EL Rincón de Yanka: LIBRO "LA REVOLUCIÓN DEL CO²": UNA FARSA PARA UN IMPUESTO por JUAN ANTONIO DE LA RICA

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jueves, 26 de octubre de 2023

LIBRO "LA REVOLUCIÓN DEL CO²": UNA FARSA PARA UN IMPUESTO por JUAN ANTONIO DE LA RICA

La  revolución  del  CO²:
Una  farsa  para  un  impuesto

El anhídrido carbónico es un gas muy escaso –y valioso– en la atmósfera: sólo el 0,038% de ésta es CO², mientras que el oxígeno representa el 20,86%, casi 550 veces más. Los seres humanos producimos cuarenta mil millones de toneladas de CO2 cada año, pero las plantas necesitan cincuenta mil millones al año. Es decir, devolvemos a la atmósfera menos CO² del que las plantas necesitan para sobrevivir.
Si nuestra producción de CO² se ajustara a la política de “cero emisiones” –meta propuesta por los ecologistas–, todos los bosques de la Tierra desaparecerían por falta de CO²: los árboles y las plantas simplemente no tendrían qué respirar. Cobrar un impuesto por comprar gasolina o gasoil, y otro por producir CO², es como cobrar un impuesto por comprar pan, y otro por comerlo: un auténtico disparate.
Prefacio

En elaño 1957 tuvo lugar el Año Geofísico Internacional, que significó un importante esfuerzo internacional de inversión econó­mica y de trabajo científico y en el que participaron miles de investigadores de las distintas ramas de la geofísica. El resultado fue un notable impulso en el conocimiento físico de nuestro planeta en su conjunto y de la atmósfera y el clima en particular. Res­pecto a este, una de las conclusiones de los estudios realizados a lo largo de ese año fue que el clima de la Tierra está histórica­mente en permanente cambio, oscilando entre épocas cálidas y frías (glaciaciones), pero con una lenta tendencia general hacia el enfriamiento. Se determinó con precisión que en ese momento, año 1957, climatológicamente vivíamos un período interglaciar de calentamiento de la atmósfera iniciado hacía 10.000 años cuando los hielos comenzaron a retroceder de forma muy rápida en todo el mundo y el nivel del mar comenzó a subir también muy rápidamente. Ese cambio no fue continuo a lo largo de esos 10.000 años en que el nivel del mar ascendió 120 metros, sino que el mar ha ascendido 6 metros en los últimos 6.000 años, a razón de 10 cm por siglo, y 114 metros en los 4.000 años anteriores, a razón de 285 cm por siglo, lo que significa un crecimiento casi treinta veces más rápido que el actual.

Los geofísicos que estudiaron el clima y su constante cambio histórico consideraron que el actual proceso de cambio de nuestra atmósfera era absolutamente natural, pero que sería necesario estudiar más a fondo la posible influencia en el mismo de dos fenó­menos causados por el hombre: el incremento de partículas sólidas en el aire como más importante, y el incremento de CO² y su efecto invernadero como de menor impacto.

El polvo en la atmósfera es reforzado por el humo causado por la actividad humana y su presencia haría que llegara menos radia­ción solar al suelo, con lo que este se calentaría menos, mientas que ese polvo se calentaría más y calentaría a la propia atmósfera elevando la temperatura del aire. Sobre este posible problema se llamó la atención de forma importante, y con menos importancia se trató del tema del CO².

En este segundo caso, la influencia sobre el clima estaría producida por el efecto invernadero que tiene este gas, al hacer rebotar la radiación infrarroja procedente del suelo al enfriarse este durante las noches, radiación que en lugar de escapar al espacio exterior, regresaría al suelo.

Debido al extraordinario interés que tiene la predicción meteorológica y a su enorme importancia económica, el estudio del clima recibió un fenomenal impulso graáas al Año Geofísico Internacional. El tema del CO² y su posible incidencia en la evolución de un clima cambiante y con una continuada tendencia al calentamiento, llamó poderosamente la atención de muchos geofísicos alarmistas que predijeron con un gran oportunismo profesional, que al final del milenio, es decir hacia el año 2000, los niveles de CO² en la atmósfera habrían aumentado en un 25%. La alarma llama la atención y despierta el interés de la gente de la calle,y esto canaliza el dinero destinado a la investigación, con lo que ayudas, subvenciones, encargos, publicaciones, cátedras, etc. fueron a parar a las manos de los físicos alarmistas, cuyo objetivo pasó a ser, no el investigar desapasionadamente el comportamiento del CO², sino el demostrar la maldad del anhídrido carbónico como causante del calentamiento del clima. 

