EL Rincón de Yanka

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lunes, 29 de diciembre de 2025

LIBRO "EL HOMBRE MODERNO": DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA por ALFREDO SÁENZ

 EL HOMBRE MODERNO

DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA

ALFREDO SÁENZ


INTRODUCCIÓN

Antes de dar comienzo a nuestra descripción convendrá aclarar los términos elegidos. Decimos que trataremos del “hombre moderno”. Esta expresión es aparentemente insustancial y sin sentido, ya que siempre el hombre es moderno. Lo era ya el hombre de las cavernas y lo seguirá siendo hasta el fin de los tiempos. Siempre el hombre es de su época. Pero lo que acá queremos significar es otra cosa. Tomamos la palabra “moderno” no en el sentido cronológico del vocablo sino en un sentido axiológico, es decir, valorativo. 

Queremos referirnos al hombre que es producto de la llamada "civilización moderna". También esta fórmula requiere explicación ya que, por los motivos anteriormente aducidos, toda civilización es igualmente moderna. Pero la entendemos en el sentido que le ha dado la Iglesia en su Magisterio de los últimos tiempos para calificar a la civilización resultante del largo proceso de apartamiento del orden sobrenatural, e incluso del orden natural, que se inició con el declinar de la Edad Media. 

Civilización moderna significa, pues, en nuestro caso, la civilización creada sobre los escombros de la antigua civilización fundada en el cristianismo. Y entendemos por "hombre moderno" al hombre que es fruto de dicha civilización. Decimos, asimismo, que nuestra descripción será de índole "fenomenológica". Este adjetivo es de origen kantiano. 

Max Scheler lo retomó para significar la consideración del hombre a través de sus valores y actitudes. 
Kant sostenía que en los seres hay un númenon, es decir, la esencia escondida, y un fenómeno, o sea, lo que de ella aparece al exterior. Pues bien, nosotros intentaremos una descripción del hombre de hoy, del que camina por la calle, del que ve televisión, según se nos manifiesta en sus diversas valoraciones y actitudes anímicas o existenciales. 

Suponemos como ya conocidos, aunque fuere a grandes rasgos, los principales jalones del proceso de apostasía que caracteriza a los últimos siglos. Tras la civilización comúnmente llamada medieval, se inició dicho proceso, que pasa por el Renacimiento, la Reforma protestante, el Iluminismo, la Revolución francesa, la Revolución soviética, y ahora el Nuevo Orden Mundial. 

No se trata, por cierto, de bloques compactos. Incluso sería injusto tachar al Renacimiento de antimedieval. Dentro del llamado Renacimiento hay una buena dosis de espíritu medieval, sobre todo en el llamado “primer Renacimiento”, así como en el interior de la Edad Media hubo también pequeños "renacimientos". No son períodos seccionables con regla y escuadra, pero sí marcan diversas tendencias que se concatenan entre sí1

El contenido doctrinal de las grandes etapas de la "revolución anticristiana" ha sido ampliamente dilucidado por autores de valía como Bossuet, Balmes, Donoso Cortés, el cardenal Pie, y entre nosotros Meinvielle y Caturelli. Pero también lo han analizado, si bien con valoraciones no siempre coincidentes con los pensadores anteriormente citados, autores ajenos al pensamiento católico. 
Así, por ejemplo, Augusto Comte, el fundador del positivismo. En su opinión, a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII se hizo todo lo posible por destruir lo que él llamaba "el poder teológico", realizándose las grandes "suplencias" o "reemplazos" de un principio "tradicional" por otro "moderno". 

Las “anteriores revoluciones”, como él las llamaba, no fueron, a su juicio, sino "sencillas modificaciones".En cambio aquellos tres siglos instauraron lo que puede ser considerado como "la Gran Revolución". Según se ve, el vocablo "moderno", en labios de Comte, no significa simplemente "nuevo", ni una especie de "moda" que hubiese cundido entre hombres menos apegados a la tradición, sino que designa un cambio copernicano en el curso de la historia. Algo semejante podemos encontrar en Kant, Hegel, Marx y muchos otros. 

Un pensador actual, José Miguel Ibáñez Langlois, nos ofrece una visión panorámica de lo acontecido. Tanto la filosofía griega como la teología medieval, escribe, concebían el universo como un orden jerárquico, donde el hombre ocupaba el vértice del cosmos. Ello se hace patente en la visión del Dante, donde el hombre es el rey de la creación, y la tierra el centro del universo, con sus diez esferas concéntricas, que el peregrino recorre hasta llegar al cielo o al infierno. 
Las imágenes de la Divina Comedia, más allá de la rudimentaria cosmología del Medioevo, encubrían una categórica cosmovisión metafísica y teológica. Dicha manera de ver, que comenzó a deteriorarse a partir del pesimismo luterano, se vería francamente cuestionada por la física de Galileo, pero sobre todo por la revolución de Copérnico y su sistema heliocéntrico. 

En la nueva imagen del cosmos, el hombre pasaba a ocupar una posición minúscula y angustiosa. La tierra dejó de ser el centro del universo, y el hombre se percibió como una partícula insignificante. 
"El silencio eterno de estos espacios infinitos me espanta", exclamaba Pascal, estremecido ante esta nueva evidencia. Más, pronto se dio un paso crucial. El hombre no se resignaba con ser una partícula del cosmos, una "caña pensante", al decir del mismo Pascal. Quería ser protagonista. Y así nació en él una tendencia a revertir el proceso, en orden a reconquistar la primacía perdida, si bien sobre otros presupuestos. Ello se concretaría en el antropocentrismo moderno, el humanismo del Renacimiento y la Ilustración. 

