Vittorio Messori:
«Los verdaderos enemigos de la Iglesia
están en su interior, no los tiene fuera»
“Es necesario que nos demos cuenta de una vez –nos dice Vittorio Messori en estas páginas– del cúmulo de opiniones arbitrarias, deformaciones sustanciales y auténticas mentiras que gravitan sobre todo lo que históricamente concierne a la Iglesia. Nos encontramos literalmente asediados por la malicia y el engaño: los católicos, en su mayoría, no reparan en ello, o no quieren hacerlo…”.Con esta firme convicción ha nacido este libro, y su objetivo no es otro que el convertirse en un instrumento indispensable para no perder la razón, que es el primer paso para pensar sin prejuicios, y descubrir nuevamente la belleza de Cristo y de su Iglesia.
Hace 25 años publicó Leyendas negras de la Iglesia, que ahora se edita de nuevo en España con el sello editorial de Vozdepapel. Con motivo de la reedición, Aciprensa lo ha entrevistado.
- ¿Qué le movió a escribir sobre un tema como las leyendas negras, y a ser un defensor de la Iglesia, un apologista moderno?
- La pasión por la verdad. Es una búsqueda que nace de una necesidad personal de entender, de saber. Yo no soy un profesional del Evangelio, no soy un sacerdote. Soy un periodista que no sabía ni siquiera lo que era el Evangelio, que en un cierto momento de su vida lo ha descubierto, y le ha parecido que allí estaban las respuestas justas a las preguntas que se ponía. Y entonces ha comenzado a indagar sobre la verdad del Evangelio, sobre la verdad de la fe. Es, sobre todo un interés personal.
He descubierto que las preguntas que yo me hago le importan también a los demás. Por ejemplo, mi primer libro Hipótesis sobre Jesús, más de un millón de personas han comprado este libro en Italia en unos pocos años. Lo mismo ha ocurrido con los que han venido después. Se han vendido mucho. Sin embargo, si los lectores me abandonaran, continuaría escribiendo, porque estos libros no nacen de un deber profesional, nacen de una necesidad personal.
- Usted es un convertido que después de la Universidad ha leído el Evangelio y ha encontrado en Él la verdad, ¿le hace esto tener alguna ventaja a la hora de enfrentarse a este tipo de temas sin ningún tipo de respeto humano?
- Mi ventaja es también mi problema. Mi experiencia ha sido una experiencia solitaria, sobre todo porque después del Concilio yo me dirigía hacia la Iglesia y me encontraba a aquellos que ya estaban dentro que venían en sentido contrario, esperando encontrar la tierra prometida en esa cultura laica que yo ya conocía. Me sorprendía. ¿Cómo era posible tanto entusiasmo?
Yo había sido formado y había vivido en esa cultura y en cierto momento sentía que me asfixiaba, me sentía morir de claustrofobia. Este ha sido mi drama, pero también ha sido mi ventaja, en el sentido de que no puedo tener respeto humano cuando en realidad para mí el descubrimiento de la Iglesia ha sido el descubrimiento de una casa.
Descubrir que dentro de la Iglesia existía la posibilidad de acercarme al Jesús que había encontrado en los Evangelios. Este descubrimiento me dio mucha alegría. Cuando alguien tiene una gran alegría, si es una persona sincera, tiene necesidad de expresarla a los demás. El respeto humano es una cosa incomprensible. Siento la necesidad de hacer partícipes a los demás de que la verdad existe y que está en el Evangelio.
- Usted es un apologista, ¿no sería esa labor de sacerdotes u obispos?
- Yo no soy un profesional del Evangelio, no soy un sacerdote. Soy un periodista que en un cierto momento de su vida ha descubierto el Evangelio, y le ha parecido que allí estaban las respuestas justas a las preguntas que se ponía.
Lo que ocurre es que ciertos hombres de Iglesia parecen afectados de masoquismo, y parece que quieran acusar a la Iglesia de todas las culpas, cometidas o no. Estos hombres de Iglesia no responden a las difamaciones en nombre de un malentendido diálogo, cuando el verdadero diálogo se basa en la verdad.
- ¿Es por eso que usted ha dejado de lado el ser un vaticanólogo y se ha centrado más en la fe?
- Mire, mi primer libro no se llamaba Hipótesis sobre el Vaticano, o Hipótesis sobre la política religiosa, sino Hipótesis sobre Jesús. El libro-entrevista al cardenal Ratzinger, prefecto del Santo Oficio, no se llamaba informe sobre la Iglesia, se llamaba Informe sobre la fe. A su santidad, en el libro Cruzando el umbral de la Esperanza, no le he preguntado por qué los homosexuales no se pueden casar, o qué pensaba sobre el preservativo, todas las preguntas que le he hecho eran sobre la fe, sobre la posibilidad misma de creer.
- ¿En qué radica esta posibilidad de creer?
