CHRISTUS VINCIT
EL TRIUNFO DE CRISTO SOBRE
LA OSCURIDAD DE LA ÉPOCA
En esta absorbente entrevista, el obispo Athanasius Schneider ofrece un examen sincero e incisivo de las controversias que asolan la Iglesia y de los problemas más urgentes de nuestro tiempo, proporcionando claridad y esperanza a los católicos asediados. Aborda temas como la confusión doctrinal generalizada, los límites de la autoridad papal, los documentos del Vaticano II, la Sociedad de San Pío X, las ideologías anticristianas y las amenazas políticas, el tercer secreto de Fátima, el rito romano tradicional y el Sínodo Amazónico, entre muchos otros.Como su patrón del siglo IV, San Atanasio el Grande, el obispo Schneider dice cosas que otros no quieren, siguiendo valientemente el consejo de San Pablo: ‘Enseña la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina’ (2 Tim 4,2). Su comprensión de los desafíos que enfrenta el rebaño de Cristo hoy en día es una lectura esencial para aquellos que están, o desean estar, alertas a las señales de los tiempos. Con reminiscencias del Informe Ratzinger de 1985, Christus Vincit será un punto de referencia clave en los próximos años.
Al Inmaculado Corazón de María,
Madre de Dios y Madre de la Iglesia
A todos los pequeños de la Iglesia militante de nuestros días, que como obispos, sacerdotes, religiosos,
padres y madres de familia, jóvenes y niños, han sido, marginados, humillados y castigados, a lo largo de
las pasadas décadas, por el solo motivo de su fidelidad inquebrantable a la integridad de la fe y a la
liturgia de la Santa Misa.
«Antes eligió Dios la necedad del mundo para confundir
a los sabios y eligió Dios la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes;
y lo plebeyo del mundo, el desecho, lo que no es nada,
lo eligió Dios para anular lo que es,
para que nadie pueda gloriarse ante Dios»
(1 Cor 1,27-29)
INTRODUCCIÓN
Desde hace varios años, las intervenciones de Monseñor Athanasius Schneider, acerca de las controversias que hacen estragos en la Iglesia, vienen proporcionando claridad y esperanza a aquellos fieles que se sienten asediados, a causa de su adhesión a las enseñanzas tradicionales del catolicismo. Dicho esto, hasta ahora Monseñor Schneider nunca había pasado los límites de alguna que otra intervención esporádica, para dar un testimonio personal de aquella «fe, que una vez para siempre ha sido dada a los santos» (Jd 3) y que le transmitieron los mártires de la persecución comunista. Se presenta este libro como un vademécum para quienes viven perplejos en estos tiempos difíciles.
Christus vincit (Cristo vence) es la primera entrevista de Monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Santa María en Astana (Kazajistán), que se convierte en un libro. Monseñor Schneider nació el 7 de abril de 1961, en Tokmok, Kirguistán (URSS), y le pusieron el nombre de Antonius. Sus primeros años los vivió en la Iglesia de catacumbas de la Unión Soviética, antes de que su familia emigrara a Alemania. En 1982, ya en Austria, ingresó en los Canónigos Regulares de la Santa Cruz, fundados originalmente en Coímbra; entonces adoptó como religioso el nombre de Athanasius. Recibió la ordenación sacerdotal el 25 de marzo de 1990. Llamado al episcopado por el papa Benedicto XVI, en junio del 2006, a la edad de 45 años, fue consagrado obispo en la Basílica de San Pedro. Monseñor Schneider habla alemán, ruso, portugués, español, inglés, italiano y francés; y lee griego y latín.
Los antepasados de Monseñor Schneider eran alemanes, que emigraron desde Alsacia a Odessa, al litoral ucraniano del Mar Negro. Hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, Stalin deportó a la familia Schneider al gulag de Krasnokamsk en los Montes Urales. María Schneider, la madre de monseñor, desempeñó un papel clave en la Iglesia perseguida y dio refugio al beato Oleksiy Zaryytsky, sacerdote ucraniano martirizado por el régimen soviético en 1963.
