EL Rincón de Yanka: LA BELLEZA ES EL ESPLENDOR FRAGANTE DE LA VERDAD Y DE LA BONDAD

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miércoles, 9 de septiembre de 2015

LA BELLEZA ES EL ESPLENDOR FRAGANTE DE LA VERDAD Y DE LA BONDAD


La afirmación de la Belleza como 
''el Esplendor de lo Verdadero''



El vocablo belleza deriva del término latino “bellus”, bonito (que a su vez, procede de bonus, bueno). Desde antiguo se destacó la dificultad que entraña dar una definición de este concepto. 

Se han dado muchas definiciones: Bello es lo que visto (y no sólo lo conocido), agrada (Santo Tomás). La belleza es el esplendor del orden (San Agustín). Es el esplendor de todas las propiedades del ser reunidos: unidad, verdad y bondad (Jacques Maritain). Belleza es luminosidad. Belleza es armonía. Belleza es orden.

La belleza es la hermosura interior que se refleja hacia fuera. No sólo está el gozo de la vista que contempla la belleza exterior y se recrea en sus líneas. La capacidad para descubrir la otra, la interior, indica una facultad más elevada, la de de ser exploradores de la intimidad ajena, lo que a la larga va a ser una valiosa adquisición o valor.


Platón se propuso en su diálogo “Hipias major” determinar qué es la belleza en sí misma: aquello que hace bellas a las cosas que se nos manifiestan como tales.
"La belleza es el esplendor de la verdad", afirmó Platón en El Banquete. Se trata de un diálogo en el que el tema fundamental es el amor. El hombre poseído de amor, según el discurso de Sócrates que recoge su discípulo en este diálogo, se siente atraído en un principio por un cuerpo hermoso y después por todos los cuerpos, cuyas bellezas son todas hermanas. Éste es el primer grado de amor. Sigo glosando el texto griego. El segundo grado del amor consiste en el enamoramiento de las almas bellas, de los sentimientos, de las acciones bellas, de las ciencias cuyo conocimiento inspira los discursos más bellos de la filosofía. Y por fin, el tercer grado es la ciencia de lo bello. "Hombre afortunado aquél a quien le es dado contemplar la ciencia de lo bello", escribe Platón, y prosigue en las palabras que pone en boca de Diotime, la extranjera de Mantinea: "Si alguna cosa da valor a esta vida, es la contemplación de la belleza absoluta" (PLATON: Diálogos: Fedón o la inmortalidad del alma. El banqueteo del amor. Gorgias o de la retórica, Espasa Calpe, Madrid 1982 página 167).

A través de Roma Hay que recordar aquí que Platón recoge en su pensamiento lo que fue el ideal del hombre griego, ya presente en los textos homéricos y que después se verá reforzado por escritores como Píndaro, Esquilo, Sófocles, Tucídices o Jenofonte. Es el ideal contenido en la expresión "kalos kai agathos", "lo bello y el bien", entendiendo por "bien" también "la verdad", "la libertad" y "la justicia", en una correspondencia etimológica en la que el término "agathos" es utilizado para expresar, indistintamente, cada uno de estos conceptos. A lo largo de la historia de la antigüedad griega, puede corroborarse cuanto aquí se dice, algo recogido por la cultura de occidente a través de Roma, conquistadora de Grecia pero, como los mismos romanos expresaron continuamente, totalmente conquistados por la sabiduría griega y contribuidores de que dicha sabiduría estuviese presente en la Europa occidental.

Hasta Dios Volvamos al discurso de Platón. Las últimas páginas de El Banquete se refieren a cómo el amor se eleva hacia la contemplación de la belleza suma, que el filósofo identifica con Dios. Así se lee en este diálogo: "Préstame ahora toda la atención de que seas capaz. Quien esté iniciado en los misterios del amor hasta el punto en que estamos, después de haber recorrido en un orden conveniente todos los grados de lo bello, llegado al término de la iniciación, descubrirá de repente una maravillosa belleza, la que era el objetivo de todos sus trabajos anteriores: belleza eterna, increada e imperecedera. […] Si alguna cosa da valor a esta vida, es la contemplación de la belleza absoluta. […] ¿Qué pensar de un mortal a quien le fuera dado contemplar la belleza pura?". Y sigue el filósofo desde esa correspondencia entre belleza, bondad y verdad hasta llegar a identificar la virtud, la famosa "areté" helena, como el camino para ser amado de los dioses (obra citada, páginas 166 y siguientes).

