“Semillas a la deriva”
la desgarradora realidad de los niños venezolanos
la desgarradora realidad de los niños venezolanos
Por la represión, por la migración de sus padres o familiares, por los cambios constantes de maestros y más, son algunas de las desgarradoras historias de niños venezolanos que los miembros de Cecodap junto a "La Vida de Nos" recopilaron para el libro “Semillas a la deriva”, una obra que intenta plasmar la difícil realidad de los más pequeños a quienes la dictadura les ha arrebatado su niñez.
“Semillas a la Deriva” inició su construcción desde 2017, y busca poder contar las historias desde la voz de sus protagonistas, los más pequeños, familiares, con el propósito de acercar a la población al respecto de muertes de niños que fueron víctimas de represión, el impacto de la migración forzada y otras vulneraciones a sus derechos. Estas personas no deben pasar como cifras o números, además insistió en la necesidad de reconocer el dolor de los familiares mediante la lectura de cada una de las historias. Esta obra tiene que ser un punto de partida para la reparación, exigir justicia para todos los niños y luchar contra la impunidad.
«Adriano mantuvo el entusiasmo y la ilusión de que su padre vendría al año siguiente de su partida, pero esto no sucedió, ni ese año ni los cuatro que han pasado desde entonces… El año pasado la maestra llamó a su mamá para a decirle que el niño no quería hacer la tarjeta del día del padre; la maestra le insistió y le dijo que podía enviarle la tarjeta por WhatsApp, luego él finalmente hizo la tarjeta, dibujó un traje y una corbata pero al revés y de mala gana, donde decía “bendición papá, cuando te vi por primera vez sentí que ibas a estar con mi mamá para siempre, pero eso no pasó…» Esto solo fue una pequeña lectura por Martha Viña de la serie “Niñez dejada atrás”
Historias desgarradoras de niños cuyos padres migraron o padecieron las consecuencias de la represión del Estado, que forman parte de esta obra de Cecodap y La "Vida de Nos" que busca no normalizar las vulneraciones que padecen los más pequeños, y continuar visibilizando la Crisis Humanitaria Compleja de Venezuela sin trasladarlo a una cifra más.
“Semillas a la deriva” es una compilación de textos que fueron publicados en el medio "La Vida de Nos". El objetivo de la venta del libro es conseguir fondos para realizar más alianzas como éstas. Cecodap cree que la memoria histórica de un país comienza con el registro de la vulneración de los derechos humanos; así como en la documentación de lo que ocurre con las víctimas.
La ausencia eterna de los breves
Algunas historias comienzan cuando la vida se acaba. En el caso venezolano: cuando la vida es robada. Uno de los peores dramas posibles en el conflicto venezolano es que los más jóvenes también son víctimas de lo que no escogieron. Llegaron tarde a una novela que ya había empezado. No votaron por los hombres armados ni construyeron las condiciones para que las balas fuesen cotidianas. Son solo sus víctimas. Son víctimas de un conflicto que se ha extendido en el tiempo y multiplica el dolor.
Cuando se leen las historias de los que ya no están, se reviven todas las circunstancias que provocaron su ausencia. Se develan también las distintas capas de violencia que desencadenan tanta injusticia. Lo peor de todo es saber que cada muerte es irreparable. Cada una es un vacío que marca todas las dinámicas familiares. Es un pupitre vacío, un puesto menos en el carro, un cumpleaños que ya no va a ser, pero que igual tiene una marca imborrable en el calendario. La parte más difícil se la llevan quienes deben vivir con eso a cuestas, con una memoria que no es plácida y que penará durante un tiempo buscando explicaciones.
Los relatos construidos entre "La Vida de Nos" y Cecodap son una muestra de historias de vida, de las miles que nos rodean, que nos garantizan que al menos un grupo no será olvidado. También nos ayudan a generar sensibilidad sobre un tema incómodo, al que la mayoría le huye, porque no hay suficientes palabras para describir la muerte de quienes tenían aún todo por vivir.
Justo el reto de ponerle palabras a lo que ocurre puede ser la base de la construcción de justicia, de la exigencia de mejores condiciones, de soñar en conjunto con un horizonte en el que esto no vuelva a ocurrir. La muerte no debe ser cotidiana. Las balas no pueden ser parte del paisaje ni deben ser más abundantes que las vacunas o la comida. El hecho de que sea así por decisión oficial no significa que estemos condenados, como la condena que sienten quienes no podrán llenar el vacío en sus familias, sino que reta a construir algo mejor. Por eso los siguientes pasos después de construir sensibilidad es ponerle límites al horror, exigirle a los responsables que hagan su trabajo y movilizarse para sanear el tejido social que se ha roto casi por completo. Estas son las preocupaciones que tenemos hasta que podamos darnos el lujo de tener otras más sencillas.
