EL Rincón de Yanka

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lunes, 24 de noviembre de 2025

LIBRO "ALHUCENAS 1925: CIEN AÑOS DEL HISTÓRICO DESEMBARCO" 🚢

ALHUCENAS 1925
CIEN AÑOS 
DEL HISTÓRICO DESEMBARCO

La operación conjunto-combinada 
que facilitó el fin de una guerra

La Comisión Española de Historia Militar emprendió durante 2024 un proyecto para elaborar un libro con motivo del centenario del desembarco de Alhucemas que tuvo lugar a principios de septiembre de 1925. Tiene por objeto esta publicación divulgar y conmemorar los antecedentes, características y trascendencia del planeamiento y ejecución de estas operaciones militares con un enfoque conjunto-combinado, desde un punto de vista estratégico, operacional y táctico, y teniendo en cuenta las circunstancias y alcance histórico, nacional e internacional, y que si bien pretende abarcar la operación desde una perspectiva global, tienen especial interés y preeminencia los aspectos militares de la operación.

El valor del desembarco de Alhucemas, a cien años de su ejecución, debe contemplarse desde una visión general como el principio del fin del conflicto al que España tuvo que enfrentarse en el Protectorado del Rif pues fue clave para conseguir la pacificación del Protectorado casi dos años después de ocupar la zona occidental de la bahía de Alhucemas. Sigue siendo un referente en la historia militar internacional y un legado de innovación, perseverancia y valor para las Fuerzas Armadas españolas. Con esta obra, no solo conmemora este episodio histórico, sino que también se rinde tributo al esfuerzo colectivo de todos los civiles y militares que hicieron posible este éxito.


Los diversos autores que participan en la obra, todos especialistas procedentes tanto del ámbito civil como militar, nos ofrecen una visión integral de la relevancia histórico y militar de este primer desembarco conjunto combinado que fue innovador en la historia militar y que, incluso, marcó la doctrina anfibia del US Marine Corps en la década siguiente. Gracias además a sus gráficas y anexos, este trabajo se convierte, así, en un referente bibliográfico a la hora de ampliar el estudio de esta operación.

De este modo, en el libro podemos encontrar detallado el contexto histórico y geopolítico, la necesidad de una operación decisiva en el Rif, la planificación del desembarco y sus problemas logísticos, la coordinación de las armas aéreas, terrestres y navales, las innovaciones técnicas y tácticas y, por supuesto, todas las acciones realizadas desde que los primeros hombres pisan la playa de la Cebadilla hasta que se alcanzan todos los objetivos marcados.

Pinchando en el enlace se accede a la ficha de esta obra en el Portal de Publicaciones del Ministerio de Defensa, desde donde podemos descargarlo de manera gratuita en formato pdf o realizar su compra online en formato papel.

PRESENTACIÓN

Teodoro E. López Calderón
Almirante General 
Jefe de Estado Mayor de la Defensa

El desembarco de Alhucemas, ejecutado el 8 de septiembre de 1925, marcó un hito en la historia militar mundial al ser la primera operación conjunto-combinada de la historia. Este hecho no solo estableció la autoridad del sultán de Marruecos en un territorio rebelde, sino que también sentó las bases para las operaciones anfibias modernas, que serían replicadas y perfeccionadas en conflictos posteriores, como en la Segunda Guerra Mundial. 
La presente obra, editada por la Comisión Española de Historia Militar, conmemora el centenario de este episodio singular, rescatando las lecciones que, casi un siglo después, siguen siendo de una vigencia extraordinaria. 

El éxito del desembarco de Alhucemas fue el resultado de la superación de un reto que ha estado presente en la historia militar y de la aplicación de una innovación visionaria. Por un lado, la siempre ardua tarea de hacer converger las voluntades y combinar las fuerzas de dos naciones distintas —España y Francia— hacia la consecución de un mismo fin y, por otro lado, y clave principal y diferenciadora en este caso, la integración efectiva de medios terrestres, navales y aéreos en una acción conjunta fundamentada en el valor de las fuerzas participantes. Esta operación demostró que la coordinación entre Ejército, Armada y una naciente fuerza aérea, en ese momento integrada en ambos, respaldada por un mando decidido, un planeamiento riguroso y el valor y determinación de nuestros soldados, marinos y aviadores, permiten superar los desafíos más complejos en los entornos operativos más desafiantes. Alhucemas no solo representa un triunfo táctico, sino también un ejemplo de cómo la adaptación a los cambios tecnológicos y doctrinales puede transformar el arte de la guerra. 

Hoy, al conmemorar esta gesta, nos encontramos en un momento crucial para nuestras Fuerzas Armadas. La emergencia de un nuevo entorno operativo en continua evolución, caracterizado por el concepto de operaciones multidominio, plantea retos que demandan la misma capacidad de innovación y adaptación que demostró España hace casi un siglo en Alhucemas. En este nuevo paradigma, las dimensiones cibernética, espacial y cognitiva se suman a los dominios terrestre, naval y aéreo tradicionales, exigiendo una integración aún más compleja y un enfoque más holístico, así como el mismo valor y espíritu de combate. 

