EL Rincón de Yanka: LIBROS "LA SEDUCCIÓN DEL ESPÍRITU": USO Y ABUSO DE LA RELIGIÓN DEL PUEBLO y "EL FUTURO DE LA FE": por HARVEY COX

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viernes, 20 de octubre de 2023

LIBROS "LA SEDUCCIÓN DEL ESPÍRITU": USO Y ABUSO DE LA RELIGIÓN DEL PUEBLO y "EL FUTURO DE LA FE": por HARVEY COX

 


Caminamos hacia una época completamente a-religiosa...
hacia una total ausencia de religión... 
entonces, ¿qué es un cristianismo sin religión?

Dietrich Bonhoeffer, Resistencia y Sumisión.

¿Cuándo vas a salvar al pueblo,
oh Dios de misericordia, cuándo?
No los reyes y señores, sino las naciones;
no los tronos y coronas, sino los hombres
son las flores, ¡oh Diosl, de tu corazón:
No dejes que perezcan como mala hierba;
que su herencia no sea un día sin sol;
¡Dios salve al pueblo!
¿Seguirá el crimen trayendo crimen por siempre,
y la fuerza socorriendo al fuerte?
¿Es tu voluntad, oh Padre,
que el hombre se afane por lo injusto?
«No», dicen tus montes; «No», tus cielos repiten;
el sol nublado del hombre saldrá luminoso,
y ascenderán canciones en lugar de suspiros:
¡Dios salve al pueblo!

Himno de Ebenezer Elliot (1781·1849)

LA  RELIGIÓN  DEL  PUEBLO

«La tradición pervive por la fe del pueblo» 
Federico Rico, ABAD

¿Qué es la religión del pueblo? Carl jung acuñó el término «inconsciente colectivo», sobre cuya existencia sé que aún se discute. Pero, ¿qué decir de un «consciente colectivo» o, mejor aún, de una «interioridad colectiva»? No tengo ninguna duda sobre su existencia, porque la religión de cualquier grupo humano constituye su testimonio colectivo, la afirmación explícita de su identidad y su dignidad. Es una forma que el pueblo tiene de llevar, recordar y anhelar. A veces se convierte en la única forma de resistir de un pueblo sitiado. Sin ella, estarían vados e incapaces de resistir o sobrevivir. Una religión del pueblo es una forma de salvar el alma del pueblo.

La religión es algo más que mera autobiografía. Es verdad que el estilo testimonial parece eminentemente connatural a la religión. Los chamanes hablan a los asombrados miembros de su tribu de extraordinarios sueños de medianoche.
Los santos cuentan sus visiones celestiales. Los convertidos declaran cómo encontraron la gracia. Pero la religión es algo más que la suma de todas esas historias personales; es también memoria colectiva) conciencia de grupo y esperanza común. Es la autobiografía colectiva de un pueblo. Es la propia historia de éste, contada y recontada, corregida y aumentada, transmitida de padres a hijos. En una ocasión escribí, en Las fiestas de locos) que la religión es a la civilización lo que la fantasía es al individuo. Desearía ahora ampliar este punto. La religión popular no sólo incluye la fantasía y la esperanza, sino también la memoria y la nostgia. Es una compilación viva de las canciones y ceremomas acumuladas por un pueblo a lo largo de su historia, un acervo de recuerdos sin los que no podría haber futuro.

Al celebrar la significación y el valor de supervivencia de las religiones de los pobres, es importante que tratemos de evitar el romanticismo. Al igual que los demás instintos naturales, nuestro impulso humano hacia la oración y nuestra necesidad de fábulas y mitos pueden ser fácilmente utilizados contra nosotros mismos. Invasores, opresores, desarrollistas y otros tipos de conquistadores y pretendidos colaboradores han inventado diversas formas de manipular la piedad de sus vasallos. Ellos saben que si la piedad. de un pueblo persiste en su forma original, puede impedir el control absoluto que el dominador siempre desea tener. No hay por qué exterminar la religión de la víctima si puede ser usada en su contra.