Al igual que su patrono del siglo IV, san Atanasio el Grande, Monseñor Schneider dice cosas que otros no se atreven a decir, siguiendo sin miedo el consejo de san Pablo: «Predica la palabra, insiste oportuna e inoportunamente, corrige, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina» (2 Tim 4,2). Muchos han quedado impactados por su convicción, celo y claridad, y por su entrega total a su vocación como sucesor de los Apóstoles.
El fin que persigue este libro es ofrecerle al lector un mejor conocimiento de Monseñor Schneider, y transmitirle sus opiniones acerca del mundo, de la Iglesia y de la perenne tensión que existe entre ambos.
El texto de este libro se apoya en tres entrevistas principales. La primera se desarrolló a lo largo de varios días en enero de 2018 en Munich, donde estaba Monseñor Schneider visitando a su madre, que vive al cuidado de una comunidad de hermanas religiosas. La segunda conversación tuvo lugar en mayo de 2018 en Roma. La tercera se celebró en marzo de 2019, también en Roma, después de la visita ad limina 1 de los obispos de Asia Central. Luego, Monseñor Schneider revisó con mucho esmero el manuscrito, puliendo y corrigiendo sus reflexiones.
Resulta difícil no quedar impresionado por el amor del señor obispo a Jesús Sacramentado, por su confianza en el triunfo de Cristo a través de aquellos que llama “los pequeños”, y por su propia disposición a imitar al Buen Pastor en dar su propia vida, sea por el sacrificio diario, sea por el sacrificio supremo y último, a favor del rebaño de Cristo.
El título Christus vincit fue elegido personalmente por Monseñor Schneider. Él se sintió atraído por esta frase latina, por la esperanza y el aliento que da a los fieles. También me comentó durante nuestra conversación que para él engloba el uso que hace Cristo de «la locura según el mundo (…) para avergonzar a los sabios» (1 Cor 1,27). Para el subtítulo, El triunfo de Cristo sobre la oscuridad de la época, se inspiró en el versículo del prólogo del Evangelio de San Juan: «Y la Luz brilla en la oscuridad y la oscuridad no logró sofocarla» (Jn 1,5). Como quedará claro, este versículo capta el sentido de la narrativa y del espíritu de esperanza que contienen estas páginas.
El libro se divide en cuatro partes, cada una con un título tomado del capítulo 24, versículo 29 del Evangelio de San Mateo. En su encíclica inaugural E supremi, san Pío X manifestó que tan grave era la amenaza de la tormenta del error a principios del siglo XX, que no le extrañaría que el Anticristo estuviera ya en esta tierra.
El mismo papa San Pío X calificó al modernismo como la síntesis de todas las herejías y el heraldo de los tiempos finales. Los Padres de la Iglesia no dejaron de dar una interpretación espiritual de las célebres palabras de Nuestro Señor: “En seguida, después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna no alumbrará, las estrellas caerán del cielo y los astros se tambalearán” (Mt 24,29). Nos dice San Agustín que la tribulación precederá a la gran deserción: «Eso acaecerá después de la tribulación de aquellos días, no porque haya de pasar toda la tribulación y después acaezcan estas cosas, sino porque precederá la tribulación a la que seguirá la caída de algunos» (Carta 199, 39).
El “sol”, Cristo, se oscurecerá en los corazones de los hombres, y la “luna”, la Iglesia, ya no atraerá a las almas por su belleza. En esa persecución de los impíos, sobremanera crueles, “la Iglesia no aparecerá”. Las “estrellas”, miembros de la Iglesia que parecían piedras de toque fiables de ortodoxia, se apartarán de la verdadera fe y de la recta moral. «Muchos que parecían resplandecer por la gracia, se rendirán a los perseguidores, y caerán, e incluso se estremecerán los más seguros en la fe», nos dice San Agustín. Y así, al igual que la caída de los ángeles del Cielo, esto será un signo del inminente triunfo de Cristo (Lc 10,18).