Marginando la soberanía de Dios, el hombre quiso volver a ser el centro de la creación, pero atribuyéndose prerrogativas antes reservadas a la divinidad. De este modo, la edad moderna se propuso neutralizar por todos los medios a su alcance aquel anterior "pesimismo" cosmológico, más aún, convertirlo, por paradójico que ello pueda parecer, en un factor de exaltación humana, en una especie de nueva religión basada en la razón y el progreso científico. Sólo había que identificar la razón de aquella "caña pensante" de Pascal con la "razón universal". Tal sería justamente la gran empresa de la filosofía moderna. 

La infinitud del universo, afirmada ahora por la nueva cosmología, se fue transformando en la infinitud potencial de la propia mente, ahora concebida como una potencia ordenadora e incluso creadora, es decir, idéntica a la Razón divina. "Al cabo de este proceso -escribe Ibáñez Langlois-, el terror de los espacios ilimitados se habrá convertido en la más rotunda autoafirmación del hombre que conozca la historia; la melancolía de la caña pensante será ahora el optimismo romántico-racionalista del espíritu hegeliano. 

Y en este cumplimiento habrán confluido, paradójicamente, todas las aspiraciones iniciales de la modernidad: la ciencia positiva, que engendró el proceso; el ideal renacentista y antropocéntrico del «hombre infinito», ahora satisfecho; el espíritu protestante, que en su modalidad secularista y desacralizadora ve extrañamente cumplido su objetivo; y el gnosticismo moderno que, como religión de la razón, cree alcanzar por fin el secreto del hombre y del universo y la técnica de su redención. A su vez esta empresa, como filosofía de la historia, abre al hombre un horizonte también infinito -el «progreso»- puesto que se estima potencialmente infinita la perfectibilidad racional de la mente humana"2

En el siglo XVIII, y como una especie de culminación de aquel proceso, apareció en Francia, que llevaba la bandera de la Revolución, una figura especial, la de los sedicentes "filósofos". Serían ellos quienes, creyéndose los "hombres nuevos", llamados a establecer en esta tierra la "ciudad de Dios" pero centrada en el hombre, se propusieron disipar totalmente las "tinieblas" de la tradición, por lo que se autodenominaron "iluministas", "ilustrados", enemigos de toda superstición. Se ha señalado la existencia de tres momentos en la implantación de esta ideología. 

El primero fue el momento de "los pocos", o sea, de ese grupo que se creía iluminado; el segundo, el momento de "los muchos", cuando sus ideas, sobre todo a través de la Enciclopedia, se propagaron en diversas capas de la sociedad; y finalmente el momento de "los todos", cuando la ideología se hizo común. Y así, de las minorías ilustradas, las nuevas ideas se difundieron en las clases intermedias, hasta impregnar el tejido mismo de la sociedad. Pero como quedaban recalcitrantes, los dirigentes entendieron que no siempre la "ilustración" resultaba suficiente, si no se apoyaba en la fuerza. De ahí nació la famosa teoría del "despotismo ilustrado", es decir, del apoyo del brazo secular para la implantación de las nuevas doctrinas. 

La Revolución soviética no hizo sino llevar a su plenitud el ideal “libertario” de la Revolución francesa, su progenitora,"como tan bien lo vio Dostoievski en sus grandes novelas. El hombre moderno, producto de estas dos grandes revoluciones de los últimos tiempos, se ha colocado bajo la égida de Prometeo, el héroe titánico de la mitología griega, que arrebató el fuego de los dioses para entregarlo a los hombres; el hombre por excelencia, con mayúscula, que se animó a desafiar las prohibiciones de Dios para comunicar su poder a sus hermanos, cumpliéndose finalmente la promesa del tentador: "Seréis como dioses", y por tanto "conocedores del bien y del mal". 

El hombre prometeico, con su ciencia emancipada, invadirá la región de los misterios, y cual nuevo demiurgo se abocará a instaurar un mundo que sea creación suya, una nueva creación que no experimente ya la necesidad del Creador3. 

Este gran proyecto del pensamiento moderno podría ser designado con el nombre de "cultura faústica", ya que el hombre que lo ha concebido, entregando su alma al enemigo, recibió a cambio el control creciente del universo, camino al paraíso en la tierra. Con este pantallazo histórico hemos llegado, quizás a la carrera, hasta nuestro tiempo, sólo inteligible a la luz de todos aquellos avatares. El cristianismo, principal adversario del triunfante proyecto prometeico, ha perdido vigencia social. 

Quedan cristianos, pero no ya Cristiandad, es decir, una sociedad impregnada con el espíritu del Evangelio. El gran literato y pensador inglés, C. S. Lewis, sostiene que estamos en una época post-cristiana, fruto de un salto histórico cualitativo: "Hablando a grandes rasgos -escribe- podemos decir que mientras para nuestros ancestros toda la historia se dividía en dos períodos, el pre-cristiano y el cristiano, y solamente en esos dos, para nosotros se dan tres: el pre-cristiano, el cristiano y lo que podríamos razonablemente llamar el post-cristiano . Los cristianos y los paganos tenían mucho más en común unos con otros que lo que tiene cualquiera de ellos con un post-cristiano. La brecha entre aquellos que adoran diferentes dioses no es tan amplia como la que se da entre los que adoran y los que no"4. Entre paganos y cristianos hubo un cúmulo de cosas comunes: la conciencia simbólica, la noción de sacralidad, el mundo del rito, etc. 