Historias son las que quedan. Acompañándose en su orfandad y sus ausencias. Tratando de no repetirse para no morir de irrelevancia ante un poder que devaluó hasta la vida. Pero si quedan las ganas de contarlo todo, quedan también las ganas de seguir viviendo. Viviendo por otros, para que esto no vuelva a pasar.
Luis Carlos Díaz
Periodista y cíberactívísta
El viaje más desesperante en la vida de Karina
Milagros Socorro
Es un desastre. Nada más despertar, el mundo se le viene encima. Ya sabe cómo es. Pasará el día pensando que es una pesadilla, que un día va a despertar y Jean Luis estará ahí. Pero ahora es justamente el momento en que todo vuelve a empezar y no puede quedarse en la cama un siglo, oyendo los ruidos de la casa y sintiendo cómo se enfrían las lágrimas en su lento viaje por las sienes. Ya la niña ha empezado a gemir. Si nadie viene a su lado apelará a un vigoroso berrido que Karina prefiere evitar. Es una de las grandes marcas del duelo: el abatido quiere silencio. Si por él fuera, viviría debajo del agua, donde no llegan voces ni ruido alguno y donde las lágrimas son invisibles, como el aire.
Por algo hay que empezar. Antes incluso de sacar a su hijita de la cuna, Karina se reserva unos minutos para recogerse el cabello y ordenarlo bajo un casco elástico, hecho con restos de medias panty. Es algo. Le da la sensación de que todavía puede controlar algo, poner algo en su lugar, ahorrarse una calamidad.
Camino a la cuna arrastra los píes. Le ha quedado esa maña. Es como sí no tuviera la fuerza para levantarlos. No a esa hora, que es cuando le sobrevienen en ráfagas los horribles instantes que le confirman que no fue una pesadilla. O, en todo caso, que no despertará de ella.
Karina de Lugo tiene 36 años y cuatro hijos. Ahora, tres. Estaba en Barranquílla, Colombia, adonde había ido para emplearse como trabajadora doméstica, cuando recibió la llamada. Su madre intentó dar la noticia a plazos, pero la muerte trabaja sin piedad, incluso en la divulgación de sus estragos. No hubo manera.
Míja, sucedió un accidente -dijo la señora por teléfono-.Yo le dije a Jean que no se fuera para donde el amiguito y se fue...
Pero ¿qué pasa?, ¿qué pasa?
Me fregaron al niño.
¿Cómo que lo fregaron? ¿Lo golpearon? ¿Qué pasó?
Karina dejó el teléfono en manos de su hermana, de sus tías, que soltaban un grito y se lo pasaban como sí el aparato fuera la pequeña jaula de una víbora. Una de ellas le dijo a Karina que a su hijo Jean Luís le habían dado un tiro, a lo que ella respondió a gritos que lo llevaran a un hospital.
No, Kari -le dijo su hermana con voz suave-. El niño está muerto.
Esa misma noche emprendió camino a Maracaibo, su ciudad, capital del estado Zulia. La acompañaban su hermana, quien también emigró para emplearse en "casas de familia", y sus dos hijas, a quienes llevó consigo cuando decidió irse a Colombia.
Fue el viaje más largo de su vida. El más desesperante, el más doloroso. Cuando finalmente llegó a casa, con la boca seca, los píes hinchados y los ojos como si se los hubieran rociado con limón, se detuvo un instante en la puerta. Quería absorber la presencia de su hijo, algo de él que todavía quedara vivo entre aquellas paredes. Un cierto temblor, un pequeño eco de su risa... Al fondo divisó a Enderson, su hijo mayor.
Le costó encontrarle forma a aquella figura fantasmal. Tenía la cara tapada con una toalla. Karina quiso abrazarlo, consolarlo, pero él le dijo: "No te puedo mirar a la cara, madre,¿por qué lo dejé salir... por qué?".
Karina de Lugo es su nombre de soltera. Nunca le han dado otro. Tenía 19 años cuando nació Enderson, quien ahora tiene 17 años. Ya hacía tiempo que había dejado los estudios, interrumpidos al terminar el noveno grado. Luego nació Jean Luis, quien tenía 15 años cuando cayó muerto en la calle, el 20 de julio de 2017, sin que todavía se sepa si la bala que lo mato salió del arma de un guardia nacional o de un atracador de los que pululaban esos días alrededor de las guarimbas, esas barricadas que levantan como forma de protesta.