Por otra parte, este falso mensaje, lanzado durante los años sesenta del Siglo XX, fue tomado con entusiasmo por los ecologistas, que ansiosos de salvar al mundo, vieron en el CO² el instrumento perfecto para hacer realidad sus sueños antidesarrollistas, con lo que este gas cambió de manos y pasó de las de los científicos a las de los políticos de izquierdas, con todas las consecuencias negativas que esto implica. A finales de los setenta y principios de los ochenta, la idea de asociar el calentamiento continuo desde hace 10.000 años de nuestra atmósfera, con el CO² producido por la industria y el transporte, fue ganando partidarios y convirtiéndose poco a poco en uno de los dogmas de la ecología, y todo ello a pesar de que climáticamente entre los años 1945 y 1975 existió una ligera tendencia hacia el enfriamiento. Pero no importa, el dogma se estableció y en adelante se aceptó como tal por los ecologistas y la izquierda progresista.

Este cambio quedó curiosamente reflejado en un cambio semántico, y de esta forma el "cambio del clima" estudiado por los geofí­sicos, pasó a ser "cambio climático" impuesto por los políticos y a continuación gestionado y administrado por ellos. Climático, significa perteneciente o relativo al clima, cambio climático no es por tanto cambio del clima, sino cambio de lo relativo al clima. La forma de vida, la salud, la economía, la agricultura, están relacionadas con el clima, y esas son las cosas que van a cambiar, es decir lo que a nosotros nos afecta del clima, y van a cambiar por culpa del CO², un CO² que produce un sector de la sociedad, los egoístas, los insolidarios,los industriales, los trabajadores. Los ecologistas y los políticos de izquierdas, no, ellos no generan CO² y en todo caso el que producen es bueno porque lo hacen por nuestro bien, por eso ellos van a cobrar por el CO² creado, y los egoís­tas, los insolidarios, los no ecologistas, van a pagar.

De este modo, el cambio del clima, que es un fenómeno natural y una realidad constante en la historia de la Tierra, pues el clima nunca ha permanecido estable y no tiene ningún sentido esperar que deje de cambiar cuando a nosotros nos conviene, ha pasado a ser una amenaza para la humanidad: amenaza de la que nos van a salvar los ecologistas (que son gente muy noble y al mismo tiempo muy práctica), cobrando un impuesto por producir CO², con lo que la sociedad producirá menos CO², lo que a su vez ac­tuará como freno a un desarrollo ecológicamente destructivo. Con menos energía habrá menos fábricas, menos industrias, menos explotaciones nlÍneras, etc. lo cual es magnífico desde un punto de vista ecológico, porque habrá menos contaminación, aunque por supuesto también habrá menos trabajo, más miseria y más hambre en el mundo, pero eso no tiene demasiada importancia.

El establecimiento de un impuesto por producir CO² es una idea genial para la izquierda ecologista y progresista, porque las industrias que lo produzcan en gran cantidad aliviaran sus conciencias asumiendo la penitencia de su pago, y los ecologistas y los go­biernos de izquierdas que los sostienen obtendrán una fabulosa cantidad de dinero, lo que les permitirá aumentar su influencia en la sociedad y al mismo tiempo costear una metódica campaña propagandística para cuyo mantenimiento es necesario comprar la voluntad de miles y miles de periodistas y garantizar la prosperidad de sus medios. Ese impuesto servirá además para financiar es­ tudios interesados, comprar voluntades, promocionar a los amigos y silenciar a los enemigos, en fin, para hacer todo aquello que los políticos de izquierdas hacen con toda naturalidad en beneficio propio pero con el dinero de los demás.

El único requisito, además previo, para que todo este fenomenal montaje funcione, es que el CO² sea efectivamente un gas conta­minante, pero esto también se puede hacer por decreto como tanto les gusta a ciertos políticos, y de esta forma la Organización de las Naciones Unidas, que es elorganismo en donde nació esta idea, definió el cambio climático en el año 1988 de esta manera:

"El cambio climático hace referencia a los cambios a largo plazo de las temperaturas y los patrones climáticos. Estos cambios pueden ser naturales, pero desde el siglo XIX, las actividades humanas han sido el principal motor del cambio climático, debido principalmente a la quema de combustibles fósiles, como el carbón, el petróleo y el gas, lo que produce gases que atrapan el calor".

