EL Rincón de Yanka: LIBRO "LA VENGANZA DEL CAMPO": ¿Por qué el sector primario es pisoteado y perseguido por la misma sociedad a la que da de comer? Por MANUEL PIMENTEL

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lunes, 29 de abril de 2024

LIBRO "LA VENGANZA DEL CAMPO": ¿Por qué el sector primario es pisoteado y perseguido por la misma sociedad a la que da de comer? Por MANUEL PIMENTEL

 
LA VENGANZA 
DEL CAMPO
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¿Por qué el sector primario es pisoteado y perseguido por la misma sociedad a la que da de comer?
El campo se vengará, al modo bíblico, con escasez y brutal encarecimiento de los alimentos, de la sociedad que lleva décadas despreciándolo.
La venganza del campo ya está aquí. Los precios de los alimentos suben con fuerza y las olvidadas crisis alimentarias amenazan con reaparecer. ¿Por qué? ¿Por qué ayer sobraban alimentos y hoy parecen faltar? El desprecio al campo y los desajustes de la desglobalización son las razones principales. Sin embargo, los responsables públicos culpan, injusta y demagógicamente, a distribuidores y agricultores, tratando de justificar sus propios yerros y desvaríos.
¿Cómo se ha podido llegar a esta triste, injusta y suicida situación? ¿Cómo ha sido posible que la sociedad desprecie a los que les dan de comer? ¿Por qué los agricultores, los ganaderos y los pescadores hemos pasado de héroes a villanos? ¿Por qué la sociedad actual no solo no nos valora, sino que, al contrario, nos considera enemigos del medio ambiente, parásitos de la PAC, «señoritos» de otros tiempos, maltratadores de animales? ¿Por qué, si los precios suben, se siguen abandonando nuestros campos?
Este breve ensayo trata de comprender los porqués y los cómos de esta situación paradójica y contradictoria. Castigamos a las gentes del campo mientras les exigimos alimentos abundantes, sanos y a precio de saldo. Queremos comida buena, bonita y barata, pero sin agricultura ni agricultores; carne sin ganadería ni ganaderos; pescado sin pesca ni pescadores. Protestamos por el encarecimiento de los alimentos al tiempo que prohibimos los trasvases, perseguimos a las granjas o cuestionamos los regadíos y los abonados, entre otras muchas limitaciones o interdicciones. Y, claro, eso no funciona.
A lo largo de estos años, los agricultores agonizan sin que a la sociedad que alimentan parezca importarle lo más mínimo. Los agricultores, ganaderos y pescadores no son parte de problema, son parte de la solución. Desean trabajar en paz, con dignidad, de manera sostenible y rentable, para cumplir con su misión trascendente de proveernos de alimento. No trabajan solo por el pan de sus hijos; lo hacen, sobre todo, por el pan de los hijos de todos los demás.


INTRODUCCIÓN

Comienzo a escribir estas líneas en Córdoba, en el verano de 2023. El estruendo de las chicharras llega matizado por las ventanas cerradas, a la andaluza. Su penumbra cómplice nos protege del calor. En un rato, cuando refresque, daré un paseo por los rastrojos agostados en los que yeguas, vacas y becerros apuran los restos de la siembra de avena una vez segada y empacada. El almiar, ya disminuido, debe garantizar el alimento del ganado hasta que el agua generosa de otoño reviva pastos y temperos. Que las estacio­nes, desde siempre, con su lento y cierto pasar, marcaron los ritmos de la vida y la agricultura. Clima y mundo rural, en estrecho -aunque no siempre bien avenido- matrimonio.

Este año agrícola ha sido seco. La maldición bíblica de la falta de lluvias vuelve a golpearnos con su estropicio en cosechas, reser­vas hídricas y ánimos. Crucemos los dedos porque a partir de otoño llueva larga y mansamente, como gusta a la gente del campo. Que veneros y fuentes resurjan, que los arroyos corran, que embalses y pantanos se llenen, que las siembras nazcan sanas y fuer­tes, que la arboleda fructifique generosamente. Deseos que parecen bíblicos, pero que laten por igual en los agricultores y ganade­ros de hoy, profesionales que miran los pronósticos del tiempo en los portales meteornlógicos de sus smartphones con la misma angustia con la que siglos atrás observaran nubes, hormigas y cabañuelas.

