EL Rincón de Yanka: LIBRO ¡SUREÑOS A LAS ARMAS! (1813-1832): 💥 CARTAS DE BATALLAS POR LA HISPANIDAD EN CHILE por ÁNGELO GUÍÑEZ JARPA

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lunes, 2 de octubre de 2023

LIBRO ¡SUREÑOS A LAS ARMAS! (1813-1832): 💥 CARTAS DE BATALLAS POR LA HISPANIDAD EN CHILE por ÁNGELO GUÍÑEZ JARPA


¡SUREÑOS A LAS ARMAS!
(1813-1822)
Cartas de batallas por la hispanidad en Chile


SUREÑOS, ¿QUIÉNES SOMOS?

Nunca he querido ocultar, camuflar ni justificar la derrota de los ejércitos y milicianos realistas en el reyno de Chile. No obstante, ya no puedo aceptar que en los libros de estudio se siga mintiendo, al borrar a los sureños e indígenas de su fidelidad a la monarquía española. El punto nuclear de esta farsa histórica es que no hubo una guerra contra la madre patria. Cómo podría haber sido si nosotros éramos parte de España, por tanto españoles de América. Chile no era un país independiente antes de la llegada de los peninsulares para aspirar a una independencia, como pudiera ser el caso de Irlanda, respecto de Inglaterra. El pueblo chileno no existía. éramos cristianos, súbditos del rey, como todos los pueblos americanos. No existían las nacionalidades. España como república tampoco existía. Vale aclarar, más tarde que nunca, de manera enfática y viril los hechos acontecidos. No hubo independencias en América, sino secesiones instadas por Inglaterra, a través de logias masónicas, en la que destacó la “Lautaro”.

El trato con los indígenas en América siempre fue deferente y proteccionista. Las leyes de Indias son un ejemplo único en el mundo. Sólo basta mirar, con mediana agudeza, a quienes tienen enfrente para constatar que no fueron arrasados como sucedió en África con las colonias inglesas y holandesas. ¿Acaso el mismo hijo del Virrey O’Higgins no fue educado con hijos de caciques? En estos tiempos, alguien se imaginaría que los hijos del presidente de turno estudien bajo la misma instrucción. Un criollo, araucano o un huilliche en 1812 tenía los mismos derechos y beneficios de un madrileño. Por tanto, también el término “Colonias” no se ajusta a la realidad. Se puede asegurar, además, que la labor de conformar los idiomas de los indígenas americanos, que tenían una cultura ágrafa, fue gracias a la llegada de los españoles, y a las congregaciones de los jesuítas y franciscanos. Los indígenas se alistaron por el rey porque no eran ingenuos. Sabían perfectamente que las nuevas autoridades no respetarían los acuerdos que habían logrado con los reyes católicos. 

¿Acaso alguien pelea por su opresor tantos años de puro ingenuo? La desgracia de la América española fue la separación forzada de su madre patria. Deformada de su estado original, fue balcanizada en pequeños países que pasaron a manos británicas y norteamericanas, casi inmediatamente. De cuatro prósperos virreinatos, pasamos a estas desgraciadas naciones que, siguiendo el plan de nuestros enemigos históricos, permanecen distanciadas por insistentes políticas de odio de sus gobernantes.

Entonces, nada de raro es que casi todos los presidentes de Chile hayan sido miembros de la masonería. Qué tipo de motivación habrán tenido Rondizzoni, O’Carroll, Beauchef, Miller, Tupper, Brayer y Cochrane por “liberar” a Chile después de haber combatido en las guerras napoleónicas. Dejo la reflexión. En cambio, los ejércitos realistas de Chile, casi en su totalidad, estuvieron constituidos por criollos, milicianos e indígenas del sur. Y, no se debe olvidar, que los peninsulares apenas llegaron en forma de un par de batallones. “Curiosamente” se obvia que desde Lima también vino ayuda para las tropas realistas. 
¿Alguien sabe que soldados del Perú pelearon en la gloriosa batalla de Rancagua, en 1814, collereando junto a chilotes, valdivianos y chillanejos? Por esto, las celebraciones del Bicentenario en 2010 pasaron sin pena ni gloria. Ningún cristiano puede celebrar separaciones, muerte y destrucción. La Hispanidad es nuestra lengua y la fe, lo más sagrado de un pueblo. Por este motivo, tras 1818, en el episodio llamado “La guerra a muerte”, el cura Ferrebú, de Rere, tomó las armas junto a más de mil vecinos en defensa de sus valores sacros. En el sur de Chile, tuvimos resistencia hasta 1832 con los caudillos Benavides, Picó, Seguel, Senosian, los hermanos Pincheira y los caciques de la zona de Arauco, Los Ángeles y Chillán.

