"Deseando y eligiendo sólo lo que es más propicio para nosotros hasta el fin para el cual fuimos creados". San Ignacio
Discernimiento
El discernimiento consiste en encontrar la voz del Espíritu de Dios, que nos habla en los detalles corrientes y prácticos de nuestras vidas. Es un don esencial que San Ignacio brindó en los Ejercicios Espirituales. Al tratar siempre de escuchar al Espíritu, sin apegarnos a nuestros propios deseos e ideas, los jesuitas deseamos descubrir adonde conduce el Espíritu de Dios y responder con humildad y alegría.
Discernimiento (es una virtud o valor moral), "juicio por cuyo medio" o "por medio del cual percibimos y declaramos la diferencia que existe entre varias cosas"de un mismo asunto o situación específica.
"Criterio" o capacidad de distinguir: los elementos que están implicados en una cuestión, cómo se relacionan entre sí, cómo se afectan los unos con los otros y cómo cada uno de ellos incide en el conjunto.
SIN DISCERNIMIENTO TODO SE IDEOLOGIZA:
NO SE VE NI SE RECONOCE;
NO SE PUEDE JUZGAR NI INTERPRETAR;
NO SE ACTÚA NI SE ELIGE BIEN.
VER (RECONOCER),
JUZGAR (INTERPRETAR),
ACTUAR (ELEGIR)
"En el mundo líquido o gaseoso,
uds. nos ofrecen discernimientos líquidos o gaseosos, devaluados".
Los jesuitas que conozco siempre hablan de lo mismo, sus conferencias intelectualoides están llenas de ideologías progresistas, buenistas y socialistas: "Un mundo mejor es posible"; "VER, JUZGAR, ACUTAR"; "CAMBIO CLIMÁTICO"; "DIVERSIDAD Y PLURALISMO MULTICULTURAL"; etc, etc... Pero, lo que ha cambiado últimamente, es que antes eran antiglobalistas y ahora, son sus defensores. No hablan nada en contra de la ideología de género, pero eso sí, defienden el orgullo gay. Hablan mal del capitalismo pero nunca del socialismo o comunismo represor de Venezuela, Cuba o Nicaragua. Siempre hablan de los "refugiados" pero no se cuestionan la seguridad nacional.
Sus conferencias están llenas de doctrinas ideológicas y de causas y de opciones. No enriquecen, sólo cuecen. No hay espiritualidad en sus palabras, no hay alma. No hay mística. No hay discernimiento.
Siempre están criticando a los conservadores. Yo no soy ni conservador ni progre. Yo estoy centrado en Cristo. Soy libresentipensador.
Los verbos “reconocer, interpretar y elegir” (EG 51) corresponden con los ya conocidos de la tradición latinoamericana “ver, juzgar y actuar”. Son formas de nombrar una actitud teologal, una forma de conocimiento de la realidad y una metodología de la acción pastoral. Discernir es un llamado a deconstruir el legado de otros tiempos, cuestionar las propias certezas, sostener las ilusiones de bien desde el Evangelio, a partir de la experiencia de sinodalidad.
El discernimiento de espíritus es un carisma que el Señor otorga a algunos para el servicio de la comunidad, dice San Pablo: “a otro, poder de hacer milagros; a otro don de profecía; a otro, discernimiento de espíritus” (1Cor 12,10).
En sánscrito la raíz kir o kri nos da la idea de limpiar, purificar. El hombre necesita ser purificado para discernir. En griego tenemos kríno, krínein. Significa separar, seleccionar; interpretar; juzgar, criticar; elegir después de un serio examen;resolver,decidir. En latín, cerno, cerniere, significa así mismo, separar, cribar (v.g. eltrigo de la paja); percibir las cosas con claridad, precisar con exactitud, reconocer, comprender, penetrar, decidir, determinar. En castellano, la palabra discernir, del latín discemere, significa definir las cosas en sus propios límites, examinar a fondo, interpretar adecuadamente. Comporta un ejercicio de análisis crítico de la real dad en orden a una justa valoración de la misma y el consiguiente compromiso en opciones operativas".
El discernimiento pretende que nuestras opciones y actos correspondientes estén anclados en la verdad. Hacer discernimiento es hacer una labor de limpieza interior, con lo cual se intenta sacar a la luz todas las motivaciones que mueven al hombre desde dentro, desvelarlas y evaluarlas de acuerdo con el propósito divino.
