EL Rincón de Yanka: ACOGIDA

inicio














Mostrando entradas con la etiqueta ACOGIDA. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ACOGIDA. Mostrar todas las entradas

sábado, 26 de marzo de 2022

LA DESCONFIANZA EN EL PRÓJIMO NO ES CRISTIANA NI ACOGEDORA 👥



Desconfianza

"El que tiene miedo de hacer el primo, 
corre el riesgo de no ejercer como hermano"

La desconfianza es lo opuesto a la confianza. Es la raíz de la incredulidad hacia Dios. No confiamos en su voluntad, es decir, que los motivos que hay detrás de sus acciones, son siempre amor. Tal actitud provoca la ira de Dios, quien sólo planea el amor para sus hijos. Podemos ver esto cuando observamos a los israelitas en el desierto. Ellos no confiaron en Dios y afirmaron que morirían por el hecho de que Él los estaba dirigiendo a través del desierto. Esta conducta provocó tanto la ira de Dios que Él dijo: "¿Hasta cuándo va a seguir menospreciándome este pueblo? ¿Hasta cuándo van a seguir dudando de mí a pesar de los milagros que he hecho entre ellos?" (Números 14: 11).

Desconfiar de Dios significa que tenemos una imagen falsa de Él en nuestros corazones. Le atribuimos a Dios malas intenciones porque tenemos nosotros tales propósitos en nuestros corazones. Cuando desconfiamos de Dios, descubrimos que Él nos trata de la misma forma que trató al pueblo de Israel en el desierto: "Yo, el Señor, juro por mi vida que voy a hacer que les suceda a ustedes lo mismo que les he oído decir" (Números 14: 28). Dios permitirá que experimentemos lo que hemos pensado o dicho con desconfianza, por ejemplo, que Dios nos olvida, que el modo como está dirigiendo es difícil y no recibiremos ayuda. Descubrimos que Él nos trata tal como pensamos que lo haría. Cualquiera que piense que Dios tiene malas intenciones, experimentará males. Ese es su juicio contra nuestra desconfianza aquí en la tierra, ¡y cuán grande será este juicio en la eternidad!

Detrás de todo pensamiento de desconfianza, aún hacia otras personas, hay algo serio, una acusación que no se expresa con palabras. Pensamos que la otra persona no tiene en mente los mejores intereses; no quiere que tengamos nada bueno. Este veneno de la desconfianza destruye la relación de confianza con nuestro Padre Celestial y también con nuestro prójimo. Porque, si desconfiamos del amor y de la sabiduría de Dios, sin que lo hagamos intencionalmente, entraremos en la misma actitud de desconfianza y de prejuicio hacia nuestros semejantes y seremos culpables con ellos. Esta culpa nos acusará ante el tribunal de Dios, si no la sacamos a la luz, nos arrepentimos y recibimos el perdón por medio de la sangre de Jesús.

Pero si somos desconfiados hacia nuestros semejantes, seremos juzgados en nuestra vida cotidiana. Porque al destruirse la relación de confianza, ya no recibimos las cosas buenas que, de otro modo, nos hubieran dado. De esta manera llegamos a ser infelices. Esta es la consecuencia del pecado.

La desconfianza nos separa de Dios y del hombre y envenena nuestra vida. Por esta razón debemos apartarnos de este pecado. Pero esa no es la única razón. Nuestras cortas vidas sobre la tierra son una preparación para la eternidad. Si somos desconfiados, ¿cómo podremos quedar de pie ante Dios? Sabemos que la desconfianza fue una de las razones por las cuales Adán y Eva fueron echados del huerto de Edén. Ellos pensaron que Dios quería retenerles algo bueno. Esta desconfianza fue avivada por Satanás, la serpiente. Así que el hombre se rindió a la tentación y cayó bajo el dominio del príncipe de este mundo. La desconfianza nos lleva a estar sometidos al poder del enemigo. Los desconfiados ponen su confianza en Satanás, en vez de ponerla en Dios; oyen la voz seductora del maligno.

Este pecado requiere una conversión radical. No podemos seguir escuchando esta voz del acusador, que quiere sembrar el veneno de la desconfianza en nuestros corazones, o que ya lo ha hecho. Nos sugiere que Dios nos está reteniendo las mejores cosas. Tenemos que odiar la desconfianza como al mismo diablo y comenzar a pelear la batalla hasta el punto de derramar sangre, si no queremos llegar a ser propiedad del enemigo. En la lucha contra la desconfianza, primero debemos conocer la raíz de nuestra desconfianza en Dios, la cual se manifiesta normalmente en la relación con nuestro prójimo. Esa es una preocupación excesiva de nuestro ego. ¿Recibimos lo que merecemos? ¿Seremos suficientemente amados y respetados?

Esa es la razón por la cual desconfiamos de la dirección de Dios. Por eso sospechamos de nuestro prójimo. Siempre pensamos que estamos en peligro de ser “aprovechados”, o de que se digan cosas negativas acerca de nosotros, o de no ser objetos del amor o del respeto que pensamos que merecemos. Por esta razón, la persona desconfiada imagina que aquellos que tienen apariencia de ser amigos, en realidad están contra ella. El desconfiado siempre supone que los otros tienen dobles intenciones. De este modo no puede ser feliz. Pero por ello él no sólo amarga su propia vida sino también la de su prójimo y llega a ser culpable ante él, porque desconfía de los que le dicen y hacen el bien. Y cada vez que surge un mal entendido, inmediatamente supone una mala intención. La desconfianza impide que se aten los lazos de amor, porque el amor todo lo cree y no piensa mal de su prójimo, y aún corre el riesgo de ser decepcionado.