A este abuso de la religión lo denomino «la seducción del espíritu». Da lo mismo que este abuso sea practicado por las iglesias o por los medios de comunicación de masas, o que los seducidos sean individuos o grupos, porque es siempre el mismo y patético proceso: el seductor deforma los auténticos impulsos interiores hasta convertirlos en instrumentos de dominación. Personas vulnerables y pueblos indefensos son manipulados para que se vean a sí mismos a través de la imagen reflejada en el espejo distorsionante que les presentan quienes manejan el proceso. Las necesidades y esperanzas del pueblo son hábilmente transformadas en dependencias debilitadoras. Sus dioses y héroes son secuestrados.
Sus mismos rituales son deformados y usados para que no se salgan de los cauces establecidos. Las historias inmemoriales de las que han vivido son incorporadas en un nuevo contexto de significados determinado por el conquistador. Pronto se convierten, como pueblo, en lo que se supone que deben ser; y este «se supone» es supuesto por otros. La seducción del espíritu es un proceso «religioso».

Tanto el individuo como el grupo son llevados a depender de unos símbolos que les son impuestos por sus «superiores». Pero, paradójicamente, la defensa de que disponen contra esta impostura es también religiosa. En el interior de su espíritu, las víctimas saben que algo está mal y, por medio de la oración furtiva, la memoria grupal y la fantasía milenaria, siguen siendo distintos de lo exigido por la cultura dominante. Los pueblos cautivos y derrotados se reúnen en secreto, preservan los fragmentos culturales del pasado, susurran canciones que no se atreven a cantar en voz alta y transmiten las tradiciones a los jóvenes. Alimentan la esperanza de poder alcanzar un día su liberación total para poder celebrar abiertamente lo que ahora han de rememorar en secreto: «Que salga mi pueblo para que pueda darme culto».

Muchas veces es difícil discernir a primera vista las diferencias entre religión opresora y liberadora, entre la fe independiente y las devociones implantadas por decreto. Todo fenómeno religioso individual puede ser en parte la efusión simbólica de la rabia y el júbilo y, al mismo tiempo, un poderoso medio de control social y manipulación psicológica. El problema es complejo. Aunque algunos analistas tratan de entender la religión como una simple simbolización de la experiencia de un pueblo, nunca consiguen tener plena aceptación. Tales análisis olvidan el cruel hecho de que muchas veces la religión es un sedante administrado a la fuerza, y que los conquistadores de todos los tiempos han utilizado elementos de las religiones de los pueblos conquistados contra esos mismos pueblos. Difícilmente podrían los españoles haber derrotado a los aztecas si no hubieran explotado la creencia de éstos en el retorno de Quetzalcoatl. Pero la
religión no es siempre y en todas partes el opio de las masas.

La religión también es, a veces, el único modo que una cultura derrotada tiene de preservar su historia y sus esperanzas cuando llega el día de la prueba.
La religión es muchas veces el único vínculo que mantiene al pueblo unido a sus impulsos internos y a sus recuerdos históricos en momentos en que la rebelión violenta podría desembocar en una extinción colectiva. La historia religiosa del pueblo negro es un buen ejemplo. Aunque muchos autores no han visto en el cristianismo negro de Norteamérica sino una cruel mistificación inculcada con engaños en los esclavos para mantenerles a raya con las promesas de felicidad al otro lado del Jordán, ésta no es sino una parte de la historia. Todo pueblo sometido tiene primero que sobrevivir, antes de poder oponer resistencia. Los teólogos negros están demostrando hoy cómo los esclavos, en parte gracias a su religión, evitaron tanto la extinción como la absorción. La ingeniosa adaptación que hicieron del cristianismo deformado que les había sido impuesto por sus amos les ayudó a no romperse en pedazos, psicológica y culturalmente, a pesar de los esfuerzos de los blancos para que esto ocurriera.

Los pieles rojas de Norteamérica no tuvieron el mismo éxito que los negros. Cuando se vieron empujados hacia el océano y las montañas por el insaciable deseo de expansión del hombre blanco a lo largo y ancho de las praderas, se volvieron al culto del peyote y a la Danza del Espíritu. La pipa del peyote puede que les ayudara a contemplar de nuevo las fugaces sombras de sus atormentados ancestros, pero al precio de aceptar la hegemonía blanca sobre el mundo exterior. La Danza del Espíritu atizó los últimos rescoldos bélicos de rabia y deseo de venganza contra los usurpadores, pero desembocó en la nieve ensangrentada de Wounded Knee. Suele afirmarse, por tanto, que estas dos expresiones religiosas del alma india fallaron. Pero yo no estoy tan seguro.