El compromiso de España con la excelencia operativa y la adaptación al cambio también debe inspirarse en su legado histórico. Si fuimos pioneros entonces, debemos serlo también ahora, liderando el desarrollo de capacidades que, con el mismo espíritu de lucha, nos permita operar con eficacia en un entorno complejo y tecnológicamente avanzado. La integración de inteligencia artificial, sistemas autónomos y capacidades cibernéticas y espaciales en nuestras doctrinas y estructuras operativas representa nuestro actual desafío, que está plenamente alineado con el espíritu innovador de Alhucemas. 

Esta obra no es solo un tributo al pasado, sino también una inspiración para el futuro. Las enseñanzas extraídas del desembarco de Alhucemas nos recuerdan que el valor, la adaptación, la innovación y la colaboración son los pilares sobre los que se construyen los éxitos operativos. Asimismo, subraya la importancia de la formación, la preparación y el don de mando como factores esenciales para afrontar los retos que plantea el entorno multidominio. 

Confiamos en que esta obra inspire a todos aquellos que tienen la responsabilidad de guiar nuestras Fuerzas Armadas hacia el futuro. El espíritu innovador que definió el desembarco de Alhucemas debe continuar guiando nuestras acciones en un mundo cada vez más complejo y desafiante. Si Alhucemas marcó un antes y un después en la historia militar del siglo XX, hoy, a cien años de distancia, nos corresponde a nosotros definir el rumbo de las operaciones del siglo XXI, honrando nuestro pasado mientras construimos nuestro futuro.

El Desembarco de ALHUCEMAS. 100 años de un hito de la Historia Militar

ALHUCENAS 1925 CIEN AÑOS DEL HISTÓRICO DESEMBARCO by Yanka


domingo, 23 de noviembre de 2025

LIBRO "HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA" ⛪ VOLUMEN I. EDAD ANTIGUA por P. GABRIEL CALVO ZARRAUTE


HISTORIA 
DE LA IGLESIA 
CATÓLICA

VOLUMEN I. EDAD ANTIGUA

Historia de la Iglesia Católica (Antigüedad) es un manual claro y fiel que recorre, en clave apologética, desde el mundo romano y judío en la “plenitud de los tiempos” hasta el apogeo visigótico. Con prólogo de Mons. Athanasius Schneider, presenta clases con esquemas, exámenes y bibliografías para estudiar, enseñar y evangelizar.
Encontrarás la fundación divina de la Iglesia, el primado de San Pedro, Pentecostés y la misión de San Pablo; el crecimiento entre persecuciones (de Nerón a Diocleciano) y la paz de Constantino; las grandes herejías y concilios (Nicea, Constantinopla, Éfeso, Calcedonia) con figuras como San Atanasio, San Agustín, San León y San Gregorio Magno. Atiende con especial cuidado a Hispania (Concilios de Toledo), al monacato (San Benito), a la liturgia antigua y al arte cristiano. Incluye síntesis histórica y teológica y un anexo canónico.
Para laicos, catequistas, docentes y clero: una guía práctica para formarte y formar, defendiendo la fe con rigor, claridad y esperanza.
En un tiempo dominado por la inmediatez y los “resúmenes de 60 segundos”, este libro llega como un antídoto: una guía sólida, clara y profundamente católica para comprender cómo nació, creció y se defendió la Iglesia desde los orígenes hasta las primeras invasiones musulmanas. Historia de la Iglesia Católica. Edad Antigua (Vol. I) no es solo un manual: es una herramienta formativa y apologética pensada para lectores que quieren anclar su fe en hechos, fuentes y doctrina segura.

1) Un libro necesario hoy

Muchos católicos intuyen que la crisis cultural y eclesial no se supera con opiniones, sino con formación seria. Este volumen ofrece precisamente eso: una lectura ordenada de los primeros siglos, sin ideologías, sin atajos, y con el respaldo de un autor cualificado. Conocer la historia real (santos, mártires, concilios, herejías y reformas) robustece la inteligencia y el corazón, y vacuna contra errores que reaparecen con nuevos nombres.

2) Qué hace distinto a este volumen

a) Rigor histórico con criterio católico

El P. Gabriel Calvo Zarraute integra contexto político y social (Roma, judaísmo del Segundo Templo) con la vida interna de la Iglesia (jerarquía, liturgia y sacramentos), ofreciendo un cuadro completo. No se limita a cronologías: explica por qué ocurrieron las cosas y qué significan para la fe.

b) Enfoque apologético (sin perder método)

Cuando aborda controversias —donatismo, arrianismo, pelagianismo, nestorianismo, monofisismo, etc.— no se queda en la erudición: muestra el núcleo doctrinal en juego y la respuesta católica. El lector comprende cómo y por qué la Iglesia definió la verdad frente al error. Esto es oro para catequistas, docentes y evangelizadores.

c) Claridad pedagógica

El libro está estructurado con temas y subtemas que facilitan el estudio gradual: empieza por el mundo romano y judío, continúa con los apóstoles (Pedro, Pablo, Juan), avanza por persecuciones, concilios y Padres de la Iglesia, y culmina en la transición tardoantigua. La progresión es natural: del contexto al dogma, de los hechos a su sentido.

d) Hispania en el mapa de la Iglesia

No es frecuente encontrar manuales que integren con solvencia la Iglesia visigoda, los concilios de Toledo, el rito hispánico y figuras como San Isidoro de Sevilla. Este volumen lo hace, y eso enriquece muchísimo al lector hispanohablante.

e) Autor cualificado y prólogo de peso

El P. Gabriel Calvo Zarraute es sacerdote de la Archidiócesis de Toledo, con sólida formación en Teología Fundamental, Historia de la Iglesia y Derecho Canónico, y trayectoria docente e investigadora. Además, el libro cuenta con prólogo de S.E.R. Mons. Athanasius Schneider, que subraya el valor espiritual de estudiar la historia real —la de santos y pecadores— como camino para amar más a la Iglesia.