En el sentido más amplio, la finalidad del discernimiento es que el creyente sepa acoger la voluntad de Dios en su vida con toda transparencia; pero antes de ello, debe descubrirla. Tal hallazgo se da por medio de signos que el mismo Dios da en el caminar y a los cuales el creyente debe estar tan atento como lo está ante las señales de tránsito en un largo camino.
El discernimiento supondrá, entonces, un esfuerzo teologal, para saber identifi car o distinguir la presencia de Dios en todo lo que el orante vive,pues Dios está hablando constantemente, tanto en los grandes acontecimientos como en los más pequeños y sencillos.
Ahora bien, según la tradición católica, por discernimiento de espíritus debemos entender la capacidad de juzgar el valor y origen de las inspiraciones y de los diversos movimientos que animan al hombre en la vida espiritual, ya sea que tiendan por su naturaleza a acercar a Dios o a alejar de Él, o vengan de agentes espirituales buenos o malos, o de cualquier otra causa, e importa saber distinguir entre estas dos influencias las que se deben admitir y las que hay que rechazar.
* «Puestos a hablar del DISCERNIMIENTO COMUNITARIO (Todo carisma es comunitario y no propio) y de las tensiones que pueden surgir cuando se busca la fidelidad total al Espíritu de Dios, me atrevo a insinuar algunos puntos que es necesario tener en cuenta en todo discernimiento correcto.
Son puntos que habría que desarrollar más plenamente, pero al menos podemos apuntar algunos indicadores del camino.
1º.- El espíritu auténtico sólo nos puede llevar al misterio de la "kénosis", de la crucifixión y de la muerte de Jesús, para después resucitar.
Nos llevará a compartir y a compadecer, nos llevará a la solidaridad.
La vida de Jesús es asumir la situación de los otros y ver cómo dentro de esa situación se puede crear la relación filial con el Padre y fraternal con los hermanos. Hay que empezar por ponerse en el punto de vista del otro, asumir el interés del otro. Hemos oído muchas veces aquello del Evangelio: «quien quiera ser mi discípulo, que tome mi cruz y me siga". Y ¿cómo hay que tomarla?
Mira el ejemplo de Jesús: deja tu «condición divina» -porque todos nos
creemos de condición divina, nos hacemos absolutos y nos creemos dioses-
y ponte en la condición del otro y procura sentir desde dentro al otro
y padecer desde su situación. El Espíritu no es que revele nada nuevo,
porque ya está todo revelado en Jesús. Lo que hace es hacer eficaz la revelación ya dada en Jesús. El Espíritu nos hace volver hacia Jesús, humillado, crucificado y resucitado.
Cuando nos sentimos llevados a seguirle en esto, nos lleva el Espíritu de Jesús. Cuando nos sentimos llevados a la autoafirmación de nosotros mismos, en cualquier forma que sea, con disensiones, disputas y demás, nos arrastra un espíritu que no tiene nada que ver con el Espíritu de Jesús.
2º.- El Espíritu sólo puede formar comunidad. Nunca crea división.
Cuando las posturas llegan a tal extremo que todo está a punto de romperse y se rompe, es que, de alguna manera, hemos negado al Espíritu.
El sectarismo nunca es cosa del Espíritu; y el autoritarismo tampoco.
El Espíritu no divide, sino que une. Hay muchas clases de división.
Hay un genero de división por la que cada uno se va por su lado, dando lugar
a la anarquía. Y hay otro género de división en la que uno, o un grupo, aplasta a todos los demás. Es el autoritarismo, la simple eliminación del otro como "otro". Se dice, y es verdad, que la Iglesia está edificada sobre el principio de la comunión, no sobre el principio de la autoridad o de la institución; lo cual no quiere decir que no sea necesario un mínimo de autoridad y de institución, precisamente para que se salvaguarde mejor la comunión.
Esto es válido para la Iglesia y para cualquier tipo de comunidad, no sólo religiosa, sino también civil. Según el tipo de comunidad, la organización y la autoridad tendrán que ser diferentes.
Pero yo diría que la Iglesia, que es precisamente la comunidad que se hace por la fuerza del Espíritu, tendría que tender al máximo de comunión y con el mínimo de institución.