Como el egoísmo nutre la desconfianza, es muy importante, si queremos ser liberados de este pecado, hacer un compromiso serio como el siguiente: “No quiero ser respetado por ciertas personas, ni quiero ser popular, Señor, acepta hoy mi compromiso. No quiero preocuparme en cuanto a si obtengo lo suficiente o no; no quiero estar envuelto en mí mismo. Quiero confiar en que Tú no dejarás que me suceda nada que no sea para mi bien. Siempre quiero pensar lo mejor de mi prójimo y no dejar lugar a ningún pensamiento de desconfianza…” Luego debemos ir y buscar la forma de llevar amor y confianza a aquellos de quienes hemos dudado. Eso nos ayudará; porque sí damos amor a otros, ya no podremos centrarnos en nosotros mismos.

Pero experimentaremos algunas derrotas en nuestra vida de fe, por el hecho de que este veneno de la desconfianza es muy fuerte en nuestra sangre. No será fácil deshacernos de nuestros pensamientos. Sólo hay una medicina que nos ayudará: la sangre de Jesús. Debemos reclamar su efecto sobre nosotros y contar con el hecho de que Su amor confiado obrará por dentro nuestro. Jesús fue constantemente decepcionado por sus discípulos, sin embargo, confió en ellos hasta el fin. Después de que ellos lo abandonaron tan deshonradamente en su Pasión, Él volvió a confiar en ellos después de su resurrección. Él les permitió seguir siendo sus discípulos e incluso les dio nuevas comisiones. Él logró la victoria de este amor confiado para nosotros aunque le costó mucho. Él quiere garantizarnos este amor que nos permite confiar en Dios y en el hombre.

Pensemos en lo que hizo nuestro Padre celestial. El amor para Sus hijos fue tan inconcebiblemente grande que no sólo entregó a Su Hijo, sino que aún lo entregó a los pecadores, los cuales lo maltrataron, lo ridiculizaron y lo crucificaron como un criminal. Todo esto lo hizo para salvarnos y hacernos felices. Tenemos que decirnos; “Así es mi Padre celestial. Él sólo tiene pensamientos de amor y paz para mí, pues Él me ha probado Su amor”. Por tanto debemos avergonzarnos y pedirle concedernos un espíritu de arrepentimiento muy profundo por haber herido al amoroso corazón de Dios con nuestra desconfianza. Renunciemos a la desconfianza, a Satanás y a sus malas obras, porque él sólo quiere llevarnos al infortunio tanto aquí como en la eternidad. Cada vez que tengamos pensamientos de desconfianza, debemos decir: “En el nombre de Jesús, y por el poder de Su sangre redentora, apártense de mí, no quiero nada que tenga que ver con Satanás y sus pensamientos seductores. Yo pertenezco a Jesús, quien ganó para mí una confianza de niño en el amor del Padre”.

Si seguimos este camino, seremos libres del pecado de la desconfianza, así como es cierto que Jesús nos redimió de todo pecado en el Calvario.

Imagínese la siguiente situación. Usted ha robado dinero junto con un cómplice y la policía le ofrece un trato. Si denuncia a su compinche y él no le delata, usted saldrá libre y a su colaborador le caerán diez años de reclusión. Por supuesto, puede ser que a él también se le ocurra denunciarle: en ese caso, compartirían el castigo yendo cinco años a la cárcel cada uno… Usted duda. El papel de delator no le convence. Pero, de repente, se da cuenta de que está metido en una trampa, porque a su compañero le van a ofrecer el mismo pacto. Si él le denuncia y usted no lo hace, va a tener que pasar diez largos años de reclusión.

Para tener todos los datos, acaba por preguntar al juez: ¿Qué ocurriría si ninguno de los dos nos denunciamos? El letrado mira hacia abajo y le confiesa apesadumbrado que, si no encuentran pruebas, cada uno cumpliría un año de prisión. ¿Denunciaría usted a su cómplice o se callaría esperando que él no le delatara?

Esta es una posible versión del “dilema del prisionero”. Desde que fue formulado por el matemático Albert W. Tucker, este tipo de escenario ha sido utilizado para simbolizar las decisiones en las que la confianza en los demás se convierte en el factor clave. Pactos entre países, medidas contra el calentamiento global, acuerdos de comunidades de vecinos y conflictos de pareja son ejemplos de situaciones en las que elegiremos una opción u otra en función de lo que esperamos que haga el otro. Si decidimos fiarnos, buscaremos la mejor opción para las dos partes (“No denunciar” en el dilema del prisionero). Si desconfiamos, intentaremos asegurar nuestros intereses aunque eso suponga renunciar a una mejor alternativa conjunta. En el problema anterior, la falta de seguridad en nuestro compañero nos llevaría a delatarle.

La fe en los demás está en la base de nuestra vida social. Es tanta su importancia, que uno de los grandes analistas de nuestra sociedad, el sociólogo alemán Niklas Luhmann, dedicó enteramente uno de sus libros a este tema. Según este investigador, “sin confianza no podríamos levantarnos de la cama por la mañana, porque seríamos asaltados por un miedo indeterminado que nos impediría hacerlo”. Todos somos incautos a veces y nos ponemos en manos de los demás: es imposible desconfiar siempre. Lo que nos diferencia a unos de otros es cuánto confiamos y qué criterio utilizamos para decidir si nos fiamos o no de los demás.