Creo, firmemente, que todavía podemos volver a unirnos para proteger la Hispanidad. Con alegría, veo que todavía los niños de por acá, inconscientemente, ponen una cruz al enterrar una mascota. Nuestros muertos de las batallas por la Hispanidad, sin bustos de bronce en las plazas, hoy saludan, mediante estas cartas para emerger del olvido. Tras 200 años pueden leerlas sus descendientes, que hoy sucumben a la propaganda gringa cibernética, pero que cada noche rezan un padre nuestro y un ángel de la guarda. Si bien los personajes de estas cartas no son reales, las historias son verídicas y contadas por sus protagonistas en autobiografías o crónicas, como son las de Antonio de Quintanilla y Santiago y José Rodríguez Ballesteros, o las obras de Mariano Torrente “Historia de la revolución hispanoamericana” y Fray Melchor Martínez “Memoria histórica sobre la revolución de Chile desde el cautiverio de Fernando VII Hasta 1814”. De esta manera, bajo la luz de la providencia, aparecieron estas cartas que la historiografía oficial, dirigida por la oligarquía, se encargó de sepultar. Lo que no sabían, en su ateísmo fanático, es que la resurrección de la memoria también existe. Los genocidios en América, contra criollos e indígenas, partieron con las repúblicas. Como muestra...

Guerra civil 1829, Guerra contra la Confederación peruano- boliviana (1836- 1839), Revolución de 1851, Revolución de 1859, Ocupación de la Araucanía (1861- 1863), Guerra contra España 1865, Guerra del Pacífico (1879- 1884), Guerra civil de 1891 y múltiples matanzas de obreros a principios de 1900. Dios guarde en su gloria a estos trece héroes, que son nada más que unos representantes de los miles que brindaron su vida por su Dios, Rey y Tradición.

Santiago de Chile, abril de 2019

¡SUREÑOS A LAS ARMAS! 
(Ángelo Guíñez Jarpa)

No eran de España, fueron sureños, los que lucharon por el rey. 
Contó la historia el que ganó y a su antojo nos mintió. 
Hizo de héroes al bando traidor. 
Sólo oficiales y un par de regimientos eran de España y otros de Lima.
Para reforzar a la tropa del sur.
Los mapuches también lucharon unidos a los realistas. 
Eso tampoco lo sabías, ya lo sé. 
Sabían que con la independencia perderían todas sus tierras. 
Por eso pelearon fieros por el rey.
No eran de España, fueron sureños, los que lucharon por el rey.
La hispanidad, su religión, la tierra y tradición.
Supieron los chilotes siempre defender, con Quintanilla como su líder.
Defendieron bravos a la isla hasta 1826.
En 1818 no hubo independencia hasta el 32 dieron batalla. 
Benavides y los Pincheira por Chillan, 
este suelo no ha olvidado a Sánchez, Ferrebú y Ordoñez 
y a nuestros ancestros que murieron con honor. 
No eran de España, fueron sureños, los que lucharon por el rey.

CARTAS DE BATALLAS POR LA HISPANIDAD DE CHILE.

A ngelo Guíñez Jarpa es poeta, ajedrecista, editor, músico —de rock hasta donde entiendo- guionista y no sé si católico. Vale. Pero, es, ante todo, nativo del Biobío, que es lo mismo que decir la vieja frontera, la de las guerras aquellas, libradas y perdidas. Las de Arauco y las de independencia. Es además osado y de planteamiento iracundo. En Sureños a las armas viene a decirnos con desparpajo —y agradecemos ese desparpajo- que el sur chileno peleó por el rey, incluidos los araucanos, y en esa lucha el territorio y su gente no traicionaron a nadie. Ni a la patria, ni a la república, que no existía. En tanto fueron fidelistas y fernandistas, esto es leales a la monarquía y a su titular, Fernando VII, El Deseado. Estaban, sugiere Guíñez, del lado correcto de la historia. El mismo lo declara mejor que yo: El punto nuclear de esta farsa histórica es que no hubo una guerra contra la madre patria. Cómo podría haber sido si nosotros éramos parte de España, por tanto españoles de América. Chile no era un país independiente antes de la llegada de los peninsulares para aspirar a una independencia, como pudiera ser el caso de Irlanda, respecto de Inglaterra. El pueblo chileno no existía. Éramos cristianos, súbditos del rey, como todos los pueblos americanos. No existían las nacionalidades. España como república tampoco existía.