"El post-cristiano está cortado del pasado cristiano y por tanto lo está doblemente del pasado pagano"5. Así es la gente que vemos caminar por la calle, el uomo qualunque, fruto de este proceso secular. En las viejas épocas renacentistas el hombre cultivó amorosamente la pasión por el retrato, pero hoy, al contemplarse en el espejo de su narcisismo, ve hasta qué punto su rostro se ha distorsionado, como tan bien lo supo expresar Picasso, uno de los grandes exponentes de la modernidad. Un hombre saturado de promesas y de grandiosas expectativas que, al mostrarse vanas, lo dejan sumido en una desorientación poco menos que existencial. A veces pareciera apuntar una esperanza histórica, como aconteció por ejemplo cuando cayó el muro de Berlín. Pero ello no fue sino una anécdota en medio de un proceso de creciente decadencia. Por eso, como ha dicho hace poco el cardenal Ratzinger: "La decepción ante un marxismo que no mantuvo sus promesas cambió esa esperanza en nihilismo: son las naciones occidentales sobre todo las que han cedido a las tentaciones desesperadas de la droga y del suicidio. Este itinerario que desemboca en la nada habría podido suscitar un llamado hacia la trascendencia. Nada de eso sucedió,." El mal es mucho más profundo. Toca al hombre en sus raíces. La tradición india, que divide a la historia en cuatro ciclos, llama Kali-yuga a la última época, la de la decadencia. En el Vishnu Purána se dice de esa época, que es la actual: "Entonces la sociedad alcanza un estadio en que sólo la propiedad confiere rango, donde sólo la riqueza es considerada virtud, donde sólo la mentira es la fuente del éxito en la vida, donde sólo la sexualidad constituye un medio de gozo, y donde el ritualismo se confunde con la religión verdadera"6. 

Ya en 1909 Péguy había entrevisto todo esto: "La disolución del imperio romano -escribe- no fue nada en comparación con la disolución de la sociedad actual. Tal vez había más crímenes y un número aún mayor de vicios. Pero había, en cambio, recursos infinitamente mayores. Aquella podredumbre estaba llena de gérmenes. No conocía esta suerte de promesa de esterilidad que hoy tenemos". En un libro reciente, Enrique Rojas ha dicho que el hombre contemporáneo se parece mucho a los denominados productos light hoy en boga: comida sin calorías, manteca sin grasa, cerveza sin alcohol, azúcar sin glucosa, tabaco sin nicotina, leche descremada.. Un hombre nuevo descafeinado, "cuyo lema es tomarlo todo sin calorías"7; en última instancia, "un hombre sin sustancia, sin contenido, entregado al dinero, al poder, al éxito, al gozo ilimitado y sin restricciones"8. 

Marcel de Corte aplica al hombre de hoy lo que el poeta inglés William Becke decía del de su siglo, señalando las consecuencias y estigmas que se manifiestan hasta en su realidad física, cuando abandona las finalidades naturales: A mark in every face I meet, marks of weakness, marks of woe ("veo un signo en todos los rostros, signos de debilidad, signos de pena")9. 

En estas conferencias intentaremos esbozar una descripción del hombre de nuestro tiempo, o más precisamente, del "hombre moderno". 
Recurriremos para ello a numerosos pensadores actuales como Víctor Frankl, Francis Fukuyama, Michele F. Sciacca, José Ortega y Gasset, Gabriel Marcel, Marcel de Corte, y muchos otros. No es fácil sistematizar algo tan indefinible, así como tampoco evitar algunas reiteraciones, pero creemos que el esfuerzo vale la pena.

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1 Cf. sobre esto José Ferrater Mora, El hombre en la encrucijada, Sudamericana, Buenos Aires 1965, p. 152
2 Introducción a la antropología filosófica, 2a ed., Eunsa, Pamplona 1980, pp.98-99. Para el conjunto del tema ver pp.90-116.
3 Cf. J. Folliet, Adviento de Prometeo, Criterio, Buenos Aires 1954, p.29.
4 De descriptione temporum, incluido en Selected Literary Essays, p.5.
5 Ibid., p. 10
6 IV, 24.
7 El hombre light. Una vida sin valores, Planeta Argentina, Buenos Aires 1994, p.88.
8 Ibid., p. 11
9 Cf. Encarnación del hombre, Labor, Barcelona 1952, p.28.

VER+:




Los Otros: P. Alfredo Sáenz y El hombre moderno. 

Una de las tantas obras del sacerdote jesuíta argentino Alfredo Sáenz, El hombre moderno, una obra que ya en los años 90 nos describía y alertaba sobre la pérdida del sentido trascendente.

domingo, 28 de diciembre de 2025

LIBRO "LA DICTADURA DE LA APATÍA": 🐑🐑🐑🐑 LA PROGRESIVA E IMPARABLE DOMESTICACIÓN DE OCCIDENTE por PABLO CAMBRONERO PIQUERAS

LA DICTADURA
 DE LA APATÍA 

LA PROGRESIVA E IMPARABLE 
DOMESTICACIÓN DE OCCIDENTE

Esta batalla tiene consecuencias reales; 
cada uno de nosotros tiene un papel que jugar en la lucha por el futuro.

Navegando por las fuentes de la batalla cultural

"La dictadura de la apatía" ofrece al lector una descripción concisa y accesible de las batallas culturales que los ciudadanos enfrentan diariamente, ya sea de manera consciente o inconsciente. En pocas páginas y con un lenguaje claro y preciso, se exploran las estrategias empleadas por los centros de poder para estructurar políticas y dirigir a la sociedad hacia objetivos que a menudo no reflejan las verdaderas necesidades de los ciudadanos.
Pablo Cambronero, desde su experiencia en la política, aborda los grandes desafíos de la actual guerra cultural, como el cambio climático, el lenguaje inclusivo, la creación y consolidación de narrativas engañosas, y otros temas que el lector identificará claramente.
La obra se presenta desde una perspectiva combativa, ofreciendo al lector la oportunidad de posicionarse en cualquiera de los bandos. Según el autor, no se puede ignorar la guerra sociocultural que se libra en las calles, las escuelas y los parlamentos.
«Recuerden siempre algo importante: si no saben en qué posición se encuentran en esta guerra cultural o desconocen que esta guerra está en marcha y en plena intensidad, es porque están del lado del enemigo. Piénsenlo bien…» Pablo Cambronero Piqueras
A todos aquellos que son conscientes 
de que viven en una dictadura, 
cada día menos silenciosa, contra la que se revelan

PRÓLOGO 

Como habrá inferido el lector por el título, el autor está harto. Sería imposible que un hombre como Pablo Cambronero no se hartase de la apatía general. Eso sí, él es de los que, cuando se harta, escribe un libro. O sea, que se harta de manera constructiva, que es lo contrario a quejarse y no hacer nada. A mi amigo y excompañero de bancada parlamentaria le ha dado por mirar a su alrededor y se ha dado cuenta de la distancia sideral que separa a su idea de responsabilidad de la común, la del resto del mundo, empezando por los otros 349 ocupantes de escaños en la carrera de San Jerónimo con quienes compartió dos legislaturas. Lo interesante, aunque doloroso, vino en la segunda, la de su fructífero martirio. 

