EL Rincón de Yanka: EPÍLOGO DE LA HUMANIDAD por LOMAS CENDÓN 💥

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miércoles, 9 de noviembre de 2022

EPÍLOGO DE LA HUMANIDAD por LOMAS CENDÓN 💥


Epílogo de la humanidad

La ilusión, esa dama demiurga que en India llaman Maya, tiene su origen etimológico en la voz latina illuso, engaño, mofa, timo, fraude, broma. Es la misma raíz de eludiren cuanto a disimular con astucia; la misma que lúdico como algo relacionado al juego. Vivir ilusionado significa vivir engañado, sin comunicación con la Verdad, atrapado en la burlesca evanescencia proyectada por unos sentidos que confunden y que fueron concebidos para confundir.

En algún momento del siglo XIX, la palabra ilusión en lengua española empezó a entenderse también en su acepción de esperanza. En ese mismo siglo, Friedrich Nietzsche dejó por escrito que “la esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre», lo que no deja de ser un plagio de un versículo del Samkhya Karika, una obra clásica de pensamiento hindú. Ilusión o esperanza como vana perpetuación del sufrimiento bajo la dudosa promesa de un futuro clarificador. Algunos modernos lo llamarán pesimismo; otros, realismo. Pero todos, y tú y yo con ellos, nos aferramos como una lapa a una ilusión de continuidad del hoy para ver qué pasa mañana. ¿Ganas de vivir? No, curiosidad malsana y que no nos queda otra. 

Desplegamos nuestros lemas existenciales, nuestras consignas de autoayuda, nuestros pensamientos positivos. “La esperanza es lo último que se pierde”, escuchas en la iglesia; “Crea tu propia realidad”, dice un youtuber; “La diferencia entre ganar y perder, frecuentemente, es no rendirse“, dijo Walt Disney; “Quien resiste, gana”, reza el epitafio de Camilo José Cela; “Hasta la victoria siempre”, mentía el Ché Guevara; “No te canses de luchar”, se lee en un cartel de la sala de espera de oncología… y todas estas frases me suenan a artificio para evitar pronunciar la verdad, tan verdad como devastadora, proporcionalmente absoluta e insoportable: la existencia en este mundo es un calvario. No hay hombre ni dios que la aguante. Vivir es una tortura in crescendo y ni el clímax de la muerte nos libra de ir sembrando dolores y pesares a nuestro paso, antes, durante y después de ella.

Lector, valora mi honestidad sin tener en cuenta la brutalidad de lo que te voy a decir: vivimos en un mundo diseñado como jaula para que subvivan reses cuyas miserias alimentan a ocultas criaturas del averno. Se trata de una colonia penitenciaria sin escapatoria. No tenemos plan de fuga. Nuestra ciencia es falsa. Nuestra historia, mentira. Nuestras religiones conforman diversos métodos de adiestramiento y explotación. Desde 2020 se ha entrado en un proceso de perfeccionamiento del control en esta granja que conlleva la aniquilación de tu libre albedrío, de tu esencia humana, de tu dignidad. En muy poco tiempo, cualquier pensamiento discordante del oficial será identificado y neutralizado. Si quieres zafarte de este sistema de control, te harán la vida imposible. 

Si buscas librarte de su represión, te perseguirán. Si pretendes buscar vías alternativas, te arruinarán, te aislarán y te harán pasar frío y hambre. Si estás seguro de que quieres oponerte a sus planes, prepárate para la soledad, la calumnia, el ostracismo. Las relaciones personales serán sustituidas por redes sociales. Nuestra creatividad será despreciada; nuestro arte, vilipendiado; nuestras facultades humanas serán usurpadas por una siniestra inteligencia artificial fundida con nuestro organismo. Abrazos y amistades sustituidos por emoticonos y contactos de WhatsApp; pornografía y artefactos sexuales como sucedáneos del amor y la alegría erótica; teletrabajo en vez de cooperar con la naturaleza; videos de YouTube en vez de libros; Big Data en vez de bibliotecas; ruido, convulsiones y necios hits en vez de música; avatares en vez de personas; storiesde pocos segundos en vez de preguntarte cómo te encuentras. 

 La realidad dejará de ser real y pasará a ser virtual. La verdad será relativa, simplona, minúscula, un engendro llamado postverdad, un híbrido entre la opinión y un constructo social. Burdos embustes como el cambio climático, las pandemias, las guerras orquestadas, se alzarán a la categoría de hechos a través del sufrimiento, la miseria y el genocidio. Dudar será una falta; cuestionar será delito; pensar estará tipificado como crimen. Justificarán lo injustificable, se aceptará lo inaceptable, y nos convencerán de que lo hicieron por nuestro bien. El bien común. ¿Común a quién? Nadie entenderá lo que está pasando. Nadie sobrevivirá sin adaptarse a estos nuevos parámetros inhumanos impuestos. Nadie dirá nada, como nadie estará dispuesto a escuchar estas palabras.