Y luego este brulote: No hubo independencias en América, sino secesiones instadas por Inglaterra, a través de logias masónicas, en la que destacó la “Lautaro”. Lo de Guíñez no tiene que ver con el intento de fundar una provocación. Los camorristas, particularmente los que usan la historia con fines populacheros y mercantiles (ventas y fama súbita), adoran pero no creen. Nuestro sureño sí. Cree, y no abjura de su creencia en la tradición, la identidad hispana y en valores que aparentemente se han perdido, y no terminan nunca de morir. Y en cosas que van, vienen y, contra mareas y temporales desechos, permanecen en nosotros, así sea como puro ideal o semilla que jamás brotará. Las llamamos rectitud, honra, apego a la legalidad, Dios, acatamiento de la autoridad bien establecida, devoción y amor por el pago que habitas (donde antes lo hicieron nuestros padres y las generaciones extinguidas). Menos primorosamente que el autor, sus personajes lo expresan con la inocencia salvaje del combatiente voluntario: No sé si puede haber perdón para quienes pretendan destruir al imperio que nos enseñó de “diosito ”y el castellano, dice por ahí Sebastián Provoste, soldado “fijo” de Valdivia, al referirle al padre lejano, las peripecias de la guasábara de Yerbas Buenas.

Para Guíñez, que no tiene dudas —algo riesgoso en un hombre en la raya de los cuarenta años- el panorama histórico tiene la transparencia de un cielo nocturno entrevisto desde las elevaciones de un altiplano. La desgracia de la América española fue la separación forzada de su madre patria. Deformada de su estado original, fue balcanizada en pequeños países que pasaron a manos británicas y norteamericanas, casi inmediatamente. De cuatro prósperos virreinatos, pasamos a estas desgraciadas naciones que, siguiendo el plan de nuestros enemigos históricos, permanecen distanciadas por insistentes políticas de odio de sus gobernantes. Antes de decirnos esto ha deslizado otro artefacto incendiario. Un criollo, araucano o un huilliche en 1812 tenía los mismos derechos y beneficios de un madrileño. Por tanto, también el término “Colonias” no se ajusta a la realidad. A Angelo lo tienen sin cuidado, a lo que parece, la tromba de agravios y juramentos que, comprensiblemente, le van a endilgar los medios liberales y la crítica bien pensante. Un novelista dedicado a ensalzar a los héroes que se lanzan a sable y bayoneta calada a caer por su Dios, Rey y la Tradición, suena a reacción colonial pura. Tiene un retinte de Fiducia; un gajo que pudieron haber escrito Vásquez de Mella o Jaime Guzmán Errázuriz.

Más no. Guíñez Jarpa es apenas un godo, un realista tardío, al que la única teoría que le conmueve es la del ajedrez. Carece de afanes corporativistas y militantes. Lo suyo son los soldados campesinos y los sectores populares que embriagados de fe monárquica se jugaron por la conservación del antiguo régimen y lo perdieron todo, menos el honor, en la brega infame. Es nada más que un hombre, de a poco menos joven, volcado sobre un pasado regional enterrado vivo por la República. Uno que cree ver en la cruz alzada por un par de crios encima de la tumba en que duerme su mascota recién muerta un signo de resistencia y continuación. He afirmado antes que Angelo G. J. es novelista ¡En hora buena! En 1966 Orbe imprimió ¡Que vienen los montoneros!, de Edmundo Vega Miquel, una informada, vivaz y equilibrada narración sobre la Guerra a Muerte (merece leerse), cuyo acento está puesto en las guerrillas fernandistas de la provincia de Concepción y en la figura atormentada de Vicente Benavides, el montonero nacido en Quirihue, uno de los personajes de Guíñez. 