Con independencia de si las palabras de Nuestro Señor se refieren o no a nuestros días, sus resonancias en la experiencia de Monseñor Schneider y en la de tantos otros es innegable, y su percepción profunda de los retos apocalípticos, que acechan al rebaño de Cristo en estos días, cuentan como lectura esencial para aquellos que viven de verdad los signos de los tiempos.
Por último, deseo dar las gracias de todo corazón a todos aquellos que de cualquier manera me han ayudado en este libro. Dios sabe quiénes son y no cabe duda que en su amor les premiará con creces. Durante la compilación de esta obra, me han venido a la mente una y otra vez las palabras de Dios Padre a Santa Catalina de Siena en su clásica obra de espiritualidad, El Diálogo de la Divina Providencia: «Y así, muchos dones y gracias de virtud y otras cosas espirituales y corporales —digo corporales refiriéndome a las cosas necesarias a la vida del hombre—, todo lo he dado tan diversificadamente, que no lo he concedido todo a uno, para que por fuerza os veáis obligados a ejercitar la caridad unos con otros. Bien pude dotar al hombre de todo lo que necesitaba para el alma y para el cuerpo, pero quise que unos tuvieran necesidad de los otros y fueran mis administradores en el reparto de las gracias y dones que han recibido de mí. De modo que, quiera o no, no puede menos el hombre de ejercitar la caridad. Y ciertamente que, si no se la ejercita, y se hace y se otorga por amor a Mí, esa obra no tiene valor en cuanto a la gracia».2
Diane Montagna
3 de septiembre de 2019,
fiestas de San Pío X y de San Gregorio Magno.
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1. Una visita ad limina, o para decirlo de manera más completa, ad limina apostolorum, supone la obligación de parte de los obispos diocesanos residenciales y otros prelados con jurisdicción territorial, de visitar el umbral (limina), es decir, las tumbas de los apóstoles, san Pedro y san Pablo, y de reunirse con el papa para informarle sobre el estado de sus diócesis. Es un viaje formal, normalmente hecho de manera conjunta por todos los obispos de una sola región o por una Conferencia Episcopal católica, para abordar con el papa cuestiones relativas a su región.
2. Obras de Santa Catalina de Siena. Edición preparada por José Salvador y Conde. BAC. Madrid 1996. Pág. 69.
EL TRIUNFO DE JESUCRISTO POR LA EUCARISTÍA
Christus vincit, regnat, imperat
ab omni malo plebem suam defendat
(Jesucristo vence, reina, impera;
Él libre a su pueblo de todo mal)
El Papa Sixto V hizo grabar estas palabras en el obelisco que se levanta en medio de la plaza de san Pedro en Roma. Estas magnificas palabras se hallan en presente, y no en pretérito, para indicarnos que el triunfo de Jesucristo es siempre actual, y que este triunfo se obtiene por la Eucaristía y en la Eucaristía.
CHRISTUS VINCIT
(Cristo vence)
Jesucristo ha combatido, y ha quedado dueño del campo de batalla; en él tremola su estandarte y en él ha fijado su residencia: la Hostia santa, el tabernáculo eucarístico. Venció al judío y su templo, y sobre el monte Calvario se levanta un tabernáculo ante el cual le adoran todas las naciones bajo las especies del Sacramento. Venció al paganismo y la ciudad de los césares ha sido elegida por Él para hacerla su propia capital.
Ha vencido la falsa sabiduría de los que se tenían por sabios y, ante la Eucaristía que se levanta sobre el mundo difundiendo sus rayos por todo él, huyen las tinieblas como las sombras de la noche al aproximarse la salida del sol. Los ídolos rodaron por el suelo y fueron abolidos sus sacrificios: Jesucristo en la Eucaristía es un conquistador que nunca se detiene, marchando siempre adelante: se ha propuesto someter el mundo a su dulce imperio.
Cuantas veces se apodera de un país, planta en seguida allí su regia tienda eucarística: su toma de posesión consiste en erigir un tabernáculo. Ahora mismo, en nuestros días, se va a los pueblos salvajes, y dondequiera que se lleva la Eucaristía, los pueblos se convierten al cristianismo: este es el secreto del triunfo de nuestros misioneros católicos y lo que explica el fracaso de los predicadores protestantes. Para ellos, el hombre está luchando solo; para nosotros, Jesús está luchando, y seguro que triunfará.
