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MARANATHÁ, VEN SEÑOR JESÚS, MARAN ATHA, EL SEÑOR VIENE

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sábado, 13 de diciembre de 2025

LIBROS "EL 'TÍO CURRO': LA CONEXIÓN ESPAÑOLA DE J.R.R. TOLKIEN y "LA FE DE TOLKIEN": BIOGRAFÍA ESPIRITUAL 🧚

 El "Tío Curro"

La Conexión Española
de J.R.R. TOLKIEN

José Manuel Ferrández Bru

En esta segunda edición española se proporcionan nuevos datos que nos permiten profundizar aún más en Francis Morgan y la influencia que ejerció sobre su protegido J.R.R. Tolkien, y también se presenta nuevo material gráfico que nos ayuda a ser partícipes de un fascinante viaje al pasado.
Este libro es una biografía, pero no sólo es una biografía. Reconstruye la poco conocida trayectoria de Francis Morgan Osborne (1857-1935), un sacerdote católico nacido en El Puerto de Santa María (Cádiz), tutor y “segundo padre” de J.R.R. Tolkien, uno de los autores contemporáneos más conocidos.
Nos encontramos ante el resultado de una investigación exhaustiva llevada a cabo entre España e Inglaterra que ha contado, entre otros, con el apoyo de Priscilla Tolkien, hija del autor, cuyo testimonio ha permitido conocer informaciones nunca antes publicadas sobre el vínculo del autor con España a través de la figura de su tutor.
El Tolkien del título no es otro que el escritor británico John Ronald Reuel Tolkien (Bloemfontein, 1892-Bournemouth, 1973), filólogo y profesor en las universidades de Leeds y de Oxford, más conocido por el gran público como autor de la novela fantástica El hobbit (1937) y de su continuación, El señor de los anillos (1954-1955), una magna trilogía pronto convertida en un fenómeno sociocultural que todavía resuena en la actualidad, debido en parte a las aclamadas adaptaciones cinematográficas (2001-2003) del neozelandés Peter Jackson. 
En La Conexión Española de J. R. R. Tolkien, José Manuel Ferrández aborda “la influencia vital e intelectual en Tolkien de su tutor y protector el padre Francis Xavier Morgan Osborne, a través de la reconstrucción biográfica de la trayectoria vital de éste y del contexto histórico en el que se desarrolló su vida y la de sus antecedentes familiares” (p. 1). 

¿Y quién es exactamente ese “Tío Curro” que se nos presenta como la “conexión española” de Tolkien? Ya en la portada interior y en el prefacio del libro se introduce a la persona como un sacerdote católico nacido en El Puerto de Santa María (España) en 1857 y fallecido en Birmingham (Inglaterra) en 1935. Ferrández desarrolla la ascendencia de Francisco Javier Morgan Osborne en unas cuarenta páginas (33-76) del primer capítulo, titulado “Antecedentes”. En síntesis, era uno de los cuatro hijos (tres varones y una mujer) habidos del matrimonio –1851– entre el extractor de vinos Francis Morgan (1821-1876), de origen galés, y María Manuela Osborne Böhl de Faber (1827-1894), que aporta a su prole una mezcla de sangre inglesa, alemana, española e irlandesa. 

En cualquier caso, debemos precisar que Francis Morgan Osborne tenía nacionalidad británica. Cuando en 1854 fallece en El Puerto de Santa María (Cádiz) el vinatero Thomas Osborne Mann (Exeter, 1781), abuelo materno de Francisco Javier Morgan Osborne e instaurador de la familia Osborne en España, ninguno de sus dos hijos varones Tomás (1836-1890) y Juan Nicolás (1838-1897) era mayor de edad, por lo que su yerno Francis Morgan asumirá temporalmente la dirección de la empresa –denominada todavía Duff Gordon y Cía.– y la tutela de sus jóvenes cuñados. 

De manera similar, por “una curiosa coincidencia” (p. 81), Francisco Javier Morgan Osborne se convertirá en tutor de J. R. R. Tolkien y de su hermano menor Hilary tras la muerte de la madre de estos, Mabel, en 1904. Mabel Tolkien, viuda desde febrero de 1896, quiso así asegurarse de que los menores no abandonarían la práctica del catolicismo, religión a la que los tres se habían convertido en 1900. En el capítulo segundo (“Primeros años”, pp. 77-137) se describe la trayectoria de Francisco-Javier Morgan desde que con aproximadamente 9 años se traslada con su familia a Londres hasta que en 1902, siendo ya presbítero del Oratorio de S. Felipe Neri de Birmingham, establece contacto con Mabel y sus hijos. 

El papel protector y de generoso sostén económico desempeñado por el padre Morgan durante los años formativos de J. R. R. Tolkien se ha puesto de manifiesto en las diversas biografías del escritor, desde la pionera (1977) de Humphrey Carpenter hasta las más recientes de Mark Horne (2011) o Colin Duriez (2012). Sin embargo, Ferrández observa que Francis Morgan Osborne apenas es citado a partir de la mayoría de edad de su protegido, a pesar de que durante los años en que Tolkien –casado desde 1916– fue profesor universitario en Leeds (1920- 1925), “Morgan fue un visitante habitual de los Tolkien, una costumbre que se mantuvo también durante los primeros años treinta del siglo XX una vez se trasladaron a Oxford” (p. 22). José Manuel Ferrández reconstruye sucintamente -en las pp. 191-198 del capítulo tercero (“Madurez”)- la relación del padre Morgan con la familia Tolkien en este periodo final de la vida del sacerdote, para lo cual se basa en algunos recuerdos que le fueron transmitidos durante la elaboración del libro por la hija de J. R. R. Tolkien, Priscilla (Oxford, 1929). 

En la sección postrera de este mismo capítulo (pp. 199-208) se incluyen algunos fragmentos de la correspondencia inédita mantenida en 1933 entre el “tío Curro” y su sobrino segundo Antonio Osborne Vázquez (1903-1984), que se conserva en el Archivo Osborne.
El último capítulo de La Conexión Española (“A modo de epílogo”) está compuesto por cuatro ensayos. Dos de ellos, “Tolkien y el Cardenal Newman” (pp. 223-230) y “La Guerra Civil Española” (pp. 231-240), son reediciones –con algunas variaciones– de los publicados por José Manuel Ferrández en el volumen (2009) que recopila los Premios Gandalf y Ælfwine 2007 y 2008 de la Sociedad Tolkien Española. Los dos textos restantes llevan por título “Influencia intelectual en Tolkien” (pp. 211-221) y “Barriles de contrabando” (pp. 241-246). En el primero de ellos, Ferrández argumenta y ejemplifica que Francisco Javier Morgan pudo haber transmitido a J. R. R. Tolkien el “poso intelectual” –romántico, tradicional, costumbrista– que recibió de sus bisabuelos maternos Juan Nicolás Böhl de Faber y Frasquita Larrea, así como de su tía abuela Cecilia Böhl de Faber (la escritora Fernán Caballero). Habría que puntualizar una cuestión de detalle. Ferrández se refiere en la p. 99 a “la escuela de St Philip, más conocida como escuela del Oratorio de Birmingham” como una sola institución, cuando lo cierto es que se trata de dos colegios diferentes, aunque ambos se ubicaran en el barrio de Edgbaston (Birmingham). 

Francisco Javier Morgan fue ciertamente alumno (1868-1874) del Oratory School, un internado fundado por John Henry Newman en 1859. Por su parte, J. R. R. Tolkien asistió fugazmente (1902-1903) al colegio para externos llamado St Philip’s Grammar School, cuya fundación en 1887 -tres años antes de la muerte de Newman- se debe al sacerdote oratoriano Richard G. Bellasis (1849-1939). No obstante lo señalado, La Conexión Española de J. R. R. Tolkien evidencia una labor investigadora de varios años. Es un libro ameno, escrito con rigor y claridad, que sitúa con precisión en su contexto histórico los hechos narrados. 

Las notas a pie de página, de las que el autor no hace un uso abusivo, cumplen adecuadamente su función aclaratoria. El texto se ilustra con una decena de fotografías, procedentes del Archivo Osborne, del Oratorio de Birmingham y de la colección de los descendientes de Tolkien. 
La Conexión Española incluye dos útiles árboles genealógicos con las líneas materna y paterna de Francisco Javier Morgan Osborne, así como la bibliografía y las fuentes consultadas por el autor. Con esta novedosa contribución a los estudios sobre la vida y la obra de J. R. R. Tolkien, José Manuel Ferrández Bru ha cumplido con creces el objetivo, expresado por él mismo, de “componer, en un viaje a través del tiempo, un puzzle de piezas dispersas entre España y el Reino Unido”.