¿Como determinar este máximo-mínimo, punto óptimo? El Señor Jesús, que sabía bien lo que daba de sí nuestra condición humana, determinó lo que era realmente esencial: encargó a algunos de sus seguidores -a los Apóstoles, y a Pedro como primero entre ellos- que cuidaran de la unidad y de la fidelidad en la comunidad.
Los constituyó, podemos decir, con su misma «autoridad» en la Iglesia: "Quien a vosotros oye, a mí me oye".
¿Cómo habían de ejercer esta «autoridad»? El Señor no quiso concretar demasiado. O, mejor dicho, sólo lo concretó de manera negativa, porque sabía los peligros que habría. No tenía que ser con la autoridad de los
príncipes y poderosos de este mundo. Tenía que ser una autoridad no de dominio, sino de servicio (Lc 22,24-30; Jn 13,4-15). No concretó mucho más.
La autoridad en la Iglesia vendrá determinada por lo que pueda requerir el servicio de la comunión en la misma Iglesia. Y esto podrá depender de diversas situaciones y momentos. En momentos de más dificultad, de más
peligro, de tensiones o situaciones difíciles, puede ser que se tenga que reforzar la autoridad o la institución. En momentos, por así decir, de plenitud de vida, la autoridad tendría que tender a retirarse, a dejar que se manifieste la fuerza creadora y renovadora del Espíritu.
Algunos pensarán que todo esto es demasiado teórico y que es necesario que esté bien determinado el alcance exacto de la autoridad en la Iglesia.
Es cierto que sólo he querido indicar un principio teórico, pero me atrevo a defender que en la práctica no se podrá acabar de fijar exactamente el alcance de la autoridad de la Iglesia: en principio es posible extenderla a prácticamente todo, porque la vida cristiana abarca a todo el hombre en su ser individual y social; pero dejándolo todo siempre abierto a la posible acción, humanamente imprevisible y siempre creadora y renovadora, del Espíritu.
Y esto no es defender la anarquía o menospreciar la autoridad de la Iglesia.
Al contrario, estoy convencido de que la autoridad viene del Espíritu y que el Espíritu actúa a través de ella; los que queremos seguir al Espíritu no podremos nunca menospreciar la autoridad o prescindir de ella.
Precisamente por esto, la autoridad misma queda abierta a la acción del Espíritu y, a la larga, es juzgada -positiva o negativamente- por ella, como lo muestra la historia de los santos que han vivido y han sabido superar las tensiones entre el Espíritu y la institución en la Iglesia.
3º.- Finalmente, otra señal del Espíritu es que el Espíritu siempre sostiene la esperanza.
Porque creer en el Espíritu es creer en la novedad de Dios. Y la novedad de Dios tenemos que pensar que es siempre más poderosa que la maldad de los hombres. Esto es importante, porque suele suceder que hay personas que se creen movidas por el Espíritu, y hasta quizá lo son realmente, cuando propugnan algo nuevo o importante en la Iglesia; pero, si no están muy arraigados en el mismo Espíritu, se cansan o se amargan y pierden la esperanza cuando encuentran una cierta resistencia o incomprensión.
Quien está realmente al servicio del Espíritu no se cansa nunca. Mejor dicho, se puede cansar físicamente, pero nunca abandona lo que puede ser servicio de Dios. La esperanza, o la capacidad de mantener viva la esperanza, es quizá la señal más clara de que el Espíritu está con nosotros.
Cuando empezamos a perder la esperanza es que empezamos a perder el Espíritu de Dios. Un espíritu que lleva al desánimo, a la cerrazón, al hastío, al pesimismo o al pasotismo, nunca es el Espíritu de Dios.
San Ignacio Loyola, hablando de la consolación espiritual, dice: «Sólo es del buen espíritu dar consolación espiritual», la auténtica.
En cambio, «el mal espíritu a veces da falsas consolaciones y, sobre todo, da desolaciones, desánimo y cosas semejantes». Y emplea aquella comparación: el buen espíritu es como el agua que cae sobre una esponja, suavemente.
El malo es como la gota que cae sobre la piedra, duramente. Siempre que hay
dureza, aristas y actitudes semejantes, hay algo que no ha sido asumido
desde la fe. Estas cosas no son siempre fáciles de controlar, porque, además
del buen o mal espíritu, está el carácter de cada uno, que a menudo nos pone dificultades.
