"El mundo es injusto, no retribuye la virtud,
se complace en desbaratar los planes humanos
y está gobernado por una
arbitrariedad ciega y estúpida"
"Píndaro, en un himno perdido, contaba que cuando Zeus hubo ordenado el mundo y los dioses vieron con mudo asombro su magnificencia, les preguntó a éstos si echaban de menos algo. «Sí —respondieron—: una voz para alabar las grandes obras y la completa creación en palabras y música.» Entonces nacieron las Musas, para cantar la alegría de Zeus ante la plenitud del ser"
"Para ser hombre verdadero
hay que estar lejos de los hombres"
Heinrich von Kleist
"Feliz es quien no tiene deudas con la vida"
"Dice Kant que todo tiene un precio o una dignidad. Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente; en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, eso tiene una dignidad".
Decía Eugenio Trías que, paradójicamente, las épocas de crisis, aquellas en las que el valor del pensamiento se desdibuja y la sofística de moda impone su chato pragmatismo, suelen ser épocas en las que el deseo de filosofar acaba aflorando con nuevos bríos y reinventa su ejercicio. Alentada por esta convicción, su obra fue capaz de forjar, a contracorriente de la posmodernidad, una escritura filosófica original, con valiosas incursiones en los campos de la ética, la estética, la ontología o la filosofía de la religión, que la consagraron como uno de los hitos más relevantes del pensamiento español contemporáneo.
En un momento como el presente, en el que el lugar de la filosofía en la formación de nuestros jóvenes se ve amenazado por una visión estrecha de la misión educativa, escorada hacia la sola preparación de profesionales y no de ciudadanos cultos, resulta un consuelo comprobar que la creación filosófica en nuestra lengua sigue gozando de cierta mala salud de hierro. La obra del filósofo, filólogo y jurista Javier Gomá (Bilbao, 1965) es una excelente prueba de ello.
No son pocos, por cierto, los rasgos de la oferta de sentido elaborada por Gomá que recuerdan a los de la filosofía del límite de Trías. Para empezar, una común voluntad de estilo. Y, sobre todo, una misma ambición teórica, que entiende la labor filosófica como algo opuesto a toda parcelación del saber, así como al encierro en una jerga para iniciados. También para Gomá la filosofía es vocación de claridades, destinada a dar razón del presente, iluminar sus zonas oscuras y sugerir su posible mejora. Por eso no ha de limitarse a la revisión obsesiva de su propia historia, sino salir al mundo, enfrentarse directamente a la objetividad y proponer un ideal a la sociedad de su tiempo. En su caso, esta propuesta gira en torno a la noción de ejemplaridad, verdadero eje vertebrador de las cuatro obras que componen la tetralogía que ha venido publicando, con notable éxito, desde hace una década y que ahora aparece compilada en edición de bolsillo.
Su primer libro, "Imitación y Experiencia", nos descubrió ya a un ensayista de relieve, Premio Nacional de Ensayo 2004, que en un discurso de largo aliento enhebraba una historia cultural de la imitación con un examen de lo común a toda experiencia humana. Comenzaba así a desplegar no sólo aquella idea germinal del “universal concreto”, del ejemplo personal que puede proyectarse colectivamente, sino también algunos de sus más destacados motivos polémicos. En particular, contra el dogma moderno de la plena autonomía del sujeto, Gomá nos hacía ver cómo la experiencia no consiste en el ejercicio solipsista de un yo, antes bien, se constituye mediante una imitación de los ejemplos, como legado de costumbres transmitido por la tradición.
En "Aquiles en el gineceo" exponía el proceso de maduración del individuo del estadio estético al ético, esto es, de la ensoñación juvenil al compromiso adulto con el hogar y el trabajo, y lo hacía –quizá en el texto más bello de los cuatro– mediante el ejemplo del héroe griego que, tras pasar su adolescencia oculto en un gineceo, decide ir a Troya a combatir junto a los aqueos, aun a sabiendas de que allí encontrará la muerte.
En "Ejemplaridad pública" proponía una prosecución del compromiso ético con la familia y la vocación en el que corresponde a la vida ciudadana, sugiriendo un nuevo principio organizador de la democracia para una época en la que el autoritarismo y la coerción han perdido su poder cohesionador.
Por último, en su cuarto libro, "Necesario, pero imposible", Gomá se preguntaba cómo conciliar la aguda conciencia de su dignidad incondicional del hombre moderno y ese desmentido radical que supone el indigno destino de tener que morir que a todos nos aguarda; y exploraba la posibilidad de una forma de continuidad de la vida, algo así como una “mortalidad prorrogada”, donde la super-ejemplaridad de Cristo aún tendría mucho que decir al hombre contemporáneo.
Una vez completado el plan de esta tetralogía, su reedición en versión “portátil”, reuniendo los cuatro libros y añadiéndoles una esclarecedora presentación, nos permite contemplar con más perspectiva su alcance.
Si ya en su día la oportunidad del concepto de “ejemplaridad” para responder a la demanda social de un principio más eficaz de regulación de la conducta cívica supuso un refrendo al libro Ejemplaridad pública, es evidente que hoy, cuando la ciudadanía se siente escandalizada por los continuos casos de corrupción en la vida pública, vuelve a primer plano la importancia de dicho concepto.
