El Libro de la Confianza en un tesoro escondido de Espiritualidad, dedicado a todos los que buscan serenidad y paz de alma, en un mundo cada vez más agitado por las pasiones desenfrenadas y por escándalos inauditos.
El P. Thomas de Saint Laurent nos lleva por el camino seguro de la ternura y la confianza haciendo eco a las palabras de Jesús:
“Confianza, Voz de Cristo, voz misteriosa de la gracia que resonáis en el silencio de los corazones, y que murmuráis en el fondo de nuestras conciencias palabras de dulzura y de paz. Ante nuestras miserias presentes repetís el consejo que el Maestro daba frecuentemente durante su vida mortal: “¡Confianza, confianza!”.
Afirmaba San Francisco de Paula:
“Un hombre sin oración no es capaz de nada”.
Si la oración consiste en la elevación de la mente a Dios, aquel que tiene el hábito de las lecturas espirituales, al mismo tiempo que se instruye, reza.
Como marco inicial de esta sección, nos pareció oportuno presentar a los participantes de la campaña ¡El Perú necesita de Fátima! las palabras introductorias de una obra prima en el campo de la lectura espiritual —El Libro de la Confianza— del renombrado autor francés, el R. P. Thomas de Saint Laurent.
Sus palabras parecen escritas ex profeso para auxiliarnos vigorosamente a transponer con espíritu de fe, paz de alma, y sobre todo, confianza, los amargos días que vivimos, en previsión al triunfo del Inmaculado Corazón de María, anunciado por la Virgen en Fátima.
* * *
“Voz de Cristo, voz misteriosa de la gracia que resonáis en el silencio de los corazones, Vos murmuráis en el fondo de nuestras conciencias palabras de dulzura y de paz. A nuestras miserias presentes repetís el consejo que el Maestro daba frecuentemente durante su vida mortal: «¡Confianza, confianza!»
“Al alma culpable, oprimida bajo el peso de sus faltas, Jesús decía: «Confía, hijo; tus pecados te son perdonados» (Mt. 9, 2). «Confianza», decía también a la enferma abandonada que sólo de Él esperaba curación, «tu fe te ha sanado» (Mt. 9, 22). Cuando los Apóstoles temblaban de pavor viéndole caminar, por la noche, sobre el lago de Genesaret, Él les tranquilizaba con esta expresión pacificadora: «Tened confianza, soy Yo, no temáis» (Mc. 6, 50). Y en la noche de la Cena, conociendo los frutos infinitos de su sacrificio, Él lanzaba, al partir hacia la muerte, el grito de triunfo: «¡Confiad! ¡Confiad! ¡Yo he vencido al mundo!» (Jn. 26, 33).
“Esta palabra divina, al salir de sus labios adorables, vibrante de ternura y de piedad, obraba en las almas una transformación maravillosa. Un rocío sobrenatural les fecundaba la aridez, rayos de esperanza les disipaban las tinieblas, una tranquila serenidad ahuyentaba de ellas la angustia. Pues las palabras del Señor son «espíritu y son vida» (Jn. 6, 64). «Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc. 2, 28).
“Como antaño a sus discípulos, ahora es a nosotros a quienes Nuestro Señor convida a la confianza. ¿Por qué rehusaríamos atender su voz?”
CAPITULO I
iConfianza!
Nuestro Señor Jesucristo Nos Convida a la Confianza
Voz de Cristo, voz misteriosa de la gracia que resonáis en el silencio de los corazones, Vos murmuráis en el fondo de nuestras conciencias palabras de dulzura y de paz. A nuestras miserias presentes repetís el consejo que el Maestro daba frecuentemente durante su vida mortal: "¡Confianza, confianza!".
AI alma culpable, oprimida bajo el peso de sus faltas, Jesús decía: "Confianza, hija; tus pecados te son perdonados" (1) (Mt 9, 2). "Confianza" decía también a la enferma abandonada que sólo de Él esperaba la curación, "Tu fe te ha sanado" (2) (Mt 9, 22). Cuando los Apóstoles temblaban de pavor viéndole caminar, por la noche, sobre el lago de Genesaret, Él les tranquilizaba con esta expresión pacificadora: "Tened confianza, soy Yo, nada temáis" (3). (Mc 6, 50). Y en la noche de la Cena, conociendo los frutos infinitos de su sacrificio, El lanzaba, al partir bacia la muerte, el grito de triunfo: ¡Confianza! ¡Confianza, Yo vencí al mundo! (4) (Jn 16, 33).