El primer factor, la cantidad de fe que depositamos en el prójimo, depende de nuestro patrón de personalidad. El psicólogo Silvan Tomkins divide a los seres humanos en normativos y humanistas. Los primeros tienden a pensar que los demás son peligrosos (“El infierno son los otros”, decía Sartre). Por eso los normativos ocultan sentimientos y emociones: creen que estar en continua alerta es la actitud más racional. Sólo parecen confiar en el lado oscuro del ser humano. Están de acuerdo con William Faulkner, que afirmó que “se puede confiar en las malas personas: no cambian jamás”.En el otro extremo están los humanistas, personas que piensan que los seres humanos son habitualmente honestos y van a resultar, casi siempre, positivos para su desarrollo. Son empáticos y se preocupan de los problemas ajenos porque creen que la mayoría de la gente hará lo mismo. En general, tienden a atribuir intenciones benévolas a los que tienen alrededor, y por eso suelen tener una actitud conciliadora en los conflictos.

De hecho, somos tan tozudos en nuestro grado de escepticismo o credulidad que muchos investigadores buscan un origen genético de este factor de personalidad. John Loehlin, profesor de Psicología de la Universidad de Texas en Austin, calcula en un 50% el grado de herencia en este carácter.

El problema de que este rasgo sea tan estable es que acaba produciendo la “profecía autocumplida”. No revisamos la estrategia porque elegimos personas y ambientes que refuerzan nuestra hipótesis previa. Las personas desconfiadas tienden a elegir ambientes en los que la traición es habitual y, además, tienden a provocar el desapego de los demás por su forma de comportarse. A los más confiados les ocurre todo lo contrario: acaban relacionándose con personas que disimulan bien y saben aparentar que les son fieles… aunque les estén traicionando. Las dos tácticas son poco adaptativas: sufre igual un ejecutivo que no puede confiar en nadie porque se ha rodeado de tiburones (y convertido en uno de ellos) que un amable artista que cree estar rodeado de amigos de la profesión hasta que contempla atónito como ellos ascienden dejándole abajo después de haberle robado sus ideas.

En los últimos años, el profesor de la London School of Economics Nicholas Elmer lleva a cabo un estudio general de la “psicología de la reputación”. Según este investigador, las relaciones de confianza ya no se establecen basándose en la familia o el grupo social del que provienen los que nos rodean. En una sociedad individualista, el antiguo “¿y tú de quién eres?” ha dejado de ser suficiente para fiarse de alguien. Por eso, según Elmer, los seres humanos se han convertido en “estudiantes de reputación” que investigan asiduamente la de los otros y “promotores de reputación” que intentan optimizar la propia. Encontrar criterios para saber de quién nos podemos fiar y generar confianza en nosotros es una de nuestras grandes tareas sociales.

Eso explica, por ejemplo, que en las redes sociales tengamos tendencia a exagerar la coherencia de nuestra propia conducta: queremos convertirnos en “personas fiables”. Y también explica la tendencia a convertirnos en un prototipo del grupo en el que queremos generar confianza. Si buscamos que se fíen de nosotros determinados ejecutivos, vestimos de determinada manera y adquirimos un coche específico. Pero si queremos resultar creíbles en un ambiente okupa, tenemos que cambiar nuestra forma de uniformarnos y cuidar la música que escuchamos delante de los demás. Todos sabemos que los seres humanos confiamos en aquellos que creemos que se parecen a nosotros.

En el mundo actual hemos cambiado criterios de confiabilidad arbitrarios (lugar de procedencia, familia, clase social…) por otros igualmente inconsistentes (similitud con nosotros basada en la ideología política, la vestimenta, la opción erótico-afectiva o los gustos musicales). Pero la gran ventaja actual es que tenemos suficiente información científica como para saber cuáles son esas inútiles variables inconscientes que todos usamos. Detectar esos sesgos ayuda a eliminarlos y abrirse a la única verdad: no hay señales que nos permitan confiar o desconfiar de los demás. Las personas hacen lo que hacen, no lo que parece que van a hacer. Y cualquier criterio que nos parezca útil puede ser falseado porque no somos la única persona a la que se le ha ocurrido.

Como decía el poeta Wallace Stevens, “La confianza, como el arte, nunca proviene de tener todas las respuestas, sino de estar abierto a todas las preguntas”. Aceptar esa incertidumbre y la necesidad de una continua revisión de nuestras relaciones en función de los actos ajenos es el gran reto que nos plantea el mundo moderno.

En el fondo de nuestra conciencia actúa lo que en el Diario de Ana Frank se denomina “la fe en el hombre”: en que tiene la capacidad de obrar bien, pues es libre y la libertad no debiera usarse mal.
Este es, me parece, el núcleo de nuestro constante cuestionamiento acerca de la desconfianza y de los caminos para superarla. La libertad es algo maravilloso que nos iguala con los seres espirituales puros y, también, aunque de manera distinta, con Dios. Además, somos seres que vivimos con otros, no podemos vivir solos, y esa convivencia, para que sea firme y verdadera, necesita basarse en la confianza mutua. Sin embargo, a pesar de lo anterior, tenemos constantes experiencias de que se pierde cuando se usa mal la libertad.

Dice Tomás de Aquino algo muy luminoso al respecto. Después de confirmar algo de sentido común, que “La libertad respecto del bien es más libertad que la libertad respecto del mal” (II Sentencias, d. 25, a.5, ex. 150), pasa a concluir que “querer el mal ni es libertad ni parte de la libertad, aunque sea un cierto signo de la libertad” (De veritate, q. 22, a. 6, c). Aunque el poder elegir nos abra varias puertas, no todas abren perspectivas igual de adecuadas o de buenas, pues mientras unas nos perfeccionan como personas, otras, en cambio, lo dificultan, y no sólo a nosotros, sino en ocasiones también a otros. Valgan dos ejemplos: aunque sea para un pretendido bien, sucede que todo engaño genera desconfianza en los demás, o el uso de medios violentos, aunque sea para objetivos buenos, son dañinos porque no respetan a los otros en su dignidad.

