La reconquista de la libertad
o la urgente necesidad de plantar cara
al nuevo totalitarismo que nos atenaza
La biodictadura se decretó en silencio el día aciago en el que nos taparon la boca, nos encerraron en nuestas casas, arruinaron nuestros negocios, dejaron morir a nuestros ancianos, coartaron nuestras libertades como nadie lo había hecho en décadas y nos aseguraron que, con todo ello, saldríamos “más fuertes” de la pandemia. Era mentira mercados devastados por la desolación y chiquillos llorosos aislados de sus padres y abuelos.
Nos enseñaron todo esto y mientras tanto, a lo largo de dos años de excepcionalidades impuestas e inventadas, nos traicionaron para profundizar en su campaña de terror suave, se negaron a crear una sola nueva cama hospitalaria, imposibilitaron la realización de autopsias, pusieron a la Guardia Civil y al CNI a perseguir a los disidentes del pensamiento único biosanitario y silenciaron, despidieron y humillaron a miles de médicos que no comulgaban con el nuevo mensaje del poder totalitario. Sí, nos engañaron. Otra vez.
Decretaron una pandemia que se construye gracias a una utilización fanática, ignorante y torticera de las ya populares pruebas PCR, que si algo han demostrado a lo largo de los últimos meses es su inmensa capacidad para generar falsos positivos y para permitir imponer confinamientos, segregaciones, aislamientos y reclusiones, según el capricho y los intereses del mandatario de turno. Por si esto fuera poco, los políticos más avispados, o los más estúpidos, descubrieron una nueva técnica, habitualmente empleada en el País Vasco, para incrementar en las estadísticas el número de muertos por SARS-Cov-2: marcar como “fallecidos por Covid” a todas aquellas personas presuntamente infectadas, aunque éstas hayan expirado por accidente o por cualquier enfermedad ajena a la pandemia. Sí, lo falsearon todo. Y lo siguen haciendo. Otra vez.
Tras meses de exigir a los ciudadanos esfuerzos, restricciones y suicidios empresariales, unas élites políticas, empresariales, periodísticas y culturales tan falsarias como psicópatas nos vendieron una terapia génica experimental como si se tratara de una panacea deífica contra el Covid-19. Nos aseguraron que con esta pócima todos los males quedarían atrás y que podríamos recuperar la libertad. La vieja libertad. Nos entregaron la inyección denominándola vacuna para que, de este modo, la nueva poción fuera más fácilmente asimilable por los ciudadanos y la rebozaron de una inmensa capa acaramelada de solidaridad, generosidad y entrega a los demás. Volvieron a engañarnos y volvieron a mentir porque lo que nos venden como “vacunas” no son tales sino medicamentos ARN que no impiden la contaminación de la persona, que no frenan los contagios y que ni tan siquiera son capaces de proteger a nadie de nada. Basta observar los datos. Hoy, dos años después del estallido pandémico que surgió en un laboratorio del Partido Comunista Chino en Wuham, con poblaciones enteras inoculadas a machamartillo con las novísimas profilaxis, las cifras de contagios, los niveles de terror inducido, el recorte de nuestras libertades, el desmantelamiento económico de la clase media occidental y la ruina de millones de hombres y mujeres se han disparado a niveles que nadie conocía en Occidente desde la II Guerra Mundial.
Debimos sospechar que todo era una farsa gigantesca cuando la nueva élite liberalfascista que ha tomado el control de la Unión Europea decretó el máximo secreto sobre los contratos firmados con las grandes firmas farmacéuticas, cuando éstas se negaron a hacerse responsables de los posibles efectos advertos de sus elaboraciones y cuando nadie, ningún político, ningún médico, ningún ideólogo de los que tanto pululan por televisiones y redes sociales, nadie, se atreve a hacerse garante de lo que se está obligando a inyectar a millones de hombres y mujeres en todo el mundo.
Pero nada importa ni tiene consecuencias. Los dirigentes políticos más estúpidos y miserables que ha padecido Occidente desde hace décadas, desatados, animándose unos a otros para ver quién alcanza el grado más alto de la estulticia, convirtiendo las instituciones en ridículas marionetas al servicio de una fingida hiperemergencia y liquidando, de hecho, la esencia de las democracias occidentales, siguen mintiendo y tratando de alcanzar el control absoluto sobre unos ciudadanos que ya han dejado de serlo, quizás para siempre. Los ciudadanos de ayer se han convertido hoy en súbditos cautivos de una pléyade de reyezuelos tecnócratas cuyos nuevos tronos se levantan sobre pilares de derechos esquilmados, de libertades diezmadas, de constituciones arrasadas y sobre los restos de una civilización superior que un día fue la nuestra.
Para ello, para continuar con su deriva liberticida, y avalados por decenas de “expertos” que nadie conoce y por una clase periodística e intelectual tan fánatica como falsaria, iletrada y rastrera, juegan con las palabras, con las variantes, con el número de dosis profilácticas (¿tres, cuatro, cinco, ocho... doce?) que habrán de irse inoculando los nuevos vasallos para poder disfrutar de una patética y humillante libertad vigilada; persiguen, marginan, insultan y señalan a quienes defienden su más elemental derecho a decidir lo que se inyectan en su cuerpo, e imponen indiscriminadamente “pasaportes sanitarios” que recuerdan demasiado a los que en su momento decretaron tanto los nazis como el régimen de Stalin. Por si todo esto no fuera suficiente, las arrogantes élites que dan forma a la nueva dictadura biosanitaria extienden su amenaza invisible hacia los más pequeños, hacia nuestros hijos, a quienes después de encerrarles en sus casas y expulsarles de sus parques, y tras haberles matado de frío, asco y aleccionamiento neocomunista en las escuelas, tratan de convertir en cobayas del experimento médico más cruel y radical que se ha realizado a lo largo de la historia de la humanidad.