Según Gomá, nuestras sociedades democráticas se asientan en dos principios, el respeto a la ley y el derecho a la intimidad. Su excesiva separación ha generado, sin embargo, una doble insuficiencia: la de un poder que sólo mueve coactivamente y la de una individualidad extravagante que cree que su esencia estriba en su condición única e irrepetible, exenta en su privacidad de todo compromiso social. Gomá discute ambos desvíos. Lo que nos hace más individuos es aquello que todos compartimos: el hecho de ser mortales. Y no somos entidades autónomas, sino inmersas en una red de influencias mutuas, donde todos somos ejemplos para todos. La noción de ejemplaridad no admite esa parcelación de la vida en los planos de lo privado y lo público, y así posibilita un impulso movilizador del que carece aquel sentido coactivo de la ley. Por eso Gomá considera que ahora que vivimos en una cultura no elitista ni represora es el momento de hacer un uso virtuoso de nuestra libertad, comprendiendo que todos tenemos la responsabilidad igualitaria del ejemplo. Más que fiarlo todo a la sanción, convendría educar a los ciudadanos en la virtud de la ejemplaridad.
Ahora bien, por más que la coyuntura presente focalice la atención en determinados aspectos de la reflexión de Gomá, ésta no es sin más la receta de un moralista. Desde luego, en tanto propone un ideal, la dimensión ética resulta sustantiva en su proyecto filosófico, pero éste involucra también las esferas de una teoría de la cultura, una antropología e incluso un esbozo de ontología. Merece la pena, pues, demorarse en la lectura íntegra de estos cuatro espléndidos ensayos, que incitan a sacudirnos nuestro escepticismo y apostar, con lúcida ingenuidad, por un nuevo proyecto civilizatorio.
Naturalmente, una ambiciosa propuesta como ésta, fiel a la vocación filosófica de abrazar la totalidad, despierta interrogantes en diversos puntos de su trazado: ¿es posible, en una sociedad multicultural, determinar un contenido concreto para las buenas costumbres sin regresar a un universalismo premoderno? Sentir como indigna nuestra condición mortal y aspirar a una prórroga, ¿no es seguir preso del deseo romántico de un yo que se quiere absoluto y no se resigna a su contingencia? ¿No cabe entender el gesto de Aquiles como renuncia a los lazos familiares y entrega al ideal cívico común, para ser inmortal en el recuerdo de su gesta?
Es de justicia reconocer que muchas de estas cuestiones las plantea Javier Gomá en clave tentativa, bien como hipótesis, bien como apuestas de sentido que, según corresponde a las verdades de la filosofía, no cabe demostrar al modo científico, sino que se muestran convincentes porque nos inspiran y animan a realizarlas. Esta es la fecundidad mayor de una obra que, sin duda, constituye una de las piezas más sobresalientes del ensayismo español actual.
Autor del ensayo 'Dignidad'
La dignidad ha sido el concepto filosófico más transformador y revolucionario del siglo XX. Inspira debates (sobre bioética, tecnología o robótica) y aparece en toda clase de contextos morales y jurídicos. Ha dado origen a importantes causas sociales y, ya en nuestro siglo, ha inspirado el movimiento de los indignados, sin que extrañamente éstos sintieran la necesidad de precisar antes, siquiera en esbozo, qué es aquello cuya ausencia encendía su airada protesta. Esta omisión es recurrente y general. Se usa el concepto sin definirlo. Desde que Schopenhauer se mofara de él, la filosofía lo ha desdeñado o ignorado. Pasan las décadas, los siglos incluso, y la dignidad, cuya influencia es imposible de exagerar, sigue ahí, vacante, pendiente de pensar, sin dueño filosófico. Este libro se propone ocupar el concepto, convertirlo en tema filosófico y extraer algunas de las consecuencias teóricas que encierra. Se estructura en tres partes de dos capítulos cada una: la primera aborda su historia y esencia, la segunda explora su relación con la cultura y su posible dignificación, y la tercera se traslada a la esfera pública. Sólo una vida digna de ser vivida compensa su inevitable miseria. Conoce, lector, tu dignidad.
"Los intelectuales han fomentado los sentimientos antisistema"
"La filosofía tiende a ser árida. Por eso la sociedad le da la espalda y recurre a la psicología barata"
Desde su Tetralogía de la ejemplaridad, a Javier Gomá (Bilbao, 1965) le ha rondado la idea de acotar el concepto de lo digno. Y, finalmente, lo ha hecho en Dignidad. El filósofo, ganador del Premio Nacional de Literatura en la modalidad de ensayo por su obra Imitación y experiencia, presentó ayer su texto en la Fundación Seoane, donde conversó con Silvia Longueira y Luis Paz como parte del ciclo Pensamentos urxentes. La definición del término y su relación con la cultura fueron algunos de los temas de la charla, en la que el escritor dejó patente el peso que, a diferencia de lo que pueda pensarse, posee la cualidad en el siglo XXI.
