EL Rincón de Yanka: SIN DIÁLOGO ECLESIAL NO HAY PARTICIPACIÓN NI COMUNIÓN NI ECLESIALIDAD

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martes, 20 de mayo de 2014

SIN DIÁLOGO ECLESIAL NO HAY PARTICIPACIÓN NI COMUNIÓN NI ECLESIALIDAD




Sin espacios ni medios ni momentos ni consultas ni diálogo eclesial ni estructuras no hay participación ni corresponsabilidad ni construcción ni misión.
En la Iglesia no nos dejan hacer nuestra propias preguntas. 

Ya nos la dan hechas y preparadas herméticamente.



DIÁLOGO ECLESIAL



En medio de esta  realidad apasionante y desconcertante, se abre camino la aportación profética y la intuición inspirada de Pablo VI en aquel oportuno y relevante documento, Ecclesiam suam (6-8-1964), que pide diálogo abierto dentro de la Iglesia y con el mundo.



Decididamente, Pablo VI pretende que el mundo y la Iglesia «se encuentren, se conozcan y se amen» (n. 2). «¡Cómo quisiéramos gozar de este familiar diálogo en la plenitud de la fe, de la claridad y de las obras, [...] siempre dispuestos a recoger las múltiples voces del mundo contemporáneo...!» (n. 43).

Ahí se afianza la nueva cultura del diálogo que había iniciado Juan XXIII y que el Vaticano II elevaría a postulado fundamental de la experiencia cristiana y del seguimiento de Jesús: «Promuévase en el seno de la Iglesia la mutua estima, respeto y concordia, reconociendo todas las legítimas diferencias, para abrir, con fecundidad siempre creciente, el diálogo entre todos los que integran el único Pueblo de Dios, tanto los pastores como los demás fieles» (GS 92).

El mismo «Concilio Vaticano II, como testigo y portavoz de la fe de todo el Pueblo de Dios, no encuentra manera más elocuente de exponer la solidaridad de este Pueblo de Dios y su respeto y amor hacia toda la familia humana, de la que forma parte, sino entablando con ella un diálogo sobre esa misma variedad de problemas, aportando a ellos la luz que toma del Evangelio» (GS 3).
¿Perdura en la Iglesia renovada de la Comunión en Misión en el mundo de 2010, enriqueciéndola y dinamizándola, este espíritu propositivo, didáctico, inquisitivo y no inquisitorial?
Sin diálogo no es posible el entendimiento, el camino sinodal; sentados juntos a la misma mesa, encontraremos respuestas colegiales a las preguntas de la realidad actual y habrá salidas convincentes a ese rosario de tensiones humanas, sociales, ideológicas, eclesiales...

Por otra parte, dialogar con todas las culturas, ideologías y pareceres opuestos no implica renunciar a la identidad cristiana; más bien, nos puede enriquecer con el dinamismo de la vida actual, como etapa hacia la plenitud del Reino 1.

El Concilio Vaticano II nos dejó como señal y fundamento teológico de identidad cristiana esencial la eclesiología de comunión. Y precisamente ahí nace la necesidad del diálogo eclesial. Por ser la Iglesia fundamentalmente comunión, que tiene su origen en la comunión entrañable e interpersonal del misterio de la Trinidad, precisamente por eso, el diálogo, la participación, la corresponsabilidad, la colegialidad... deben existir y conformar todas las relaciones intraeclesiales. 

Sin diálogo no existe participación, sino más bien imposición. Y, desde luego, sin comunicación y diálogo no vivimos la comunión.


Entonces el diálogo se abre en todas las direcciones. Para un creyente empieza por Dios, porque de ahí dimana esa capacidad de diálogo. «La razón más alta de la dignidad humana está en su vocación a la comunicación con Dios», todo ello fruto del amor (GS 19).


Una convivencia respetuosa y justa se desenvuelve en un clima de diálogo, de escucha, apoyándose más en lo que es común a todos que en aquello que divide y enfrenta. Hace falta aplicar una pedagogía innovadora que nos ayude a buscar y encauzar las mejores energías personales y colectivas, en la consecución de los objetivos generales de entendimiento, de integración, de solución de conflictos, de justicia social plena.

El diálogo, pues, se impone en todas las direcciones: en el ámbito religioso, con el totalmente otro, con los creyentes, con los grupos eclesiales; en el ámbito ecuménico, con las otras confesiones y credos, y también con la increencia; en el ámbito civil, con las culturas, con la mujer y el hombre de hoy, con los grupos humanos sociales diversos y hasta opuestos (las prostitutas os precederán en el Reino), con los marginados, con los indígenas... Ahí se revela el vigor de la comunión, de la fraternidad, de la oferta gratuita, que nos viene de la Historia de un viviente que fue capaz de generar espacios para la utopía, de recrear la nueva comunidad, de alumbrar a la mujer y al hombre nuevos y despertar la esperanza de un mundo por venir, de un mañana que está llegando ya. 