En Cambronero se han dado dos circunstancias cuya coincidencia no puede resultar más significativa: es el único diputado de la anterior legislatura que ha pasado largo tiempo sin despacho propio y sin la mínima asistencia —teniendo que despachar y escribir en el bar del Parlamento— y, a la vez, es quien más ha trabajado, con diferencia. Si a alguien se le ocurriera introducir entre sus señorías algo parecido a unos mínimos de productividad, y esa productividad se fi jara en la quinta parte de lo que él ha hecho, nadie la alcanzaría. Quizá habría que rebuscar en los archivos del siglo xix —y ni así, sospecho— para dar con similar afán de control y supervisión del Ejecutivo.

El diputado paria había formado parte del grupo de Ciudadanos cuando alcanzó (alcanzamos) los 57 diputados, rozando al Partido Popular en número de votos. Sufrió (sufrimos) el abandono de todos los medios de comunicación, empeñados en nuestra supuesta obligación de regalarle a Pedro Sánchez nuestros votos para su investidura, pese a la evidencia de que no los quería, y pese a haber alcanzado nosotros aquel notable resultado con un mensaje central de campaña que podría resumirse así: «No pactaremos con Pedro Sánchez». 

¡Qué pandilla de cabrones! ¡Han cumplido su promesa! No infravaloren el papel de los medios, cuando se ponen a coincidir, a la hora de hacerle a usted creer lo contrario de lo que pensaba ayer. Cambronero formó parte del grupo de 10 diputados en que fue a parar un gran proyecto de regeneración de España. Se topó con un triste cambio de rumbo en el partido y consideró, acertadamente, que era su posición, y no la posición de la nueva dirigencia, la coherente con el programa de Ciudadanos, formación hoy extinta. 

En consecuencia, decidió mantener su escaño y recibió el peor trato que haya recibido un diputado en democracia, viéndose privado de su derecho a intervenir y a registrar y, como se ha dicho, hasta de mesa y lámpara. Pero, si alguien creyó que eso lo iba a desmotivar, es que no conocía la rectitud y la capacidad de sacrificio de Pau, inherente esta última, por cierto, a su profesión. De la ingente cantidad de preguntas que planteó al Gobierno en esa su segunda legislatura, y desde su insólito ostracismo, dará él cumplida cuenta en su momento. Su experiencia, sumada a su interés por la cosa pública, más el lamentable estado del debate en el ágora, lo han llevado a conclusiones y propuestas que, pese al pesimismo que impregna su estilo, dejan ver una luz de confianza en la razón, en la democracia y en el futuro. Eso sí, siendo plenamente consciente de que, para seguir esa luz, para decir las cosas que la cultura política hegemónica no quiere oír, para plantear argumentos en vez de consignas, es preciso participar en la guerra cultural o batalla de las ideas. 

El autor se ha dotado del requisito imprescindible para intervenir en los debates contemporáneos con alguna posibilidad de éxito, aunque sea remoto: identificar el problema, analizarlo, conocerlo. Y el problema es el cambiazo de la izquierda tradicional por el wokismo. Con la izquierda tradicional se podía coincidir o no, pero sus planteamientos tendían a ser racionales y a buscar el contraste; no en balde, el marxismo en el que hundían sus raíces se había presentado en su día como el único socialismo científico. 

Lo que hoy se llama «izquierda» es, para empezar, lo contrario: una adhesión sentimentalista a causas que no soportan el intercambio de pareceres. La crítica es una agresión cuando viene de la derecha, y la agresión es una crítica cuando viene de la izquierda. Por eso a Vox lo califican de ultraderecha los wokes de todos los partidos y a los exetarras sin arrepentir los tienen por hombres de paz. Ya no existe nada lejanamente parecido a una cosmovisión de izquierdas; existe un mosaico de causas fragmentarias que tienen en común, precisamente, ser profundamente reaccionarias, al punto de amenazar, de estar deteriorando seriamente, los fundamentos de la democracia liberal: libertad de expresión, presunción de inocencia, igualdad ante la ley, justicia independiente, proscripción de las leyes particulares, etc. 

Simplificando el tema, y sin faltar a la verdad, podríamos limitarnos a señalar que no existe democracia allá donde no es posible discrepar, defender tus ideas y —también— ofender. La izquierda cree que no existe un derecho a ofender, pero, para empezar, ese es un coste inevitable de la libertad de expresión, algo fundacional en democracia. Y, además, esa misma izquierda tan sensible no hace otra cosa que ofender a quienes se resisten al trágala, a quienes no aceptan la bondad de unas causitas que no admiten contrastes de pareceres; que solo exigen fe, algo más propio de la religión que del debate racional. 

Ello se debe a que esas causas operan, a menudo, como religiones de sustitución. El propio concepto de lo «científico» es acientífico cuando lo invoca la izquierda, pues exige que te calles y no admite disidencias, arguyendo que existe un «consenso» respecto al tema en cuestión; por ejemplo, el catastrofismo climático, el carácter antropogénico del calentamiento, la proximidad del apocalipsis… Pero la ciencia no se hace por consenso. Parece mentira que haya que recordar estas cosas. Sin embargo, es un deber hacerlo, a riesgo de que te cuelguen las etiquetas de rigor, que solo son un intento más intenso y coercitivo de que cierres la boca. 