CHRISTUS REGNAT
(Cristo reina)
Jesús no reina sobre los territorios, sino sobre las almas: reina por la Eucaristía. El dominio efectivo de un rey consistirá en que sus súbditos guarden sus leyes y le profesen un amor verdadero. Ahora bien, la Eucaristía es la ley del cristianismo: ley de caridad, ley de amor, promulgada en el cenáculo por aquel admirable discurso que Jesús pronunció después de la cena: «Amaos los unos a los otros, este es mi precepto. Amaos como yo os he amado. Permaneced en mí y observad mis mandamientos».
Ley que se revela en la Comunión; como los discípulos de Emaús, el cristiano ve entonces claro y comprende la plenitud de la ley. La fracción del pan era lo que hacía a los primeros cristianos tan fuertes contra sus perseguidores, y tan fieles en practicar la ley de Jesucristo
La ley de Jesucristo es una, santa, universal, eterna: nada en ella se cambiará, ni nada debilitará su fuerza: la observa el mismo Jesucristo, su divino autor, y Él es quien la graba en nuestro corazón por medio de su amor. El mismo legislador es el que se encarga de promulgar su divina ley en cada una de nuestras almas. Es una ley de amor. ¿Cuántos reyes reinan por amor? Apenas hay otro rey que Jesucristo cuyo yugo no se imponga por la fuerza: su reinado es la dulzura misma y sus verdaderos súbditos se someten a Él en vida y en muerte, y mueren, si es preciso, antes que serle infieles.
CHRITUS IMPERAT
(Cristo impera)
No hay rey que mande en todo el mundo. Cualquiera que este sea, tendrá en los otros reyes iguales a él. Pero Dios Padre dijo a Jesucristo: «Te daré en herencia todas las naciones». Y Jesús, al enviar por el mundo a sus lugartenientes, les dijo: «Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra: id y enseñad a todas las naciones enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado».
Del Cenáculo salieron sus órdenes, y el tabernáculo eucarístico, que es una prolongación y una multiplicación del Cenáculo, es el cuartel general del Rey de los reyes. Aquí reciben sus órdenes todos los que defienden la buena causa. Ante Jesús Eucaristía todos son súbditos, todos obedecen; desde el papa, vicario de Jesucristo, hasta el último fiel.
CHRISTUS AB OMNI PLEBEM SUM DEFENDAT
(Que Jesucristo nos defienda de todo mal)
La Eucaristía es el divino pararrayos que aparta de nuestras cabezas los rayos de la justicia divina. Del mismo modo que una madre bondadosa y tierna, para librar a su hijo de la cólera de su padre irritado lo esconde entre sus brazos y con su cuerpo forma una especie de muralla para protegerle, así Jesús se ha multiplicado por todo el mundo y cubre y rodea toda la tierra con su presencia misericordiosa. La Justicia Divina no encuentra ya lugar dónde golpear; no se atreve.
Y contra el demonio, ¡qué protección tan eficaz! La sangre de Jesús que ha teñido nuestros labios nos hace terribles a Satanás: señalados con la sangre del cordero, no figurado, sino verdadero, no hay que temer ya al ángel exterminador. La Eucaristía protege al culpable para que tenga tiempo de arrepentirse: en otros tiempos, los asesinos perseguidos por la justicia encontraban un lugar de refugio en las iglesias, de las cuales no los podían sacar para castigarles, y allí vivían a la sombra de la misericordia de Jesucristo. Sin la Eucaristía, sin ese Calvario perpetuo, ¡cuántas veces la cólera divina habría estallado contra nosotros!
¡Y cuán desgraciados son los pueblos que se han quedado sin la Eucaristía! ¡Qué tinieblas y qué anarquía reina en los espíritus, qué frialdad en los corazones! Sólo triunfa Satanás. A nosotros la Eucaristía nos libra de todos los males.
Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat;
ab omni malo defendat.
San Pedro Julián Eymard
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