educa con la paciencia y la constancia que exige el respeto al propio ritmo de las personas. La fe se ofrece en libertad y sin coacción, y con un proceso gradual.

Empatía y confianza
En nuestros encuentros evangelizadores hemos de actuar con simpatía (sintiendo con el otro) y empatía (sintiendo desde el otro), con una actitud positiva de acogida incondicional de las personas, con su historia, su presente, pasado y futuro, con sus modos de expresarse y de vivir. Comprendiendo no solo su situación y sus problemas objetivos, sino sus sentimientos. Trasmitiendo, además, la certeza de nuestra comprensión. Para todo ello es necesaria la capacidad de escucha, que no se reduce a dejar hablar al otro, sino tener una atención acogedora.

Nuestra acogida ha de ser sin reservas, ni juicios de valor. Eso no significa que demos todo por bueno, significa acogida generosa que haga que el otro se sienta valorado, respetado y querido, más allá de lo que haga o diga. ¡Cuánto tenemos que aprender de esto en la Iglesia! ¡La gente de Iglesia!

La desconfianza provoca el bloqueo de las posibilidades; la confianza sabe reconocer y despertar el bien profundo que hay en el corazón de la gente y el ansia y la necesidad de Dios que consciente o inconscientemente hay en muchos. El amor estimula lo mejor que hay en el individuo (cf. AG 11).

Hemos de aprender a mirar la realidad con ojos caritativos, pacientes, misericordiosos, amigos, y cordiales: "Animad a los apocados, sostened a los débiles, sed pacientes con todos. Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal, esmeraos en hacer el bien unos con otros y a todos" (1 Tes. 5,14-15).

El evangelizador está llamado a ver y mirar con ojos de misericordia. La misma misericordia con la que él mismo se siente mirado y amado por Aquel en quien cree. Quien no se sienta mirado así por Dios, le será difícil aprender a mirar con amor y misericordia. El padre que nos presenta la parábola del hijo pródigo tiene ojos para mirar y acoger sin “leer la cartilla”. Jesús, con la Samaritana, no empieza juzgando y menos condenando su vida… Antes de ofrecer a las personas el Agua Viva, y para que la acojan, se tienen que sentir acogidas, sin condenas ni reproches.

CRITERIOS FUNDAMENTALES
Criterio marco:

Antes que ser una organización de tareas y servicios, la acogida es un estilo que nos nace de la experiencia de sentirnos acogidos por el Señor, y que ha de estar presente en todas las acciones pastorales de la Parroquia y de sus miembros. Cada cristiano, y toda la Comunidad, hemos de ser mediadores de la misericordia y acogida divinas, por ello la acogida habrá de ser una actitud que ha de estar presente en todas las acciones pastorales.

Criterios Pastorales y Evangelizadores

La acogida personal

La acogida personal es el rasgo característico del evangelizador misionero. A veces se evangeliza más y mejor con la actitud de disponibilidad, respeto y escucha atenta que con las palabras, por mucho mensaje que encierren. Es necesario acoger a cada uno como persona, con su propia dignidad. La gente no acepta correcciones o consejos de quien no conoce o no estima, o de personas o instituciones hacia las que siente desconfianza. Sólo una acogida amable y familiar permitirá hacer las correcciones y precisiones que sean necesarias.

Hay que actuar desde un diálogo constructivo, pues la misión de la Iglesia es abrir puertas y no cerrarlas, evitando llegar a la ruptura y a actitudes que enjuicien o condenen: "otra señal de este amor, decía el papa Pablo VI, es el cuidado de no herir a los demás, sobre todo si son débiles en su fe" (EN 79).

Animar el proceso de crecimiento en la fe de una persona no es imponer, no es llevarla por la fuerza a metas no deseadas o que sólo el animador conoce. Animar es compartir, es buscar juntos, es conjuntar deseos y proyectos, es estimular y motivar, es incentivar a través del testimonio, de la comunicación de la propia experiencia.

Hemos de crecer en la capacidad de cercanía y acogida para con los pobres y los sencillos, prefiriendo la humildad de los signos al ruido de las palabras. Habrá que hacer más visible, ante todos, nuestra valoración de la persona del pobre y los esfuerzos por liberarlo de su situación, desarrollando más el acompaña-miento de los pobres y la promoción de las personas, llevando a cabo iniciativas que busquen mitigar los sufrimientos y problemas de la gente.

La acogida comprensiva y la denuncia profética

La actitud acogedora del evangelizador no se contrapone con su necesaria actitud crítica. Más aún, será más comprensivo cuanto más crítico haya sido ante el mal. La comprensión nos brota de la experiencia de acogida y perdón que Dios mantiene con nosotros.