Alguien dijo que los avestruces meten su cabeza en tierra cuando se ven amenazados. Hasta hoy nos creímos esta chorrada, y usamos a este animalejo como símbolo de no querer encarar cualquier peligro para nuestra existencia. ¡Hasta en eso somos crédulos! El avestruz escapa, se zafa, es un veloz corredor; si no puede huir, se defiende digno y agresivo, y te sacará un ojo (o los dos) antes de que lo caces.

¡Ojalá fuerais avestruces! Sois, eso sí, pollitas jóvenes, estabuladas, sin sexar, aún con plumón, incapaces de pensar más allá del corral en el que estamos confinados. Huevos ponéis muy pocos y le echáis aún menos. Adoptasteis la estrategia de imitar a la gallina más gorda y cacarear cuando algún compañero corría decapitado cerca vuestro. Os dijeron que eráis soberanos de vuestro gallinero (democracia, lo llamaron), y os definisteis como gallinácea de izquierdas o gallinácea de derechas. ¡Tanto revuelo entre vosotros para acabar como estamos acabando!

Te criaron para obedecer desde la escuela. Te adiestraron para acatar lo que sea: la santísima trinidad, los derechos humanos, el sistema solar, el IVA, el holocausto, el alunizaje, el origen del sida, el calentamiento global, las alarmas de protección civil… Te cebaron de orgullo con títulos universitarios, másteres, doctorados, y te inculcaron no cuestionar como camino a la felicidad. ¡Y el método funciona! Repites lo que te han dicho que repitas; callas cínico cuando se te delata; te ríes de aquellos con los redaños que te faltan; y, mientras no seas tú, si agarran a otro pollo por el cuello, miras a otra parte, enseñas tu cloaca, y a otra cosa, mariposón.

Chiquito de la Calzada siempre tuvo razón: ¡Cobarde! Te dicen que eliges a tus gobernantes a través de un sistema de representación fraudulento y corrupto hasta el tuétano, y tú participas en él, votando cada cuatro años al mequetrefe que te cae como presidente. Finges más de cuarenta horas semanales que estás aportando algo bueno a la sociedad, y te dan tu azucarillo mensual, para que lo consumas con los productos que tú mismo produces o lo guardes en su mismo cártel bancario criminal de donde salió el dinero. Compras la ropa de payaso que te dicen que te compres (vas a la moda); haces turismo (imbécil); ves la tele (somemo); te informas (mamón); opinas sobre los temas de mierda que te van dictando (el fútbol, el terrorismo, el reality de turno, la economía, eurovisión, los descubrimientos de la NASA, el encierro de San Fermín, la vida sexual de una famosa, el euribor,o las polémicas declaraciones de nosequién…) Lo que toque. ¿Y qué toca ahora? Te toca escuchar lo que no quieres oír:

Te engañan y te dejas engañar. Asesinaron cobardemente a tus mayores en las residencias y no hiciste nada salvo aplaudirles a las ocho. Te encerraron en tu casa ilegalmente y no hiciste nada salvo chivarte del vecino desde el balcón. Te quitaron el trabajo, tu riqueza, tus libertades, y no hiciste nada salvo ponerte un bozal de caniche histérico. Te mintieron y les creísteis. Lo admitieron, te mintieron de nuevo, y les volviste a creer. Te pincharon una vez diciendo que te inmunizaba al 98%. Te pincharon por segunda vez asegurando que al 70% el rebaño estaría inmunizado. Te pincharon una tercera vez para reforzar el embuste en el que tú prefieres creer. Ya vives en una sociedad de mayoría enferma: adolescentes con enfermedades cardiacas de anciano, adultos de mediana edad que colapsan en mitad de la calle, patatuses en la cola de paro, teleles posvacunales, intoxicaciones grafénicas, jamacucos mortales en las terrazas, deportistas de élite con salud de perro callejero, ídolos pop que mueren en el escenario, niños neurodegenerados, un exceso de mortalidad inexplicado en toda Europa, dolencias mentales recurrentes, depresiones por un tubo, coágulos e ictus por doquier, cáncer a mansalva. Esta es la nueva normalidad: asumir que el infierno actual es normal, y que el venidero resulta inevitable. ¿Estás preparado para lo que viene? Me temo que no: el sacrificio de los pollos y robotizar el gallinero. ¿Te das cuen, pedazo de fistro?