La admiración cristiana Es bien sabido que la herencia del mundo griego clásico se instaló fundamentalmente en el oriente alejandrino y que tuvo una gran vigencia en los primeros siglos cristianos. No es extraño, por tanto, que sean los ortodoxos quienes han elaborado, partiendo del pensamiento griego, una visión bíblica de la belleza. Sin embargo, no quiero dejar de referirme, antes de ocuparme del mundo ortodoxo, a aquel pasaje conocidísimo de San Agustín en el libro X, capítulo XXVII de Las Confesiones: 

"Tarde os amé, Dios mío, hermosura tan antigua y tan nueva; tarde os amé. Vos estabais dentro de mi alma, y yo distraído fuera, y allí mismo os buscaba: y perdiendo la hermosura de mi alma, me dejaba llevar de estas hermosas criaturas exteriores que Vos habéis creado. De lo que infiero que Vos estabais conmigo, y yo no estaba con Vos; y me alejaban y tenían muy apartado de Vos aquellas mismas cosas que no tuvieran ser, si no estuvieran en Vos. Pero Vos me llamasteis y disteis tales voces a mi alma, que cedió a vuestras voces mi sordera. Brilló tanto vuestra luz, fue tan grande vuestro resplandor, que ahuyentó mi ceguedad. Hicisteis que llegara hasta mí vuestra fragancia y, tomando aliento, respiré con ella, y suspiro y anhelo ya por Vos. Me disteis a gustar vuestra dulzura, y ha excitado en mi alma un hambre y sed muy viva. En fin, Señor, me tocasteis y me encendí en deseos de abrazaros. (San Agustín, Las confesiones, traducción del R. P. Fray Eugenio Ceballos, Madrid, Saturnino Calleja, 1876 páginas 594-595).







Necesitamos:
Ánimo equilibrado, mente serena y calma psicofísica. Lo contrario a ánimo perturbado, depresivo y exaltado, angustiado, violento, ansioso, apático, atormentado, esquizofrénico, paranoico, egoísta, vanidoso, orgulloso, pasional, sentimental, inestable, incoherente y mentiroso. Todo esto nos hace perder la belleza interior.

Cada día, antes de iniciar nuestra jornada, mientras nos vestimos y aseamos, debemos poner en orden nuestras ideas, afectos, sentimientos y propósitos, y barrera de nuestro corazón y de nuestra mente posibles residuos de pensamientos y sentimientos negativos de rencores, envidias, venganzas, resentimientos, antipatías y discordias, para dar paso a la armonía equilibradora y saludable del espíritu sereno, que viene acompañada de generosidad, optimismo, comprensión, perdón, actitud mental esperanzada, positiva y de servicio a los demás y predisposición a dejarse invadir por la incomparable belleza de las cosas más pequeñas, cotidianas y aparentemente insignificantes y triviales.

En vano se pretende restablecer el equilibrio perdido y llenar los vacíos del espíritu con honores, posesiones, fama y atesoramiento de bienes materiales, porque la verdadera felicidad es consecuencia de esa armonía interna y equilibradora en cuanto síntesis de bondad, verdad, espiritualidad y belleza, la belleza que es disfrute y gozo en lo cotidiano, vivido y sentido con plenitud del ser.

Albert Einstein dijo: “Los ideales que han iluminado mi camino, y una y otra vez me han infundido valor para enfrentarme a la vida con ánimo, han sido la bondad, la belleza y la verdad”.

Y Rousseau: “Si quitaseis de nuestros corazones el amor a la bello, nos quitaríais el encanto de vivir”.

Y Maurois: “Cuando las cosas no van bien, nada como cerrar los ojos y evocar intensamente una cosa bella”. Una persona amada, una canción, una poesía, un recuerdo hermoso, una vivencia pasada...

Y Ana Frank en su Diario decía: “Volviendo los ojos hacia lo que es bello -naturaleza, el sol, la libertad y la belleza que está en nosotros- uno se siente enriquecido. No perdiendo esto de vista, uno vuelve a encontrarse en Dios y se recobra el equilibrio. El que es feliz puede hacer felices a los demás. El que no pierde el valor ni la confianza no se morirá nunca de pena.




Marianela es una joven huérfana y "fea", recogida caritativamente. Don Teodoro, famoso cirujano que muy pronto queda prendado de la generosidad de la muchacha, ya que dedica todo su tiempo en atender al joven Pablo, hijo del dueño de las minas y ciego de nacimiento. A través de Marianela, el joven deduce cómo es el mundo y logra imaginar sus maravillas. Pablo se enamora de Marianela, a la que sueña muy bella. Ella no quiere indicarle que no es como él la imagina. Sin embargo, también le ama.  
(Basado en la novela homónima de Benito Pérez Galdós)