APRENDA
DE LA MAFIA:
PARA ALCANZAR EL ÉXITO
EN SU EMPRESA (LEGAL)
Exmiembro del clan Gambino
Un capo de la mafia sabe más sobre el auténtico liderazgo que cualquier consejero delegado de una empresa grande.
A pesar de que la Mafia sea conocida por sus métodos expeditivos e inmorales, sus capos siempre han sido unos hombres de negocios extraordinariamente hábiles. Louis Ferrante, antiguo mafioso, nos revela sus eficaces técnicas de gestión y muestra cómo aplicarlas, de forma completamente legal, en cualquier tipo de empresa.
Tras una carrera fulgurante y exitosa en la Mafia de la ciudad de Nueva York y cumplir una condena posterior de ocho años y medio en prisión, Ferrante consiguió enderezar su vida al comprender que lo que había aprendido en el mundo del negocio mafioso podía ayudarle a alcanzar el éxito en la "vida real". "Aprenda de la Mafia" ofrece una serie de consejos valiosos y sumamente prácticos que ayudan a desenvolverse sin problemas en el mundo de la empresa. Los acompaña de historias impactantes de situaciones reales que pueden parecerse bastante a los métodos aplicados en el Wall Street de hoy.
Nota del autor
Las personas que han leído mi autobiografía saben que en ese libro cambié los nombres de los hombres con los que cometí delitos con el fin de ocultar su identidad. Jamás me he chivado de ningún compañero de la Mafia ni de nadie y, aunque decidí dejar la Mafia mientras estuve en prisión, permanecí fiel a mis anteriores socios. En este libro, salvo algunas excepciones, utilizo los nombres verdaderos porque los mafiosos que menciono están muertos, en prisión o han cooperado con el gobierno. Nada de lo que escribo aquí puede inducir a que nadie sea acusado penalmente. No estoy desenmascarando crímenes ni señalando objetivos para la ejecución y el cumplimiento de la ley, sino recalcando el estricto sentido empresarial de la Mafia. A lo largo de todo el libro, me refiero al crimen organizado como la Mafia, por razones de accesibilidad del término. Sin embargo, dicho término raras veces lo utiliza una familia del crimen organizado, la cual suele referirse a su organización como La Cosa Nostra, que significa «nuestra cosa», o la borgata, que significa la «familia». Pido disculpas de antemano por el uso de cualquier tipo de jerga.
Prefacio
En la antigua Esparta, los chicos de doce años se sometían a una educación muy peculiar que tenía como finalidad agudizar el ingenio y enseñarles las destrezas necesarias para tener éxito en un mundo cruel. En las colinas que rodean esa militarizada ciudad-estado, se dejaba a los chicos sin comida hasta casi perecer de hambre y luego se les enviaba a la ciudad para que robasen para sobrevivir. Tenían que ser listos y astutos; si les cogían, se les castigaba severamente, pero no por robar, sino por fracasar. Los espartanos creían que un muchacho que dominase las destrezas de un ladrón prosperaría en la vida. Con eso no aconsejo a nadie que se convierta en ladrón para mejorar, sino que propongo estudiar la naturaleza subyacente de los delincuentes exitosos, y así adquirir conocimientos muy valiosos.
Una carrera delictiva a temprana edad indica
normalmente un fuerte carácter y propósito.
EDGAR SNOW, Estrella Roja sobre China
Yo empecé a robar a los doce años. Robé un coche de una carnicería cuando apenas era un adolescente, secuestré mi primer camión al final de mi adolescencia y dirigí mi propia banda de hombres mucho más mayores que yo que pertenecían a la familia criminal Gambino cuando apenas había cumplido los veinte años. Me acusaron de cometer uno de los atracos más importantes en la historia de Estados Unidos antes de cumplir los veintiuno.
Sin tener una educación superior, confié en mis instintos para moverme por el peligroso pero rentable mundo de la Mafia, produciendo millones de dólares para mi familia o empresa. En un momento dado, mi vida en la Mafia me asignó tres papeles muy distintos. Era un empleado de la familia Gambino; era el jefe, o director ejecutivo, de mi propia banda, y era un mando intermedio, recibiendo órdenes de los jefes de la Mafia y transmitiéndoselas a los subordinados. Por esa razón, creo que estoy muy cualificado para hablar de las personas de cada nivel de la escala corporativa.