Lo que no podemos hacer nunca es pactar con la negatividad, con la ruptura,
el cansancio, el desánimo... Dios no está entonces con nosotros, porque Dios
nunca viene a descorazonarnos. El es la fidelidad. Dios nos ama, pase lo que
pase; su amor es incondicional, como es incondicional la esperanza que Él tiene puesta en todos y cada uno de nosotros, por débiles o malos que seamos»
Las realidades evidentes se percibe que "están ahí, ante nosotros"; por tanto, no hay que empeñarse con impaciencia o terquedad en que los otros las vean y las acepten ni tratar de imponerlas a nadie. La realidad es tozuda y perseverante, como se acostumbra a decir. Señalando algunas evidencias como referencias, no se trata de convencer a nadie con argumentos de autoridad sino que los individuos y los grupos tengan criterios propios. Aceptarán las evidencias si lo quieren. Es una actitud de respeto a la libertad, ¡a la libertad de pensamiento!
Se ve, además, que las evidencias no son propiedad particular de ninguno sino que pertenecen a todos y por todos pueden ser usadas, lo cual facilita el diálogo y la coresponsabilidad en la convivencia de los individuos y de los pueblos.
Para ello es necesario cultivar la capacidad de observación, de abrir los ojos a la realidad y basarse en ella, en vez de aplicar a ésta nuestros moldes e ideas preconcebidos que tanto sufrimiento causan...
Pero, no siempre, lo verdaderamente evidente es tan evidente. Se necesita del don de la C L A R I V I D E N C I A.
Clarividente es aquel que percibe lo que otros no captan. Es el que tiene sentido común que es el menos común de los sentidos.
"Clarividente es aquel que en medio de las diez mil cosas que nos distraen, es capaz de "ver" y "escuchar" lo esencial y llamarlo por su nombre". (Rubén Alves)
* Copiado el tema del discernimiento en mercaba.org
CASI LA GRAN MAYORÍA DE LOS JESUITAS
NO TIENEN LA ESPIRITUALIDAD IGNACIANA.
SÓLO TIENEN IDEOLOGÍAS
1
El don del discernimiento
Hace algunos años me regalaron un cuadro de madera en cuya superficie habían grabado a fuego un paisaje caribeño con una dedicatoria. Cuando mi hermana vino a visitarme al barrio marginado donde vivía nuestra comunidad, en un pequeño ranchito, nos pusimos a dialogar sobre qué podíamos hacer con el cuadro. Teníamos diferentes opciones. Cuando descolgamos el cuadro de la pa red y lo tomamos en la mano, constatamos que, bajo la apariencia brillante, fina como un papel, todo estaba vacío. La carcoma se había infiltrado por un hoyito minúsculo, casi invisible, y se había comido en silencio, sin prisas, sin espectáculo ninguno, el cuadro entero por dentro; después de saquear el cuadro, se fue volando con libertad. Ya no había nada que decidir. La carcoma había entrado en esa pequeña obra de arte desde la madera vieja del rancho en la que estaba colgada, y ya había discernido el futuro del cuadro.
1. Pedir la gracia de un buen discernimiento
El discernimiento es algo especialmente necesario en nuestro contexto cultural y eclesial. Unos laicos bien formados me decían: «En el mundo líquido, ustedes nos ofrecen discernimientos líquidos, devaluados».
Tal afirmación puede ser real si los discernimientos no llevan en sus entrañas la escucha honda de la realidad donde Dios trabaja ni la lucidez sobre la batalla que se libra en los propios corazones, o si no esperamos el tiempo necesario para que madure la novedad de Dios entre nosotros y no percibimos la «carcoma» que los vuelve inconsistentes o los descalifica por completo. Esta pequeña reflexión se une a todo el esfuerzo que hoy hacemos en la Iglesia, incentivados por el papa Francisco. Intenta ser una invitación a abrir la vida entera al discernimiento y a tender puentes hacia los maestros que acompañen su práctica, así como hacia otros textos más especializados.
Discernir bien, en medio de las presiones astutas de fuera y los impulsos desordenados de nuestro corazón, es una gracia que pedimos al Señor.