Prefacio

Cuando el Padre Francis Morgan entró en la vida del joven J.R.R. Tolkien, no sólo debió rellenar el vacío dejado por Mabel, su madre, que murió cuando él tenía únicamente doce años, sino también el de Arthur, su padre, que había fallecido ocho años antes. Años después, Tolkien se re­firió al Padre Francis como su 'segundo padre' y se mostró hondamente agradecido por su calidez, humanidad y comprensión.
De igual modo, la sumamente documentada biografía del Padre Fran­cis escrita por José Manuel Ferrández Bru cubre otra brecha que se re­ monta a 1977, año en que Humphrey Carpenter publicó la biografía autorizada de Tolkien. Ciertamente el trabajo de Carpenter bosqueja muy atinadamente la vida de Tolkien, si bien adolece de cierta falta de profundidad en los detalles y de cierta superficialidad al abordar muchos matices, lo que deja al lector curioso con ganas de conocer con mayor profundidad algunos de los temas tratados.

En efecto, queda mucho por descubrir acerca de este joven que pasó a convertirse en un residente de por vida del Oratorio de Birmingham, y buena parte de ello lleva al lector a detenerse a pensar en Tolkien.
Voy a mencionar sólo un ejemplo. En una actuación en la escuela del Oratorio, el joven Francis interpretó a una anciana nodriza. De acuerdo con un testigo, su actuación supuso "la aparición de una autentica bruja, con un entusiasmo y una comicidad nunca vistos''. Cuando tenía 19 años, el mismo Tolkien disfrutó de un momento de gloria muy similar inter­pretando a la Señora Malaprop en la obra de Sheridan "Los Rivales". De acuerdo con la revista de su escuela: "una verdadera creación, excelente en todos los sentidos y no menos en el maquillaje".

Sospecho que existe una conexión y que parte de este vigoroso entu­siasmo de Tolkien procedía de la actuación de su tutor. La importancia de esto no se debe subestimar. Uno de los motores que impulsaron la creatividad de Tolkien era el placer de actuar. Se trataba de alguien cuyo talento por la escritura primero floreció como una forma de exhibirse en reuniones y revistas escolares y universitarias, que incluso llegaría a comenzar conferencias sobre Beowulf dando zancadas en el escenario mientras declamaba el poema como un trovador anglosajón, y cuyas obras más conocidas, El Hobbit y El Señor de los Anillos, fueron leídas en voz alta mucho antes de que llegaran a ser impresas.

Este nuevo libro dibuja un retrato no sólo de Francis Morgan, sino tam­bién de la estirpe vinculada con el comercio del jerez en Cádiz, un pe­queño mundo en sí mismo, del que procedía, aunque su devenir le con­dujo hacia una vida diferente. También saciará el hambre de más de un entusiasta que, siguiendo el gusto hobbit, disfrute de indagar en ge­nealogías y antecedentes familiares.
Seguramente ningún otro lector sentirá una sorpresa tan grande leyendo este nuevo libro como la que yo mismo me llevé. Se trata de algo totalmente personal. Cuando descubrí que el adolescente Francis Morgan había vivido en Londres cerca de Regent Park, en el número 138 de Harley Street, hice un doble descubrimiento. Esa dirección está justo al lado de la casa en la que empecé a escribir Tolkien y la Gran Guerra. Se trata de una coincidencia trivial. pero, de repente, me hizo reconocer a La Conexión Española de J.R.R. Tolkien como lo que es: una puerta hacia una época donde las cosas familiares repentinamente toman perspec­tivas desconocidas.

El viaje en el tiempo ocupaba un lugar destacado en la mente de Tolkien en 1937 cuando comenzó una historia llamada El Camino Perdido. Fue escrita dos años después de la muerte del Padre Francis, cuando la Guerra Civil Española se mostraba como un terrible ejemplo de lo que podría estar a punto de pasar en Europa y en el mundo. Así, en el mo­mento en que Alboin, un filólogo de nuestro mundo, viaja en el tiempo a la tierra condenada de Númenor, los problemas que encuentra allí resul­tan ser sorprendentemente contemporáneos.

Pero Alboin no se traslada corporalmente a Númenor, como el ar­quetípico viajero del tiempo de H.G.Wells que viaja entre los Eloi y los Morlocks. Por contra, él lo percibe todo a través de los ojos y con la con­ ciencia de un númenóreano. Se ha sugerido que Oswin, el padre de Al­boin, debe algo al Padre Francis, sobre todo su estado de callada an­siedad paterna ante la obsesión del adolescente Alboin por el lenguaje "Eresseano" que amenaza con descarrilar sus posibilidades de entrar en la Universidad de Oxford. En tal caso, el retrato de Francis Morgan que elabora Tolkien es la pieza más emotiva de viaje en el tiempo en toda la trama; un intento de volver a examinar su propia juventud, pero vién­dola a través de los ojos de su "segundo padre" al que tanto añoraba.

En mi propia investigación ha aparecido otro hecho relevante para las biografías de estos dos hombres. Cuando murió, el Padre Francis Mor­gan dejó a Tolkien y a su hermano Hilary 1.000 libras esterlinas a cada uno. Se trataba de una suma enorme en aquellos días. A Tolkien pudo haberle ayudado a aligerar la carga de las finanzas familiares que le agobiaban y obligaban a llenar gran parte de su tiempo libre corrigiendo exámenes para obtener ingresos adicionales. Tal vez, puede que esta inyección económica liberara algo de tiempo para renovar el trabajo de su Legendarium, lo que parece haber sido un denominador común en los dos años siguientes, en que Tolkien publicó El Hobbit y comenzó su se­ cuela.

Pero Tolkien sabía que la deuda con su tutor era mucho más profunda que cualquier cosa que se pudiera adquirir con dinero. De este modo, señaló que después de la muerte de su madre encontró "la súbita ex­periencia milagrosa del amor, cuidado y humor del Padre Francis". Esta declaración recuerda el trasfondo de su ensayo Sobre los cuentos de hadas, donde define el supremo momento del cuento de hadas, "el re­pentino y gozoso «giro»" que él llamó eucatástrofe:
Hay una gracia súbita y milagrosa con la que ya nunca se puede volver a contar. No niegan la existencia de la discatástrofe, de la tristeza y el fracaso, pues la posibilidad de ambos se hace necesaria para el gozo de la liberación; rechazan (tras numerosas pruebas, si así lo deseáis) la completa derrota final, y es por tanto evangelium, ya que proporciona una fugaz visión del Gozo, Gozo que los límites de este mundo no encierran y que es penetrante como el sufrimiento mismo.
John Garth
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1. Diana Pavlac Glyer y Josh B. Long, 'Biographyas Source: Niggles and Notions', en Jason Fisher (ed.), Tolkien and the Study of His Sources, McFar­land, Jefferson,2011.
2. Archivos del Oratorio de Birmingham, citado con permiso.
3. Humphrey Carpenter, (ed.), Cartas de J. R.R. Tolkien, Houghton Mifflin, Boston,1981, Carta 332.

Introducción

Nadie es ajeno a la influencia de los que le rodean y aun aquellos que marcan tendencias, definen modas o se transforman en referentes so­ciales, son producto, en gran medida, de los vínculos que a lo largo de su vida han entablado con otras personas, ya sea de forma voluntaria o cir­cunstancia l.
En el terreno de la literatura es donde en mayor medida se ponen de manifiesto estas influencias, dado que ciertos individuos con los que un autor haya tenido una relación vital significada, dan forma y sirven de in­spiración a personajes e historias que luego se reflejan en sus obras.

En este trabajo vamos a indagar en la vida de una de estas personas: el Padre Francis Xavier Morgan, uno de esos "actores secundarios" de la bi­ografía de John Ronald Reuel Tolkien, autor conocido y significado en el mundo de las letras del siglo XX y responsable de obras que son autén­ticos iconos contemporáneos tales como El Señor de los Anillos:

El origen de la relación entre Tolkien y Morgan se remonta a la infancia del primero, a principios del siglo XX, cuando su madre, recientemente viuda, tomó la difícil decisión, sobre todo en aquel contexto histórico, de convertirse junto a sus hijos al catolicismo. Morgan, un maduro sacer­ dote católico de origen español, fue un apoyo para ellos en aquellos momentos.

El desamparo en el que quedaron tras el cambio de religión hizo que su trato se intensificara hasta el punto de que cuando, pocos años de­spués, se produjo la muerte de la madre de Tolkien, la última voluntad de ésta, temerosa de que tras su fallecimiento se obligara a sus dos hijos a abandonar la práctica del catolicismo, fue que quedaran bajo la tutela de Morgan.
El Padre Francis Morgan pasó a ser una de las principales referencias vitales de Tolkien. Desde la muerte de su madre y hasta su mayoría de edad (e incluso después) se ocupó de su formación religiosa, pero tam­bién de supervisar sus estudios, de su manutención y de su futuro.

También fue uno de los principales responsables de que Tolkien lle­gara a estudiar en la universidad de Oxford, gracias a su ayuda económi­ca e indirectamente a la oposición inicial que mantuvo sobre la relación de Tolkien con la que luego se convertiría en su esposa, Edith Mary Bratt.
Lamentablemente, su postura firme en contra de un amor juvenil que en su momento no podía aportar nada positivo para Tolkien, ni para su carrera, ni, en general, para su futuro, le ha conferido un injusto rol de severidad que dista mucho de ser real. Es más, puede afirmarse que su papel en esta cuestión ha sido el desencadenante de una encubierta e injusta animosidad hacia él y que le ha transformado en una de las per­sonas con una relación cercana a Tolkien peor considerada por los bió­grafos del autor.

