SONIDO DE LIBERTAD
SOUND OF FREEDOM
Ya ha sido estrenada en España y ya todo el mundo habla de ella. Nos estamos refiriendo, por supuesto, a la película "Sound of Freedom", protagonizada por el siempre excelente Jim Caviezel, el otrora intérprete de la no menos excelente "La pasión de Cristo".
En Estados Unidos, donde fue presentada el pasado 4 de julio, ha batido todos los récords, desbancando incluso a la que pretendía ser el boom de este verano: la infame (y wokísima) quinta entrega de Indiana Jones. Todas las majors hollywoodenses se han llevado las manos a la cabeza, porque no se esperaban este golpe bajo que les ha propinado Angel Studios: una minor sin ánimo de lucro —pero con un gran tirón en eso del crowfunding— que ya dio el campanazo con la serie The Chosen y el filme Su único hijo (ambos, insistimos, bajo el paraguas de la suscripción popular). Y por si todo esto supiera a poco, la cinta ha sido avalada por Mel Gibson, esa estrella a la que el propio Hollywood ha procurado apagar en más de una ocasión…, pero que se enciende una y otra vez para demostrarles su valía.
Sea como fuere, echémosle un vistazo al argumento de la cinta, aunque a estas alturas quizás ya todo el mundo haya leído sobre él en la red. Tim Ballard (Jim Caviezel) es un exagente del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos que ha dejado dicho puesto para consagrar su vida al rescate de niños, ya que muchos de estos son secuestrados por menoreros que trafican con ellos en países tales como México y Colombia. Pese a que siempre se ha tomado francamente en serio este desempeño —él se considera a sí mismo un “abolicionista de la esclavitud sexual infantil”—, la hora de la verdad le llega cuando uno de esos pequeños le pide que libere también a su hermana, de la que fue separado durante un terrible rapto. Ballard, pues, comienza una carrera a contrarreloj para liberar a la chiquilla, pues cuanto más tiempo tarde en hacerlo, más difícil será dar con ella.
Como el lector seguro que sabrá, la película se inspira en la hazaña verídica del mencionado Tim Ballard. Este, en efecto, que pidió expresamente ser interpretado por Caviezel, lleva en su haber más de un millar de incursiones contra los secuestradores de niños, y a día de hoy imparte conferencias por todo el mundo para concienciar a la gente del peligro que corren sus hijos. Si nos acercamos a cualquiera de sus vídeos que pululan por internet, nos daremos cuenta de lo ignorante que somos acerca de ese submundo y de las poquísimas precauciones que ponemos en aras de la protección de los menores. Él mismo se derrumba en más de una ocasión cuando evoca las cosas que ha visto y el dolor que ha tenido que soportar. Es por ello por lo que la película no escatima en crudeza en ningún momento del metraje (esto queda especialmente de manifiesto en los treinta minutos iniciales, que se grabarán a fuego en la retina del espectador).
El responsable de la cinta es Alejandro Monteverde, que hasta el momento solo había dirigido dos títulos cinematográficos (ambos, por otro lado, excepcionales): Bella y Little Boy. El primero de ellos aborda valientemente el tema del aborto, mientras que el segundo versa sobre la candorosa fe de un niño ante el posible fallecimiento de su padre; uno y otro, a pesar de su divergencia argumental, tienen una cosa en común: su carácter decididamente infantil, que pretende transmitirle al espectador la idea de estar leyendo un cuento (pese a que los asuntos que traten no sean para nada una mera fábula). Por este motivo, la película que nos atañe se aparta por completo del surco marcado por aquellas dos, ya que no pretende ni por asomo ser un cuento, sino, como queda dicho, una espeluznante historia real.