La ciencia, entérense las gretas y los gretos, se hace buscando y buscando el error en las teorías vigentes. Cuanto más resistan la falsación popperiana, más fuertes son. Cuán débil será el catastrofismo climático para no admitir contrastes ni discusión. Qué poco tendrá que ver con la ciencia y cuánto con la superstición. Lo dicho sobre esta concreta causa sirve para todo el resto de teselas del mosaico woke. 

Me he ocupado del asunto por extenso en Sentimentales, ofendidos, mediocres y agresivos y me complace sobremanera que mi amigo y excompañero político Pablo Cambronero, desde otras vías, haya alcanzado algunas conclusiones similares; sobre todo en lo que hace a sus advertencias sobre el lenguaje, a no aceptar la terminología dominante, a no participar en debates trucados por esquemas mentales predeterminados y, en general, a no caer en el error del seguidismo, propio de una supuesta derecha que, de tan avergonzada como estaba de su naturaleza, ha mutado hasta convertirse en socialdemócrata. Hoy ocupa en España el respetable, discutible y rentable espacio que hace algunos años ocupaba el PSOE. 

Siga el lector la vía difícil, como Pablo Cambronero, o déjese llevar por quienes están preparando la penúltima utopía y por quienes lo consienten. Pero no olvide esto: cada vez que se ha tratado de materializar una utopía, ha acabado en catástrofe. Juan Carlos Girauta

LA DICTADURA DE LA APATÍA 

Lo primero y principal es darles las gracias, queridos lectores. Si han llegado a abrir este pequeño trozo de mí, espero sinceramente que les resulte interesante lo que en él se contiene; si no les parece interesante, espero al menos hacerles reflexionar, que no es poca cosa. Sí, queridos lectores, tengo que admitir con frustración que «nos la suda todo», y nos la suda fuerte. Mientras la cerveza siga disponible y lo suficientemente fría, el plato lleno (cada día más caro, menos saludable y más inaccesible), Netflix funcionando y nuestras «comodidades» intactas, no se atisbará ninguna reacción organizada más allá de un amargo «quejío» minoritario que no supuso, supone ni supondrá más que una puñalada en el agua, efímera e irrelevante. 

¿Cómo demonios hemos llegado a vivir así? ¿Qué nos ha pasado para permanecer dóciles, maniatados y presos de un sistema idiotizante llamado «estado de bienestar»? Hay muchas explicaciones a este estado de dejadez, para esta frustración conformista generalizada, aceptada en nuestras psiques anestesiadas y estómagos agradecidos obturados de tóxicos generadores potenciales de enfermedad. 

Aquí intentaré ofrecer la mía. No hay vocación pedagógica en esta pieza que comienzo aquí; lo que sí pretendo, con más o menos acierto (juzguen ustedes), es una pretensión de la búsqueda de una explicación plausible a un modelo social decadente y plagado de ejemplos de lo que se puede llegar a conseguir dirigiendo a una masa social aborregada y esclava de las pantallas. Pretendo llegar, a través de la lógica que se extrae de la propia realidad vigente, a conocer y a que conozcan cómo hemos llegado a donde hoy estamos, usando la descripción libre de lo que nos rodea y de cómo vivimos. Imagino que, si leen completamente estas reflexiones, verán referencias claras a un filme que resume a la perfección la situación. Los invito a pensar cuál es, pero primero lean. 

La situación de nuestra sociedad es alarmante; fíjense hasta dónde estamos llegando que podemos ver cómo padres de familia, que presumen en sus autómatas redes sociales del infinito amor que sienten por sus hijos, siguen asesinando económica y socialmente a sus vástagos sin pestañear ni dudar ni por una centésima de segundo de si lo que hacen, dicen y defienden hoy, basado todo ello en el seguidismo patológico de las políticas de los poderes fácticos, mejorará las vidas de sus descendientes en el futuro. Si lo pensáramos solo un poco, muy poco, veríamos con nitidez que, con nuestra docilidad galopante, estamos complicando enormemente la vida a nuestros hijos. Esta docilidad la van a pagar cara nuestros descendientes. 

Dirigentes políticos totalmente vendidos a la autocracia de lo políticamente correcto, siendo conscientes (los hay también que no tienen conciencia de lo que defienden) de que gran parte de lo que sostienen solo tiene un claro objetivo de control de la población y del guiado social hacia comportamientos dóciles y, en no pocas ocasiones, absurdos y contradictorios con la más elemental de las lógicas. Nuestros actuales modelos sociales nacen presos de discursos en los que se establecen mantras carentes de cualquier fundamento científico indubitado; se promocionan arengas que, automáticamente, expulsan a quienes osen siquiera dudar de sus prerrogativas y dictan comportamientos que repetimos como autómatas. Y así nos luce el pelo, lánguidos, aburridos, mustios y sin muestras palpables de pasión más allá del generado por el deporte o de cualquier actividad que nos venga impuesta en cualquier pantalla por una secta excluyente y generalizada.

El título de esta pieza no necesita explicación; pretendo que se entienda perfectamente cuál es la situación y no creo que a estas alturas de la vida nadie ose a quitarme la razón en mi conclusión usando la lógica y la objetividad de la realidad: uno de los grandes males de la generación que poblamos el planeta (al menos, los privilegiados que vivimos en el primer mundo) es la apatía general, la desidia, la vagancia, la incapacidad crítica generalizada y siempre castigada. Tampoco se extrañen de que la palabra que más se contenga en este texto (donde se usa un marcado e intencionado lenguaje «coloquial») sea woke. Woke es el sustantivo con el que se define (no en lo estrictamente gramatical, pues su significado poco tiene que ver con lo que representa en esta pieza) al movimiento que ha logrado con un éxito enorme extirpar la capacidad revolucionaria lógica social y encumbrar al olimpo de lo correcto a todos los victimismos que han sido capaces de crear. Woke, en inglés, significa ‘despertar’ y lo que pretende este movimiento económico y social es precisamente lo contrario: adormecer nuestro ardor guerrero contra un sistema putrefacto para poder dirigirnos como el dócil rebaño victimizado que hoy somos. 