En cierto modo, uno de los objetivos principales de este estudio es el de tratar de dar una imagen fiel y cercana a la realidad de Francis Mor­gan, lo que resulta una tarea compleja ya que la visión que se nos pro­porciona, en buena medida distorsionada por la trascendencia que ha adquirido la de Tolkien, nos presenta, en muchas ocasiones, un retrato poco agradable, con su forma de ser descrita como ruidosa y vulgar, su personalidad definida veladamente como mezquina y poco perspicaz o su carácter invariablemente presentado como firme e intransigente.
Sin embargo, estas opiniones responden más a tópicos que a una real­idad y la influencia de Morgan en Tolkien, seguramente de manera sor­prendente, resulta mucho más importante de lo que tradicionalmente se ha dado por sentado. Él era un hombre, que pese a la necesaria pon­deración propia de un miembro de la Iglesia, no tenía problemas en ex­hibir su carácter y su temperamento abierto en una sociedad como la británica caracterizada por su contención y su flema. Es muy probable que su aparente falta de intelecto y erudición no sea sino un reflejo de una personalidad extrovertida y chocante para el entorno social en el que se desenvolvía.

Lo que es innegable, y es un hecho apenas significado entre los bió­grafos y estudiosos de Tolkien, es la intensa relación que compartieron a lo largo de sus vidas, casi como si hubieran sido padre e hijo biológicos. Se ha destacado mucho el contacto de ambos durante los primeros años del autor, pero en cambio, a partir de su mayoría de edad, Morgan ape­nas es citado.
No obstante, eso no significa que su vínculo cesara o se atenuara, por ejemplo, por alguna clase de animadversión hacia él debido a su tem­prana oposición a la relación sentimental entre Tolkien y su futura es­ posa. Por el contrario, en los años de Leeds, la época en que Tolkien ob­tuvo su primera plaza como profesor universitario, Morgan fue un visi­tante habitual de los Tolkien, una costumbre que se mantuvo también durante los primeros años treinta del siglo XX, una vez se trasladaron a Oxford.

Este trabajo revelará igualmente como Francis Morgan procedía por parte española de una familia con unos significados antecedentes en el mundo de las letras, lo que sin duda le aportó un poso intelectual que, aun de forma indirecta, llegó sin duda a Tolkien.
Además, su universo ¡personales mucho más amplio del que se asume unánimemente y porciones de su riqueza vital también debieron transmitirse a Tolkien. Al profundizar en su biografía nos encontramos ante al­guien cuya vida se desarrolló entre dos mundos: por un lado Inglaterra hacia donde le condujo su vocación y donde era el Padre Francis Mor­gan, por otro, Anda lucía, su Puerto de Santa María natal, soleado y ale­gre, refugio vacacional y referencia vital, donde era Curro Morgan, o sim­plemente "El tío Curro", que es cura en Inglaterra.
Por ello, para poder comprender su figura y su influencia, se hace necesario tratar de reconstruir su trayectoria vital, lo que, en cierto modo, significa componer, en un viaje a través del tiempo, un puzle de piezas dispersas entre España y el Reino Unido.
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l. Resulta más que probable que aquellos que se acerquen a este tra­bajo lo hagan debido a su interés por J.R.R. Tolkien, pues aunque pueda entenderse la vida de Francis Morgan desligada de la de su protegido, su relación con éste es, sin duda, uno de los hechos que más llama la aten­ción de su biografía y, en cierto modo, su labor como su tutor constituye una de las tareas principales que le deparó su destino. Como infor­mación complementaria para aquellos que no conozca n en profundidad la biografía de J.R.R. Tolkien, éste nació el 3 de enero de 1892 en Bloem­fontein capital del entonces estado libre de Orange, hoy en día asociado a la República de Sudáfrica. Su padre era director de una sucursal ban­caria en Bloemfontein y allí nacieron sus dos hijos: John Ronald y Hilary. Sin embargo, los niños pasaron poco tiempo en África debido a su mala salud y tras su traslado a Inglaterra y su establecimiento en la zona de Birmingham, de donde era originaria la familia, su infancia vino marcada por la temprana muerte de su padre y, posteriormente, por la de su madre. Ella, que se había convertido al catolicismo hacia el final de su vida, y que por ello debió sufrir el rechazo familiar, dejó a sus hijos bajo la tutela de un sacerdote amigo de la familia:  

el Padre Francis Morgan. J.R.R. Tolkien destacó en sus estudios y se formó en lengua y literatura en Oxford, lugar al que volvería como profesor una vez superada la Primera Guerra Mundial, tras un breve paso por la Universidad de Leeds. En Oxford, Tolkien alcanzó un considerable prestigio y reconocimiento por su tarea docente e investigadora que, sin embargo, no tiene com­paración con la celebridad que le otorgaría su vertiente de escritor de obras de ficción. 

Casi como una vocación secundaria, aunque ligada a su gusto profesional por los idiomas, publicó varias novelas en vida entre las que destacan El Hobbit y especialmente El Señor de Jos Anillos, una de las obras más aclamadas del siglo XX. Póstumamente, se dieron a conocer otras entre las que destaca El Silmarillion. J.R.R. Tolkien murió el 2 de septiembre de 1972.

LA FE DE TOLKIEN
Biografía espiritual


Este libro ofrece una exploración profunda e inédita sobre cómo la religión moldeó la vida y la obra de J.R.R. Tolkien, uno de los escritores más emblemáticos del siglo XX. A través de un detallado estudio biográfico, Holly Ordway desentraña la compleja relación entre la fe personal de Tolkien y su creación literaria, especialmente en "El Señor de los Anillos", que el propio autor describió como una obra "fundamentalmente religiosa y católica". 
Este libro no solo presenta la evolución espiritual de Tolkien, desde su infancia bajo la influencia del catolicismo hasta los desafíos y confirmaciones de su fe durante las guerras y su vida adulta, sino que también muestra cómo estos elementos se entrelazan sutil y profundamente con los relatos de la Tierra Media.

Más allá de las ya conocidas hazañas literarias de Tolkien, “La fe de Tolkien” de Holly Ordway ofrece una visión íntima y personal del autor, revelando cómo sus creencias espirituales y su relación con la fe fueron fundamentales en su proceso creativo. Este enfoque no solo ilumina su vida, sino que también permite apreciar sus libros desde una dimensión más profunda y significativa.
El libro destaca cómo las relaciones personales y los acontecimientos históricos, como su amistad con C.S. Lewis y las experiencias en la Gran Guerra, moldearon y fortalecieron la fe de Tolkien. Estas influencias son clave para entender cómo sus convicciones religiosas se filtraron en sus historias, ofreciendo una nueva perspectiva sobre la creación de personajes y mundos que han cautivado a millones.

Holly Ordway no solo se basa en los escritos conocidos de Tolkien, sino que también explora cartas personales, diarios y entrevistas inéditas que arrojan luz sobre aspectos desconocidos de su vida espiritual. Esta minuciosa investigación aporta una comprensión más completa y matizada sobre cómo su fe y sus experiencias personales se reflejaron en toda su creación literaria.
“La fe de Tolkien” invita a redescubrir los libros de Tolkien con una nueva lente. Al entender la profundidad de sus convicciones religiosas y cómo estas influyeron en su narrativa, podremos encontrar nuevos significados y conexiones en sus historias favoritas. Por eso, este libro, es más que una biografía: es toda una guía para una lectura más enriquecedora y reflexiva de la Tierra Media y más allá.

El hombre tenía un carácter, y muchas cicatrices de su orfandad, pobreza infantil y de la I Guerra Mundial. Luchó con una vena depresiva. A veces era híper sensible y siempre extremadamente crítico. No le gustaban demasiado la Divina Comedia ni la traducción de la Biblia de Ronald Knox (que a C.S. Lewis, sí). Incluso al Padrenuestro puso peros. Lo consideraba redundante: «Mostraba una ligera objeción a la frase «santificado sea tu nombre» que era innecesaria, dado que ya se santifica el nombre cuando se pronuncia «Padre Nuestro». No fue tan generoso con C.S. Lewis como éste con él. De particular importancia para los lectores de Tolkien es lo crítico que era con sus críticos, esto es, su preocupación constante por cortar de raíz cualquier potencial lectura alegórica, aunque los paralelismos entre fe y obra son continuos y, a menudo, voluntarios. Y viceversa:  Tolkien se molestó ante la afirmación de un crítico de que en El señor de los anillos no había nada religioso. 
El libro de Ordway tiene un efecto benéfico: desinhibe al lector que podría estar acogotado por tanta protesta del autor contra cualquier lectura analógica o anagógica. 