L

La falta de comunicación entorpece la Comunión desde el punto de vista psicológico 

En toda agresividad, resentimiento, frustración, falta de entendimiento o signo de inmadurez, es evidente que la comunicación no funciona, que fallan los puentes de diálogo. 

En la base de cualquier angustia, miedo o temor aparece la incomunicación, precisamente por no dialogar; nos refugiamos en los mecanismos de defensa, que tienen mucho de patológico, y ocultamos la propia realidad. Falsificamos nuestra propia psicología: «El entorno puede obligar a las personas a reforzar sus mecanismos de defensa, que tienen mucho de patológico, en especial cuando la cultura del grupo dificulta el desarrollo de la autoestima personal y favorece el victimismo de las personas y su tendencia a reforzar todo tipo de mecanismos. Todo depende del sistema de comunicación, de negociación y de planificación del entorno de la comunidad». 

Muchas veces, la comunicación se detiene en sustratos muy superficiales y exteriores, hablamos de cosas ajenas a nosotros, nos quedamos en el mero nivel profesional, secundario, sin implicación personal. Y todo ello tiene muy poco que ver con la comunión. 

Los psicólogos hablan de comunicación agresiva, que se reduce a nivel de ideas; una comunicación agresiva que es propia de personas resentidas y que se sienten atacadas. Y cuando se comunican, lo hacen de forma agresiva. La comunicación se expresa desde el aislamiento social, donde no se da la comunicación interpersonal; en el grupo reina la desconfianza y se carece de libertad. Y a veces, para evitar la confrontación, se guarda la «ley del silencio». Finalmente, Sabino Ayesterán señala la comunicación basada en la negociación de diferencias: se aceptan las diferencias, pero no se trata de imponer nada. Más bien se busca otro punto de vista que integre todas las visiones. Esta comunicación es positiva, creativa, y es la forma de comunicación más válida. 

Aquí se dispone de espacios de libertad que permiten hablar también con libertad. 

El narcisismo, expresión de un mecanismo de defensa, nos encierra en nuestro «yo» e impide la comunicación personal. 

De esta descripción e iluminación psicológica deducimos algunas consecuencias. 

Por no tomar en cuenta los requisitos psicológicos de la madurez humana y sus contrarios (mecanismos de defensa, fijaciones neuróticas, egocéntricas), nos revolvemos en estados complejos de miedo, angustia, agresividad, violencia, insatisfacción existencial..., que impiden una comunicación sana, que son obstáculos y que, si no se superan, impiden el ejercicio de la comunión. 

En cambio, y en positivo, cuando nos aceptamos como somos, se asumen las diferencias sin imposiciones; se expresa y actúa con libertad; todos en el grupo se sienten escuchados; se dialoga, y funciona un sistema de negociación, de programación, de realización conjunta discernida. Y todo ello se evalúa y se revisa. En ese contexto se pueden buscar colegialmente puntos de vista que integren todas las visiones. 

Ahí se crean condiciones favorables para el diálogo, que abre creativamente horizontes de comunión. Si esas condiciones en negativo y en positivo no se dan, se frustra la comunicación y se malogra una vida en estado de comunión, en clave comunitaria. 

Lamentablemente, en bastantes ámbitos eclesiales, por no tomar en cuenta estas exigencias psicológicas, por falta de madurez humana y exceso de egocentrismo, personas y grupos se sienten víctimas, incomprendidos, perseguidos, rechazados, sin posibilidades de expresarse con libertad, a veces con riesgo en las fronteras y los extremos de la periferia. No se permite el diálogo en la comunión en conflicto. 

Si dentro de la Iglesia existiese más escucha, menos condenación a priori, más búsqueda y praxis de experiencia colegial, en la escuela de Jesús de Nazaret, donde todos somos condiscípulos y podemos ejercer el sacerdocio real, se podrían superar conflictos personales, algunos tan irritantes como el del profeta Bernhard Häring. 

Algunos conflictos y desencuentros proceden, no de planteamientos ideológicos o sociales, o por buscar los intereses del Reino, de los pobres, sino por algún fallo en los niveles psicológicos de la madurez que dificulta unas relaciones sanas de diálogo y de búsqueda colegial 2. 

El diálogo expresa y mutiplica la comunión 

La experiencia del diálogo exige condiciones que hay que aplicar: el respeto y el reconocimiento del otro como igual; el salir del propio egocentrismo; el olvidarse un tanto de sí; el escuchar con humildad, que significa andar en verdad; una actitud de apertura, de empatía, esa capacidad de ponerte en el punto de vista del otro sin prejuicios, sin interpretar. Todo ello implica aceptar al otro tal como es, para que pueda llegar a ser lo que debe ser. 