Comprender es situarse en el lugar de los otros y descubrir las dificultades, las contra-riedades, los sufrimientos, etc., que pesan sobre ellos. No significa cerrar los ojos a las situaciones que sean claramente ajenas o contrarias a la fe, sino asumir las circuns-tancias y obstáculos que hay que salvar para salir de ella. La actitud comprensiva se contrapone a la intransigencia pastoral, al dogmatismo doctrinal, al legalismo moral. No deberíamos absolutizar lo relativo, ni universalizar lo particular, ni dogmatizar lo opinable. Y nunca, nunca hemos de rechazar a las personas, aunque, a veces, no podamos aceptar lo que dicen o hacen.
La pastoral de la acogida y la misericordia ha de ejercerse también desde la función profética con el anuncio y la denuncia que se verifican en el amor solidario, liberador y justo; el cual se compromete en el respeto de la dignidad del ser humano y se erige en voz que clama, con urgencia, por la restitución del sitio y la palabra que le corresponde al pobre dentro de la comunidad humana. En este sentido, hemos de sensibilizar a todos ante las situaciones de injusticia de los pobres y ante las situaciones pecaminosas que ofenden la dignidad del hombre y lo apartan de su destino de ser libre para los planes de Dios.

Al encuentro de los alejados

Una Parroquia acogedora y misericordiosa no sólo ha de ocuparse de los que se fueron, sino también de los que nunca estuvieron. La pastoral misionera parte del hecho de que muchos están fuera del alcance de la pastoral ordinaria. El derecho, sin embargo, que tienen a conocer y vivir la buena nueva de Jesús nos obliga a salir a su encuentro y buscarlos donde quiera que estén. En la medida en que la parroquia se abra al exterior, están haciendo posible el encuentro misionero y en la medida en que la cuestión del hombre nos preocupe y nos interesemos por ella estamos evange-lizando.

Hemos de prepararnos para el encuentro evangelizador con las personas: "Id por todo el mundo" (Mc 16,15). El evangelizador ha de ponerse en camino: de búsqueda, desprendimiento y partida, como lo hizo Pablo de cara a los gentiles (cf. Ef. 3,8). Hemos de salir al encuentro de l as personas como lo hizo Jesús con los discípulos de Emaús: "se acerca y pone en camino con ellos" (Lc 24,13-32), interesándose por sus preocupaciones y búsquedas, interpelando sus experiencias, atendiendo a sus sentimientos, confrontando lo vivido con la iluminación de la Palabra de Dios. Se trata, pues, de una pedagogía de comunicación de tú a tu, rompiendo la muralla del silencio y teniendo la alegría y el coraje de anunciar sin complejos la propia experiencia de fe, sabiendo estar con una actitud de humildad, dispuestos a recibir y aprender de las personas. Y a esto no estamos acostumbrados. Nos callamos, no acabamos de decidirnos. No confesamos abiertamente nuestra fe, ni nos atrevemos, muchas veces, a invitar a los demás a conocerlas, no de oídas sino por experiencia. Y esto es algo a recuperar urgentemente.

Cuidar en la Parroquia los espacios de encuentro con los alejados

Hay que darle a la vida de la parroquia, y particularmente en los momentos en los que se acerquen personas alejadas o en búsqueda, un estilo de atención a la persona, de escucha, de acogida, que haga que se encuentre a gusto, como en su casa. Es contrario a esto la desconfianza, el legalismo, las prisas.

Antes de dar respuestas negativas, a las demandas impertinentes de quienes vienen solicitando servicios a la Parroquia, necesitamos conocer las situaciones humanas, sus motivaciones de fondo, que nos permitan comprender a las personas y buscar cómo transformar sus demandas, a veces, sólo sociales, en demandas evangélicas y eclesiales.

No debemos actuar, tampoco, a la defensiva, porque algunas de las personas a las que nos acercamos no quieran o no sepan acoger nuestro estilo y nuestras ofertas. Hemos de saber aceptar el riesgo de la derrota y de la banalización de nuestra actitud y nuestros argumentos; pues éstos se basan en el amor y la gratuidad, que son connaturales a la propuesta de fe.

Hemos de comprender que a los escépticos, a los "satisfechos", a los egoístas e insolidarios, a los instalados en su bienestar, el evangelio no les interesa, no es su primera opción. El secreto para llevar a estas personas a ser "capaces del Evangelio", está en la naturaleza de las experiencias que les ofrecemos, que han intentar que cambien la orientación del corazón y así poder entender, valorar y asumir la propuesta del Reino. Pero, ya lo dijo Jesús: "Hijos, que difícil es entrar en el Reino de Dios para los que confían en las riquezas. Más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja, que un rico en el reino de Dios". (Mc. 10, 24).