Por supuesto, también era muy simpático. Una estudiante estaba desolada porque suspendió un examen. Tolkien lo ofreció una copa de jerez [¡bien!] y le dijo «Pero, querida muchacha, todo el mundo suspende eso» [¡Muy bien!]. Tiene muchos gestos de nobleza: sus cartas a sus hijos o la memoria continua de su madre o su gozo en la camaradería universitaria. Cuando escribe al biógrafo de santo Tomás Moro, Raymond Chambers, que era anglocatólico, y le propone la conversión al catolicismo, le invita a «una causa siempre perdida», pues sabía que eso obligaría mucho más a un caballero que la promesa de la victoria final. 

También lo hace entrañable saberlo un procrastinador empedernido y presa un terror johnsoniano de irse a la cama. Estos detalles dan un retrato complejo, con luces, sombras y, sobre todo, claroscuros; pero la fe lo recoge todo y le da coherencia, sentido final y una luz superior. Quizá si Ordway no hablase de y desde su vida de fe, no podría haber puesto los defectos y las virtudes del escritor genial encima de la mesa con tanta naturalidad, buen humor y esperanza. La autora añade un manejo enriquecedor de los futuribles. Hace múltiples hipótesis: 

«Si Tolkien no se hubiera hecho amigo de Lewis, nunca habría acabado El señor de los anillos, ni mucho menos lo hubiera publicado», por ejemplo. Siempre con honestidad, reconociendo que son conjeturas. Se pone algo más nerviosa cuando tiene que recoger las críticas de Tolkien al Concilio Vaticano II, que se empeña en reconducir como no había hecho antes con ninguna de las otras. Con todo, las plasma junto con iluminadores testimonios contemporáneos, y el lector se hace su composición de lugar. Espero que estos fragmentos también sirvan para que usted se haga la idea de este libro: Tolkien: 

«Soy cristiano (lo que puede deducirse de mis historias)». 
Tolkien confesó en muchas ocasiones que «se le había otorgado una historia como respuesta a una plegaria». Le era imposible desenmarañar entre sí la fe y el arte. 
Priscilla dice de su padre: «El único tipo de música que sé que amaba apasionadamente era el canto litúrgico gregoriano». 
El humor se considera como el núcleo de cualquier moralidad. [Una característica clave de la espiritualidad oratiana.] 
A lo largo de su vida tendería a procrastinar, dedicándose con empeño a cosas que no tenían nada que ver con lo que debería estar haciendo. Su capacidad de concentración era extraordinaria…, pero era excepcionalmente capaz de concentrarse en las distracciones. 
Siempre saludaba elevando el sombrero cuando pasaba junto a una iglesia.
Para 1918, todos salvo uno de mis amigos íntimos habían muerto. 
Tolkien confesó que albergaba «un ardiente rencor privado contra ese pequeño maldito ignorante Adolf Hitler que arruina, pervierte y aplica incorrectamente y vuelve por siempre maldecible ese noble espíritu del norte».
[Carta de Tolkien a sus editores alemanes en 1938] Si debo entender que lo que quieren es averiguar si soy de origen judío, sólo puedo responder que, por lo que sé, lamento no tener antepasados que pertenezcan a ese dotado pueblo 
[Contra la bomba atómica] Que semejantes explosivos estén en manos de hombres mientras su condición moral e intelectual decae… 
Uno de los temas principales de El señor de los anillos es un estudio del ennoblecimiento de los hobbits. […] eran susceptibles de «ennoblecimiento» y héroes más dignos de alabanza que los profesionales. 
Un buen sermón, según Tolkien, necesita tener «algo de arte, algo de virtud y algo de conocimiento». 
Tolkien emborronó la página con sus propias lágrimas mientras escribía [el final de El señor de los anillos]. 
Mantenía un debate constante con la familia y los amigos sobre su creciente alarma y su sentimiento de traición por parte de Roma, especialmente en la época del Concilio Vaticano II, cuando lamentó amargamente la pérdida de la misa latina tradicional y todo lo que aquello implicaba.
«Nada revela tan claramente el poder del Señor Oscuro como el distanciamiento que divide a quienes aún se le oponen». [El elfo Haldir, de Lothlórien] 
La pérdida del latín como un gran golpe, que le afectó de un modo que probablemente nadie pueda entender del todo. 
*
[Un amigo polaco al llegar de su país comunista, le dijo:] «¡Vengo de Mordor!», ejemplo que Tolkien apreció de la aplicabilidad de El señor de los anillos para representar la angustiosa situación política de Polonia. 
C. S. Lewis en una ocasión exclamó, un tanto exasperado que Tolkien era «el hombre más casado que conocía».



Fue su mentor, su tutor legal y, en muchos sentidos, el verdadero padre que el joven Tolkien necesitaba.
Morgan sostuvo a la familia cuando todos les dieron la espalda, abrió las puertas del Oratorio donde Tolkien creció en la fe, alimentó su amor por los libros e incluso le enseñó algo de español. Sin él, el autor de «El Señor de los Anillos» no habría tenido la educación, la estabilidad ni el mundo espiritual que moldearon su obra.
Basado en «El tío Curro» de José Manuel Ferrández Bru y «La fe de Tolkien» de Holly Ordway, este video rescata la historia del hombre que estuvo detrás del creador de la Tierra Media.

Entrevista a José M. Ferrández Bru - Autor de «El Tío Curro: La conexión española de JRR Tolkien»


VER+:



viernes, 12 de diciembre de 2025

EL FALSO ENCANTO DEL VERDUGO CUANDO SE PREMIA AL CULPABLE INICUO SI SONRRIE LO SUFICIENTE EN VENEZUELA por ABSOLUTEDU


EL FALSO ENCANTO DEL VERDUGO
CUANDO SE PREMIA AL CULPABLE INICUO SI SONRRIE LO SUFICIENTE


En los últimos días, hemos visto en redes sociales cómo el poder se reinventa con campañas para manipular emociones… muchos años en el poder nos han dado las herramientas para saber cómo y cuándo lo hacen…
Particularmente, me niego a normalizar esta tendencia de la sobada de espalda y la autofoto complaciente que finalmente busca que se premie al culpable solo porque sonríe lo suficiente.
Lo hemos visto en varios eventos los últimos meses… en Carabobo, Venezuela, en concursos de belleza, en podcast populares y en tantas figuras públicas que, con carisma o fama, buscan borrar responsabilidades. Pero el daño sigue allí, profundo, sistemático y documentado. Y lo repetimos: aplaudir al verdugo también es participar del crimen!!
Nuestro país merece memoria, criterio y ética, no amnesia emocional. Que este mensaje llegue a quien tenga que llegar, porque la reconstrucción de Venezuela no será posible si seguimos confundiendo espectáculo con bondad. 

***
No pensaba decir nada, pero voy hacerlo.. Lo que dices es cierto, pero déjame llevarlo más lejos, porque alguien tiene que decir lo que la mayoría calla por conveniencia o por miedo al linchamiento digital. 

Norbey Marín no analiza: evangeliza. 
Avendaño no interpreta: bendice. 
Nitu Pérez y Casto Ocando no investigan: pontifican. 

Se presentan como voces independientes, cuando en realidad operan como una claque emocional al servicio de una narrativa que no admite fisuras. Son la versión opositora (más sofisticada, si quieres) del mismo mecanismo chavista: 
repetir, justificar, absolver, y atacar todo aquello que ose interrumpir la liturgia de su favorita. Pero, al final, ellos no son la raíz del problema. Son un síntoma. Un espejo turbado que revela lo más incómodo: la cultura política venezolana nunca maduró siguen siendo neonatos inmorales. 

Aquí seguimos atrapados en la misma patología colectiva: el fanatismo como refugio y la idealización como vicio nacional. 
Cambian los nombres, cambian las siglas, cambian los colores; pero la estructura emocional es idéntica: un país que prefiere un sacerdote antes que un pensador, un mesías antes que una institución, un dogma antes que un análisis. 
Líderes de papel: inflados por la desesperación, sostenidos por la fe ciega de imbécil ávidos de esperanza, protegidos por ejércitos de seguidores que confunden crítica con traición y pensamiento con insolencia. Así fue con Chávez, así fue con Capriles, así fue con Guaidó. 

Y ahora (por obra y gracia de la necesidad) muchos quieren repetir el ciclo con María Corina, sin siquiera notar la trampa emocional en la que vuelven a caer. Si ella es la salida, que lo pruebe. Pero la fe no sustituye la estrategia, ni la esperanza reemplaza la inteligencia política. 
La crítica no destruye un proyecto: lo salva del autoengaño, que es nuestro pecado capital como país, imbéciles con derecho al voto. Mientras el venezolano promedio siga necesitando un pastor que le diga qué creer, qué repetir, qué compartir y a quién idolatrar, el país seguirá orbitando alrededor de su misma ruina y miseria psicológica: una ciudadanía que no piensa, solo reacciona; que no evalúa, solo venera; que no exige, solo espera. 
Y esa es la verdadera tragedia. No los analistas maquillados de sabiduría, sino la multitud que confunde devoción con criterio. 