Los referentes de nuestra autoestima a veces están colgados en las paredes de una sociedad en la que se esconden bajo los maquillajes carcomas sutiles, que se infiltran dentro de nosotros en silencio, sin ser vistas, lentamente. Sus mordeduras suaves pasan desapercibidas. Mientras se devalúa nuestra vida desde dentro, agradecemos y pagamos a las paredes brillantes que nos brindan su espacio, y seguimos colgando ingenuamente en ellas dimensiones fundamentales de nuestra vida. Al mismo tiempo, admiramos los vuelos seductores y efímeros de esas larvas convertidas en mariposas que se alimentan de nuestra propia madera. En la caoba centenaria la carcoma no puede hacer daño ninguno, pero en la madera joven de las nuevas decisiones que constantemente tomamos puede causar estragos.
La carcoma también puede anidar en nuestra propia historia, en las heridas personales nunca suficientemente nombradas y tratadas. En la oscuridad de lo desconocido se forman esas larvas que van abriendo diminutas galerías mientras se adentran en nuestros proyectos y relaciones, socavando la consistencia interior y la buena orientación de nuestros deseos y esfuerzos.
Las instituciones cercanas a nosotros, en las que se sitúa nuestra vida, también pueden albergar sentimientos y actitudes que hacen muy difícil ser receptivos a la novedad de Dios, a su propuesta original. La actitud de resistencia a los cambios o el miedo a perder espacio, poder y reconocimiento social pueden crear mecanismos def ensivos, en vez de audaces propuestas de un futuro más evangélico. Tememos lo que llega desde fuera, mientras nos abrazamos a las maderas que esconden bajo la pintura la inconsistencia de su carcoma.
«¿Cómo saber si algo viene del Espíritu Santo o si su origen está en el espíritu del mundo o en el espíritu del diablo? La única forma es el discernimiento, que no supone solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir. Si lo pedimos confiadamente al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo, seguramente podremos crecer en esta capacid ad espiritual».
Convencidos de que el buen discernimiento es un don del Espíritu y no se limita a nuestros procesos de introspección y a los análisis de la realidad en la que nos movemos, nos unimos a la petición de tantos orantes que, a lo largo de los siglos, pidieron la gracia de encontrar el camino en medio de oscuridades, desalientos y presiones astutas o descaradas. Discernir bien no es un desaf ío simplemente actual sino de todos los tiempos, de todo ser humano que intenta ser fiel a Dios y servir, con el fin de crear una vida de calidad humana para todos. El discernimiento no se realiza en la asepsia de una burbuja de buena voluntad sino en medio de las presiones externas, en la persistencia de los propios pecados y en la congoja que aprieta el pecho y encoge a la persona.
Hay que tener en cuenta, desde el inicio, que Dios es el que nos da el Reino y nos llama a colaborar con él en la creación de algo que nunca cesará de llegar como nuevo a nuestra realidad. Tenemos que discernirlo en medio de las of ertas innumerables que se mueven por las pasarelas del mundo y en los susurros de la intimidad. La imagen maternal de Dios en el profeta Isaías, que invita al pueblo a verlo como si estuviese embarazado de futuro, nos ayuda a comprender que el fin del discernimiento es descubrir los signos de ese embarazo, el momento del parto, para acogerlo en su fragilidad y comprometernos con lo recién nacido, con la vida sin estrenar que crea humanidad nueva: «Desde antiguo guardé silencio, me callaba, aguantaba; ahora como parturienta grito, jadeo y resuello» (Is 42,14).
«Conduciré a los ciegos por un camino que desconocen, los guiaré por senderos que ignoran» (Is 42,16).
La petición del buen discernimiento recorre las encrucijadas personales y comunitarias del pueblo de Dios. Nos detenemos en el Salmo 25 (24), que puede ayudarnos a formular nuestras incertidumbres y a constatar la necesidad de ser iluminados por Dios en medio de las cegueras personales y de las trampas que nos acechan. El encuentro con Dios no nos desvanece la realidad cotidiana sino todo lo contrario: nos hace más lúcidos sobre la gracia y la maldición que la recorre. Lo llamativo de este salmo es que la gracia de un buen discernimiento no nos llega desde lejos, sino que es Dios mismo el que se sitúa a nuestro lado, sobre la tierra cotidiana, para encaminarnos por lo desconocido. Podemos leerlo como apertura imprescindible al don de Dios que necesitamos.