Fíjense cómo el movimiento ha tomado un nombre que, de forma natural, invita a considerarlo una secta peligrosa. Piénsenlo y vean cómo suena al leerlo: «el despertar…». Vivimos en «Wokelandia» y es necesario saber, o al menos tener una idea aproximada, de lo que puede acarrear nuestro sometimiento compulsivo. Cada uno de los capítulos de esta obra puede leerse en solitario; tienen sentido por sí mismos y en ellos se hace una descarnada descripción de la realidad, realidad que puedo ver por haber salido de Matrix, de haberme liberado de la sumisión que impone la secta mayoritaria woke. Leerlos todos pienso que equivale a tener una fotografía bastante nítida y libre de la situación que estamos viviendo. 

El sometimiento como rasgo definitorio principal de nuestro comportamiento social nace de una obediencia ciega (o, más bien, esclavitud total) a diversos instrumentos que han resultado notablemente eficaces como medios de control social. Hablo de las pantallas, del marco informativo institucional impuesto y de los amenazantes apocalipsis que nos mantienen atentos, en tensión y obedientes a cualquier salvador que sacie nuestro instinto de supervivencia. 

Esta es una generación frágil, con la piel excesivamente fina y una alarmante capacidad de crear categorías victimológicas y discursos victimistas para que cualquiera pueda acogerse a los innumerables modos y formas de tutela que el Estado papá crea para generar dependencia. Si no la han visto —una recomendación más que apropiada—, vean la película La vida de Bryan, esa vetusta oda a la estupidez humana, estrenada en el año de mi nacimiento (allá por los setenta). 

Podrán comprobar cómo los discursos absurdos, con clara vocación humorística, hoy son realidades traídas a los ordenamientos jurídicos progres. Este es un pequeño ejemplo de la involución de nuestra sociedad. Puede el lector analizar cada uno de los discursos consolidados, de los mantras usados y afianzados. 
Podrán descubrir cómo entes determinados y determinables han conseguido llegar y quedarse en su psique conduciendo su comportamiento y dirigiéndolos hacia el campo de lo que la secta ha establecido como políticamente correcto. Espero que sean capaces de descubrir, en estas discretas líneas, todo el sectarismo impuesto que domina sus vidas. Lean, si gustan; acompáñenme en estas reflexiones que, si han adquirido esta pieza con mis cavilaciones, creo que compartirán en gran medida. 

Mis conclusiones son solo mías, aunque espero que pronto sean mayoritarias, por nuestro bien. Eso sí, recuerden algo siempre: si no saben dónde están en esta guerra cultural o desconocen hasta que esta guerra está activa y en plena ebullición, es porque están con el enemigo. Reflexionen…

EL IMPERIO DE LA APATÍA 

Tengo que comenzar dejando claro que estuve en política activa al mayor nivel estatal posible; formé parte de ese grupo de personas que, habiendo obtenido y ostentando el privilegio de representar a sus semejantes en la principal cámara legislativa de las Cortes Españolas, desaprovechan este privilegio permaneciendo fieles a partidos que anulan su capacidad crítica y los convierten en meros pulsadores de botones con capacidad para poco más, pero, en mi caso, solo estuve anulado y dócil a un partido político dos años; tuve la suerte (no carente de arrojo) de tener otros dos años representando a los ciudadanos sin el yugo y el lastre que supone pertenecer a un partido político y el sectarismo que se destila en esas organizaciones empresariales. 

Los políticos (esa raza indeterminada y siempre criticada) tienen en sus manos la oportunidad de cambiar la sociedad, de convertirse en los héroes que saquen al pueblo de su adormecimiento mental e ideológico fomentando la meritocracia, el progreso y convirtiéndose en la legítima solución a los problemas de la sociedad, pero están más ocupados en su propia supervivencia en esa burbuja de poder. Los «políticos de partido» pagan gustosos condenas a penas de cadena perpetua que sufren por su pertenencia y dependencia a proyectos políticos sectarios. También están presos del propio y efímero bienestar que les generan artificialmente esas rentabilísimas empresas llamadas «partidos políticos».

Quienes hemos participado en política con una mente abierta (y un comportamiento libre) quizá hemos podido ser más conscientes de que, hace muchos años, se consolidó entre quienes dirigían naciones una corriente interesadamente pueril que dividía salomónicamente lo correcto de lo incorrecto, lo sano de lo insano; en definitiva, el bien del mal. Quizá lo peor de todo sea que la pretensión antaño ingenua de los dirigentes mundiales (en su inmensa mayoría de izquierda) ha terminado imponiéndose por incomparecencia del rival; es decir, quienes tenían encargada la defensa de la lógica, de los postulados de la ciencia y la enriquecedora capacidad de dudar del ser humano no han planteado ningún tipo de batalla, o lo están haciendo demasiado tarde. 

Es más: hasta ellos se vendieron a la dictadura de lo políticamente correcto, a la autocracia establecida por la izquierda, y mamaron de esa diosa ramera llamada ideología woke, saciando sus voraces apetitos económicos y sus infinitas ansias de poder con las migajas que dejan los franquiciados de esta secta. Tristemente, muchos de quienes tenían el encargo ideológico de luchar contra las ideas sectarias han sucumbido a ellas y se han entregado a los placeres que les otorgan las multitudinarias pitanzas que organiza la secta woke. Este análisis inicial debe conducirnos, necesariamente (al menos a mí me dirige), hacia el más profundo de los pesimismos. El sistema establecido funciona, y funciona bien para sí mismo. 