Venezuela no será libre hasta que dejemos de hincarnos ante cualquier figura que prometa redención. La libertad no llega adorando líderes. Llega cuando dejamos de necesitar uno.
JUAN FIGUEROA

Los Amos del Valle: la cúpula que fabrica mesías y entierra repúblicas
ALEJANDRO MARCANO SANTELLI

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jueves, 11 de diciembre de 2025

SENDOS DISCURSOS DEL PREMIO NOBEL DE LA PAZ 🏅 DE JORGEN WATNE FRYDNES y MARÍA CORINA MACHADO LEÍDO POR SU HIJA ANA CORINA SOSA MACHADO


en honor a María Corina Machado 
representando al pueblo oprimido 
y reprimido de Venezuela

"Mientras estamos aquí sentados, en el Ayuntamiento de Oslo, personas inocentes permanecen encerradas en celdas oscuras en Venezuela", declaró Jørgen Watne Frydnes

 La hija de la laureada con el Premio Nobel de la Paz, Ana Corina Sosa, acepta el premio en nombre de su madre Maria Corina Machado de manos del presidente del Comité Nobel, Jorgen Watne Frydnes, durante la ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz en el Ayuntamiento de Oslo, Noruega.


Samantha Sofía Hernández, una joven de 16 años, fue brutalmente secuestrada el mes pasado por miembros encapuchados de las fuerzas de seguridad del régimen de Maduro. Fue sacada de la casa de sus abuelos. No sabemos dónde se encuentra ahora, probablemente en uno de los centros de detención de la dictadura. Puede que esté junto a su padre, quien desapareció sin dejar rastro en enero.

¿Qué habían hecho mal?

Su hermano era soldado, pero se negó a obedecer las órdenes del régimen de cometer actos brutales contra la población.
Por esa falta, toda la familia debía ser castigada.
Eran venezolanos comunes que soñaban con libertad, democracia y derechos.
Por ello, les arrebataron la vida.
Bajo este régimen, ni siquiera los niños son perdonados. Más de 200 menores fueron arrestados tras las elecciones de 2024. Las Naciones Unidas documentaron sus experiencias de la siguiente manera:

bolsas plásticas apretadas sobre la cabeza;
descargas eléctricas en los genitales;
golpes al cuerpo tan brutales que dolía respirar;
violencia sexualizada;
celdas tan frías que provocaban temblores incontrolables;
agua potable contaminada, llena de insectos;
gritos que nadie acudía a detener.

Un niño yacía en la oscuridad susurrando el nombre de su madre, una y otra vez, con la esperanza de que ella no creyera que estaba muerto.
Un muchacho de 16 años logró regresar a casa, tan devastado por las descargas eléctricas y las golpizas que no podía abrazar a su madre sin sentir un dolor punzante en el cuerpo. Durante meses se sobresaltaba con cualquier ruido y casi no dormía. Por las noches despertaba sobresaltado, convencido de que los soldados habían vuelto para reanudar los ataques.
Mientras estamos aquí sentados, en el Ayuntamiento de Oslo, personas inocentes permanecen encerradas en celdas oscuras en Venezuela. No pueden escuchar los discursos que hoy se pronuncian, solo los gritos de los presos torturados. Así es como los poderes autoritarios intentan aplastar a quienes defienden la democracia.

Las Naciones Unidas han declarado que estos actos constituyen crímenes de lesa humanidad.

Este es el régimen (LIBERTICIDA Y REPRESORA) de Nicolás Maduro.

Venezuela ha evolucionado hacia un Estado brutal y autoritario, sumido en una profunda crisis humanitaria y económica. Mientras tanto, una pequeña élite en la cúpula, protegida por el poder político, las armas y la impunidad legal, se enriquece.

A la sombra de esta crisis, miles de mujeres y niños son empujados a la prostitución y la trata de personas. Las hijas simplemente desaparecen. Los niños se convierten en objetos de comercio en manos de criminales que ven la desesperación humana como una oportunidad de negocio.
Una cuarta parte de la población ya ha huido del país: una de las mayores crisis de refugiados del mundo.
Quienes permanecen viven bajo un régimen que silencia, hostiga y ataca sistemáticamente a la oposición.
Venezuela no está sola en esta oscuridad. El mundo va por mal camino. Los autoritarios avanzan.

Debemos plantearnos la pregunta incómoda:

¿por qué nos resulta tan difícil preservar la democracia, una forma de gobierno concebida para proteger nuestra libertad y nuestra paz?
Cuando la democracia pierde, el resultado es más conflicto, más violencia, más guerra.
En 2024 se celebraron más elecciones que en cualquier año anterior, pero cada vez menos son libres y justas. Se abusa del poder de la ley. Se silencian los medios independientes.
Se encarcela a los críticos. Cada vez más países, incluso aquellos con largas tradiciones democráticas, derivan hacia el autoritarismo y el militarismo.
Los regímenes autoritarios aprenden unos de otros. Comparten tecnología y sistemas de propaganda. Detrás de Maduro están Cuba, Rusia, Irán, China y Hezbolá, que proporcionan armas, vigilancia y apoyos económicos. Hacen al régimen más resistente y más brutal.
Y, sin embargo, en medio de esta oscuridad, hay venezolanos que se niegan a rendirse. Que mantienen viva la llama de la democracia. Que no ceden pese al enorme costo personal. Ellos nos recuerdan constantemente lo que está en juego.

Muchos de ellos están hoy aquí:

En el corazón de la lucha por la democracia brilla una verdad sencilla: la democracia es más que una forma de gobierno. Es también la base de una paz duradera.

Millones de venezolanos lo saben.

Año tras año, estudiantes, sindicatos, periodistas, empresarios y ciudadanos comunes se han movilizado en oleadas de resistencia. Han llenado las calles de protestas. Cuando les arrebataron el voto, golpearon cacerolas. Cuando la vigilancia del Estado se volvió ineludible, susurraron.
Personas de todo el espectro político, desde comunistas hasta conservadores, se han alzado para desafiar al régimen. La oposición ha ensayado una estrategia tras otra. Y en todo momento ha dicho: no buscamos venganza, sino justicia; la sacralidad de las urnas; la democracia; la paz.

Pero se les responde que todo eso es imposible. Que fracasarán.
Y cuando los venezolanos pidieron al mundo que mirara, les dimos la espalda.

Mientras perdían derechos, alimentos, salud y seguridad, y finalmente su propio futuro, gran parte del mundo se aferró a viejos relatos. Algunos insistieron en ver a Venezuela como una sociedad igualitaria ideal. Otros solo quisieron verla como un campo de batalla contra el imperialismo. Otros más interpretaron la realidad venezolana como un pulso entre superpotencias, ignorando el coraje de quienes luchan por la libertad en su propio país. Todos ellos comparten algo: la traición moral a quienes realmente viven bajo este régimen brutal.

Si solo apoyas a quienes comparten tus ideas políticas, no has entendido ni la libertad ni la democracia. Sin embargo, muchos críticos se quedan ahí. Ven a las fuerzas democráticas locales cooperando, por necesidad, con actores que les disgustan, y usan eso como excusa para negar su apoyo. Anteponen la convicción ideológica a la solidaridad humana.

¿Cómo debemos juzgar a quienes gastan todas sus energías en señalar los errores de las difíciles decisiones que los valientes defensores de la democracia han tenido que tomar, en lugar de reconocer su coraje y su sacrificio, o preguntarse cómo también nosotros podemos ayudar a combatir la dictadura?

Es fácil aferrarse a los principios cuando la libertad en juego es la de otros. Pero ningún movimiento democrático opera en circunstancias ideales. Sus líderes deben afrontar dilemas que los observadores podemos ignorar cómodamente. Quienes viven bajo una dictadura a menudo tienen que elegir entre lo difícil y lo imposible. Y, sin embargo, muchos de nosotros, desde una distancia segura, exigimos a los líderes democráticos venezolanos una pureza moral que sus adversarios jamás muestran. Esto es irreal, injusto y demuestra ignorancia histórica.

Muchos de los que han subido a este estrado para recibir el Premio Nobel de la Paz, entre ellos Lech Walesa y Nelson Mandela, conocieron bien los dilemas del diálogo. En los sistemas autoritarios, el diálogo puede conducir a mejoras, pero también puede ser una trampa. A menudo se utiliza para ganar tiempo, crear divisiones y controlar la agenda. María Corina Machado ha participado durante años en procesos de diálogo. Nunca ha rechazado el principio de hablar con la otra parte, pero sí ha descartado procesos vacíos.

Paz sin justicia no es paz.
Diálogo sin verdad no es reconciliación.

El futuro de Venezuela puede tomar muchas formas, pero el presente es una sola cosa, y es atroz. Por eso la oposición democrática en Venezuela debe contar con nuestro apoyo, no con nuestra indiferencia o, peor aún, con nuestra condena. Cada día, sus líderes deben escoger un camino que realmente esté a su alcance, no el de la ilusión.

Apoyar el desarrollo democrático es apoyar la paz.

Desde el anuncio del Premio Nobel de la Paz de este año, se ha planteado una pregunta: ¿la democracia realmente conduce a la paz? Los hallazgos de la investigación son claros y la respuesta es sí. No porque la democracia sea perfecta, sino porque sus mecanismos hacen menos probable la guerra.
Las democracias cuentan con válvulas de seguridad: medios libres, estructuras de reparto del poder, tribunales independientes, organizaciones de la sociedad civil y elecciones que permiten cambiar a los gobernantes sin violencia. En este entorno político, las opiniones divergentes no son una amenaza que deba ser reprimida, sino una ventaja.