Por eso hemos de acostumbrarnos a un uso bueno de nuestra capacidad de elegir. Así lo hizo nuestro patrón, Tomás de Aquino, que veía en la virtud el mejor medio para perfeccionar el uso de la libertad porque nos habitúa a elegir el bien. O como también hizo nuestro personaje del Tema Sello del año, Martin Luther King, que luchó incansablemente por el reconocimiento de la dignidad e igual trato de los hombres, fuera cual fuera su color de piel, pero sin usar medios violentos, porque sabía claramente que el fin bueno no justifica el uso de medios malos. Dijo: “El grado en que somos capaces de perdonar determina el grado de nuestra capacidad de amor hacia nuestros enemigos. […] debemos reconocer que la mala acción de nuestro prójimo- enemigo, lo que nos ha herido, no le define en forma adecuada… existe algo bueno en el peor de nosotros y algo malo en el mejor”. En el fondo, estaba convencido que: “El odio multiplica el odio, la violencia multiplica la brutalidad en una espiral descendente de destrucción” (“Amad a vuestros enemigos”, La fuerza de amar, 49-50).

Sólo aquellos actos libres orientados desde y para el amor, permiten recuperar la confianza, en uno mismo y en los demás, por eso debemos acostumbrarnos a ellos.


Sobre el tema de confiar en los demás, el rey David dijo: "Mejor es confiar en el Señor que confiar en el hombre. Mejor es confiar en el Señor que confiar en príncipes" (Salmo 118:8-9). David habló de su experiencia, después de haber sido traicionado muchas veces por quienes estaban cerca de él (ver Salmo 41:9). En lugar de amargarse o considerar por naturaleza a todas las personas como poco fiables y que no merecían su tiempo, aprendió y enseñó una verdad muy simple: la gente pecadora nos fallará, pero siempre podemos confiar en Dios. El hijo de David, el rey Salomón, aprendió muy bien esa lección y añadió, diciendo que es mejor confiar en Dios que confiar en nuestra propia inteligencia (Proverbios 3:5-6 NVI).

Aunque en ocasiones otros nos fallen, y aunque nosotros no siempre somos confiables, aún podemos y debemos confiar en la gente hasta cierto punto. Sin confianza, es imposible tener verdaderas relaciones. Es precisamente porque sabemos que Dios nunca nos fallará, que podemos confiar en los demás. Nuestra máxima seguridad es en Él, por lo tanto, somos libres para confiar en los demás y experimentar el gozo que esto produce. Confiar y amar a los demás es casi inseparable. La verdadera intimidad sólo se puede lograr a través de la honestidad y la confianza. Se requiere confianza para sobrellevar los unos las cargas de los otros (Gálatas 6:2) y "para estimularnos al amor y a las buenas obras" (Hebreos 10:24). Se necesita confianza para confesar nuestros pecados unos a otros (Santiago 5:16) y compartir acerca de nuestras necesidades (Santiago 5:14; Romanos 12:15). La confianza es necesaria en muchas de las relaciones humanas, y especialmente para el funcionamiento saludable de la familia de Cristo.

Los cristianos deben esforzarse para ser confiables. Jesús fue claro en cuanto a que Sus seguidores deben mantener su palabra (Mateo 5:37). Santiago repite el mandato (Santiago 5:12). Los cristianos están llamados a ser discretos y evitar el chisme (Proverbios 16:28; 20:19; 1 Timoteo 5:13; 2 Timoteo 2:16). Al mismo tiempo, los cristianos están llamados a hablar cuando corresponda y ayudar a lograr la restauración por causa del pecado (Mateo 18:15-17; Gálatas 6:1). Los cristianos deben ser comunicadores de la verdad y hablar esta verdad con amor (Efesios 4:15; 1 Pedro 3:15). Tenemos que "procurar con diligencia presentarnos a Dios aprobados, como obreros que no tenemos de qué avergonzarnos, que usamos bien la palabra de verdad" (2 Timoteo 2:15). Se espera que los cristianos también se preocupen de las necesidades prácticas de los demás (Santiago 2:14-17; 1 Juan 3:17-18; 4:20-21). Todas estas acciones contribuyen para que seamos confiables. Los cristianos deben ser la clase de personas que otros puedan confiar. Esa confianza está empoderada por el Espíritu Santo que obra en la vida del creyente (2 Corintios 3:18; Filipenses 1:6; Gálatas 5:13-26).

Confiar en los demás no siempre es fácil o natural. Debemos ser sabios para tomarnos el tiempo de conocer a los demás, y no darles toda nuestra confianza a la ligera. Jesús hizo esto cuando muchas veces se apartó de las multitudes (Juan 2:23-25; 6:15). Sin embargo, a veces es difícil distinguir entre ser sabios sobre nuestra confianza y ser excesivamente autoprotectores como resultado de heridas o temores del pasado. Si vemos que hasta cierto punto somos reacios a confiar en alguien, debemos ser sabios para hacer alguna introspección y, si es necesario, pedirle a Dios que sane nuestros corazones heridos.