Después de ese avance prometedor no hemos vuelto a ver una ficción con base histórica y de altura sobre las luchas de emancipación en la frontera. La invención de Angelo retoma el impulso truncado de Vega Miquel, con frescura, pundonor y (que bien suena) ¡humor! Grave comisión este de la cargar con el peso de una rutina nacida con Durante la reconquista, de Blest Gana, la primera gran novela histórica de la nación. Guíñez, versión hispanista de Liborio Brieva, nos retrotrae en 13 capítulos, asociados cada uno a una carta dirigida por los milicianos realistas a sus querencias -progenitores, hermanos, abuelos, esposas, padrinos, amistades y hasta a desconocidos- contando las vicisitudes de la guerra, desde la toma de Talcahuano (1813) a la victoria española en Mocopulli (1824), la última de cierta magnitud antes del apagamiento de la resistencia fidelista en Chiloé, todo mediante una prosa limpia, bien articulada, risueña y atrapante. 

Pese a la época que busca ilustrar -los “caracteres”, según dicen los críticos anglosajones- Guíñez soslaya acudir al español-chileno de finales del periodo borbónico y hace contar y maldecir a sus protagonistas en un castellano actualizado hasta en sus modismos y giros idiomáticos, para cuyo entendimiento ha destinado, al final del breve texto, una tabla aclaratoria. Es el habla de estos godos convertidos en montoneros, infantes, cazadores, húsares y otras yerbas, entregados a combatir con alegría y veras y burlas a la muerte -esto muy chileno- contra los batallones “insurgentes” (patriotas, para nosotros). Fiel con las convicciones y el enfoque autoral de la obra, el escritor finca sus datos históricos, que domina sin titubeos, en los escritos del general Quintanilla, el defensor de Chiloé, baluarte español, y en el diligente José Rodríguez Ballesteros. Presupongo que hay otras fuentes inconfesas. 

Con todo, que el narrador sabe la historia de lo que cuenta y recuenta, no hay sospecha. Sureños a las armas cierra con una tanda de cuecas y valses impensables, piezas ofrendadas por este novelista sarraceno (el general San Martín hubiera puesto maturrango) al general Quintanilla, a la hazaña de Mocopulli, a los cabecillas y “glorias realistas e, inclusive, para conmoción y espasmo nervioso de los buenos republicanos, a Vicente Benavides y Llanos. Pienso en qué pensaría don Tomás (Ladrón de) Guevara de este gesto folk en conmemoración de quien, aseguraba, era, por lo bajo, un loco extraviado y criminal “degenerado”. Que protesten al cielo, parece pensar Angelo Guíñez J. El sencillamente escribe para su fe inalcanzable, resignado a la lluvia y al incienso que saldrá de los bosques de su queda provincia, en cuanto, una vez más en la vida, escampe.

Dr. Eduardo Téllez Lúgaro (*) 
Facultad de Filosofía y Humanidad Universidad de Chile. 
(*) Antofagasta, 1954. Profesor de Estado en Historia y Geografía y Educación Cívica por la Universidad Católica del Norte; Magíster y Doctor en Historia, con mención en Etnohistoria por la Universidad de Chile.

LOS REALISTAS: 
DE LA HISTORIA NO OFICIAL A LA NUEVA LITERATURA 

Sureños a las armas constituye un valiente esfuerzo de Angelo Guíñez por desentrañar la historia no contada de las llamadas guerras de independencia, cuyos relatos siguen impregnados por las lucubraciones míticas y retóricas de los historiadores decimonónicos que, tanto en Chile como en el resto de nuestra América, sentaron las bases del estudio de este periodo. 

En este sentido, la presente obra no es solo un ejercicio artístico y literario en torno a uno de los momentos matrices de la historia de Chile —como ocurrió con la literatura costumbrista de mediados del siglo XIX- sino que se yergue a contracorriente de aquellas visiones tradicionales, que insisten en caracterizar dicho periodo como parte de un proceso inevitable, de cara a la construcción de los modernos estados naciones. Los relatos de Guíñez, por el contrario, establecen una operación inversa en la que los otrora asesinos, villanos y antihéroes monarquistas adquieren una dimensión positiva, al ser representados como sujetos de carne y hueso. 