En la definición se dice que los cambios "pueden" ser naturales, pero a continuación establece que desde el siglo XIX no es así y la causa es la que a la ONU le interesa; sin más. Intelectualmente es una definición vergonzosa, es demagogia en estado puro.
Pero es demagogia activa, porque al mismo tiempo la ONU pone en marcha un organismo creado a partir del Programa de la Na­ciones Unidas para el Medio Ambiente (reducto ecologista-izquierdista), denominado Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, PICC, cuyo objetivo fundacional es, textualmente:

"Concentrar la información científica disponible sobre el cambio climático, determinar las consecuencias ambientales y socio­ polítícas del calentamiento y formular estrategias de respuesta al mismo".

Esta declaración es otro monumento a la demagogia, primero porque la ONU decide que existe un "cambio climático"y lo define a su conveniencia y a continuación crea un organismo para demostrar que existe. 
¿Qué significado tiene la frase: "concentrar la in­formación científica disponible sobre el cambio climático"? ¿Qué sucede con la información científica desfavorable al objetivo que se persigue?
De hecho, la propia creación de PICC es un acto de total manipulación política de la ciencia y de falsificación interesada de la infor­mación. Si no existiese "cambio climático" sino simplemente "cambio de clima", la existencia del PICC sería un absurdo, así que lo primero es demostrar el "cambio climático" y esto se hace primero por decreto y luego pagando a 2.000 científicos para que "sostengan" esa afirmación. Sin embargo, una verdad científica no tiene que ser sostenida por nadie, se sostiene a sí misma, lo que es necesario sostener es la falsedad, elengaño, el fraude.

Con todo esto, el cambio delclima pasó a ser cambio climático, y el calentamiento de la atmósfera pasó a ser producido por el hom­bre, no porque el clima se encuentre en un proceso de calentamiento interglaciar, sino por la maldad de unos pocos. Es inaceptable culturalmente que un tema tan tremendamente complejo como el cambio del clima en la historia de la Tierra, que llevaba relativa­mente pocos años estudiándose y en el que intervienen numerosos factores geofísicos, e incluso astronómicos de gran importan­cia, y del que se han obtenido resultados contradictorios, la ONU decida por su cuenta e imponga ante la opinión pública por su peso, que es causado por la actividad humana a partir del siglo XIX.
¿Cómo es posible tal atropello intelectual? La respuesta es muy sencilla: la ONU y el PICC, son organismos políticos,y los políticos deciden cómo ha de ser la realidad q¡ue les interesa. Una vez establecida la misma, se contrata a los científicos necesarios para "sos­tenerla". Esto significa politizar la ciencia, algo aberrante desde un punto de vista científico, pero natural en la izquierda que pretende politizarlo absolutamente todo, la educación, el derecho, la cultura, la forma de vida, todo.
El resumen es sencillo: el mundo científico sabe que el clima está en un proceso de calentamiento, pero la gran masa de la pobla­ción, no. Entonces interviene la ONU y lanza al mundo un aviso: El clima se está calentando por culpa del CO² producido por la in­ dustria y el transporte. Como la masa de la población comprueba que es verdad que el clima se calienta, acepta también como ver­dad que la causa es el CO², y lo que es más grave: acepta el pago de un impuesto absolutamente demagógico.
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En el año 2007 yo trabajaba desde hacía 25 años como periodista especializado en el mundo del motor y el tema de la contamina­ción producida por los automóviles me interesaba extraordinariamente. Desde mi postura de observador e informador, fui a lo largo de esos años comprobando como poco a poco el anhídrido carbónico, el gas más importante de toda la atmósfera para la Naturaleza, se iba convirtiendo primero en un posible contaminante, después en un probable contaminante y luego en un absoluto contaminante. Sin embargo, esto último chocaba frontalmente con mis conocimientos de química, biología y geofísica.