La biblia da consejos acerca de la confianza en otras personas después de haber sido lastimados. El primer paso y el más importante es confiar en Dios. Cuando sabemos que sin importar lo que los hombres nos hagan, Dios siempre estará ahí, fiel, verdadero y confiable, es mucho más fácil lidiar con la traición o las decepciones. El Salmo 118:6 dice, "El Señor está conmigo; no temeré lo que me pueda hacer el hombre". Leer la palabra de Dios, prestando atención a las maneras en que Él describe Su propia fidelidad y confianza, será útil para nosotros. La oración es vital. De manera particular, si sentimos como si Dios ha traicionado nuestra confianza al permitir que seamos lastimados, necesitamos recordar Su verdad y ser consolados con Su amor.

El segundo paso después de ser herido por confiar en otros, es el perdón. Como Jesús le dijo a Pedro, si un hermano peca contra ti setenta veces siete al día y vuelve pidiendo perdón, debemos perdonar (Mateo 18:21-22). El punto no es que no debemos perdonar la ofensa número setenta y ocho, sino que debemos ser la clase de personas que continuamente buscamos perdonar. Si una persona repetidamente traiciona nuestra confianza y no se arrepiente, no tenemos que seguir relacionándonos con ella, o mostrarle nuestra debilidad. Pero tampoco debemos albergar amargura o permitir que las acciones de esa persona impidan nuestras relaciones con otras personas (Hebreos 12:14-15). Si la persona está verdaderamente arrepentida, (incluso cuando se trata de traición y aprovechamiento de la confianza), estamos llamados a perdonar totalmente e incluso ir en pos de la restauración y construir nuevamente la confianza con el paso del tiempo. Como parte de la lección de Jesús sobre el perdón, Él habló de la parábola del siervo a quien se le había perdonado una gran deuda y luego salió, e inmediatamente se convirtió en una persona malvada y cruel con otro siervo que le debía una pequeña deuda. Las acciones despiadadas del siervo falto de misericordia, deben recordarnos de nuestra necesidad de perdonar. Dios nos ha perdonado una deuda mucho mayor que lo que cualquier otra persona nos deba (Mateo 18:23-35).

Por último, vale la pena repetir que, a medida que aprendemos a confiar en los demás, debemos esforzarnos continuamente para que nosotros mismos seamos confiables. Esto es bueno y piadoso. Debemos ser un lugar seguro para los demás (Proverbios 3:29) y mantener la confianza (Proverbios 11:13). Debemos ser conocidos por nuestra honestidad (Proverbios 12:22) y la disposición a sufrir con un amigo (Proverbios 17:17). Todas las personas pasan por momentos difíciles, y necesitamos nuestras amistades aún más cuando el sol no está brillando. Todos muchas veces decepcionamos a otros. Pero debemos siempre esforzarnos como dijo el apóstol Pablo: "os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor" (Efesios 4:1-2).

VER+:

Cuantos hermanos que entran en la iglesia vacía para encontrar "algo" o a "alguien" para hablar de su vacío, de su tristeza, de su soledad y no encuentra ninguna acogida, o algún letrero o un timbre de atención, de esperanza... Somos tan distantes, tan ocupados, tan encerrados en nosotros mismos...


jueves, 30 de septiembre de 2021

EL PUENTE ES LA PALABRA: ANTOLOGÍA DE POETAS VENEZOLANOS EN LA DIÁSPORA 😪🏃


Antología de la diáspora

"Porque fui extranjero y me acogisteis"
Mateo. 25:35

El emigrante es la personificación de la fe y la esperanza. Frente al quiebre de todo lo que le es conocido decide partir, extraerse de las circunstancias que agobian y pervierten su bienestar, para insertarse en otras que, aunque no menos riesgosas, le ofrecen una luz hacia el futuro.
El migrante es la voluntad de cambiar el destino que se vislumbra oscuro con certidumbre, por otro que es una suma de posibilidades en el intento de ganar control sobre él. De triunfar ante la adversidad que en muchos casos solo significa seguir con vida.
La fe es lo que impulsa los pasos de quien se va. Fe en la vida y en el futuro, aunque represente mover raíces y adaptarlas a un nuevo suelo, moldear el lenguaje a otros usos y tesituras, convivir con la nostalgia que se hará costumbre, integrar la tristeza al consuelo de otro paisaje que es cobijo.
Los grandes temas de la literatura universal que dan cuenta de las principales emociones, intereses y deseos humanos pueden condensarse en unos pocos núcleos, está el viaje, tratado como odisea o como éxodo, el tema de la infancia y los paraísos perdidos y la célebre tríada enumerada por Miguel Hernández: vida, amor y muerte, estas son las grandes metáforas que alimentan los ríos del discurso de la humanidad. De los géneros literarios, tal vez sea la poesía la que con más persistencia ha ahondado en los asuntos del desarraigo, la voz del poeta intenta dar cuerpo y lugar al tumulto de las emociones del exilio, a la experiencia del extrañamiento y la incertidumbre ante el umbral de lo desconocido.

En esta antología de poetas venezolanos en la diáspora se establece el puente con el destino. Los textos presentes en esta muestra de poesía bordean una noción siempre personal e íntima de aquel lugar lejano y extrañado, cada poema expresa su necesidad particular y urgente de elaboración del duelo por la tierra dejada, la infancia preservada, el erial de los sueños recurrentes, la casa y sus habitaciones, la familia, la idea de la patria como abstracción encarnada, las experiencias del cuerpo como territorio y lugar de desfragmentación y migraciones, el tránsito de la poesía y la palabra, la memoria y la nostalgia, la política, la imposibilidad, el desencanto, la tristeza, la conciliación y también la esperanza.