Jamás me cogieron cometiendo un delito, pero la información proporcionada por algunos informantes confidenciales hizo que se llevasen a cabo algunas investigaciones. Después de una próspera carrera, fui arrestado por agentes de la autoridad estatal y agentes federales que reconstruyeron casos en mi contra utilizando a esos informantes. Me enfrentaba a pasar el resto de mi vida en prisión y me pidieron que colaborase acusando a otros mafiosos a cambio de mi libertad. Me negué a hablar de mis amigos y socios, y mis abogados negociaron una sentencia de conformidad después de que el principal chivato que me acusaba fuese expulsado del programa de protección de testigos del gobierno. Fui condenado a doce años y medio y me enviaron a la penitenciaría de máxima seguridad de Lewisburg, en Pensilvania.
En prisión me di cuenta de que matar estaba mal. No hay duda de que la vida es una lucha continua y que no podemos vivir de rodillas, pero no tenía derecho a culpabilizar a nadie, así que decidí cambiar de vida.
Cuando estaba en prisión, leí mi primer libro. No fue fácil al principio; mi vocabulario escaseaba, al igual que mi capacidad de atención y mi habilidad para entender lo que leía. Sin embargo, persistí y descubrí el placer de la lectura. Muy pronto, el suelo de mi celda estaba repleto de pilas de libros, igual que debajo de mi camastro y alrededor de la taza del váter. A diferencia de las paredes de las celdas de mis compañeros, cubiertas de pósters de mujeres desnudas, las de la mía estaban cubiertas de mapas. Durante años, leí hasta que los músculos de mis ojos me dolían y me quedaba dormido completamente exhausto. Dormía unas cuantas horas, las suficientes para que mis ojos descansasen, y luego vuelta a los libros. Mi celda se convirtió en una acogedora aula donde estudié de todo. Yo personalmente revoqué uno de mis casos federales desde prisión y me concedieron la libertad después de pasar ocho años y medio. Para entonces, había aprendido el arte de escribir analizando las novelas de los maestros del siglo XIX y había escrito una novela.
Cuando salí de prisión, tuve la gloriosa sensación de que había dejado atrás mi vida delictiva y, con ella, toda esa gama de delincuentes con los que trataba diariamente. Soñaba con encontrar mi lugar en el mundo legal. Qué diferente sería del mundo que había conocido. Para mi sorpresa, me di cuenta de que eso del mundo legal era una fantasía. No tardé en conocer bribones en la sociedad legal que eran mucho peores que los mafiosos que había conocido; lobos con piel de cordero.
Cuando ejercí como prestamista, jamás incrementé el tipo de interés de los préstamos concedidos a nadie. Si acaso, todo lo contrario, reducía el interés como compensación por haber pagado a su debido tiempo. Las empresas de tarjetas de crédito incrementan el interés sin importarles tu historia y, además, lo hacen sin tu consentimiento. ¿Qué sucede con todas esas ocultas comisiones? «Están en la letra pequeña —me dijo un representante del servicio de atención al cliente —. Usted debería haberla leído.» Eso es como si yo, al aumentar los intereses de un préstamo, le hubiera dicho a alguien: «Cuando te deje el dinero, te susurré eso. Deberías haberlo oído».
Las agencias de cobro de deudas telefonean a las casas de las personas y acosan a todo aquel que responde al teléfono. Les da igual si tu madre o tu abuela están a punto de morirse. «¡Me importa un carajo! ¡Páganos!» Puedes pensar lo que quieras de la Mafia, pero su código prohíbe que los mafiosos se acerquen a la casa de un hombre y, mucho menos, que acosen a su familia.
Los bancos embargan las casas y echan a sus ocupantes a la calle. El sheriff local tramita la orden de apremio, cierra las puertas y expulsa a la familia. Apuesto a que cualquier padre que haya pasado por eso preferiría tratar con nosotros. Puede que le rompan un par de huesos, que le pongan un ojo morado, pero por muy grande que sea el trato, conservas tu casa.