Ha costado muchos años establecer los dogmas de una corriente ideológica excluyente capaz de convertir la ciencia en otro instrumento más al servicio del régimen. Muchos, como Agustín Laje, en su obra La batalla cultural, han intentado analizar objetivamente la situación y generar la chispa para que quienes dudamos, los que tenemos espíritu crítico y quienes pensamos con libertad luchemos contra esta dictadura moral. Pero me temo que no es precipitado afirmar que la batalla está perdida en la mayoría de los campos. Se han creado y sentado como verdades universales dogmas, como mínimo, dudosos. 

El enemigo tiene su estrategia tan desarrollada que hasta le ha dado para crear su propia forma de hablar, su propio y nuevo idioma; que, por supuesto, es excluyente con cualquier otro. Está firmemente establecido un muro moral infranqueable contra todo aquel que ose alzarse contra sus postulados; el rebelde, automáticamente, pasará a ser incluido en la cada vez más amplia bolsa de fascistas y terribles locos negacionistas. 

Es evidente que este movimiento mundial ha sido creado desde postulados de la izquierda, como ya dije anteriormente, pero lo realmente preocupante es la actitud de la derecha de comprar compulsivamente y por inercia estos inamovibles y absurdos postulados.

La derecha ha comprado los argumentos victimistas woke y ha interiorizado su papel de verdugo hasta el punto de pedir perdón por situaciones (reales o inventadas) que les imputa la izquierda dominante. A tal punto ha llegado la situación que se ha llegado a establecer una «agenda» con un cercano límite temporal para eliminar cualquier sombra de oposición a sus ya divinos designios, y ¡pobre de aquel que ose oponerse a esa agenda! «Agenda 2030» la han llamado. 

En ella se establecen y se consolidan cuidadosa y pormenorizadamente todos y cada uno de los mantras que se han impuesto para que nuestras vidas (les) resulten provechosas. La Agenda 2030 ha sido ideada por la izquierda progre con un claro objetivo de mover la ventana de Overton hacia el lugar deseado, que es la consolidación de los postulados woke como verdades universales. 

Hago una pequeña parada en este punto para hacer una brevísima definición de lo que es y supone la teoría de la ventana de Overton, que ha sido aprovechada como nadie por la ideología que condeno en esta pieza. Overton, estudioso de la filosofía política fáctica, vio con nitidez que el clima público con respecto a determinadas políticas era mucho más relevante (medido todo en número de votos) que lo que el propio político podía pensar como mejor para el pueblo, incluso que lo que el propio pueblo piense mayoritariamente. Siendo así, se estableció un rango jerárquico en forma de grados de aceptación de determinados mantras a los que los propios políticos se amoldaban para generar empatía y, sobre todo, capacidad de atracción electoral. 

Una vez terminen la lectura de esta pieza, podrán comprobar cómo se han establecido con arreglo a esta categorización de ideas o situaciones las grandes ideas que hoy se erigen como normas absolutas por las que cualquiera que las obvie renuncia automáticamente a ostentar cargo público representativo. Fíjense en este ejemplo y trasládenlo a los temas que hoy son ley y ayer eran terribles acontecimientos. Coincidirán conmigo en que el incesto es absolutamente condenable, delito que puede y debe provocar las peores condenas posibles que tiene a su disposición el ius puniendi del Estado. Pues bien, imaginen que un grupo o colectivo de cualquier tipo pretende que el incesto pueda ser contemplado como un derecho. 

Las fases de la ventana de Overton se pondrían a funcionar. En una primera fase, algo que resultaría impensable, condenable e incluso antinatural, aparece ya como radical, como digna de estudio para «ver sus razonamientos». 
En una segunda fase, estos informes mostrarían que el incesto podría ser aceptable bajo las premisas que pudieran resultar menos «dolorosas» a la sociedad. 
En la tercera fase, el incesto perdería este nombre, pues está asociado a algo tradicionalmente horrible, y podría ser denominado como «relación afectuosa familiar». A partir de ahí, se podría hacer incluso popular este término para defender el incesto como algo sensato y coherente. 
En una última etapa de la ventana de Overton, el incesto, ya desprovisto de cualquier rasgo negativo, pasaría a incluirse en el debate político y en el jurídico como algo para regular y fomentar. 

Así funciona este sistema, y seguro que coincidirán conmigo que lo estamos viendo hoy día institucionalizado en la Moncloa. Pero, recuperando el hilo del capítulo, llego a la conclusión preliminar de que hay una cosa clara: estamos perdiendo la batalla por pura desidia, por apatía galopante, por inasistencia voluntaria e injustificada, aunque plenamente entendible por el fomento de la frustración individual y colectiva desde las propias instituciones. La reacción ya no puede ser políticamente correcta, pues es jugar en casa del contrario y es una auténtica ratonera. 

No tenemos las armas para luchar de igual a igual contra dependientes y estómagos agradecidos de un sistema autocrático que no hace prisioneros, pero es peor vivir de rodillas que morir de pie. Desgana, indolencia, incluso pereza que desemboca en la más cutre vagancia social generalizada. Esa es la norma de comportamiento necesaria (y plenamente vigente) para dirigir a la masa hacia comportamientos queridos y deseados por quienes se aprovechan de ese aborregamiento general. Y está funcionando, eso sí, con conatos de rebeldía minoritarios pero cada vez más populares. Ahí me ubico. 

Estamos viviendo en una dictadura: algunos somos conscientes; ello nos obliga a reaccionar con lo que tengamos y siempre iluminados por el sentido común, que ha sido salvajemente erradicado de nuestra cotidianidad. 
Sean plenamente conscientes de que, en el imperio de la apatía, se pone el sol únicamente por oriente.