De hecho, esta misma reflexión que hago delante de mi ordenador portátil bien podría haberla realizado un agricultor de hace cien, doscientos, quinientos años. La siega, los rastrojos aprovechados para el ganado durante el estío, el deseo de lluvia... Sólo el almiar, ahora mecanizado, marcaría una diferencia sensible frente a los antiguos, entonces conformados manualmente por los restos de las gavillas tras el paso de la trilla en la era. Todo parece igual... pero, sin embargo, todo ha cambiado. Las técnicas agronómicas han avanzado tremendamente y el sector primario, un sector de vanguardia, ha estado presto en incorporar las nuevas tecnologías para la mejora de sus producciones. Mejoras genéticas, nuevas técnicas de cultivos, optimización de regadíos e incor­poración de la digitalización a su cadena de valor, entre otras muchas innovaciones, han incrementado sensiblemente los rendi­mientos agrarios, que se encuentran comprometidos con los valores irrenunciables y hermosos de sostenibilidad y respeto al me­dio ambiente. Gracias al esfuerzo innovador de las gentes del campo y de sus científicos, técnicos y profesionales, los agricultores, ganaderos y pescadores pueden dar de comer, con generosidad, abundancia y calidad, a una población mundial que se ha multipli­cado por cuatro en el último siglo. Una proeza digna de ser valorada, admirada y alabada.

Pero, desgraciadamente, no ha sido así. La sociedad, lejos de agradecerles su sacrificado esfuerzo, les apunta con su dedo acusa­dor. «¡Culpables!», parecen decirles. Los agricultores, ganaderos y pescadores, españoles y europeos,son despreciados, minusvalo­rados, cuando no abiertamente insultados, como retrógrados, parásitos, rémoras, enemigos del medio ambiente y maltratadores animales. Los jóvenes huyen del sector, los campos se quedan vacíos. ¿Quién quiere trabajar en el campo después de décadas de precios ruinosos y de cruel desdén colectivo? Hace años, ante esta injusta realidad, comencé a barruntar que el campo terminaría vengándose de quienes lo despreciaban de forma tan necia y cruel. Y que lo haría al modo bíblico de escasez y encarecimiento de los alimentos. Inicié entonces una serie de artículos en los que trataba de explicar -explicarme-cómo se podía haber alcanzado una situación tan peligrosa y desatinada. Y, una y otra vez, llegaba a la misma conclusión: la venganza del campo, tarde o tem­prano, tendría que llegar. Desgraciadamente, el tiempo dio la razón a aquella intuición primera. La venganza del campo ya está aquí, entre nosotros, amenazando despensas y bolsillos.

Y ahora que los precios de los alimentos suben y la patita de la crisis alimentaria en los países pobres asoma por debajo de la puerta es cuando los responsables de la cosa comienzan a desligarse de su indolente somnolencia. Bienvenidos sean al club de los advertidos. Pero ¿qué es lo primero que han hecho para justificarse? Pues atacar y responsabilizar de la carestía alimentaria a dis­tribuidores y agricultores. Increíble, pero cierto. Siguen sin comprender que los profesionales del sector primario son parte de la solución, que no del problema.

Abrazado por el estridente criii de las chicharras del exterior, releo algunas noticias de la prensa digital. Los alimentos suben y suben. Cuando otros indicadores de la cesta de la compra, después de los episodios de alta inflación de 2021 y 2022, comienzan a remitir, el rubro de comida se empeña en mantener su tendencia al alza.Los alimentos han escalado de manera sensible durante los dos últimos años.Las familias lo notan en sus bolsillos, castigados también por la subida de los tipos de interés. Y compruebo, una vez más, cómo los responsables públicos, perplejos ante el hecho inédito de que los precios agrarios no estén por los suelos, arremeten de nuevo contra sus chivos expiatorios preferidos, distribuidores y agricultores, para justificar así sus propios yerros y desvaríos. Porque, como era de esperar, ni las leyes, ni las políticas que llevan años promulgándose, ni los discursos sociológicos dominantes en la sociedad actual tienen responsabilidad alguna. No. Ellos lo hicieron bien, vienen a decirnos. Y, entonces, ¿quién es el responsable de que la comida -buena, bonita, barata- a la que estábamos acostumbrados se encarezca inesperadamente? Pues, con dolor, rabia e indignación, tenemos que soportar su infundado veredicto: los culpables son las cadenas de distribución y los agricultores, ganaderos y pescadores, entes avariciosos que acumulan capital y especulan con la miseria de los demás. Así de simple, así de injusto, así de equivocado, así de peligroso. Pura demagogia que provoca y ceba, sin que sean ni siquiera conscientes de ello, la venganza del campo que nos ocupa.

¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí ¿Cómo ha sido posible que la sociedad desprecie a los que le dan de comer? Pues de eso va este corto ensayo. De tratar de comprender los porqués y los cómos de la situación paradójica y contradictoria en la que vivimos. Por una parte, castigamos a los agricultores, mientras que, por otra, exigimos alimentos abundantes y baratos. ¿Por qué los agri­cultores, los ganaderos y, por extensión, los pescadores hemos pasado de héroes a villanos? ¿Por qué la sociedad actual no solo no nos valora,sino que, al contrario, nos considera enemigos del medio ambiente, parásitos de la pac, señoritos de otros tiempos? En este opúsculo vamos a tratar de responder a estas preguntas, mucho más profundas de lo que aparentemente pudieran parecer. Han sido necesarias décadas para llegar- y no solo en España, sino en toda Europa -hasta el punto de paradójica perplejidad en el que hoy nos encontramos, con una sociedad que quiere alimentos abundantes, sanos y baratos, pero sin agricultura ni agricultores; carne sin ganadería ni ganaderos; pescado sin pesca ni pescadores. Una sociedad que protesta por el encarecimiento de los alimentos al tiempo que prohíbe los trasvases, persigue a las granjas o cuestiona los regadíos, entre otras muchas limitaciones, restricciones o prohiciones que el sector primario sufre cada día. Sorprendentemente, ¿verdad? Pues, desgraciadamente, es la realidad co­tidiana en la que vivimos y laboramos.

Es bueno que seamos conscientes de que, al menos en gran parte, esta realidad la hemos construido entre todos. El rechazo a la agricultura, que lleva décadas gestándose, es un fruto de los ideales, valores y políticas de una sociedad eminentemente urbana, conformada por personas en general bienintencionadas que creen hacer lo correcto cuando con sus leyes persiguen a la produc­ción agraria. Por eso, en algunos de los artículos utilizo el plural nosotros para comprender las dinámicas que colectivamente nos afectan, las comparta personalmente o no. No se trata, pues, de una historia de buenos ni de malos. Es, simplemente, la historia que es, la que vivimos, la nuestra, la que entre todos construimos. Insistiré en que es nuestra sociedad, la que conformamos entre todos -jaleada, en ocasiones, por discursos interesados-, la que ha ido generando las dinámicas, los ideales y los imaginarios que condicionan y condicionarán a la actividad agraria, trenzando un cesto en el que se mezclan conceptos como los de naturaleza y salud, confrontándolos, que no aunándolos, con las producciones agricolas y ganaderas.

A lo largo de estos años, los agricultores han protestado con sonadas tractoradas, sin que, a la hora de la verdad, nadie les haya he­cho caso. El rosario de normas de todo tipo que dificulta o imposibilita su actividad continúa desplegándose con fatales conse­cuencias. Agonizan sin que a la sociedad que alimentan parezca importarles lo más mínimo. ¿Cómo, nos repetimos, hemos podido llegar a esta triste, injusta y suicida situación?

Pues, precisamente, estas líneas persiguen comprender la compleja dinámica sociológica, económica, política y cultural que hasta aquí nos condujera. Una dinámica occidental de valores e imaginarios compartidos que ha fluido retroalimentándose de manera independiente al color político de los partidos y Gobiernos. Se trata de algo más profundo que la política partidista, pues en verdad hablamos de la materia esencial que late en el corazón mismo de la sociedad; sociología, inconsciente colectivo, espíritu del siglo, llamémoslo como queramos, pero del que no podemos sustraernos porque formamos parte de él. Por eso, es preciso com­prenderlo, antes de tratar de enmendarlo o de plantear soluciones y alternativas. Ese es el objetivo de este ensayo breve que, estructurado por los artículos escritos a lo largo de años y acontecimientos, muestra el camino que hasta aquí hemos recorrido, pen­sado y vivido.