En una reunión con Caritas Venezuela este agosto pasado, surge la idea de una antología que reuniera a los poetas que se encuentran fuera de Venezuela. La reunión fue convocada con el objeto de integrar a distintos sectores culturales en otorgar visibilidad a la situación venezolana en el marco de la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado 2019.
Al principio la lista de poetas no se presentaba tan extensa, pero en la medida que fuimos haciendo investigación y memoria la misma fue aumentando y llegamos a contar poco más de 130 poetas, quienes fueron invitados a participar a través de correos electrónicos y mensajes. En la medida que avanzaban los días, recordábamos otros nombres y fuimos sumando. Seguramente hay más que desconocemos, o que tienen largo tiempo afuera, o que por su juventud aún no han participado de muchas actividades y publicaciones. Sólo podemos decir que tratamos de sumar los más que pudimos. De estos, unos pocos no podían con los tiempos de la convocatoria, otros pocos no contestaron, otros contestaron, pero al final no enviaron sus textos y el resto, 101 poetas, entusiastamente nos hicieron llegar sus poemas.

El tiempo fue corto, apenas unas dos semanas, y por tanto es aún más asombrosa la receptividad y la afluencia de textos, varios de ellos inéditos y generosamente cedidos para esta selección. Muchos son jóvenes que comenzaron a publicar sus poemas en Venezuela y luego partieron del país en los últimos años, otros publicaron sus primeros textos ya encontrándose fuera del país, otros son poetas con obra reconocida dentro y fuera de Venezuela, o con una obra en proceso de consolidación, radicados en otros países desde hace poco o desde hace mucho tiempo, o aun en tránsito migratorio.
Estudiantes, profesores, trabajadores, inmigrantes todos, sin distingo de edades o géneros, pensamos en una muestra amplia que diera cuenta de lo diverso y rico del sentir de muchos poetas venezolanos, hoy por hoy, dispersos por el mundo. A ellos, queremos expresar nuestro agradecimiento, no sólo a nombre de Caritas Venezuela, sino a título personal.
La lectura final de los poemas reunidos nos conmovió. Esta antología es quizás un primer paso para establecer ese territorio común en donde nuestros poetas puedan verse a sí mismos y construir una entrada en la memoria para los lectores de poesía del país.

Hubiéramos querido que esta antología fuera mínima, y aunque por un lado nos entristece que no lo sea, por otro nos llena de un feliz asombro el vigor de su riqueza y apostura. Puente que crea y abandera el destino asumido, el de ser quienes se fueron. Hacer terruño en otras tierras con la palabra, ser el puente.
Kira Kariakin y Eleonora Requena
Caracas / Buenos Aires
Septiembre

Caducifolio 
Jorge Andrés Medina 

Lo heroico es tener destino. 
Ludovico Silva 

Cabe tu nombre en cualquier esquina 
como dentro de un puño el remanente de tus glorias 
pero cuántos los kilómetros en tu equipaje, 
cuánta erosión sobre mañana 
dejarán las olas del camino. 

Cuesta deshojarte del árbol que fuiste. 

Dejaste el nombre terruño 
en los valles de azufre a tus espaldas 
y ya no puedes pronunciarlo 
sin dormirte en las corrientes del presagio, 
sin olfatear la sangre que mana de su herida 
ni temer a que mentarlo profundice tu fractura. 

Tus pensamientos son leones en silencio 
pastoreados por la duda de lo que pudo haber sido. 

Atraviesa como un pájaro nocturno 
el cielo de la soledad, 
perfecciona el ejercicio del olvido, 
devuélvele los ojos al asombro 
y que la maravilla arrulle tu dolor incesante.
 
Canta desde tus miserias la tenencia de un destino; 
la piedra del ayer confinada a tu tórax 

                                                       p e r j u r a r á 

que lo perdiste.

El país que tenía
José Pulido

El país que tenía se fue de mí
se llevó el agua clara y los sabores
con que hicieron mis huesos y mi sangre
y borró las palabras que formaron mi espíritu
el país que tenía apagó el cariño mayestático
que circulaba como energía eléctrica
en los corazones de la gente común
y prohibió ilusionarse con el futuro
la decencia surgida por temor a los cielos
se derritió como cera ante al ardor del oro
mi país huyó con la moral entre las piernas
y solo puedo recordarlo como si hubiera muerto
ya no puedo reconstruirlo con nostalgias
ni con las imágenes que cicatrizan en mis sueños
cuando hagan uno nuevo no podrán comprender
por qué hay habitantes que parecen sacados de raíz
hay un país geográfico que jamás se va
pero se deteriora igual que la columna y las rodillas
y otro que se desvanece
en el ayer soporífero de las plazas
El país que tenía se fue de mí
yo no lo abandoné, yo no estaba grabado en él
son sus marcas las que lleva mi alma
desde la época en que la leche recién ordeñada era normal
yo nunca fui importante
para ese país fugitivo
yo apenas era un trámite
y hasta me cambiaron el nombre
porque cualquiera podía ser
empleado del destino

Un poema llamado país
Georgina Ramírez
Partir
es siempre partirse en dos
Cristina Peri Rossi
No es solo partir
y dejar el hambre en las esquinas
Es escuchar en tu idioma
palabras ajenas
Explicar la miseria que te curte la piel
y te inunda la mirada
Defender la dignidad
de las siete estrellas tatuadas
partir es partirse
van pedazos de ti
sin ti
recorriendo caminos
que no conducen
Partes con el hambre de todos
en la espalda
y cada bocado duele
por el que nada
lleva a la boca
y buscas algún sabor
que llene tanto vacío
Así se parte
así nos partimos
mientras vamos en trenes
que nunca llegarán a casa