Esta palabra divina, ai salir de sus labios adorables; vibrante de ternura y de piedad, obraba en las almas una transformación maravillosa. Un rocío sobrenatural les fecundaba la aridez, rayos de esperanza les disipaban las tinieblas, una tranquila serenidad ahuyentaba de ellas la angustia. Pues las palabras del Señor son "espíritu y vida" (5) (Jn 6, 64). "Bienaventurados los que la oyen y la ponen en práctica" (6) (Lc 11, 28).
Como otrora a sus discípulos, ahora es a nosotros, a quienes Nuestro Señor convida a la confianza. ¿Por qué rehusariamos atender su voz?
Muchas Almas Tienen Miedo de Dios
Pocos cristianos, incluso entre los fervorosos, poseen esta confianza que excluye toda ansiedad y toda duda. Son muchas las causas de estadeficiencia. El Evangelio narra que la pesca milagrosa aterró a San Pedro. Con su impetuosidad habitual, él midió de un solo golpe la distancia infinita que separaba la grandeza dei Maestro de su propia pequenez. Tembló de terror sagrado, y prosternándose, rostro en tierra, exclamó: "Señor, apártate de mi, que soy pecador" (7).
Ciertas almas tienen, como el Apóstol, ese terror.Elias sienten tan vivamente la propia indigencia y las propias miserias, que apenas osan aproximarse a la Divina Santidad. Les parece que un Dios tan puro debería sentir repulsa al inclinarse bacia ellas. Triste impresión, que le da a la vida interior una actitud contrahecha, y, a veces, la paraliza completamente.
¡Cómo se engañan estas almas! Jesús se acercó enseguida al Apóstol sobrecogido de espanto: "No temas" (8), le dijo, y le hizo levantarse... ¡También vosotros, cristianos, que recibísteis tantas pruebas de su amor, nada temáis! Nuestro Señor receia, ante todo, que tengáis miedo de Él. Vuestras imperfecciones, vuestras flaquezas, vuestras faltas, aun graves, vuestras reincidencias tan frecuentes, nada le desanimará en tanto que deseéis sinceramente convertiros. Cuanto más miserables sois, más compasión Él tiene de vuestra miseria, más desea cumplir, junto a vosotros, su misión de Salvador.
¿No vino a la tierra sobre todo por los pecadores? (9).
A Otras Almas Les Falta la Fe
A otras almas les falta la f e. Elias tienen seguramente esa fe corriente, sin la cual traicionarían la gracia dei bautismo. Creen que Nuestro Sefior es todopoderoso, bueno y fiel a sus promesas; pero no saben aplicar esta creencia a sus necesidades particulares. No están dominadas por la conviéción irresistible de que Dios, atento a sus pruebas, se vuelve hacia ellas, a fin de socorrerias. Sin embargo, Jesucristo nos pide esta fe especial y concreta. Él la exigía otrora como condición indispensable para sus milagros; y la espera, también de nosotros, antes de concedemos sus beneficios.
"Si puedes creer, todo es posible al que cree" (10), decía al padre dei nifio poseso. Y en el convento de Paray-le-Monial, empleando casi los mismos términos, repetía a Santa Margarita María: ¡Si puedes creer, verás el poder de mi Corazón en la magnificencia de mi amor...". ¿Podéis creer? ¿Podréis llegar a esa certeza tan fuerte que nada la altera, tan clara que equivale a la evidencia? Esto es todo. Cuando lleguéis a ese grado de confianza, veréis maravillas realizarse en vosotros. Pedid al Maestro Divino que aumente vuestra fe. Repetidle con frecuencia la oración dei Evangelio: "¡Creo, Señor, ayudad a mi incredulidad!" (11).
Esta Desconfianza de Dios Nos Es Muy Perjudicial
La desconfianza, sean cuales fueren sus causas, nos trae perjuicios, privándonos de grandes bienes. Cuando San Pedro, saltando de la barca, se lanzó al encuentro del Salvador, caminó al principio con firmeza sobre las olas. EI viento soplaba con violencia. Las olas ya se levantaban en torbellinos furio,sos, y socavaban en el mar abismos profundos. La vorágine se abria delante dei Apóstol. Pedro tembló... Dudó un segundo, y luego comenzó a hundirse... "Hombre de poca fe, le dijo, ¿por qué has dudado?" (12).
He ahí nuestra historia. En los momentos de fervor nos quedamos tranquilos y recogidos al pie dei Maestro. Cuando viene la tempestad, el peligro absorbe nuestra atención. Desviamos entonces las miradas de Nuestro Señor para fijarlas ansiosamente sobre nuestros sufrimientos y peligros. Dudamos... y luego, ¡caemos! Nos asalta la tentación. El deber se nos hace fastidioso, su austeridad nos repugna, su peso nos oprime. Imaginaciones perturbadoras nos persiguen. La tormenta ruge en la inteligencia, en la sensibilidad, en la carne... Y no hacemos pie; caemos en el pecado, caemos en el desánimo, más pernicioso aún que la propia culpa. Almas sin confianza, ¿por qué dudamos?
