Leyenda de las cataratas del Iguazú
Allí, en el cauce mismo del río Iguazú, allí, entre sus aguas límpidas y verdosas que crecen con las lluvias y que, por aquel entonces, corrían mansas, allí, como un monstruoso centinela de las profundidades, moraba M`boi, el dios-serpiente. Temible era su aspecto pero más temible aun era su furia. La ira de M`boi era capaz de desatar tempestades, de arrasar aldeas enteras, de arrancar los arboles mas portentosos de la selva…. Los pueblos guaraníes que habitaban aquellas lo sabían, y desde el comienzo de los tiempos, habían intentado aplacar su cólera con cientos de ofrendas: los frutos más deliciosos, las flores mas fragantes, la miel más dulce… nada de esto había calmado al dios, quien solo aquieto su infinito enojo cuando los guaraníes comenzaron a entregarle, año tras año a una bella joven. En una ceremonia triste y silenciosa, la muchacha era acompañada por todo el pueblo hasta la orilla del Río y con muchas lágrimas la despedían, mientras se internaba en las aguas de las que no regresaría. Ninguna de las doncellas que ya habían ofrecido su vida se había revelado. Sabían que su sacrificio salvaría a su gente la ira de M`boi. Por eso aceptaban con resignación el designio.
Desde las más lejanas tierras acudían mientras de otras tribus a presenciar aquel rito antiguo. Y fue justamente desde muy lejos de donde llegó cierta vez el cacique Tarobá. Joven era el Cacique pero aguerrido. Venía al frente de sus guerreros que lo seguían sin dudar, a pesar de su corta edad, tal vez porque ya había demostrado una y mil veces su coraje frente al enemigo. Tarobá fue recibido con honores, como todos los jefes indios. Le convidaron los más sabrosos manjares, saciaron su sed con las bebidas más refrescantes y lo agasajaron con danzas y canciones. El cacique agradeció la bienvenida, pero se apartó un poco del bullicio y sus pasos lo condujeron a la vera del solitario río. Fue entonces cuando conoció a la bella Naipí. La joven caminaba por allí y sus ojos, enormes y negros, estaban llenos de lagrimas. Sonrió al ver al cacique, pero su sonrisa apenas pudo disimular su tristeza.
Pronto supo Tarobá que aquella joven le había robado el corazón y pronto supo también que ella era la joven elegida para ser entregada a M`boi, el dios-serpiente. El cacique enfrento entonces a los ancianos de la tribu. Intentó convencerlos de mil maneras para que no sacrificaran a Naipí. Hablo de honor y de justicia e incluso de amor. Todo fue en vano. Ni sus palabras ni sus amenazas ni sus ruegos fueron escuchados. Naipí estaba condenada y ya nada podría salvarla.
Tarobá no se resignó. La noche anterior al sacrificio, mientras todos dormían, se deslizó como una sombra entre las sombras y, luego de burlar a los guardias, logró llegar hasta Naipí. En sus brazos la cargó hasta la canoa que había dejado oculta entre los juncos de la orilla y antes de que alguien notara su ausencia, ya los dos navegaban río arriba, contra la corriente, intentando escapar.
Grande fue la furia de M`boi, es despiadado dios-serpiente, al enterarse de la fuga. Su cuerpo monstruoso se encorvó y se retorció de rabia e hizo temblar hasta las mismísimas entrañas de la tierra. Una profunda grieta se abrió entonces y las aguas del río Iguazú, que alguna vez habían sido mansas, se precipitaron vertiginosamente por ella, formando una catarata gigantesca.
Inútil fue que Tarobá remara con todas sus fuerzas en dirección contraria. Inútil fue que Naipí suplicara clemencia. Empujada por las aguas, la frágil canoa cayó desde aquella gran altura y los jóvenes fugitivos desaparecieron.
No se bastó al cruel dios-serpiente tomar la vida de los dos jóvenes para saciar su sed de vergüenza. Quiso castigarlos aun más, impidiendo que el amor; tampoco tan poderoso, pudiera vencer a la muerte y unirlos en la eternidad. Por eso decidió separarlos transformando a Naipí en una gran roca, que allí, en el centro mismo de la catarata, recibe día tras día el embate furioso de las aguas. A Tarobá, en cambio, lo transformó en una palmera, que desde la orilla del abismo, se inclina todavía hoy hacía la enorme grieta del río y parece mirar la roca en que fue convertida su amada.
Dicen los guaraníes que M`boi sigue allí, en una gruta en las profundidades, cerca del salto más grande de las cataratas, conocido como la Garganta de Diablo. Dicen que desde allí continúa vigilando a los enamorados para que nunca vuelvan a unirse. Pero dicen también que, cuando brilla el sol, entre las aguas furiosas que caen se dibuja un arcoíris que comienza en la gran roca del centro de la catarata y llega hasta la palmera de la orilla. Un arcoíris que logra burlas el poder de M`boi. Un arcoíris que vuelve a unir a Tarobá y a Naipí como un puente de amor.
Las Cataratas del Iguazú es una de las siete maravillas naturales del mundo
Iguazu Falls is one of the Seven Natural Wonders of the World
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