Una infinita lista 
de preguntas incómodas
Dulce María Ramos

¿Eres feliz?
¿Estás contenta?
¿Por qué te fuiste?
¿Piensas regresar?
¿Y es verdad lo que pasa en Venezuela?
La orfandad de país empieza al responderlas
no en la nostalgia

¿Dónde se han ido?
Erika Reginato
¿Dónde está mi ciudad,
desapareció en lo profundo del mar?
y ¿mis amigas? las que esculpían sus cuerpos en la arena,
ahora que son de cristal, aun ¿las podré ver?
¿los habitantes del agua,
los caminantes de la plaza La Candelaria,
los lanza llamas?
¿Los encontraré entre los demás restos,
de carne, sangre y asfalto entre gestos de esperanza?
Todo está aquí,
quemado en sus adentros con lava de un volcán.
¿Dónde están el Ávila, el Salto Ángel?
la cascada en el vuelo de las águilas.
Dicen que ahora solo hay bombas de gas,
que no se puede respirar.
¿Dónde están los que dejaron ver sus manos blancas
y desaparecieron en el clamor de la noche?
¿Dónde están los niños que esperaban
las medicinas en el hospital San Juan de Dios?
¿Dónde está la brisa fuerte del trópico
que arrasaba en la Tierra de Nadie
los pasos de mi exilio?
Necesito tocarte vida mía,
alcanzar el cielo,
regresar a mi ciudad.

Poema del libro inédito bilingüe, 
Alma de fuego.

Cerca del mar
Sofía Rodríguez Meza

Compartimos las singularidades
de un acento náufrago
Nos aventuramos
voluntaria y desgarradamente
con provisiones esenciales
del impulso animal
para mantenernos con vida
Compartimos las singularidades
de un cielo prestado
Algunos con ojos virginales
honramos como destino
ir hacia una tierra
despedida por antecesores
Otros se arriesgan
kilómetros a pie
kilómetros en lengua
con un primo, con una beca, con la visa, con la promesa
de sanar una dignidad herida
Compartimos las singularidades
de un facilismo integrado
dejando atrás la distorsionada herencia
de tío tigre y tío conejo
Ante un nuevo tipo de caos:
¿a dónde voy?
¿por qué me he ido?
Resurgimos temblando
y, sin embargo, el perdón
y, sin embargo, el olvido
aún parecen estar tan lejos
Compartimos ahora las singularidades
propias del poeta
bría es la intemperie
y el naufragio
no exige exilio ni desarraigo
exige templanza
exige entrega
los recuerdos no harán más corto el camino
tal vez lo harán las letras
la verdadera libertad la hallamos dentro

VER+:

Historias del éxodo venezolano Un drama económico, social y de derechos humanos se denuncia en Venezuela, tal como informan las Naciones Unidas y la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de ese organismo. Hasta mediados del 2019 las cifras indicaban que más de 4 500 000 venezolanos habían dejado su país. Buena parte de ellos se dirigió a la Argentina buscando refugio y poder seguir adelante con sus vidas. Carolina Amoroso, que vivió gran parte de su adolescencia en Venezuela, país que ama y añora, recoge los testimonios de estos migrantes de diferente origen. Con prólogo de Joaquín Morales Sola, el libro nos acerca a esa comunidad que se aferra a sus esperanzas y que entiende, quizás como nunca antes, el sentido profundo de empezar de nuevo.

EXODO - El Himno de los Venezolanos en el Mundo Gaita del Año


EL PUENTE ES LA PALABRA by Yanka


 

jueves, 19 de septiembre de 2019

¿DÓNDE ESTÁS PALABRA AMIGA, PALABRA ENGENDRADORA, PALABRA PERDIDA? 💬


Necesito palabras porque sí,
palabras explosiones
de lo hondo dormido,
reventones de las raíces de mi ser
bajo una mirada amiga,
necesito palabras,
pedazos de alma
porque no soy roca, no soy arena,
tengo fibras heridas
debajo del barro, debajo de la cara,
debajo de los ojos, debajo de las manos.

La soledad me ha cubierto,
pero nunca me ha besado,
me ha dicho sus secretos
y yo le he contado los míos.
Nunca me ha llamado por mi nombre.
He caminado mirando a mis hermanos,
he esperado todos los siglos
que guarda una corta vida.

He soñado.
Pero nunca llegó la palabra hermana,
ajena de la cortesía,
más honda que el cariño.
La que puede taladrar con su luz
el sentido de la vida,
el sentido de una vida,
el sentido de todas las vidas.

Cada corazón es una isla solitaria
y el mar es un tejido de caminos.
Pero basta el barco
de una sola palabra
para cruzar todos los abismos.
¿Dónde estás palabra amiga,
palabra engendradora,
palabra perdida?

José María Velaz


sábado, 13 de octubre de 2018

👥 "LA CORUÑA, LA CIUDAD DONDE (ANTES) NADIE ERA FORASTERO"



En el año 1979 cuando llegué a "La Coruña, La Ciudad donde (antes) nadie era forastero". Mientras iba por la calle real para conocer "El Jardín de San Carlos" que me habían hablado de él. 
Le pedí a un señor mayor que iba a mi lado qué dónde quedaba dicho jardín, a lo que muy amablemente me contestó que no iba hasta allí pero que me acompañaría más adelante para indicarme mejor; mientras caminábamos, un conocido de él saludó con la siguiente expresión: 
"Buenos días Paco y compañía", quedé impresionado por dicha expresión de urbanidad y por tanta amabilidad de acompañarme sin conocerme de nada, hasta que llegando cerca se desvió y nos despedimos muy sonrientes, y yo muy agradecido de tanta humanidad. Así eran los coruñeses de toda la vida (C.T.V.). 

