SOS VENEZUELA
El propósito de «SOS Venezuela» es explicar, al lector ávido de conocer lo que sucede en Venezuela, una secuencia de acontecimientos difíciles de entender incluso para los venezolanos que los venimos padeciendo y que con frecuencia nos preguntamos cómo pudimos llegar a este conflictivo momento. Intenta también ser un mensaje de alerta, desde nuestra dura experiencia, acerca de los efectos que el populismo demagógico tiene sobre los pueblos; acerca de lo impredecibles que resultan, en política, los saltos al vacío; acerca de lo contraproducente que puede ser la insensata creencia de que es posible construir proyectos de cambio sobre la premisa de que «hemos tocado fondo y nada puede estar peor». Venezuela es la muestra de que un país con magníficas potencialidades puede no encontrar límite en su descenso. Ninguna nación está exenta de estos peligros. Dentro de la situación política que vive cualquier país pueden estarse fraguando amenazas similares a las que terminaron golpeando duramente a Venezuela. En este sentido, prevenir contra la antipolítica, contra la demagogia simplista y contra el populismo destructor es parte fundamental de nuestro compromiso. Laureano Márquez
Prólogo
Siempre que suena mi chal del WhatsApp y veo que es un mensaje de Laureano se produce en mí un efecto equivalente al de ese experimento del que la señorita Calatrava me hablaba en tercer grado: el de los perritos de Pávlov que, acostumbrados a recibir comida después de escuchar la campanita, salivaban con el sonido incluso cuando no les tiraban el hueso prometido. Solo que, en mi caso, el estimulo no se trata de comida para la barriga, aunque buena falta le hace a uno que le tiren algo en Venezuela. Se trata de alimento para el alma en forma de comentarios inteligentes, agudos y divertidos que siempre vienen después de un contacto con Laureano. El reflejo condicionado en este caso es siempre la risa, aunque todavía no sepas de qué te va a hablar. No quieres perderte lo que viene.
Por eso, cuando estaba encaramado en el avión de regreso a Venezuela, en pleno proceso de despegue y una vez que la aeromoza ya había mandado a apagar el celular, vi la señal del mensaje de Laureano en mi chat, me reí a carcajadas y no dudé en hacer lo que muchos venezolanos hacen en un avión en pleno despegue: mirar para los lados para mosquear que no estuviera la aeromoza, encorvarme en el asiento y ponerme el celular encaletado entre las piernas para chequear el mensaje.
No me malinterpreten. No me siento orgulloso de romper las reglas y les prometo que justo antes de que el avión se elevara apagué el bicho para no arriesgar la seguridad del vuelo. Pero bueno, sí, fue un pecado venial que ocurrió durante el despegue y que quizás tiene que ver con el problema de fondo de la sociedad venezolana: que rompernos las reglas y creemos que es algo inocuo, sin darnos cuenta de que quizás ahí se encuentre precisamente el pecado original que nos ha traído hasta aquí.
Pero bueno, cerrando paréntesis para regresar a la idea central: finalmente., leí el mensaje y apagué el celular. Laureano me invitaba a escribir el prólogo de su más reciente libro, pero no lo hacía de una manera convencional. Resulta que me contaba que él no pensaba pedírmelo a mi (¿es decir, que yo era una opción alternativa después de que otros lo habian rebotado?); que su editor lo había obligado a pedírmelo en contra de su voluntad (ah, ¿significa entonces que el piensa que un prólogo mío puede bajar las ventas de su libro y excluir a un segmento de sus lectores cotidianos, quienes no me pueden ver ni en pintura, algunos segurantente con razón?).
Por primera vez, un mensaje del Nano no me había causado risa y ni siquiera podía responderle porque ya habíamos despegado y estaríamos en el aire durante ocho horas más, o comí siquiera en el vuelo, lo que debe ser el sacrificio más grande hecho por viajero alguno rumbo a Caracas. Aquel se convirtió en el aterrizaje más esperado y ni siquiera tenia que ver con mi esposa ni con los morochos. Hasta cambié el chip del celular en el vuelo para no tener que esperar a bajarme del avión para mandarlo al c...