- En Cristo. En los miles de artículos que he escrito y en mis libros el cristianismo, la fe no ha sido jamás para mí una ideología o un hecho cultural o sociológico. Ha sido una persona viva, la de aquel hebreo nacido bajo Augusto y muerto bajo Tiberio, que se llamaba Jesús de Nazaret.
- Las leyendas negras que usted desenmascara en su libro del mismo nombre son ataques directos contra la Iglesia basados en mentiras. ¿Por qué este afán de echar en cara a la Iglesia mentiras y maldades que no ha cometido?
- Nos debería asombrar lo contrario. Jesús ha dicho: "Si me han perseguido a mí, os perseguirán también a vosotros; y pobres de vosotros cuando los hombres os aplaudan". Es lo que ha dicho Jesús a diferencia de lo que afirman tantos clericales de hoy. Jesús no ha venido a traer la paz, en el sentido fácil. Todo lo contrario, en el Evangelio de san Lucas se dice claramente: "No creáis que he venido a traer la paz, he venido a traer la división".
Dice incluso que el creer o no creer traerá la división dentro de las mismas familias. "El padre estará contra la madre, los padres contra los hijos". Si Jesús ha sido signo de contradicción, la institución humana a la que se ha confiado la misión de continuar su encarnación en la historia necesariamente será ella también signo de contradicción. Lo ha sido desde el inicio y lo será siempre.
No me asombro de la hostilidad contra la Iglesia, que en un principio fue por parte de los hebreos, como se descubre por los Hechos de los Apóstoles, después los paganos, después las sectas heréticas del medievo, después los iluministas del setecientos, después los positivistas del ochocientos, después los marxistas, los liberales, los nacionalsocialistas... la aversión contra la Iglesia forma parte de esa vocación a signo de contradicción que Jesús mismo ha previsto para los suyos. Esto no me da miedo, lo que sí me da miedo es el hecho de que hoy se tiene la impresión de que los verdaderos enemigos de la Iglesia estén en su interior.
Se tiene la impresión de que hoy la polémica más áspera contra el Magisterio, contra la jerarquía, contra la enseñanza tradicional de la Iglesia, tenga lugar dentro de la Iglesia, no fuera. Esta es la novedad que más miedo da. Buena parte de mi tiempo y de mis energías las he debido dedicar no a contrastar los argumentos de quien está fuera, sino a contrastar el sabotaje de quien está dentro.
- En cuanto a los ataques externos de que hablaba usted. Aquí en España hay una encendida polémica sobre la expulsión de los judíos llevada a cabo cuando comenzaba la labor misionera de España en América. Quizá no era una época de tolerancia...
- Como en todas las "leyendas negras" es necesario que el debate se haga de acuerdo a la situación y según los documentos históricos. No se trata de justificar todo, pero es necesario al hablar de cosas como éstas conocer que pasó en realidad. Los hebreos fueron expulsados de una forma dramática de todos -subrayo todos- los demás países de Europa. Antes o después tuvo lugar esta expulsión y, sin embargo, a cinco siglos de distancia se habla siempre y sólo de la expulsión de los judíos del Reino de España.
La historia auténtica es fuente de sorpresas. He dicho que fueron expulsados de todos los países, pero faltó uno. ¿Sabe usted cuál es el único Estado del cual los hebreos no fueron jamás expulsados? Los Estados Pontificios. La comunidad hebrea de Roma, la capital de lo que se ha presentado como el cruel, oscurantista y atormentador Papado, permaneció en Roma sin jamás sufrir el proceso de expulsión que caracterizó a todas las otras comunidades de Europa.
Para llegar a la captura y a la deportación de la comunidad hebrea de Roma fue necesario esperar hasta junio de 1944 cuando en la Roma ocupada por los nazis en el gueto hebreo que duraba más de dos mil años, descendientes de los judíos que habitaron Roma durante el Imperio, sin que jamás los Papas los hayan expulsado, los discípulos de una ideología radicalmente anticristiana como el nazismo, de una ideología que retornaba a los cultos paganos de la sangre, de la tierra y del racismo, procedieron a la captura de los hebreos, algo que ningún Papa había hecho en veinte siglos de historia.
La historia es muy compleja. Todos estamos de acuerdo en el indignarnos cuando hay algo que lo merece, sin embargo, tenemos un deber, no sólo cristiano, sino humano, de confrontar los documentos e intentar reconstruir cómo fueron las cosas. La expulsión de los judíos de España fue algo negativo, una cosa trágica, pero no ocurrió como nos han contado tantas veces en la escuela.
- Por su investigación y su experiencia. ¿Se puede hacer un balance positivo de la historia de la Iglesia?
-Muchas veces se confunde el marco con el cuadro. Que los hombres de Iglesia han tenido errores, sería absurdo negarlo. Pero es necesario distinguir el misterio de la Iglesia de la institución eclesial, la cual es indispensable en la lógica de la encarnación, pero no es lo esencial. Con frecuencia he manifestado en mis escritos que se olvida que en la Iglesia es más importante lo que no se ve respecto a lo que se ve.