Demos crédito a la Historia e imaginemos a un guerrero inca que, de repente, se encuentra enfrentándose a una extrañísima fuerza extranjera que lleva misteriosos artefactos que hacen que, tras un estruendo, sus compañeros caigan muertos al suelo. Él jamás había visto algo así. Identifica a los invasores como demonios con corazas de espejo duro que vinieron del más allá, y a los mortíferos artefactos que portan en ristre, los llama cerbatanas de truenos. No puede compararlo con nada conocido. No sabe interpretar lo que está viviendo. Sólo sabe que a su alrededor sus seres queridos están muriendo ensangrentados de forma repentina; y que esos extraterrestres albinos, con una cruz como símbolo, están usando artes mágicas para asesinarles. Su entendimiento no da para más. Toda su energía está volcada en defenderse y sobrevivir a esa espantosa guerra. Jamás podría asimilar que esos demonios invasores son, en verdad, conquistadores españoles, y que esas terribles cerbatanas no son otra cosa que espingardas. En poco tiempo nuestro indígena imaginario estará muerto, y morirá sin saber quiénes y con qué le han matado. El diferencial entre su civilización en colapso y el nuevo orden impuesto es estrictamente tecnológico: los españoles conocen el acero y la pólvora; él no, y fenecerá sin tener ni pajolera idea.

Echémosle más imaginación y supongamos las conversaciones que este bravo indio mantenía con sus compañeros guerreros antes de la batalla. Unos decían que sus enemigos era de raza semidivina; otros que eran seres del inframundo provenientes del fondo del océano; otros que eran enviados del dios Viracocha. Unos aseguraban que les habían visto lanzar rayos por la boca; otros que tenían la piel más dura que el diamante, y que, además, iban subidos en veloces criaturas cuadrúpedas nacidas en el mismísimo infierno. Por mucho que especularan, su fantasía jamás iba a rozar la realidad: esos feroces rivales tan solo eran un hatajo de españoles, gañanes con mucha probabilidad, considerando lo gañanes que los españoles solemos ser. Las únicas diferencias entre el soldado inca y el soldado español era que a este último se le había introducido en la caballería, que le habían dado una espada fuerte y ligera, y que le habían dotado de un peto y un casco de metal. Aunque incas y españoles eran, en esencia, el mismo ser humano ignorante, el acceso a la tecnología había trazado una línea divisoria entre dos humanidades: una condenada a extinguirse, y otra que se adaptaba al nuevo paradigma jesuita, en los ámbitos religioso (el cristianismo), político (el Vaticano), y militar (básicamente que el que mata más y mejor, manda; y quien tenía la pólvora, mataba y mandaba a su antojo).

Y ahora hagamos el tercer y más difícil ejercicio de imaginación: multipliquemos siete veces cuarenta el impacto que esta revolución tecnológica tuvo en aquel nuevo mundo del difuso siglo XVI, y quizás así podamos hacernos una idea de lo que estamos viviendo hoy en día con otra nueva tecnología militar, con implicaciones aún mucho más profundas. Se trata de la neurociencia aplicada con técnicas basadas en la informática del grafeno, abanderada entre otros por el también español y gañán, Rafael Yuste. Desde la misma Universidad de Columbia en la que se desarrolló el Proyecto Manhattan que dio a luz a la bomba atómica, las aplicaciones militares del Proyecto Cerebro hacen que, en comparación setenta años después, Hiroshima se quede en una mascletáfallera. Así como Robert Oppenheimer (el padre de la bomba atómica) daba consejos de seguridad como presidente de la Comisión de Energía Atómica después de la detonación de Fat Man, Rafita Yuste nos presenta a finales de 2020 (al mismo tiempo que llega nuestra queridísima y esperada vacuna covid), los neuroderechos. ¿Los neuro qué? Los neuroderechos. ¿Y qué rayos son los neuroderechos? Pues la crisis de conciencia de un científico civil utilizado en la más monstruosa y abominable operación de inteligencia militar llevada a cabo: el desarrollo e implementación en masa de interfaces no invasivas, inyectables, que no requieren ni de cirugía ni de implantes, y que fusionan el cerebro humano con redes informáticas. Si al lector le interesa la informática lo mismo poco que a mí, se lo traduzco: el fin del libre albedrío en el ser humano.

Y así termina esta humanidad: no con la destrucción de sus cuerpos, sus ciudades, sus países… sino con computadores destruyendo para siempre su libertad de pensamiento.

2 comments :

Anónimo dijo...

Absolutamente cierto... En dos palabras:GE NIAL! 👏👏👏👏👏💪

Yanka dijo...

Gracias... por tu comentario que me anima para animarte...