Pero tan pronto mi celular tuvo señal en plena pista de Maiquetía -algo que a la luz de la situación venezolana me parece poco menos que un milagro-, se disparó la cadena de mensajes que Laureano babia escrito acompañando al primero y que yo no babia alcanzado a leer antes de despegar. Me explicaba que no quería pedirmelo porque me sabia muy ocupado y no quería quitarme tiempo, pero que había sido presionado por su editor porque parece que él creia que, dada mi actividad profesional, yo podría hacer algunos comentarios evaluando la situación venezolana que complementaran su texto, al cual Laureano -humilde como es-describía como un libro light.
Conociendo al personaje, y seguro de que nada escrito por Laureano sobre el país seria light o superficial, no había nada más que hablar. Si de algún libro me daba nota escribir el prólogo era de este. «Mándarne el borrador para leerlo y me pongo manos a la obra», le respondí.
Mi agenda oculta era tener el libro de Laureano cuanto antes para lograr ese soft landing (aterrizaje suave) que uno requiere cuando viene de un viaie largo y regresa a Venezuela. Antes, uno se recuperaba rápidamente viendo el Avila y las guacamayas, pero ahora, con la inseguridad desbordada, las calles llenas de huecos, la escasez de comida y medicinas, las fallas eléctricas, el dólar por el cielo, la inflación más alta del mundo, los presos políticos y de pensamiento, las sanciones internacionales y, para remate, con el que te conté desatado en cadena nacional, tendría que haber tiranosaurios rex correteando por Sabas Nieves y pterodáctilos posados en el balcón de tu apartamento para poder pensar en otra cosa (realmente, cuando revisaba este texto una vez escrito, me di cuenta de que, en el entorno venezolano, esos bichos prehistóricos se sentirían más en casa que en Jurassic Park).
Necesitaba algo más contundente y allí estaba: el manuscrito de Laureano, la primicia deseada, la garantía de análisis inteligente y risas que nos regala el mejor y más completo humorista y politólogo del país. Bueno, lo de «regala» fue conmigo, a quien, de paso, puso a trabajar; ustedes mejor pagan el libro con una transferencia, porque ya no se consiguen ni los inmortales billetes de cien bolos. Así mismo, envío desde aquí mi respeto, cariño y admiración a Emilio Lovera, quien se podría convertir en el otro mejor y más completo humorista tan pronto me invite a escribirle un prólogo.
Ahora en serio, estaba seguro de que, con esto en la mano, se me quitaría el guayabo de ver el país como está. Se supone que aquí viene la parte donde comento lo que Laureano escribió y les cuento que está bueno, donde les insisto en que no se lo pueden perder y donde les aseguro que no paré de reír, a pesar de los pesares. Pero al terminar de leer el libro, que fue de un solo jalón y como un búho —sin quitar ni un minuto los ojos del manuscrito—, me quedé solo con dos de los tres objetivos planteados: el primero es que es simplemente sensacional, como todo su trabajo, lo que notarán desde el primer párrafo.
Es exactamente lo contrario al libro light que él describió. De hecho, si me permiten un consejo, no intenten usarlo como colchón para aclimatarse a su llegada al país. Para eso es mejor tomarse un whisky doble, algo que también hace maridaje perfecto con el libro. Y lo segundo es que no se lo pueden perder, no solo porque encontrarán en él una descripción impresionantemente elaborada, descarnada y brillante de la situación venezolana, sino porque, con la crisis aquí descrita, más vale que Laureano venda burda de libros para pagar la universidad de Laura, su hija.
Sobre el reto de hacer comentarios, paso y gano. No tiene ningún sentido, porque este autor refleja el sentimiento de todo un país. Describe, de manera impecable, nuestra realidad, nuestra historia, nuestros problemas, nuestras frustraciones, nuestros miedos, nuestras pesadillas y nuestros sueños. No hay nada aquí que yo pueda o deba explicar mejor.
No obstante, sí es mi deber advertirles algo, para no romper con mi tradición de aguafiestas. Si esperan reírse al comprar este libro, en este prólogo está —sin duda alguna— su última oportunidad, porque lo que viene de aquí en adelante es, como Venezuela hoy, candela pura y les va a provocar de todo… menos reír.