Seamos sinceros: los mafiosos son egoístas, interesados, pero lo mismo les sucede a los hombres de negocios. Los mafiosos pueden matar incluso a los suyos, pero a los demás no se les molesta. Los empresarios, los bancos y las agencias de tarjetas de crédito abusan de todo el mundo.
Solo nos matamos entre nosotros.
BENJAMIN SIEGEL alias BUGSY
Como mafioso, me temían, por eso los buitres preferían mantenerse a distancia. Como ciudadano legítimo, era una presa fácil y todo el mundo quería joderme. Al salir de prisión y regresar a casa, necesité de un coche y un apartamento. Una y otra vez, los vendedores de coches trataron de pegármela con viejas tácticas engañosas. Cada vez que me disponía a firmar en la línea de puntos, el trato cambiaba. Alquilé un apartamento. Durante el invierno, el arrendador no se dignó a encender la calefacción, pero el muy cabrón siempre quería que le pagase el alquiler puntualmente. Tuve que comprarme una estufa. Cuando me marché y le pedí la fianza, se hizo el loco y dijo que no la tenía. Busqué una casa para comprarla. Todos los asesores hipotecarios me hablaron de un préstamo con un interés fijo, el cual, según me juraron, jamás se incrementaría. Me di cuenta de que mentían.
Cuando les amenacé diciendo que volvería con un bate de béisbol si aumentaba, admitieron de inmediato que el interés podía incrementarse. No sé cuántas veces levanté los brazos y exclamé: «¡Qué panda de chorizos!». Me sentí rodeado de depredadores, igual que cuando me buscaba la vida en las calles, o lo que es peor, en prisión, donde tenía que cuidar de mis espaldas a cada instante. No soy el primero en darse cuenta de que la prisión no es una sociedad normal. Jonathan Swift, el escritor del siglo XVIII y autor de Los viajes de Gulliver , comentó que los convictos, en lo referente a la moral, no eran muy diferentes de las personas de la alta sociedad.
Ya que he mencionado a Jonathan Swift, quiero decir que me sentía como Gulliver, atado y pisoteado por personas mucho más pequeñas que yo. Había llegado el momento de levantarse. Decidí dar rienda suelta a ese espíritu agresivo que había desarrollado en la Mafia, un mundo en el que primero hay que sobrevivir, antes de lograr el éxito. ¡Yo, perdido entre la oscura multitud, tuve que utilizar más conocimientos, más cálculos y destrezas para sobrevivir de las que se emplearon para gobernar todas las provincias de España durante un siglo! FÍGARO en Las bodas de Fígaro de Pierre de Beaumarchais De repente me di cuenta de que tenía una gran ventaja sobre esas personas tan pequeñas: las experiencias de mi vida eran la pista de entrenamiento para el éxito.
La vida que había llevado, que a menudo lamentaba, fue también la vida que me enseñó a defenderme de los depredadores, olfatear a los fantasmas y ser más astuto que una serpiente. Fue una vida que me enseñó a ser independiente, a pensar a lo grande, a creer en mí mismo.
En la Mafia aprendí a tomar la iniciativa, a tener nuevas ideas y ponerlas en práctica. Aprendí a comunicarme con las personas. Para satisfacción de ambas partes, organicé tratos entre doctores, abogados, banqueros y agentes de bolsa, hombres con impresionantes credenciales académicas que carecían de la capacidad para hablar abiertamente.
Al haber tratado con muchas y variadas personas en mi pasado, me podía codear tanto con la sociedad educada como con la gente de los guetos. Podía pegársela a un gorrón o establecer una alianza con un banquero; podía hablar con cualquiera. También desarrollé una habilidad especial para superar los obstáculos. A veces los apartaba de mi lado, otras me abría camino entre ellos. Ahora ya no hay Alpes.