En una democracia, un líder que ignora los hechos puede ser reemplazado en la siguiente elección. En un régimen autoritario, el líder permanece y elimina a quienes dicen verdades incómodas. La lealtad sustituye a la realidad y se toman decisiones peligrosas en la oscuridad. La guerra siempre es costosa, pero en los regímenes autoritarios no son los líderes quienes pagan el precio más alto.
Por eso las democracias casi nunca van a la guerra entre sí, a diferencia de los Estados autoritarios.

El gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela muestra por qué. Los conflictos se resuelven con fuerza bruta, no mediante negociación. El resultado es una sociedad donde millones son obligados al silencio, con consecuencias que no se detienen en la frontera. La inestabilidad, la violencia y la destrucción sistemática de las instituciones del país han afectado a toda la región, y un país vecino ha sido amenazado con invasión militar. 
Venezuela demuestra, con dolorosa claridad, que el autoritarismo destruye la sociedad desde dentro y exporta inestabilidad.
La democracia no garantiza la paz, pero es el sistema más eficaz que tenemos para prevenir la violencia y el conflicto.
Este razonamiento suele despertar un contraargumento conocido: que la democracia causa desorden y conflicto, que exigir libertad es peligroso. Es un argumento antiguo. Los líderes autoritarios lo han usado durante generaciones para justificar su poder. Hoy lo potencian con desinformación y propaganda, dos de sus armas esenciales.

Señoras y señores:

como ciudadanos de una democracia tenemos el deber de ser críticos con las fuentes de información. Deberían sonar alarmas cuando las opiniones que expresamos coinciden exactamente con las difundidas por uno de los sistemas de desinformación más manipuladores del mundo. En ese caso, no solo estamos difundiendo información, sino la propaganda estratégica de un dictador.
¿Qué debemos pensar cuando leemos que es la oposición venezolana la que amenaza al país con la guerra, que el movimiento democrático desea una invasión? Cuando la narrativa se invierte y las víctimas son presentadas como agresores. Esta es la versión de la realidad que el régimen de Maduro vende al mundo: que es garante de la paz. Pero una paz basada en el miedo, el silencio y la tortura no es paz. Es sumisión, disfrazada de estabilidad.
No, la fuente de la violencia no son los activistas democráticos. Son quienes se aferran al poder. No fue Nelson Mandela quien hizo violenta a Sudáfrica, sino la represión del apartheid frente a las demandas de igualdad. Las oposiciones no iniciaron las prisiones en Bielorrusia, las ejecuciones en Irán ni la persecución en Venezuela. La violencia proviene de los regímenes autoritarios, cuando arremeten contra los reclamos populares de cambio.

Paz y democracia no pueden separarse sin vaciar a ambas de sentido. La paz duradera depende del Estado de derecho, la participación política y el respeto a la dignidad humana.
Antes de discutir nuestras diferencias políticas, debemos establecer algún grado de democracia. Sin ella, no hay distinción significativa entre derecha e izquierda, no hay forma legítima de disentir, no hay política genuina.
La democracia no es un lujo prescindible.
No es un adorno para poner en una estantería.
La democracia es trabajo arduo.
Es acción y negociación.
Es una obligación viva.
Los instrumentos de la democracia son los instrumentos de la paz.

Nos reunimos hoy, por tanto, para defender algo mucho más importante que cualquiera de los lados de una división política o ideológica. Nos reunimos para defender la democracia misma, el fundamento sobre el cual descansa una paz duradera.

Cuando las personas se niegan a entregar la democracia, se niegan a entregar la paz. Alguien que lo entiende bien es María Corina Machado.
Como fundadora de Súmate, una organización dedicada a construir democracia, la señora Machado dio un paso al frente hace más de dos décadas para defender elecciones libres y justas. Como ella misma lo expresó: "Fue una elección entre votos y balas".
Desde cargos públicos y desde la sociedad civil, la señora Machado ha defendido la independencia judicial, los derechos humanos y la representación popular. Ha dedicado años a trabajar por la libertad del pueblo venezolano.
La elección presidencial de 2024 fue un factor clave en la decisión de otorgarle el Premio Nobel de la Paz de este año. Machado fue la candidata presidencial de la oposición y la voz unificadora de la esperanza. Cuando el régimen bloqueó su candidatura, el movimiento pudo haberse desmoronado, pero ella respaldó a Edmundo González Urrutia y la oposición se mantuvo unida.

La oposición encontró un terreno común en la exigencia de elecciones libres y un gobierno representativo. Esa es la base misma de la democracia: nuestra disposición compartida a defender el principio del gobierno popular, aun cuando discrepemos en políticas públicas. En un momento en que la democracia está amenazada en todo el mundo, defender este terreno común es más importante que nunca.

Cientos de miles de voluntarios se movilizaron, cruzando divisiones políticas. Fueron capacitados como observadores electorales y utilizaron la tecnología de nuevas formas para documentar cada etapa del proceso. Hasta un millón de personas vigilaron los centros de votación en todo el país. Subieron actas, fotografiaron registros y aseguraron copias antes de que el régimen pudiera destruirlas. Defendieron esa documentación con sus vidas y luego se aseguraron de que el mundo conociera los resultados.

Fue una movilización de base sin precedentes en Venezuela, y probablemente en el mundo: ciudadanos comunes realizando un trabajo sistemático, de alta tecnología, en un ambiente de amenazas, vigilancia y violencia.
Los esfuerzos de este movimiento democrático, antes y después de la elección, fueron innovadores y valientes, pacíficos y democráticos.
La oposición recibió apoyo internacional cuando sus líderes divulgaron los resultados recopilados en los centros electorales del país, que mostraban una victoria clara de la oposición. Pero el régimen lo negó todo, falsificó los resultados y se aferró al poder por la fuerza.

Durante el último año, la señora Machado ha tenido que vivir en la clandestinidad. A pesar de las graves amenazas, ha permanecido en el país, inspirando a millones.
Recibe el Premio Nobel de la Paz 2025 por su incansable labor en favor de los derechos democráticos del pueblo venezolano y por su lucha para lograr una transición pacífica y justa de la dictadura a la democracia.

Durante mucho tiempo, la oposición venezolana ha recurrido a la caja de herramientas de la democracia para llevar adelante su campaña civil y pacífica. A lo largo de los años, Machado y sus aliados han debido adaptarse y cambiar de tácticas, utilizando casi todos los instrumentos democráticos: desde el boicot electoral, cuando el sistema estaba demasiado corrompido, hasta la participación cuando pequeñas aperturas lo permitieron. Han probado el diálogo, la organización, la movilización y una amplia documentación electoral.

Machado ha pedido atención, apoyo y presión internacional, no una invasión de Venezuela. Ha exhortado a la población a defender sus derechos por medios pacíficos y democráticos.
La investigación sobre la paz es clara: la movilización masiva y no violenta es uno de los métodos más eficaces para lograr cambios políticos en una dictadura. Cuando un pueblo se moviliza, la comunidad internacional ejerce una presión fuerte y las fuerzas de seguridad se abstienen de reprimir violentamente, puede alcanzarse un punto de inflexión.
Como líder del movimiento democrático en Venezuela, María Corina Machado es uno de los ejemplos más extraordinarios de coraje civil en la historia reciente de América Latina.

El Premio Nobel de la Paz de este año cumple los tres criterios establecidos en el testamento de Alfred Nobel. 
Primero, la oposición venezolana ha unido a movimientos políticos, organizaciones de la sociedad civil y ciudadanos comunes en torno a un objetivo: restaurar la democracia. Reunir a grupos diversos que antes se oponían entre sí es el equivalente moderno de lo que Nobel llamaba la celebración de congresos por la paz.
Segundo, el movimiento democrático venezolano se ha opuesto a la militarización de la sociedad. El régimen ha armado a miles de grupos, ha autorizado a bandas paramilitares a cometer abusos e invitado a fuerzas militares extranjeras al país, acelerando así la militarización. Al documentar abusos y exigir rendición de cuentas, la oposición busca fortalecer la autoridad civil democrática y revertir la influencia de las armas, cumpliendo con el criterio de Nobel de promover la paz mediante el desarme.
Tercero, la verdadera fraternidad que Alfred Nobel imaginó requiere democracia. Solo cuando las personas pueden elegir a sus líderes y hablar sin miedo puede arraigar la paz, dentro de una sociedad y entre países. La democracia es la forma más elevada de fraternidad y el camino más seguro hacia una paz duradera.

Por eso, hoy, en este salón, con toda la solemnidad que acompaña al Premio Nobel de la Paz, decimos lo que los líderes autoritarios más temen oír:
Su poder no es permanente.
Su violencia no prevalecerá sobre un pueblo que se levanta y resiste.

Señor (TIRANO HUMANICIDA) Maduro:

acepte los resultados electorales y dé un paso al costado.
Siente las bases de una transición pacífica a la democracia.
Porque esa es la voluntad del pueblo venezolano.