Luis Vicente León
Septiembre de 2017
INTRODUCCIÓN
Venezuela atraviesa uno de los momentos más complicados de su historia. La supervivencia de la nación está amenazada por la carencia de alimentos e insumos básicos, por la inexistencia de medicamentos, por la violencia, pero sobre todo por la ambición desmedida de poder, que ha convertido a una sociedad de tradición democrática en la víctima de un régimen que actúa al margen del ordenamiento constitucional, sancionado internacionalmente por diversos delitos, que mezcla incompetencia administrativa, corrupción, violaciones a los derechos humanos, vínculos con el terrorismo y con el narcotráfico. El panorama no puede ser más desalentador. La ilusión de bienestar que Chávez produjo en los venezolanos terminó convertida en estruendoso fracaso.
El propósito de este libro es explicar, de manera breve y esquemática al lector ávido de conocer lo que sucede en Venezuela, una secuencia de acontecimientos difíciles de entender incluso para los venezolanos que los venimos padeciendo y que a veces nos preguntamos cómo fue que llegamos a este conflictivo momento. Pretende también ser un mensaje de alerta, desde nuestra dura experiencia, acerca de los efectos que el populismo demagógico tiene sobre los pueblos; acerca de lo impredecibles que resultan, en política, los saltos al vacío; acerca de lo contraproducente que puede ser la insensata creencia de que es posible construir proyectos de cambio sobre la premisa de que «hemos tocado fondo y nada puede empeorar». Venezuela es la muestra de que un país con magníficas potencialidades puede no encontrar límite en su descenso.
El mensaje de la antipolítica que acabó con Venezuela tiene mucha receptividad en el mundo —incluyendo países desarrollados de larga tradición institucional— porque simplifica la realidad; y vivimos tiempos de simplificaciones, de teorías de 140 caracteres y de redes virtuales que a veces sustituyen lo real. Debemos retomar ciertos principios y valores sobre los cuales se fundamenta nuestra vida, y la política es uno de ellos. En este sentido, desde aquí queremos apostar por la idea de la política como tarea noble, como obligación cívica, como compromiso de amor y solidaridad del ser humano. El poder no es un fin en sí mismo; su misión está al servicio del ser humano y de su felicidad.
En este volumen haremos un breve recuento de la historia venezolana que permita al lector ubicarse en el origen remoto de muchos de los males presentes de Venezuela. También del nacimiento del chavismo de la mano de su fundador, Hugo Chávez, quien abrió el camino de confiscación de libertades que nos ha conducido a la crisis que actualmente padece la democracia venezolana. Sin aquella «dictablanda» no habría sido posible esta dictadura.
Este libro es también un llamado de auxilio, no solo de medicinas y alimentos.
Necesitamos auxilio de libertad. Uno de los temas pendientes desde la fundación las Naciones Unidas es cómo lograr que los pueblos se apoyen mutuamente en la defensa de los valores democráticos, que funcione el derecho internacional y no la ley del más fuerte o del mejor armado, porque estaríamos repitiendo a escala global lo que sucede en el interior de los regímenes autoritarios. Parte de esa ayuda es la creación de una conciencia de solidaridad cívica global, para que los organismos internacionales no acaben reaccionado demasiado tarde frente a las tragedias políticas, casi siempre cuando gran número de inocentes han pagado con su vida el deseo de una existencia más justa, tolerante y democrática.
Quien escribe estas páginas —que han terminado resultando demasiado serias— es humorista de profesión en Venezuela. Durante los últimos dieciocho años ha tratado de alertar, desde la tribuna del humor, sobre la grave amenaza que se venía tejiendo en contra de la democracia y la libertad. Al humor muchas veces le toca decir aquello que otros no pueden o no se atreven. Sin embargo, este no es un libro de humor, sino un intento reflexivo de síntesis sobre un conjunto de circunstancias históricas y políticas que condujeron a la terrible situación que hoy padece mi país. Agradecemos a Eduardo Sanabria (Edo) su contribución, con su espíritu ilustrado y bondadoso. Edo es uno de los humoristas gráficos más inteligentes con los que cuenta Venezuela hoy día. Sus caricaturas tienen el don de dar siempre en el blanco en relación con los temas que nos angustian. Vaya nuestra gratitud también a Luis Vicente León, uno de los analistas políticos más reputados del país —autor del prólogo— por sus oportunas observaciones
Los venezolanos saldremos de esta crisis. Más allá de las penurias que relatamos, querido lector, nos encantaría que usted se enamorara de nuestra tierra, de su luz, de sus paisajes, playas y ríos; pero sobre todo de su maravillosa gente, que merece, sin duda, un destino mejor.