NAPOLEÓN, desestimando el mayor obstáculo en su conquista de Italia (Napoleón nació y creció en la isla de Córcega, una isla que reverenciaba a sus bandidos; esa influencia nativa siempre formó parte de él. Y controló Francia como un jefe de la Mafia.) La Mafia consigue a menudo lo que quiere utilizando a sus matones. Sin embargo, la mayoría de las veces, los mafiosos consiguen esos mismos fines entablando una relación amistosa con alguien, congraciándose con esa persona, pidiendo sencillamente lo que quieren. Después de reconsiderar mi idea de lo que es una sociedad «legítima», descubrí que mi nueva camarilla se parecía mucho a la antigua, menos violenta quizá, pero a veces más astuta. Continué practicando los aspectos civiles de la vida mafiosa, enterré el resto y empecé a cosechar éxitos.
Los antepasados se habrían sentido orgullosos, pues era muestra contemporánea de la «teoría del robo» implantada por los espartanos. En la actualidad dedico mi vida a ayudar a la gente. Mi autobiografía, Unlocked, se ha leído en todo el mundo y recibo un flujo constante de mensajes por correo electrónico de personas que me dicen que mi libro les ha cambiado la vida. He aparecido en televisión en más de doscientos países y he hablado delante de muy diversas audiencias, desde conservadores empedernidos hasta agentes de libertad vigilada, desde grupos de jóvenes hasta personas mayores, desde colegios y universidades hasta organizaciones empresariales y conferencias bibliotecarias. Al igual que los griegos de Homero, los judíos talmúdicos y los narradores de cuentos nativos americanos, los mafiosos más mayores utilizan la tradición oral para transmitir a los jóvenes y poner a su alcance la avezada sabiduría popular.
En este libro continúo utilizando esa tradición ancestral de narrar para transmitir esa sabiduría. Cuando lo considero apropiado, complemento las historias de la Mafia con anécdotas históricas para enfatizar que todas las lecciones se pueden aplicar universalmente y que nada cambia bajo el sol. Si uno aprende lo que sucedió ayer, estará preparado para lo que pueda suceder mañana. También introduzco citas relevantes a lo largo del texto para reforzar algún aspecto y fomentar la lectura.
Este libro tiene la intención de enseñar las mejores cualidades de La Cosa Nostra, de tal forma que Nuestra Cosa se convierta en Vuestra Cosa.
Las agencias de cobro de deudas telefonean a las casas de las personas y acosan a todo aquel que responde al teléfono. Les da igual si tu madre o tu abuela están a punto de morirse. «¡Me importa un carajo! ¡Páganos!» Puedes pensar lo que quieras de la Mafia, pero su código prohíbe que los mafiosos se acerquen a la casa de un hombre y, mucho menos, que acosen a su familia. Los bancos embargan las casas y echan a sus ocupantes a la calle. El sheriff local tramita la orden de apremio, cierra las puertas y expulsa a la familia. Apuesto a que cualquier padre que haya pasado por eso preferiría tratar con nosotros. Puede que le rompan un par de huesos, que le pongan un ojo morado, pero por muy grande que sea el trato, conservas tu casa. Seamos sinceros: los mafiosos son egoístas, interesados, pero lo mismo les sucede a los hombres de negocios. Los mafiosos pueden matar incluso a los suyos, pero a los demás no se les molesta. Los empresarios, los bancos y las agencias de tarjetas de crédito abusan de todo el mundo. Solo nos matamos entre nosotros. BENJAMIN SIEGEL alias BUGS
Lecciones de la Mafia
para el éxito empresarial
La Mafia, como organización que es, puede enseñar mucho al ámbito de la empresa. Valores como el de la lealtad, la confianza o la ambición son necesarios en las compañías, y la familia del crimen puede dar lecciones sobre ellos.
“El organigrama de una familia del crimen organizado o sindicato refleja la estructura administrativa de una corporación. En el vértice hay un jefe o un director ejecutivo, por debajo está el segundo de mando, el jefe de operaciones, y le siguen los capos y los soldados, que son los empleados que acatan las órdenes” publicó la revista Fortune. Louis Ferrante era un miembro del clan Gambino de Nueva York. Cumplió una condena de ocho años y medio, y una vez en libertad ha escrito varios libros. En uno de ellos, Aprenda de la Mafia para alcanzar el éxito en la empresa (legal), aplica los valores de la familia del crimen al ámbito de la empresa.