3) Qué aprenderás al terminarlo 

A leer la historia de salvación encarnada en hechos: persecuciones, conversiones, concilios y misiones.
A distinguir desarrollo doctrinal de deformación ideológica.
A reconocer patrones: cómo vuelven antiguos errores con nombres nuevos.
A situar la liturgia, los sacramentos y la jerarquía en su historia concreta (y por qué importa hoy).
A integrar la historia de Hispania en el conjunto de la Cristiandad.

4) Para quién es ideal

Fieles que desean formarse de verdad sin mezclar fe con moda ideológica.
Catequistas, profesores y responsables de formación que necesitan material fiable.
Sacerdotes y religiosos que buscan una síntesis didáctica para cursos, grupos o catecumenados.
Estudiantes y autodidactas que quieren un itinerario completo y bien organizado.

5) Cómo sacarle aún más provecho

El libro es autónomo y se disfruta por sí mismo. Pero si deseas un itinerario totalmente guiado, en la Escuela de Pensamiento Católico Melchor Cano ofrecemos el Curso de Historia de la Iglesia (Edad Antigua) con el propio autor. Cada lección incluye apuntes, esquemas y test, ideales para afianzar lo leído.


6) Conclusión: una lectura que forma criterios

No necesitas otro libro de “datos sueltos”, sino una visión unificada, fiel al Magisterio perenne y útil para enseñar. Este volumen te la ofrece. Al cerrar sus páginas, tendrás más que fechas: tendrás criterios para discernir, amar y defender la fe en medio del mundo.

PRÓLOGO

SER Athanasius Schneider

La historia de la Iglesia en perspectiva apologé­tica para la evangelización

El cristianismo es religión histórica porque Dios ha entrado en la Historia de los hombres en la Encamación del Verbo y por esta razón Nuestro Señor Jesucristo es el Señor de la Historia, ya que la conduce hacia su culminación en la Parusía. Por consiguiente, co­nocer la Historia dela Iglesia equivale a conocer la historia de santi­dad del Cuerpo Místico de Cristo, los concilios donde se definieron los dogmas contra las herejías, el contexto en el que discurrió la vida de los santos, la historia del martirio de miles de fieles que sufrieron y derramaron su sangre por conservar la fe verdadera. Conocer la santidad y el heroísmo de tantos miembros de la Iglesia, constituye el faro que en nuestro tiempo alumbra el camino para salir del materialismo en que se halla sumergida la sociedad. 
La Historia de la Iglesia es la historia de la gracia de Dios que se sirve de pobres criaturas pecadoras, para seguir transmitiendo la verdad eterna y la gracia santificante en medio de los convulsos y cambian­ tes tiempos. De este modo se comprende que leer la Historia de la Iglesia es una verdadera lectura espiritual que alimenta y fortalece, no sólo el corazón, sino también la mente del católico.

En nuestros días muchas parroquias y comunidades ofertan «cursos de Biblia» donde se ponen en común las más variadas y peregrinas opiniones de cada uno acerca de la Palabra de Dios, pe­ ro raramente se ofrece cursos de la Historia de la Iglesia. Aquí se halla una clara huella de la protestantización del cuerpo eclesial. Un rasgo característico del protestantismo es la preferencia por el conocimiento bíblico, interpretado arbitrariamente por cada per­sona, en detrimento del conocimiento histórico. El motivo es que, según el prejuicio de Martín Lutero, la fe cristiana no se arraiga en la historia. Por lo tanto, lo determinante es lo que Cristo signifique para mí, eso implica el peligro de que la fe carecería de fundamento histórico, real, objetivo. De ahí que san John Henry Newman afir­mara: «Profundizar en la historia es dejar de ser protestante». 
A este respeto, también subyace el presupuesto ideológico de la Moderni­dad de que Dios no puede intervenir en el mundo, por consiguiente, no cabría hablar de milagros y mucho menos de la Encarnación del Hijo de Dios.

La fe es un don de Dios y no puede brotar de un mero estudio historiográfico, ahora bien, también la fe nunca puede oponerse a la Historia, del mismo modo que no se opone a la recta razón, por más que la supere. De modo que celebro y bendigo esta iniciativa de la Escuela de Pensamiento Católico Melchor Cano, a fin de formar a los católicos en la Historia de la Iglesia, particularmente al P. Gabriel Calvo Zarraute, quien ha puesto en ejercicio todo su saber filosófico, teológico, jurídico e histórico al escribir esta magnífica obra tan didáctica.