Se reconoce el derecho a la diferencia, y nos dejamos enseñar por el otro, por la comunidad. No se trata de refutar o combatir al otro, sino de intercambiar opiniones, buscar juntos la verdad con libertad, sin renunciar a uno mismo, lo cual se puede compaginar con la fidelidad a uno mismo, al hermano, a la comunidad 3. 

Se tiene que dar una actitud de partida que conforma todo el proceso dialogal y pertenece a la tradición eclesial. Como miembros del Pueblo de Dios, afirma San Agustín, somos «consiervos», «cohermanos», «cumpauperi», es decir, hermanos entre los hermanos, discípulos del Señor, llamados a participar de su Reino, como nos recuerda el Vaticano II (PO 9; ChD 18). 

Desde esta conciencia de pertenencia, el diálogo es fluido. 

El clima de confianza que nace de las relaciones interpersonales facilita el diálogo mucho más que el que nace del ideario de la institución o del mismo carisma. La comunidad se edifica en un clima de confianza si éste se da entre los miembros y grupos eclesiales. 

La experiencia de fraternidad, de comunión, tiene como instrumento principal un proceso asegurado de diálogo y comunicación. Lo cual conlleva muchas exigencias. Cito las más significativas. 

Diálogo personal, mediante relaciones interpersonales, donde se expresa la persona y no sólo el personaje, y donde la persona crece y es capaz de superar las diferencias psicológicas o ideológicas, que rompen la comunión. 

El Discernimiento Comunitario tiene que llegar a ser institucionalizado en cada grupo y comunidad cristiana, con todas las condiciones que lo hacen posible: 

Además del clima de oración y de diálogo personal, señalaría: 

– Clima de Confianza, de escucha y de participación, como condición indispensable para la Comunión. No puede darse Comunión sin comunicación. 

– Corresponsabilidad: hasta los Papas que ostentaron con mayor firmeza su autoridad en la Edad Media (Inocencio III y Bonifacio VIII) pedían para la Iglesia este Principio del Derecho Romano: «Lo que es de todos debe ser tratado por todos». 

– Información transparente: hoy nadie oculta la información entre nosotros, porque no hay nada que ocultar si buscamos los intereses del Reino en el grupo o comunidad. 

– Libertad de expresión. «La Iglesia es un cuerpo vivo, y le falta algo a su vida si le falta la opinión pública», decía hace ya muchos años Pío XII. 

– Respeto al pluralismo, según el sabio principio de inspiración agustiniana asumido por el Concilio Vaticano II en Gaudium et Spes, 92: unidad en lo necesario; libertad en la duda; y en todo caridad. 

El diálogo, expresión profética posible en una Iglesia local 

La maravillosa intuición de Pablo VI en la Ecclesiam Suam recogía y expresaba aquella rica tradición eclesial de los Concilios Ecuménicos, Sínodos, Asambleas, Encuentros eclesiales, Consejos Episcopales, Pastorales, Diálogo Pastoral y todas las expresiones de Colegialidad y sinodalidad que se multiplican en algunos ámbitos eclesiales. 

Conclusión 

El diálogo es posible, factible y realizable en el ámbito de la Iglesia. Sólo hace falta fe y confianza en el Espíritu Santo y un poquito más de creatividad. 


1. Para ampliar lo dicho en este apartado, recomendamos esta bibliografía: N. Castellanos, ¿Responde la Iglesia a los desafíos Hoy?, Grupo Libro 88, Madrid, 1993. pp. 35, 37, 43, 44; Id., Memoria, Profecía y Liberación hacia el Reino, Paulinas, Madrid, 2007, p. 397; J. García Roca, La Dimensión Pública de la Fe, Sal Terrae, Santander, 1989, pp. 31, 32; Juan Pablo II, Discurso a la Provincia Eclesiástica de Toledo en su Visita Ad Limina (9-III-1982). 

2. Recomendamos esta bibliografía: S. Ayesterán, «¿Cómo mejorar la comunicación en las Comunidades Religiosas?»: CONFER 46 (julio-septiembre 2007), 585ss. 

3. Puede verse: J. Negueruela, «¿Tiempos para el Diálogo interreligioso?»: Otero 8 (2006), 18ss. 

Sal Terrae 98 (2010) 129-141 

Nicolás Castellanos Franco, osa

Presidente de la Fundación Hombres Nuevos. 
Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). 

VER+: 
REALIDAD ECLESIAL ACTUAL
http://elrincondeyanka.blogspot.com/2008/02/la-realidad-eclesial-actual.html