No escribiré estas palabras con el tono melancólico de que cualquier tiempo pasado fue mejor. No, no lo haré. De hecho, creo fir­memente que vivimos en unos de los periodos más apasionantes de toda nuestra historia como especie. Por tanto, quien me acom­pañe a lo largo de este breve recorrido no encontrará un quejío por lo que la agricultura fue y ya no es, sino un relato, apasionado y reflexivo, de las principales dinámicas que han hecho mutar, en gran medida, al mundo rural y a la visión del agricultor por parte de la sociedad en la que nos ha tocado vivir. Creo que aún podemos enmendar la situación y en contra el justo equilibrio entre pro­ducción agraria, garantía alimentaria, nuevas demandas urbanas, sostenibilidad y medio ambiente. El fracaso en este esfuerzo no­ble tendría como consecuencia cierta la terrible venganza del campo que se adivina y que, al modo bíblico, repetimos, nos castiga­ría con la escasez de alimentos y su brutal encarecimiento.

Pero, antes de continuar, quizás deba explicar brevemente el porqué de mi interés en esta materia, de extraordinaria importancia aunque ignorada mayoritariamente por nuestra sociedad. Procedo familiarmente del mundo rural y agrícola. Aunque me crie en una gran ciudad, Sevilla, los fines de semana y las vacaciones fueron, en gran medida, para el pueblo y el campo. De hecho, en el campo vivo y agricultor y ganadero ecológico soy. Muchos de mis familiares y amigos son agricultores. Casi todas mis aficiones tienen al campo y a la naturaleza como escenario. Soy ingeniero agrónomo por la Escuela Técnica Superior de Córdoba. Mientras estudiaba trabajé en muchas ocasiones como peón agrícola para ganar algún dinero. Cogí aceitunas de mesa en Sevilla, vendimié en Tierra de Barros (Badajoz), recolecté peras en Inglaterra, trabajé en diversas faenas agrícolas en un kibutz israelí, arranqué monte a mano o pesé corchas en una ancestral cabria en Huelva, entre otras faenas agral'ias que me hicieron comprender y respe­ tar aún más a la gente del campo y a su sufrida dignidad. Me inicié en el mundo laboral en una casa de maquinaria agrícola en Va­lencia y pasé a continuación a la ingeniería agronómica y agroindustrial, en la que estuve años hasta que el destino me condujo hasta la política. No estuve demasiado tiempoen ella, aunque guardo buen recuerdo de vivencias, compañeros y debates, a los que debo cierta perspectiva como observador. La vida me llevó a otro mundo que me apasiona, el del trabajo y el empleo, que también posee sus especificidades en el sector primario. Hoy, como editor y escritor, observo con atención el mundo en el que habito, con sus errores y aciertos, y trato de comprender y anticipar las dinámicas que lo impulsan. Como último apunte, mi afición a la divul­gación arqueológica me acercó a las dinámicas históricas que transformaron pueblos, culturas y civilizaciones.

Sobre todo lo anterior, mantengo una viva curiosidad por lo que me rodea y he tratado de explicarme el porqué del desprecio ac­tual hacia la producción agraria. Por eso, desde hace años escribo artículos sobre las dinámicas sociológicas que afectan a la agri­cultura, artículos que suponen, al recogerse en este libro, las huellas de un camino de décadas que nos ayudará a comprender las situaciones que vivimos. Esa es la razón por la que presento los artículos ordenados de manera cronológica. Los primeros, escritos en 2009; el último, a finales de agosto del 2023. He respetado, prácticamente en su integridad, los textos originales, lo que per­mite, con la lucidez del momento, el conocer cómo ha evolucionado la percepción de la agricultura, ganadería y pesca a lo largo de estos últimos años. Algunas ideas fuerza se repiten en val'ios artículos, pero no he querido eliminar estas redundancias para asen­ tar los principios motores de la dinámica a estudio. Pido disculpas por esas reiteraciones, qee deben ser entendidas como lo que son, ideas fuerza engarzadas en un rosario de artículos escritos y publicados a lo largo del tiempo.