Es precisamente en este último punto en el que su autor se esfuerza por establecer una cierta separación con el universo historiográfico y literario de las independencias. Así, por ejemplo, las distintas representaciones que se han hecho en torno a los líderes y proceres monarquistas -desde las crónicas de Melchor Martínez, Mariano Torrente y José Rodríguez Ballesteros, hasta nuestros días- aparecen aquí desdibujadas en función del quehacer y las vivencias íntimas de soldados, milicianos y guerrilleros. Un tema no menor -aunque ciertamente cuestionable- es la tendencia a replicar los relatos teleológicos y los discursos esencialistas heredados de la tradición decimonónica y la prosa nacionalista. De ahí la insistencia en situar a estos actores al interior de un marco político preexistente -la insurrección o la lealtad- sin tomar en consideración el elemento circunstancial que subyace tras la crisis del sistema imperial y la necesidad de entender el protagonismo de aquellos sujetos en el contexto de una cultura política en constante movimiento. En este mismo sentido, se percibe también un cierto sesgo regionalista, muy común en obras de este tipo. Así, se supone la preexistencia de dichas comunidades obviando el carácter mismo de los tejidos sociales del Antiguo Régimen, con conglomerados profundamente fragmentados, regímenes políticos concentrados en pequeñas oligarquías y relaciones de poder fundadas en dichas deficiencias y desigualdades. 

Si bien estas consideraciones más complejas no constituyen los pilares centrales de un trabajo de ficción histórica, su omisión resta autenticidad al propio relato inventado. Por lo demás, habría que destacar la existencia de cientos de registros en los que personajes reales -y todavía olvidados- registraron sus vivencias, miedos y esperanzas. Los hay de distinta naturaleza. Desde las comunicaciones oficiales, en las que los comandantes y jefes militares van dando forma a los discursos hegemónicos en torno a la guerra, hasta los epistolarios personales, en los que el deber se entremezcla con los nacientes intereses y rivalidades que trajo consigo la conflagración. Los escasos relatos de los soldados y los sujetos subalternos, frente al monopolio de la tinta por parte de los sectores patricios, ha sido siempre una constante para el estudio del periodo colonial. Sin embargo, los juicios civiles y criminales, así como los abundantes expedientes militares, forman una importante veta para conocer sus historias. En el Fondo Ministerio de Guerra, del Archivo Histórico Nacional, es posible consultar directamente varios expedientes con correspondencia civil y militar para prácticamente todo el periodo de la guerra, destacando la enorme y aún inexplorada documentación relativa a las últimas campañas, durante la llamada “guerra a muerte”. 

Hace una o dos décadas atrás, siquiera referirse a la posibilidad de historiar a los monarquistas era sinónimo de críticas y rechazo por una parte considerable de la comunidad de historiadores chilenos, quienes bebían y aún beben de los imaginarios decimonónicos. De ahí que, una de las consecuencias insospechadas de los bicentenarios, fue la visibilización de aquellos actores olvidados y sus historias. De ahí que la presente obra constituya no solo un salto de la historiografía a la literatura, sino una invitación para que los historiadores desarrollen el enorme potencial que sigue ofreciendo el estudio de la guerra y sus protagonistas.

Manuel Ramírez Espíndola (*) 
Universidad Católica de la Santísima Concepción, Chile 

(*) Profesor de Historia y Geografía por la Universidad de Concepción (2004) y Doctor en Historia por El Colegio de México (2018). Desde 2013 es académico de la Facultad de Comunicación, Historia y Ciencias Sociales de la Universidad Católica de la Santísima Concepción. A lo largo de su carrera ha publicado diversos artículos sobre los ejércitos coloniales, las guerras de independencia y sus consecuencias en la antigua frontera del Biobío, entre las que destacan: “Huasos, frailes y soldados. El último bastión monarquista en la frontera hispano-mapuche, 1818-1823” (2010); “Ejército regular y élites criollas en la Intendencia de Concepción a fines del periodo colonial. Una aproximación desde la prosopografía y el análisis de redes sociales” (2012) y “Violencia y guerrillas durante la independencia de Chile. El sitio de Talcahuano, 1817-1818” (2014).