La vida animal consiste químicamente en un proceso de oxidación de materia orgánica, nuestros alimentos, gracias al oxígeno presente en la atmósfera, con lo que se obtiene calor por una parte y un residuo gaseoso (CO² o anhídrido carbónico) por otra. Que el gas que producimos los seres humanos (y el conjunto de todos los animales de la Tierra) al respirar sea un contaminante está fuera de toda lógica y suena sencillamente como un disparate.
Por otra parte el propio origen de la vida sobre nuestro planeta reside en el CO². Si no hubiera existido abundante CO² en la atmós­ fera primitiva de la Tierra hace 3.800 millones de años, la vida no hubiera aparecido tal como la conocemos. Básicamente la vida consiste en la creación de materia orgánica a partir del CO² atmosférico, del agua y de la energía de la radiación solar. Ese proceso se inició en un pasado remoto y continúa en la actualidad y son las plantas las que lo llevan a cabo tomando CO² del aire (respi­rando CO²), creando materia orgánica (de la que los animales se alimentan), y produciendo como residuo oxígeno. Que un gas esencial en el proceso de la vida, que el gas que respiran las plantas creadoras de vida, sea un contaminante, me resulta desde un punto de vista naturalista, un disparate absurdo.

Finalmente, aunque mis conocimientos de geofísica no sean muy grandes, soy consciente de que la cantidad de CO² presente en la atmósfera, la cantidad del gas más importante para la Naturaleza, es muy pequeña. El CO² es un gas no solamente valioso en el proceso de la vida, sino a demás escaso, porque únicamente el 0,038% de la atmósfera en peso está compuesto por este gas. Si las plantas y los árboles de la Tierra siguen tomando CO² del aire y fijándolo en el suelo, esta cifra se hará cada vez más pequeña en un futuro a largo plazo y la vida vegetal se paralizará por falta de CO² para respirar, los bosques desaparecerán. 
El CO² que hoy produ­cimos los seres humanos debido a nuestra industriosidad (por otra parte tan natural como el que los leones se coman a los ñus), formaba parte hace millones de años de una atmósfera más rica en anhídrido carbónico. A lo largo de todo ese dilatado tiempo las plantas fueron extrayendo CO² del aire para crear materia orgánica y pasando luego al suelo el carbono de la misma. Quemar com­bustibles es devolver ese CO² a su lugar de origen y al mismo tiempo es enriquecer la atmósfera con el gas del que se alimentan los árboles, por lo que cuanto más coz exista en esta, mejor y más rápido crecerán los últimos con lo que los bosques en lugar de des­ aparecer poco a poco, como sucede en estos momentos, ganarán en extensión de forma natural. ¿Es malo el CO² para la Natura­leza? ¿Es un contaminante? Pensarlo siquiera resulta ridículo.

Las anteriores consideraciones me llevaron a investigar más a fondo la relación entre automóvil y CO² y las causas o los motivos existentes para que el mundo ecologista colgara al CO² la etiqueta de "contaminante". Por otra parte, si un pequeñísimo incre­mento de CO² en el aire pudiera ser ligerísimamente perjudicial para las sociedades humanas, ese pequeño incremento resultaría beneficioso para todos los bosques del planeta. Hay que tener en cuenta que se calcula que en el mundo hay entre 100 y 150 árbo­les por cada ser humano. En beneficio de esos árboles perfectamente se puede asumir un pequeño perjuicio para nosotros, pero es que ni siquiera sería tal, porque los beneficios que esos 100 o 150 árboles nos devolverán lo compensa con creces.

Todas estas ideas las plasmé a lo largo de los años 2007 y 2008 en un libro sobre el CO² y el automóvil que se publicó el 2009. Tengo que decir que el libro, con gran dolor de mi corazón, fue un absoluto desastre editorial. Lógico, los resultados y conclusiones del mismo no coincidieron para nada con la doctrina oficial ecologista e izquierdista, y en esos momentos, en el año 2009, la socie­dad estaba entregada en los brazos de los ecologistas a los que había firmado un cheque en blanco. A nadie le gusta que le corrijan o que le lleven la contraria, menos aún que le cuenten cosas desagradables, y muchísimo menos que encima le digan que le están engañando y tomando el pelo, y, para colmo, timando.
Como dato curioso acerca de la postura de la sociedad en esos momentos, de mis compañeros periodistas en prensa escrita, radio o televisión, no hubo ni uno, que publicara una reseña del libro. Pero las cosas cambian y las sociedades también. Hoy percibo a mi alrededor un ambiente de cansancio, de falsedad, de hastío incluso frente a la marea ecologista, por lo que he decidido insistir nuevamente con mi libro que a continuación presento casi tal cual como se escribió hace 14 años. Se podría pensar que en este tiempo se ha quedado desfasado, pero no es así en absoluto, e incluso hoy resulta mucho más interesante aún porque pone en evidencia como nuestra sociedad, nuestra cultura y nuestra economía, pueden ser manipuladas y estafadas.