88 lecciones para empleados, mandos intermedios y jefes extraídas de la propia experiencia del autor. La confianza, la capacidad para guardar un secreto, el sentido del trabajo o la lealtad imperan tanto en la Mafia como en la organización.
Lecciones para el empleado
Hágales una oferta que no puedan rechazar: una forma infalible para que le contraten
Ferrante aconseja mostrar confianza y ambición. Aparecer como una persona que va a resolver problemas. “Demuéstreles que es usted un buscavidas. Todas las personas buscan una buena inversión; esa próxima inversión debe ser usted”.
No termine en el maletero de un coche: evite las intrigas de oficina
Los cotilleos de pasillo están a la orden del día en las oficinas, pero mantener la boca cerrada a tiempo es crucial para conservar la vida, según el exmiembro de la Mafia. “Inmiscuirse en las intrigas de oficina es como apostar por los ponis, es decir, que llevas todas las de perder. Evite las intrigas de oficina. Su supervivencia corporativa está en juego”.
Las paredes oyen: nunca hable mal del jefe
El sucesor de Al Capone se llamaba Accardo, quien nombraba jefes representantes mientras él manejaba los negocios entre bambalinas. Uno de sus testaferros era San Giancana. Éste fue a la cárcel y Accardo lo sustituyó por otro jefe. De vuelta a la libertad habló mal del que fue su superior. Giancana murió por cinco disparos cerca de la boca.
Otro mafioso, Scarfo recibió un regalo sin valor de otro capo, Bruno. Cuando éste murió, Scarfo le insultó. No le pegaron un tiro.
Lecciones para los mandos intermedios
Cómo darle a su objetivo sin usar una pistola: motive a su gente
Ferrante cuenta que muchos empleados del mundo son como los miembros de su banda: carecen de visión, necesitan que alguien les guíe y les motive a hacer las cosas. Si creen en el jefe, creerán en sí mismos. Y podrán alcanzar cualquier meta.
Entregue las mercancías: le representan a usted
¿Cuántas llamadas de teléfono se cortan cada mes en su móvil? Y, sin embargo, la compañía le exige el pago de la factura, comenta el autor del libro. Éste aconseja que si le pagan por un servicio o un producto, lo proporcione. “Cuando llega el momento, es todo lo que tiene”.
Respalde a sus compañeros: lealtad a sus empleados
Al Capone y John Gotti tenían muchos defectos, opina Ferrante, pero eran leales a sus hombres. Respalde a sus compañeros. Ganará su confianza y lealtad.
Lecciones para los jefes
Esconda la pasta debajo del colchón: tenga dinero en efectivo
La Mafia, al igual que muchos empresarios, no olvida que el flujo de caja debe ser la principal preocupación. He aquí un aviso para futuras crisis: “Las compañías que contaban con una reserva de dinero en efectivo lograron sobrevivir. Igual que le sucedió a la Mafia, que no recibe dinero para ser rescatada”.
Tipos como nosotros, tipos como ellos: cíñase a lo que sabe
Hacerse el listo o creer que el dinero ofrece la sabiduría pueden llevarle a la ruina. Al Capone solía decir que el mercado de valores era un jaleo, por eso se mantenía al margen. Cíñase a lo que sabe, recomienda el exmiembro de la Mafia.
Nunca infravalore a su adversario
Conozca a su competencia: qué hace, cómo lo hace, qué vende, cómo lo vende y a qué precio. Infórmese sobre sus adversarios para ser mejor que ellos, y adelantarse. Pero sobre todo no desprecie ni infravalore a sus competidores.
EL LIBRO
Autor: Louis Ferrante
Editorial: Conecta
El Padrino
y las Teorías
del Estado y del Derecho
«Un abogado con su maleta puede robar más
que cien hombres armados».
El Padrino
Una de las preguntas esenciales a las que deben responder la Teoría del Estado y la del Derecho es la relativa a la obligatoriedad del cumplimiento de las normas que emanan de los poderes públicos y si son diferentes a las que puede dictar una organización mafiosa. A estas cuestiones se enfrentaron ya, entre otros muchos, filósofos como Platón y, más tarde, San Agustín. En términos mucho más modernos, Kelsen defendió que no se trata de buscar cualidades internas que hagan válido el ordenamiento estatal y no válido el de la organización criminal, pues no hay una diferencia esencial entre, por ejemplo, la sanción que impone el Estado por lesionar a una persona y la que podría aplicar la Mafia por una conducta similar, pues en ambos casos es posible que exista una reglamentación parecida que permita saber a la sociedad que si se da la conducta lesiva A se impondrá la pena correspondiente B.