LIMINAR 

La «monarquía hispánica», rectius la «monarquía católica», pues así era conocida, se corresponde a la Cristiandad. Quizá no a la cristiandad mayor de los siglos llamados con toda (y perversa) intención «medios». Pero por lo menos a otra de radio menor que, en el seno de un mundo no tan pequeño, quería continuar el surco de aquélla con la civilización del Barroco. Se trataba, pues, de una realidad de inequívoco signo político. La rompió, en ambas orillas de la común nación, la revolución liberal en la más oriental y en la occidental - además- la secesión deseada por Inglaterra. Quienes se opusieron a la primera fueron llamados realistas y finalmente serían los carlistas. Pero el pleito dinástico no oculta su entraña moral y doctrinal. Que quienes resistieron a la segunda no siempre acertaron a calibrar. Fue el éxito de la empresa impía el que descoyuntó la comunidad cultural y política. Sólo el tiempo fue restañando las heridas: surgió así —como término de sustitución— la hispanidad. Que, excluyendo la dimensión política, se asentó sobre profundas bases religiosas, morales y culturales. De ahí que los llamados «patriotas» continuaran siendo objeto de culto general. Y también que los «otros», los realistas criollos, fueran olvidados. 

Es cierto que el novogranadino Luis Corsi Otálora, el peruano Fernán Altuve-Febres o el rioplatense Manuel González nos han dejado en los últimos decenios algunos testimonios valiosos sobre ellos. Pero el tenor general de los estudios sobre el tema sigue siendo contrario a su reconocimiento. Queda mucho terreno que desbrozar y mucho camino que recorrer. Bienvenido sea cuanto esfuerzo se sume a esta tarea piadosa. La Comunión Tradicionalista, adelantada de la herencia hispánica, junto con su brazo cultural el Consejo Felipe II, saludan pues gozosos el surgimiento de unos estudios que siempre han impulsado y que hoy comienzan a cubrir todo el mundo hispánico. 

Miguel Ayuso Torres (*) 
(Madrid, 1961) 
*Jurista y filósofo del derecho español, catedrático de Ciencia Política y Derecho Constitucional en la Universidad Pontificia Comillas y presidente de la Unión Internacional de Juristas Católicos entre 2009 y 2019.

Por qué los indígenas fueron REALISTAS Y CATOLICOS 
EN LA GUERRA CIVIL HISPANOAMERICANA 
DE PRINCIPIOS DEL SIGLO XIX

Las líneas que componen este libro son como venas ocultas en el cuerpo de nuestra historia, y que empiezan a aparecer bajo la piel de nuestras patrias. Un día, el profesor Carlos Pesado Palmieri me decía: “nadie cuenta la historia de los derrotados, pero ¿¡qué habrán sentido esos hombres y esas mujeres fieles al rey y a la unidad de América y España?! ¿¡Cuántos sufrimientos habrán padecido?!” Por eso, el mérito de esta obra es ahondar en las almas, en los sentimientos ocultados de estos bravos realistas, sometidos por los vencedores y tirados bajo la alfombra de una historia inventada, y cuyos recuerdos son el verdadero testimonio de lo que nos pasó en estas tierras. Nos ayuda a entender el hoy tan incomprensible para los hispanoamericanos. 

Los pueblos, cualquiera sea su desarrollo, se sostienen por sus tradiciones, hábitos y costumbres. Los que nos antecedieron, en nuestras tierras americanas antes de la llegada de España, lograron gracias a esta, constituirse en una parte importantísima de la civilización cristiana, como firmes guardianes de sus límites en el confín del mundo. Los primeros encuentros, como pasó siempre en la historia, tuvieron sus altercados, pero luego de conocerse construyeron durante tres siglos, un imperio americano de paz y prosperidad. Los pueblos indígenas accedieron al mejoramiento de la siembra y de cultivos, al manejo de aguas que es imperioso para pasar del estado tribal al civilizatorio. Aprendieron a escribir y a enriquecer sus lenguas nativas. Enriquecieron al castellano convirtiéndolo en español, en lengua universal. En la fragua envolvente de aquellos tiempos fue que esos pueblos liberados de las tribus más poderosas, eligieron pertenecer a esa nueva forma de ver y sentir la vida, a la civilización de Jesús, “el Dios bueno”, como lo llamaban los primeros indígenas que se liberaban del despotismo sanguinario de los aztecas y otras tribus. 