Introducción

La proporción de anhídrido carbónico en la atmósfera en relación con el resto de los demás gases es del 0,038%. En realidad, hay poquísimo CO² y este es un gas francamente escaso. Tan escaso como valioso. Nosotros, los animales llamados superiores, respira ­mos oxígeno, pero en nuestra atmósfera el 20,86% de la misma lo forma este gas. Tenemos mucho oxígeno, más de la quinta parte del aire que nos rodea es oxígeno y sin embargo solo tres con ocho diez milésimas partes son de CO².

¿Qué tiene esto de particular?
Pues en primer lugar,que todo ese oxígeno que hoy respiramos los humanos estaba en el pasado combinado con el carbono, for­maba parte del CO² primitivo, y las plantas lo han liberado. En segundo, que nosotros, los animales superiores que respiramos oxí­geno, somos en realidad parásitos. Somos seres vivos, sí, pero no creadores de vida, la vida la crean las plantas y estas dependen de ese valioso y escaso gas. Las plantas respiran anhídrido carbónico (CO²), y sin este gas no habría plantas y sin plantas no habría animales, y, por supuesto, no existiríamos nosotros, que somos auténticos y genuinos animales. Por eso, porque somos animales que respiran oxígeno, nos encantaría y nos resultar: a muy cómodo que en nuestra atmósfera hubiera más oxígeno y menos CO². Claro que, en ese caso, los árboles vivirían mucho peor. Sí, que lástima, pero no tendríamos que vivir bajo la terrible amenaza del cambio climático.
El CO², mucho o poco, puede ser bueno o malo para nosotros, los seres humanos, pero de lo no cabe la más mínima duda, es de que es maravilloso para la Naturaleza. Esto no es una afirmación, es simplemente una constatación de la realidad, y como tal ni si­ quiera se puede poner en duda. La vida en nuestro planeta tiene más de tres mil millones de años de antigüedad y comenzó gracias al CO² y a la energía de la luz solar. Sin esas dos cosas, no existiría la vida tal como la conocemos.

Tres mil millones de años, son muchos años, sobre todo teniendo en cuenta que nuestra propia historia no abarca mucho más de medio millón. Somos unos recién llegados, pero nos sentimos con derecho a llevarle la contraria a nuestra propia madre Natu­raleza, y disputar a sus criaturas, los árboles por ejemplo, el gas que respiran. Los árboles, sí, los verdaderos dueños de nuestro mundo, porque hay aproximadamente 140 árboles por cada ser humano, y porque colonizaron la Tierra hace aproximadamente cuatrocientos millones de años, y porque además son los que han creado el suelo fértil del que vivimos. Unos árboles que, por cierto, de no haber existido, tampoco habríamos existido nosotros, dado que nuestra evolución dependió de ellos.
Realmente, se hace difícil aceptar que el gas que respiran los árboles, el gas del que dependen, el gas del que nació la vida, el que producimos nosotros mismos al respirar y devolvemos por ello a la atmósfera (tremendamente importante este concepto de devo­lución) sea un contaminante, pero así nos lo está contando desde hace veinte años (por increíble que parezca) el Panel Interguber­namental para el Cambio Climático (PICC), auspiciado por la ONU y avalado por cientos o miles de firmas de científicos compro­metidos. Lo que no está muy claro es si se trata de científicos comprometidos con la ciencia, comprometidos con los intereses del PICC, o comprometidos con la divulgación de ideas políticas de izquierdas.

El CO², el anhídrido carbónico tan denostado y parece ser que tan peligroso, es muy importante en nuestras vidas y en toda la vida vegetal que nos rodea y nos soporta. Merece la pena examinar con decisión, con toda tranquilidad y sin ningún pudor, nues­ tra relación con este gas en el día a día, incluso haciéndolo desde el punto de vista más desfavorable; o, si se quiere, más criticable (aunque sería mejor decir que más criticado), precisamente por ese colectivo de cientos y cientos de científicos al servicio del PICC; el automóvil.
Cada vez que ponemos en marcha el motor de nuestro vehículo, sea de gasolina o diésel, lo que literalmente estamos haciendo es encender una hoguera. Los motores de combustión interna de nuestros vehículos queman combustible y utilizan la energía calo­rífica del mismo para transformarla en energía mecánica con la que crear movimiento. Lo que hacemos al arrancar el motor de un coche es algo muy parecido a lo que hacían nuestros antepasados cuando para combatir el frío se acercaban a una hoguera para aprovechar en beneficio propio una parte del calor generado por la madera de la misma al quemarse. Lo que sucede en nuestro caso, es que como conductores no somos muy conscientes de la cantidad de madera que quemamos. 