María Corina Machado y la oposición venezolana han encendido una llama que ninguna tortura, ninguna mentira ni ningún miedo podrán apagar.
Cuando se escriba la historia de nuestro tiempo, no destacarán los nombres de los gobernantes autoritarios, sino los de quienes se atrevieron a resistir.
Quienes se mantuvieron firmes ante el peligro.
Quienes continuaron cuando otros se rindieron.

Carl von Ossietzky.
Andréi Sájarov.
Nelson Mandela.

A lo largo de su historia, el Comité Nobel noruego ha honrado a mujeres y hombres valientes que se enfrentaron a la represión, que llevaron la esperanza de la libertad a las celdas, las calles y las plazas públicas, y demostraron con sus actos que la resistencia puede cambiar el mundo.

Hoy la honramos a usted, María Corina Machado.

Rendimos homenaje también a todos los que esperan en la oscuridad.
A todos los que han sido detenidos y torturados, o han desaparecido.
A todos los que siguen esperando.
A todos los que en Caracas y en otras ciudades de Venezuela están obligados a susurrar el lenguaje de la libertad.

Que nos escuchen ahora.
Que comprendan que el mundo no les da la espalda.
Que la libertad se acerca.
Y que Venezuela será pacífica y democrática.
Que amanezca una nueva era.



"Majestades, altezas reales, distinguidos miembros del Comité Noruego del Nobel, ciudadanos del mundo, mis queridos venezolanos:

He venido aquí para contaros una historia: la historia de un pueblo y su larga marcha hacia la libertad.
Esta marcha me trae aquí hoy como una voz entre millones de venezolanos que se levantaron, una vez más, para reclamar el destino que siempre fue suyo.
Venezuela nació de la audacia, moldeada por pueblos y culturas entrelazados. De España heredamos una lengua, una cultura y una fe que se fusionaron con raíces ancestrales indígenas y africanas.

En 1811, redactamos la primera constitución del mundo hispanohablante, una de las primeras constituciones republicanas del mundo, que afirmaba la idea radical de que todo ser humano posee una dignidad soberana. Esta constitución consagró la ciudadanía, los derechos individuales, la libertad religiosa y la separación de poderes.
Nuestros antepasados cargaron con la libertad. Cruzaron todo un continente, desde las orillas del Orinoco hasta las alturas del Potosí, para contribuir al surgimiento de sociedades de ciudadanos libres e iguales, convencidos de que la libertad nunca es plena si no se comparte.

Desde el principio, creímos en algo simple e inmenso: que todos los seres humanos nacen para ser libres. Esa convicción se convirtió en nuestra alma nacional.
En el siglo XX, la tierra se abrió: en 1922, el Reventón de La Rosa entró en erupción durante nueve días: una fuente de petróleo y de posibilidades.
En paz, convertimos esa riqueza repentina en un motor de conocimiento e imaginación.

Gracias al ingenio de nuestros científicos, erradicamos enfermedades. Construimos universidades de prestigio mundial, museos y salas de conciertos, y enviamos a miles de jóvenes venezolanos al extranjero mediante becas, confiando en que las mentes libres regresarían en forma de transformación. Nuestras ciudades brillaron con el arte cinético de Cruz-Diez y Soto.

Forjamos acero, aluminio y energía hidroeléctrica: prueba de que Venezuela podía construir cualquier cosa que se atreviera a imaginar.

Venezuela también se convirtió en refugio.

Abrimos nuestros brazos a migrantes y exiliados de todos los rincones de la tierra: españoles que huían de la guerra civil; italianos y portugueses que escapaban de la pobreza y la dictadura; judíos después del Holocausto; chilenos, argentinos y uruguayos que escapaban de regímenes militares; cubanos que escapaban del comunismo y familias de Colombia, Líbano y Siria que buscaban la paz.

Les dimos casas, escuelas, seguridad. Y se convirtieron en venezolanos.

Esto es Venezuela.

Construimos una democracia que se convirtió en la más estable de América Latina y la libertad se desplegó como una fuerza creativa.
Pero incluso la democracia más fuerte se debilita cuando sus ciudadanos olvidan que la libertad no es algo que esperamos, sino algo en lo que nos convertimos.
Es una elección personal y deliberada, y la suma de esas elecciones forma el ethos cívico que debe renovarse cada día.
La concentración de los ingresos petroleros en el Estado creó incentivos perversos: le dio al gobierno un inmenso poder sobre la sociedad que se convirtió en privilegio, clientelismo y corrupción.

Mi generación nació en una democracia vibrante y la dábamos por sentada. Asumíamos que la libertad era tan permanente como el aire que respirábamos. Apreciábamos nuestros derechos, pero olvidábamos nuestros deberes.
Fui criado por un padre cuyo trabajo de vida —construir, crear, servir— me enseñó que amar a este país significaba asumir la responsabilidad de su futuro.
Para cuando reconocimos la fragilidad de nuestras instituciones, un hombre que encabezó un golpe militar para derrocar la democracia fue elegido presidente. Muchos pensaron que el carisma podía sustituir al estado de derecho.
A partir de 1999, el régimen desmanteló nuestra democracia: violó la Constitución, falsificó nuestra historia, corrompió a los militares, purgó a los jueces independientes, censuró a la prensa, manipuló las elecciones, persiguió a la disidencia y devastó nuestra extraordinaria biodiversidad.

La riqueza petrolera no se utilizó para elevar, sino para atar.
Lavadoras y refrigeradores fueron entregados en la televisión nacional a familias que vivían en pisos de tierra, no como progreso sino como espectáculo.
Los apartamentos destinados a viviendas sociales fueron entregados a unos pocos seleccionados como recompensa condicional por su obediencia.

Y luego vino la ruina:

Corrupción obscena; saqueo histórico. Durante el régimen, Venezuela recibió más ingresos petroleros que en todo el siglo anterior. Y todo fue robado.
El dinero del petróleo se convirtió en una herramienta para comprar lealtad en el exterior, mientras que en el país los grupos criminales y terroristas internacionales se fusionaron con el Estado.

La economía se derrumbó en más del 80%.
La pobreza superó el 86%.
Nueve millones de venezolanos se vieron obligados a huir.
Éstas no son estadísticas; son heridas abiertas.
Mientras tanto, ocurrió algo más profundo y corrosivo. 

Fue un método deliberado:

Dividir a la sociedad por ideología, por raza, por origen, por estilos de vida; empujando a los venezolanos a desconfiar unos de otros, a silenciarse, a ver enemigos en los demás. Nos asfixiaron, nos hicieron prisioneros, nos asesinaron, nos obligaron al exilio.
Habían sido casi tres décadas de lucha contra una dictadura brutal.
Y lo habíamos intentado todo: diálogos traicionados, protestas de millones aplastadas, elecciones pervertidas.

La esperanza se desvaneció por completo, y la creencia en cualquier futuro se volvió imposible. La idea del cambio parecía ingenua o descabellada. Imposible.
Sin embargo, desde lo más profundo de esa desesperación, un paso que parecía modesto, casi procedimental, desató una fuerza que cambió el curso de nuestra historia.
Decidimos, contra todo pronóstico, convocar elecciones primarias. Un acto de rebelión improbable. Optamos por confiar en el pueblo.
Para reencontrarnos, viajamos por carretera y por caminos de tierra en un país con escasez de gasolina, apagones diarios y comunicaciones colapsadas.

Sin publicidad, sin dinero ni medios dispuestos a pronunciar nuestros nombres, la cruzamos armados sólo de convicción.
El boca a boca era nuestra red de esperanza, y se difundió más rápido que cualquier campaña. Porque nuestro deseo de libertad estaba muy vivo en nosotros.

La migración forzada, que pretendía fracturarnos, nos unió en torno a un propósito sagrado: reunir a nuestras familias en nuestra tierra. Los abuelos me confesaron su mayor temor: morir antes de conocer a sus nietos en el extranjero; las niñas, con la voz demasiado baja para tanto dolor, me rogaron que trajera de vuelta a sus madres y hermanos dispersos por continentes.

Nuestro dolor se fusionó en un solo latido: traer a nuestros hijos a casa, ahora.
En mayo de 2023, durante una manifestación en el pequeño pueblo de Nirgua, una maestra llamada Carmen se me acercó. Me contó que acababa de encontrarse con su Jefa de Calle: una agente del régimen asignada a la cuadra de Carmen que decide, casa por casa, quién recibe una bolsa de comida mensual y quién es castigado con hambre.

Impresionada al ver a esta mujer allí, Carmen le preguntó: "¿Por qué estás aquí?"

La Jefa de Calle respondió: «Mi único hijo, que huyó a Perú, me pidió que estuviera aquí hoy. Me dijo que si ganaba, regresaría a casa. Dígame qué tengo que hacer».
Ese día, el amor venció al miedo.
Dos semanas después, llegamos a Delicias, un pequeño pueblo absorbido por la guerrilla colombiana y el narcotráfico, donde ni siquiera se puede vender un pollo sin permiso de un criminal. Ningún candidato había ido allí desde 1978.
Mientras subíamos la montaña, vi banderas venezolanas ondeando en cada humilde hogar. Pregunté ingenuamente si era un día festivo nacional. Alguien susurró: «No. Aquí la bandera permanece oculta. Sacarla es peligroso. Hoy la izaron para agradecerles por atreverse a venir. Ustedes se irán… pero nosotros seguiremos identificados».