Lo más acertado es presentar la imagen de una Iglesia amiga, que les ofrece a todos motivaciones claras, métodos respetuosos, en un clima comunitario amistoso y significativo, que anima y no aleja. "La Iglesia propone, no impone nada: respeta a las personas y las culturas, y se detiene ante el sagrario de la conciencia" (Redemptoris Missio n.39)

Nuestras actitudes y palabras deben ser portadoras de la Buena Noticia de Jesús. Todos somos conscientes de que se ha abusado excesivamente del anuncio condenatorio. Hemos sido más profetas de calamidades que mensajeros de salvación. Esta actitud de anuncio gozoso y esperanzador es la que debe acompañar al evangelizador en su tarea.

Ya que la Iglesia no puede dejar de ser conciencia crítica en medio de la sociedad, no habrá nunca de confundir la acogida, el acompañamiento, la comprensión y el cariño hacia toda persona con la dejación de las responsabilidades y exigencias que su misión comporta.

ACCIONES CONCRETAS

Lo principal: cuidar de las personas

Los caminos que nos lleven a este horizonte de misericordia y acogida pueden ser muchos y diversos, y dependerán de muchos factores.

Aquí os señalo algunas propuestas que no pasan de ser intuiciones, que habrá que concretar en nuestro caminar personal y comunitario. Yo creo que nuestra parroquia no será más acogedora sólo por tener más servicios de acogida, sino por cuidar más a las personas. Por eso, aunque son necesarios los servicios, es imprescindible un talante, un estilo, un espíritu acogedor y establecer las prioridades en función de ese espíritu acogedor y no en función de la tarea o el departamento creado. Desde esa perspectiva señalo algunas acciones concretas y posibles.

Formar a los creyentes para que sean acogedores sus ámbitos propios

Cada miembro de la comunidad tiene que ser acogedor en sus ámbitos propios, tiene que cultivar las relaciones humanas y manifestar preocupación por las alegrías y las penas de la personas, en el trabajo o en el paro, en los espacios de tiempo libre y en los ámbitos sociales y familiares. Los miembros de la comunidad somos el rostro visible de la Iglesia en nuestros ambientes.

Introducir la actitud de acogida en todas las acciones pastorales

Todas las acciones de la comunidad han de estar impregnadas de esta pastoral de la acogida. La acogida no sólo se ha de realizar en Cáritas y en los actos litúrgicos, sino que ha de estar presente en todas las acciones pastorales que desarrolla la Parroquia. Debe ser el elemento configurador de nuestro Plan Pastoral.

Fomentar espacios de acogida, acercamiento y de fraternidad

La acogida no debe reducirse sólo a circunstancias dolorosas o límites, sino también a las alegres y festivas. En este sentido tenemos que entender la Convivencia anual de la Comunidad, las fiestas de Noche Buena y de la Vigilia Pascual que celebramos juntos, u otros espacios que podamos abrir para la acogida, el acercamiento, la fraternidad. Cuando hacemos una celebración de este tipo no se reduce, por tanto, a “corrernos una juerga”, es algo más hondo y de más alcance, alcance que nunca deberíamos perder de vista.

Revalorizar los contactos personales

Cuidar los momentos y lugares en los que se acerquen personas alejadas o en búsqueda, y muy particularmente hemos de cuidar la acogida de los pobres, los inmigrantes, los sencillos, los que llegan a nosotros rotos, a veces solamente a que les escuchemos su problema.

Cuidar la acogida antes y después de la celebración de la Eucaristía

Antes y/o después de las celebraciones, sobre todo en la Eucaristía, hemos de expresar con gestos concretos, la acogida a las personas, tanto por parte de los sacerdotes, como de los grupos de animación litúrgica: lectores monitores cantores… todos tendríamos que ejercer este ministerio de la acogida a las personas que asisten a la Eucaristía.

Cuidar los locales parroquiales

La Comunidad ha de reconocer y agradecer el trabajo de las personas que limpian el Templo y los salones Parroquiales. Hemos de continuar con ese exquisito cuidado para que todos los lugares de la Parroquia produzcan sensación de acogida y bienestar a los que acuden a ellos: decoración sencilla y digna, limpieza, luz, temperatura adecuada, etc.

Cultivar en todo el Pueblo de Dios la espiritualidad de acogida evangélica

El trato personal que dispensamos a los demás, inspirados en la mansedumbre y la humildad que quiso Jesús que aprendiéramos de Él, no se improvisa. Es el fruto de una vida que se alimenta día a día en el seguimiento del Señor y que va revistiéndose, con la gracia del Espíritu, de entrañas de misericordia. La acogida, en definitiva, refleja, de cara a los demás, lo que nosotros somos y poseemos. Debe ser una gracia que con perseverancia imploramos al Señor en la oración:  ¡Ser acogedores como Tú, Señor, nos acoges!