En los últimos años, los verdaderos propietarios de la Norteamérica precolombina han comenzado a despertar del estado de coma a que habían sido sometidos sus progenitores durante la centenaria invasión que les despojo no sólo de sus colinas y sus terrenos de caza, sino también de sus dioses.
¿Fue su religión un opio? Sólo el observador más necio podría afirmar que mejor les habría ido a los Choctaws y a los Modocs si hubieran desechado sus espíritus de los bosques, sus brujos y sus rituales de fuego de campamento y hubieran empleado hasta el último grano de su energía en luchar contra la Caballería de los Estados Unidos hasta la muerte. Es triste decirlo, pero probablemente la Caballería habría vencido y habría exterminado totalmente la raza, en lugar de hacerlo parcialmente. El resultado habría sido casi tan nefasto si los pieles rojas se las hubieran apañado para sobrevivir físicamente pagando el tremendo precio de renunciar a sus dioses, sus leyendas y sus ceremonias. Aunque tal auto-mutilación cultural les hubiera ayudado a evitar hasta cierto punto la extinción, que lo dudo, les habría también dejado sin armas espirituales para resistirse a la absorción o, con el tiempo, al genocidio. Las religiones de los indios les unían con lazos místicos al bisonte y a la pradera. Su fe en un Gran Espíritu les vinculaba también entre si. La actual reafirmación de la dignidad y los derechos del indígena norteamericano hunde sus raíces en esa religión ancestral, como ha sido ampliamente demostrado por las declaraciones de sus representantes, recogidos en el libro de T. C. McLuhan Tocar La Tierra.
El renacimiento indio no es simplemente un rechazo de la cultura y la religión impuestas por la Caballería y la sociedad representada por ésta, sino también una reanimación del «alma» india.

Muchas veces me he preguntado lo que podría haber sido la religión de los indios si la historia les hubiera permitido fundir el cristianismo y sus propios elementos indígenas, como hicieron los africanos. Quizá lo veamos ahora, y es posible que alguna versión indio-arnericana del cristianismo, marcada por el conocimiento intuitivo del indio de la tremenda fragilidad del concordato del hombre con la naturaleza, nos ayude a encontrar nuestro camino hacia la nueva visión del hombre y la naturaleza de que tan necesitado está nuestro desorden ecológico. No podrá sorprender el que determinados aspectos del cristianismo encuentren su
lugar en la naciente conciencia del pueblo indio. Pocas creencias pueden evitar la modificación cuando sufren el choque o la interacción de otras creencias, La mayoría de ellas se beneficia de tales encuentros. Cada religión es como la famosa cebolla de Peter Gynt. Si tratamos de desprenderla de todos los elementos que ha absorbido de otras religiones que, a su vez, son otros tantos conglomerados, no encontraremos más que una sucesión de capas, una debajo de otra. El cristianismo es una «cebolla» hecha de capas: primero, de la antigua fe hebrea que, por su parte, había. integrado elementos canaanitas y babilonios; luego, de los cultos mistéricos del Oriente Medio, diversas piezas de cultura básica y un gran bagaje de otros elementos. No intento decir que 'el cristianismo, o la religión de los Navajos, u otras religiones carezcan de «singularidad». Sí que la poseen. Pero la genialidad de una religión se manifiesta más en su forma característica de combinar las cosas que en una cierta esencia interior irrepetible. Lo distintivo de una tradición puede hallarse en el modo que tiene de unir las experiencias peculiares de un pueblo a lo largo de su historia y las realidades primordiales con las que todo pueblo tiene que contender, independientemente del lugar o del momento.

Pero, en definitiva, la religión de un pueblo, prescindiendo de cómo se haya formado, llega a convertirse en la propia «alma» de ese pueblo. Por muchas contradicciones internas que contenga, sirve a un propósito esencial para aquellos
cuya conciencia, colectiva representa. Cuando el «alma» parte, el cuerpo muere inmediatamente, como sabemos los mortales desde el principio de los tiempos.
La posibilidad de pronunciar un «amén» interior a la vitalidad religiosa de un mural chicana de Santa Fe fue para mí como la culminación de un largo proceso de transformación.
En diez años había dado un giro casi completo en mi actitud con respecto a la religión y su significado para los pueblos pobres y oprimidos. Una década atrás, yo habría considerado, en gran parte, aquel mural y la fe que representaba como opio de las masas. Pero ahora podía detectar en él el núcleo de la identidad de un pueblo y la fuente de energía de su lucha por la dignidad y la supervivencia.
Esta sección del libro rastrea algunos de los pasos que, en diez años, me llevaron del «cristianismo secular» a la religión popular.

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