Después de separarse del padre de Enderson y Jean Luis, Karina formó una nueva pareja, "que tampoco fluyó", y tuvo a Alexandra, de 12 años, y a Camila, de uno, tras cuyo nacimiento no tardaría en separarse. Al aludir a los respectivos padres de sus hijos, Karina dice que a veces, en navidades, en el cumpleaños, quizá el día del niño, la ayudan con los gastos. "A veces..." y "ayudan", como si fuera una concesión graciosa y no una obligación, como sí lo es para ella. La vida de Karina es así, de apenitas, de solamente, de poquitico.
Vive en la casa de su madre, ubicada en un barrio del sector Pomona, parroquia Manuel Dagnino, municipio Maracaibo, en esta ciudad occidental a orillas del lago. Además de una sala y un comedor, la casa tiene dos cuartos, donde deben arreglarse los residentes habituales más la familia que componen Karina y sus hijos. En algún momento, ella quiso construir una pieza aledaña, pero no pudo adelantar sino muy poquitico y nunca la terminó .
Las horribles imágenes acuden en tropel a su mente. Enderson le ha contado que, cuando vinieron a avisarle que a Jean Luis le habían disparado, él corrió hacia el puente Pomona, donde había caído su hermano. El camino se le hacía eterno y avanzaba sin respiro. Cuando llegó, todavía lo encontró vivo. Lo habían recogido y lo llevaban cargado. Alguien le dijo que le metiera el dedo en la boca para que no se ahogara en su propia sangre, pero no logró hacerlo. Había quien gritaba que había que llevarlo a un hospital, pero no había ningún carro por ahí. Ese día era el Trancazo Nacional, una protesta para cerrar las calles convocada por la oposición al régimen de Nicolás Maduro. Precisamente, los hechos ocurrieron en la alcabala de protesta. Los minutos seguían pasando. Optaron por llevarlo en andas al CDI del Pinar, que queda a media hora caminando. "Pero al llegar", dice Karina, "ahí no había insumos para brindarle auxilio. Y yo no estaba aquí".
Karina no estaba, pero Enderson le ha contado muchas veces que, cuando logró acercarse a su hermano, ya en el CDI (Centro de Diagnóstico Integral), Jean Luis no logró decirle nada, pero sí lo miró a los ojos con gran intensidad. Estaba agonizando, pero aun así lo aferró por la franela para acercarlo a su boca. "Como si hubiera querido besar a Enderson o decirle algo, no sé".
Hicieron salir a todos, incluido Enderson, quien a duras penas se soltó de la mano sudorosa de Jean Luís. Pero al rato salió una doctora y negó con la cabeza. Jean Luís se había ido. "No había aguantado", dice Karina y traga grueso. "El acta de defunción dice que la bala entró y salió. Yo lo que sé es que no hubo ambulancia, no hubo insumos para salvarlo y ahora tampoco hay culpables".
Jean Luis Camarillo de Lugo nació en Maracaibo el 17 de mayo de 2002.
Estudiaba noveno grado e integraba el equipo de fútbol sala del sector Las Pirámides. No por breve, su biografía es menos explícita del país donde le tocó nacer, crecer y morir, precisamente durante las protestas opositoras de mediados de 2017, cuando la Circunvalación número 1se convirtió en una de las vías más peligrosas de Maracaibo. A lo largo de la avenida, grupos de encapuchados, infiltrados en las actividades de protesta, tejían alcabalas para exigir peajes y asaltar a quienes pasaran en carro o en moto. Días antes del asesinato de Jean Luis, la prensa local reseñaba la peligrosidad del sector y los numerosos delitos que allí se cometían.
Por eso, y por una flagrante falta de investigación, la muerte del liceísta fue atribuida a diversas circunstancias que lo señalaron, incluso, de ser él mismo un atracador que quiso asaltar a un motorizado que venía armado... Poco plausible esta conjetura. Es más creíble la que ofrece la familia, con apoyo de vecinos y unos cuantos testigos. Jean Luís, quien había aprobado el primer y segundo años de bachillerato sin materias morosas, había reprobado algunas en el tercero. Mil dificultades lo habían animado al fracaso escolar: casi todos los días se iba al liceo sin desayunar; había empezado el año escolar con retraso porque no tenía el uniforme; en muchas ocasiones no podía cumplir con las asignaciones porque la familia no tenía el dinero que solían costar los materiales exigidos para su realización; el aíre acondicionado y el ventilador de la habitación que ocupaban los hijos de Karina se habían dañado y no tenían posibilidades de adquirir los repuestos, de manera que pasaban noches asándose al calor de la hirviente Maracaíbo; además, desde luego, de que los constantes apagones en esta ciudad petrolera no ayudan mucho que digamos al normal desenvolvimiento de las actividades estudiantiles.