Educar para la creatividad a los agentes de pastoral

La pedagogía del encuentro y de la oferta gratuita de la fe en el Señor exigen creatividad en el evangelizador. De ahí que la educación para la creatividad sea una necesidad en la formación de los agentes de pastoral. Con creatividad es seguro que el evangelizador no sólo ofrecerá variedad de servicios, sino también sabrá utilizar la variedad de situaciones y circunstancias para hacer el anuncio del evangelio.

Crear servicios de acogida para los pobres y los enfermos

Cáritas es, en la Parroquia, el servicio habitual a través del cual la Comunidad atiende a los pobres. Pero, Cáritas representa a la Comunidad, no la sustituye. No podemos desentendernos de la acogida y servicio a los pobres. En sintonía con los criterios y acciones de Cáritas, todos hemos de acoger, atender, acompañar, etc., a los pobres, y buscar conjuntamente respuestas solidarias a su exclusión o pobreza.

La pastoral de enfermos ha de ser expresión también de nuestra misericordia y acogida. Tenemos que crear equipos que promuevan y lleven a cabo la visita a los enfermos; pues ella es el gesto de acercamiento de la comunidad al propio enfermo y de ayuda y aliento a sus familiares. Me tendríais que decir cómo y quiénes pueden encargarse de este servicio, y que no se nos quede en buenos deseos.

Crear equipos de acogida

Creo que es necesario que reflexionemos sobre la conveniencia de crear algún equipo de acogida. Me pregunto:

- ¿Tendríamos y podríamos formar un grupo misionero de acogida, con las personas que normalmente vienen repartiendo la información de la Parroquia en cada calle, bloque residencial o urbanización? Podrían ser estas personas las que hicieran de enlaces con su sector, no solamente para llevarles la información escrita de la Parroquia, sino para ver juntos como llega o pude llegar a su barrio la Parroquia a los niños, matrimonios, jóvenes, etc.

Asociacionismo laical

Es imprescindible el apostolado individual. Cada cristiano ha de asumir su compromiso misionero. Pero, es fundamental también promover los Movimientos Apostólicos y las Asociaciones de laicos, que les ayuden a vivir la fe y a asumir un compromiso apostólico serio y estable. Ciertamente no es necesaria, para encontrarse con Cristo y ser su testigo en el mundo, la pertenencia a ningún movimiento o asociación, pero no se puede negar, y la experiencia lo demuestra claramente, que los seglares se ven muchas veces desprotegidos y sin capacidad de iniciativa evangélica. Los Movimientos y Asociaciones aseguran, en cierto modo, la formación de sus miembros, el acompañamiento en sus compromisos apostólicos y el apoyo espiritual y moral que necesitan los seglares.
 
CONCLUSIÓN

La Pastoral de la Acogida y la Misericordia es expresión de la ternura, acogida, fidelidad y misericordia de Dios; expresión de una Iglesia maternal y evangelizadora, que quiere ser hogar entrañable donde se vive y se anuncia la Buena Nueva de Jesús.

La Evangelización, que hemos de impulsar en nuestra parroquia, ha de estar impregnada de este espíritu. Cada uno de nosotros hemos de ser mediadores del amor acogedor y misericordioso de Dios que, a través nuestro, se acerca a cada persona invitándola a la conversión.

Atravesamos momentos difíciles. Es creciente el número de personas, con las que vivimos, que necesitan una evangelización misionera de primer anuncio. Necesitamos recuperar el impulso y vigor apostólico y misionero. Hemos de salir a los caminos. Sentarnos en los “brocales de los pozos”, donde la gente llega a calmar su sed. Y, después de compartir sus alegrías y sus penas, hacerles la oferta del Agua Viva. Esta, creo yo, es una de las urgencias de esta hora.

De cara a esa misión he pretendido, solamente, ofreceros unas sugerencias para ser discutidas, modificadas, enriquecidas o suprimidas. Lo importante es que nos sirvan para suscitar la reflexión, la búsqueda y el aliento de la esperanza.

Ni pesimismo derrotista, ni optimismo ingenuo, confianza en el Señor que nos llama a seguirle, a confiar en su palabra, a salir de los caladeros del desanimo, a soltar amarras, a remar hacia adentro del mundo, y a ser testigos abrasados de su fuego, navegantes confiados en el mar de sus proyectos y sellados por su amor, y con su aliento, ser pescadores de hombres misericordiosos y acogedores.


SECUNDINO MARTÍNEZ RUBIO
Cura – Párroco
 
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