ENCUENTROS
REFLEXIONES Y PARÁBOLAS
El encuentro y el diálogo como forma de vida y de crecimiento
Un libro que reúne reflexiones, parábolas y citas memorables para explicar el impacto que supone en cada vida singular el encuentro con los demás y el motivo por el que cada ser humano es, aquí y ahora, un presente imprescindible. Encuentros con nuestro cuerpo, con el interior del propio ser, con nuestro carácter y con la naturaleza.
La autora, con esta obra, parte de la convicción de que cada vida es singular y está edificada sobre los encuentros que va teniendo con los demás en su día a día. El dibujo de nuestra vida es original, único e imprevisible y se enriquece con nuevas personas y experiencias, y, ya sea a solas o no, cada encuentro ayudará a trazar nuevos senderos y cimientos sólidos donde edificar la esperanza.
«La vida solo tiene una dirección: hacia delante. Y el presente es el lugar donde se halla la ruta».
A través de parábolas, reflexiones y citas memorables, Carmen Guaita nos invita a considerar el impacto que supone en cada vida singular el encuentro con los demás y el motivo por el que cada ser humano es, aquí y ahora, un presente imprescindible. Porque la vida es encuentro.
"La vida, no el mundo,
es el supremo bien del hombre”
Hannah Arendt
Yo creo que completamente, que la vida del hombre está hecha de principio a fin de los encuentros. De hecho, el ser humano nace desvalido, tiene que encontrarse con alguien que lo cuide, alguien que lo quiera. Y a partir de ahí, toda nuestra vida está hecha... Cada mañana que despertamos es para recibir una interacción con los demás y para enriquecerte, modificar tu vida con ella.
Sinceramente, creo que somos los encuentros que hemos tenido en la vida. Incluso con nosotros mismos. El encuentro fundamental, el encuentro apelador al que todos los demás encuentros te deben llevar, creo yo que es, ese encuentro interior de: "¿Quién soy yo? ¿Cómo quiero vivir?".
Ayer, precisamente, leía un libro de filosofía, que decía que el ser humano es el único ser vivo que tiene que estar constantemente decidiendo cómo quiere vivir. Y en ese reto de la libertad y de construirte a uno mismo está el encuentro contigo, claro. Que también tenemos que propiciarlo, porque puede parecer paradójico,pero a veces nos resulta mucho más fácil encontrarnos con los demás que propiciar ese encuentro, serio, me refiero, con nosotros mismos. Con la interioridad. Y sin embargo, es una demanda que tenemos. Yo estoy convencida de que esta demanda que tenemos ahora mismo, en una sociedad tan rápida, tan agónica como la nuestra, que nos lleva a una velocidad tan grande, esa necesidad que estamos teniendo de la meditación, de técnicas de yoga, cuando se habla del "mindfulness", es decir, la consciencia de uno mismo,lo que estamos es clamando por la vida interior.
Nuestras tatarabuelas lo llamaban examen de conciencia. Claro. Yo creo que hay que hacerlo a diario. En este libro, y además me ha encantado ese planteamiento, vas desgajando esos encuentros, como decimos, con los demás, por supuesto, con nosotros mismos, con Dios, encuentros con la vida, encuentros con la muerte, que al fin y al cabo es la vida.
El encuentro con nosotros de niños, el encuentro con nuestra madurez, el encuentro con nuestra edad adulta, con la vejez, con la muerte. Todo ese proceso del que venimos, y al que vamos.
Hay una cita del filósofo Kierkegaard que habla precisamente de esto, "El presente no es la medida del tiempo, el presente es el instante donde el tiempo se encuentra con lo eterno".
Yo creo que si pensamos bien lo que significa esta frase,el momento que nosotros vivimos es un encuentro entre el tiempo tasado de nuestra vida y la eternidad. Por eso nuestra vida se desarrolla...Por eso tenemos que ser conscientes de nuestra vida,y de cómo se desarrolla en momentos presentes.
Y el gran encuentro, que es el encuentro con uno mismo, yo estoy en proceso, como todo ser humano, pero también el encuentro con la trascendencia. Ese privilegio de pensar que hay un Padre que me conoce y me distingue entre todos los seres humanos, al cual yo me puedo dirigir, pedir ayuda, y recibir ayuda, es un encuentro maravilloso, la verdad, la fe es también un gran encuentro.