Quiero agradecer a los medios de comunicación que los publicaron, medios de comunicación que indico en cada artículo junto a la fecha en la que vio la luz y que todavía permiten consultarlos en la red. Muchas gracias a todos ellos.

Cada artículo es como un fogonazo que ilumina la visión sobre una materia en un momento determinado. Artículos que abordan cuestiones agrícolas, ambientales y sociológicas; artículos que dibujan retazos de la contradictoria relación que mantiene una so­ciedad que precisa de alimentos con aquellos -agricultores, ganaderos y pescadores- que se la proporcionan. No se trata de una pintura realista, con profusión de detalles, sino de una impresionista, de brochazos enérgicos e incompletos, para vislumbrar una realidad a base de sus parcialidades. No pretendo abordar la complejidad del mundo rural en su totalidad, sino tan solo apuntar a su función primordial de proveedor de los alimentos que precisamos. Por eso, actividades tan hermosas, positivas e importantes como las del turismo rural, turismo activo y de aventuras, caza, guías de fauna, gestión forestal, entre muchas otras, no son abor­dadas en estas lineas,centradas, repetimos una vez más, en cómo y por qué el campo se vengará al modo bíblico de la sociedad que olvidó y despreció su función primordial de producción de alimentos.

Tampoco entro a analizar las diferentes agriculturas. No es un ensayo agronómico, ni ganadero, ni pesquero. A nuestros efectos, son considerados como productores de alimentos, independientemente de que lo hagan de manera intensiva o extensiva, ecoló­gica o integrada, de regadío o secano; actividades, en todos los casos, muy dignas que producen los alimentos que precisamos. Huiré de datos, de informes técnicos, de bibliografía, de cuadros, de gráficos, que haberlos, haylos, en abundancia y razón. Pretendo que sea el sentido común el que nos muestre la incongruente paradoja en la que habitamos, la del querer alimentos variados, abundantes, sanos y baratos mientras atacamos con saña a la actividad agraria y a las gentes que la desarrollan.

Se trata de un debate necesario, porque, desgraciadamente, seguimos en la misma dinámica de años, como el lector fácilmente podrá comprobar. Los alimentos, más allá de cuestiones climáticas, suben por los desajustes de la desglobalización y por las res­tricciones y dificultades de todo tipo que el sector agrario, despreciado, ha experimentado durante estos últimos años. La desglobalización ha añadido incertidumbre e inseguridad a la cadena de suministros, lo que cebará la subida de precios agrarios. Tam­poco la distribución es la responsable de la subida. Al contrario, su poder de compra, muy superior al de los productores, deflactó y deflacta los precios agrarios, presionando a la baja lo que percibe el agricultor, hasta, en ocasiones, el mismo punto de ruina. Pues ese es el panorama. Más personas que alimentar, pero menos terreno, menos agua y menos agricultores, encima despreciados y perseguidos, sujetos, además, a todo tipo de limitaciones. ¿Qué podría salir mal?

Pese a todo, con voluntad, hay capacidad agronómica más que suficiente para dar de comer a todo el planeta. Hace falta inteligen­cia, voluntad, tecnología y, también, discurso para que la sociedad los deje trabajar con rentabilidad. En efecto, son los discursos dominantes en la sociedad los que hacen que las actividades del sector primario resulten juzgadas con mayor severidad que otras con mayor impacto en el medio ambiente. Nos llama poderosamente la atención cómo no se aplican los mismos criterios ni medi­das en materia de sostenibilidad, por ejemplo, a las inversiones agrarias que a las denominadas inversiones verdes. 
¿Por qué se cri­tican y condenan los costes ambientales de las conducciones de agua para regadíos o trasvases y, sin embargo, se acepta pacíficamente la construcción de complejísimos gaseoductos para hidrógeno que atraviesan toda la península, a pesar de tener un im­ pacto mucho mayor que los primeros y, también, mucho más riesgo y peligrosidad? No nos oponemos al hidrógeno, que nos parece muy bien; lo que denunciamos como injusto es la doble vara de medir.

