LA EXTORSIÓN Y LA VIOLENCIA DE ETA
CONTRA EL MUNDO EMPRESARIAL
25.000 millones €s le costó a España la lucha contra ETA
"La bolsa y la vida" es una minuciosa investigación sobre la extorsión y la violencia que ETA ejerció contra empresarios y profesionales, gracias a las cuales logró recursos suficientes para financiar su actividad terrorista. Este libro, fiel a «una ética de la memoria que contribuya a establecer la verdad sobre el pasado, a enfrentarse a las diferentes formas de negación, tergiversación, manipulación, ocultación o impostura (…)» se orienta hacia «una memoria política al servicio de los valores democráticos, una memoria ética al servicio de la convivencia y una memoria profiláctica como barrera o tratamiento intelectual contra la intoxicación del fanatismo».
INTRODUCCIÓN
LA EXTORSIÓN DE ETA EN LA LÓGICA DEL TERRORISMO
Han pasado seis años desde que ETA anunciara el cese definitivo de su «actividad armada». Sucedió el 20 de octubre de 2011, fecha de inicio de una larga fase de transición que se presume culminará con la disolución de la organización terrorista.
ETA ha segado muchas vidas, ha trastornado irreparablemente a las familias de los asesinados y amenazados, ha victimizado a decenas de miles de personas, entre ellas a quienes chantajeó, secuestró o asesinó para financiar su actividad. ETA ha afectado a nuestras vidas y ha agrietado el tejido moral de la sociedad. Ha determinado la política española —en particular la vasca y la navarra— y ha hecho peligrar en no pocas ocasiones nuestro sistema democrático.
Amén de la deshumanización de los que han ejercido la violencia y de los que les han apoyado, ETA ha generado tal perversión de valores y tan profundo miedo social que ha socializado la culpa y la responsabilidad moral y política cuando hemos sido indiferentes ante el sufrimiento de las víctimas y espectadores de conveniencia. El terror nos ha insensibilizado y paralizado.
Por ello es necesario hacer frente al peligro de querer olvidar y no remover el pasado doloroso que nos interpelaría sobre nuestras responsabilidades individuales, grupales y comunitarias. En este sentido juega un papel primordial una ética de la memoria que contribuya a establecer la verdad sobre el pasado, a enfrentarse a las diferentes formas de negación, tergiversación, manipulación, ocultación o impostura, también a la exaltación de discursos de odio o de figuras inmorales del pasado. Nuestros esfuerzos deben orientarse hacia una memoria política al servicio de los valores democráticos, una memoria ética al servicio de la convivencia y una memoria profiláctica como barrera o tratamiento intelectual contra la intoxicación del fanatismo.
ETA, así como el contexto político en el que nace, han sido objeto de numerosos estudios. También su evolución y las especificidades sociales y políticas favorables que propiciaron su permanencia y fortalecimiento. Entre ellas: el apoyo activo de miles de personas, sin el cual la organización terrorista no habría sobrevivido; la complicidad de una parte no desdeñable de la sociedad vasca, que con su silencio, su indiferencia y su inacción, en realidad «actuó» a favor de ETA y contra los que padecían la violencia terrorista; la muchas veces oscura, ambigua e interesada política del PNV en relación con el nacionalismo más extremo; el «espejismo revolucionario» de una parte de la izquierda radical que la incapacitó para el análisis y la acción firme frente al terror; la confusión de las organizaciones de la paz y los derechos humanos que, con excepciones, transitaron por un pacifismo desnaturalizado por los discursos de la normalización y la pacificación del llamado «tercer espacio» e interiorizaron acríticamente el paradigma del «conflicto» para explicar la existencia de ETA y la supuesta necesidad de articular soluciones para el mismo como precondición necesaria del final de una violencia sobre la que dudaron demasiado tiempo en calificar de terrorista.
En este contexto político, una organización peculiar —de la que fui fundador y director— se aventuró a realizar un estudio sobre la extorsión de ETA contra empresarios, directivos y profesionales. Esta organización se llamaba Bakeaz (Por la paz) y fue creada a principios de los noventa por unos pocos activistas de asociaciones culturales, pacifistas, ecologistas y de derechos humanos del País Vasco. Bakeaz nació de la experiencia y del aprendizaje en aquellas asociaciones, con un proyecto orientado a proporcionar análisis, reflexión y propuestas. Sus integrantes, con raíces en la cultura de izquierdas y en los denominados nuevos movimientos sociales, estábamos unidos en la radicalidad de nuestra concepción de los derechos humanos, en la oposición sin fisuras a cualquier forma de fanatismo político, religioso o identitario y en la lucha contra la espiral terrorista que amenazaba nuestro sistema democrático, en proceso de maduración y consolidación.