La entrevista del día: Pablo Cambronero presenta su libro ‘La dictadura de la apatía’

sábado, 27 de diciembre de 2025

PELÍCULA "TORESKY, EL PRODIGIO DE LA IMAGINACIÓN" Y DE LA SOLIDARIDAD RADIAL


“Una vida que empieza con una gran aventura y encierra una gran contradicción: la de un padre que abandona a su mujer y su hijo para conocer mundo, pero acaba dando vida a otro niño, un muñeco que emociona a todo un país”. 
Con estas palabras sobre Toresky en la voz del humorista y colaborador radiofónico Juan Carlos Ortega acaba el documental Toresky. El prodigio de la imaginación, en el que se aborda la vida de este pionero de la radio en España.

En él se aborda la vida de Josep Torres i Vilata, más conocido como Toresky, uno de los locutores más peculiares de la historia de la radio en España por ser el encargado de dar vida como ventrilocuo al niño Míliu en los micrófonos de Radio Barcelona, ganándose el cariño de miles de niños en la ciudad condal y sentando un precedente histórico en la radio.

Sin embargo, la vida de Toresky fue mucho más allá de las ondas. Hijo y heredero de una familia de empresarios del gas catalán, no se sentía alentado por el negocio y decidió dejar su vida en Barcelona para “hacer las Américas” en 1983. Su primera parada fue en La Habana (Cuba) donde, tras varios trabajos precarios, se empezó a prodigar en el mundo de la escena con pequeñas compañías teatrales.
Este gesto de dejar todo lo establecido, incluido su familia, hace que Dannoritzer, directora del documental, describa la vida del locutor en la nota de prensa de su estreno como “una historia de rebeldía, de una persona que se niega a encajar en la tradición familiar de llevar una empresa y, aunque deja deudas en la compañía, decide luchar por sus sueños, pagando un precio por ello, pero convirtiéndose en innovador”.

Viajó por Venezuela, Puerto Rico o México representando distintas obras que servían para que los locales conocieran la realidad de otros lugares del mundo. Destacó especialmente su estreno en Colombia en 1898 de su propio espectáculo como transformista y ventrílocuo en el que daba vida a varios personajes a la vez.
Tras pasar unos meses en Barcelona, en 1916 viaja de nuevo a Asia visitando países como China, donde se agolpaban para ver sus obras. Poco después del estallido de la I Guerra Mundial regresa a Barcelona, donde tiene su primer contacto con la incipiente Radio Barcelona, germen de la Cadena SER.
Allí haría historia al introducir al primer niño en la radio, tal y como recuerda Elvira Lindo en el documental, quien fue encargada de presentar durante años a su icónico Manolito Gafotas en las ondas. Lo hizo a través de la publicidad, entre los cortes publicitarios Míliu, un pequeño de 8 o 9 años de carácter travieso y curioso, le permitía hacer bromas y chistes que no estaban especialmente bien vistos, una especie de “válvula de escape”.

El éxito de este personaje entre los niños de Barcelona le llevó a hacer representaciones teatrales y retransmisiones en persona, para lo que creó un muñeco que usaría como ventrílocuo vestido de distintos atuendos desde boy scout a marinero o escolar.
El impacto de Míliu marcó todo un hito en la época en la que, tal y como recuerda la directora, “la población del país no sabía leer, pero la radio les hizo llegar no solo información pura y dura sino también acontecimientos políticos o culturales que hubiesen quedado completamente fuera del alcance de muchos sin la radio”.
Además de llevar la radio a todos los estratos de la sociedad, inició la iniciativa La Radio Solidaria y llegó a recaudar 200.000 mantas y miles de juguetes, entre otros donativos, destinados fundamentalmente a orfanatos y hospitales que le llevaron a recibir en 1934 la Real Cruz de la Beneficiencia.

Tres años más tarde, en 1937 fue detenido en el contexto de las Jornadas de Mayo de 1937 tras hacer un chiste que no gustó a los anarquistas de la CNT a través de Míliu: “¿Para qué hay rejas en las cárceles? ¿Para que no entren los ladrones?”. (Ya que los anarquistas robaban y saqueaban las casas y comercios).

En Barcelona los anarquistas se hicieron con el control, colectivizando gran parte de las actividades, hecho del que fue testigo George Orwell:
Por primera vez en mi vida, me encontraba en una ciudad donde la clase trabajadora llevaba las riendas. Casi todos los edificios, cualquiera que fuera su tamaño, estaban en manos de los trabajadores y cubiertos con banderas rojas o con la bandera roja y negra de los anarquistas; las paredes ostentaban la hoz y el martillo y las iniciales de los partidos revolucionarios; casi todos los templos habían sido destruidos y sus imágenes, quemadas. Por todas partes, cuadrillas de obreros se dedicaban sistemáticamente a demoler iglesias. En toda tienda y en todo café se veían letreros que proclamaban su nueva condición de servicios socializados; hasta los limpiabotas habían sido colectivizados y sus cajas estaban pintadas de rojo y negro. Camareros y dependientes miraban al cliente cara a cara y lo trataban como a un igual. Las formas serviles e incluso ceremoniosas del lenguaje habían desaparecido. Nadie decía señor, o don y tampoco usted; todos se trataban de «camarada» y «tú», y decían ¡salud! en lugar de buenos días.

Este fue el que, según sus familiares, fue el principio del fin de Toresky. Apenas tres meses después de su detención falleció de un ictus a los 67 años, una apoplejía que algunos aseguran que fue derivada de su detención.

A pesar de su multitudinario entierro en Sarriá al que acudieron líderes de la Generalitat, miembros de los partidos políticos y buena parte de la ciudad que se volcó a despedirle en su capilla ardiente, hace unos 30 años que no se sabe en qué punto del cementerio de Les Corts está Toresky. Tal y como recuerdan y despiden sus familiares en el documental, se encuentra en una fosa común tras no encontrar descendientes que pagaran el nicho donde se encontraba.

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