Más ejemplos. El desarrollo de las energías renovables es necesario y positivo, siempre que se les apliquen los mismos criterios y normas que a la actividad agraria. Pues bien, desgraciadamente, no es así. Hace unos años se levantó una fuerte polémica por los cultivos dedicados a biocombustibles. Se argumentó que, existiendo todavía hambre en el mundo, no debía dedicarse suelo agrí­cola para producción energética, en cuanto que se reducía la producción de alimentos. Y razón tenían. ¿Por qué, entonces, acepta­mos encantados y sin debate alguno el que sedediquen miles de hectáreas de tierras fértiles a la instalación de paneles fotovoltai­cos? ¿No desviamos en este caso suelo agrícola para producción energética? ¿Por qué nadie protesta cuando estas centrales foto­ voltaicas -algunas, de enorme superficie- son tratadas sistemáticam ente con herbicidas para que no crezca pasto bajo los pane­ les? ¿Por qué nadie protesta, entonces? A lo largo de este recorrido descubriremos las razones de la doble vara de medir ya rese­ñada. La sociedad no toma sus decisiones por cuestiones técnicas, sino que principalmente lo hace por las ideológicas y morales. Si se quieren cambiar las dinámicas, habrá que trabajar, y mucho, en pensamiento, relato y discurso.
Agricultores, ganaderos y pescadores tendrán que, además de llevar sus cultivos, sus granjas y sus faenas pesqueras, construir un discurso que convenza a la sociedad que los olvidó. No será fácil, pero aún estamos a tiempo. Este libro espera, como ya hemos dicho, poder poner su granito de arena en esa gran contienda de las ideas y los imaginarios confrontados. Si existe una estrategia energética, ¿por qué no habría de existir una alimentaria, más necesaria y perentoria aún?

La agricultura ha superado enormes retos técnicos y agronómicos, pero le ha faltado la construcción de discurso y de comunicación. La sociedad actual precisa de ese relato que sitúe a agricultores, ganaderos y pescadores como garantes de la alimentación variada, sana y sostenible que demanda. Pero, para ello, la actividad primaria ha de resultar rentable y valorada. Solo así se atraerá talento joven y se podrán financiar las muchas inversiones aún necesarias para las mejoras a las que el sector se compromete. El sector agrario de hoy es plenamente consciente de que debe incorporar a su quehacer cotidiano los conceptos de nuevas tecnologías, digitalización, inteligencia artificial (IA), salud, calidad, trazabilidad, economía circular, optimización energética, ecología, balance de CO2 y sostenibilidad. De esa necesaria sensibilidad ambiental se ocupan algunos de los artículos que leerá sobre el avance del bosque y de la fauna salvaje. Los agricultores deben ser apreciados como aliados del medio natural, nunca percibidos como sus enemigos. 

Los agricultores son -y quieren serlo- socios necesarios para que disfrutemos de un medio ambiente mejor. De hecho, fue el mundo rural, que no el urbano, quien conservó la naturaleza que hasta nosotros ha llegado. Los profesionales del campo viven en nuestra sociedad actual y comparten  sus  valores. Pero desean que se les respete, que se les valore y que se les deje trabajar con rentabilidad  en su función principal, que es la de producir alimentos. Son gentes duras, abnegadas, dispuestas a seguir alimentando a una sociedad que, pese a su ignorante desdén, los precisa hoy más que nunca.

Pero no nos extendamos más. Que sean los artículos los que nos muestren el camino recorrido. Y, como primer paso, retrocedamos hasta agosto de 2009. Un año antes, en 2008, se había sustituido el tradicional nombre del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación por el de Ministerio de Medio Ambiente y Mundo Rural y Marino. Al parecer, a los responsables públicos del momento les avergonzaban las palabras anticuadas de agricultura, pesca y alimentación, al punto de que decidieron sustituirlas por otras más molonas, al gusto de los tiempos. ¿Cómo no escribir, entonces, por vez primera, lo de la venganza del campo por venir?

Exministro y ganadero alerta: "La venganza del campo ya está aquí"