Hace aproximadamente un siglo, el nazismo llegó democráticamente al poder a través de unas elecciones limpias y sin quebrar la Constitución alemana. Hoy, los nuevos tiranos liberticidas, llámense Pedro Sánchez, Íñigo Urkullu, Emmanuel Macron, Mario Draghi, Ursula von der Leyen o Joe Biden, entre otros muchos, han descubierto que prolongar la emergencia sanitaria indefinidamente (como ha hecho el Gobierno Vasco) les permite gobernar bajo los parámetros de la dictadura partitocrática perfecta: esa que vestida elegantemente con brillantes ropajes democráticos, anula todo resquicio de libertad, de oposición y disidencia amparándose en la presunta excepcionalidad de una situación real o inventada (hoy es la pandemia de Covid-19, mañana será el cambio climático o cualquier otra) y comprando (a la prensa), subordinando (a la Justicia) o aniquilando (a la oposición) y a cualquier contrapoder que pueda hacer frente a su nueva potestad recién descubierta.
Hace mucho tiempo que la actual situación distópica que padecemos dejó de tener alguna relación con la pandemia del Covid-19. El totalitarismo que ya atenaza nuestras vidas y las vidas de nuestros hijos y nietos estalló, efectivamente, con la aparición de los primeros casos de coronavirus, pero ha ido extendiéndose y consolidándose a lo largo de los últimos meses en forma de una guerra cultural ya gestada desde algunos años antes de la aparición del virus de Wuham. Se trata, como ha explicado el historiador David Engels, de una gran batalla general entre quienes se mantienen fieles al poder de los políticamente correcto y se posicionan permanentemente junto al "establishment" político, mediático ya académico neocomunista, y quienes entienden que el pútrido globalismo promovido por estas élites corruptas y descompuestas arrastrará tarde o temprano a toda nuestra civilización hacia el abismo. Estado mundial u Occdiente tradicional; universalismo o localismo; UE o patrias; transhumanismo en forma de terapia génica o protección de la vida; materialismo o trascendencia; neocomunismo o libertad.
Los confinamientos, la aniquilación económica, la pretensión de la vacunación obligatoria, la destrucción social de millones de ciudadanos libres que reclaman su derecho básico a decidir qué se inyectan en su cuerpo, unido todo ello a los intrumentos liberticidas clásicos de la socialdemocracia y de la izquierda política (“Agenda 2030”, economía planificada, ‘gran Reinicio’, tecnovigilancia masiva, señalamientos mediáticos, lucha "antifascista") ha creado un horrendo monstruo totalitario al que cada vez será más difícil de derrotar. Se trata de un novísimo y atroz megacomplejo mediático-político-económico-cultural que domina todas las estructuras del Estado y de la sociedad, y que, sin dudarlo, tal y como ya lo ha demostrado, es capaz de suspender de raíz y en un breve plazo de tiempo los derechos fundamentales de las personas.
Pero, al mismo tiempo, el tamaño gigantesco de la nueva realidad represora y la innegable constatación de que nos han engañado, de que nos han manipulado, de que nos han extorsionado y de que nos han robado hasta la libertad de tomar un café con las personas que amamos, está haciendo surgir, cada vez en mayor número, a una nueva clase de ciudadanos de los más variados orígenes, tanto sociales como profesionales, con intereses políticos transversales, pero que, tanto en público como en privado, son capaces de luchar, de denunciar, de oponerse, de plantar cara y de señalar a todos aquellos (y son muchos) que abusan de las situaciones de emergencia para incrementar su poder omnímodo. Estos hombres y mujeres simplemente decentes que hoy plantan cara a los caprichos fascistas de Bruselas, del Gobierno PSOE-Podemos en Madrid o de un Ejecutivo éticamente perverso y políticamente inane como el liderado por Iñigo Urkullu y sus secuaces que hoy dicen una cosa y mañana su contraria, comienzan a demostrar una poderosa fuerza interior para, haciendo caso omiso a la presión brutal y aniquiladora del entorno, gritar alto y claro que quieren recobrar sus derechos elementales miserablemente robados, que quieren regresar a la vieja normalidad, que quieren abrazar a sus hijos sin temor a que el nuevo Estado despótico trate de arrebatárselos, que quieren confinar a políticos, periodistas y expertos varios para así acabar con la “pandemia” y, muy especialmente, que no olvidarán quiénes han sido los inspiradores teóricos, los voceros bien pagados, los políticos cómplices, los ejecutores prácticos y los idiotas útiles que se encuentran detrás del mayor ataque a la democracia y a la libertad que ha tenido lugar en Occidente desde la II Guerra Mundial.
La batalla solo acaba de comenzar.
Nos preparan una realidad que será un infierno. Lo dice también Barak Obama. Con la luz azul activarán neuronas que en ratones, los hacen comer por el tiempo que ellos quieran, o ponerse violentos. Poner pensamientos. Como si fuera una frase que se repite ininterrumpida mente.
Ya hay videos de lugares públicos que en lugar de las clásicas luces blancas las tienen azules. La noche será como un estado de sitio para nosotros.
Si están haciendo de todo para que escaseen los alimentos y si sumaran escasez más activar el comer, están creando canibalismo.
Masas violentas de repente sin causa y sin control más que el de ellos.
Tendremos que tener rifles para dispararles a las luces.
O bien empezar a practicar con una onda o gomera como el rey David.
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