Un estudio honesto de la Historia de la Iglesia también revela la plena realidad humana de la Iglesia, los pecados de sus miembros e incluso de sus máximos representantes. No podemos ocultar estos hechos. Esto prueba la verdad de que la Iglesia, hasta el fin de los tiempos, es un corpus mixtum, es decir, un cuerpo en el que san­ tos y los pecadores conviven al mismo tiempo. La gran separación del bien y del mal en la Iglesia solo llegará al final de los tiempos. Nuestro Señor Jesucristo también lo señaló en el Evangelio, en la parábola del campo en el que el trigo y la cizaña crecen juntos (cf. Mt 13, 24-52). 
La Iglesia, dijo papa León XIII, no tenía nada que temer de la verdadera historia. «La primera ley de la historia», escribió León XIII, «es no atreverse a mentir; la segunda, no temer decir la verdad».

Es precisamente la sobria realidad de la Iglesia, con las persecu­ciones, herejías, apostasías y los graves pecados de muchos de sus miembros, pero también y sobre todo el ejemplo de innumerables santos y cristianos heroicos, lo que demuestra su indestructibili­dad. Esto nos infunde serenidad y confianza sobrenaturales. Que las palabras de san Agustín nos fortalezcan:

«En este siglo perverso, en estos días calamitosos, en que la Iglesia conquista su exaltación futura por medio de la humildad presente, y es adoctrinada con el aguijón del temor, el tormento del dolor, las molestias de los trabajos y los peligros de las tentaciones, teniendo en la esperanza su único consuelo, si acierta a dar con el consuelo auténtico, se encuentran muchos réprobos mezclados con los bue­ nos. Los unos y los otros se ven reunidos como en la red evangélica; y en este mundo, como en el mar, nadan encerrados sin discrimi­nación en las redes hasta llegar a la orilla, donde los malos serán separados de los buenos, y en los buenos como en su templo sea Dios todo para todos. Entonces conocemos que se cumple la palabra del salmo que dice: «Intento decirlas y contarlas, pero superan todo número» (Sal 40, 6). Esto se cumple ahora, desde que comenzó por la boca de su precursor, Juan, y continuó anunciando por su propia boca: «Haced penitencia porque está cerca el reino de los cielos» (Mt 4, 17)».

«Escogió sus discípulos y los llamó apóstoles: de humilde naci­miento, desconocidos, sin letras, a fin de que, cuando llegaran a ser grandes o hicieran algo grande, lo fuera y lo hiciera Él en ellos. Tuvo uno entre ellos, de quien siendo malo se sirvió para el bien, a fin de poder cumplir el propósito de su pasión y proporcionar a su Iglesia un ejemplo de cómo había de tolerar a los malos. Después de sembrar, en cuanto era preciso con su presencia corporal, la semilla del santo Evangelio, padeció, murió y resucitó, demostrando con su Pasión lo que debemos soportar por la verdad, y con su resurrec­ción lo que hemos de esperar en la eternidad, aparte del profundo misterio de su sangre, que fue derramada para remisión de los pe­ cados. Pasó con sus discípulos cuarenta días en la tierra, y ante su vista subió al cielo, enviando a los diez días el Espíritu Santo que había prometido. Su venida sobre los que habían creído en Él tuvo un signo extraordinario y muy necesario entonces: que cada uno de ellos hablara en las lenguas de todos los gentiles; significando de esta manera la unidad de la Iglesia Católica, que había de exten­derse por todas las gentes y hablar en todas las lenguas» (La Ciudad de Dios, XVIII, 49).

+ Athanasius Schneider. Obispo auxiliar 
de la Archidiócesis de Santa María en Astaná

Historia de la Iglesia católica. FORJA 312

VER+:








Verdades y Mitos de La Iglesia Católica_ La Historia Contra -- Gabriel Calvo Zarraute -- 1, 2019 -- Editori... by andreegc3



sábado, 22 de noviembre de 2025

LIBRO "EL SIGLO DE LA REVOLUCIÓN": UNA HISTORIA DEL MUNDO DESDE 1914 💥 por JOSEP FONTANA


EL SIGLO DE LA
REVOLUCIÓN

UNA HISTORIA
DEL MUNDO DESDE 1914

JOSEP FONTANA

El siglo de la revolución nos propone revisar la historia de los cien años que han transcurrido desde la revolución rusa de 1917 para descubrir hasta qué punto el miedo obsesivo a la revolución condicionó mucho de lo que sucedió en el mundo en este tiempo, con respuestas tan diversas como la del fascismo o la del «reformismo del miedo» que, asociado a la gran mentira de la «guerra fría», hizo posible en las décadas que siguieron a la Segunda guerra mundial el desarrollo del estado del bienestar y una larga etapa de paz social. Todo cambió hace unos cuarenta años, cuando la decadencia de la Unión Soviética y la crisis de los partidos comunistas acabaron con los viejos miedos, y comenzó la reconquista del poder por las clases dominantes que ha acabado llevándonos a la situación actual de estancamiento económico y desigualdad social. El siglo de la revolución es un libro que, a través de la historia de los últimos cien años, nos da las claves para entender el mundo en que vivimos.

INTRODUCCIÓN

Las luchas colectivas de las sociedades humanas han sido motivadas ante todo por la esperanza de acceder a dos objetivos estrechamente asociados: la libertad y la igualdad. Esto es, a la capacidad de vivir sin trabas que obstaculicen nuestro pleno desarrollo, y al derecho a participar equitativamente de los bienes naturales y de los frutos de nuestro trabajo. 

«Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad —escribían Karl Marx y Friedrich Engels en 1848— es una historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta». 

La historia de la humanidad está, en efecto, llena de momentos de lucha por la libertad y la igualdad, de revueltas contra los opresores y de intentos de construir sociedades más justas, aplastados por los defensores del orden establecido, que han sostenido siempre, y siguen haciéndolo hoy, que la sujeción y la desigualdad son necesarias para asegurar la prosperidad colectiva, o incluso que forman parte del proyecto divino. 

Uno de esos intentos de transformación social, que se inició en Rusia en 1917, ha marcado la trayectoria de los cien años transcurridos desde entonces. La amenaza de subversión del orden establecido que implicaba el modelo revolucionario bolchevique determinó la evolución política de los demás, empeñados en combatirlo y, sobre todo, en impedir que su ejemplo se extendiera por el mundo. Fascismo y nazismo, por ejemplo, nacieron como respuestas a la amenaza comunista, proponiendo como alternativa modelos de revolución nacionalista que no pasaron de formulaciones retóricas.

Respuestas más positivas a esta misma amenaza fueron los avances conseguidos en muchos países por el movimiento obrero en alianza con la socialdemocracia. La culminación de esta dinámica se produjo después de la Segunda guerra mundial, cuando, tras la derrota del fascismo, los avances sociales del estado de bienestar cumplieron la función de servir como antídoto contra la penetración de las ideas del comunismo en las sociedades del mundo desarrollado. Fue así como se alcanzó aquella situación excepcional de los años que van de 1945 a 1975, cuando en los países desarrollados se registraron las mayores cotas de igualdad hasta entonces conocidas y se reforzó la ilusión de un mundo de progreso continuado en que los grandes objetivos sociales de los revolucionarios podrían alcanzarse pacíficamente por la vía de la negociación. 

A partir de los años setenta del siglo pasado, sin embargo, al tiempo que se hundía el poder soviético y que el comunismo dejaba de ser una amenaza interna para las sociedades «occidentales», esa trayectoria cambió para dar paso a la reconquista del poder por las clases dominantes y a una fase de retroceso social que culminó después de la crisis final del «sistema socialista» en 1989, saludada por los intelectuales al servicio del sistema con augurios de que el triunfo de la democracia liberal y de la economía de mercado iban a significar el inicio de una nueva era de progreso e igualdad. 

No ha sido así, de modo que hoy, a los veinticinco años de la disolución definitiva de la URSS, resulta evidente que no ha habido los avances anunciados, sino que, por el contrario, nos encontramos en una situación de estancamiento económico y ante el panorama de una desigualdad creciente que se traduce en un empobrecimiento general. 

Frente a las explicaciones de quienes sostienen que el estancamiento y las desigualdades actuales son el resultado inevitable de la evolución autónoma de las fuerzas económicas, obviando cualquier referencia a sus causas políticas, que impusieron un rígido marco neoliberal, acorde con sus intereses. me parece conveniente revisar la historia de este «siglo de la revolución» para tratar de entender las causas que nos han llevado a la situación actual. 

La tarea no es fácil, por cuanto los objetivos económicos, las formulaciones políticas y las legitimaciones ideológicas aparecen estrechamente asociados en la realidad. Tratar de mostrarlos por separado implicaría desnaturalizarlos, y traicionaría la complejidad de las motivaciones de sus protagonistas. Como la historia de estas luchas está integrada en el conjunto de la evolución política, económica y cultural, no hay más remedio que seguir su pista en un relato más o menos asociado. Es una tarea difícil, y muy expuesta a errores factuales, en los que no dudo que habré caído en más de una ocasión, pese al esfuerzo que he hecho por verificar los datos y contrastar las interpretaciones. Pero el interés del objetivo compensa este riesgo. 

He escogido como inicio 1914, cuando la Primera guerra mundial, conocida generalmente como la Gran guerra, dinamitó el viejo orden, y lo acabo en la proximidad de 2017, cuando se celebrará el primer centenario de una revolución que, con sus conquistas, sus errores y su fracaso final, sigue siendo un fantasma que atemoriza aún las noches de los poderosos. 

Mi intención ha sido recuperar la política, entendida como la acción colectiva de la «polis», como un factor histórico explicativo, para tratar de entender el mundo en que vivimos, a lo que se agrega la convicción de que tan sólo a partir de la política se puede aspirar a recuperar una dinámica que vuelva a hacer posibles los avances en la conquista de la libertad y la igualdad.


APÉNDICE 

UNA REFLEXIÓN SOBRE PROGRESO, CAMBIO Y DESIGUALDAD 

Mi generación se educó en la convicción de que la historia de la humanidad era el relato de un proceso ininterrumpido de progreso, de un crecimiento económico que iba asociado al avance de la sociedad hacia un mundo más libre y más igualitario. Pensábamos que los hombres habían pasado de una primera existencia como cazadores-recolectores a otra en que la invención de la agricultura les permitió acceder a un estadio superior. Era lo que Gordon Childe denominaba la «revolución neolítica», cuando aparecieron la aglomeración de la población en las ciudades, la diferenciación de las actividades (agricultores, artesanos, comerciantes, funcionarios, sacerdotes...), una concentración efectiva de poder económico y político, el uso de los símbolos convencionales de la escritura para registrar y transmitir la información, y de patrones también convencionales de pesos y medidas, de tiempo y de espacio que condujeron al nacimiento de la ciencia matemática. 