1 A tí, Señor Dios mío, levanto mi alma:
2 en ti confío, no quede defraudado,
no triunfen de mí mis enemigos.
3 Los que esperan en ti no quedan defraudados;
quedan defraudados los desleales sin razón.
4 Indícame, Señor, tus caminos,
enséñame tus sendas;
5 encamíname con tu fidelidad, enséñame,
pues tú eres mi Dios salvador.
5b En ti espero todo el día
7b por tu bondad, Señor.
6 Acuérdate, Señor, que tu compasión
y tu lealtad son eternas:
7 de mis pecados juveniles, de mis culpas
no te acuerdes; según tu lealtad,
tú acuérdate de mí.
8 Bueno y recto es el Señor; por eso
señala a los pecadores el camino;
9 encamina con el mandato a los humildes,
enseña a los humildes su camino.
10 Las sendas del Señor son lealtad y fidelidad
para los que observan la alianza y sus preceptos.
11 Por tu nombre, Señor, perdona
mi delito por grande que sea.
12 ¿Quién es ése que respeta al Señor?
Le indicará el camino que ha de escoger;
13 la dicha será su morada
y su descendencia poseerá un terreno.
14 El Señor se confía a sus fieles
y con su alianza los instruye.
15 Mis ojos están fijos en el Señor
pues él sacará mis pies de la red.
16 Vuélvete a mí y ten piedad,
que estoy solo y afligido;
17 ensancha mi corazón apretado
y sácame de mis congojas.
18 Atiende a mi aflicción y mi fatiga
y perdona todos mis pecados;
19 mira cuántos son mis enemigos
que me odian con odio violento.
20 Guarda mi vida y líbrame
que no quede defraudado
de haberme acogido a ti.
21 Rectitud y honradez me custodiarán
porque espero en ti.
22 Redime, Dios, a Israel
de todos sus pelgros.
Comentamos ahora brevemente algunos aspectos de este texto:
Es un salmo de encrucijada, de discernimiento y de elección. El salmista ha perdido el camino, la seguridad; se siente amenazado, no sabe bien por dónde continuar. Es un hombre desorientado en la realidad. Tiene que discernir un nuevo camino.
El autor, está situado y es realista. Hay «enemigos» que acechan sus pasos. El presenta a Dios el «afán» en que vive (angustia, actividad, desconcierto ...). Se siente «solo y afligido» (v. 16), entre «enemigos» que lo «odian con odio violento» (v. 19). Sabe que estos enemigos le echan «redes» para apresarlo con trampas. En los Ejercicios espirituales, san Ignacio habla de las redes escondidas con astucia por el enemigo, que después se convierten en cadenas manifiestas a la luz del día, ante la mirada de todos (cf. Ej 142). En la película La misión, los indígenas aparecen primero atrapados en las redes que el esclavista ha escondido en sus senderos habituales por la selva, y después arrastran por las calles empedradas de la ciudad pesadas cadenas irrompibles aferradas a los tobillos.
La única actitud sana es «confiar» la vida en las manos de Dios, de la misma manera que Dios confía en nosotros: «El Señor se confía a sus fieles y les da a conocer su alianza» (v. 14). Nosotros solemos fijamos más en lo otro: los fieles confían en el Señor. Pero lo primero, el origen de todo, es que Dios confía en nosotros. Su fidelidad permanece siempre en nosotros, como la semilla enterrada en la profundidad de la tierra. Basta un poco de agua, después de meses, años o décadas de sequía, para que germine. Isaías pide en el exilio: «Abrase la tierra y germine la salvación» (Is 45,8), en la hora justa del tiempo de Dios.
Una súplica se repite: «Indícame, Señor, tus caminos, enséñame [...], encamíname» (cf. vv. 4-5). «Encamíname» tiene más densidad que «indícame» y «enséñame». «Déjame encaminarte», solemos decir a los amigos perdidos, «recorrer contigo el trecho del camino oscuro y desconocido».
Hay «caminos», más definidos y hechos, y hay «sendas», más escondidas y estrechas (cf . v. 4). No es cualquier camino bueno el que busca el salmista, sino el que Dios le propone específicamente a él en ese momento confuso: al que es fiel, el Señor «le indicará el camino que ha de escoger». Es Dios el que escoge el camino e invita al salmista a seguirlo.