Introducción
El poeta Pablo Neruda cuenta en sus memorias que en el año 1949 se vio obligado a huir de Chile, su país natal, y hubo de cruzar los Andes para llegar a la Argentina. Hizo aquel tremendo viaje a caballo, acompañado por un grupo de guías. Atravesaron túneles de piedra y desfiladeros salvajes, vadearon ríos helados y tuvieron que rodear enormes peñascos. Una mañana, súbitamente, llegaron a una pradera «acurrucada en el regazo de las montañas». La atravesaba un riachuelo de agua clara, la pintaban de colores miles de flores silvestres y estaba enmarcada por un cielo intensamente azul. Allí se detuvieron. En el centro de aquel círculo mágico se hallaba la enorme calavera de un buey. Neruda observó asombrado cómo los guías que lo acompañaban dejaban monedas y algunos alimentos en los agujeros de hueso, como una ofrenda de pan y auxilio para los viajeros que llegaran allí después que ellos. Al terminar, danzaron alrededor de la calavera abandonada «repasando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que por allí cruzaron», y Neruda comprendió «que había una solicitud, una petición y una respuesta aún en las más lejanas y apartadas regiones de este mundo». Comprendió que el ser humano necesita pan, auxilio y encuentros.
***
Hace muchos años *, mis hijos, mi marido y yo acudimos a un estreno de cine. Nos había invitado el protagonista principal, uno de los mejores actores españoles, que era –y sigue siendo– amigo nuestro. La película se llamaba La casa de mi padre. La encontramos cargada de valores y nos gustó muchísimo.
Cuando regresábamos a casa íbamos charlando sin parar, encantados. Sobre todo, los chicos. El más joven de los dos, con su talante de sabio y su curiosidad por todo, decía: «Es una película muy buena. Se entiende perfectamente que el conflicto es un desencuentro, ya no me lo tienen que explicar».
El mayor estaba muy emocionado por haber compartido algún rato con aquel gran artista. Yo notaba que tenía ganas de contarme algo y, cuando se acostó, me acerqué a su dormitorio. Entonces él me dijo esto que escribo sin añadir retórica: «Mamá, le he dicho a nuestro amigo que él me había cambiado la vida y puede pensar que soy un exagerado, pero no exagero nada.
Yo tengo una teoría sobre la vida, y como soy tan visual y todo lo veo en imágenes y en colores mientras lo pienso, es una teoría gráfica. Pienso que la vida es una línea pero no una línea ya trazada sobre la que andamos, sino una línea que nosotros mismos vamos trazando mientras vivimos, como si tuviéramos siempre en la mano un lápiz.
Cada persona que se cruza con nosotros, aunque sea un niño que nos ha mirado una mañana, mueve la línea un poquito, la desplaza unos milímetros porque ha entrado en nuestra vida. Y así la línea va formando rectas, curvas, subidas o bajadas, picachos y espirales, unas veces da vueltas para volver al mismo punto, otras, se estira muchísimo hacia el horizonte, o se quiebra y luego se recompone. Y él, desde que ha entrado en mi vida, ha movido mi lápiz con experiencias insólitas, me ha hecho pensar, me ha dado grandes oportunidades de aprender que nunca me hubierais podido dar vosotros o conseguir yo solo, y está formando en mi línea un dibujo completo. Por eso le di las gracias».
Aquella noche, insomne y emocionada, comprendí que mis hijos ponían en palabras un aspecto esencial del ser humano: cada vida singular está edificada sobre los encuentros con los demás. Y aquella noche fue para mí también un bello encuentro con ellos, en el cual tuve acceso a su visión del mundo y comprendí que eran mayores ya, bellos por dentro y reflexivos.
***
El dibujo de nuestra vida es original, único, armónico, significativo, imprevisible. Nunca es banal ni absurdo. Siempre está abierto y se enriquece con nuevas formas y colores, con nuevas personas dispuestas a mover el lápiz. Como se desarrolla en un espacio y un tiempo determinados, entre seres singulares y a partir de hechos concretos, necesitamos el encuentro de persona a persona. Y esto es así, aunque a veces nos recorra el escalofrío del momento insociable y anhelemos la soledad que permite reconstruir las vivencias; aunque nos sumerjamos de vez en cuando en el anonimato de la multitud y nos guste ser bañistas a plena piel en una playa atestada o hinchas que corean la misma consigna en un estadio de fútbol.
Ya sea en la construcción a solas de nuestra singularidad, ya sea saliendo a conocer experiencias por los caminos del otro, cada encuentro ayudará a nuestro lápiz a trazar nuevos senderos, cimientos sólidos donde edificar la esperanza. Porque la vida es el encuentro.