Después vino un largo período de fluctuaciones hasta que en el siglo XVIII la revolución industrial permitió aumentar considerablemente la capacidad productiva y multiplicó los bienes al alcance de los seres humanos. Un ascenso que pensábamos que iba a proseguir indefinidamente. 

En 1930, en plena crisis económica mundial, Keynes expresó su fe en el futuro en un escrito sobre Las posibilidades económicas de nuestros nietos, en que decía: «Pienso con ilusión en los días no muy lejanos del mayor cambio que nunca se haya producido en el entorno material de los seres humanos en su conjunto ... El nivel de vida en las naciones progresivas, dentro de un siglo, será entre cuatro y ocho veces más alto que el de hoy», en un mundo en que bastaría con trabajar tres horas al día, en semanas de quince horas, para asegurarse la subsistencia. A lo que añadía una dimensión de progreso ético: «cuando la acumulación de riqueza ya no sea de gran importancia social, habrá grandes cambios en los códigos morales». Poco a poco, al propio tiempo que el presente desmentía nuestras grandes esperanzas, descubríamos que la visión de la historia en que las habíamos fundamentado era falsa. 

Aprendimos, por ejemplo, que el ascenso de la manufactura y del comercio que se inició en Europa en el siglo XVI y que acabó conduciendo a la revolución industrial se había desarrollado bajo el signo de la disminución de los salarios reales de los trabajadores y de la exigencia de una intensificación del trabajo familiar destinado al mercado, en el marco de lo que De Vries definió como la «revolución industriosa», que condujo a la aparente paradoja de que los salarios reales disminuyeran en Europa entre 1500 y 1800, mientras que los inventarios domésticos mostraban un aumento del equipamiento de las familias. 

Los estudios de historia antropométrica, que relacionan la evolución de la estatura con la de los niveles de vida, confirmaron que hubo entre 1500 y 1800 evoluciones negativas, tanto en Inglaterra como en Holanda o en Estados Unidos. Como ha dicho Jan Luiten van Zanden, hubo «una relación inversa entre desarrollo y nivel de vida», que obliga a pensar que amplios sectores de la población de Europa no sacaron mucho provecho del progreso económico que se estaba produciendo. Esta evolución negativa de los niveles de vida se prolongó durante el desarrollo de la industrialización, al menos hasta mediados de siglo XIX, en la mayor parte de la Europa desarrollada. 

La vieja visión de un progreso ininterrumpido en el que el crecimiento habría beneficiado a todos, se transformaba así en la de un proceso que se habría fundamentado en la violencia y en la desigualdad. En 1954 Simon Kuznets trató de explicar esta evolución a partir de una pregunta: 
«¿La desigualdad en la distribución de los ingresos aumenta o disminuye en el curso del crecimiento económico de un país?».

Lo cual planteaba un problema tan fundamental como el de medir los costes sociales del crecimiento económico. Su respuesta, expresada en términos de lo que se llama la «curva de Kuznets», sostenía que la desigualdad había aumentado en una primera fase del crecimiento industrial, pero que empezó a disminuir en un determinado momento, entre el último cuarto del siglo XIX y la Primera guerra mundial, a partir del cual se inició un reparto más equitativo de los ingresos. 

En 1995 Van Zanden aplicó este mismo análisis a la historia económica de Europa desde fines del siglo XV, y la reinterpretó sosteniendo que hubo a lo largo de la Edad Moderna una asociación entre crecimiento y desigualdad, que se interrumpió en el último tercio del siglo XIX, entre 1870 y 1900, momento en que se inició una fase en la que «el crecimiento económico fue habitualmente acompañado de una disminución de la desigualdad. En consecuencia —añadía— se puede argumentar que hubo una supercurva de Kuznets que duró siglos, que se caracterizó por una desigualdad en aumento, hasta que en algún momento del último tercio del siglo XIX se produjo un cambio de tendencia y se inició la disminución de la desigualdad que caracterizaría el siglo XX». 

Posteriormente Lindert, Williamson y Branko Milanović extendieron esta exploración hacia el pasado, llevándola hasta la época del Imperio romano, aunque muchas de las especulaciones sobre la evolución de la desigualdad en el mundo preindustrial se basan en cálculos globales de muy dudosa fiabilidad. El progreso —entendido como la suma del crecimiento económico y de una mejora colectiva de los niveles de vida, como consecuencia de un reparto equitativo de sus beneficios— que habíamos desalojado de su papel de motor de la historia, reaparecía al menos en el siglo XX y nos devolvía la esperanza en el futuro. 

El problema es que este cambio, que se habría iniciado a fines del siglo XIX y que tuvo su etapa más vigorosa en los treinta años que siguieron al fin de la Segunda guerra mundial, terminó repentinamente hacia 1975, y no se ha recuperado en los últimos cuarenta años. Un cambio, éste de los años setenta, que Paul Krugman sostiene — refiriéndose a Estados Unidos, que fue donde se inició, antes de extenderse a todo el mundo desarrollado— que se debió a que «las normas e instituciones de la sociedad norteamericana han cambiado, por lo que o han favorecido o al menos han hecho posible un incremento radical de la desigualdad». 