EPÍLOGO
La situación de Venezuela es difícil de entender. Al mundo se le hace inexplicable por qué nos resulta tan complicado encontrar una salida electoral o negociada, como ha pretendido la oposición venezolana. Esto no se produce fundamentalmente por una razón que es preciso señalar con toda crudeza: el régimen político imperante ha pasado a ser percibido, nacional e internacionalmente, como abiertamente delincuencial. Las instituciones del país están en manos de personas acusadas de distintos tipos de delitos: corrupción, violaciones a los derechos humanos, vínculos con grupos terroristas, narcotráfico… Por esta razón, los criterios que son usuales para la negociación política en Venezuela simplemente no han funcionado, porque para uno de los sectores en conflicto la negociación no constituye una vía para establecer acuerdos realizando concesiones, sino solamente una estrategia para ganar tiempo y para radicalizar aún más las propias posiciones y, en última instancia, sobrevivir de la única forma en que le es posible: asegurándose su permanencia en el control del poder. Chávez condujo un proceso en el que se rodeó de incondicionales muy leales, pero incapaces y de ilimitada ambición. Correspondió la lealtad con permisividad, ausencia de controles e impunidad, lo que fue escalando en una espiral de corrupción sin límites. Siguió el consejo atribuido a Benito Juárez: «Para mis amigos todo, para mis enemigos la ley», porque en nuestras sociedades las leyes son más instrumento de venganza y represión que parámetros de convivencia cívica. Desaparecido Chávez, sus aliados se dividieron en diferentes facciones en pugna, unificados solo por la idea de sostenerse en el poder a toda costa para evitar sanciones nacionales e internacionales ya anunciadas a una lista cada vez mayor de funcionarios. La complicidad ha sido, sin duda, el principal factor de cohesión para los seguidores de Chávez.
Un político entiende que el poder se gana y se pierde también y que, en una sociedad democrática, quien gana no lo gana todo y quien pierde no lo pierde todo, porque de eso se trata el juego democrático. Pero cuando el delito se entroniza, la pérdida del control acarrea riesgos inaceptables para el que gobierna. Por ello, en situaciones de esta naturaleza, se está dispuesto a cualquier ilegalidad y a cuantas violaciones de derechos humanos sean necesarias para mantener secuestrado el poder. El agravante de la situación es que la absoluta incapacidad del presidente para garantizar una mínima gobernabilidad en la conducción del país ha convertido a Venezuela en eso que en ciencia política se denomina un «Estado fallido», esto es: un Estado cuyo Gobierno no tiene capacidad de control sobre el país, que no tiene el monopolio de la violencia legítima, porque transformó a los cuerpos de seguridad en grupos armados que actúan al margen de las leyes, sin capacidad para suministrar los servicios básicos que la gente requiere, el funcionamiento de la economía ni la vigencia del Estado de Derecho, lo que nos coloca fuera del concierto de la naciones democráticas.
Cuba, junto con Bolivia y más tímidamente Nicaragua, son de los pocos apoyos que le quedan al régimen dictatorial venezolano. A la primera se le atribuye control sobre algunas áreas del gobierno del país y son frecuentes las visitas del presidente a la isla caribeña. Se dice que los servicios de inteligencia cubanos operan con libertad en el país y que en la Fuerza Armada, los registros civiles y de la propiedad aquellos tienen injerencia directa. El ministro de la Defensa recibe sus tratamientos médicos en Cuba, como el resto de los funcionarios de alto nivel que lo requieren. El presidente Chávez fue atendido en La Habana. Su estado de salud fue un secreto celosamente guardado y nuestro jefe de Estado, que tomaba decisiones y firmaba decretos desde su cama del hospital, estaba a merced de las autoridades de otro país, del que regresó inconsciente y sin que sepamos, hasta el día de hoy, si las decisiones que desde allí tomó fueron efectivamente suyas. Público y notorio es el hecho de que Venezuela suministra a Cuba petróleo gratuito y que la isla tiene vivo interés en que esta situación se sostenga.