Familias enteras se enfrentaron a los grupos armados que controlaban sus vidas. Y cuando cantamos juntos el himno nacional, la soberanía regresó en un coro único, frágil y desafiante.

Ese día, el coraje derrotó a la opresión.
Nuestras reuniones se convirtieron en encuentros íntimos de miles de personas.
Nos abrazamos, lloramos, oramos.
Entendimos que nuestra lucha era mucho más que electoral.
Era ética: la lucha por la verdad.
Existencial: la lucha por la vida. Espiritual: la lucha por el bien.

A menos de un año de las elecciones presidenciales, tuvimos que unir a todas las fuerzas democráticas y restaurar la confianza en el voto. Las primarias se convirtieron en ese momento: un esfuerzo cívico auto-organizado que construyó una red ciudadana nacional como nunca antes se había visto en Venezuela.

El 22 de octubre de 2023, contra todo pronóstico, Venezuela despertó.
La diáspora, un tercio de nuestra nación, reclamó su derecho al voto.
El hijo que se fue emitió su voto junto a la madre que se quedó.
Las filas se extendían por cuadras enteras. La participación fue tan abrumadora que se agotaron las papeletas. Confiamos en la gente, y ellos confiaron en nosotros.

Lo que comenzó como un mecanismo para legitimar el liderazgo se convirtió en el renacimiento de la confianza de una nación en sí misma. Ese día, recibí un mandato: una responsabilidad que trascendía cualquier ambición individual. Me sentí humilde y profundamente consciente del peso que se me había confiado.
Amenazado por esa verdad, el régimen me prohibió postularme a la presidencia. Fue un duro golpe, pero los mandatos pertenecen al pueblo.
Así que nos propusimos encontrar otro candidato que pudiera ocupar mi lugar.

Edmundo González Urrutia dio un paso al frente: un exdiplomático sereno y valiente. El régimen creía que no representaba ninguna amenaza.
Subestimaron la determinación de millones de ciudadanos: una sociedad plural y vibrante que, en toda su diversidad, encontró unidad en un propósito común. Comunidades, partidos políticos, sindicatos, estudiantes y la sociedad civil se unieron y trabajaron como uno solo para que se escuchara la voz de una nación.

Estábamos a tres meses del día de las elecciones y casi nadie sabía su nombre.
Pero los votos no bastaban; teníamos que defenderlos. Durante más de un año, habíamos estado construyendo la infraestructura para hacerlo:
600.000 voluntarios en 30.000 colegios electorales; aplicaciones para escanear códigos QR, plataformas digitales, centros de llamadas para la diáspora. Desplegamos escáneres, antenas Starlink y computadoras portátiles ocultas en camiones de fruta hasta los rincones más remotos de Venezuela. La tecnología se convirtió en una herramienta para la libertad.
Se llevaban a cabo sesiones de entrenamiento secretas al amanecer en trastiendas, cocinas y sótanos de iglesias, utilizando materiales impresos que se trasladaban por toda Venezuela como contrabando.

Finalmente, llegó el día de las elecciones, el 28 de julio de 2024. Antes del amanecer, las filas se extendían por toda la ciudad. Una esperanza silenciosa y temblorosa llenaba el aire. Nuestro seguimiento en vivo mostraba un aumento de la participación en todos los estados y municipios. Y entonces empezaron a llegar las actas electorales —las famosas actas, la prueba sagrada de la voluntad popular—: primero por teléfono, luego por WhatsApp, luego fotografiadas, luego escaneadas y, finalmente, llevadas a mano, en mula, incluso en canoa.

Llegaron de todas partes, una erupción de verdad, porque miles de ciudadanos arriesgaron su libertad para protegerlos.
Ante nuestra aplastante victoria, el régimen emitió una orden desesperada: los soldados debían expulsar a nuestros voluntarios de los centros de votación e impedirles recibir las actas originales a las que legalmente tenían derecho.
Pero los soldados desobedecieron.

Edmundo González ganó con el 67% de los votos, en todos los estados, ciudades y pueblos.

Cada una de las actas contaba la misma historia.
En cuestión de horas, se digitalizaron y se publicaron en un sitio web para que todo el mundo pudiera verlos.
La dictadura respondió con el terror.
2.500 personas secuestradas, desaparecidas y torturadas.
Casas marcadas.
Familias enteras tomadas como rehenes.
Sacerdotes, profesores, enfermeras, estudiantes, cualquiera que compartiera un acta de conteo, perseguido.
Se trata de crímenes de lesa humanidad, documentados por las Naciones Unidas. Terrorismo de Estado, desplegado para sepultar la voluntad popular.

Algunos de los más de 220 niños detenidos tras las elecciones fueron electrocutados, golpeados y asfixiados hasta que repitieron la mentira que el régimen necesitaba, incriminándose falsamente de haber sido pagados por mí para protestar. Las mujeres y niñas en prisión están siendo sometidas a esclavitud sexual, obligadas a soportar abusos a cambio de una visita familiar, una comida o la oportunidad de bañarse.

Y aún así, el pueblo venezolano no se rindió.

Durante estos últimos dieciséis meses en la clandestinidad, hemos construido nuevas redes de presión cívica y desobediencia disciplinada, preparando la transición ordenada de Venezuela a la democracia.
Así es como llegamos a este día, un día que lleva el eco de millones de personas que están en el umbral de la libertad.

Este premio tiene un significado profundo; recuerda al mundo que la democracia es esencial para la paz.
Y más que nada, lo que los venezolanos podemos ofrecer al mundo es la lección forjada en este largo y difícil camino: que para tener democracia, debemos estar dispuestos a luchar por la libertad.
Y la libertad es una elección que debe renovarse cada día, medida por nuestra voluntad y nuestro coraje para defenderla.

Por eso, la causa de Venezuela trasciende nuestras fronteras. Un pueblo que elige la libertad contribuye no solo a sí mismo, sino a la humanidad.
Alcanzamos la libertad sólo cuando nos negamos a darnos la espalda a nosotros mismos; cuando enfrentamos la verdad directamente, no importa lo dolorosa que sea; cuando el amor por lo que realmente importa en la vida nos da la fuerza para perseverar y prevalecer.

Solo mediante esa alineación interior, esa integridad vital, alcanzamos nuestro destino. Solo entonces nos convertimos en quienes realmente somos, capaces de vivir una vida digna de ser vivida.
A lo largo de esta marcha hacia la libertad, hemos adquirido profundas certezas del alma, verdades que han dado a nuestras vidas un significado más profundo y nos han preparado para construir un gran futuro en paz.

Por lo tanto, la paz es en última instancia un acto de amor.
Este amor ya ha puesto en marcha nuestro futuro.
Venezuela volverá a respirar.

Abriremos las puertas de las prisiones y veremos a miles de personas que fueron detenidas injustamente salir al cálido sol, abrazadas finalmente por quienes nunca dejaron de luchar por ellos.
Veremos a las abuelas sentar a los niños en sus regazos para contarles historias no de antepasados lejanos, sino del coraje de sus propios padres.
Veremos a nuestros estudiantes debatir ideas con pasión y sin miedo, y sus voces alzándose finalmente con libertad.
Nos abrazaremos de nuevo. Nos volveremos a enamorar. Escucharemos nuestras calles llenarse de risas y música.
Todas las alegrías sencillas que el mundo da por sentadas serán nuestras.

Queridos venezolanos, el mundo se ha maravillado con lo que hemos logrado. Y pronto presenciará uno de los momentos más conmovedores de nuestro tiempo: el regreso de nuestros seres queridos a casa. Y volveré al puente Simón Bolívar, donde una vez lloré entre los miles que se marchaban, para darles la bienvenida a la vida luminosa que nos espera.
Porque al final nuestro viaje hacia la libertad siempre ha vivido dentro de nosotros.
Estamos volviendo a nosotros mismos. Estamos volviendo a casa.

Permítanme honrar a los héroes de este viaje:

Nuestros presos políticos, los perseguidos, sus familias y todos los que defienden los derechos humanos; aquellos que nos abrigaron, nos alimentaron y arriesgaron todo para protegernos; los periodistas que se negaron al silencio, los artistas que llevaron nuestra voz; mi excepcional equipo, mis mentores, mis compañeros activistas políticos y sociales; los líderes de todo el mundo que se unieron y defendieron nuestra causa; mis tres hijos, mi adorado padre, mi madre, mis tres hermanas, mi valiente y amoroso esposo, quienes me han apoyado a lo largo de mi vida; y sobre todo, los millones de venezolanos anónimos que arriesgaron sus hogares, sus familias y sus vidas por amor.

A ellos pertenece este honor.
A ellos les pertenece este día.
A ellos les pertenece el futuro.

Gracias.

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