Una posible solución sería decir que el Estado impone sanciones “justas” y la Mafía no, pero legos en Derecho como Mario Puzo y Francis Ford Coppola la desmontan magistralmente en la primera escena de El Padrino: Bonasera acude a Vito Corleone para que repare las gravísimas vejaciones físicas y morales sufridas por su hija a manos de unos maltratadores, explicando que su demanda ante la justicia norteamericana se ha saldado con una condena de tres años de prisión que el juez dejó en suspenso poniendo en libertad a los culpables. Bonasera se indigna ante la injusticia, reclama la muerte como sanción “justa” para los delincuentes y ofrece, incluso, dinero al Padrino; éste se considera insultado por el intento de “soborno” y le recuerda que no está pidiendo “justicia” sino “venganza”, resolviendo que los maltratadores reciban un castigo “proporcional”: «no somos asesinos».
Una respuesta alternativa a la anterior sería la que ofrecen las teorías “realistas”, que, en su concepción moderna, ya no se plantean si la norma es válida sino si es “eficaz”; esto es, si se cumple en la práctica. También El Padrino muestra que tal criterio no sirve como elemento que diferencie, en un sentido favorable, al Estado de una organización criminal: las reiteradas negativas del productor cinematográfico Jack Woltz a darle un papel protagonista en una de sus películas a Johnny Fontane, aunque reconoce que es el actor adecuado para ese perfil, acaban cediendo ante la eficacia de una oferta de El Padrino, que no puede rechazar.
En última instancia, la respuesta a la pregunta que nos incumbe no está en centrarnos en la justicia o eficacia de una norma o una decisión judicial concretas sino en “suponer” que el ordenamiento estatal en su conjunto es “válido” y el mafioso no, pero entonces surge otro interrogante: ¿por qué hacemos esa suposición? La clave radica en suponer que el ordenamiento estatal es válido cuando, en su conjunto, es eficaz; es decir, cuando excluye la vigencia de otro entramado jurídico. Así, podemos suponer que el ordenamiento es válido y, por tanto, es obligado cumplir sus normas cuando es efectivo. Lo vemos en El Padrino II: Michael Corleone asiste en La Habana al ocaso de la dictadura de Fulgencio Batista y al triunfo de la guerrilla que, cuando consigue hacerse con el poder, acaba siendo reconocida como gobierno “legítimo” y, por tanto, su ordenamiento pasa a gozar de la presunción de validez.
El conjunto del ordenamiento estatal, la “legalidad”, encuentra así su fuente de “legitimidad”; la razón por la que debe ser obedecido. Ahora bien, la trama vuelve a complicarse y nos resulta muy inquietante cuando, como ocurre en la ficción de El Padrino pero también en no pocas ocasiones en nuestra realidad, esa legalidad no está al servicio de la libertad, la igualdad, la justicia o el pluralismo, sino que puede “comprarse” con dinero o con influencias, como se refleja en la conversación entre el senador Pat Geary y Michael Corleone, donde el primero condiciona la obtención de la licencia para un casino en Las Vegas, cuyo coste es de 20.000 dólares, al pago de 250.000 dólares y el 5% de las ganancias de los hoteles que explota en el estado de Nevada la “familia Corleone”.
El no va más de esta preocupante analogía lo ejemplifica el propio Michael Corleone cuando, en otra escena, sentencia: “la política y el crimen son lo mismo”. Resulta, o tendría que resultar, obvio que es una afirmación disparatada pero, y eso debería preocuparnos, parece que cada vez hay menos gente que la considere una exageración, a lo que no debe resultar ajeno el hecho de que más de un cargo público considere, parafraseando de nuevo a Michael Corleone, que el ejercicio de sus funciones “no es política, sólo negocios”.
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