A lo largo de los años fuimos abriendo varias líneas de reflexión que dieron como resultado libros de ensayo, documentos teóricos, informes y artículos en prensa y revistas especializadas. Entre los temas que abordamos: los fundamentos ético-pedagógicos de los derechos humanos, de la cultura de la paz y de la educación para la paz; la función de los movimientos sociales en los sistemas democráticos; la educación frente a la violencia en el País Vasco; las razones contra la violencia desde la ética, la filosofía política y la historia; la presencia de las víctimas en el sistema educativo vasco; el miedo social en relación con el terrorismo; la participación social y política de las víctimas del terrorismo y los procesos de perdón y reconciliación; la evolución de la opinión pública vasca ante la violencia de ETA; el análisis de los discursos de las organizaciones pacifistas vascas, del nacionalismo radical y de la izquierda ante la violencia de ETA; en fin, los criterios para una pedagogía democrática de la memoria.
Aquel estudio sobre la violencia y la extorsión de ETA contra el mundo empresarial lo iniciamos a mediados de 2012 gracias a una víctima que sufrió extorsión diez largos años, le ocasionó graves consecuencias y no cedió al chantaje. Esta persona, que simboliza la figura del testigo moral y que debe permanecer en el anonimato, me transmitió su deseo de que Bakeaz intentase desentrañar el insondable fenómeno de la extorsión de ETA. Su testimonio me sobrecogió y me di cuenta de la importancia de su propuesta. En pocos días decidimos que el estudio debía realizarse aun siendo conscientes de su complejidad y dimensión, de los obstáculos políticos y de las dificultades para lograr fondos para su realización. En consecuencia, reunimos un amplio equipo formado por historiadores, economistas, juristas, politólogos y un experto en temas policiales. Y nos propusimos estudiar algunas de las dimensiones del fenómeno de la extorsión: los mecanismos de financiación de ETA; su evolución histórica; el efecto de la violencia terrorista en la actividad económica; la dimensión jurídica de la extorsión; la perspectiva político-policial…
El resultado es este libro, La bolsa y la vida, que en muchos aspectos es complementario de otro reciente, Misivas del terror. Tratando el mismo fenómeno, este último pone el foco en la experiencia subjetiva vivida por las víctimas, construye un excelente fresco sociológico de sus vivencias y añade una valoración ética de sus reacciones. Sus textos reproducen con fidelidad y viveza los padecimientos de los extorsionados y sus decisiones, pero podría decirse que está escrito desde la perspectiva del actor implicado. En cambio, el ejemplar que tiene en sus manos, La bolsa y la vida, pretende adoptar un punto de vista externo, objetivo, empírico: lo que se cuenta son al final unos hechos, por qué y cómo sucedieron y qué efectos produjeron sobre la economía y su entorno empresarial.
La bolsa y la vida es una historia de la violencia de ETA contra empresarios y profesionales, tanto de la violencia de naturaleza finalista —la que perseguía causarles un daño directo en su calidad de algo así como odiosos oligarcas— como de aquella otra, más frecuente, en que el objetivo era de carácter instrumental: se les atacaba para que financiasen la actividad terrorista. En cualquier caso, es ante todo y sobre todo la historia de un fenómeno de victimización sufrido por personas de carne y hueso.
Lo proclama así el propio título del libro. Porque ya en la formulación clásica de esta conminación —la que utiliza la alternativa «o»— está claramente implícita la carga intersubjetiva de amenaza, de imposición, de chantaje, de coacción, de violencia en definitiva, que entrañaba la exigencia por los terroristas de unas cantidades para financiarse. O contribuyes o te hago daño. Pero al sustituir esa «o» disyuntiva por la «y» copulativa, hemos querido subrayar que en el chantaje de ETA existía un plus de violencia ausente, en cambio, en la coacción practicada por el simple bandolero. Ese plus se encuentra, primero, en el destino que se iba a dar por los terroristas a la bolsa que se exige a la víctima: la bolsa es para matar más, para matar a otras personas. Al chantajeado se le somete así al dilema de sufrir el mal en su persona o contribuir a que lo sufran otros: tener que comprar su vida pagando con la vida ajena. Un dilema moral y vivencial que, se resuelva como se resuelva, deja una profunda herida en el chantajeado.