La prueba nos asalta de mil maneras: ya los negocios temporales peligran, el futuro material nos inquieta; ya la maldad nos ataca la reputación, la muerte rompe los lazos de las amistades más legítimas y cariñosas. Entonces, nos olvidamos del cuidado maternal que la Providencia tiene con nosotros... Murmuramos, nos enfadamos, y de este modo aumentamos las dificultades y el efecto doloroso de nuestro infortunio. Almas sin confianza, ¿Por qué dudamos?
Si nos hubiéramos apegado al Divino Maestro con confianza, tanto mayor cuanto más desesperada pareciese la situación, ningún mal nos sobrevendría de ella... Habriamos caminado tranquilamente sobre las olas; habríamos llegado sin tropiezos ai golfo tranquilo y seguro, y, en breve habríamos bailado la región hospitalaria que la luz dei cielo ilumina... Los santos lucharon con la misma dificultad... Muchos de ellos cometieron las mismas faltas. Pero éstos, ai menos, no dudaron... Se levantaron sin tardanza, más humildes después de la caída, no contando desde entonces sino con los socorros de lo Alto... Conservaron en el corazón la certeza absoluta de que, apoyados en Dios, todo podrían. ¡No fueron enganados en esa confianza! (13) Transformaos en almas confiantes. Nuestro Señor os invita a ello; y vuestro interés así lo exige. Os haréis, ai mismo tiempo, almas iluminadas, almas de paz.
Objetivo y División de Este Trabajo
Este trabajo no tiene otro objetivo sino el de iniciaros en el conocimiento y práctica de esta virtud. Aquí se expondrá de ella, muy sencillamente, la naturaleza, el objeto, los fundamentos y los efectos.
Lector piadoso, si alguna vez este modesto librito te cayera en las manos, no lo apartes con desdén. El no pretende ni encantos literarios, ni originalidad. Solamente contiene verdades consoladoras, que cogí en los libros inspirados y en los escritos de santos. He ahí su único mérito.
Intenta leerlo despacio, con atención, con espíritu de oración. Casi diría: ¡medítalo! Déjate penetrar dulcemente por su doctrina. La savia dei Evangelio palpita en estas páginas. ¿Habrá para las almas mejor alimento que las palabras dei Señor?
Que ai terminar esta lectura, te puedas confiar totalmente al Maestro adorable, que todo nos dio: ¡los tesoros de su Corazón, el amor, la vida y hasta la última gota de su sangre!
NOTAS
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(1) Confide, fili, remittuntur tibi peccata tua. Mt. IX, 2.
(2) Confide, filia, fides tua te salvam f ecit. Mt. IX, 22.
(3) Confidite, ego sum, nolite timere. Me. VL 50.
(4) Confidite, ego vici mundum. Jn. XXVI, 33.
(5) Verba quae ego locutus sum vobis, spiritus et vita sunt.
Jn. VI, 64.
(6) Beati qui audiunt verbum Dei et custodiunt illud. Le.
li, 28.
(7) Exi a me, guia homo peccator sum, Domine. Le. V, 8.
(8) Nolite timere. Le. V, 10.
(9) N on enim veni vocare justos sed peccatores. Me. II, 17.
(10) Si credere potes, omnia possibilia sunt credenti. Me.
IX, 23.
(11) Credo, Domine; adjuva incredulitatem meam. Me. IX,
23
(12) Modicae fidei, quare dubitasti? Mt. XIV, 31.
(13) Spes autem non confundit. Rom. V, 5.
ACTO DE CONFIANZA EN EL CORAZÓN DE JESÚS
Oh, Corazón de Jesús, Dios y Hombre verdadero, delicia de los Santos, refugio de los pecadores y esperanza de los que en Ti confían; Tú nos dices amablemente: Vengan a Mí; y nos repites las palabras que dijiste al paralítico: Confía, hijo mío, tus pecados te son perdonados, y a la mujer enferma: Confía, hija, tu fe te ha salvado, y a los Apóstoles: Confíen, Yo Soy, no teman.
Animado con estas palabras acudo a Ti con el corazón lleno de confianza, para decirte sinceramente y desde lo más íntimo de mi alma: Corazón de Jesús en Ti confío.
Sí, Corazón de mi amable Jesús, confío y confiaré siempre en tu bondad; y, por el Corazón de tu Madre, te pido que no desfallezca nunca esta confianza en Ti, a pesar de todas las contrariedades y de todas las pruebas que Tú quisieras enviarme, para que habiendo sido mi consuelo en vida, seas mi refugio en la hora de la muerte y mi gloria por toda la eternidad. Amén.
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