¿No se ha sentido un poco arqueólogo tratando la dignidad en los tiempos que corren?
Sí, pero como uno de esos arqueólogos que descubren un hueso que dice algo sobre los hombres del presente. De hecho, en el libro hago mención a un hallazgo que tuvo lugar hace más de un millón de años, en el que se descubrió una mandíbula que tenía alveolos sin dientes. Era la mandíbula de un viejo, y eso significaba que el grupo había decidido que debía sobrevivir una persona que ya no tenía ninguna función. Aquel fue el momento en el que destelló la dignidad por primera vez.
¿Nuestros políticos están a la altura de nuestro reclamo de un comportamiento digno?
A mí no me gusta moralizar sobre cómo son los políticos, porque muchas veces centramos la atención en ellos como si fueran una cepa que ha venido de Marte. Pero vienen de la sociedad, y también siguen las propias leyes de la política.
¿Cuáles son esas leyes?
Las leyes de la política no son encarnar la dignidad, sino la obtención del poder. Y es luego la ciudadanía la que exige que el modo en el que lo obtienen sea digno.
Se lo pregunto porque dice en la obra que España saldó una deuda con la Transición , pero hoy es una etapa polémica...
Yo diría que no es demasiado polémica para quien la conoce. Hay que saber que lo que hemos conseguido no nos ha llovido del cielo. De hecho, en el caso español hemos tenido una relación de cierta extrañeza respecto a la modernidad. Cuando la hemos alcanzado, lo hemos hecho tarde pero particularmente bien, y de manera pacífica.
¿Nos juzgamos con demasiada dureza?
Sí. Yo pongo el ejemplo de cuando vas a ver Las Meninas al Museo del Prado. Si te pones a 3 centímetros, lo que ves son manchas. Y si te pones demasiado lejos, lo que ves es un marco. Si los historiadores se ponen a describir minuciosamente los acontecimientos, encontrarán la imperfección humana. Pero si adoptas una perspectiva culta, es cuando te das cuenta del prodigio que representó. Lógicamente, esto ha generado un sistema que se somete a tensiones como la crisis, y nacen los movimientos antisistema como la extrema derecha, izquierda o el separatismo. Precisamente en esa época es cuando los intelectuales tienen que recordar a la ciudadanía que es algo que tiene mucho valor.
¿Lo están haciendo?
Yo con frecuencia lo he echado de menos en el estamento intelectual que, con demasiada ligereza, a veces ha fomentado con una ignorancia a mi juicio culpable, esos sentimientos antisistema.
También parece a veces que la filosofía no case con la era de Facebook e Instagram...
Yo diría que hay más hueco que nunca. Y la prueba es el descontento. ¿Cómo es posible que vivamos en el mejor momento de la historia y sin embargo cunda por todas partes la insatisfacción? Pues porque cuanto más progresa la dignidad, más son las situaciones en las que la vemos atropellada. Por ejemplo, la sociedad se ha irritado por cómo los gobiernos europeos han tratado a los emigrantes, pero esa insatisfacción supone que se les ha reconocido una dignidad que merece respeto más allá de fronteras y legislaciones.
¿La filosofía no está demasiado lejos de la gente?
Es cierto que la filosofía muchas veces no llega al público, pero es que cuando trata de emular a la ciencia, que usa un lenguaje codificado, equivoca su condición. La filosofía debe ser literatura, no tiene sentido que se escriba para que la lean solo otros filósofos. Pero tiende a ser para iniciados y árida. Cuando ocurre esto, la sociedad le da la espalda, y recurre a la autoayuda, a extravagancias orientales y a psicología barata. No es la filosofía la que está fallando, sino los que la practican, que no son capaces de ofrecer interpretaciones que mejoren la visión del mundo del ciudadano corriente.
La suya mejoró con la biblioteca de su padre.
Sí. Cuando estalló mi vocación a los 15 años, yo cogía un libro, lo terminaba a las tres de la madrugada, y me llevaba a otro del mismo autor. No es que fuera una biblioteca infinita la de mi padre, lo que ocurre es que los libros esenciales sí que estaban.
No podría comentar con mucha gente de su edad aquellas lecturas. ¿No se sentía aislado?
Sí, pero siempre encuentras algún alma gemela y, además, siempre desarrollé una enorme autoironía. Esa ironía te hace soportable a ti mismo porque, si no, tienes una intensidad completamente insoportable. Te ayuda a vivir.
¿Le caen muchas bromas a uno por ser filósofo incipiente?
Bromas me han caído por todas partes. Pero yo practico la autoironía en parte para adelantarme a los demás. Si te ríes de ti mismo, haces que el otro pierda las ganas de hacerlo.
VER+:
Entrevista a Javier Gomá, doctor en filosofía, licenciado en Filología Clásica y en Derecho, miembro por oposición del Consejo de Estado, director de la Fundación Juan March y autor de obras relevantes de nuestro pensamiento contemporáneo. Premiado por Unión Profesional. I Edición Premios, Medallas y Distinciones.
Javier Gomà Lanzón: Una filosofía que sirva para vivir mejor
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