Pero el bucle de retroalimentación entre chantaje terrorista y muerte injusta o sufrimiento va más allá todavía: ETA sabía perfectamente que la credibilidad de su amenaza dependía muy mucho de las muertes y agresiones que llevase a cabo en el entorno social vasco. Que para que funcionara su chantaje tenía que poner sobre la mesa los cadáveres de otros empresarios o profesionales. El miedo es el sustrato necesario para que prospere la extorsión. Y por eso, en muchas ocasiones, ETA mató o atentó solo pour encourager les autres, haciendo real esa retroalimentación sádica en la que no se distingue cuál es el fin y cuál el instrumento: se mata para asustar y cobrar, y se cobra para seguir matando. En las épocas finales de ETA, en su lenta agonía entrando en el siglo XXI, «queda la duda de si fue esa debilidad [operativa de la banda] la que provocó el descenso de recursos económicos o la disminución del dinero disponible la que generó una menor capacidad de acción».
No cabe olvidar que la historia de la financiación de ETA es la historia de una victimización. Pero también es cierto que no es solo eso. Es también la historia de los objetivos buscados con la violencia, de los medios puestos en juego para ejercerla eficazmente, de los resultados obtenidos, de sus costes y dificultades, de su evolución en el tiempo, de los efectos directos e indirectos provocados por ella sobre la economía y la sociedad. Una historia de cosas, no solo de personas; de hechos además de víctimas. Pues bien, a esta faceta objetiva es precisamente a la que atiende este libro, escrito por universitarios y especialistas probados. Veámoslo en detalle.
En el capítulo inicial del libro, «La primera ETA, ETA político-militar, los CAA y otras organizaciones terroristas», su autor, el historiador Gaizka Fernández Soldevilla, explica los orígenes de la extorsión y la acción contra el mundo empresarial de las ramas «minoritarias» de ETA —es decir, todas menos ETA militar (ETAm)—, que estuvieron activas fundamentalmente en los primeros años de la Transición. Tanto ETA político-militar (ETApm) como los Comandos Autónomos Anticapitalistas (CAA) o Iraultza han quedado oscurecidos por la envergadura y la letalidad de la acción de ETA militar, pero su capacidad de extorsionar y crear terror no fue ciertamente despreciable. Los CAA, por ejemplo, causaron más muertes que la banda Baader Meinhof alemana.
En opinión del autor, el análisis de la extorsión y de la violencia terrorista contra los empresarios perpetradas por estos grupos pone de relieve la confusión y los solapamientos de unos años marcados por la proliferación de organizaciones con prácticas similares y hasta cierto punto intercambiables. La resultante es un panorama complejo, en el que la violencia forma parte de la vida cotidiana en Euskadi y Navarra. Unos grupos imitan las prácticas de otros, hasta el punto de que se producen hechos tan singulares como la coincidencia en el día, la fecha y casi la hora del atraco a una entidad bancaria. La pertenencia a un tronco común, por imaginario y presupuestos ideológicos, explica estas repeticiones, así como la lógica similitud de los métodos más apropiados para allegar los fondos necesarios que permitiesen el desarrollo de la actividad terrorista.
El siguiente capítulo, «ETA militar y la extorsión a los empresarios», obra del también historiador Francisco Javier Merino, está dedicado a la organización más importante y longeva, ETAm, que intensifica y prolonga en el tiempo la actividad extorsionadora incorporando estrategias más amplias, en la medida en que añade a la búsqueda de financiación el objetivo de difundir una imagen de organización representante de las clases populares en lucha contra los grupos dominantes que explotan al pueblo vasco. De ahí que se amplíen y perfeccionen tanto el denominado impuesto revolucionario como los secuestros, siguiendo la pauta ya marcada en el periodo franquista. ETAm pretende también erigirse en la vanguardia de la lucha popular contra grandes infraestructuras energéticas o viarias consideradas lesivas para el medio ambiente. Como consecuencia de ello, ETA irrumpe e interfiere en la oposición ecologista a la central nuclear de Lemóniz, prodigando los atentados, varios de ellos mortales. El éxito obtenido al conseguir la paralización de la central, ya preparada para entrar en funcionamiento, será recordado por la organización terrorista a lo largo de toda su existencia. Más adelante, intentó repetir la operación con la autovía de Leizarán, consiguiendo que las autoridades se avinieran a un cambio de trazado; sin las dimensiones de Lemóniz, la marcha atrás de los partidos democráticos sería considerada otro hito para los terroristas y su trama política. Finalmente, la lucha contra el Tren de Alta Velocidad, el TAV, viene a ser un reflejo del declive de ETA. El intento de reproducir los resultados obtenidos en Lemóniz y Leizarán se saldará con atentados y sabotajes que producen enormes daños materiales y con un asesinato, ya en los últimos estertores de ETA, próxima a declarar el alto el fuego definitivo.