Este cuadro es el que había empujado a Karina a dejar a sus hijos adolescentes para ir a trabajar a Barranquilla, de donde venía cada dos semanas a traerles
comida.
"Yo me desprendo", es como ella lo llama. Se refiere a irse, a tomar la decisión de marcharse a otro país. Lo hizo cuando los pantalones les quedaban demasiados cortos a sus hijos. Sobre todo a Jean Luís, quien era el menor pero también el más alto. Para ese momento ya se había hecho costumbre que se fueran a la escuela sin haber probado bocado, pero fue el hecho de que a pesar de tanta privación aquellos cuerpos insistieran en crecer lo que movilizó a Karina a entrar en la casa de otra mujer para limpiar sus baños y su cocina.
Por eso, ella estaba ausente cuando el infortunio cruzó la noche para incrustarse en la parte baja de la espalda y salir por el abdomen de su hijo. Jean Luis había ido a la casa de un compañero de estudios para buscar unos apuntes; y ya de vuelta a casa quedó en medio de la disputa entre el motorizado gatillo alegre y los asaltantes/manifestantes. (La categoría asaltantes/manifestantes ha sido acuñada de la prensa venezolana, dada la ambigüedad de ciertos participantes). No son estas, por cierto, las únicas versiones de los hechos. Hay otras variantes, todas las cuales involucran: manifestantes - robo - armas en manos de civiles - notable entusiasmo para prodigar disparos sin mirar quién puede haberse atravesado en la ruta delos proyectiles.
-Hoy mí hijo cumple dos meses de muerto -suspira Karina un día de finales de septiembre de 2017-. Yo pienso y pienso... Hace dos años también hubo manifestaciones. Yo trabajaba en La Limpia y vi tantas cosas que pasaron, muchachos presos, horribles maltratos de la guardia nacional y de la policía, injusticias de todos los tamaños, y eso quedó así. Ahora, igualmente, eso va a quedar así... Y sigue el mismo presidente mandando. Sigue la escasez de comida y la gente muerta. Sigue el país en la misma desidia, y veo que el Presidente tiene el guáramo de sentarse a hablar... Yo me lo quedo mirando en la pantalla del televisor. Quisiera tenerlo en frente para decirle: ¿cómo puede usted decir que no está pasando nada? Puede haber mil muertos y usted sigue diciendo que estamos bien. ¿A quién va a engañar? Sí los venezolanos somos los que estamos viviendo el hambre y la escasez.
"¿Vos sabéis qué quisiera yo?" -sigue-. "Que Dios me concediera tener a Maduro de frente un minuto para hacerle una pregunta. Quizás no me la responda, quizás me maten, no sé. Creo que el minuto no me alcanzaría. Empezaría por preguntarle: ¿Qué tiene en la cabeza? Mí mamá era chavista. Y cuando estaba Chávez decía: 'Yo soy chavista. Hugo Chávez roba, pero también ayuda mucho al pueblo'. Porque nosotros tenemos familiares a los que él les dio vivienda y ayudó con pensiones. Yo no gozo de Madre de nada (dice aludiendo al nombre del programa gubernamental Misión Madres del Barrio), ni mi mamá tiene pensión. De hecho, sufro de miopía y astigmatismo, y me hice una cirugía hace años en la Clínica de Ojos, y ahorita no puedo ni ir a una consulta. Si no trabajo, no como, porque aunque soy madre soltera, no he tenido la suerte de recibir una ayuda. Vamos a poner que Maduro no tiene la culpa, porque la economía venía nadando desde que estaba el difunto Chávez. Pero, coño, entregue la Presidencia. Deje que venga otro a ver si nos hundimos más o nos levantamos. Por favor, la gente se está muriendo de hambre y él sigue ahí diciendo 'estamos bien"'.
Después de aquel viaje de 12 horas con un pañuelito pegado a la cara, cuando cruzó la frontera entre dos países y entre tener un hijo adolescente que sueña con ser futbolista y ser la madre de un muchacho muerto, Karina no ha regresado a Barranquilla. Ya no sirve en casas ajenas. Ahora hace viajes a Maicao, población colombiana relativamente cercana a Maracaibo, llevando carne para vender. Es lo que se llama contrabando de extracción. Los precios controlados de la comida en Venezuela la convierten en mercancía de fácil venta en el país vecino.
VER+:
Mis Historias De Nos 2019 reúne las 5 historias más leídas del año. Allí está el país. Su templo Su capacidad de resistencia y su punto de quiebre. Su gente. Vamos a recordarlas y releerlas:
La vida de nos presenta el #SemilleroDeNarradores
Taller Itinerante Universitario - USM Barcelona
La Venezuela que ven nuestros niños en 2019
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