Yo sigo diciendo dicha expresión a cualquier conocido que vaya acompañado: "Buenos días amigo y compañía".





domingo, 11 de febrero de 2018

ORACIÓN DEL MIGRANTE



La historia del pueblo de la Biblia comienza con un emigrante, Abraham: 

"Deja tu país, a tu parentela y la casa de tu padre 
para ir a la tierra que yo te mostraré..." 
Génesis 12, 1-4

ORACIÓN DEL INMIGRANTE

Emigrar es un acto de fe Señor, bendíceme en la nueva tierra donde vivo. 
Acompáñame con ternura, pues me faltan mi familia y mis amigos. 
Bendice Señor, las pocas cosas que entraron en mis maletas. Que nunca falte tu provisión, que siempre tenga pan y una almohada para dormir. 

Señor, bendice la ciudad donde ahora vivo y por favor no te olvides de los míos, de quienes quedaron al otro lado del mapa. Consuela a mis padres; que mi papá se sienta orgulloso de mi fe y mi madre nunca deje orar por mí. 

Señor, bendice a los nuevos amigos que abrirán su vida para hospedarme; que disfruten mi presencia con agrado, así como yo espero disfrutar el vivir entre ellos. 
He dejado mi familia y mi país, porque creo Señor, que tú sostienes mi vida. No vine a esta nueva tierra porque dudara de ti, vine porque creyendo en ti doy un paso de fe. 

Señor, bendíceme en esta tierra, que es tuya y es de todos, protégeme y procúrame todo el bien que necesito. Enséñame a servir y amar a mis nuevos amigos. Que conozcan que mi tierra pare hombres y mujeres llenos de bondad y fuertes. 

Señor, acompáñame en mis cumpleaños, en los duelos por aquellos a quienes no puedo despedir, que en las navidades me visites en mi humilde pesebre y cada vez que finalice un año llenes mi vida de nuevos sueños. 

Señor, bendíceme en la nueva tierra donde vivo. Que celebre la vida cada mañana como cuando la celebraba con los míos. Que no le tenga miedo al trabajo, a luchar con fe y prosperar con esfuerzo. Estarás conmigo siempre y eso es todo lo que necesito. Si estás conmigo Señor, cualquier lugar de la tierra es una bendición. Gracias Señor por bendecir mi camino. Amén.

"Todo lugar donde pise la planta 
de vuestro pie será vuestro; 
vuestras fronteras serán desde el desierto 
hasta el Líbano, y desde el río, el río Eufrates, 
hasta el mar occidental". 
Deut 11,24

Oración por el Migrante
“Pasé como migrante y ustedes me acogieron” 
Mateo 25, 35

Oh Cristo Peregrino, Tú que hiciste de tu vida un caminar hacia el encuentro con los hermanos para llevarlos al Padre, te pedimos por los migrantes más pobres y abandonados.

Señor, condúcelos hacia una tierra que los alimente sin explotarlos ni quitarles la identidad. Tú mismo te identificas con ellos, ya que fuiste a Egipto, junto con Tu Madre María y con San José.

Ellos necesitan, además del pan material, de Tu Palabra de Vida, para no perder los valores de su cultura y de su Fe. Que tu Espíritu los fortalezca en el amor y la esperanza para que continúen el camino hacia la tierra prometida, viviendo la justicia, la solidaridad y la paz.

¡Oh Jesús!, bendice a los migrantes y a los que los acogen, guárdalos junto a Tu corazón, llena sus vidas con el amor que proviene de Ti.

Concédenos la gracia de acogerlos con fe y caridad, ayudándolos a caminar con energía y confianza.

Oh María, Madre de los migrantes, nosotros los ponemos bajo tu amparo maternal. Bendícelos y condúcelos al encuentro con el Padre. Amén.

Oración del Migrante

Señor, tu me conoces y sabes el dolor y la esperanza que llevo en el corazón. Dolor, pues mi familia se ha quedado sola y Esperanza, ya que llevo la ilusión de lograr mejorar las condiciones de vida para los míos.

Tu fuiste Forastero y desde muy pequeño tuviste que migrar a otro País acechado por el peligro. También prometes como recompensa el cielo a quienes sepan acogerte en cada uno de los que, como Tu, vamos a otro País en busca de sueños.
Llena de tu bondad el corazón de cuántos, entendiendo nuestra situación, nos alientan con su caridad a seguir luchando. 

Bendice a quienes nos hacen el bien en tu nombre y transforma los criterios y el corazón de cuántos se oponen, por egoísmo y orgullo, a que nuestro ingreso sea legal en el País al que nos dirigimos.

¡Que se construyan puentes y no muros metálicos que nos permitan encontrar una oportunidad para vivir mejor, crecer como personas y sacar adelante a nuestra familia!

Cuida nuestro caminar. Que nunca nos sintamos solos y que no olvidemos nuestra fe, al contrario, la salvaguardemos y seamos testigos de ella con nuestra vida y actitudes.

Virgen Santísima tu protegiste del peligro a tu Hijo cuando tuviste que migrar acompañando de San José tu esposo. ¡Ayúdanos, cúbrenos con tu manto y haznos tornar sanos y salvos con los nuestros! Así sea.

J. Ulises Macías S.
ARZOBISPO DE HERMOSILLO

VER+:

MI PADRE EL INMIGRANTE


POEMA DE UN INMIGRANTE


INMIGRANTE / EMIGRANTE