* He contado ya parcialmente esta anécdota familiar en el libro "La flor de la esperanza". Sin embargo es aquí, en Encuentros, donde adquiere su verdadero significado.
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EDUCAR
Educar es una de las experiencias más transformadoras y bellas de la vida, pero también es un compromiso con la vida misma. En lo bueno y lo malo, en la riqueza y la pobreza, en la salud y la enfermedad somos el padre o la madre, la profesora o el maestro de otro ser humano. Por tanto, estamos para siempre vinculados a él. En cierto sentido, nos hacemos eternos a través de las personas a cuya educación contribuimos.
Educar es transmitir el modo de empleo de la vida, dar a conocer las posibilidades de la inteligencia humana, pero también del alma —los sentimientos— y del espíritu —la capacidad de juzgar, ejercer la fuerza de voluntad y decidir libremente—.
La clave de la educación está en ayudar a nuestros hijos o alumnos a ser felices y capaces de hacer felices a los demás. El proceso equivale a mostrarles un camino, proveerles de buenas botas, cogerles de la mano los primeros tramos y apartarse después para que puedan hacer camino al andar. Las herramientas con las que se educa son el amor y el sentido común, y los ingredientes que forman parte del modo de empleo de la vida son, sin duda alguna, los valores.
VALORES
Sin embargo, es difícil explicar exactamente qué entendemos por valores. En términos económicos, el valor está ligado al precio y así podemos establecer que lo más valioso es lo más caro. Pero esto no es suficiente. ¿Cuánto pagaríamos por una familia unida o por un amigo leal? Es evidente que los asuntos propiamente humanos se desarrollan en otro terreno.
Los valores existen. Son cualidades positivas, reales y no relativas, y tienen por ello una dimensión objetiva. Pero es muy importante tener en cuenta que son relacionales, es decir, nosotros los captamos o no —los valoramos— en una dimensión subjetiva que es esencial también. Son como las cualidades de un gran vino, que permanecen ocultas mientras no lo pruebe quien las sabe apreciar. O como el arpa de la rima de Bécquer, cuyas notas esperan la mano que sabe arrancarlas.
ÉTICA
Desde que los antiguos griegos propusieron el concepto Êthos para definir el carácter, el ‘sentido ético’ se considera parte esencial del hombre. La ética constituye y fundamenta nuestra personalidad, nuestros hábitos, nuestra predisposición para elegir en un sentido o en otro.
En el transcurso de la vida vamos formando nuestro carácter —es decir, somos cada vez más éticos—, y debemos construir, a partir de la educación recibida y con el esfuerzo propio, una manera de ser que nos permita avanzar con la moral alta y no desmoralizados. Altos de moral, es decir, controlando las circunstancias, dueños de nuestra vida, con los pies firmes y la frente alta. Con la moral del Alcoyano, si es que alguien recuerda esa vieja expresión. Forjar un buen carácter a partir de la herencia genética, la educación y la capacidad para superar ambas es, de hecho, la tarea de cada vida.
En esta dimensión resultan imprescindibles los valores positivos, las virtudes, aquello que los antiguos griegos llamaban la areté: una ‘manera buena de ser’. Poner en práctica las virtudes ayuda a realizarse como ser humano y ajusta la convivencia con los demás. Quien se mueve en una escala de valores positiva está apropiado de sí, es dueño de su vida, libre.
VIRTUDES
Y esto es así porque las virtudes —que recibimos después de haberlas ejercitado, como nos recuerda Aristóteles— nos permiten empoderarnos, una bella y antigua palabra castellana que significa ‘dar poder a las propias capacidades’, el objetivo de una buena educación. Por eso, educar en valores es ‘educar’,sencillamente. Debemos mostrar cuáles son los valores buenos porque para captarlos es necesario estimarlos, comprender su jerarquía y distinguirlos de los deseos y las preferencias. Debemos enseñar a valorar lo que verdaderamente sirve para vivir.
Sin embargo, tenemos que educar en una sociedad que busca la felicidad en el bienestar y no comprende que el sentido de las cosas importa aún más que la felicidad.
Decía Heidegger: Ninguna época acumuló tantos y tan ricos conocimientos sobre el hombre como la nuestra. Ninguna época logró que este saber fuera tan rápida y cómodamente accesible. Y no obstante, ninguna época supo menos qué es el hombre.
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