El tema del narcotráfico y la forma como este se ha involucrado con las altas esferas del poder político y militar es otro de los puntos álgidos al abordar el caso venezolano y ya ha dado lugar a investigaciones y sanciones internacionales, como el arresto —en los Estados Unidos— de los sobrinos de la esposa del presidente, la por él denominada «primera combatiente». Los «narcosobrinos», como los llama la ironía popular, fueron detenidos en Haití por organismos de inteligencia estadounidenses luego de un vuelo en el que viajaban supuestamente para negociar asuntos relacionados con la venta de droga. El avión privado en el que volaban había despegado de Venezuela, de la llamada «rampa cuatro» del aeropuerto de Caracas, que es de uso exclusivo del presidente de la República. Venezuela ha sido denunciada como narco-Estado. Según los conocedores de la materia, esta situación se originó en la relación —auspiciada por Chávez— de nuestro Ejército con la narcoguerrilla colombiana. Se habla de que se facilitaron las actividades de los rebeldes colombianos en el país para mantener sus canales de financiamiento. A partir de allí, altos funcionarios civiles y militares comenzaron a ser parte del negocio. Esto ha sido denunciado por importantes políticos de los Estados Unidos, como el senador Marco Rubio, o figuras de renombre en América Latina, como el expresidente costarricense y premio Nobel de la Paz, Oscar Arias.
Como consecuencia de todo lo señalado, Venezuela ha entrado en el terreno de la ingobernabilidad, con un un sistema electoral abiertamente cuestionado, sin capacidad para la negociación por parte del Gobierno por las razones expuestas y con una grave crisis humanitaria de alimentación y sanidad en pleno desarrollo, todo ello en el contexto de la inflación más elevada del planeta y con uno de los índices de criminalidad más altos del mundo. Junto a ello, la existencia de grupos paramilitares armados por el Gobierno, una Fuerza Armada convertida en brazo militar del partido gobernante y un creciente número de ciudadanos que halla en la emigración desesperada la única salida.
Venezuela atraviesa sin duda uno de los momentos más tenebrosos de su historia. Saldrá de él, no cabe la menor duda, pero a un duro precio en vidas y bienestar. Para los que «gobiernan», los costos de salida del poder son infinitos. Saben que si abandonan sus cargos están perdidos dentro y fuera del país. Las preguntas que surgen son: ¿cuánto tiempo puede mantenerse un Estado fallido?; ¿cuánto tiempo soportará la población morir de inanición o por enfermedades no atendidas?; ¿cuántos ciudadanos inocentes más tendrán que caer para contener a un pueblo que se ha rebelado de manera pacífica pero contundente? Estas son las inquietudes que flotan en el ambiente.
No deberíamos concluir con una visión desesperanzada. Si has llegado hasta aquí, amable lector, es porque esperas, como el autor de estas páginas, un desenlace feliz para esta historia. Y Venezuela lo merece. Es un hermoso país, física y espiritualmente hablando. Difundir lo que nos sucede es parte de nuestra misión. Reconstruir la idea de la solidaridad internacional y del compromiso de todos con el bienestar global también lo es.
Ninguna nación está tan lejos como para que no pueda afectar de alguna forma tu vida cotidiana. Pero, además, en la propia situación política en la que vives pueden estarse fraguando amenazas similares a las que terminaron golpeando duramente a Venezuela. Prevenir en contra de la antipolítica, en contra de la demagogia simplista y del populismo destructor es parte de nuestro compromiso. La política es y debe ser una noble tarea, una responsabilidad con la humanidad toda, con el bienestar de los más humildes, pero sobre todo un compromiso con una forma de vida de respeto y tolerancia, de solidaridad, honestidad y de bondad, porque, como diría el místico español san Juan de la Cruz: «En la tarde de la vida te examinarán en el amor» y la política tendría que ser la actividad de amor por excelencia.
A pesar de los padecimientos terribles a los que es sometida Venezuela y que hemos relatado aquí de manera breve y sucinta, la nuestra sigue siendo una nación de gente talentosa y amable, de artistas y cultura, de bellezas naturales y del mismo afán de progreso que atrajo a tanta gente en otro tiempo. Venezuela tiene en su espíritu colectivo enormes reservas de optimismo, de ingenio y también de democracia y libertad. Muchas cosas debemos cambiar en nuestra manera de asumir nuestro propio destino luego de esta dura lección. Ese enfrentamiento entre civilización y barbarie del que hablaba don Rómulo Gallegos en su célebre novela Doña Bárbara sigue marcando nuestro destino. El péndulo de la historia habrá de moverse pronto hacia el lado de la civilización. A ello apostamos. Mientras tanto, seguimos siendo — volviendo a Gallegos— una «tierra de horizontes abiertos, donde una raza buena ama, sufre y espera».
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