Tomando como pretexto la necesidad de superar los efectos de la crisis del petróleo, se emprendió entonces la lucha contra los sindicatos, completada por una serie de acuerdos de libertad de comercio que permitieron a las empresas deslocalizar la producción a otros países e importar después sus productos, con el fin de debilitar la capacidad de los obreros locales de luchar por mejoras de las condiciones de trabajo y de los salarios. William I. 

Robinson lo interpreta también a partir de la respuesta de los intereses empresariales a la crisis de los años setenta. Una clase capitalista transnacional que emergía en aquellos momentos optó por reconstruir su poder rompiendo con los obstáculos que el estado-nación y las demandas de las clases populares de sus países oponían a la acumulación. 

Crearon entonces lo que se conoce como «el consenso de Washington»: 
un acuerdo para una reestructuración económica mundial como base de un nuevo orden corporativo transnacional, y pasaron a la ofensiva en su guerra contra las clases populares y trabajadoras. 

La crisis de 2007-2008 empeoró aún esta evolución en todos los sentidos. Pero el problema más grave al que nos enfrentamos hoy es el de explicar por qué, una vez pasada la crisis, prosigue cada vez con más fuerza esta dinámica de aumento de la desigualdad que conlleva el empobrecimiento de la mayoría. Una serie de economistas han pretendido reemplazar el relato histórico de este proceso por modelos explicativos que se basan exclusivamente en la evolución de la economía.[1] 

Tal es el caso de Thomas Piketty en su libro El capital en el siglo XXI, donde niega que haya habido en el siglo XX una dinámica que haya favorecido el aumento de la igualdad. La desigualdad es un rasgo permanente de la historia humana. «En todas las sociedades y en todas las épocas la mitad de la población más pobre en patrimonio no posee casi nada (generalmente en torno a un 5 % del patrimonio total), la décima parte superior de la jerarquía de los patrimonios posee una clara mayoría del total (generalmente más de un 60 % del patrimonio total, y en ocasiones hasta un 90 %), y la población comprendida entre estos dos grupos ... tiene una parte entre el 5 % y el 35 %». 

Este planteamiento, que reduce la ilusión de progreso de los años felices entre 1945 y 1975, cuando parecía que las cosas estaban cambiando, a una simple consecuencia del «caos del período entre las dos guerras» y de «las fuertes tensiones sociales que lo caracterizaron», liquida la historia del progreso y devuelve una cierta estabilidad, o más bien un cierto estancamiento, al curso de la historia. 

Uno de los rasgos que sorprenden más en el libro de Piketty es la ausencia de referencias a la política en su interpretación de lo ocurrido en el siglo XX, hasta el punto de que la palabra «sindicatos» aparece una sola vez, en la página 491 de su libro. 
¿Se puede interpretar la evolución a largo plazo de los salarios y de las condiciones de trabajo prescindiendo de la actuación de los sindicatos?[2] 

James K. Galbraith le replicó que la evidencia sugería, por el contrario, que lo que había sucedido era que «el aumento de la desigualdad es la consecuencia de momentos particulares en la historia del capitalismo financiero, cuando fuertes presiones a nivel continental o global se impusieron a las defensas institucionales que la sociedad procura erigir para proveer protecciones estabilizadoras contra los males de la desigualdad extrema». 

Partiendo de sus estudios sobre la evolución de la desigualdad, Branko Milanović ha utilizado el concepto de «ondas o ciclos de Kuznets» para interpretar la evolución global de la desigualdad a lo largo de la historia, que acaba así reducida a una secuencia de ciclos, reflejados en una sugerente serie de curvas sobre la evolución de la desigualdad en el Imperio romano entre el año 14 y el 700 de la era cristiana o en España entre 1326 y 1842 (basada en la relación entre la renta de la tierra y los salarios), que pueden servir de base para sus teorizaciones, pero que tienen el inconveniente de carecer por completo de valor histórico.[3] 

Así llegamos al presente, interpretado por Milanović como una «segunda onda de Kuznets» en que el crecimiento actual de la desigualdad se explica como resultado de la segunda revolución tecnológica (basada fundamentalmente en la tecnología de la información) y de la globalización, en una interpretación adornada con todos los tópicos del neoliberalismo (la imposibilidad de aumentar los impuestos por la movilidad del capital, etc.). 

Tras lo cual llegamos a las previsiones de futuro, que son de una extrema vaguedad y se limitan a poco más que a afirmar que en los próximos veinte años la desigualdad puede reducirse a lo sumo en una «decimoquinta parte» y que las ganancias de este proceso no se distribuirán uniformemente. La misma gráfica española, de 1350 a 1850, la usa Milanović en un artículo publicado en Nature en septiembre de 2016, que concluye previniendo contra las fuerzas malignas de las políticas populistas-nacionalistas con las que, tanto en el «Occidente rico» como en Rusia, Turquía y China, se intenta aplacar a los descontentos. 

La moral del artículo, y de la obra entera de Milanović, se expresa en el título mismo del artículo, «La desigualdad de los ingresos es cíclica», que se amplía en un subtítulo: «Las alzas y caídas periódicas en la disparidad entre pobres y ricos a lo largo de siglos indican que la desigualdad no crecerá por siempre». Lo cual es, evidentemente, una incitación a la paciencia y a la inacción, mientras millones de niños siguen muriendo en el mundo a causa de una alimentación insuficiente. 