Lo que se ve es el rostro humano de la Iglesia, muchas veces es un rostro poco atractivo, es el rostro de nuestros pecados, de nuestros límites, de nuestras miserias humanas. Pero aquello que solamente los ojos de la fe logran ver y que no podemos ver con los ojos humanos es una Iglesia que lleva el perdón de Cristo, una Iglesia que todos los días el pan y del vino hace la carne y sangre de Cristo, una Iglesia que lleva un mensaje de esperanza a los desesperados.
Es necesario intentar entender que en una perspectiva de fe el balance de la historia de la Iglesia solamente Dios está en grado de hacerlo, no lo pueden hacer los hombres. Porque sólo Dios sabe cuál es la acción misteriosa sobre las almas que esta encarnación suya en la historia ha cumplido.
Tomemos por ejemplo el fenómeno milenario del monaquismo, con la regla de san Benito, importantísimo también en el plano cultural, histórico, económico. Quien lo conoce sabe que el monaquismo ha tenido efectos positivos también en el plano de la historia humana. Pero el balance verdadero nosotros no estamos en grado de hacerlo, sólo lo puede hacer el Padre Eterno, porque es una cuestión que tiene que ver más que con la eficacia política y cultural, con la santidad.
Es necesario que abandonemos nuestra contaminación racionalista de quien piensa que puede juzgar a la Iglesia en el plano de los resultados humanos como ocurre con otras instituciones. En realidad el balance verdadero de la Iglesia es un balance misterioso que se le escapa al hombre y que sólo Dios puede hacerlo.
- Por su libro "Leyendas negras de la Iglesia" parece conocer muy bien la historia de España...
-La historia de España fascina por un rasgo que la ha caracterizado, y que ha marcado a vuestros místicos, a vuestros misioneros, es el tomar en serio la causa del Evangelio. Lo que la propaganda iluminista ha llamado fanatismo hispánico es por el contrario vuestra gloria, vuestro honor. No es fanatismo, es pasión, seriedad, coherencia.
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INTRODUCCIÓN
El presente libro es una recopilación de artículos que he publicado en periódicos italianos. El origen periodístico de los textos se manifiesta en el hecho de que, en cada uno de ellos, el argumento se encuentra claramente encuadrado. Ello propicia que una de sus formas de lectura pueda ser a página abierta.
El título que los une, "Leyendas negras de la Iglesia", manifiesta la triste realidad de aquella frase evangélica:
«¿Creéis que he venido a traer la paz al mundo? Os digo que no, sino la división.» Sin embargo, es necesario recordar el antiguo principio de que el movimiento no se prueba con complejas teorías sino, simplemente, moviéndose. Así también ocurre con el cristianismo:
fe en un Dios que se ha tomado tan en serio el tiempo de los hombres que ha participado en él —encarnándose en un lugar, en un tiempo, en un pueblo, con un rostro y un nombre—; la verdad del Evangelio se prueba en la historia concreta. Es Jesús mismo quien lanza el desafío:
al árbol se le juzga por sus frutos. Es precisamente la defensa de estos frutos lo que sirve de nexo a los diversos capítulos de este libro.
La pasión con que me enfrento al contenido de estos temas convive siempre con la vigilante autoironía de quien sabe bien cómo el creer no es un arrogante, incluso fanático, «según yo». En ninguna página, ni siquiera en las más polémicas, he olvidado el consejo de san Agustín: Interficite errores; homines diligite. Acabad con los errores; amad a los hombres. No todas las ideas ni todas las acciones son respetables. Dignos de todo respeto son, sin embargo, cada uno de los hombres.
Las consideraciones que desarrollo en las páginas que siguen unen convicción y disponibilidad a la discusión. Y también se hallan abiertas a la humildad de la obediencia, al sacrificio duro pero convencido del saber callar, en el momento en que así se decida por quien, en la Iglesia, ostenta la legítima autoridad sobre el «depósito de la fe». Gracias a Dios no me encuentro entre aquellos (hoy numerosos) que están convencidos de que a ellos se les ha concedido descubrir en qué consista el «verdadero» cristianismo, la «verdadera» Iglesia. Y que piensan que sólo a partir de los años sesenta del siglo XX un grupo de teólogos académicos habrían descubierto qué quiere decir verdaderamente el Evangelio. Como si, durante tantos siglos, el Espíritu Santo hubiera estado aletargado o, sádicamente, se hubiera divertido inspirando de modo erróneo y abusivo a tantas generaciones de creyentes, entre los cuales una multitud de santos que solamente Dios conoce.
En realidad, no somos sino enanos sobre las espaldas de gigantes. Y solamente la conciencia de nuestro extraordinario pasado donde abundó el pecado, sí, pero también la gracia, puede abrirnos el camino del futuro.
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