La audacia para pedir esta enseñanza se apoya en la bondad, la ternura y la fidelidad de Dios, que son «eternas». No se apoya en ningún mérito propio ni en astucias personales.
La condición de posibilidad para recibir esta gracia es la lucidez de reconocer el propio pecado y la «humildad» de admitir las capacidades limitadas para percibir el conjunto de la obra de Dios, que abre el corazón al perdón y a la bondad.
También es necesario que Dios sane el corazón de golpes y experiencias negativas para poder recibir este camino nuevo: «Ensancha mi corazón encogido y sácame de mis congojas. Mira mis trabajos y mis penas y perdona todos mis pecados» (vv. 17-18).
«Guarda mi vida y líbrame» (v. 20). «Espero en ti» (v. 21). La calidad de una vida nueva, la liberación de oscuridades y peligros, viene de Dios.
Al final el salmo se abre a todo el pueblo de Israel y la oración personal se hace comunitaria: «¡Oh, Dios, salva a Israel de todos sus peligros !» (v. 22).
- Oramos con este salmo en una situación difícil, en la que se ha perdido el camino viejo y se busca el nuevo que el Señor mostrará a su servidor.
2. A tiempo y a destiempo: la lúcida insistencia del papa Francisco
En el presente contexto eclesial, el papa Francisco viene resaltando una y otra vez la importancia del discernimiento. En la exhortación apostólica Evangelii gaudium emplea el término «discernimiento» once veces. El papa afirma la diferencia entre el análisis sociológico y el discernimiento evangélico, al que llama «la mirada del discípulo misionero» (Evangelii gaudium, 50).
Hablando a jesuitas polacos acerca de la formación de los sacerdotes, dijo algo que es válido para todo seguidor de Jesús:
«Es preciso formar a los futuros sacerdotes, no en ideas generales y abstractas, claras y distintas, sino en este fino discernimiento de espíritus , para que puedan ayudar realmente a las personas en su vida concreta. Es preciso entender realmente esto: en la vida no todo es negro sobre blanco o blanco sobre negro. ¡No! En la vida prevalecen las sombras del gris. Ahora es el tiempo de enseñar a discernir en este gris».
En la cultura actual, tan compleja, la práctica del discernimiento es especialmente necesaria.
«Hoy día, el hábito del discernimiento se ha vuelto particularmente necesario. Porque la vida actual ofrece enormes posibilidades de acción y de distracción, y el mundo las presenta como si fueran todas válidas y buenas. [...] Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertimos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento».
Estudiando las características de nuestra cultura líquida, tan acelerada y cambiante, afirma Zygmunt Bauman:
«Se puede decir que en ninguna otra época anterior se había sentido de manera tan acuciante la necesidad de hacer elecciones, de decidir. Nunca antes habíamos sido tan dolorosamente autoconscientes de nuestros actos de elección, realizados ahora en una penosa (aunque incurable) incertidumbre y bajo la amenaza constante de "quedamos atrás"y de ser excluidos del juego sin posibilidad de regresar a él por no haber respondido a las nuevas demandas».
A esta necesidad de decidir con urgencia, sin dejar pasar la ocasión para un mañana que no vuelve a pasar por la misma estación en la que me encuentro, se añade la posible inconsistencia de lo decidido:
«Lo que en un momento es bueno "para usted" puede ser reclasificado como veneno en el siguiente. Compromisos en apariencia firmes y acuerdos firmados con solemnidad pueden ser anulados de la noche a la mañana. Y las promesas -o la mayoría de ellas- parecen hacerse con el único fin de ser luego incumplidas o desmentidas, conf iando en la brevedad del lapso de la memoria pública».
3. Lo que «no es» el discernimiento
En la exhortación apostólica Gaudete et exsultate, el papa Francisco expresa con mucha claridad lo que «no es» el discernimiento. Sus indicaciones nos ayudan a enfocar mejor en qué consiste el discernimiento verdadero, para dejarnos llevar por el Espíritu en medio de tantos dinamismos desintegradores y contradictorios que pueden moverse dentro de nosotros.
No es discernimiento buscar continuamente nuevos amarres para permanecer anclados en los puertos seguros de lo que siempre se ha hecho, como camino confiable para permanecer fieles a Dios en medio de los zarandeos a los que hoy estamos sometidos en el vértigo de los cambios:
«... no cambiar, [...] dejar las cosas como están, [...] optar por el inmovilismo o la rigidez» (Gaudete et exsultate, 168).