Florencio Domínguez, periodista y director del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, en el tercer capítulo, «La financiación del terrorismo en la democracia», estudia las finanzas de ETA y aporta aproximaciones cuantitativas sobre el alcance de la extorsión entre los colectivos afectados. Si bien es posible obtener deducciones significativas a partir fundamentalmente de los documentos incautados por la policía con motivo de la detención de miembros de la cúpula o de los responsables de la economía de la organización, los resultados ofrecidos deben ser acogidos con cautela, dejando un margen a la duda o a la eventual confirmación posterior. Igualmente complicado es realizar un cálculo sobre el número de personas que pudieron haberse visto sometidas al impuesto revolucionario a lo largo de la trayectoria de ETA. Con todo, la disparidad de las cifras en función del territorio y la época muestran que la actividad terrorista no puede analizarse haciendo abstracción del entorno y del impacto de la sociedad en que interviene. Por ejemplo, la mayor resistencia de las víctimas de la extorsión en Álava y sobre todo en Navarra es consecuencia del ambiente menos favorable al mundo del nacionalismo radical en ambos territorios y, fundamentalmente, en el caso navarro, de una firme determinación de los dirigentes empresariales de dotar de apoyos y recursos a las víctimas para poder hacer frente al chantaje.
En el cuarto capítulo, «Las políticas de seguridad y de intervención policial en relación con la extorsión de ETA», Doroteo Santos, policía y experto en temas de seguridad y policiales, después de exponer algunas cuestiones conceptuales y metodológicas, estudia la evolución de las políticas públicas de seguridad aplicadas frente a la extorsión contra los empresarios. A su vez, en un apartado específico sobre la actuación policial, el autor analiza cuatro grandes etapas que tratan de determinar los posibles cambios experimentados a lo largo del tiempo en ella. En este capítulo se centra el foco de estudio en las fuerzas policiales y solo se tratan aspectos como la evolución histórica de la organización terrorista, la legislación contra su actividad criminal o la perspectiva ética en la medida en que estén relacionados con las políticas de seguridad.
El siguiente capítulo, «Entre el ser y el deber ser: el extorsionado por ETA ante la justicia», obra del jurista José María Ruiz Soroa, explica el tratamiento jurídico que recibe el fenómeno de la extorsión terrorista, tanto desde la perspectiva teórica como con referencia expresa a la historia del terrorismo de ETA, siempre teniendo presente su sujeto pasivo directo, es decir, al extorsionado. A lo largo de dicha historia, se constata que el Derecho Penal considera el caso concreto de la extorsión dentro de un marco más general, que es el de la persecución de la financiación del terrorismo. Este encuadramiento mostrará de inmediato la peculiar situación jurídica en que se encuentra teóricamente cualquier persona extorsionada por la organización terrorista, puesto que esa persona objeto de extorsión es convertida en contra de su voluntad y de manera simultánea en una víctima efectiva y en un posible delincuente susceptible de ser —por lo menos— investigado por la justicia. Se examina esta dualidad conflictiva tanto a la luz del Derecho Positivo vigente en España durante los años del terror —el «deber ser»—, cuanto teniendo muy en cuenta la realidad histórica que se deduce del material empírico examinado, lo cual lleva a constatar cómo en la historia del terrorismo de ETA se siguió por las instituciones, tanto judiciales como policiales, una conducta práctica que podría calificarse mejor de inhibición que de estricto cumplimiento de la legalidad. Hecho este que es hasta cierto punto llamativo y que, aunque sea tardíamente, puede ser sometido a revisión crítica o, por lo menos, sopesado en su grado de acierto a la vista de sus consecuencias hipotéticas.
En los tres capítulos finales se trata de arrojar luz sobre un tema poco menos que irresoluble, el coste económico para el País Vasco de la extorsión y la acción de ETA. En ellos se estudia el impacto en la economía de su actividad terrorista global, a la vez que los efectos directos de la amenaza y el chantaje sobre los empresarios. Pasemos a explicarlos.
En el capítulo sexto, «Vías de transmisión del coste del terror», el profesor de Historia Económica Pablo Díaz Morlán analiza la bibliografía que trata del coste del terrorismo y los principales trabajos sobre el efecto de ETA en la economía vasca. Luego, reflexiona acerca del verdadero alcance de las partidas más relevantes del coste económico de la acción de ETA, en particular, la paralización de la central nuclear de Lemóniz, la deslocalización de empresas y huida de empresarios, la pérdida de oportunidades de inversión extranjera y la ausencia de turismo.