Casi al mismo tiempo en que aparecía el libro de Milanović, Lindert y Williamson, que habían colaborado con él en los estudios sobre la desigualdad en la historia, publicaban un estudio sobre el crecimiento y la desigualdad en Estados Unidos desde 1700 hasta la actualidad, más sólido que el de Milanović en cuanto se refiere a su base estadística, y con una conclusión razonable que sostiene que «los movimientos de la desigualdad no derivan de ninguna ley fundamental del desarrollo capitalista» y que si hay algún punto de apoyo para mover la desigualdad, éste debe ser político. 

Una nueva interpretación, más limitada aún a la economía que las anteriores, la aportó Robert J. Gordon con su libro, The rise and fall of American growth. The U.S. standard of living since the civil war. Gordon había avanzado ya en 2012 interpretaciones en que anunciaba el fin del crecimiento y denunciaba el efecto negativo de los «vientos en contra» (headwinds), que eran entonces seis y han quedado con el tiempo reducidos a cuatro. 

Las conclusiones que los críticos deducían de estos trabajos eran que Gordon sostenía que la era del progreso continuo se había acabado y que no había que esperar nuevas revoluciones industriales. En el libro de 2016 el análisis de Gordon se limita a considerar la evolución de los niveles de vida —un tema al que hay que reconocer que hace interesantes aportaciones— en Estados Unidos de 1870 a 2014. 

El factor esencial del progreso habría sido la tecnología, en el transcurso de tres revoluciones industriales, la tercera de las cuales, la digital, desarrollada entre 1996 y 2004, habría sido de escasos efectos, lo que explicaría que la década de 2004 a 2014 fuese la de más lento crecimiento de la productividad de la historia norteamericana. Todo lo cual le conduce a predecir un futuro de estancamiento en que en los próximos veinticinco años el crecimiento del nivel de vida no va a pasar del 0,3 %.

A todo eso se agrega la consideración de estos «vientos en contra» que obstaculizan el progreso, que son una débil demografía, el aumento de la desigualdad, las deficiencias de la educación y la carga creciente de la deuda del estado. Aunque tampoco se debe tomar esto demasiado en serio, puesto que su última conclusión es que «las fuentes del lento crecimiento de la productividad, el aumento de la desigualdad y la disminución de las horas de trabajo por persona residen en causas fundamentales que serían difíciles de compensar». 

La conclusión es que aplicar todas las medidas que se proponen para contrarrestar los efectos de los «vientos en contra» no serviría para mejorar el ingreso por persona más allá de unas pocas décimas por encima del 0,3 % previsto. Pudiera pensarse que un análisis tan limitado en su alcance reduciría su influencia al campo de los debates en torno a las medidas del crecimiento económico y del nivel de vida. Lejos de ello, una amplia reseña publicada en la New York Review of Books por William D. Nordhaus, profesor de economía de la Universidad de Yale, lleva el título de «Why growth will fall» («Por qué caerá el crecimiento»). 

Se trata, en suma, de una aportación más a la doctrina que sostiene que la combinación de estancamiento y desigualdad en que estamos inmersos la han causado factores económicos inevitables y que no hay forma de oponerse eficazmente a ellos. Como había escrito Martin Wolf en el Financial Times, en una reseña a un trabajo anterior de Gordon: «Acostumbraos a eso. No cambiará».[4]

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[1] Aunque puede resultar peor cuando la historia se maneja con la superficialidad con que lo hace Angus Deaton, Premio Nobel de Economía de 2015, en The great escape. Health, wealth, and the origins of inequality, Princeton, Princeton University Press, 2013.
[2] El mismo Piketty reaccionó ante las críticas, aceptando considerar un factor que no aparecía en su libro. En una entrevista de la primavera de 2015 decía: «Pienso que el poder de la negociación es muy importante para determinar las participaciones relativas del capital y del trabajo en el ingreso nacional». Pero las grandes líneas de su interpretación se mantienen sin cambios.
[3] Tal es el caso de la gráfica de la página 60, que pretende mostrar la evolución de la desigualdad en España entre 1326 y 1842, a partir de la relación entre la renta de la tierra y el salario. En la península ibérica del siglo XIV, con reinos cristianos de características económicas muy diversas y una presencia todavía importante del islam en el sur, no hay forma de establecer cifras unitarias de renta de la tierra y de salarios que tengan un valor representativo global. Y algo parecido valdría, en líneas generales, para todo el período hasta 1842. Este caso, como el de Angus Deaton en otra escala, ilustran el problema de la ciencia económica actual, habituada, como señala Peter Radford, a examinar con métodos matemáticos problemas de un ámbito lo suficientemente reducido como para poder operar con las restricciones a que se ve obligada, pero que descarrila cuando ha de enfrentarse a problemas de mayor amplitud, incapaz de tomar en cuenta la complejidad del mundo real.
[4] Krugman fue más cauto en su reseña, dudando del pesimismo de Gordon con un «Quizá el futuro no es lo que acostumbraba a ser».


Fontana, Josep. El siglo de la Revolución. Una historia del mundo desde 1914 (1).pdf by Liz Cuapio