«No se trata de aplicar recetas o de repetir el pasado» (173). No somos invitados a ampliar cada día más la anchura de las filacterias para exhibirnos como exitosos, seguros y piadosos en medio de un pueblo vulnerable que busca honradamente su futuro (cf. Mt 23,5). Esta actitud puede generar comunidades de resistencia, y no de propuesta que nos oriente con la creatividad del Espíritu.
El discernimiento no está limitado solo a las situaciones de especial complejidad, en las que hay que tomar decisiones de mucha importancia por sus repercusiones para el futuro.
«El discernimiento no solo es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves, o cuando hay que tomar una decisión crucial» (169). En la vida cotidiana, con sus menudas decisiones, podemos descubrir el soplo del Espíritu para que toda nuestra persona se vaya dejando sumergir en su modo y su camino. El discernimiento no es solo un método para momentos concretos sino una manera de existir en la incesante novedad del Evangelio, que se mueve dentro de los cambios constantes que experimentamos en este mundo que Dios ama, sin que se le vaya de sus manos y sin que se le agote su imaginación creadora de futuro.
Las ciencias humanas nos pueden ayudar a clarificar complejas situaciones personales, comunitarias, culturales... pero el discernimiento se sitúa a un nivel más hondo.
«No excluye los aportes de sabidurías humanas [...]. Pero las trasciende. Ni siquiera le bastan las sabias normas de la Iglesia. Recordemos siempre que el discernimiento es una gracia. [...] Se trata de entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno» (170). Muchos quisieran que la vida de cada persona se moviese por un camino bien señalizado, con luces rojas y verdes parpadeando en las esquinas, que abran o cierren el paso, y con los tiempos determinados para detenernos y recomenzar.
No basta ir por la vida empuñando una ley clara para sancionar conductas ajenas o propias, sin tener en cuenta las situaciones en que vive la gente.
«Es mezquino detenerse solo a considerar si el obrar de una persona responde a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios». Las normas «en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares».
No se trata de buscar solo hacer algo útil por los demás en algunos tiempos especiales, o de sentir la euforia de ayudar o un cierto bienestar emocional. El discernimiento se sitúa en el centro mismo de nuestra manera de entender la vida, orientada por el Espíritu, que afecta a toda la persona, a todos los tiempos y a la manera de situarnos ante los acontecimientos.
«No está en juego solo un bienestar temporal, ni la satisfacción de hacer algo útil, ni siquiera el deseo de tener la conciencia tranquila» (170).
«No se discierne para descubrir qué más le podemos sacar a esta vida sino para reconocer cómo podemos cumplir mejor esa misión que se nos ha confiado en el bautismo» (174).
«El que lo pide todo también lo da todo, y no quiere entrar en nosotros para mutilar o debilitar sino para plenificar. Esto nos hace ver que el discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos» (175). El cristiano «no deja anestesiar su conciencia» (174).
- Podríamos pensar que esta habilidad espiritual está reservada para personas muy instruidas, o que ocupan puestos de grandes responsabilidades dentro del cuerpo de la Iglesia o de la sociedad.
«No requiere de capacidades especiales ni está reservado a los más inteligentes o instruidos, y el Padre se manifiesta con gusto a los humildes (cf. Mt 11,25)» (170).
El clima que necesitamos ineludiblemente es el de la oración, que es el modo de disponernos mejor en la acogida del don de Dios.
«No es posible prescindir del silencio de la oración detenida para percibir mejor ese lenguaje» (171). Con mucha frecuencia nos encontramos con personas llenas de Espíritu que responden con una gran finura humana y evangélica ante situaciones de opresión y de desconcierto. Se parecen a Simeón y Ana (cf . Le 2,25-38), que descubren en un niño pobre y pequeño el Reino que crece por el mismo centro de la realidad, al ritmo de una vida lenta que se inicia.
VER+:
“Que todos los miembros de la Iglesia sepamos discernir los signos de los tiempos
y crezcamos en la fidelidad al Evangelio;
que nos preocupemos de compartir en la caridad las angustias y las tristezas,
las alegrías y las esperanzas de los hombres,
y así les mostremos el camino de la salvación”.
Plegaria eucarística V/c
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