Y aquí entra en juego la enjundia del presente artículo. Resulta que, en efecto, Sound of Freedom procura ser una denuncia social de un problema que acucia a nuestro tiempo: la trata de menores. Esto, en principio, es objeto de crítica y persecución por parte de las élites de nuestro mundo, a las que se les llena la boca al hablar sobre los derechos de los más pequeños, su felicidad, su inocencia y etcétera. Pues bien, resulta que todas las productoras hollywoodenses y todas las plataformas digitales se negaron en su momento —sepamos que el rodaje de la cinta finalizó en 2018— a distribuir el filme, por considerarlo obsceno y falso. Da igual que el mismísimo Tim Ballard haya salido en su defensa para demostrar que todo lo narrado en él es auténtico, pues aquellas continúan haciendo oídos sordos a sus declaraciones.
Para más inri, como los productores de la película encontraron el providencial auxilio de Angel Studios, que se comprometió a llevarla al mayor número de salas posibles, y después, a ponerla disponible en su página web, aquellas nefandas plataformas —Netflix, Amazon Prime, Disney, etcétera— han llevado a cabo un boicot deshonroso contra ella: han subvencionado a las grandes cadenas del espectáculo en Estados Unidos, para que no la proyecten; han chantajeado a los críticos más influyentes de la nación, para que hablen mal de ella; han intentado contraprogramar la cinta con otros títulos pretendidamente más atractivos, para que el público acuda a estos, y por supuesto, se han negado a subirla a sus respectivas webs (eso sí, en Netflix pudimos ver no hace mucho Guapis, una cinta en la que unas niñas de tan solo once años bailan twerking y, según apunta su reseña, “exploran entre ellas su sexualidad”).
Así que esto nos lleva a la siguiente cuestión: si las susodichas plataformas abominan de un título que advierte contra la trata de menores, significa que ellas están a favor de la trata de menores. No hay más vuelta de hoja. A pesar de que beban los vientos por el discurso políticamente correcto acerca del bienestar infantil y que nos den lecciones de moral sobre cómo educar a nuestros hijos, lo cierto es que deploran el bienestar infantil y pretenden ser ellas las que eduquen a nuestros hijos. Y por supuesto, dicha educación pasa por la ubicua sexualización a la que los pobres niños están siendo sometidos impunemente: series trans no binarias, dibujos animados queer, un bisontito que no sabe si es macho o hembra… ¿Y qué decir de Amazon Prime? Si usted busca —mejor no lo haga— juguetes sexuales, descubrirá (con horror) que entre ellos se encuentran muñecas que imitan el cuerpo de una niña. Por consiguiente, ¿cómo va a estar esta multinacional a favor de una película que va en contra de lo que ella vende?
Me hace gracia que hoy, cada vez que se estrena una cinta arcoíris —en todo su amplio espectro—, sea promovida como una obra valiente, transgresora, necesaria y todos los parabienes que usted imagine; pero lo cierto es que ninguna de ellas es nada de eso, porque presentan problemas inexistentes en una sociedad abiertamente tolerante con todo (pero si todos los años celebramos una semana entera dedicada a los gais: ¿dónde está el menosprecio y la persecución?). Y así, mientras que estas cuentan con todo el respaldo de esas plataformas y majors, que cada vez producen más cine de ese tipo, las que son auténticamente osadas, como la que nos ocupa, reciben vituperios, ultrajes, conjuras, etcétera (¿recordamos el ejemplo de Unplanned?). Por suerte, el público no es tonto y percibe en el acto dónde está la calidad, y le otorga su apoyo (adiós, Indiana Jones y tu dial del wokismo).
Pero como decíamos al inicio de este texto, hay más: la película está avalada por Mel Gibson —la estrella más odiada del Hollywood actual— y protagonizada por Jim Caviezel, que no le va en zaga al director de Braveheart en lo que a sentimientos encontrados se refiere. El motivo de esta animadversión, como sabemos, radica en La pasión de Cristo, la cinta que acabó con la carrera de entrambos. Desde entonces, la “fábrica de sueños” se ha encargado de matar y enterrar a los dos, para que no levanten la voz más de lo debido.
Es verdad que aquí no somos tan conscientes de lo que esta injusticia supone para el ciudadano norteamericano, que lleva muy a gala el ejercicio de su libertad de opinión, pero allí esto es un escándalo que continúa coleando; de ahí que cualquier cosa que aquellos toquen, encuentra rápidamente el favor de la gente.
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