El mismo autor, en «ETA y la corrupción vasca», se ocupa de una suerte de envenenamiento por ETA de la sociedad vasca mediante la intoxicación de las relaciones individuales en la vida empresarial y política. Esta intoxicación ha provocado la extensión de una forma de corrupción relacionada con el chantaje mafioso etarra que jugaba con el miedo de las personas para alcanzar algún tipo de beneficio político, sindical o meramente económico en la mayor parte de las ocasiones. En el capítulo se indaga sobre las prácticas amenazadoras y sus consecuencias en torno a: las relaciones laborales y sindicales; la ausencia de vocación emprendedora entre los jóvenes vascos, los problemas sucesorios en las empresas y las dificultades para captar talento; la microextorsión impuesta a los comercios y un conjunto de prácticas extorsionadoras relacionadas; y el hipotético empleo de la amenaza de la violencia en las relaciones políticas entre partidos e instituciones…
En «Cuantificación del coste económico de ETA», sus autores, Pablo Díaz Morlán y el también economista Borja Montaño, intentan medir el impacto de la acción de ETA en la economía del País Vasco. Así, establecen los costes directos ocasionados por la actividad de ETA sobre la economía (cierre de la central de Lemóniz, indemnizaciones, costes laborales y sanitarios, seguridad de los partidos políticos, acción antiterrorista, Consorcio de Compensación de Seguros…), se internan en la discusión sobre la pérdida del Producto Interior Bruto derivada de la actividad terrorista y establecen una comparación entre el País Vasco real y un hipotético País Vasco sin terrorismo o región sintética a partir de otras regiones españolas de similares características económicas. Tras seguir este camino y llevarlo hasta 2011 —año del anuncio de ETA del cese definitivo de su «actividad armada»—, discuten la pertinencia de dicho método comparativo, ponen en duda la idoneidad de la región sintética escogida y proponen una alternativa. Finalmente, optan por un método autorregresivo y concluyen que, tras dos periodos en los que ETA no actuó durante más de doce meses, el País Vasco mejoró respecto a la situación que se habría esperado si ETA hubiese estado activa. Pero también muestran que, incluso con ETA, el País Vasco ha venido aumentando su diferencial de PIB per cápita con respecto al resto de España, sobre todo desde 2003.
En «Conclusiones», firmado por quien esto escribe, se exponen los principales hallazgos del estudio y posibles nuevas vías a la investigación. Por último, en el epílogo, «Azafrán de Marte», el politólogo Martín Alonso ofrece un cuadro impresionista de los años de plomo desde la óptica de la extorsión. En opinión del autor, el fenómeno de la extorsión se constituye en pieza central para dar cuenta del paisaje sociológico de las décadas ensangrentadas por ETA, porque simboliza el núcleo totalitario de su actividad, el miedo que anegó psicológica, moral, social y políticamente a la sociedad. La extorsión, con su presencia abrumadora para unos e invisible para otros aparece como el sistema vascular del terror. La espiral de silencio que rodeaba la recepción de la carta es su expresión más elemental. La invisibilidad obedece a un proceso de naturalización que es en sí mismo un indicador de la degradación moral que permitió a una parte de la sociedad vivir tranquilamente en una suerte de hipernormalidad acomodaticia. Unos vivieron muy bien, otros se las apañaban para sobrevivir con el miedo en el estómago. Y en la boca. En La carta (1990), Raúl Guerra Garrido le pone sabor al miedo de la extorsión: óxido, herrumbre. Al óxido de hierro lo denominaban los alquimistas azafrán de Marte. Aprovechando las asociaciones literarias, la extorsión es el alambique que transforma el hierro del hacha de los gudaris adoradores de Marte en la palatalidad herrumbrosa del miedo. Para quienes no tenían la suerte de poder evadirse en la pararrealidad.
Puede y debe haber varios relatos sobre lo ocurrido, pero no es razonable pensar en una suerte de media aritmética de experiencias tan heterogéneas. Al menos mientras no se desmantele el mantra del «conflicto histórico de naturaleza política», la pantalla mental que ha impedido ver una realidad tan a la vista. El estudio del fenómeno de la extorsión resulta por tanto decisivo para reinstaurar el imperio de la verdad.
EDUARDO GARCÍA SERRANO
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JOSEBA ARREGI - FLORENCIO DOMÌNGUEZ - PABLO DÍAZ -JOSU UGARTE
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