Para un automóvil de tipo medio, con un motor de alrededor de 100 CV y que produce una cantidad de CO² de 180 gramos por kilómetro, la cantidad de leña equivalente que se consume circulando a 120 km/h es de bastante más de medio kilo por minuto. Nuestra hoguera no es simple­mente un pequeño fuego, no, es una hoguera importante que en un viaje de cuatro horas quema más de 120 kilos de leña, lo que por su parte significa que en ese mismo tiempo producimos 86,4 kilos de anhídrido carbónico que pasa a la atmósfera. Ese es más que producen CO² al hacerlo como gas residual, y que añaden ese CO² a una atmósfera que los ecologistas apriorísticamente supo­nen saturada del mismo, es de 2.000 millones. No es una cantidad empleada ocasionalmente por un comentarista, me ha llamado la atención el que es sistemáticamente repetida y aceptada como cierta y que cuenta con lo que podríamos llamar "el aval ecolo­gísta". 

Soy periodista del motor desde hace muchos años, y tengo un especial interés por su historia. Conozco las cifras de produc­ ción mundial de automóviles y esos 2.000 millones de automóviles circulando cada día me chirrían.
Según la publicación que para mí tiene más prestigio en cuanto seriedad y objetividad en su información, la revista suiza "Revue Automóvil" que todos los años publica un catálogo estadístico que es la verdadera Biblia estadística de los periodistas del motor del mundo entero, la cantidad total de automóviles que se han fabricado en toda la historia de la automoción desde que el señor Benz solicitó la patente de su primer vehículo y lo condujo su mujer una vez construido, hasta el año 2008 en que se escriben estas líneas es de 1.583 millones de automóviles, lo que significa 417 millones menos de los que supuestamente circulan cada día por las carreteras y caminos de todo el planeta. Evidentemente, de esos 1.583 millones de automóviles fabricados, es lógico pensar (más bien es evidente) que únicamente una parte sigue en circulación, porque pensar en que todos los coches de los años, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, e incluso sesenta y setenta, sigan funcionando, es sencillamente absurdo.

Como dato interesante, en el año 1999 la misma revista suiza calculó que el parque mundial de vehículos de turismo, breaks y minivans, con capacidad de funcionar en ese momento (lo que no significa que se muevan todos los días, sino que simplemente eran capaces de moverse, que es algo que haría solo una fracción de los mismos), habría alcanzado la cifra de 500 millones de uni­dades, aunque la cifra real del número de los que lo hicieran a diario sería muy inferior. Personalmente he realizado el cálculo del número de turismos que podían estar circulando en el año 2007 con una media anual de 10.000 kilómetros recorridos, y la cifra que he obtenido (que no creo que tenga más de un 10% de error en más o menos) es de 600 millones de unidades, de los que diaria­ mente solo circularían un tercio, es decir 200 millones de unidades, lo que significa la décima parte de la cifra avalada por el colec­ tivo ecologista.
La diferencia entre los datos (del año 2008) muy fiables que estoy manejando,y los suministrados por este colectivo, es de nada menos que de 1.800 millones de vehículos. A la vista de los mismos una cosa me queda perfectamente clara: las fuentes de infor­mación comprometidas con el movimiento ecologista no me resultan fiables, utilizan cifras falsas y manipuladas interesada­mente. El problema del anhídrido carbónico emitido por los tubos de escape de los automóviles que circulan por el mundo entero, me parece enormemente serio y no puedo considerarlo fríamente dando por buenos datos como los que he comentado anterior­mente. Para ver el panorama que me interesa, tengo que mirar por otras ventanas y esto me lleva a una reflexión más profunda.
(...)

Juan Antonio de la Rica, autor del libro “La revolución del CO2”, 
sobre la real necesidad del CO2 y el fraude genocida climático.

Juan Antonio de la Rica presenta 'La revolución del CO2' en Dando Caña

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