En esos tres siglos, la monarquía católica española, que nunca se llamó imperio español, pues la fe unificaba en sus diversidades a todos los pueblos que pertenecían a ella, logró mantener una empresa imposible en un larguísimo período de tiempo, que solo se puede entender como un milagro germinado en una voluntad de acero. La unidad de estos pueblos por medio de una corona que representaba un salto en su desarrollo y una elevación espiritual, fusionó en sus almas el ethos y el tellus, el ser de sus almas con su tierra, les dio el significado final a sus vidas, les consolidó el pathos que es el entendimiento con el otro. Si hay filosofía aborigen es una heredera de Grecia y España pues esta los había integrado al mundo. 

Ser españoles significó para ellos entender lo que es ser dueños de sus tierras y constructores de sus destinos. En esa claridad espiritual que había en sus vidas, un nefasto día se entrometen las nieblas de la revolución, y con ella pierden todos sus derechos. De ser dueños de sus tierras pasan a ser exiliados permanentes, perdiendo así todo señorío en el sentido completo de la palabra. Ya no tienen dominio ni de sus vidas. Por eso le decían los indígenas del sur de Chile a Charles Darwin pocos años después de la secesión de las Españas americanas: “Ud. nos ve pobres ahora, pero no era así cuando teníamos nuestro rey”. Ese es el legado de los libertadores: haber colaborado con poca conciencia política a una estrategia global y extranjera de dominación sobre nosotros. Tal vez, por eso Belgrano, Bolívar, San Martín y Aguinaldo expresaron sus pesares y arrepentimientos posteriores. Todos los habitantes de Sudamérica nos vemos sometidos al mismo poder. La banca no puede perder a Chile y a Argentina en su proyecto global; hasta esta alianza argentinochina en la Patagonia desguarnecida y con secesionismo mapuche, a ambos lados de la cordillera, manejado por Inglaterra, es en conveniencia de intereses ingleses, que (por las dudas) fortalecen su posición militar desde Malvinas. ¿Será nuestra Patagonia y el sur de Chile monedas de cambio entre las potencias? Nos midieron el ataúd a todos los pueblos hispánicos en los Siglos XVIII y XIX y lo vuelven a hacer en el XXI.

En Asia se comercializaba con nuestra moneda, hasta que desaparecimos como imperio y fuimos sustituidos por la libra inglesa que se quedó con el mercado asiático y nosotros con la pobreza disfrazada de libertad. ¿Ahora se ve más claro por qué llevamos dos siglos de retraso con escasos y honrosos períodos de lucha por nuestra dignidad? ¿Entendéis por qué no debemos olvidarnos de aquel 2 de abril de 1982, pleno de dignidad nacional, donde las únicas naciones que nos apoyaron en la guerra de las Malvinas fueron de origen español como Perú, Guatemala, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Panamá, Venezuela y cientos de militares españoles que se ofrecieron de voluntarios? ¿Entendéis que si nos damos cuenta de que somos 600 millones de compatriotas, hijos de la Madre Patria, podríamos construir una potencia? Ahora se entiende por qué se trabaja tanto en destruir a nuestra identidad y cuál debe ser nuestro accionar. Malvinas alguna vez pertenecieron a la Capitanía de Chile, y esta a su vez al reino del Perú, y abastecían las islas desde el puerto de Maldonado, provincia de Montevideo. 

Por eso, debemos dejar de mirarnos como extraños y la recuperación de estas islas debe ser una gesta conjunta de la hispanidad. Y a partir de ella reconstruir nuestro poder como estados hispánicos confederados. Nuestras fronteras son solo imaginarias y alimentadas por un chauvinismo revolucionario. Este libro es una noble bisagra para abrir los corazones de chilenos y argentinos, y de ambos con los otros estados que alguna vez conformarón el virreinato del Perú, para volver a vernos como hermanos, como compatriotas que somos por el legado que compartimos y por los enemigos que todos juntos debemos enfrentar. La mayoría de los indios eran realistas leales, porque confiaban más en sus pactos de reino a reino, que en las promesas de los criollos. ¡Y no se habían equivocado! Las consecuencias nefastas de la revolución están hoy a la vista. 
“Que este libro nos ayude a entender mejor el origen de nuestros males y sirva para sentar un entendimiento entre los pueblos hijos de la Madre Patria”.

Por Patricio Lons 
(Docente, periodista y columnista en numerosos programas de televisión, articulista y conferencista dedicado a la historia y director del portal de historia patriciolons.com)


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